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EL HOMBRE DE CORAZÓN NUEVO


Desde el corazón prostituido y quebrantado a una nueva alianza de amor con Yahvé
Oseas, Jeremías, Ezequiel y 2º Isaías

INTRODUCCIÓN
Mi propuesta de trabajo se basa, no tanto en una exégesis tradicional, sino más bien en una reflexión e interpretación
del texto bíblico en clave antropológico-existencial, tratando de estudiarlo desde la vida misma, a partir de nuestros
propios interrogantes: el sentido de nuestra existencia, el destino; y desde nuestras preguntas creyentes: la búsqueda de
Dios, qué Dios se relaciona nosotros y qué nos ofrece, hacia dónde nos guía ….por qué caminos… Bajo esta perspectiva la
Palabra se dirige directamente a nosotros, nos habla y nos mueve a vivir nuestra vida como una historia de relación y
aventura con Él, la que también vivió el pueblo de Israel.
Una de las principales aportaciones del profetismo de Israel a la fe de Israel, y por tanto, también a la nuestra, es el
nuevo modelo de relación de Dios con el hombre y del hombre con Dios. La Alianza original establecida entre Yahvé y
su pueblo desde los patriarcas y, sobre todo, a raíz de la liberación de Egipto y del Éxodo, se fundamentaba en la Ley. Al
Dios de las promesas y sus dones de tierra y descendencia, había que corresponderle con la Ley, unos mandamientos de
acuerdo con su voluntad. La Alianza, basada en los antiguos pactos tribales de vasallaje, era el intercambio entre la
gratuidad de Dios y las correspondientes leyes de conducta humanas, tanto morales como cúlticas. Los profetas
rompieron con este esquema tradicional de alianza poniendo en duda el culto superficial y la seguridad religiosa. Por
boca de Dios, fueron capaces de cuestionar la errónea aplicación humana de la Ley de Dios. Para Dios, la Ley sólo es
una: la justicia. No existe Ley si ésta no tiene en cuenta al prójimo, al que sufre, al marginado, al pobre, al débil …. Los
ritos y los sacrificios no son importantes. Por otro lado, la Alianza no concede ningún privilegio, sino más bien lo
contrario, una responsabilidad: el que es de verdad de Dios, es para el hombre, para el prójimo, para el pobre, para la
viuda. Y para Dios no tiene sentido ninguna otra alianza. De la misma manera los profetas nos enseñan que la Alianza
no es entre iguales, porque hay una parte que siempre es FIEL y la otra que suele no serlo. Así que la Alianza deja de ser
un pacto equilibrado, pues el hombre debe asumir que en ese pacto está del lado de los infieles, de los débiles, de los
que fallan, de los que miran hacia otro lado, de los que persiguen otros dioses más cómodos. Sin embargo en esta
Alianza desigual, la fidelidad permanente de Dios al hombre no es consecuencia del cumplimiento de la Ley por parte
del hombre, ni de ningún mérito suyo, sino de la compasión y misericordia infinitas de Dios hacia el hombre. La
Alianza entre Dios y el hombre sólo es posible por la gracia de Dios. Los profetas nos enseñan que no es una alianza
de Ley, sino una Alianza de AMOR, fundamentada en el amor apasionado de Dios por el hombre, AMOR por el que, a
pesar de todo, siempre espera del hombre y siempre aspira a lo mejor de él.
En esta línea de experiencia del Dios Amor están escritos los textos bíblicos de los profetas Oseas, Jeremías, Ezequiel e
Isaías 2º y 3º. Estos profetas nos hablan del CORAZÓN como el lugar privilegiado de encuentro entre Dios y el hombre.
El templo y la ley ocuparán más bien un lugar secundario. Para conocer a Dios será necesario un camino de búsqueda
hacia el interior, hacia el corazón, hacia la intimidad. El camino de la memoria, de recuerdo del amor ya vivido y recibido,
una vuelta al primer amor de Dios. Pero a su vez, el corazón humano también es lugar donde puede habitar el mal, la
tentación, otros dioses… que no dejan espacio al amor de Dios. Será necesario primero purificar ese corazón, volver a la
época del desierto, vaciarse de esclavitudes e idolatrías, de otros amores superfluos, para abrirse de nuevo enteramente
al amor de Dios.
La transformación del corazón en el hombre forma parte del proceso de conocimiento de Dios y su acercamiento a Él.
Es el peldaño más importante de esa especial pedagogía de Dios con el hombre, para atraerle hacia Él y llegar a una
comunión. En todos estos profetas vemos esa forma gradual en que Dios se revela:
 Dios toma la iniciativa manera gratuita y por amor, le hace una promesa al Pueblo de Israel de tierra y
descendencia, le ofrece una Alianza.
 Tras el asentamiento, pronto viene una gran cadena de infidelidades, pecados e idolatrías de su pueblo. El
corazón también es capaz del mal: corazón prostituido.
 Dios sufre desencanto, frustración, decepción. Pero también el pueblo desde su corazón infiel, siente vacío,
desnudez, la misma que sintió en el desierto y recuerda el primer amor, y empieza a desear volver: corazón
quebrantado
 Aun con corazón adúltero, el hombre es perdonado por Dios, que en su infinita misericordia, le sigue esperando.
El pueblo se da cuenta del daño de su corazón, y se deja sanar, iniciando así un camino de transformación:
corazón nuevo
 El nuevo corazón lleva a una nueva alianza con Dios, una alianza de amor, del amor de Dios acogido por el
pueblo en comunión.
Se trata de la pedagogía del amor incondicional de Dios, pero fundamentada en la libertad del hombre, en su
posibilidad de elección. Para poder comprender bien el paso de la transformación del corazón, es necesario conocer los
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pasos previos de esa pedagogía divina y la meta final, teniendo en cuenta que todos ellos son pasos del corazón en este
camino de acercamiento a Dios por parte del hombre, por parte del pueblo de Israel. Son precisamente los profetas
quienes más nos hablan en el AT de ese lugar privilegiado de encuentro: el corazón. Como es del todo imposible, por
falta de espacio y tiempo, relacionar todos los textos que se refieren a todos los pasos de esta pedagogía del amor, he
recopilado una buena cantidad de los textos bíblicos de los profetas seleccionados en el conjunto de aspectos que
forman parte de la pedagogía del amor: corazón prostituido y quebrantado, la memoria y el desierto, y la alianza final.
Pero sobre todo he hecho hincapié en los relativos al HOMBRE DE CORAZÓN NUEVO.

