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EL PROBLEMA ES LA TOLERANCIA

Por: Manuel Guerra

Es un hecho inobjetable el proceso de descomposición moral que se registra en el


Perú. No se trata ya de hechos aislados de corrupción o pillaje. Se trata del
desborde del miasma acumulado a lo largo de las últimas décadas, de la
putrefacción de las instituciones del Estado, de la sordidez en la que se ceba la
mediocridad, la laboriosidad gusanosa de politicastros de dos al cuarto, la fetidez
en la que se regodean arribistas y logreros; avalancha mierdosa que en buena
parte proviene de las alcantarillas del fujimorismo y el alanismo.

Situación que ya no puede resolverse en los marcos de la institucionalidad


vigente, resultan del todo inútiles las comisiones investigadoras del Parlamento,
las acciones de fiscalización al interior de la OCMA, el Poder Judicial, los
ministerios. Por esa vía, como está demostrado, todo termina en la absoluta
impunidad. La democracia liberal y sus instituciones han sido socavadas y tornado
inservibles por obra y gracia del neoliberalismo, sus antivalores, el pragmatismo y
la destrucción del tejido social que desplegaron para saquear los recursos
naturales y esquilmar los bolsillos de los peruanos.

Salir de este pantano requiere apostar por una nueva institucionalidad, la


regeneración moral, encaminar al país hacia un nuevo modelo de desarrollo, para
lo cual es necesario la movilización activa de las reservas morales y los sectores
sanos de la ciudadanía, la acción concertada de las fuerzas sociales, políticas y
culturales dispuestas a abrir un nuevo rumbo a nuestra patria.

Y aquí reside el problema. Somos aún un país con alta tolerancia al delito, la
corrupción, el pensamiento retrógrado. La respuesta popular no tiene la extensión
ni la profundidad que amerita una situación como la que vivimos. Grandes
sectores de la población tienen la mente aherrojada por la manipulación mediática,
el asistencialismo perverso, el discurso ultraconservador de las iglesias, sin que la
izquierda y el progresismo hagan lo que les corresponde hacer, limitados como
están por su visión estrecha, anclada en la coyuntura y las disputas electorales.

Esto es lo que hay que resolver sin pérdida de tiempo. La izquierda, el


progresismo, los sectores democráticos y patrióticos deben ponerse a la cabeza
de la lucha por cerrar este ciclo oprobioso y abrir uno nueva en la historia nacional.
Son momentos difíciles para el país, momentos de grandes retos y que requieren
también grandeza y audacia de los liderazgos individuales y colectivos.

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