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tratar sobre esto antes de que nosotros mismos hayamos tomado conocimiento del
asunto.
Se cuenta, que después de haber escuchado todo el escrito, pidió Sócrates que se
repitiera una vez más la primera hipótesis, y después que se hizo esto, preguntó si lo
dicho era de este modo: si el ser es múltiple, entonces tiene que ser igual y desigual.
Pero esto es imposible, pues ni puede lo desigual ser igual ni lo igual ser desigual, por
consiguiente, lo múltiple no es. Zenón admite que eso es lo que había querido decir.
Como no sigue ningún comentario, tenemos que intentar entender nosotros lo que
puede haberse dicho. Si lo múltiple es, entonces tiene que diferenciarse lo múltiple de sí
mismo, pues de lo contrario se convertiría en una unidad sin diferencia, por tanto tiene
que ser desigual. Por otro lado se dice: “si el ser es múltiple”; lo múltiple, por tanto, es,
y se hace igual por esto, porque es. De este modo es lo múltiple igual, por consiguiente
igual y desigual a la vez. Pero esto es considerado como imposible
Sobre esto se podría decir, que es totalmente posible que algo sea al mismo tiempo
igual y desigual, y que no puede haber ninguna igualdad desde todos y cada uno de los
puntos de vista, pues, obviamente, para poder comparar dos cosas, hay que
diferenciarlas. Incluso en el famoso A = A del idealismo alemán se tiene que diferenciar
el A pensado en primer lugar, del posterior A, pensado una vez más, para poder pensar
su identidad.
Pero Sócrates no se compromete en una discusión tan de contenido, sino que
prosigue: esto, por consiguiente, lo debe probar tu primer argumento y lo mismo todos
los que siguen, que lo múltiple no es (127 e s.). Así, tú has dado muchas pruebas a favor
de que lo múltiple no es. Éste es un convincente contraargumento, que sólo tiene la
desventaja de que razona por fuera y no se introduce de ningún modo en el pensamiento
de Zenón. Es cierto que éste puede ser falso, pero se merece que se le tome en serio y no
ser despachado de modo superficial. Zenón se comporta como si no hubiese notado lo
que hay de punzante en la respuesta de Sócrates y declara sólo que Sócrates lo ha
entendido de forma totalmente correcta. Ahora exagera Sócrates más. Se dirige a
Parménides y dice: Zenón ha escrito, como quien dice, lo mismo que tú. Pero mientras
le da la vuelta, intenta engañarnos como si dijera algo distinto. Tú dices en tu poema
que el todo es uno, y aportas a favor de esto muchas pruebas; él dice que lo múltiple no
es, y aporta también muchas pruebas en su favor. Así, ambos decís algo distinto y, sin
embargo, lo mismo. Esto es para nosotros, los demás, demasiado profundo (128 a s.).
Nosotros no necesitamos aquí profundizar en una interpretación del poema de
Parménides y su teoría de que el ser es uno. Nosotros sólo necesitamos esto, que el
argumento de Sócrates sobre la relación de Zenón con Parménides deja ver
precisamente aquello que era imposible según el argumento de Zenón: que lo mismo es
igual y desigual. Lo que enseñan Zenón y Parménides, es diferente: el uno dice “el uno
es”, el otro “lo múltiple no es”, y, sin embargo, es lo mismo lo que ellos enseñan. Lo
que Sócrates presenta, es, sin embargo, eso que Hegel ha llamado “la plebeya apelación
a los hechos”. Esto no es ninguna filosofía. De lo que se trata, es de profundizar en los
pensamientos.
Zenón responde que ambas formulaciones de la teoría, la afirmativa de Parménides y
la suya propia negativa no tienen el mismo rango. La expresión auténtica, verdadera de
esta teoría es la afirmativa de Parménides. Su propio equivalente negativo es más bien
un argumentum ad hominem, dirigido contra aquellos que se burlan de la teoría de
Parménides a causa de las (según ellos opinan) imposibles y risibles consecuencias. A
ellos les muestra Zenón que su aparentemente tan obvia opinión, que lo múltiple es, los
enreda en contradicciones aún mayores de las que pensaban encontrar en Parménides.
