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Monólogos del Vino

Cuentos de amor y desamor y algún relato oportunista


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Autor: Vicente Rocamora Morales


Editor: Bubok Publishing S.L.
I.S.B.N. 978-84-9916-991-0
Depósito Legal.
Titulo: Monólogos del vino
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Monólogos del vino

Vicente Rocamora Morales


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Quiero dedicar éste libro a mi familia y a mis amigos y maestros de Metáforas,


especialmente para Diana. http://www.metaforas.com.es
Porque trabajar con ellos ha sido y sigue siendo, una maravillosa motivación para
escribir y desear compartir lo escrito.

Este libro está publicado en Bubok:


http://www.bubok.es/libro/detalles/188907/Monologos-del-vino

El contenido de este archivo está registrado en la oficina de la propiedad intelectual de


Alicante. (España).
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Introducción.
Este libro, es una colección de esas historias que un día se hacen presentes
en la mente, llaman la atención y se transforman en una especie de
“alliens”, que no descansan hasta que son trasformadas en una narración
más o menos coherente y con sentido.

Sombra Inoportuna, es una dolida despedida a Ricard Monforte, un amigo


y maestro del grupo Metáforas. http://www.metaforas.com.es/

Angela es la historia de una mujer enamorada a pesar de todo.


Mi cara en tu espejo es un desamor que aún conserva el pálpito del deseo.
Pude, pero no, es un duelo entre la pasión y la razón.
Cielo mio, Una forma extraña de amar y de conservar la memoria del
amor.
De excursión es la historia de un desamor que busca consuelo.
Desamor, triste y trágica historia de desamor.
La multa, como la vida misma.
Lunático, amar a quien ni siquiera te mira.
Quemad mi casa, nada para un mundo que no sabe dar amor.
Noche de tiranos es un grito dramático de aquellos que sienten la injusticia
sobre ellos.
Lamento por Caín es una compasiva mirada, a aquellos que sufren un
destino inmutable, victimas en ocasiones de si mismos e inaccesibles al
amor de los demás.
Conflicto Arcano, es una descripción de las caracteristicas de cada uno de
los Arcanos Mayores del Tarot. Sus cualidades, su sentido, etc.
Oratorio por Ricard, el libro termina evocando la memoria de Ricard
Monforte, en el primer aniversario de su fallecimiento.
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Indice:
Sombra inoportuna
Angela
Mi cara en tu espejo
Pude, pero no.
Cielo mio
De excursión
Desamor
La multa
Lunático
Quemad mi casa
Noche de tiranos
Lamento por Caín
Oratorio por Ricard
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Sombra inoportuna
A la memoria del profesor Ricard Monforte.

—¿Vives?
—Amando; que es como caminar cuesta arriba sonriéndole al camino.
—¿Te importa el silencio?
—Hay un mar de voces y miradas que me acompañan.
—Sólo temo la quietud de los relojes, tengo prisa pero no por mí, sino
por la tarea inacabada.
—Si no te llevo ahora no te llevaré, no puedo esperar a que descanses; me
dices, espera un poco que termine esto y cuando me descuido, otra labor te
ocupa.
—Déjalo ya.
—Cesa tú y dame la mano. A otros me he llevado que ni siquiera han sido
conscientes de que han vivido.
—Quizá por eso me hiere tu presencia.
—Ven, mi mano es cálida y mi sombra acogedora y serena.
—Apuesto por el sol, la luz, los vientos, la piel humana, la voz amada y
las pasiones, el olor y los sabores.
—No sé de qué me hablas.
—De la vida, de la plenitud de la existencia apasionada.
—Sigo sin saber; mas no me importa, también yo tengo un trabajo
pendiente.
—Sombra inoportuna. Te encuentro decidida e inflexible. Qué prisas te
han entrado.
—Ven, ellos te amarán a través del recuerdo.
—Ellos a quienes amo. Mi cuerpo quizá te llame, pero mi alma está
sobrada de vida, de amor y de canto. ¿Tiene que ser ahora?
—Tiene que serlo
—No extiendas aún tu mano. ¿Qué siento?
—Son mis brazos rodeándote, todo ha terminado.
—¿Qué siento?.
—El amor de quienes dejas, que trasciende los espacios persiguiéndote.
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Angela

Ella se acercó a él, puso su mano derecha sobre la mejilla de Víctor, le


miraba feliz.
—Sin tus labios, regaliz tontorrón —dijo—, no habría disfrutado este mal
día.
Ella amaba a otro, pero deseaba los brazos de Víctor.
Al atardecer, toda la esmerada educación que Angela había recibido,
quedaba aletargada por los impulsos de su deseo. Todos los miércoles,
buscaba cualquier excusa para salir unos minutos antes del trabajo. Sus
compañeros intuían el objeto de sus escapadas, apenas algún comentario
irónico al día siguiente.
—Deja de mirarme—le dijo ella —, nunca me mires después; te lo he
dicho tantas veces ya...
—...Que debería recordarlo, lo sé —le contestó él.
Le miraba conteniendo un golpe de ira, que hubiera estropeado quizá su
furtiva relación.
—Así es— le recordó.
—Los dos sabemos—dijo él —, lo que hacemos aquí, vienes y tomas lo
que precisas y te quieres ir... como si nada hubieras hecho; no curo la mala
consciencia.
El silencio de Ángela, mientras acababa de peinarse, indiferente ante el
espejo, que le mostraba su rostro en aquel cuarto de baño; un rostro
satisfecho a la vez que molesto.
—No quiero discutir contigo— fue lo único que respondió, conectó su
teléfono móvil y lo introdujo en su bolso; salió a la calle sola, despacio.
Las ciudades, son laboratorios en donde los demonios experimentan, las
calles ríos de caras que no deseas mirar.
Y él la abrazaba como ningún otro podría hacerlo; ella le deseaba y no
quería perderle, no podría explicar sin embargo, la desazón que le
provocaba, entregarse así, a la naturaleza más animal de sí misma.
Volvía a casa; como todos los miércoles, algo más tarde de lo habitual con
su sonrisa y su personalidad adusta y centrada.
—¡Ricardo!— llamó nada más entrar.
—Estoy en la cocina la voz de Ricardo guió sus pasos y fue hasta la
cocina; le abrazó.
—Te quiero—le dijo.
Él se sintió feliz y amado, la abrazó y le dijo cuanto le amaba él también.
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Ella le observaba; le miraba a los ojos y él no veía en los de ella nada


extraño, salvo a una mujer que decía amarle.
—Si supieras— pensaba ella, mientras su sonrisa acariciaba la mirada de
Ricardo—, si lo supieras....
Ricardo volvió al asunto que le ocupaba, ella le observaba; desde hacía
días que quería contarle lo que ocultaba, pero el miedo, la pereza, el
acomodamiento y el interés lo impedían.
Al cabo de unos minutos, Angela abandonó la habitación, estaba ansiosa
y meditabunda. ¿Serviría de algo confesar su infidelidad, cuando jamás
abandonaría a Ricardo a cambio de un semental?
Convencida de que Ricardo no entendería nada, que no podría entender
que ella le amara hasta sufrir. Cada noche de miércoles agonizaba bajo el
techo de su casa, cubierta por las mantas y delante del espejo.
—¿Te preocupa algo?—Ricardo la observaba y se acercó a ella.
—No, el trabajo.
—Entonces déjalo para mañana.
—Sí—sonrió Angela—, mañana quizá será mejor.
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Mi cara en tu espejo.

Si miras verás mi cara en tu espejo, una mirada que se clava y te deja sin
hablar.
Porque me viste y me quisiste; como se canta un bolero.
Porque me miraste a los ojos y me amaste sin temblar, tu mirada cálida,
amorosa y sencilla.
Me dijiste que me amabas y no me olvidarías.
Con el paso del tiempo, una fuente de hielo creció entre tus ojos y mi
alma.
Y te añoro apasionado, como se quiere a un hijo, como se aguanta al dolor.
Y eres al fin un recuerdo plácido, frustrado abrazo, desatino doliente.
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Pude, pero no.

Yo pude haberte amado; pero mis pasos me llevaban hacia otro lugar.
Pude haberte amado y te amé mientras te observaba con nostalgia a
medida que me alejaba.
Pude haber sido tu caricia, los ojos que te miraran expectantes, los labios
que humedecieran tu boca.
Tu frustración no fue peor que mi castigo, constantemente recordando las
nubes blancas bajo el cielo azul, de aquel día en que me alejé sin mirar al
suelo, para que las calles que conocí contigo no retuvieran mis pasos.
Pude haberte amado; pero caminaba hacia otro lugar.
El tiempo; caprichoso y perverso, ha querido cruzarte en mi camino.
Como dos barcos en alta mar.
Pude haberte amado, pero guardé silencio a tu paso.
No me reconociste; o sí, pero decidimos no vernos y nos alejamos de
nuevo, como barcos que se cruzan en alta mar, que de súbito se vienen
encima y de pronto de nuevo lejos; muy lejos.
Yo pude haberte amado como la sal está presente en la mar.
Pero ante el impulso de mi voz, prevaleció el ahogo del deseo, mas fui
feliz.
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Cielo Mío

