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INTRODUCCIÓN
Mi propuesta de trabajo se basa, no tanto en una exégesis tradicional, sino más bien en una reflexión e interpretación
del texto bíblico en clave antropológico-existencial, tratando de estudiarlo desde la vida misma, a partir de nuestros
propios interrogantes: el sentido de nuestra existencia, el destino; y desde nuestras preguntas creyentes: la búsqueda de
Dios, qué Dios se relaciona nosotros y qué nos ofrece, hacia dónde nos guía ….por qué caminos… Bajo esta perspectiva la
Palabra se dirige directamente a nosotros, nos habla y nos mueve a vivir nuestra vida como una historia de relación y
aventura con Él, la que también vivió el pueblo de Israel.
Una de las principales aportaciones del profetismo de Israel a la fe de Israel, y por tanto, también a la nuestra, es el
nuevo modelo de relación de Dios con el hombre y del hombre con Dios. La Alianza original establecida entre Yahvé y
su pueblo desde los patriarcas y, sobre todo, a raíz de la liberación de Egipto y del Éxodo, se fundamentaba en la Ley. Al
Dios de las promesas y sus dones de tierra y descendencia, había que corresponderle con la Ley, unos mandamientos de
acuerdo con su voluntad. La Alianza, basada en los antiguos pactos tribales de vasallaje, era el intercambio entre la
gratuidad de Dios y las correspondientes leyes de conducta humanas, tanto morales como cúlticas. Los profetas
rompieron con este esquema tradicional de alianza poniendo en duda el culto superficial y la seguridad religiosa. Por
boca de Dios, fueron capaces de cuestionar la errónea aplicación humana de la Ley de Dios. Para Dios, la Ley sólo es
una: la justicia. No existe Ley si ésta no tiene en cuenta al prójimo, al que sufre, al marginado, al pobre, al débil …. Los
ritos y los sacrificios no son importantes. Por otro lado, la Alianza no concede ningún privilegio, sino más bien lo
contrario, una responsabilidad: el que es de verdad de Dios, es para el hombre, para el prójimo, para el pobre, para la
viuda. Y para Dios no tiene sentido ninguna otra alianza. De la misma manera los profetas nos enseñan que la Alianza
no es entre iguales, porque hay una parte que siempre es FIEL y la otra que suele no serlo. Así que la Alianza deja de ser
un pacto equilibrado, pues el hombre debe asumir que en ese pacto está del lado de los infieles, de los débiles, de los
que fallan, de los que miran hacia otro lado, de los que persiguen otros dioses más cómodos. Sin embargo en esta
Alianza desigual, la fidelidad permanente de Dios al hombre no es consecuencia del cumplimiento de la Ley por parte
del hombre, ni de ningún mérito suyo, sino de la compasión y misericordia infinitas de Dios hacia el hombre. La
Alianza entre Dios y el hombre sólo es posible por la gracia de Dios. Los profetas nos enseñan que no es una alianza
de Ley, sino una Alianza de AMOR, fundamentada en el amor apasionado de Dios por el hombre, AMOR por el que, a
pesar de todo, siempre espera del hombre y siempre aspira a lo mejor de él.
En esta línea de experiencia del Dios Amor están escritos los textos bíblicos de los profetas Oseas, Jeremías, Ezequiel e
Isaías 2º y 3º. Estos profetas nos hablan del CORAZÓN como el lugar privilegiado de encuentro entre Dios y el hombre.
El templo y la ley ocuparán más bien un lugar secundario. Para conocer a Dios será necesario un camino de búsqueda
hacia el interior, hacia el corazón, hacia la intimidad. El camino de la memoria, de recuerdo del amor ya vivido y recibido,
una vuelta al primer amor de Dios. Pero a su vez, el corazón humano también es lugar donde puede habitar el mal, la
tentación, otros dioses… que no dejan espacio al amor de Dios. Será necesario primero purificar ese corazón, volver a la
época del desierto, vaciarse de esclavitudes e idolatrías, de otros amores superfluos, para abrirse de nuevo enteramente
al amor de Dios.
La transformación del corazón en el hombre forma parte del proceso de conocimiento de Dios y su acercamiento a Él.