El escrito fue redactado por él en su juventud con tal intención polémica, y no estaba
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destinado de ningún modo a la publicación. Pero entonces le fue sustraído por uno que
lo hizo generalmente conocido sin su consentimiento.
¿Qué debe significar esta historia del robo del manuscrito? Apenas puede ser una
noticia histórica, por tanto, sólo puede ser una indicación que da Platón de la relación de
los filósofos Parménides y Zenón: lo negativo de la filosofía de Zenón tiene que ser
subordinado a lo positivo de la filosofía de Parménides y no puede pretender frente a
ella ninguna significación independiente y del mismo rango. O, para anticipar la
auténtica intelección platónica: Platón acepta como verdad la proposición de
Parménides de que el ser es uno, pero rechaza la consecuencia sacada por Zenón del no
ser de lo múltiple. Esto significa, naturalmente, que él cambia también algo en la teoría
de Parménides, pues tal como pensaba Parménides, sigue realmente la proposición del
no ser de lo múltiple, la cual no sólo Zenón, sino que ya el mismo Parménides había
expresado. La proposición de Platón reza: el ser es uno y múltiple. Sólo el dirimir esto
hasta la última instancia es, según la convicción de Platón, la verdadera dialéctica;
aquella dialéctica de Zenón, sin embargo, que sólo niega lo múltiple polémicamente, es,
vista desde aquí, un nacimiento prematuro, llevado a la luz prematuramente como un
manuscrito robado y publicado contra la voluntad del autor.
Sócrates se da por satisfecho con la respuesta de Zenón y pasa ahora a presentar su
propia (en realidad la platónica temprana) filosofía (128 e hasta 130 a). “¿No aceptas tú
también (dice él en 129 a), que hay una idea de lo igual que es en sí y para sí, y algo
otro contrario a esto, la esencia de lo desigual, y que de estas dos determinaciones
participamos (́) yo y tú y lo otro, que nosotros llamamos lo múltiple?
Lo que participa de lo igual, esto deviene igual, pero sólo en tanto y en la medida en que
participa. Pero lo que participa de lo desigual, esto deviene desigual, y lo que participa
de ambos, de lo igual y lo desigual, esto deviene ambos, igual y desigual. Si cada cosa
participa de ambas determinaciones contrarias y según la participación en cada una de
ellas es respectivamente igual y desigual, ¿qué habría en ello de admirable? Pero si
alguien mostrara cómo lo igual mismo deviene desigual o lo desigual mismo igual, esto
sería, como opino yo, algo inmenso. Pero si se demuestra de algo que participa de
ambas, que le corresponden ambas, esto no me parece, Zenón, ningún contrasentido, ni
cuando alguien demuestra que cada cosa por la participación del uno deviene una y del
mismo modo acto seguido deviene también múltiple por la participación en lo múltiple.
Sin embargo, si alguien demostrara que la esencia de la unidad misma es lo múltiple y,
correspondientemente, que lo múltiple es uno, de esto si que me maravillaría, y lo
mismo en todos los demás casos. Si alguien muestra que a los géneros y especies en
ellos mismos, y no sólo a las cosas que caen bajo estos géneros y especies, les
corresponden determinaciones contrarias, esto sí sería digno de admiración. Si alguien
demuestra que yo soy uno y múltiple, ¿qué hay de admirable en esto? Si él me quiere
mostrar como múltiple, dirá entonces, que mi lado derecho es algo distinto que mi lado
izquierdo, la parte de delante algo distinto de la parte de atrás y la parte de cintura para
arriba distinta de la de cintura para abajo, pues yo participo, ciertamente, de lo múltiple.
