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Reformismo Borbónico.

La dinastía de Borbón dio un gran impulso a la unificación interna del Estado español.
Pero formalmente los Borbones conservaron la múltiple titulación de los diversos reinos
que integraban su Monarquía. Con Felipe V, el cambio trascendental en la estructura
interna fue la abolición de los fueros o leyes de los reinos de Aragón y Valencia y la
declaración de que estos territorios deberían gobernarse como los de Castilla. También
fue necesario crear un sistema de gobierno de nueva planta de carácter absolutista donde
las Cortes quedaron relegadas a un papel simbólico y ceremonial de reconocimiento de
los herederos al trono y la jura de fidelidad. Los Borbones también conservaron la
institución de los Consejos, que ejercían funciones de justicia y de gobierno, en un
régimen de no división de poderes y eran a la vez tribunales, aunque es cierto que
suprimieron o modificaron los de los territorios que dejaron de formar parte de la
Monarquía o que perdieron su autonomía. Los Consejos de Indias, de Guerra y de
Hacienda fueron objeto de numerosas reformas y remodelaciones y en general se vieron
limitadas sus atribuciones por la aparición de secretarios o ministros. La mayor parte de
los gobernadores del Consejo de Castilla (principal organismo para la administración
interior de España) fueron prelados, hasta el nombramiento del Conde de Aranda en 1766.
También era importante la plaza fiscal que se reveló clave en dos momentos
determinados: Con Melchor de Macanaz que impuso una planta de breve duración y con
Campomanes. El conjunto de los Consejos formaba un sistema complejo, que se ampliaba
con las Juntas, formadas por miembros de los Consejos escogidos libremente, por
ejemplo, para la expulsión de los jesuitas se reunió en 1767 un Consejo Extraordinario
con miembros del Consejo de Castilla. Macanaz intentó limitar su poder y fomentar la
incorporación de consejeros. Pero fue en el reinado de Carlos III cuando se limitó esta
atribución apostando por abogados titulados, como el caso de Floridablanca. Aunque la
más trascendental innovación de la dinastía borbónica, en el ámbito de la administración
central del Estado, consistió en la aparición y desarrollo de las secretarías de despacho o
ministerios individuales, especializados por materias. Los dos tipos de administración
convivieron hasta XIX donde se hablaría solo de ministerios. Felipe V, en 1705 procedió
a la división de la secretaría del despacho entre dos secretarios, ocupándose de Hacienda
y Guerra respectivamente y, en 1714 Orry acabó por establecer diversas secretarias de
Estado, especializadas por materias. Poco a poco los secretarios de despacho se fueron
convirtiendo en los principales ministros de la Monarquía. Durante muchos años los
políticos más influyentes ocuparon la secretaria de Hacienda (Patiño, Ensenada o
Esquilache). Las secretarias de despacho tenían una estructura distinta de la de los
Consejos. Durante el reinado de Carlos III se celebraban reuniones informales de los
secretarios de despacho. En 1787 Floridablanca logró transformar estas reuniones en un
organismo permanente y regular, la Junta Suprema de Estado, precedente del actual
Consejo de Ministros. De todas formas, los secretarios de despacho fueron considerados
miembros natos del Consejo de Estado que logró restablecer Aranda, en un esfuerzo de
por limitar el poder que habían conseguidos los ministros. La organización territorial del
Estado borbónico era compleja ya que no se limitaba a la Península e islas adyacentes.