Es el peldaño más importante de esa especial pedagogía de Dios con el hombre, para atraerle hacia Él y llegar a una
comunión. En todos estos profetas vemos esa forma gradual en que Dios se revela:
Dios toma la iniciativa manera gratuita y por amor, le hace una promesa al Pueblo de Israel de tierra y
descendencia, le ofrece una Alianza.
Tras el asentamiento, pronto viene una gran cadena de infidelidades, pecados e idolatrías de su pueblo. El
corazón también es capaz del mal: corazón prostituido.
Dios sufre desencanto, frustración, decepción. Pero también el pueblo desde su corazón infiel, siente vacío,
desnudez, la misma que sintió en el desierto y recuerda el primer amor, y empieza a desear volver: corazón
quebrantado
Aun con corazón adúltero, el hombre es perdonado por Dios, que en su infinita misericordia, le sigue esperando.
El pueblo se da cuenta del daño de su corazón, y se deja sanar, iniciando así un camino de transformación:
corazón nuevo
El nuevo corazón lleva a una nueva alianza con Dios, una alianza de amor, del amor de Dios acogido por el
pueblo en comunión.
Se trata de la pedagogía del amor incondicional de Dios, pero fundamentada en la libertad del hombre, en su
posibilidad de elección. Para poder comprender bien el paso de la transformación del corazón, es necesario conocer los
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pasos previos de esa pedagogía divina y la meta final, teniendo en cuenta que todos ellos son pasos del corazón en este
camino de acercamiento a Dios por parte del hombre, por parte del pueblo de Israel. Son precisamente los profetas
quienes más nos hablan en el AT de ese lugar privilegiado de encuentro: el corazón. Como es del todo imposible, por
falta de espacio y tiempo, relacionar todos los textos que se refieren a todos los pasos de esta pedagogía del amor, he
recopilado una buena cantidad de los textos bíblicos de los profetas seleccionados en el conjunto de aspectos que
forman parte de la pedagogía del amor: corazón prostituido y quebrantado, la memoria y el desierto, y la alianza final.
Pero sobre todo he hecho hincapié en los relativos al HOMBRE DE CORAZÓN NUEVO.
y su opción por la salvación ofrecida por Dios. Padre del judaísmo, anuncia un nuevo orden nacional, un proyecto futuro
de Dios, un pueblo santo con su centro en Jerusalén.
El 2º Isaías, cuya misión parece pudo iniciarse al final del exilio y en el momento de la liberación por Ciro en el 539 aC,
debió vivir en Jerusalén durante el exilio. El pueblo judío, desprovisto de todo apoyo institucional, tuvo que comenzar a
hacer un trabajo hacia su interioridad, viviendo un proceso de transformación y de afirmación de su identidad de pueblo
de Dios. La escucha de la palabra de Dios y la oración confiada constituyeron, durante el exilio, la fuente de fortaleza y
mantuvieron encendida la brasa bajo las cenizas. Judá aprendió a ser pueblo de Dios sin estado político, la sinagoga y el
sábado se convirtieron en fermento de un pueblo nuevo. En ese tiempo de esclavitud, un nuevo profeta lanza un grito
de consolación: el sufrimiento se acaba, llega de nuevo la salvación de vuestro Dios. El profeta ve signos de cambio y de
liberación, Ciro es signo de nueva esperanza para los deportados. Iniciador de la teología de la creación, ve a Yahvé
como recreador del corazón humano y refundador de una nueva alianza con su pueblo, basada en el amor fiel de Dios.
Sin embargo, hace hincapié en que este amor de Dios es universal, accesible a todo el mundo.
desarrolla en forma de juicio: el marido toma la palabra y anima a los hijos a que acusen a la madre. La acusación
principal: la ruptura de la Alianza (del matrimonio) a causa de la infidelidad (adulterio). Los signos del pecado: los
amantes, los baales. Y el castigo: la desnudez, el desierto, la sequedad… Como veremos en el punto siguiente, el mal, la
infidelidad … conducen al hombre al vacío, a la soledad, a la tristeza, a un corazón quebrantado.
El profeta Jeremías, también buen analista de la sociedad de su tiempo, retoma este mismo matiz del mal humano,
como huésped de su corazón, en su doble sentido histórico y antropológico. “Nada hay tan engañoso y perverso como el
corazón humano” (Jer 17,9). A Jeremías le preocupa esta gran capacidad de maldad, mentira y ceguera de su pueblo. Es
el mal en lo más hondo del corazón lo que le impide cambiar, la ceguera permanente, lo que le impide ver.“Escucha,
pueblo insensato y necio, que tiene ojos y no ve, oídos y no oye ….es duro y rebelde de corazón, me abandona y se
marcha” (Jer 5, 21.23).