Quizá la vida no reparó en dotarme de un fondo de armario emocional,


jamás me llevé bien contigo, cielo mío
Mas no por odiosa dejé de quererte; siempre tan injusto contigo, cielo
mío.
Será mi agrio carácter, será porque ansiaba que mis fantasías te
transformaran y ansiaras ser transformada, “tuneada” con gracia.
Te quería tan perfecta, anhelo inalcanzable, adorable ángel.
No pude disfrutarte como deseaba, por mi insufrible egoísmo, estúpido
animal cegado.
Aún sigo pensando que habría sido hermoso que fueras la manifestación
de mi ideal, la encarnación sublime de mi modelo. Lamentable.
Entiendo tu suicidio, cielo mío.
Soy insufrible, lo sé, pero fui todo amor hacia ti, perfecto, a excepción de
algunas cosas que... ya no importan.
Voz sublime de la mañana; tan enamorado estaba de ti, cielo mío, que tus
constantes reproches los escuchaba con fascinada atención.
Recuerdo aquel día en que perdiste los nervios, cogiste un cuchillo y con
actitud amenazante, avanzaste hacia mí; yo retrocedí, recordándote lo
caros que son los abogados y es que, cielo mío, gastar dinero te resultaba
tan desagradable... tan sólo la idea de tener que comprar algo, incluso la
barra del pan a primera hora de la mañana, te producía una gran desazón.
Mas yo siempre te amé, soportando incluso tus estúpidos celos con
abnegada paciencia; tu reproche constante por aquel estúpido asunto con
tu hermana, que no tuvo mayor trascendencia, al fin y al cabo, siempre
dijiste que estabais tan unidas que erais casi la misma persona.
Hoy es San Valentín, te he comprado una botellita de colonia, te la dejo
aquí, al lado de los gladiolos. ¿Qué bonitos son verdad?, tan elegantes y
estilizados; me evocan tu talle y carácter.
Disfruta de tu descanso, cielo mío, ahora tengo que irme, hoy comeré en la
casa de tus padres, ya sabes que tu hermana, tan cariñosa ella y que tanto
te quiere, es muy maniosa con la puntualidad.
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De excursión.

El mediodía es la hora en la que Dios se asoma a su balcón y su mirada de


calor intenso, aplasta a los objetos contra el suelo y el aire se hace
grisáceo y brillante.
Son los mediodías de agosto; mes de pieles tostadas y jubiléo carnal, del
exilio del pudor y de apoteosis sudorientas.
El mes de mis vacaciones.
Me encanta el verano, pero no es un mes para pasear por la meseta, apunto
estuve de borrarme de aquel viaje, pero Toledo es una ciudad en la que no
se echa de menos la compañía.
Como mi último romance acabó bruscamente, cerca ya de las vacaciones,
no era cuestión de continuar con los planes previstos, de modo que me
preparaba para pasar el verano en mi ciudad, disfrutando del balcón de mi
casa al atardecer, contando el número de usuarios de un cajero automático
instalado frente mi domicilio, tomando notas, sacando estadísticas por
edades, sexo, vestuario, etc.
Pero me parecía tan triste... pasar el verano en el balcón, mientras ella iría
a Ibiza, a tostarse en la playa y a saturarse con todo tipo de destilados, a
modo de torrija alcohólica.
Yo le parecía aburrido pero exótico, el exotismo acabó por aburrirla,
imagino que su sistema hormonal, acabó por empujarla a los brazos de un
fibroso divertido.
Mi autoestima no gozaba de buena salud en aquel momento, y esa debió
de ser la causa de que me fijara en uno de esos panfletos promocionales de
viajes, esos de tamaño cuartilla adheridos a las farolas y las puertas de los
comercios, y este estaba en la puerta de la panadería que frecuento,
Siempre pensé que esas excursiones, eran para turistas torpes o para
jubilados, en cualquier caso, fui a fijarme en una oferta para una
excursión a Toledo.
Disimuladamente, cuando la panadera me dio la espalda para coger algo
del obrador, yo, como un delincuente que aprovecha el despiste, me
apresuré a arrancar el número de teléfono de información.
A los pocos días estaba camino de Toledo en un autobús y alejándome del
balcón.
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Gracias al cielo la humanidad descubrió el aire acondicionado, y viajar en


autobús en agosto es llevadero, incluso la incorporación al vehículo de la
televisión ha mejorado la calidad del viaje, aunque en mi juicio solo por la
noche, cuando el autobús se hace más tedioso y cansado, por el día la
pantalla del televisor te atrapa en ocasiones con el hilo argumental de
alguna película, y olvidas mirar a través de los cristales, perdiéndote el
paisaje y los objetos que quizá no vuelvas a ver jamás. El viajar pierde con
el televisor una parte maravillosa, que es el trayecto, tan importante como
la llegada. En estos tiempos postmodernos lo que importa es
exclusivamente Itaca.
Los pasajeros del autobús no respondían por completo a lo que yo suponía,
había una gran diversidad de tipos, jubilados y también alguna familia y
estudiantes sin muchos recursos, alguna pareja de novios...
Se repartían por zonas con cierta homogeneidad, de modo que el pasillo
central era como una avenida que conduce a los distintos barrios de una
ciudad, una ciudad móvil que recorre la geografía con expectación.
Rompiendo esa homogeneidad iba una familia, un matrimonio cuarentón
con una adolescente, me llamó la atención, porque me imaginé que la
muchacha hubiera preferido quedar en la ciudad con sus amigas, y fue
embarcada en el autobús sin mucho entusiasmo.

Las horas iban pasando, en la televisión ofrecían una película que ya


había visto varias veces, me entretuve mirando los campos a través del
cristal, me sorprendía que fuera posible tanto espacio sin ningún tipo de
construcción, acostumbrado a viajar de una ciudad a otra sin dejar de ver a
mi alrededor algún tipo de edificio. Era como navegar en un mar terroso,
de calma chicha a veces o con mar de fondo en otras. Pero espacios
ondulados y planos, por lo general vacíos, siempre me fascinó el paisaje
manchego.
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Yo era uno de los pocos que viajaba solo, acomodé mi cuerpo


orientándolo al cristal, observaba el paisaje y pensaba en Ibiza, cada
segundo me alejaba más de ella; ¿me recordaría en la playa?, ¿me
compararía en los brazos del fibroso?. Seguro que él no le rascaba la
espalda igual de bien que yo, ni cuidaba de prepararle el café exactamente
a su gusto. Decidí quitármela de la cabeza durmiendo; cerré los ojos y no
tardé en soñar, un sueño extraño de montañas en el mar y me veía a mí
mismo como un navegante, ataviado con un sombrero de copa y una
corbata roja de terciopelo, de pronto, el escenario cambió, estaba sentado
en la vagoneta de una montaña rusa, junto a la adolescente del autobús,
sentí el vaivén de la atracción de feria, como un golpe que me hizo
tambalearme de un lado a otro.

Al abrir los ojos y recomponerse mis sentidos, sentí la calidez de su


abdomen en mi rostro, mi ojos orientados hacia sus pechos, apenas
cubiertos por un top fucsia enrojecido, ambos en una postura incómoda,
en una quietud obligada, no pudiendo en mi caso apartar mi mirada de sus
pechos jóvenes, carnosos y aterciopelados.
Obligadamente acogedora, extrañamente quieta, no evitaba que mi rostro
desconocido descansara sobre su vientre, y aunque me sentía algo violento
por ello, no dejaba de ser un placer que agradecía al cielo en aquellos
momentos.
Desconozco cuánto tiempo pasó, pero poco a poco mis ojos fueron
cerrándose de nuevo, y solo el tacto me ofrecía la referencia de la belleza,
del dulce consuelo epidérmico.