CONTEXTO HISTÓRICO-SOCIAL Y CLAVES TEOLÓGICAS


Oseas pertenece al siglo de oro de la profecía de Israel, desempeñando su vocación aproximadamente entre los años
760-720 aC en el Reino del Norte, al final del reinado de Jeroboán II, y sobre todo, después de éste, en un momento de
turbulencia y caos político y de decadencia y descomposición social. Fue una época también de crisis religiosa, tanto por
la falta de moralidad de la clase sacerdotal, como por el sincretismo y la idolatría, a causa de la convivencia del
monoteísmo con los cultos paganos. Vivió su vocación de una manera muy especial, pues Dios le llamó a encarnar en el
drama personal de su matrimonio, la historia de relación de Dios con el pueblo de Israel: la prostitución e infidelidad de
su mujer fueron símbolo de la miseria y el pecado del pueblo, pero el apasionado y profundo amor de Oseas por Gomar,
se convirtió en símbolo de la grandeza del corazón de Dios y también del corazón humano. Oseas fue el precursor de la
fe de la intimidad y del corazón, interpretando la Alianza en clave matrimonial y así dando a conocer la historia de
salvación del Dios Amor y Compasión. El texto bíblico de Oseas está plagado de alusiones al amor, tanto al de pareja
como al paterno-filial, todos en relación con el amor de Dios. Respecto a la pedagogía divina que mencionaba en la
introducción, se evidencia de forma muy clara en el libro de Oseas: un camino que va desde el pecado y la decepción
vivida por Oseas y por Yahvé, el primero respecto a su matrimonio infiel y el segundo respecto a la infidelidad de su
pueblo, hasta la confianza y amor divinos y humanos, que se manifiestan en la esperanza en el reencuentro y la nueva
comunión.
Jeremías, Ezequiel y 2º Isaías forman parte de los llamados profetas del tiempo de crisis, del exilio, del momento en
que todas las seguridades tambalean, en que el sistema de valores establecido deja de tener sentido, en que todo llama
a un nuevo replanteamiento. Son los profetas que o bien vivieron los duros momentos previos al exilio, en que todo se
iba desmoronando, o bien vivieron el exilio, la destrucción, la soledad, la ruina, el desapego, la renuncia... Llevaron a
cabo sus misiones entre los años 630-530 aC. Es el momento de “la larga travesía nocturna” (E.Lecrerc), el momento
del silencio de Dios, la hora en que habla al corazón del hombre, pues “Dios conduce al ser humano de todos los tiempos
a sus propios hondones, único modo de que despierte lo mejor que late adormecido en los mismos y renazca algo nuevo”
(JL Elorza). En muy poco tiempo Judá vivirá una gran agitación histórica: la liberación de la opresión asiria, la euforia de
la libertad, la restauración y esperanza nacionales, la caída inesperada bajo la opresión babilónica y la gran inestabilidad
hasta la destrucción total y el hundimiento en el año 586 aC. ¿Estaría llamando Yahvé a vivir algo NUEVO?
Judá podrá sobrevivir gracias a la palabra profética, que aprenderá a escuchar en el exilio, pues no le había prestado
antes mucha atención. Los profetas fueron los de la esperanza en la noche: el pueblo quedaría sin rey y sin libertad, sin
tierra ni templo, pero le quedaría su Dios Yahvé, el verdadero Señor de la historia.
Jeremías es el verdadero iniciador de la fe de la interioridad y del corazón. En profunda solidaridad emocional con Dios y
en simpatía con sus sentimientos, sufre por el hombre, por su pueblo y sus equivocaciones, de la misma manera que lo
hace Dios. En el corazón de Dios descubre el dolor del corazón humano. En su época de “arrancar y arrasar”, denuncia
la idolatría, la infidelidad, la falsa seguridad y el culto superfluo, así como la falsa profecía y sus vanas ilusiones. Llama a
una verdadera “circuncisión del corazón” y en su famoso discurso contra el templo, lo cuestiona como lugar de
encuentro con Dios. En su etapa de “edificar y plantar” busca la vuelta del pueblo a Dios, anunciando con esperanza lo
nuevo por llegar. Llama a la renovación del corazón humano prometiendo una nueva alianza eterna con Yahvé, impresa
en el corazón. La ley sinaítica se ve sustituida por el corazón del hombre, que se deja modelar por Dios, como el alfarero
modela su vasija. En sus 40 añas de vocación, vive inicialmente la época de la reforma de Josías, que no comparte del
todo por quedarse a nivel superficial, sobre todo en cultos y ritos. Posteriormente fue testigo de la caída de la
monarquía con el reinado de Sedecías, de la destrucción de Jerusalén y del exilio, que marcaron toda su predicación.
Ezequiel, de origen sacerdotal, experimentó en sus carnes el exilio a Babilonia y vivió su vocación profética como una
invasión trascendente y totalizante de Dios, bastante similar a la que pudieron vivir Oseas o Jeremías. Compara la
relación entre Dios y su pueblo con la vida matrimonial, al igual que Oseas, anunciando una nueva Alianza gracias al
amor de Dios, correspondido con infidelidad por su pueblo. Muestra un Dios eternamente fiel, capaz de reiniciar una y
otra vez su historia con el ser humano. Utiliza con frecuencia la simbología del agua como poder de transformación.
Dios es la fuente capaz de cambiar el corazón de piedra del hombre en un corazón de carne, es el dador de un corazón
nuevo y un espíritu nuevo. Es el profeta que plasma el sueño de Dios sobre el hombre: el de un nuevo corazón capaz de
crear vida, libertad y justicia. Iniciador de la retribución individual, ve en la libertad del hombre su capacidad de elección
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y su opción por la salvación ofrecida por Dios. Padre del judaísmo, anuncia un nuevo orden nacional, un proyecto futuro
de Dios, un pueblo santo con su centro en Jerusalén.
El 2º Isaías, cuya misión parece pudo iniciarse al final del exilio y en el momento de la liberación por Ciro en el 539 aC,
debió vivir en Jerusalén durante el exilio. El pueblo judío, desprovisto de todo apoyo institucional, tuvo que comenzar a
hacer un trabajo hacia su interioridad, viviendo un proceso de transformación y de afirmación de su identidad de pueblo
de Dios. La escucha de la palabra de Dios y la oración confiada constituyeron, durante el exilio, la fuente de fortaleza y
mantuvieron encendida la brasa bajo las cenizas. Judá aprendió a ser pueblo de Dios sin estado político, la sinagoga y el
sábado se convirtieron en fermento de un pueblo nuevo. En ese tiempo de esclavitud, un nuevo profeta lanza un grito
de consolación: el sufrimiento se acaba, llega de nuevo la salvación de vuestro Dios. El profeta ve signos de cambio y de
liberación, Ciro es signo de nueva esperanza para los deportados. Iniciador de la teología de la creación, ve a Yahvé
como recreador del corazón humano y refundador de una nueva alianza con su pueblo, basada en el amor fiel de Dios.
Sin embargo, hace hincapié en que este amor de Dios es universal, accesible a todo el mundo.