La conducta del pueblo no tiene remedio. Su corazón dañado les hace incapaces de comprender, de revisar y de volver a
la verdad. Jeremías se expresa incluso con pesimismo sobre las posibilidades del ser humano: lo ve incapaz de vivir a la
altura de sus mejores aspiraciones y de responder a las expectativas de Dios. “Pero vosotros sois peores que vuestros
antepasados, cada uno sigue la maldad de su corazón obstinado sin escucharme a mí” (Jer 16,12). Y, como Oseas, hace
hincapié en esa irracionalidad, en esa carencia de afectividad hacia el Dios Amor, en esa falta de conocimiento de Él:
“Son todos adúlteros, una banda de traidores ….van de maldad en maldad, sin conocerme a mí” (Jer 9,1.2). Es el corazón
sin corazón, que no conduce a nada, salvo al desmoronamiento.
Incluso Ezequiel más tarde alude al potencial de mal en el corazón humano, haciendo uso de la misma simbología que
Oseas: “¡Qué enfermo tenías el corazón para cometer todos esos actos propios de una prostituta desvergonzada!” (Ez
16,20). Y también hace hincapié en su tendencia a la autosuficiencia y al orgullo: “Tu corazón se ha engreído, y te creíste
un dios sentado en el trono de los dioses sobre el mar. Pero tú no eres un dios, sino un hombre que cree tener la
inteligencia de un dios” (Ez 28,2).
noche, en la soledad de ese corazón donde Dios se revela. El misterio de Dios radica en su preocupación por el hombre
perdido, por el pecador. Lo quiere vivo, salvado, santo. El Dios inaccesible hace saber que entre él y el corazón
quebrantado queda abolida toda la distancia. Al pueblo exiliado que compara con la esposa abandonada le dice: “Por un
breve instante te abandoné, pero ahora te acojo con inmenso cariño. En un arrebato de ira te oculté mi rostro por un
momento, pero mi amor por ti es eterno” (Is 54,8). El “corazón quebrantado” descubre al Dios vivo, porque Dios es el
más allá en el corazón mismo de la existencia humana más degradada, más humilde y veremos cómo se convierte en
fuerza de liberación, en llamada de renovación, fuente de recreación …. pero también como inquietud y herida. Porque
el “corazón quebrantado” es la brecha por la que Dios puede entrar, una abertura al Dios vivo e imprevisible. Dios
habita en el “corazón quebrantado” como una tempestad.
Necesariamente la revelación del Dios vivo debe pasar por la experiencia del “corazón quebrantado”. Es el lugar
privilegiado de revelación de Dios, pues designa la realidad profunda del ser humano, en oposición a la apariencia y la
mentira. El corazón es la fuerza amorosa que le vincula con el misterio de Dios, y a su vez, comunión con todo cuanto es.
Es por el corazón por lo que el ser humano es imagen de Dios. Las fuerzas del corazón le impulsan hacia los demás, le
abren a la bondad y a Dios. Para los profetas volver a Dios y volver al corazón constituye un mismo y único proceso. Al
volver al corazón, el ser humano recupera la dimensión profunda de su ser, la que vuelve a ponerle en contacto con el
Dios vivo.