El aire comenzó a llenarse de sonidos, gritos, sirenas; pero a medida que el


sonido iba creciendo, mis oídos renunciaban a escucharlos y solo el tacto;
¿o era el recuerdo ya?; solo él, me mantenía unido a la realidad, a la fe, al
amor.
Comprendí que la vagoneta era el autobús, volcado sobre una plantación
de girasoles, la sorpresa duró poco tiempo, fui dejando paso a la oscura
incógnita con la que todos tenemos una cita
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Desamor
Os hablaré de Celia, ella amaneció aquella mañana sobre la cama,
abrigada tan solo con el pañuelo que él le regaló la víspera, acarició con
su mano la almohada en donde minutos antes él había estado durmiendo.
El pañuelo para ella se convirtió en un nexo amoroso entre ella y él, y
cobró vida en forma de serpiente que circulaba por su piel como si su
cuerpo fuera de madera, convertida así en el árbol de la vida.
Y como árbol, se alzó del lecho, y puesta en pié alzó los brazos, dejando
que la serpiente subiera por sus ramas, y enroscada en su brazo, danzó
como quien baila un chotis, los árboles, no suelen moverse de su sitio por
iniciativa propia, pero su cuerpo si se movía llevado por una danza
improvisada. De corrientes de viento que entrando por la ventana movían
sus ramas, que se agitaban y hacían contornearse el tronco del árbol
humano en que Celia se había convertido. La serpiente, suave y cálida, la
besaba con su movimiento, ella disfrutaba notando el tacto de su piel con
la del reptil. Y la habitación cambió. Para sus ojos, las paredes se tornaron
en bruma húmeda, y otros árboles habían crecido entorno a ella, que como
ella se agitaban, y voces se oían ininteligibles, recuerdos lejanos que el
aire traía. Pero su atención estaba dispersa, poseer la vida que se arrastraba
entorno a ella la enajena de felicidad, le amaba a él, y él la amaba a través
de su obsequio que se había convertido en su mano, el brazo que la
sujetaba.
Otros árboles danzaban, otros permanecían quietos, y una sombra
caminaba entre ellos y que parecía animar sus cortezas.
Si hubiera podido mirarse, si pudiera haber observado el lugar en el que se
hallaba, se habría visto al margen de toda realidad, suspendida en una
oscuridad luminosa, entre penumbras neblinosas, sin suelos ni cielos, ni
puntos cardinales.
Absolutamente ida de sí misma, entregada a una danza imposible, anclada
a un suelo inexistente halló la felicidad, y como árbol sin raíz en un
universo de oscuridad, alcanzada por la caricia que anima a los árboles
que como ella, poblaban el extraño bosque, caricia que reconoció como de
la mano de él.
Así volvió a amanecer, así la encontraron tendida en el suelo, abrigada por
su pañuelo nuevo.
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La multa
Quien no tiene memoria...
Subí las escaleras corriendo, había dejado el coche aparcado en una zona
prohibida.
Abrí la puerta y entré como un “cohete” hacia la cocina, había dejado allí
el teléfono móvil.
Al volver hacia la puerta de la casa, pasé junto a la figura de una cabeza
tallada en madera; me pareció que levantaba las cejas con expresión de
desagrado. Me sorprendió y me quedé observándola sin apreciar nada raro;
al fin y al cabo, es una figura de madera.
Le dije a mi cerebro que me dejara de líos que tenía prisa; sin embargo y a
pesar de que era imposible, habría jurado que la talla de madera movió las
cejas.
Al bajar a la calle, vi que mi coche estaba siendo multado por un policía
de tráfico; es inútil poner excusas, lo mejor es dejarle redactar la multa y
acabar, no tenía tiempo de discutir con un policía.
Cuando me dio el resguardo de la denuncia, el papel era rosa tirando a
fucsia, me sorprendió y al levantar la mirada... la cara del guardia era
redonda, completamente circular y blanca y unos labios enormes cubrían
la parte inferior del círculo.
Me sentí mareado, raro, algo asustado también, caminé hacia el coche sin
querer mirar a mi alrededor, abrí la puerta y entré. Fuera estaba el guardia,
ya con el aspecto normal que todo guardia debe tener; me miraba
fijamente, desconfiando de mí por algún motivo.
—Tiene que ser un sueño—pensé —, una pesadilla, tengo que despertar y
todo será normal.
De manera que me quedé quieto al volante, veía como las gentes y el
guardia me miraban, todos me observaban y yo me reía de ellos.
—¡Idiotas residentes en mi imaginación, iros a la mierda!— , les dije yo.
Entonces el guardia se me acercó decidido y me dijo:
—Salga usted del coche por favor.
Me quedé dentro del vehículo y observé que a mi alrededor se
amontonaban ojos, sólo ojos, ni bocas ni orejas, sólo ojos que me
observaban.
Me enfadé, salí del coche airado y la emprendí a golpes con esos ojos;
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gritaba:
—¡Ya está bien pesadilla asquerosa, vete ya!
Escuchaba sonidos que no podía identificar, de pronto, caí al suelo y las
cosas a mi alrededor volvían a ser reconocibles.
Entre varias personas me habían reducido, estaba de cara al asfalto con los
grilletes puestos en mis manos, pegadas a la espalda.
Ante mis ojos caminaba una hormiga, indiferente a mi presencia, se me
ocurrió pensar en que quizá otros ojos me observaban y yo era tan
indiferente a su presencia, como la hormiga era indiferente a mía.
Mientras, las cosas pasaban sin importarme mucho, yo reflexionaba acerca
de la existencia de la hormiga y de cómo ella hacía su vida, sin saber de mi
existencia y de que muchas compañeras suyas, habían sido aplastadas o
gaseadas por gentes de mi especie.

Recuerdo que me llevaron a algún lugar, me transportaron de allá para acá,


se preocupaban por lo ocurrido conmigo; imagino, porque recuerdo a
alguien haciéndome preguntas que no acabo de recordar, pues a medida
que reflexionaba acerca de la hormiga, todo cuanto ocurría me iba siendo
indiferente.
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Lunático

Si no me gustara moriría arañando la tierra para sumergirme en sus


profundidades, para no ver más su débil luz.
Anochece y las sombras de las piedras alcanzan el horizonte y ella, feliz;
como cada noche, musa de amantes y piedad de dolientes que, en su luz,
encuentran reposo y tregua.
Mi amigo borracho llama a mi puerta, discutiendo con sus fantasmas
irreconciliables.
—Mírame— le digo; yo sé que me escucha, pero discreta guarda
silencio, juega conmigo y me enloquece.
Sin importarme su indiferencia la sigo mirando enamorado, ella no se
entrega, distante se aleja y quiebra su mirada, sólo para ser observada.
Sabe que otros la miran, disfruta dejándose amar por legiones de ojos
fascinados entre las sombras.
Si no me gustara cerraría las ventanas, mataría a los perros y encendería
todas las luces de mi casa.
Pero la amo; sus ojos de plata me esconden del suicidio, mientras los
insectos se entregan a la llama de la vela que sostengo, hasta que la brisa la
apaga y quedo bajo su mirada somnolienta.
Una noche y otra, enloquecedora esfera.
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Ashar

La modernidad la desplazó fuera del tiempo, la antigua carretera se


transformó en una autopista dejándola aislada e invisible.
La taberna, de aspecto exterior descuidado, rodeada de silencio y quietud,
evidenciando decadencia y abandono.
El interior era un espacio sin apenas luz, predominando los tonos
marrones y cuadros con temas de caza o paisajes, ciervos, bosques y
algún bodegón.
Mesas y sillas de madera con asiento de esparto, apenas algún cliente
frente a un café o una cerveza, todos ellos parecían encontrar en aquel
lugar algún tipo de cómodo, extraños, ausentes; figuras estáticas en un
decorado decadente.
Algo perdido entré en el local, la primera persona en la que me fijé, fue
Dos Batallas, como me enteraría más tarde que era el modo en que allí se
le conocía.

Dos Batallas, era un hombre metido en años, de frente arrugada y mirada


profunda e inexpresiva; sus ojos no miraban, parecían ir más allá del
objeto al que parecían estar observando, o quizá no llegaban a él.
Había sido militar de carrera y destinado en Valencia, hasta que lo
movilizaron para llevarlo a África, el terror a navegar le enfermaba y no
salió a cubierta durante todo el tiempo que duró la travesía, alimentándose
de coñac para combatir el temor a la mar y prefiriendo la embriaguez, a
darse cuenta de su destino, sin apenas abandonar la litera durante el
tiempo que duró el viaje y de este modo, mareado por la mar y el alcohol
Dos Batallas llegó a África.
Apenas puso el pié en tierra cayó enfermo, el alcohol, la mar y el miedo,
carcomieron su cuerpo y su ánimo.
De modo que salió enfermo del barco y fue trasladado al hospital. Allí
conoció a Mercedes, una enfermera alta y rica en carnes, de voz dulce y
gesto suave; acogedora, como el fetiche de una figura maternal, de senos
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prominentes y cara rosácea que enmarcaba una sonrisa siempre feliz.


Dos batallas cayó en la red de aquella madre amadora, por cuyo arco
había ya había desfilado media guarnición de Tetuán.
Mercedes acogió a Dos Batallas como a un ser desvalido; sintió
compasión por él y se dejó frecuentar por aquel militar roto y temeroso.
Para Dos Batallas, Mercedes suponía un refugio confortable, seguro y
acogedor, ante las perspectivas oscuras, en su futuro inmediato en tierras
africanas.
No llegó a tiempo y su unidad salió camino del barranco del Lobo,
encontrando todos la muerte excepto él.
Las dunas carnosas de Mercedes, se convirtieron en un laberinto de difícil
salida y allá quedó atrapado, mientras sus compañeros y subordinados
pasaban al reino de la memoria, Dos Batallas navegaba a través de la
maternal Mercedes.
Parecerá imposible, pero así es, Dos Batallas no muere, y su edad crece
con el tiempo, salvó su vida en brazos de Mercedes; borracho y
“encoñado” .
Me comentaron más tarde, que el nombre de Dos Batallas se lo pusieron
mucho después y que él acabo por asumirlo; pues solo se enfrentó a dos
batallas en su vida y a un mismo enemigo, el miedo.
La primera batalla, la perdió cuando subió a aquel barco que le condujo a
África. La segunda batalla aun sigue intentando ganarla contra sí mismo,
pidiendo tiempo al cielo para poder lograr su victoria, así van pasando los
años y renovándose los plazos; pero Dos Batallas no logró vencer y
acabó por encontrar refugio, en ese paraje perdido que rodea a la Taberna.
El recinto no estaba muy iluminado, pero se apreciaban bien las cosas. La
barra situada a la derecha de quien entra, tirando al fondo, comenzaba a
mitad de la pared, y formaba una letra “L”, de modo que la pared del
fondo esta en parte también ocupada por la larga barra, que apenas tenia
nadie en ella en las horas en la que fui por primera vez.
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A la izquierda, una fila de cuatro mesas llegaba desde la entrada a la pared


del fondo del local, enfrente la barra de la Taberna, en forma de letra “L”,
y cuyo lado mas largo enfrentaba con las sillas y mesas.