CORAZÓN PROSTITUIDO. El misterio del mal. Ruptura de la Alianza.


El corazón del hombre es un corazón lleno de contradicciones, capaz del bien, pero también capaz del peor de los males,
el de querer vivir al margen de Dios, creyéndose un dios y rodeado de otros dioses. De esto nos hablan, sobre todo,
Oseas y Jeremías.
Oseas tuvo una mirada perspicaz y penetrante para analizar la sociedad del s.VIII. Al hacerlo también penetró en el
misterio del ser humano. A través del discernimiento en profundidad de la realidad de Israel, realizó el del corazón
humano. Como Jeremías, se sintió intrigado por la fuerza y la capacidad del mal en el hombre. Nos habla de la dimensión
universal del pecado, del panorama de violencia en su país, y de la fuerza de contagio que el mal tiene en el corazón de
los hombres: “No hay fidelidad ni amor, ni conocimiento de Dios en esta tierra, sólo perjurio y engaño, saqueo y robo,
adulterio y violencia” (Os 4,1). Acusa un deterioro general que abarca todas las esferas de la existencia humana, una
especie de desorden universal que, por contagio, produce estructuras generadoras de maldad y desorden, extendiendo
la injusticia.
Pero también Oseas destaca la dimensión histórica del mal, la que tiene sus inicios desde el primer momento de
existencia del hombre-. Y esa página de preciosa simbología paterno filial nos dice: “Cuando Israel era niño, yo lo amé, y
de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se apartaban de mí. Ofrecían sacrificios a los baales y quemaban
ofrendas a los ídolos. Con todo, yo enseñé a andar a Efraín, y lo llevé en mis brazos. Pero no han comprendido que era yo
quien los cuidaba” (Os 11,1-3). Y es que, a pesar de que Dios ha hecho de padre con Israel, lo ha engendrado, lo ha
cuidado con ternura, lo ha mimado… no ha sido correspondido ni comprendido. Es el pecado original, ese defecto de
origen, que hizo al hombre olvidarse de su creador e iniciar la cadena de infidelidades.i Es el pecado que se ha ido
extendiendo por la historia, por el que los hombres se dejaron engañar y seducir por otros dioses y se olvidaron de su
Dios único, y por el que todavía siguen pecando.
Y su abandono del Señor sólo les conduce al absurdo y a la frustración: “Comerán, pero no se saciarán, se prostituirán,
pero no tendrán hijos, porque han abandonado al Señor, para entregarse a la prostitución…..un espíritu de fornicación
los extravía, y se prostituyen abandonando a su Dios” (Os 4,10-12). Es la dimensión sapiencial del mal, la que lleva al
hombre a buscar el bien donde sólo encuentra el sinsentido, dejando de lado al único que es la fuente de ser y de
realización. Porque el hombre tiende a hacerse falsas ilusiones atentando contra su propia felicidad, apartándose del
Único que constituye su Amor y fundamento.
Pero quizá la dimensión de pecado más importante que encontramos en Oseas es la antropológica, la que penetra hasta
lo más íntimo del corazón humano, ya que por su potencial de infidelidad se convierte en un “corazón prostituido”: “Sus
acciones les impiden volver a Dios, pues dentro de ellos hay un espíritu de prostitución y no conocen al Señor” (Os 5,4)
En esta simbología matrimonial del amor de Dios, Oseas reserva a los ídolos el papel de amantes de la esposa infiel,
Israel. Los amantes se presentan como rivales del marido, son los ídolos, y pretenden suplantarlo. Aunque el pecado no
se comete una sola vez, ni con un solo amante, no hay ídolo que pueda rivalizar con Dios. Sólo con Yahvé es posible una
relación de amor satisfactoria. Como amantes, los ídolos, son engañosos, no dan lo que prometen, y son incapaces de
amar verdaderamente, pero mientras dura el engaño, impiden al pueblo volver a su Dios verdadero.ii Justamente la
alusión de Oseas a la falta de conocimiento del pueblo se refiere a esta falta de sintonía del corazón del hombre con el
corazón de Dios, genera una irracionalidad, pues el corazón del hombre se dispersa buscando falsas seguridades, y esto
lo hace incapaz de amar de modo libre y total. Y por eso nos dice: “Mi pueblo perece por falta de conocimiento, por
haber rechazado el conocimiento” (Os 4,6). Esta falta de conocimiento hunde sus raíces en la dimensión teologal, pues
para Oseas la falta de conocimiento de Dios indica el no dejarse amar por Él ni corresponderle en su amor regalado,
estando profundamente vinculado con el corazón.
Consecuentemente el pecado del hombre, su infidelidad, sus ídolos, sus otros amantes le llevan a romper la Alianza con
Dios: “Ella ya no es mi mujer, ni yo soy su marido” (Os 2,4). iiiEn este maravilloso capítulo 2 de Oseas, un poema en
forma de acusación o litigio de amor, resalta la metáfora sobre el matrimonio haciendo relación a la Alianza. Todo se
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desarrolla en forma de juicio: el marido toma la palabra y anima a los hijos a que acusen a la madre. La acusación
principal: la ruptura de la Alianza (del matrimonio) a causa de la infidelidad (adulterio). Los signos del pecado: los
amantes, los baales. Y el castigo: la desnudez, el desierto, la sequedad… Como veremos en el punto siguiente, el mal, la
infidelidad … conducen al hombre al vacío, a la soledad, a la tristeza, a un corazón quebrantado.
El profeta Jeremías, también buen analista de la sociedad de su tiempo, retoma este mismo matiz del mal humano,
como huésped de su corazón, en su doble sentido histórico y antropológico. “Nada hay tan engañoso y perverso como el
corazón humano” (Jer 17,9). A Jeremías le preocupa esta gran capacidad de maldad, mentira y ceguera de su pueblo. Es
el mal en lo más hondo del corazón lo que le impide cambiar, la ceguera permanente, lo que le impide ver.“Escucha,
pueblo insensato y necio, que tiene ojos y no ve, oídos y no oye ….es duro y rebelde de corazón, me abandona y se
marcha” (Jer 5, 21.23).
La conducta del pueblo no tiene remedio. Su corazón dañado les hace incapaces de comprender, de revisar y de volver a
la verdad. Jeremías se expresa incluso con pesimismo sobre las posibilidades del ser humano: lo ve incapaz de vivir a la
altura de sus mejores aspiraciones y de responder a las expectativas de Dios. “Pero vosotros sois peores que vuestros
antepasados, cada uno sigue la maldad de su corazón obstinado sin escucharme a mí” (Jer 16,12). Y, como Oseas, hace
hincapié en esa irracionalidad, en esa carencia de afectividad hacia el Dios Amor, en esa falta de conocimiento de Él:
“Son todos adúlteros, una banda de traidores ….van de maldad en maldad, sin conocerme a mí” (Jer 9,1.2). Es el corazón
sin corazón, que no conduce a nada, salvo al desmoronamiento.
Incluso Ezequiel más tarde alude al potencial de mal en el corazón humano, haciendo uso de la misma simbología que
Oseas: “¡Qué enfermo tenías el corazón para cometer todos esos actos propios de una prostituta desvergonzada!” (Ez
16,20). Y también hace hincapié en su tendencia a la autosuficiencia y al orgullo: “Tu corazón se ha engreído, y te creíste
un dios sentado en el trono de los dioses sobre el mar. Pero tú no eres un dios, sino un hombre que cree tener la
inteligencia de un dios” (Ez 28,2).