Pero si me quiere mostrar como uno, entonces dirá que yo soy uno de los siete hombres
aquí presentes, pues, ciertamente, también participo de la unidad, y así se mostrarán
ambas cosas como verdaderas. Por tanto, si alguien emprende la tarea de mostrar lo
mismo como uno y múltiple, entonces diremos que nos ha mostrado algo como uno y
múltiple (̀̀̀ἕ), pero no lo uno como múltiple (̀ἓ́) ni lo múltiple
como uno (̀̀́ ἕ), y él no ha dicho de ningún modo nada admirable, sino sólo
algo que todos nosotros admitimos. Pero si él separase las ideas (los predicados) de las
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cosas, los tomase por sí (́, de modo absoluto), como – por ejemplo – la igualdad
y la desigualdad, la multiplicidad y la unidad, el reposo y el movimiento, etc., y si
mostrase después que estos tienen la capacidad de ser mezclados y separados entre sí,
entonces ciertamente, Zenón, me admiraría extraordinariamente. Lo primero, me parece
que se ha realizado aquí de modo muy acertado, pero mucho más me admiraría yo si
alguien fuera capaz de mostrar, estas mismas dificultades, como aquellas que están
entrelazadas de todas las maneras con las ideas mismas, y lo que vosotros en el campo
de lo visible habéis dirimido, realizarlo en el campo del puro pensamiento
(́130 a)”.
Sócrates ofrece aquí una solución para las dificultades en las que nos ha enredado la
dialéctica de Zenón. Zenón había argumentado: si el ser es múltiple, entonces tiene que
ser, en cuanto ser, todo igual, y, en cuanto múltiple, desigual, y esto es imposible. Pero
esto no es de ningún modo imposible, pues pueden convenir a uno y el mismo sujeto,
desde diversos puntos de vista, predicados diversos y también contrarios. Esto lo sabía
ya Heráclito. El agua de mar, dijo , es bebible y saludable para los peces, pero
imbebible y mortal para los hombres, por tanto algo contrario desde puntos de vista
diferentes.
¿Pero lo que se puede hacer con los sujetos, se puede hacer también con los
predicados? Yo soy uno y múltiple, ciertamente, pero, ¿es también la unidad
multiplicidad y la multiplicidad unidad? Esto parece absurdo. Nosotros decimos:
Sócrates cae bajo el concepto de multiplicidad, en tanto es una multiplicidad de partes
corporales. Sócrates expresa lo mismo de tal modo, que dice: Sócrates participa de la
idea de multiplicidad. Él sólo participa de ella, porque también hay otras cosas que son
múltiples, y que, por consiguiente, participan de la misma idea. La multiplicidad no es
algo que sólo él posee. Como es palmario, vale también de cada predicado de un sujeto,
que también conviene o puede convenir a otros sujetos. La relación de la cosa con la
idea (o, como diríamos en nuestro lenguaje: del objeto con el predicado) es
caracterizada como participación (́). El término participación es una
interpretación del “es” en la proposición “Sócrates es múltiple”. Todo enunciado que
tiene por sujeto una cosa individual determinada, y se enuncia de él un predicado que
también puede ser enunciado de otras cosas, dice por tanto a la vez: “lo individual
participa de lo universal”. Lo universal es, por consiguiente, algo distinto de lo
individual, que participa de ello. Lo individual son las cosas que nosotros percibimos, o
dicho con un pars pro toto: lo individual es algo que vemos (ὅ 130 a). Lo
universal por el contrario es accesible en el pensamiento (́). Las cosas son
percibidas, los predicados son pensados. Entre ambas partes existe, a pesar de la
participación, un abismo, una separación (́). Toda proposición que nosotros
decimos de lo individual, en tanto le atribuimos predicados universales, no sólo dice
esto a la vez: “lo individual participa de lo universal”, sino también: “lo universal está
separado de lo individual”. Pues la dialéctica de Zenón descansaba en el hecho de que
hacía valedero que lo individual tenía que participar de diversos universales, entre otros
también de universales contrarios. Que y cómo esto es posible, se explica ahora.