En un lugar de la barra, no siempre en el mismo lugar, solía sentarse una


mujer una anciana que por esa condición, me sorprendió verla en aquel
lugar.
Hay personas por las que los años pasan, pero a algunas, los años al pasar
le pisotean la faz, dejándola de aspecto cansado y dolorido. Supe más
tarde, que tuvo tres maridos, a quienes acompañó al cementerio en
resignado y acostumbrado paseo. Y ella sobrevivía haciendo gala de una
salud inquebrantable, sana pero envejecida, sus ojos llenos de vida se
contradecían con sus músculos cansados y su espalda arqueada.
No parecía que la vida le fuera a abandonar, su ánimo y su lucidez eran un
misterio para mí y sigue siéndolo a pesar de todo.
Deseaba hablarle a aquella mujer, me intrigaba y su presencia no me
dejaba indiferente, sino todo lo contrario, era el centro absoluto de mi
atención en aquel momento,
Mi interés por ella fue observado por otra persona, que se acercó hasta mí.
—Cuidado con su novio, es muy celoso.
Lo tomé como una broma, se me hacia difícil de creer que esa mujer, que
ya no bajaría de los ochenta largos años, pudiera tener aún ánimo para
mantener una pasión amorosa.
—¿Como se llama?— le pregunté refiriéndome a ella.
—No se como se llama, pero aquí todos hacen referencia a ella como La
Señora—dicho esto se fue.
—Gracias—le respondí.
Quedé solo de nuevo observando a La Señora, no sería ese día cuando la
conocería. Me acerqué a la barra a pagar mi consumición, allí estaba
quien me facilito el nombre de esa mujer, le pregunté.
—¿Es usted de por aquí?
—Todos lo somos.

Pasaron varios meses desde que llegué por primera vez a aquella taberna,
mi segunda visita fue deseada; sentí una profunda paz en aquel lugar, un
lugar de acomodo para alguien como yo.
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De manera que fui de nuevo, me alegró entrar en el local, se podía


disfrutar allí de la soledad aunque hubieran más personas en el recinto,
cada cual dentro de sus asuntos, salvo alguna esporádica conversación, a
mi me gusta la soledad, es confortable, parecida al abrigo que aísla del aire
frío invernal.

De manera que entré, me acerqué a la barra para saludar al propietario y


solicitarle mi consumición. Éste sonrió al verme.
—¿De nuevo por aquí?, me alegro, espero que no sea por haberse perdido
otra vez.
—No—sonreí— , me apetecía volver.
—Lo comprendo, pues nada, póngase cómodo.
Me sirvió una cerveza y me fui a una de las mesas. Al poco escuché que
alguien le decía al propietario.
—Vaya, un brandy, me quedo en la barra, mi mesa favorita esta pillada—
me volví y era casualmente la persona que en mi anterior visita me facilitó
información acerca de La Señora.
—No tengo ningún inconveniente en compartirla—le dije amablemente.
—Vaya— dijo él—, eso es extraño por estos pagos, gracias, acepto su
oferta—.

—Por aquí casi todos prefieren estar a solas— Me dijo.


—La soledad— le contesté—, no es mala en ocasiones, aunque una buena
compañía tampoco mata.
—Las buenas compañías las encuentro en el espejo—, me contestó.

Estaba compartiendo una cerveza con alguien a quien también gustaba de


la soledad, yo lo comprendía, porque a mí la soledad.
Hay personas a quienes la vida les trata con cariño, les acaricia y les
mima, en este caso no fue así, y fue quebrándose su capacidad de
resistencia como se cuartea la corteza de un árbol, y aunque hay árboles
que viven a pesar de tener una corteza rugosa y antigua, otros mueren
jóvenes en la total intemperie.

—¿Como descubriste este lugar?—le pregunté animado por la curiosidad.


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—Me lo encontré—, respondió.


—Yo también, me equivoqué de carretera y me encontré con este lugar.
—La encontramos o nos encuentra—, me dijo. —Topamos con esta
taberna y nos atrapa, quizá sea una especie de estación término.
—Yo llegué huyendo de mis salvadores.
—Vaya— respondí sorprendido e intrigado.
—Y tú porque has venido?—, me preguntó.
—Porque me gustó el primer día y sentía deseos de volver.
Asintió con la cabeza, pero en su expresión de ojos había una frase,
sostenida con sus cejas y sus pupilas, que no llegué a traducir.
—Todos tenemos un motivo— dijo —, aquí todos nos detenemos porque
ya algo nos trae, o nosotros mismos hemos decidido detenernos.
Me aburrían las personas que juegan al enigma, pero entendí en sus
palabras, que yo también poseía un motivo para estar allí.
—Desconozco mis motivos, en el caso de que los tenga—, le dije.
—Puedes estar seguro.
—La tranquilidad del campo es muy hermosa, sí—le dije yo.
—No, no es eso...—, me negó con un gesto entre la tristeza y la náusea,
como si la evocación de lo dejado atrás le punzara dolorosamente.
—Espero no haber dicho nada inoportuno —, le dije, al observar su
reacción.
—No; es que es algo sobre lo que no me gusta hablar, prefiero estas
sierras, aunque áridas y quemadas por el sol, son más acogedoras que el
mundo feliz en el que creemos vivir.
Ambos quedamos observando nuestros vasos; en ocasiones, las
conversaciones se cierran de manera tal, que ninguna respuesta o
continuación parece adecuada. El silencio es un grito de aire denso,
molesto e impaciente.
—¿Y hace mucho tiempo que llevas viviendo por aquí?—no pude evitar
preguntarle; sabía que cuando cedo a mi curiosidad; cosa que no ocurre a
menudo, soy algo inquisidor, quizá en demasía, pero ansiaba conocer
más de aquel hombre, me reconozco que soy algo así como un vampiro
emocional, había pasión en aquel espíritu atormentado; pasión, algo que
yo aprendí a fingir, a emular; jamás sentí el alboroto de mi espíritu por
nada, por nada fijé mi atención en alguna cosa, el tiempo suficiente
como para sentir apego, el más mínimo afecto por algo, ese desapego me
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hizo ir por la vida como recubierto de grasa, una cobertura adiposa, que
impedía que los acontecimientos calaran en mi alma, resbalándose sin
mojarme.
—Estará anocheciendo— me dijo—me gusta salir a ver el ocaso.
Se levantó y fue hacia la puerta, sin despedirse dejó el dinero de lo
consumido en la mesa, yo lo cogí y pagué lo que ambos habíamos
consumido, era ciertamente, la hora en que el sol cierra los ojos, las
sombras se alargan y los ángeles, cepillan sus alas acabado su turno.

Allí fuera, en la porchada de la taberna estaba mi compañero de


conversación, observando la sombra de un almendro quemado por el Sol;
el único árbol de la explanada que rodeaba el edificio; sombra estirada,
como si su seca copa de ramas vacías, fueran una mano que alargándose,
quisieran atraparnos.
—¿Le siguen buscando sus salvadores?— le pregunté.
En eso, salió del interior de la taberna una muchacha joven, una
adolescente de faz redondeada y ojos vivos, brillantes y negros.
Sonriéndose le habló a mi contertulio con severidad pero cortésmente.
—No te demores aquí— le dijo.
—No—contestó.
La muchacha volvió a entrar en la taberna, a mí apenas me miró, tan solo
lo suficiente como para percatarse de mi presencia.
A los pocos minutos, cuando la sombra ya es la noche, se levantó y me
dijo.
—Estación término amigo, ahora me retiro que ya me esperan.
Y entró en la taberna de nuevo, yo volví a mi automóvil, el único vehículo
aparcado allí. Y de nuevo me alejé de la sombra del almendro.
Mientras regresaba a mi casa, iba recordando la historia que me acaba de
contar. Cuando la copa del almendro convertida en una garra nos alcanzó,
soltó su alma y como una exhalación liberadora, me narró la experiencia
que le llevó a la taberna.
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—Para mí el ocaso es un símbolo de esperanza—me dijo él, iniciando la


narración.
—¿Porqué?—le pregunté.
—Porque hace ya tiempo navegué hacia el Occidente, buscando el ocaso
definitivo. Que todo acabara en un acto consciente de resolución; un
suicidio deseado y consciente, es la máxima expresión de la libertad
individual.
Iba a desertar de la vida por derecho propio; el mismo que me garantiza mi
libertad para ir a donde desee, estar o no en algún lugar, salir del cine a
media película o quedarme.

Tenía una pequeña embarcación, de casi seis metros de eslora y poco más
de dos de manga, solo un mástil y una pequeña cabina, suficiente para
pasear por el litoral sin mayores pretensiones.
Aquel amanecer era hermoso, el horizonte anaranjado, los azules y los
grises... nunca me fijé tanto en un amanecer como aquella mañana.

La mar en calma chicha, una brisa suave me acariciaba cariñosamente,


pero demasiado floja como para empujarme y navegar en silencio, tendría
que utilizar el motor, al menos al comienzo de la travesía.
Instalé el sistema que haría arder el barco en su momento, ya hice ensayos
y calculé el tiempo preciso, de modo que utilizando una vela larga, bien
sujeta a un estante, preparada con una hendidura en la que insertaría una
goma, conectada a un depósito de gasolina. La vela se consumiría y la
llama provocaría el incendio, al quemarse el tubo de plástico.
Entré mar adentro, evitando la zona de tráfico de mercantes y otras
embarcaciones, en la mar también hay carreteras y zonas apartadas.
Salí de la dársena para entrar en la inmensidad de un universo que me
abrazaba, esperandome como quien espera a quien sabe que tarde o
temprano llamará a la puerta.
Mi pequeño velero, al que llamé Búsa, precisamente por ser un barco
pequeño y modesto; pero muy marinero sin embargo, me trasladaba hoy
a un lugar lejano; cuando la costa se perdió de vista confundida con las
nubes, fondeé. Y allí en ése punto, mecido por la mar que acogedora, me
permitía vivir en paz aquellas horas, esperé a que el sol iniciara su
descenso.
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Mi esposa quiso llamar a este velero Salve Regina, acabamos echándolo a


suertes y ganó Búsa; en el ecuador de este día final, quería que la música
fuera mi compañía, de modo que puse en un reproductor un Cd con el
Salve Regina de Pergolesi, a ella le encantaba, le gustaba escucharlo en el
balcón al atardecer, desde allí se disfrutaba de la visión del mar.
En invierno, cuando el viento de levante levantaba orgulloso las aguas,
animándolas a invadir la tierra y las olas en ocasiones alcanzaban el
asfalto, ella salía al balcón a sentir el frío y la sal, perdiéndose la vista en
la lejanía, en el vacío de un horizonte difuminado, cielo y agua
confundidos en un bloque grisáceo.
Le hubiera gustado vivir desnuda para sentir en su piel todos los
elementos de la naturaleza, explotando al máximo sus sentidos, no pudo
ser y amando la vida la dejó a desgana.