CORAZÓN QUEBRANTADO : La memoria y el desierto, caminos de vuelta al corazón


“Aunque te vistas de púrpura y te adornes con joyas de oro, aunque te maquilles los ojos, en vano te embelleces, tus
amantes te desprecian, pues es tu vida lo que quieren” (Jer 4,30) El camino elegido por el hombre no le conduce a la
felicidad, más bien todo lo contrario. Buscando seguridades, encuentra inestabilidad, buscando poder, encuentra vacío
…. porque hay un solo camino para llegar a la verdad. Y entonces el hombre se siente derrotado, frustrado. Se
contempla a sí mismo entristecido, ve lo inútil de su empeño y se siente desorientado. Es el hombre de corazón
quebrantado. “Tu conducta y tus actos te han traído esto; es tu castigo, una amargura que hiere el corazón” (Jer 4,18)
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El ser humano puede elegirse a sí mismo de manera exclusiva y absoluta. Se erige en centro del mundo y reduce todas
las cosas a la medida de sus deseos y ambiciones. Entonces se cierra, no sólo a los demás, sino a su propia profundidad:
a su corazón, a esa parte santa y reservada de su ser que le vincula con el misterio del ser y con el mismo Dios. El
corazón se oscurece, viene la noche, lejos de su ser verdadero y sus raíces profundas, el exilio. Ha dejado de habitar en
su corazón. Anda errante por tierra extranjera al servicio de dioses extranjeros. Y queda vacío . “Siguieron a dioses
vanos y acabaron siendo vanidad” (Jer 2,5)
El retorno al corazón no es posible sin una fractura. El pequeño mundo en el que el hombre se ha encerrado debe
estallar. “Esta vez voy a lanzar lejos a los habitantes de esta tierra, les pondré en aprietos para que me encuentren” (Jer
10,18). Poco importa de dónde vienen los golpes bruscos que le hagan tambalearse, se ha abierto una brecha en los
muros, y ahí están, privados de su seguridad, entregados a la realidad, plena, desnuda y salvaje. La ciudad ha sido
tomada, el templo destruido, y ahí empieza la experiencia del “corazón quebrantado”. “Te sedujo el terror que
sembrabas y la arrogancia de tu corazón: habitas en las rocas escarpadas agarrada a las cumbres; pues aunque pongas
el nido tan alto como un águila, de allí te derrumbaré” (Jer 49,16). Se presenta primero como un gran vacío. El ser
humano ya no encuentra nada en que poner su seguridad. Se acabó la tierra firme bajo sus pies. Sólo tempestad y
noche. Esta devastación sumerge al alma en una angustia sin fondo. “Todos los corazones desmayarán y desfallecerán
todos los brazos, todos los espíritus vacilarán y flaquearán todas las rodillas” (Ez 21,12). El corazón quebrantado se abre
al huracán; consiste en ser despojado de todo lo que le servía de refugio, perder todas sus seguridades. “Les desgarraré
el corazón adúltero que se apartó de mí” (Ez 6,9). Es el tiempo de esa pedagogía de Dios: el momento donde más se
siente al NO DIOS, al DIOS SILENCIO, es el momento en que el corazón quebrantado se abre a Dios, y le deja ser. Lo que
parecía ser un abismo de desolación se convierte en el lugar privilegiado donde el ser humano puede de nuevo verse
agarrado por Dios. La nueva relación entre Dios y el corazón quebrantado no destruye la soledad del hombre, pues Dios
siempre deja al hombre ser hombre.
Lo primero que muestra Dios en esta experiencia es su alejamiento infinito, su trascendencia: “Cuanto dista el cielo de la
tierra, así mis caminos de los vuestros, mis planes de vuestros planes” (Is 55,9). El corazón quebrantado cae en la cuenta
de toda la distancia que le separa de Dios. Y lo hace a través de la conciencia de su pecado. “Mi aflicción no tiene
remedio, mi corazón desfallece. Los gritos de angustia de mi pueblo proceden de tierras lejanas ¿Ya no está el Señor en
Sión?” (Jer 8,18). Sin embargo, la experiencia de “corazón quebrantado” no se detiene ahí, pues es justamente en la
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noche, en la soledad de ese corazón donde Dios se revela. El misterio de Dios radica en su preocupación por el hombre
perdido, por el pecador. Lo quiere vivo, salvado, santo. El Dios inaccesible hace saber que entre él y el corazón
quebrantado queda abolida toda la distancia. Al pueblo exiliado que compara con la esposa abandonada le dice: “Por un
breve instante te abandoné, pero ahora te acojo con inmenso cariño. En un arrebato de ira te oculté mi rostro por un
momento, pero mi amor por ti es eterno” (Is 54,8). El “corazón quebrantado” descubre al Dios vivo, porque Dios es el
más allá en el corazón mismo de la existencia humana más degradada, más humilde y veremos cómo se convierte en
fuerza de liberación, en llamada de renovación, fuente de recreación …. pero también como inquietud y herida. Porque
el “corazón quebrantado” es la brecha por la que Dios puede entrar, una abertura al Dios vivo e imprevisible. Dios
habita en el “corazón quebrantado” como una tempestad.
Necesariamente la revelación del Dios vivo debe pasar por la experiencia del “corazón quebrantado”. Es el lugar
privilegiado de revelación de Dios, pues designa la realidad profunda del ser humano, en oposición a la apariencia y la
mentira. El corazón es la fuerza amorosa que le vincula con el misterio de Dios, y a su vez, comunión con todo cuanto es.
Es por el corazón por lo que el ser humano es imagen de Dios. Las fuerzas del corazón le impulsan hacia los demás, le
abren a la bondad y a Dios. Para los profetas volver a Dios y volver al corazón constituye un mismo y único proceso. Al
volver al corazón, el ser humano recupera la dimensión profunda de su ser, la que vuelve a ponerle en contacto con el