Por todo ello Oseas nos manifiesta que el tiempo muerto, el tiempo de no-historia, el tiempo de vacío puede hacer
posible nueva historia. Los hombres y mujeres de Israel, despojados como nación de toda actividad propia y de todo
signo distintivo, dispersados entre las naciones paganas, son invitados a volver a su corazón: “Pero yo voy a seducirla; la
llevaré al desierto y le hablaré al corazón ….y ella me responderá como en los días de su juventud, como el día en que
salió de Egipto” (Os 2, 16-17). En este itinerario de Dios para el hombre, los exiliados necesitarán tiempo para
comprender el verdadero sentido de la migración interior. Y lo primero que los profetas se esfuerzan por devolver a su
pueblo es la MEMORIA: “Recordadlo y meditad, entrad en razón, rebeldes. Recordad las predicciones de antaño. Yo soy
Dios, no hay otro” (Is 46,8-9). Israel debe recordar. vEn el lenguaje profético recordar y volver al corazón son una misma
cosa. Se trata de despertar en nosotros aquella memoria profunda que forma una misma realidad con nuestro ser más
verdadero y con nuestra vocación primera. Esta vuelta al ser auténtico pasa por la destrucción de la falsa imagen que el
hombre se hace de sí mismo. En su primera fase supone algo así como un descenso a los infiernos: “El día en que naciste
no te cortaron el cordón, no te lavaron con agua …. Nadie se apiadó de ti ni hizo por compasión nada de esto, sino que te
arrojaron al campo como un ser despreciable” (Ez 16,4-5). A este pueblo demasiado orgulloso y demasiado seguro de sí
mismo, el profeta lo reenvía a sus oscuros orígenes. Es un lenguaje duro que arranca a un pueblo de la imagen favorable
que se había hecho de sí mismo, reconduciéndolo a su desnudez original: a la pobreza esencial del ser humano. Pero
sólo humilla para curar, dentro de esta pedagogía que tiene con el ser humano (ver Ez 16, 6-15).
Ahora, abandonado y rechazado por todos, despojado de todo y perdido en el mundo pagano, Israel debe regresar con
humildad a su punto de partida y restablecer sus vínculos con la parte de su ser que depende exclusivamente de la
gratuidad de Dios. En su pobreza es invitado a recordar su verdadera identidad. La joven, la novia, el agua fresca que
fluye … son imágenes que evocan un mundo intacto y maravilloso, el mundo de los comienzos primordiales. Un mundo
puro, lejano pero siempre presente. Un mundo fiel. Lo mismo ocurre entre el corazón y Yahvé. Todo puede renacer.
Basta con que Israel pueda volver a encontrar el camino hacia su corazón. “No te acordaste de los días de tu infancia,
cuando estabas desnuda y sin vestido..” (Ez 16,22). Esta queja quisiera hacer brotar desde el fondo del corazón una voz
olvidada. Busca despertar esa sensibilidad primera: “Recuerdo tu amor de juventud, tu cariño de joven esposa, cuando
me seguías por el desierto, por una tierra baldía” (Jer 2,2). Porque a pesar de la dolorosa experiencia de la infidelidad,
Yahvé sigue amando a su pueblo, Oseas sigue amando a Gomar. Israel, esposa infiel, deberá pasar por vivir la
experiencia de desierto, una vuelta a su estado original, a la austeridad: sin trigo, sin viñedos, sedienta en tierra árida,
para recordar que todo lo que tiene y disfruta es don de Dios. Es la reducción al vacío afectivo. No como castigo, sino
como pedagogía, ponerla en las condiciones adecuadas para que le nazca el recuerdo del primer marido. Y para ello
necesita saber lo que le pasa, alejándose de la fuente de su ser: “Voy a volver a mi primer marido, pues entonces me iba
mejor que ahora” (Os 2,9). viHiriendo el corazón a través de experiencias dolorosas, Dios pone el cerco a Israel para que
sea signo del comienzo de algo nuevo. El ser humano es más que sus deseos inmediatos: está abierto a más y mejor. En
su corazón comienza el camino de vuelta, su autenticidad está asegurada por la experiencia de una situación sin salida.
Y tras esta estrategia de dolor, la estrategia de una nueva seducción por parte de Dios. El desierto es el lugar del primer
amor para Israel, donde comenzó a conocer a Yahvé como salvador y a sí mismo como pueblo amado y libre. Dios
mediante nuevas ternuras y cariños, se propone remodelar su corazón, despertando lo mejor de él. Dios es el paciente
artesano de la riqueza del yo que lleva dentro el ser humano. Se muestra mendigo de amor porque no se resigna a no
ser amado. Por ello quiere reiniciar desde cero, para poder llegar a una nueva alianza de amor.
La celebración lírica del pasado constituye un lenguaje simbólico que permite al ser humano explorar lo más original que
habita en él. En cada uno de nosotros habita la memoria de la inocencia, que ni las faltas más graves consiguen borrar.