Tras su marcha yo salía al balcón a escuchar a Pergolesi y a mirar al mar,


allí, contemplando la espuma de las olas.
La espuma, transformándose en cuerpos blancos gritó mi nombre.
El tiempo pasaba y el Sol, dejó caer su cuerpo sobre la línea del horizonte.
Las velas consumían la cera acortando el tiempo y al igual que el Sol, dejé
mi cuerpo caer, en la bañera a observar la cúpula celeste.
La mar en la oscuridad de la noche, es como una unión armoniosa entre
el universo y la tierra, un nexo mágico de rumor de sal y nostalgias.
Fondeado en el centro del universo, esperé el ocaso definitivo, cuando la
llama de la vela tocara la goma de la gasolina.
A mi cabeza vinieron a pasear recuerdos amables, un carnaval de sonrisas
almacenadas, rostros alegres de todas mis edades, un extraño
sentimiento, mezcla de melancolía y de satisfacción inundó la popa del
velero y floté feliz en él.

La voluntad es más fuerte que la razón y cuando ésta no posee


argumentos, derrumba todo a su paso como el viento de Marzo.
La razón no encontraba palabras para evitar mi deseo de vivir esta
ceremonia de despedida. Y paso a paso fui dándole forma y
completándola.
La melancolía y el deseo del amor que perdí, fueron las manos que
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ayudaron a que ahora estuviera allí, inmerso en la oquedad cósmica.


El rito se iba cumpliendo, y el final se acercaba como te acercas a la
ventanilla de un cine, tras esperar mucho tiempo detrás de una espalda que
ni conoces ni te importa y con la que compartes la visión cada vez más
cercana de la entrada.

Sumergido en la melancolía, dormidos mis sentidos, ajenos ya a sus


funciones que parecían saber acabadas.
El trueno rompió el sonido del Ave Verum Corpus, que enmarcaba el
momento trascendental, la música que yo había dispuesto para cerrar el
rito de despedida se había ajustado al rito.
La explosión quebró la pequeña embarcación, el final se precipitó y mi
corazón golpeaba con la dureza del metal.
El agua pronto inundó la bañera y me vi sumergido.

En ese momento debió escribirse el punto final, pero de nuevo abrí los
ojos, una luz débil me rodeaba, y voces cercanas—.
—¿Está usted bien?—me preguntó un muchacho.
—Está usted en un buque de la Armada, vimos la explosión y nos
acercamos, afortunadamente llegamos a tiempo.
A tiempo.
Quise llenar el aire de reproches, de expresión de mi furia y mi frustración,
pero en lugar de eso callé.
Desembarqué poco después, fue en el viaje de regreso a mi casa cuando
encontré esta taberna y un acomodo en las cercanías, poco me importan
las condiciones de vida, considerando que ninguna deseo.

Decidí volver una vez más a la taberna, en la porchada estaban Dos


Batallas y el protagonista de la aventura del barco; tendré que preguntarle
algún día cual es su nombre. Hablaban relajadamente sentados en dos
sillones de mimbre, me recordaron una fotografía de mi infancia, cuando
las familias iban a la playa en agosto, antes de que existieran las
urbanizaciones, con sus barracas; construcciones de lona y maderos. Los
más parecido a los Campings actuales, pero con la sencillez de lo popular.
Les saludé al alcanzar la porchada, respondieron a mi saludo con un gesto
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amable. Entré en el interior del local y me acerqué a la barra.


Atendiendo a los clientes, estaba la muchacha adolescente del otro día, me
acerqué y le pedí una consumición.
—¿Vives aquí?—, se limitó a mirarme, sin sonreír siquiera, entendí que mi
pregunta le molestaba y callé.
Siempre callo y guardo silencio, hay quienes no se amedrentan e insisten
hasta alcanzar lo que ansían, siempre envidié a los de esa especie.

¡Qué demonios!, no me matará si me hago el pesado, a lo sumo no me


contestará, de modo que insistiré, mi curiosidad es un vicio que me come
la carne.
—¿Eres familia del propietario?
Ella secaba unos platos con un paño, levantó la mirada, hizo un gesto,
encogiéndose de hombros, el gesto que normalmente, usamos para dar a
entender que desconocemos algo.
Me quedé observándola, su estatura no superaba el metro medio, gordita,
sus pechos eran carnosos, tersos y se asomaban por el escote de la
camiseta de tirantes.
Debí de ser demasiado descarado, ella se puso frente a mí y me preguntó.
—¿Así mejor?
—¿Como? No entendí así de pronto, pero me di cuenta a los pocos
segundos.
Ella rió y se fue.
—Perdona si te he molestado.
—No tiene importancia.
—¿Como te llamas?
Pero ella se mantenía distante, en silencio, sin querer tomar ese contacto.
Desistí y me limité a disfrutar del café.

Al poco tiempo entró La Señora, se apoyaba en un bastón negro de


madera. Lentamente, se desplazaba por el local, hasta que ese acercó a
una mesa; la muchacha, al verla entrar, salió de detrás de la barra y fue a
su encuentro ayudándola a sentarse, entonces la vi sonreír, había mucha
familiaridad entre ellas.
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Durante unos segundos se quedaron mirándome, no sé de qué hablaban,


pero me molestó que quizá estuvieran hablando de mí.
Regresó sonriendo a su labor tras la barra y me miró.
—Me puedes llamar Ashar.
—Qué exótico—dije sonriéndole—es un nombre extranjero, ¿verdad?
—Sí.
Había cambiado de actitud, tras haber hablado con La Señora.
Ahora me miraba y parecía querer estudiarme, me observaba con
amabilidad y yo miré a La Señora, que estaba ausente de la situación;
pero algo le dijo en relación a mí, estoy seguro.
Se acercó hasta donde yo estaba y me dijo.
—Ya me han contado alguna cosa de ti, pero poco, eres más bien
reservado.
—No soy muy hablador.
—Ya veo, has cerrado con cuatro palabras una conversación.
—No sabría qué contarte— le dije—no hago nada que tenga el suficiente
interés como para ser contado.
—Para ser contado quizá no— sus ojos, vivos y penetrantes, me
preguntaban —.¿Y no sientes nada?.
Hubo unos segundos silenciosos en que nos mirábamos, ella sopesaba si
continuar o no; ,Hubo unos segundos silenciosos en que nos mirábamos,
ella sopesaba si continuar o no; yo temí que que mi torpeza, hubiera
estropeado el momento de conocerla más.
—¿Te puedo preguntar algo?—, le dije.
—Claro.
—¿Quién es?— me giré para mirar a La Señora.
—Es una clienta de siempre, desde que abrió este local.
—¿Y tú llevas mucho tiempo trabajando en este bar?
—Llevo toda mi vida aquí.
—¿Eres hija del propietario?
—No, pero llevo tiempo, mucho tiempo.
Dejó lo que tenía entre las manos, cogió las mías; no sin sorpresa por mi
parte.
—Para ser un hombre callado haces muchas preguntas.
Pensé que ya lo había estropeado, que mi curiosidad había traspasado
algún misterioso límite.
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—Espero no haberte molestado.


—No, no te apures.
Quitó mi taza de café y la cambió por una copa.
—Voy a ponerte otra cosa.
Sacó de debajo del mostrador una botella de vino, vertió en la copa una
pequeña cantidad.
—Me gusta hablar con hombres, a los que les gusta el vino, pruébalo.
—No tengo costumbre de tomar alcohol.
— Pruébalo, está muy sabroso.
Insistió amablemente y me fue imposible rechazar su invitación, tomé un
sorbo pequeño, ciertamente era sabroso, algo áspero al principio, pero se
transformaba en una combinación de sabores muy agradable.
—¿Te ha gustado?
—Está muy rico, sí.

Ella sonrió.
—Si se te sube a la cabeza... no hagas locuras.
¿El efecto del vino?, no lo sé, pero le sonreí feliz y relajado, al ver que
ella sonreía; amistosa y receptiva, pensé que las puertas del paraíso se
abrían para mí.
Sólo la llegada de Dos Batallas, provocó un momento de distracción.
Dos Batallas nos miró ausente, pero no indiferente, ...no sabría decir de
qué manera.

—Llegarás tarde a casa — me dijo.


—No hay cuidado, está vacía.
Terminé la copa de vino y ella volvió a llenarlo
—¿Nunca has amado?
—¿Amar a alguien?.
—Sí.
—Por supuesto, pero ya hace mucho tiempo y desde entonces, no he
sentido la necesidad de la cercanía de nadie.
—Me cuesta creerlo.
Ashar aterciopelaba su voz, a medida que la conversación se alargaba;
de pronto sentí rechazo hacia ella, era evidente que quería penetrar en
mis sentimientos y conocer incluso, lo que yo a mí mismo me vetaba.
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—¿Qué te ocurre?—dijo —relájate.