Dios vivo.
Por todo ello Oseas nos manifiesta que el tiempo muerto, el tiempo de no-historia, el tiempo de vacío puede hacer
posible nueva historia. Los hombres y mujeres de Israel, despojados como nación de toda actividad propia y de todo
signo distintivo, dispersados entre las naciones paganas, son invitados a volver a su corazón: “Pero yo voy a seducirla; la
llevaré al desierto y le hablaré al corazón ….y ella me responderá como en los días de su juventud, como el día en que
salió de Egipto” (Os 2, 16-17). En este itinerario de Dios para el hombre, los exiliados necesitarán tiempo para
comprender el verdadero sentido de la migración interior. Y lo primero que los profetas se esfuerzan por devolver a su
pueblo es la MEMORIA: “Recordadlo y meditad, entrad en razón, rebeldes. Recordad las predicciones de antaño. Yo soy
Dios, no hay otro” (Is 46,8-9). Israel debe recordar. vEn el lenguaje profético recordar y volver al corazón son una misma
cosa. Se trata de despertar en nosotros aquella memoria profunda que forma una misma realidad con nuestro ser más
verdadero y con nuestra vocación primera. Esta vuelta al ser auténtico pasa por la destrucción de la falsa imagen que el
hombre se hace de sí mismo. En su primera fase supone algo así como un descenso a los infiernos: “El día en que naciste
no te cortaron el cordón, no te lavaron con agua …. Nadie se apiadó de ti ni hizo por compasión nada de esto, sino que te
arrojaron al campo como un ser despreciable” (Ez 16,4-5). A este pueblo demasiado orgulloso y demasiado seguro de sí
mismo, el profeta lo reenvía a sus oscuros orígenes. Es un lenguaje duro que arranca a un pueblo de la imagen favorable
que se había hecho de sí mismo, reconduciéndolo a su desnudez original: a la pobreza esencial del ser humano. Pero
sólo humilla para curar, dentro de esta pedagogía que tiene con el ser humano (ver Ez 16, 6-15).
Ahora, abandonado y rechazado por todos, despojado de todo y perdido en el mundo pagano, Israel debe regresar con
humildad a su punto de partida y restablecer sus vínculos con la parte de su ser que depende exclusivamente de la
gratuidad de Dios. En su pobreza es invitado a recordar su verdadera identidad. La joven, la novia, el agua fresca que
fluye … son imágenes que evocan un mundo intacto y maravilloso, el mundo de los comienzos primordiales. Un mundo
puro, lejano pero siempre presente. Un mundo fiel. Lo mismo ocurre entre el corazón y Yahvé. Todo puede renacer.
Basta con que Israel pueda volver a encontrar el camino hacia su corazón. “No te acordaste de los días de tu infancia,
cuando estabas desnuda y sin vestido..” (Ez 16,22). Esta queja quisiera hacer brotar desde el fondo del corazón una voz
olvidada. Busca despertar esa sensibilidad primera: “Recuerdo tu amor de juventud, tu cariño de joven esposa, cuando
me seguías por el desierto, por una tierra baldía” (Jer 2,2). Porque a pesar de la dolorosa experiencia de la infidelidad,
Yahvé sigue amando a su pueblo, Oseas sigue amando a Gomar. Israel, esposa infiel, deberá pasar por vivir la
experiencia de desierto, una vuelta a su estado original, a la austeridad: sin trigo, sin viñedos, sedienta en tierra árida,
para recordar que todo lo que tiene y disfruta es don de Dios. Es la reducción al vacío afectivo. No como castigo, sino
como pedagogía, ponerla en las condiciones adecuadas para que le nazca el recuerdo del primer marido. Y para ello
necesita saber lo que le pasa, alejándose de la fuente de su ser: “Voy a volver a mi primer marido, pues entonces me iba
mejor que ahora” (Os 2,9). viHiriendo el corazón a través de experiencias dolorosas, Dios pone el cerco a Israel para que
sea signo del comienzo de algo nuevo. El ser humano es más que sus deseos inmediatos: está abierto a más y mejor. En
su corazón comienza el camino de vuelta, su autenticidad está asegurada por la experiencia de una situación sin salida.
Y tras esta estrategia de dolor, la estrategia de una nueva seducción por parte de Dios. El desierto es el lugar del primer
amor para Israel, donde comenzó a conocer a Yahvé como salvador y a sí mismo como pueblo amado y libre. Dios
mediante nuevas ternuras y cariños, se propone remodelar su corazón, despertando lo mejor de él. Dios es el paciente
artesano de la riqueza del yo que lleva dentro el ser humano. Se muestra mendigo de amor porque no se resigna a no
ser amado. Por ello quiere reiniciar desde cero, para poder llegar a una nueva alianza de amor.
La celebración lírica del pasado constituye un lenguaje simbólico que permite al ser humano explorar lo más original que
habita en él. En cada uno de nosotros habita la memoria de la inocencia, que ni las faltas más graves consiguen borrar.
Esa memoria se confunde con el recuerdo se confunde con el recuerdo de nuestras experiencias primeras, pero todavía
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es más remota, viene de otra luz, de otro resplandor. Es la memoria de Dios impresa en el corazón del hombre, una voz
de profundidad intacta, una reserva de pureza ofrecida permanentemente. En términos de recuerdos lejanos, o en el
lenguaje de una historia amorosa y sagrada, así es como Yahvé, por boca de los profetas, invitó a su pueblo a volver a los
caminos de su infancia y su juventud, caminos de admiración que llevan al hombre a su corazón.
Si Israel pudiera acordarse con su corazón, rememorar la profunda llamada y su juramento, de nuevo la Alianza saltaría a
su encuentro. Entonces volvería a encontrar el tiempo creador: el tiempo del corazón nuevo.