Pero también se puede, en lugar de hablar de lo individual y determinarlo por medio
de determinados predicados, convertir a continuación a lo universal mismo en sujeto; se
puede, en lugar de determinar a algo como uno, hablar de la unidad misma. Si aquí
también se pudiese mostrar lo mismo como contrapuesto, esto (así piensa Sócrates) le
parecería a él admirable en sumo grado. ¿Por qué? Las ideas o predicados son lo firme y
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permanente y unívoco, por lo que uno se orienta cuando determina a los objetos que
participan de ellas como algo que ahora es así y ahora asá, desde este punto de vista es
así, y desde aquel otro es asá. Si también las ideas son tan fluidas como lo sensible,
entonces parece no haber absolutamente nada firme, y que ha de perecer en un remolino
general toda posibilidad de hablar, conocer y saber. Lo que es uno puede devenir
múltiple, pero la unidad tiene que permanecer siendo la unidad y la multiplicidad
multiplicidad. La mezcla de determinaciones sólo se puede realizar en lo individual, que
puede ser uno y múltiple, pero cada idea tiene que permanecer siendo una forma
separada, que descansa en sí misma.
En el posterior transcurso del diálogo le acontecerá a Sócrates precisamente aquello
que declara como lo más admirable y más imposible de todo: la mezcla de las ideas
mismas en cuanto tales. Pero no sólo esto; también aquello que a Sócrates le parece
completamente claro y carente de dificultades, la relación de lo sensible con la idea, se
mostrará pronto como de ningún modo claro, sino como totalmente problemático. Las
dificultades que se ocultan en ello son mostradas por Parménides, que ahora interviene
radicalmente en el diálogo.
Sócrates había afirmado: 1. lo sensible participa de las ideas (́). 2. las ideas
están separadas de lo sensible (́). 3. las ideas se mezclan en lo sensible. 4. las
ideas están separadas las unas de las otras. Parménides muestra ahora 1. las dificultades
que se producen cuando uno quiere indicar de qué hay en realidad ideas y de qué no
(130 a hasta e). Él muestra 2. las dificultades que están contenidas en la representación
de la participación (́) de lo sensible en las ideas (130 e hasta 133 a). Muestra 3.
las dificultades que están contenidas en la representación de la separación de las ideas
de lo sensible (́) (133 a hasta 134 e). Propone a continuación 4. un ejercicio
(́), que puede por lo menos preparar una solución de las dificultades (134 e
hasta 137 c). Este ejercicio es exhibido en la segunda parte del diálogo, y en él acontece
exactamente aquello que había declarado Sócrates como lo más imposible de todo, a
saber, la mezcla de las ideas mismas y en cuanto tales.
El testigo del diálogo, cuyo informe se vuelve a contar, Pitodoro, había esperado
que en este momento se enfadarían Parménides y Zenón con Sócrates por su crítica
hacia ellos, pero, muy al contrario, ellos le habían escuchado atentamente y se habían
mirado sonriendo a menudo, y habían alabado a Sócrates nada más acabar (130 a).
Después había preguntado Parménides: tú diferencias por tanto lo sensible y las ideas.
Tales ideas son, por consiguiente, la igualdad, la unidad, la multiplicidad y todo aquello
que había aparecido en la exposición de Zenón. Sí, dijo Sócrates. ¿Y también ideas de
lo justo, de lo bello, de lo bueno, etc.? También esto lo afirmó Sócrates. ¿Y también una
idea del hombre o del agua o del fuego? Aquí vaciló Sócrates sobre si debían aceptar
ideas para esto. Y, ¿qué pasa con cosas tales como pelo, suciedad, heces y semejantes
cosas desagradables y de valor inferior, hay de ellas ideas? De ellas, había respondido
Sócrates, no había ninguna, esto es algo meramente sensible. No obstante, a menudo
había estado intranquilo sobre si no se debía decidir con respecto a todas las cosas de
igual manera, y, por tanto, se debían aceptar también ideas de tales cosas. Pero entonces
le parecía a él como si con esto cayese en un abismo de ridículo y se había retraído a la
consideración de las ideas de lo bueno y justo (130 b ss.).
Tenemos, por consiguiente, 4 ámbitos: 1. lo igual, el uno, lo múltiple, etc. 2. lo
justo, lo bello, lo bueno, etc. 3. hombre, fuego, agua, etc. 4. pelo, heces, suciedad, etc.