Su mano derecha sobre mi mejilla y la calidez de su voz, me deslizaron a
la profundidad de sus ojos.
Ansiaba besarla, sentí en un apasionado deseo de invadir su cuerpo, de
abrazarla y pegarme a su piel.
Nunca había sentido una obsesión tan febril y desequilibrada.

Ella salió de detrás de la barra, a atender a otros clientes.


Allí sentado en aquel taburete alto, estaba yo, nervioso y desorientado .
¿Qué se supone que ha de hacer uno en estas circunstancias?
¿Y qué era de aquella muchacha hostil y estúpida de la última vez, cuando
le pregunté alguna cosa?
No era una novedad en mí el deseo, hace muchos años esa ansiedad
inundó mi mente durante mucho tiempo, pero fui capaz de soportarla sin
atenderla, no deseaba vivir ligado a nadie ni a nada, aprendí a despegarme
del deseo, a desentenderme de las pasiones humanas más comunes.
Mi casa hoy está vacía, mi vida igual que mi casa; es un espacio sin
contenido, existencia tan sólo sin pasión ni deseos, sin lugar concreto a
donde ir.
El desapego me privó de la voluntad, mi existencia minimalista no
precisaba otra cosa.
Pero en ese momento, sentado en aquella barra de bar, me sentía roto.
Aquel maldito vino, aquellos ojos de Ashar, que con seguridad jugaban y
se divertían a mi costa.
Odiosa muchacha. ¿Qué pretendía con ese juego?.
Al regresar Ashar a la barra, se detuvo detrás de mí.
—¿Estás bien?
—Si— respondí con tono malhumorado.
—No, no lo estás — ella seguía mostrándose amable, puso sus manos en
mi espalda.
—No te muevas —me dijo —, estas muy tenso—.
—Será el vino.
—No, no lo es — sus manos tocaron mi espalda y paseaban por ella, —no
quiero que te muevas.
—He de irme.
Pero ella completó sus caricias con un abrazo, podía sentir su cuerpo
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pegado a mi espalda y sus manos aferrándose a mi pecho.


Me sentí sofocado y dubitativo, en lugar de girarme y optar por irme o
abrazarla, estaba quieto y desconcertado.
—Te daré lo que deseas —me dijo.
Ni siquiera pensaba en el resto de clientes, que estarían observando
aquello; pero con seguridad, estarían indiferentes a lo que allí ocurría.
—Tú no sabes lo que yo deseo —le dije mientras tomaba un nuevo sorbo
de aquel vino.
—Sí que lo sé.
—No, he de irme —contesté tajante.
Ella me soltó y se apartó, dejándome el espacio necesario, para poder
ponerme en pie y salir tambaleandome del local.

Al salir miré a La Señora, ella me miró apenas un segundo, luego desvió


su mirada hacia Ashar.
Pero no me fijé en más detalles, necesitaba salir de allí.
Estaba equivocado, porque ella si sabía lo que yo deseaba.
Vivir el arrebato del deseo, dejarme poseer por el goce de perseguir un
anhelo...
Ella, como si de un ejército que poderoso, hubiera asaltado mis lineas
defensivas dejándolas destrozadas y exiguas, me dejó huir, sabedora de
que su presa iba herida sin remedio y que buscaría la cura, precisamente,
en sus propios brazos.
Durante las semanas siguientes, viví recordando aquel día y tocando mi
herida siempre abierta, sin ser capaz de cicatrizarla, porque mi atención y
mi voluntad eran para ella. Ashar.
El trabajo se me hizo imposible, eché en falta tener vida social, amigos
con quien poder compartir momentos de pequeños e inocentes placeres
que desviaran mi atención de aquella obsesiva presencia, deseé haber
cultivado alguna actividad de ocio personal.
El vacío del que yo mismo me rodeé, cultivado voluntariamente y con
esmero, era ahora un aliado del monstruo que Ashar había despertado en
mí.
Mi casa perdió el orden acostumbrado, salía ansiosamente a las calles a
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buscar otros brazos, aunque fuera pagándolos.


Pero otros ojos mercenarios no saciaban mi deseo y me consumía
inútilmente; el tacto de Ashar no era imitable, no se trataba de roce de
cuerpos, era algo más profundo e intenso, necesitaba que hubiera algo
más y yo no sabía identificarlo.
Dejé el trabajo, incapaz de someterme al rigor del esfuerzo y la
concentración, levantarme de la cama por las mañanas, empezó a
requerir un esfuerzo titánico.
Y una mañana me miré en el espejo y vi a un espectro; admití mi derrota
y decidí regresar a la taberna.
Me sentía aliviado durante el trayecto, al llegar aparqué mi vehículo y
miré el edificio.
Yo ahora no era aquel que lo visitó la última vez, ahora buscaba su
amparo; en aquel lugar buscaría sanación a mi dolor.
Recordé las palabras que me dijo aquel otro cliente, al inicio de frecuentar
este bar.
—Aquí todos nos detenemos porque ya algo nos trae, o nosotros mismos
hemos decidido detenernos.

Ahora era yo quien se entregaba el amparo de aquella vieja casona, como


si en lugar de ladrillos y piedra, fuera la cabeza disimulada de una bestia
depredadora.
Al acercarme a la fachada del edificio, casi podía escuchar la respiración
de las paredes.
Ashar no estaba, pregunté por ella al tabernero, pero no me dio respuesta.
Quedé esperándola y no tengo ni idea del tiempo que pasó.
Una de las puertas que comunicaba el bar con el edificio se abrió y vi salir
a Dos Batallas, haciendo señas a otro para que le siguiera.
El tabernero me avisó de que ya era la hora de cerrar, entró también por
aquella puerta y me quedé sólo en el interior, me sorprendió que el
propietario, tras avisarme del cierre, no esperara a que yo abandonara el
local, quedándome a solas en su interior.

Mi curiosidad me levantó de la silla, sentía interés por saber adónde


habían ido todos.
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La puerta estaba abierta, sujeta por un mecanismo anclado en su parte


alta.
Escuchaba las voces, pero no veía a nadie, porque aparte de la penumbra,
la puerta daba a unas escaleras, por las que habrían descendido todos.
Quise acercarme aún más, pero en mi deseo de curiosear, no me di cuenta
de que rocé la puerta; lo suficiente como para desbloquear el mecanismo
que la mantenía abierta, cerrándose tras de mí.
Volví para abrirla pero era imposible, no había manivela; en su lugar, una
cerradura.

De modo que solo podía esperar allí en la oscuridad o bajar las escaleras e
improvisar alguna excusa, en el caso más que probable de que me
preguntaran la razón de mi presencia allí.
Las escaleras conducían a un pasillo alargado y estrecho, iluminado con
dos velas tan solo, de modo que más que iluminación, había dos
referencias luminosas.
Yo avanzaba a través de la oscuridad, tanteando con las manos las paredes
del pasillo, había algunas puertas pero el rumor procedía del fondo.
No sabía qué podría decirles, mi intromisión era imperdonable, esperaba
que el pasillo pudiera conducir a otras escaleras a través de las cuales
pudiera salir al exterior, pero el pasillo se cerraba al llegar al fondo, allí
mismo, en donde terminaba el oscuro túnel, estaba la puerta a través de la
cual se podían escuchar las voces mezcladas de todos ellos.
Me detuve al llegar, pero la presión de una mano en mi espalda me empujó
hacia adelante.
—Abrid —dijo quien estaba tras de mí.
La puerta se abrió y quienquiera que fuese, me empujó sin violencia hacia
adentro.
Temí reproches y enfados por mi presencia en aquel lugar, pero nada de
eso ocurrió.
Se trataba de una cueva cuadrada excavada en la tierra y sin apenas
iluminación, tan sólo unas velas; una en cada pared de la pequeña gruta y
dos velas más, una negra y otra blanca, juntas y encima de una gran
piedra, junto a la pared del fondo de la estancia.
Entre aquella gran piedra y el resto de personas presentes, había alguien de
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pequeña estatura, cubierto con una túnica con capucha, dándonos la


espalda.
Era una mujer y cuando escuché su voz, la identifiqué inmediatamente.
Era Ashar. Portaba en su mano derecha un bastón con el que golpeaba el
suelo, mientras que con una espada en su mano izquierda, apuntaba a cada
vela colocada en las paredes.
Iba girando en el sentido opuesto al de las agujas del reloj, pronunciando
palabras ininteligibles, cuando su vuelta alcanzó los ciento ochenta
grados, vi sus ojos y estaba hermosa; extraordinariamente hermosa,
dotada de una belleza inefable.
Su cuerpo estaba desnudo, tan solo cubierta por la capa de la túnica y la
capucha.
No sé si se percató de mi presencia, no sé si en ese momento se dio cuenta
de que yo estaba allí. Ella continuó hasta completar una vuelta sobre sí
misma con pequeños intervalos de 90 grados, en los cuales golpeaba el
suelo pronunciando palabras que yo no sabría repetir.
Sin habérmelo propuesto, me había colado en una extraña ceremonia,
hubría querido abandonarla, pero no podía, no quería llamar más la
atención y provocar alguna reacción negativa por parte de alguien, de
modo que me quedé allí, esperando a ver cómo se desarrollaba todo.
Pero mi desazón se vio alterada aún más.
Ashar sacó una paloma de debajo de un paño negro, la mostró a todos y
tras unas frases, puso el ave encima de la piedra y apuñaló al animal, los
plumones de la paloma se tiñeron de rojo, sangre que ella recogió
vertiéndola en una copa.
Ashar mostró a todos la copa con el contenido sangriento y acercándosela
a los labios sorbió de ella.
Luego se fue acercando a cada uno de los presentes, dándoles a beber el
contenido.
Supe que no podría librarme, que llegaría a mí y que extendería sus
brazos, para ofrecerme aquel Cáliz de muerte. ¿Podría negarme? La
nausea y el temor, el asco y el miedo me estaban desconcertando
demasiado.
Pero también supe que la tendría a unos pocos centímetros de mí, que me
reconocería y me miraría; me miraría, para mayor felicidad mía, ella me
miraría.
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Así fue como llegó a donde yo estaba y ciertamente me reconoció, lo supe