EL HOMBRE DE CORAZÓN NUEVO, el hombre que vuelve a su Dios


Y llega un momento en que desde el vacío existencial y desnudez más profundos, desde el corazón más desgarrado y
quebrantado, desde la honda soledad y desamparo, el pueblo de Israel se da cuenta, y empieza a escuchar, y vuelve a
necesitar y a querer abrir su corazón, para ser llenado por el Único Dios: “Vamos a volver al Señor, él nos despedazó y
nos sanará, nos hirió y nos vendará la herida” (Os 6,1). Porque no cabe otro camino para el hombre que su vuelta al
Dios, que le amó primero y que sigue confiando y esperando en él: “Buscarán de nuevo a su Dios, el Señor … y acudirán
con temor al Señor y a sus dones al fin de los días” (Os 3,5). Pero la clave de la transformación del hombre vendrá
también de la mano de Dios. No serán los méritos humanos quienes logren ese cambio, sino la eterna misericordia de
Dios, su amor trastornado y vencido por su pueblo, y vuelve a ser Él quien tome la iniciativa: “Yo sanaré su infidelidad,
los amaré gratuitamente, pues ha cesado mi ira” (Os 14,5). El amor de Dios es un amor absoluto, capaz de integrar en sí
todos los desvíos y barbaries del ser humano, pues nada ni nadie puede vencer al Dios Amor. La culpa del hombre
impedía el retorno, pero es Dios mismo quien se adelanta, quien le inspira confianza, quien motiva su vuelta. Volver,
volver con Dios, el verbo que se repite veinte veces en el profeta Oseas, resuena hondo en el corazón del hombre y lo
ensancha, le suscita confianza y por encima de todo, le pone en camino, en el camino de transformación de su corazón.
Porque es Dios quien abriga esperanza sobre el ser humano, y éste no tiene salida alguna sino es desde el Dios de
misericordia. Y desde el sentimiento de pequeñez humano ante esta grandeza de Dios, ante la inmensidad de su amor,
Dios es capaz de enderezar el camino desviado, sanar su corazón, reconciliarlo con toda la realidad: “Volverán a morar a
su sombra, revivirán como el trigo, florecerán como la vid” (Os 14,8)
Jeremías fue también profeta de esperanza, de una esperanza paradójica, la esperanza contra toda desesperanza, es
capaz de alimentar sueños de porvenir en la mayor de las crisis. Pues Dios creará futuro nuevo allí donde el hombre
destruye el presente: “Y como velé sobre ellos para arrancar y arrasar, para derribar y destruir, así velaré sobre ellos
para edificar y plantar” (Jer 31,28). Dios, como el alfarero, no se cansa de volver a hacer vasijas en su torno, por mucho
que no le salgan bien y se estropeen*, no cesa su ilusión y esperanza por mejorar las vasijas: “Bajé a casa del alfarero y
lo encontré trabajando en el torno. Si se estropeaba la vasija que estaba haciendo mientras moldeaba la arcilla con sus
manos, volvía a hacer otra. Entonces el Señor me dijo: ¿acaso no puedo hacer yo con vosotros, pueblo de Israel, lo
mismo que el alfarero?” (Jer 18, 3-6). ¡Qué gran signo de la esperanza inagotable de Dios en el ser humano! La esperanza
en medio del drama del exilio sólo se funda en el corazón de Dios, que ama al ser humano por encima de todo y puede
reconducir su historia más allá de su camino de destrucción. viiPero Jeremías anuncia algo más que la restauración futura
del pueblo, anuncia algo novedoso: la renovación del corazón mismo del ser humano. Esta renovación, como en Oseas,
debe partir de un corazón humilde y contrito, dispuesto para la conversión: “Circuncidaos para el Señor, extirpad el
prepucio de vuestros corazones” (Jer 4,4). Y nos habla con metáforas: no va a ser tan importante esa reforma que
plantea Josías y que se ciñe a los ritos superficiales, será necesaria una profunda restauración del interior del hombre,
del corazón del pueblo. Es lo nuevo de Dios, en el corazón mismo del hombre, su sueño: “Les daré un corazón íntegro e
infundiré en ellos un espíritu nuevo: les arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ez 11,19). Más
allá de la restauración externa, su esperanza alcanza niveles antropológicos: el ser humano renovado desde sus
entrañas. Toda reforma resulta pobre e insuficiente sin la transformación del corazón, queda en un mero cambio de
comportamientos, impuesto por la autoridad o por presiones sociales, pero superficial, poco duradero. Sólo
educándolo, en un proceso pedagógico, se obra una verdadera transformación del ser humano, desde dentro y en
libertad. La reforma de Josías no había valido para nada. En su propia historia y en la de su pueblo Jeremías descubre la
ley del perón: al pecado sigue la gracia por mura misericordia de un Dios Amor: “Yo los curaré y los haré convalecer, los
sanaré y los colmaré de paz y de fidelidad. Los purificaré de todos su pecados y perdonaré sus rebeldías. …Cambiaré la
suerte de esta tierra y volverá a ser como al principio” (Jer 33, 6-11). El profeta, a pesar de analizar a fondo el pecado del
hombre y de la sociedad, es capaz de esperar de Dios una acción sanadora en la interioridad del hombre. Esta sanación
es la que conducirá a un nuevo modo de relación del pueblo con Dios, fundamentada en el amor: “Les daré inteligencia
para que reconozcan que yo soy el Señor; ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios. Ellos volverán a mí de todo corazón”