Esa memoria se confunde con el recuerdo se confunde con el recuerdo de nuestras experiencias primeras, pero todavía
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es más remota, viene de otra luz, de otro resplandor. Es la memoria de Dios impresa en el corazón del hombre, una voz
de profundidad intacta, una reserva de pureza ofrecida permanentemente. En términos de recuerdos lejanos, o en el
lenguaje de una historia amorosa y sagrada, así es como Yahvé, por boca de los profetas, invitó a su pueblo a volver a los
caminos de su infancia y su juventud, caminos de admiración que llevan al hombre a su corazón.
Si Israel pudiera acordarse con su corazón, rememorar la profunda llamada y su juramento, de nuevo la Alianza saltaría a
su encuentro. Entonces volvería a encontrar el tiempo creador: el tiempo del corazón nuevo.
que sus compatriotas vivían despreocupados y llenos de optimismo. El que había visto como acechaba la guerra y el
odio, ahora que no quedaban más que ruinas, que había desaparecido toda esperanza les decía: ¿por qué queréis morir?
En los infiernos del drama, Ezequiel les invita a salir, les apremia a seguir creyendo en la vida, porque es a la vida a lo que
están llamados aquí y ahora, no a la muerte. Y les muestra el único camino de la resurrección: “Estrenad un corazón
nuevo y un espíritu nuevo, y así no moriréis” (Ez 18,31). A partir de ahora su religión no se apoyará en el templo, ni en los
sacrificios, ni en la nación. Su base será el corazón, lo más íntimo, lo más personal, lo más profundo del ser humano.
También lo más duradero. Cuando todo está perdido, sólo queda el corazón y sólo desde él puede recomenzar la vida.
Pero esta vida no recomenzará si no es desde un corazón nuevo. El profeta les llama a una renovación en profundidad.
Pues el poder de renovación del hombre habita en su corazón. En este poder residen la posibilidad de salvación y la
gracia de resurrección permanentemente ofrecidas. A cada uno corresponde hacer suyas esta posibilidad y esta gracia. A
cada uno corresponde personalmente decidirse por la vida o por la muerte. Es el comienzo de la retribución individual,
la persona responsable de sus propias elecciones y de su libertad. Nada está decidido para todos. Cada cual, en cada
instante, puede y debe elegir. Sea cual fuese su pasado, en todo momento puede renacer o morir. La relación del
hombre con Dios ya no depende del pueblo, en adelante reposará en lo más íntimo de cada uno, en la orientación de su
corazón. Cada uno, en cada instante puede empezar un futuro nuevo. Y es que su Dios había sido el Dios del pueblo, del
grupo, no conocían a Yahvé de corazón . Y desde la soledad, es llamado a abrir su corazón a lo desconocido, al futuro
que está pidiendo nacer: “Os rociaré con agua pura y os purificaré de todas vuestras impurezas e idolatrías. Os daré un
corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de
carne” (Ez 36,25-26). El Espíritu se convierte en llamada creadora, impulso irresistible de nuestro ser hacia uno mayor.
La hora en la que el ser humano no sabe quién es, en la que vaga errante como sombra entre sus ruinas, esa hora del
vacío, es también la hora de los grandes comienzos. El futuro nos atrae hacia sí. El Espíritu nos hace señas porque quiere
hacerse en nosotros corazón nuevo.
Y es que en ese espectáculo de huesos calcinados al que Yahvé transportó a Ezequiel, donde el hombre se confunde con
la tierra original, todavía hay posibilidad de VIDA. De Dios viene la fuerza de renovación: “Yo abriré vuestras tumbas, os
sacaré de ellas y os llevaré a la tierra de Israel. Infundiré en vosotros mi espíritu y viviréis” (Ez 37,13-14). Pues de nuevo
sólo Dios mismo puede tomar la iniciativa de la renovación del corazón humano. Y lo más asombroso es que el Espíritu
de Yahvé está estrechamente vinculado al corazón de carne. La experiencia espiritual unida a la carnal: la experiencia
espiritual más elevada, es la que devuelve al hombre su verdadera profundidad carnal. La participación del ser humano
en el Espíritu de Dios está vinculada a esa profundización que le hace encontrar, en lo más íntimo de sí mismo, las
fuentes vivas de la ternura y la comunión. Abrirse al Espíritu de Dios es nacer a una humanidad plena y profunda y allí
volver a crear el Edén de la antigua ternura olvidada, el primer amor. Sólo Dios conoce ese corazón de piedra, bajo el
que están sepultados los estratos más profundos del alma. Es necesario que se rompa la piedra para que brote de nuevo
el agua viva. También 2º Isaías lo experimenta así: “Mirad, voy a hacer algo nuevo, ya está brotando ¿no lo notáis?