inmediatamente, extendió sus brazos y sólo me dijo:
—Bebe.
Tardé algo de tiempo en reaccionar, porque el asco me impedía coger la
copa.
—Bebe— repitió.
No podía defraudarla, bebiendo podría expresarle como de ninguna otra
manera, mi devoción hacia ella.
Saqué valor y tomé la copa, ella no la soltaba, de modo que mis manos
acercaron a mis labios el borde del recipiente, cogiendo a la vez las manos
de Ashar.
Al soltar la copa, supe que ya nada sería como antes.
Acabada la ceremonia, nadie me hizo comentario alguno acerca de mi
presencia allí.
Ya más tranquilo me disponía a salir junto al resto de asistentes; pero
entonces, una mano por detrás de mí sujetó mi hombro.
El oscuro pasillo se vaciaba, me giré y era ella. Ashar.
No podría narrar la emoción, felicidad y delirio que aquello me produjo,
ella era quien me retenía, sin embargo no supe reacionar, paralizado, solo
supe sonreír.
—Ven.
Cogió mi mano y me dejé llevar, igual que un niño sigue a un adulto que
le guía.
—Te dije que te daría lo que buscas, ¿recuerdas?
—Lo recuerdo.
—Me dijiste que yo no sabía lo que querías, pero estabas equivocado; al
final te diste cuenta.
No había reproche en su voz ni altivez alguna, era toda dulzura y
comprensión, me guiaba y me miraba, avanzábamos por oscuros pasillos,
que de no ser porque ella los conocía, habría sido muy difícil caminar por
allí, el suelo no era liso y las paredes parecían haber sido horadadas a
golpe de pico, o bien se trataba de cuevas, pero eran pasillos estrechos; en
cualquier caso no podía soltarme ni lo deseaba, de las manos de Ashar.
Así que me dejé conducir, temeroso y entusiasmado a la vez, sin entender
nada pero dispuesto a aceptarlo todo.
—Ahora no temas-, me dijo.
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—Contigo no tengo miedo—, le respondí.


De pronto, comenzaron a escucharse gemidos penosos y gritos y sentí que
como unas manos tocaban mis piernas.
—Si ahora decidieras volver atrás, o sintieras arrepentimiento —me dijo
—, quedarías en este túnel para siempre.
—¿Qué es esto?—, le pregunté nervioso.
—Aquellos que sintieron miedo o sentimiento de culpa al avanzar por
estos mismos pasillos—dijo—, sigue avanzando o quedate aquí.
—Quiero seguirte.
Se detuvo, abrió una puerta y me introdujo en una sala iluminada por
cientos de velas.
—¿Te gusta?
—Ni siquiera se dónde estoy ni qué es todo esto— le dije yo, -pero si tú
me has traído hasta aquí, eso es lo único que me importa.
—¿Porque regresaste?
—Tú lo sabes mejor que yo—, contesté.
— Pobrecillo, lo has pasado mal, pero ahora tendrás tu recompensa.
Se puso frente a mí, dejando caer al suelo la túnica que llevaba.
Sus brazos rodearon mi cuello.
No me importaba nada, ni el lugar aquel, ni las cosas que sucedieron, ni
quién sería ella y los demás, tan sólo me importaba que ella rodeaba mi
cuello con sus brazos. Y había sido tan fácil lograrlo. No podría explicar...
la revolución de emociones, de deseo enloquecido.
—No te muevas— me dijo.
¿Cómo no moverme?, estaba deseando abrazarla, abarcarla con mis
manos y perderme en ella para siempre.
Pero ella me quería inmóvil, desnudó mi cuerpo y arrojó la ropa sobre un
grupo de velas, que devoraron el tejido como bocas hambrientas.
—No las necesitarás más—me dijo—, estarás siempre conmigo, ¿no es lo
que deseas?
—Solo tengo ese deseo—, contesté.
Ashar se transformó en una bestia lasciva y durante mucho tiempo; una y
otra vez, ella gozó de mí y yo con ella.
Mis músculos se fortalecían con cada beso que me daba, mi piel se
erizaba con el contacto de su piel y cada vez que entraba en ella, me sentía
desfallecer, para resucitar con un nuevo beso.
40

Así pasó mucho tiempo, no sé cuánto, pero cuanto más tiempo pasaba más
la deseaba.

—He de irme ahora— dijo.


Así puso el punto final a aquello, me acarició el pelo y se levantó del
suelo.
—Volveré, no temas, espérame aquí hasta que regrese, no salgas de aquí
por nada y esperame.
Me dio un beso y la vi marcharse, quedé aquí como ella me dijo y aquí la
estoy esperando
Me revuelco por el suelo desesperado, pero espero; gritando su nombre,
pero la espero, porque ella volverá y me encontrará entregado y dispuesto
para ella.
Aunque cada segundo es un grito de desesperación, cada minuto es una
nueva laceración, pero no renunciaré a esperarla el tiempo que ella
considere; pero tarda demasiado, demasiado, sí.
—¡Ashar!
41

QUEMAD MI CASA

Quemad mi casa cuando la muerte me lleve.


Nada para el recuerdo ni la evocación, quemad mi casa, que ardan las
paredes como si de un horno se tratara, que nada se salve del rojo calor del
fuego.
Cuando la muerte me lleve, quemad mi cama y yo en ella, para que nada
sobreviva que me evoque.
No sintáis pena ni salvéis nada, dejad que en la soledad de la destrucción
los objetos se derritan, consuman y desaparezcan.
Si alguno de vosotros hubiera amado aquello que poseí, alguno quizá me
hubiera amado. Le habría regalado algo mio salvandolo de las llamas,
para que me amara en la evocación.
Dejad que todo se consuma y que todo desaparezca.
Escuchasteis la estridencia pero no los silencios, cuando gritaban mis
ojos mis secretos.
Quemad, el fuego sabrá hacer su trabajo y daros la medida de mi amor.
42

Noche de tiranos

Los criminales se reproducen en hormigueros rojos, y sus patas extienden


una infección de necedad cuando pisan los ombligos y los alimentos.
Una marea de insectos sordos, tocan las ciudades con su excreción
venenosa.
Caen las manos que aplaudían; desalientos de ojos rotos; temblor en
rodillas del alma y las lagrimas de las doncellas provocan risa
enfermiza.

Suben los tiranos a sus tronos de huesos ensangrentados, encadenándonos


a un destino de servidumbre tras la muerte, de eterno dolor.
Montañas de cadáveres se acumulan entre las patas de las mesas, y los
comensales beben y ríen sus gracias a la sombra de la muerte, que les mira
en silencio.
Ríen los tiranos criminales, abofetéan las espaldas del inocente, para reñir
como buitres desoladores, y morder el último brazo de los inocentes.
Desfilan cadáveres arrastrándose por avenidas diseñadas por lobos, y ríen
los tiranos en sus espaldas montados.
El verdugo canta y recita mientras trabaja, mientras cae la víctima en su
mar de sangre, la guadaña brilla al Sol del mediodía.
El verdugo enciende un cigarro tras su trabajo y camina indiferente,
pisando sin cuidado la sangre del difunto, alejándose.
Nadie saluda a la sangre vertida, nadie la pisa, nadie la observa.
Pero ella camina, se filtra en la Tierra, en la gran madre negra.
Alimentando hortalizas y arboledas, se dispersa y toca las suelas de los
zapatos descuidados, y viaja en ellos a los hogares.
La sangre camina calle abajo, y se dispersa en partículas diminutas, que
circulan e invaden la ciudad, invisibles, pero presentes en las manos de los
niños, en los labios de las doncellas, en los pulmones, y en los papeles de
los jueces, y en el trono del criminal.
La sangre de las victimas, pide justicia desde los cementerios olvidados.
Las suelas de los zapatos rotos pisotean las lápidas de los inocentes , y
abrazan los cañones calientes de los criminales, mirando a las hienas y sus
colmillos afilados.
43

Desde la tierra tiemblan las carnes de los justos, turbados por la


desesperanza y el desconcierto.
Lenguas de justicia hacia el horizonte, urnas de sangre inocente contra el
tirano ciego de zapatos rotos.
Recorra la sangre viva de los inocentes, héroes de justicia para los
muertos olvidados.
Quiero mancharme de esa sangre viva caminante, voz de sepulturas
olvidadas, de miembros desgajados, y lágrimas desconsoladas.
Gritad justicia de corazón, desde el corazón de la geografía doliente, id a
por el agua de justicia para la sed.
Corra la sangre viva por la sangre muerta, y que su impulso ahogue a los
asesinos y sus proxenetas.
Riada de inocentes caminantes, id a vencer el olvido y golpead los oídos
de los zapatos rotos, con la estridencia de vuestra justicia.
Obtuso pensamiento que brota del arrebato, de la insignificancia labrada tras
años de desidia y desapego, de dolor ensombrecido por las funestas manos de
un fatum despiadado.
Nacer en un mundo doliente, vigilantes ante la amenaza del hambre y el dolor
eterno, de costumbres podridas religiosamente guardadas.