(Jer 24,7). Y esta nueva relación permitirá al hombre conocer a Dios, en verdad, de corazón.
viii
En los corazones de los exiliados se había instalado el miedo, ese gran miedo de los que no se sienten seguros de nada.
Habían estado viviendo con un “certificado de garantía”, la de ser el pueblo de Dios. ¡Qué engaño! Todos sus sueños
estaban ahora bajo sus pies. Desarraigados, sin tierra, sumergidos en la más larga de las noches, era eso justo? ¿Tenían
que cargar con los pecados de sus padres? Ezequiel, el profeta que había mostrado desesperación en el momento en
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que sus compatriotas vivían despreocupados y llenos de optimismo. El que había visto como acechaba la guerra y el
odio, ahora que no quedaban más que ruinas, que había desaparecido toda esperanza les decía: ¿por qué queréis morir?
En los infiernos del drama, Ezequiel les invita a salir, les apremia a seguir creyendo en la vida, porque es a la vida a lo que
están llamados aquí y ahora, no a la muerte. Y les muestra el único camino de la resurrección: “Estrenad un corazón
nuevo y un espíritu nuevo, y así no moriréis” (Ez 18,31). A partir de ahora su religión no se apoyará en el templo, ni en los
sacrificios, ni en la nación. Su base será el corazón, lo más íntimo, lo más personal, lo más profundo del ser humano.
También lo más duradero. Cuando todo está perdido, sólo queda el corazón y sólo desde él puede recomenzar la vida.
Pero esta vida no recomenzará si no es desde un corazón nuevo. El profeta les llama a una renovación en profundidad.
Pues el poder de renovación del hombre habita en su corazón. En este poder residen la posibilidad de salvación y la
gracia de resurrección permanentemente ofrecidas. A cada uno corresponde hacer suyas esta posibilidad y esta gracia. A
cada uno corresponde personalmente decidirse por la vida o por la muerte. Es el comienzo de la retribución individual,
la persona responsable de sus propias elecciones y de su libertad. Nada está decidido para todos. Cada cual, en cada
instante, puede y debe elegir. Sea cual fuese su pasado, en todo momento puede renacer o morir. La relación del
hombre con Dios ya no depende del pueblo, en adelante reposará en lo más íntimo de cada uno, en la orientación de su
corazón. Cada uno, en cada instante puede empezar un futuro nuevo. Y es que su Dios había sido el Dios del pueblo, del
grupo, no conocían a Yahvé de corazón . Y desde la soledad, es llamado a abrir su corazón a lo desconocido, al futuro
que está pidiendo nacer: “Os rociaré con agua pura y os purificaré de todas vuestras impurezas e idolatrías. Os daré un
corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de
carne” (Ez 36,25-26). El Espíritu se convierte en llamada creadora, impulso irresistible de nuestro ser hacia uno mayor.
La hora en la que el ser humano no sabe quién es, en la que vaga errante como sombra entre sus ruinas, esa hora del
vacío, es también la hora de los grandes comienzos. El futuro nos atrae hacia sí. El Espíritu nos hace señas porque quiere
hacerse en nosotros corazón nuevo.
Y es que en ese espectáculo de huesos calcinados al que Yahvé transportó a Ezequiel, donde el hombre se confunde con
la tierra original, todavía hay posibilidad de VIDA. De Dios viene la fuerza de renovación: “Yo abriré vuestras tumbas, os
sacaré de ellas y os llevaré a la tierra de Israel. Infundiré en vosotros mi espíritu y viviréis” (Ez 37,13-14). Pues de nuevo
sólo Dios mismo puede tomar la iniciativa de la renovación del corazón humano. Y lo más asombroso es que el Espíritu
de Yahvé está estrechamente vinculado al corazón de carne. La experiencia espiritual unida a la carnal: la experiencia
espiritual más elevada, es la que devuelve al hombre su verdadera profundidad carnal. La participación del ser humano
en el Espíritu de Dios está vinculada a esa profundización que le hace encontrar, en lo más íntimo de sí mismo, las
fuentes vivas de la ternura y la comunión. Abrirse al Espíritu de Dios es nacer a una humanidad plena y profunda y allí
volver a crear el Edén de la antigua ternura olvidada, el primer amor. Sólo Dios conoce ese corazón de piedra, bajo el
que están sepultados los estratos más profundos del alma. Es necesario que se rompa la piedra para que brote de nuevo
el agua viva. También 2º Isaías lo experimenta así: “Mirad, voy a hacer algo nuevo, ya está brotando ¿no lo notáis?
Trazaré un camino en el desierto, senderos en la estepa” (Is 43,19). Sólo el corazón quebrado, que se ha dejado
desposeer por el espíritu de su suficiencia y de su voluntad de poder, puede volver a encontrar las fuentes ocultas. Y es
el Espíritu quien se las hace descubrir. El Espíritu de Yahvé necesita, para nacer, todas las fibras de nuestro corazón. Él
llama a una segunda vida esa parte de nosotros que creíamos destruida para siempre. Con ellas somos criaturas nuevas,
devueltas a la comunión con todo lo existente. Cuando se unen el Espíritu y el agua está naciendo un mundo nuevo. La
noche del exilio es la noche de los grandes comienzos: “Por donde pase este torrente, todo ser viviente que en él se
mueva, vivirá. Habrá abundancia de peces, porque las aguas del mar Muerto quedarán saneadas cuando llegue este
torrente.” (Ez 47,9)

