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Los primeros días de gobierno en economía han pasado sin pena ni gloria, con un
cambio de ministro y habiendo el gobierno arriado las banderas que levantó en
un inicio referidas a revisar y reducir las exoneraciones tributarias.
La salida de David Tuesta en menos de dos meses de gestión ha sido sin duda el
momento más relevante. No nos sumamos a quienes lamentan la salida de un
ministro que empezó con un gasolinazo y que claramente no tenía ninguna
sensibilidad hacia las economías populares afectadas por la medida; pero
tampoco hay nada que celebrar en un ministro tan efímero. Si por lo menos el
cambio hubiera sido significativo y mostrara alguna modificación, aunque sea
mínima, en la política económica, pero no es así: Carlos Oliva pertenece
claramente a esa rancia tecnocracia enquistada en el MEF y es un símbolo
clarísimo del continuismo neoliberal.
Si el gasolinazo fue una fuerte medida en contra del pueblo que traicionó las
expectativas iniciales en Vizcarra, por lo menos era en su momento parte de un
discurso que puso la recuperación de los ingresos fiscales al centro y planteó
como gran medida la revisión de las exoneraciones tributarias. Nada queda de ese
discurso y esa orientación, a pesar de que es un asunto crucial y absolutamente
necesario: con apenas 13 por ciento del PBi de presión tributaria no hay forma de
que tengamos la educación, la salud pública, la seguridad ciudadana y las
carreteras e infraestructuras que el país necesita a gritos. Los 16 mil millones de
soles de exoneraciones, la mayor parte de ellos en favor de grandes empresas en
la banca y los seguros, la agroexportación, la minería y las universidades-
negocio, resultan particularmente negativas e injustas en este contexto de falta de
derechos sociales básicos.