Trazaré un camino en el desierto, senderos en la estepa” (Is 43,19). Sólo el corazón quebrado, que se ha dejado
desposeer por el espíritu de su suficiencia y de su voluntad de poder, puede volver a encontrar las fuentes ocultas. Y es
el Espíritu quien se las hace descubrir. El Espíritu de Yahvé necesita, para nacer, todas las fibras de nuestro corazón. Él
llama a una segunda vida esa parte de nosotros que creíamos destruida para siempre. Con ellas somos criaturas nuevas,
devueltas a la comunión con todo lo existente. Cuando se unen el Espíritu y el agua está naciendo un mundo nuevo. La
noche del exilio es la noche de los grandes comienzos: “Por donde pase este torrente, todo ser viviente que en él se
mueva, vivirá. Habrá abundancia de peces, porque las aguas del mar Muerto quedarán saneadas cuando llegue este
torrente.” (Ez 47,9)
Pero ya no será la Ley lo que vincule al hombre con Dios, como lo ha sido antes. Así nos lo dice el profeta Jeremías:
“Vienen días en que yo sellaré con el pueblo de Israel una nueva alianza. No como la alianza que sellé con sus
antepasados ….Así será la alianza que haré con Israel … meteré mi ley en su pecho, la escribiré en su corazón, yo seré su
Dios y ellos serán mi pueblo” (Jer 31,31-33). La ley divina dada desde fuera en el Sinaí ha perdido protagonismo en esta
nueva unión, pues en su lugar Dios imprime el amor en las entrañas del ser humano. Ya no se trata de una religión
impuesta por la fuerza o por la ley, ni siquiera de una religión aprendida, sino de religión interiorizada: por la relación
con Dios por el descubrimiento de su rostro y de su proyecto en el corazón mismo del hombre y de su pueblo. Ha
aparecido una profunda vinculación entre Yahvé y “el corazón quebrantado”. Los deportados van descubriendo poco a
poco que esa vinculación es la misma Alianza. ¡La Alianza como vínculo de amor, como fiesta del corazón! El mensaje de
la nueva Alianza es revolucionario para el pueblo de Israel. Hasta ahora estaba ligada a un acontecimiento histórico y
liberador: el Éxodo. Era el acontecimiento que había instaurado a Israel como pueblo de Dios. Desde entonces, toda la
vida de Israel, con sus leyes, sus instituciones, sus ritos y fiestas, hacían referencia a aquel acontecimiento. Y la Alianza
tenía su fundamento en esa gran acción de Dios hacia su pueblo. Pero las profecías de Jeremías y Ezequiel rompen con
esta representación consagrada de la historia de la salvación. Anuncian algo nuevo: la Alianza de Dios con su pueblo no
se vinculará a acontecimientos pasados, sino que Dios la instaurará directamente en el corazón del hombre. El
acontecimiento fundante será una experiencia que tendrá lugar en lo más íntimo del ser. Desde esta nueva perspectiva
ya no hay que ir hacia detrás, sino hacia adelante y dentro de nosotros mismos: “No recordéis las cosas pasadas, no
penséis en lo antiguo. Mirad, que voy a hacer algo nuevo…” (Is 43,18). En medio del hundimiento se les ha concedido la
experiencia de la proximidad de Dios. El vínculo nuevo se establece entre “el corazón quebrantado” y el Espíritu de
Yahvé. La Alianza nueva libera al hombre de todo lo que tendía a hacer de él un simple elemento grupal y lo pone en
relación personal e inmediata con Dios. Sin embargo esta nueva relación no cierra al hombre, sino que lo abre a una
comunidad nueva y sin límites. Los “corazones quebrantados” se buscan y se encuentran. La Palabra los reúne. Y
también los reúne cierta calidad de corazón, que viene de una misma pobreza, una misma esperanza y una misma
certeza. Se abre un diálogo en profundidad. El diálogo de los pobres en la noche: el nuevo pueblo de Dios. La
pertenencia a este pueblo ya no vendrá marcada por la sangre, la raza o las instituciones, sino que tendrá su manantial
en un corazón especial y en una experiencia de comunión sin límites, una comunión universal: la de los que tienen el
“corazón quebrantado” y se han abierto al amor de Yahvé. Y por eso esta alianza es eterna, porque tiene lugar en todo
momento y siempre que hay un corazón pobre abierto al amor gratuito e infinito de Dios.