Comprendía también los reinos de Indias y la base de la administración estaba aún
constituida por los distintos reinos. En la Corona de Aragón la jurisdicción ordinaria era
ejercida por el capitán general y el tribunal de la Real Audiencia mediante el Real
Acuerdo; En Navarra el virrey asesorado por el Consejo de Navarra; En Castilla la
realidad institucional estaba menos acentuada, aunque en Galicia si encontramos una Real
Audiencia, igual que en Canarias, y al contrario que en Asturias. En el resto de la Corona
de Castilla la jurisdicción es de las Chancillerías de Valladolid y Granada. La principal
red de justicia y gobierno eran los corregidores, institución castellana cuya finalidad era
gobernar las principales ciudades y su territorio. En los corregidores confluían funciones
de gobierno, justicia, guerra y hacienda siendo muchos eran caballeros de capa y espada,
otros letrados, e incluso comandantes militares. El territorio de un corregimiento se solía
dividir en dos alcaldías mayores, que contaban con dos alcaldes uno para causas
criminales y otros civiles. El cargo de corregidor se vio sustituido por otro, el intendente
de provincia, cuya función era la de coordinar el cobro de los distintos impuestos en cada
territorio y asegurar con ellos el mantenimiento del ejército y la infraestructura militar. El
establecimiento de los intendentes puso de relieve la distinta entidad de la división en
provincias, chocando en sus atribuciones con los corregidores. En 1749 se unieron los
cargos, pero en 1766 ante las críticas a los intendentes se volvieron a separar. Durante el
reinado de Carlos III, los intendentes se establecieron en los Reinos de Indias con
funciones comerciales y tributarias. También ese año se modificó el nombramiento de los
alcaldes mayores. Sin embargo, seguían siendo cargos temporales hasta 1780. La
desigualdad de la división provincial se puso de manifiesto en el censo de población de
1787 de Floridablanca. Empezaron a formarse en respuesta nuevas provincias con entidad
fiscal. La base de la organización estatal eran los municipios. Una parte de ellos se
encontraban bajo la jurisdicción de un señor, que tenía el derecho de nombramiento o de
confirmación de las autoridades municipales, mientras que los municipios que dependían
directamente del rey, la designación de cargos la llevaba a cabo el Consejo de Castilla o
las Audiencias. En principio, los Borbones intentaron limitar la jurisdicción señorial.
Durante la Guerra de Sucesión actuó a este efecto una Junta de Incorporaciones. En el
XVIII el régimen municipal se hallaba muy controlado por el poder real. Los municipios
más oligárquicos se encontraban en las grandes ciudades de Castilla con regidores
vitalicios mientras que en el resto, el gobierno se encontraba en manos de grandes
propietarios, rentistas o comerciantes. Los ingresos de los municipios procedían de dos
grandes sectores: los propios, o bienes de propiedad municipal y los arbitrios o impuestos
sobre el consumo En 1740 la Corona decidió apropiarse de algunos de estos ingresos
municipales y en 1760 las haciendas municipales pasaron a ser controladas por el Consejo
de Castilla. Los motines de 1766 provocaron el nombramiento de dos clases de cargos,
los electivos y los temporales: los diputados el común y el síndico personero, que
actuaban en decisiones de Hacienda y Ayuntamiento. Esta reforma supuso una cierta
ampliación de la base social yendo acompañada por una política de control y
conocimiento de las poblaciones urbanas. Las fuerzas armadas fueron renovadas
siguiendo el modelo del ejército francés bajo la dirección de Bedmar. El tercio fue
sustituido por el regimiento; también fueron suprimidos los grados de mando del ejército
y se introdujo la denominación francesa, como el brigadier, mariscal o teniente general.
Todos los nombramientos eran controlados por el rey. También se desarrolló la artillería
y los oficiales eran en su mayoría nobles. Solo a partir de Carlos III aparecieron academias
para formar militares. Diversas ordenanzas establecieron reformas y modificaciones en
el ejército. Las más famosas fueron las promulgadas por Carlos III en 1768 donde se llevó
a cabo un cambio sustancial en el reclutamiento y se optó por levas forzosas. En 1770 se
convirtió en anual el sorteo de quintas, orientado a un reparto equilibrado entre provincias.
Sin embargo, algunos ciudadanos estaban exentos del sorteo. También las diferentes
escuadras fueron unificadas en la Armada Real. En 1717 se creó la Intendencia General
de la Marina, confiada a José Patiño y se fundó la Academia de Guardiamarinas. Se
desarrolló así tanto la Armada como la Marina, con la creciente producción naval y las
sucesivas ordenanzas de los secretarios y ministros.

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