Para los dos primeros ámbitos acepta Sócrates las ideas, duda en el caso del tercer
ámbito, y en el 4 querría rechazar las ideas, pero tiene dudas sobre si su aceptación no
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sería también aquí necesaria. En esta vacilación de Sócrates se refleja una vacilación en
el significado de las ideas en Platón. Nosotros hemos diferenciado más arriba una raíz
normativa y una paradigmática de la doctrina de las ideas. Esta interpretación estaba ya
codeterminada por el conocimiento del pasaje del “Parménides” que ahora se está
exponiendo, en el cual Platón mismo reflexiona por primera vez sobre la multivocidad
de su concepto de idea.
Ahora mismo hemos interpretado la idea como predicado, y aquí está claro que no
hay ningún ámbito de objetos al que no se pueda atribuir predicados. Si las ideas son
predicados, entonces hay ideas de todas las cosas, también de pelo, heces y suciedad.
Pero idea significa aún algo distinto; la idea de justicia no es sólo un predicado
cualquiera, que compete a determinados hombres y a otros no, sino que la justicia es
una norma por la que nos regimos en nuestro actuar, que cumplimos o infringimos, pues
también en tanto la infringimos nos relacionamos con la norma. Lo justo, lo bueno, lo
bello, son normas éticas y estéticas, pero también lo igual, el uno, el ser y semejantes,
son normas, no ciertamente del actuar, pero sí del pensar, normas lógicas o teoréticas.
De nuevo, con el tercer grupo, las ideas de hombre, fuego, agua, o también vaca y
caballo, está la cosa de otro modo. El caballo parece ser algo que no ha surgido del
casual actuar conjunto de las fuerzas ciegas de la naturaleza, sino que parece de tal
modo, como si su surgimiento se debiese a la posición de un fin; ello es algo, que un
caballo ha debido llegar a ser. Es como si hubiera surgido según un modelo o imagen
originaria previamente dada. Los caballos son copias de una idea que se hallaba ya
previamente antes de ellos. Este ideal no es lo mismo que una norma. Lo justo es justo
por el hecho de que se rige por la norma de la justicia, se ajusta a ella. Cuando se desvía
de ella, yerra. El caballo no se rige de igual modo por la norma de un caballo ideal, y
tampoco peca si se desvía de este modelo. Somos nosotros los que entendemos a los
caballos como copias más o menos perfectas de un modelo, pero el caballo no se
entiende a sí mismo así, no se afana por ser un caballo lo más perfecto posible, y no es
culpa suya si no es un caballo de carreras, sino un deslucido jamelgo. Es, por tanto,
necesario diferenciar la idea como predicado, la idea como modelo y la idea como
norma.
Ahora pasa Parménides a desarrollar el problema de la participación (́) de lo
sensible en las ideas (130 e hasta 133 a). La dificultad que aquí se presenta es doble.
Existe ciertamente la amenaza tanto de una división de las ideas (130 e hasta 131 e)
como también de una multiplicación de las mismas (131 e hasta 133 a). La primera
parte, que se ocupa de la amenazante división de las ideas, se puede subdividir de
nuevo, y en realidad en tres partes: 1. La dificultad de la participación en toda la idea
(130 e hasta 131 b). 2. Un intento de salvación de Sócrates (131 b hasta c). 3. La
dificultad de la participación en una parte de la idea (130 hasta 131 b).
En primer lugar se desarrollan las dificultades que surgen de la representación de
que la cosa que participa de la idea, participa de toda la idea. Parménides dice (130 e
ss.): A ti te parece, por tanto, que hay ciertas ideas, de las cuales lo otro que aquí
participa de ellas obtiene sus denominaciones, puesto que aquello – por ejemplo – que
participa de la igualdad deviene igual, lo que participa de la idea de grandeza grande, lo
que participa de la belleza y la justicia justo y bello. Por tanto, aquello que participa de
la idea, tiene que participar manifiestamente o de toda la idea o de una parte de ella. ¿Te
parece a ti, pues, que es toda la idea en cada uno de los muchos, aunque ella es una, o
cómo? ¿Qué debería impedir, vuelve a preguntar Sócrates, que ella sea en ellos? A esto
dice Parménides: Siendo una y la misma, sería totalmente en cada ente por separado, y
así estaría ella separada de sí misma. Esto parece absurdo.
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Muchas cosas participan de una idea. ¿Cómo participan ellas en esta participación?