“Estableceré con ellos una alianza eterna; no cesaré de favorecerles y les daré un corazón fiel, para que no vuelvan a
alejarse de mí” (Jer 32,40)
“Haré con ellos una alianza de paz, una alianza eterna, y pondré mi santuario en medio de ellos para siempre” (Ez 37,26)
“Prestad atención, venid a mí, escuchadme y viviréis. Sellaré con vosotros una alianza perpetua, seré fiel a mi amor por
David” (Is 55,3)
CONCLUSIÓN
Los profetas anuncian un nuevo rostro de Dios, el mismo que se había estado revelando en la historia, pero que el
hombre había estado ciego para reconocer. Y ahora, a través de ellos se nos presenta más humano, más cercano, capaz
de reiniciar una y otra vez su historia de amor con su pueblo, sin sus méritos ni merecimientos, sólo con la compasión de
Yahvé.
La palabra última y definitiva de los profetas es la misma con la que Dios inició sus relaciones con el hombre: la
PROMESA. Yahvé, por encima de todas las barbaridades y desesperanzas de los seres humanos, pretende restablecer su
relación con nosotros y nos sueña completos, plenos, libres…. La última intención de Dios no es el juicio, ni la
destrucción, ni la muerte, sino la VIDA. Israel, como toda persona, vivió experiencias de muerte y de infierno en su
historia, de lejanía y silencio de Dios, pero se supo llamado a esperar de Él la experiencia honda de la comunión y un
futuro colmado.
Y todo ello gracias al amor apasionado de Dios por el hombre, del cual desde su ser trascendente, no quiere prescindir, y
una y otra vez lo justifica, se conmueve, llama a su puerta…. no lo deja escapar. El Dios que se nos revela en los profetas
se acerca mucho al Dios de Jesucristo, el que se nos revela en el Nuevo Testamento, el que desde su íntima relación con
el Padre nos cuenta cómo es el Padre. El mismo Padre de la parábola del Padre Misericordioso (el Hijo Pródigo), el que
humillado y defraudado, sin embargo deja marchar al hijo en su libertad, y el que, deseoso de su vuelta, no tiene en
cuenta su mal, lo acoge sin dejarle dar explicaciones, pues está ansioso por ofrecerle una vida nueva.
Al celebrar las bodas entre el Espíritu del Padre Misericordioso y el “corazón de carne”, los profetas dan al nuevo pueblo
de Dios la dimensión de lo universal, y nos permiten actualizarlo eternamente. El AMOR DE DIOS es promesa
permanente. Ya nada lo limita, ni en el espacio ni el tiempo. El AMOR DE DIOS está en todos los lugares donde hay
“corazones quebrantados” abiertos a la admiración del Espíritu.
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BIBLIOGRAFÍA
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- Introducción al Profetismo Bíblico- JL Sicre- Verbo Divino 2012
- Reseña bíblica- El Profeta Oseas- Asociación bíblica española- Verbo Divino 2008
- El pueblo de Dios en la noche- Eloi Leclerc- Sal Terrae 2003
- Drama y Esperanza II- Un Dios desconcertante y fiable-Los profetas de Israel- JL Elorza. Ed.Frontera 2006
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Drama y Esperanza II-Un dios desconcertante y fiable- Los profetas de Israel. Ed.Frontera 2006-JL Elorza pags. 74-76
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Reseña bíblica. El profeta Oseas. Asociación bíblica española. Ed. Verbo Divino 2008 pags. 24-26 Ignacio Carbajosa
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Comentario bíblico AT tomo II- La Casa de la Biblia- Verbo Divino 2008 pag.308
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El pueblo de Dios en la noche- Sal Terrae 2003- Eloi Leclerc pags 33-37
vi
Drama y Esperanza II-Un dios desconcertante y fiable- Los profetas de Israel. Ed.Frontera 2006-JL Elorza pags. 63-66
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Drama y Esperanza II-Un dios desconcertante y fiable- Los profetas de Israel. Ed.Frontera 2006-JL Elorza pags. 181-182
viii
El pueblo de Dios en la noche- Sal Terrae 2003- Eloi Leclerc pags 29-32 y 71-74