LA NUEVA ALIANZA DE AMOR CON YAHVÉ, el nuevo pueblo de Dios


“Aquel día me llamarás mi marido… Te desposaré conmigo para siempre…en amor y en ternura, en fidelidad, y tu
conocerás al Señor. Diré a No mi pueblo: Tú mi pueblo y él dirá Tú mi Dios” (Os 2, 18.21-23.25)
Por fin es posible una relación de amor entre Dios y el hombre. Tú me conocerás: te penetrarás de Mí, me amarás desde
tu interioridad más honda, desde la totalidad de tu ser y tu existencia. La nueva relación con Dios no será ni por
imposición ni por miedo, será por AMOR. Por fin el pueblo experimentará a Dios como un Tú incomparable, Único y
digno de amor agradecido.
En esta larga historia de amor, Yahvé no había sido correspondido por Israel (la mujer), a causa de su persistente
infidelidad. Dios tenía la esperanza de poder vivir una relación vinculante, recíproca, exclusiva, pero sus gestos de
ternura y paciencia no encontraron corazón. Fracasó en varios de sus intentos, tuvo demasiada competencia (los
amantes, los baales). Pero Dios no acepta perder y vuelve con su estrategia original: su amor gratuito y permanente.
Pues no hay miseria humana capaz de alejar el amor de Dios. Dios tratará de recuperar de nuevo al hombre con su amor,
y esta vez será para siempre: “Yo me acordaré de la alianza que hice contigo en los días de tu juventud y estableceré
contigo una alianza eterna” (Ez 16,60).
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Pero ya no será la Ley lo que vincule al hombre con Dios, como lo ha sido antes. Así nos lo dice el profeta Jeremías:
“Vienen días en que yo sellaré con el pueblo de Israel una nueva alianza. No como la alianza que sellé con sus
antepasados ….Así será la alianza que haré con Israel … meteré mi ley en su pecho, la escribiré en su corazón, yo seré su
Dios y ellos serán mi pueblo” (Jer 31,31-33). La ley divina dada desde fuera en el Sinaí ha perdido protagonismo en esta
nueva unión, pues en su lugar Dios imprime el amor en las entrañas del ser humano. Ya no se trata de una religión
impuesta por la fuerza o por la ley, ni siquiera de una religión aprendida, sino de religión interiorizada: por la relación
con Dios por el descubrimiento de su rostro y de su proyecto en el corazón mismo del hombre y de su pueblo. Ha
aparecido una profunda vinculación entre Yahvé y “el corazón quebrantado”. Los deportados van descubriendo poco a
poco que esa vinculación es la misma Alianza. ¡La Alianza como vínculo de amor, como fiesta del corazón! El mensaje de
la nueva Alianza es revolucionario para el pueblo de Israel. Hasta ahora estaba ligada a un acontecimiento histórico y
liberador: el Éxodo. Era el acontecimiento que había instaurado a Israel como pueblo de Dios. Desde entonces, toda la
vida de Israel, con sus leyes, sus instituciones, sus ritos y fiestas, hacían referencia a aquel acontecimiento. Y la Alianza
tenía su fundamento en esa gran acción de Dios hacia su pueblo. Pero las profecías de Jeremías y Ezequiel rompen con
esta representación consagrada de la historia de la salvación. Anuncian algo nuevo: la Alianza de Dios con su pueblo no
se vinculará a acontecimientos pasados, sino que Dios la instaurará directamente en el corazón del hombre. El
acontecimiento fundante será una experiencia que tendrá lugar en lo más íntimo del ser. Desde esta nueva perspectiva
ya no hay que ir hacia detrás, sino hacia adelante y dentro de nosotros mismos: “No recordéis las cosas pasadas, no
penséis en lo antiguo. Mirad, que voy a hacer algo nuevo…” (Is 43,18). En medio del hundimiento se les ha concedido la
experiencia de la proximidad de Dios. El vínculo nuevo se establece entre “el corazón quebrantado” y el Espíritu de
Yahvé. La Alianza nueva libera al hombre de todo lo que tendía a hacer de él un simple elemento grupal y lo pone en
relación personal e inmediata con Dios. Sin embargo esta nueva relación no cierra al hombre, sino que lo abre a una
comunidad nueva y sin límites. Los “corazones quebrantados” se buscan y se encuentran. La Palabra los reúne. Y
también los reúne cierta calidad de corazón, que viene de una misma pobreza, una misma esperanza y una misma
certeza. Se abre un diálogo en profundidad. El diálogo de los pobres en la noche: el nuevo pueblo de Dios. La
pertenencia a este pueblo ya no vendrá marcada por la sangre, la raza o las instituciones, sino que tendrá su manantial
en un corazón especial y en una experiencia de comunión sin límites, una comunión universal: la de los que tienen el
“corazón quebrantado” y se han abierto al amor de Yahvé. Y por eso esta alianza es eterna, porque tiene lugar en todo
momento y siempre que hay un corazón pobre abierto al amor gratuito e infinito de Dios.
“Estableceré con ellos una alianza eterna; no cesaré de favorecerles y les daré un corazón fiel, para que no vuelvan a
alejarse de mí” (Jer 32,40)
“Haré con ellos una alianza de paz, una alianza eterna, y pondré mi santuario en medio de ellos para siempre” (Ez 37,26)
“Prestad atención, venid a mí, escuchadme y viviréis. Sellaré con vosotros una alianza perpetua, seré fiel a mi amor por
David” (Is 55,3)

CONCLUSIÓN
Los profetas anuncian un nuevo rostro de Dios, el mismo que se había estado revelando en la historia, pero que el
hombre había estado ciego para reconocer. Y ahora, a través de ellos se nos presenta más humano, más cercano, capaz
de reiniciar una y otra vez su historia de amor con su pueblo, sin sus méritos ni merecimientos, sólo con la compasión de
Yahvé.
La palabra última y definitiva de los profetas es la misma con la que Dios inició sus relaciones con el hombre: la
PROMESA. Yahvé, por encima de todas las barbaridades y desesperanzas de los seres humanos, pretende restablecer su
relación con nosotros y nos sueña completos, plenos, libres…. La última intención de Dios no es el juicio, ni la
destrucción, ni la muerte, sino la VIDA. Israel, como toda persona, vivió experiencias de muerte y de infierno en su
historia, de lejanía y silencio de Dios, pero se supo llamado a esperar de Él la experiencia honda de la comunión y un
futuro colmado.
Y todo ello gracias al amor apasionado de Dios por el hombre, del cual desde su ser trascendente, no quiere prescindir, y
una y otra vez lo justifica, se conmueve, llama a su puerta…. no lo deja escapar. El Dios que se nos revela en los profetas
se acerca mucho al Dios de Jesucristo, el que se nos revela en el Nuevo Testamento, el que desde su íntima relación con
el Padre nos cuenta cómo es el Padre. El mismo Padre de la parábola del Padre Misericordioso (el Hijo Pródigo), el que
humillado y defraudado, sin embargo deja marchar al hijo en su libertad, y el que, deseoso de su vuelta, no tiene en
cuenta su mal, lo acoge sin dejarle dar explicaciones, pues está ansioso por ofrecerle una vida nueva.
Al celebrar las bodas entre el Espíritu del Padre Misericordioso y el “corazón de carne”, los profetas dan al nuevo pueblo
de Dios la dimensión de lo universal, y nos permiten actualizarlo eternamente. El AMOR DE DIOS es promesa
permanente. Ya nada lo limita, ni en el espacio ni el tiempo. El AMOR DE DIOS está en todos los lugares donde hay
“corazones quebrantados” abiertos a la admiración del Espíritu.
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BIBLIOGRAFÍA
- Comentario al AT II, La Casa de la Biblia- Verbo Divino 2008
- Introducción al Profetismo Bíblico- JL Sicre- Verbo Divino 2012
- Reseña bíblica- El Profeta Oseas- Asociación bíblica española- Verbo Divino 2008
- El pueblo de Dios en la noche- Eloi Leclerc- Sal Terrae 2003
- Drama y Esperanza II- Un Dios desconcertante y fiable-Los profetas de Israel- JL Elorza. Ed.Frontera 2006

i
Drama y Esperanza II-Un dios desconcertante y fiable- Los profetas de Israel. Ed.Frontera 2006-JL Elorza pags. 74-76
ii
Reseña bíblica. El profeta Oseas. Asociación bíblica española. Ed. Verbo Divino 2008 pags. 24-26 Ignacio Carbajosa
iii
Comentario bíblico AT tomo II- La Casa de la Biblia- Verbo Divino 2008 pag.308
iv
El pueblo de Dios en la noche- Sal Terrae 2003- Eloi Leclerc pags.64-66
v
El pueblo de Dios en la noche- Sal Terrae 2003- Eloi Leclerc pags 33-37
vi
Drama y Esperanza II-Un dios desconcertante y fiable- Los profetas de Israel. Ed.Frontera 2006-JL Elorza pags. 63-66
vii
Drama y Esperanza II-Un dios desconcertante y fiable- Los profetas de Israel. Ed.Frontera 2006-JL Elorza pags. 181-182
viii
El pueblo de Dios en la noche- Sal Terrae 2003- Eloi Leclerc pags 29-32 y 71-74

Nuria Iranzo Reig


Valencia, 27 de enero de 2013

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