¿Obtiene cada una de las participantes a toda la idea? Esto, con todo, parece, antes de
nada, necesario, pues todo lo que es igual participa, cómo no, en toda la idea de
igualdad y no en una parte de ella. Ahora es representada por Parménides esta relación
como un ser-en, tal como si hubiera de ser la igualdad, en todo lo que es igual, en ello o
dentro de ello. Y así, sería esta idea de igualdad 1. algo para sí, y 2. estaría ella todavía,
en cada una de las muchas cosas iguales, totalmente en ellas. Hasta aquí fue totalmente
correcto que Sócrates respondiera sin dudar que lo participante participa de toda la idea,
pero no estuvo bien que se empeñara en hacerse clara esta relación de participación
como un estar contenida la cosa en la idea. Las ideas son predicados, y los predicados
no están metidos en las cosas a las que nosotros atribuimos estos predicados.
Sócrates busca evitar la indeseada consecuencia de la separación de la idea de sí
misma en el intento de salvación que sigue ahora. Él dice (131 b ss.): No, sin embargo,
si como el día, que como uno y el mismo es en todas partes al mismo tiempo, y no
obstante, de ningún modo está separado de sí mismo, así fuese también cada idea, como
una y la misma, al mismo tiempo en todas las cosas. Esta imagen del día la sustituye
enseguida Parménides por la imagen de una tienda, que, como una, es al mismo tiempo
sobre muchos, que bajo ella se sientan. En la medida en que Sócrates se desembaraza
tan rápido de la imagen del día y la sustituye por la de la tienda, piensan muchos
interpretes que no ha percibido bien su ventaja. Pero éste no es el punto en que hubiese
tenido que presentar resistencia, sino en el que viene ahora. Parménides pregunta:
“¿Estaría sobre cada uno toda la tienda, o sobre cada uno una parte de la misma?” Aquí
responde Sócrates: “Sobre cada uno una parte” (131 c), y esto no estuvo bien
respondido, ni para la tienda ni para aquello de lo que la tienda tiene que ser una
imagen, para la idea. Pues, palmariamente, no es verdad que de los muchos hombres
que se sientan en una gran tienda, cada uno es resguardado por el pedazo de tienda que
se encuentra precisamente sobre su cabeza. Más bien goza cada uno del resguardo de
toda la tienda.
La falsa respuesta lleva a Sócrates a la ruina, pues ahora hace Parménides la
aplicación a la idea. La idea es, por tanto, divisible, y la participación de ella consiste en
el hecho de que cada participante obtiene una parte de la idea. Pues se podría, sin duda,
enlazar también un sentido bueno y correcto con el discurso de que lo que participa de
la idea no participa de toda la idea, sino de una parte de ella. Pues Platón enseña no sólo
esto, que las cosas de los sentidos participan de las ideas, sino también que ellas, al
participar, siempre quedan a distancia de la idea, no están a la altura de la idea. Nada
que participe de la idea de igualdad es absolutamente igual, sino que todo es
aproximadamente igual. Si el participar de una parte de la idea debe significar el ser
sólo aproximadamente determinado por la idea, de modo que – por ejemplo – sólo todos
los caballos juntos, de los cuales cada uno por así decirlo es un caballo limitado, ponen
de manifiesto la idea del caballo – si así se lo quisiera significar, estaría bien. Pero tal
parte no tiene nada que ver con la parte aquí mentada, que es un pedazo de un todo que
se divide en pedazos, para que de los muchos cada uno reciba un pedazo de él.
Esta representación precipitará a Sócrates enseguida en nuevas contrariedades. Pues
Parménides le muestra ahora las dificultades que resultan cuando se representa la
participación como el participar de una parte de la idea. Maliciosamente toma
Parménides como ejemplo la idea de grandeza, por la participación de la cual, según la
teoría de las ideas, es algo grande (131 d). Entonces resulta que lo múltiple grande es
grande por el hecho de que recibe un pedazo de la grandeza, el cual es más pequeño que
la grandeza misma. Y algo deviene igual por medio de un pedazo de la igualdad que es
más pequeño que la igualdad misma. Y la pequeñez misma será más grande que el
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pedazo de ella que es asignada a una cosa, y esta se hará ahora por esta asignación no
más grande, sino más pequeña. Aquí se ve por tanto claro, lo que resulta del hecho de
que uno se represente la relación de la participación de las cosas en la idea, como si
fuera la idea dividida como una torta y repartida entre las cosas que participan de ella,
mientras las partes de la idea son metidas en las cosas.
Después de que Sócrates es llevado a la confesión de que, por tanto, las cosas ni
pueden participar de toda la idea ni de una parte de ella, y se encuentra sin salida (131
e), le asalta Parménides enseguida con una nueva dificultad, a saber, la de la
amenazante multiplicación de la idea. Este apartado se puede dividir de nuevo en tres
partes: 1. el desarrollo de las dificultades (131 e hasta 132 b) 2. la huida de Sócrates al
subjetivismo (132 b hasta c). 3 la huida de Sócrates al objetivismo (132 c hasta 133 a).
Me parece (dice Parménides en 132 a), que tú crees que cada idea es una por los
siguientes motivos: cuando te aparecen muchas cosas como grandes, entonces aparece
una idea, un aspecto, un punto de vista en cuanto tal, que es el mismo en todo lo que tú
contemplas, por lo cual tú piensas que lo grande es uno. Sócrates está de acuerdo. En
realidad es la grandeza aquel punto de vista en el que todo lo grande es lo mismo, a
saber, precisamente grande. Contemplando según aquel punto de vista, en el que lo
múltiple es uno, contemplamos nosotros la idea. Pero ahora sigue la dificultad.
Parménides dice: pero cuando tú contemplas lo grande mismo y lo otro que es grande,
¿no te aparecerá un nuevo grande por medio del cual todo esto es grande? Si esto es así,
entonces surgirá una segunda idea de grandeza, que ha surgido junto a la grandeza y lo
que participa de ella. Y junto a todos estos de nuevo otra más, por medio de la cual todo
esto grande es grande. Y así será cada idea no una, sino infinita según el número.
Este argumento se ha hecho famoso bajo el nombre de el tercer hombre
(́ἄ), en lo que el hombre 1 es el hombre individual visible con los ojos,
el 2. es la idea de hombre. La idea de hombre es el punto de vista en el que se hacen
iguales todos los hombres perceptibles sensiblemente. Pero también todos estos
hombres perceptibles y su idea se tienen que hacer iguales en un determinado punto de
vista, y este sería, pues, el 3. hombre, y así a continuación sin final. La posibilidad de
este argumento se basa en el hecho de que las ideas son predicados, y los predicados son
nombrados con el mismo nombre que las cosas a las cuales corresponden. ̀́
puede significar: aquello que es pequeño, la cosa pequeña; pero también puede
significar: el predicado “pequeño”. Pero ahora, sin embargo, el predicado “pequeño”,
no es él mismo pequeño. El predicado impar no es impar, pues de otro modo sería él un
número, ya que es claro que sólo los números pueden ser pares e impares. También
ocurre que el predicado triangular no es triangular, etc.
Cuando no se convierte falsamente al predicado en predicado de sí mismo, entonces
se derrumba el argumento del tercer hombre. Sócrates, en cambio, no descubre el error
y emprende dos intentos inútiles para salvarse. En primer lugar intenta una huida en el
subjetivismo. Él dice (132 b ss.): tal vez es cada una de las ideas sólo un pensamiento,
que en ningún otro lado acontece que en el alma. Así, cada idea sería una, y no le podría
ocurrir otra vez lo que se ha dicho. Pero enseguida objeta Parménides que este
pensamiento, obviamente, no puede ser pensamiento de nada, sino que tiene que ser
pensamiento de algo, por tanto de un ente, y, por consiguiente, de un cierto uno que
aquel pensamiento piensa como siendo a la vez en todas las cosas concernidas, como
algo que es una única idea. Y este uno pensado será un eîdos que es siempre, que es lo
mismo en todo. Si esto es así, ¿no se sigue entonces, por tanto, que, cuando lo otro
participa de las ideas, todo piensa y consiste en pensamientos, o que, sin embargo, es
pensamiento que no piensa?
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