No quiere la belleza conciliarse con la Justicia, y la naturaleza arrebata en su


reino el placer de la sonrisa, nadando en un mar de ojos cerrados, los náufragos
perecen entre las rocas de un litoral vergonzante.
Lejos de los gritos silenciados en el interior de las vísceras, los libros que ya no
se leen, caen de las manos debilitadas por las mentes horadadas resbalando
hacia las cloacas, navegando en los túneles de la defección intelectual, o se
esconden avergonzados en las estanterías de bibliotecas cerradas.
Las alfombras ocultan los accesos a los infiernos en los pasillos de acceso a los
salones elegantes, y las gentes circulan felices sobre ellas, engalanadas de la
vacua vanidad del poderoso.
Un ejército de espaldas silenciosas crece bajo los pies del poder acomodado,
desmovilizando a las manos que aplauden al tirano, aislándolo en la soledad del
silencio indiferente.
44

Lamento por Caín


No llorará la tierra por la tragedia de su amado, aquel que la conoció y mereció
su amor.
No sentirá el suelo el golpe de la azada, diente de metal, que la mordia la carne
terrosa.

Se dejaba amar la tierra ilusionada, se dejaba preñar por aquel hombre que llegó
a conocerla y la escuchaba respetuoso, quien la observaba con atención hasta
llegar a amarla.
Los frutos recolectados eran el producto de la relación amorosa entre la tierra el
hombre.
Dejó así de sentir la tierra los rigores, de aquél que descubrió el poder de su ira,
nadie le advirtió del poder de su mano, y alzando su azada descubrió la muerte.
Comenzó a caminar con pasos pequeños y sin prisa, alejándose del tiempo
dorado; terminó de romper el pacto con el ser humano, en donde el Padre
estableció una ley.
Una voz y una guitarra para contar la historia de Caín.
Se asombra el polvo que mueve sus sandalias a medida que camina, y la sombra
de sus pies refrescan el suelo a su paso.
—Es él—piensa la tierra al sentir sus pasos de cadencia conocida, que
producen sobre ella un emocionado estremecimiento enamorado, sensación que
ella conoce y aprecia. La tierra emocionada le sigue, y deséa encarnarse para
amarle con pasión entregada, con sudor y tacto.
Caín deambula pensativo por el desierto, alimentándose de carne de
holocausto y reflexionando acerca de su suerte; se acerca a las aldeas, en donde
las gentes le miran con recelo, recuerdan haberle visto pasar por allí tiempo
atrás, cuando los labradores, hoy curtidos por el sol y el castigo, eran aún niños,
se apartan de él temerosos, recelosos de quien lleva oculta ensu frente el
estigma maldito.

Y se aparta de las aldeas y mora en los desiertos, acompañado por los ruidos y
las sombras.
Duerme abrazado al suelo entre zarzas, y la tierra se siente amada.
45

Conflicto Arcano
Antes de que el ser humano fuera capaz de medir el tiempo, antes incluso
de que la humanidad pisara la Tierra, existieron entidades sin forma, que
regulaban la actividad del Universo.
La historia de esas entidades y sus caracteristicas, llegó a nosotros
explicada a través de formas reconocibles, de manera que nuestra limitada
comprensión, pudiera hacerse una idea de su relevancia.
Era un reino sin suelo ni tronos, ni siquiera un Rey en donde el poder se
concentrara.
Sin embargo poseía una capital, que no estaba ubicada en ningún lugar
fisico, sino en la personalidad de dos de sus miembros más relevantes, el
Emperador y la Emperatriz.
Todo funcionaba bien y en armonía, sin necesidad de que existieran leyes
ni nada que regulara la conducta de estas entidades, porque ellas mismas
eran las reguladoras de todo.
El nombre de ese reino, al menos el que ha llegado a nosotros, es el del
Reino del Tarot.
No todo es perfecto siempre ni la armonía puede ser eterna, tampoco aquel
reino en el que todo parecía querer funcionar bien, se iba a librar del
conflicto
ineludible que cambiaría las cosas para siempre.
La Torre corría por las calles del reino, gritaba alarmada por lo ocurrido y
que ella misma había presenciado.
Todos se concentraron en la plaza principal. La Torre comenzó la
narración de lo ocurrido.
—...y entonces llegaron el Diablo y La Muerte y se llevaron a la
Emperatriz—. Dijo la Torre nerviosamente.
—Escuchad-, dijo el Emperador con voz de trueno —Es necesario que
demos una respuesta adecuada a estos arcanos, que han realizado esta
transgrtesión tan grave, restableceremos el orden que ha sido alterado y
por mi naturaleza y atributos, soy el apropiado para liderar la liberación
de Emperatriz.
46

—¡Proclamemos al Emperador como nuestro líder!—voceó el Mundo,


prácticamente todos se unieron a él, pero algunos arcanos tenían sus
reservas.
La Templanza, alzó su voz de manera firme pero tranquila.
—Quizá debamos buscar un líder que buscara salidas a la crisis que no
supongan un riesgo para la totalidad del Reino.
—¿Insinúas—dijo el Emperador —, que soy un peligro para el Reino?
—Tan solo digo—dijo la Templanza —, que hemos de buscar un líder que
busque, sobre todo, la resolución del conflicto de manera que nada quede
dañado y sin posible arreglo.
—Sabias palabras la de la Templanza—dijo la Justicia.
Se dividieron las opiniones, unos a favor de la fuerza del Emperador,
dominante de lo tangible, y con capacidad para liderar una coalición de
gran poder.
Y por lado, los que optaban por la actitud prudente de la Templanza.
—¡Votemos!—decían todos.
La mayoría de ellos votó al Emperador, aunque ganó por un voto de
diferencia a la Templanza. El reino estaba roto y dividido, pero aceptó el
resultado de la consulta y apoyó al lider.
El Loco, siempre ausente y abstraído por sus meditaciones y su personal
mundo, casi ni se percató de la importancia de lo ocurrido, marchándose
antes de las votaciones; por oto lado, el Juicio, La Justicia, la Rueda de la
fortuna y el colgado, prefirieron abstenerse y no participar.
Tan solo el Ermitaño, la Sacerdotisa, y la Fuerza, El Papa y el Mago,
optaron por la Templanza.
Lejos de allí, el diablo y la Muerte, escuchaban las palabras de la Luna.
—Ha llegado el momento de crear un Reino Nuevo-decía la Luna —, con
la emperatriz en el centro de la Tierra, el nuevo mundo será un mundo de
sombras, en donde lo solar será exiliado o extinguido.
—Somos tres solamente, pero grande es nuestro poder, en nuestra unión
hay una garantía de victoria.
El reino se dividió en dos partidos, el liderado por el Emperador, y el de
los partidarios de la Templanza, temerosos de que una acción poco
meditada, pudiera llevar al desastre al necesario equilibrio Reino del
Tarot.

47

El Emperador formó su equipo de combate, compuesto por el Mundo, El


Carro, y la Estrella.
Una coalición poderosa.
El Emperador entró en el interior de la Tierra, y espero a su presencia
fuera captada por el Demonio y éste, efectivamente, se dió cuenta
enseguida de la presencia del Mundo y de los otros expedicionarios. Y
salió al encuentro de ellos.
—¿Dónde crees que vas?—le dijo el diablo al mundo.
—A restablecer el orden.
—No hay orden a restablecer—dijo el diablo.
—El orden que siempre existió, el que equilibra al universo y lo armoniza
—manifestó el mundo —, hemos llegado hasta aquí y no pararemos hasta
encontrar a la Emperatriz y rescatarla.
—Necio—dijo el diablo, habéis sido atraídos al centro de la tierra, donde
radica la naturaleza del Emperador, estaba previsto en nuestros planes. El
emperador fornicará con la emperatriz en el centro del la tierra, y ésta será
fecundada con una nueva criatura que liderará lo tangible, y será el líder de
un Nuevo Reino— Concluyó el diablo.
—No conseguiréis vuestros propósitos, vuestro descerebrado plan de crear
un Nuevo Orden, solo puede crear conflicto y dolor.
El mundo se giró para ir a avisar a los demás, pero el diablo lo detuvo.
—No iras a ningún lugar— Interponiéndose en su camino lo sujetó—,
porque olvidas— dijo el diablo al mundo—, que yo gobierno en ti.
El Diablo tocó al Mundo, que quedó inmovilizado.
—Ese conflicto que temes—le dijo el Diablo al Mundo—, será el inicio de
una mutación constante, una Nueva Era para el triunfo de los más fuertes.
Lejos de allí, en otro lugar del Reino, el Ermitaño, el Mago y la Templanza
se reunían.
—Cada uno responde a su propia naturaleza y rara vez puede imedir actuar
conforme a ella—dijo el Ermitaño.
—El riesgo de una destrucción de nuestro actual orden, estable y
constante, es tan grande, que si el Emperador se dejara llevar por el
impulso natural de satisfacer a la naturaleza real de sí mismo, acabará

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totalmente reducido, seducido por la fuerza de la naturaleza terrestre— le


contestó el Mago.
—En la medida en que la coalición se interne en la profundidad de la
Tierra, mayores serán los riesgos—dijo entonces el Ermitaño.
—Haremos que salgan—dijo la Templanza—, si vamos a su encuentro y
les hacemos comprender esto, quizá se pueda solucionar.
—Para ello sería necesario internarse en la profundidad de la tierra—dijo
el Ermitaño.
—La intervención del Juicio podría resolver la crisis—respondió la
Templanza.
—Pero habría necesariamente que aceptar cambios en el orden establecido
—le contestó el Ermitaño.
Mientras se desarrollaba esta conversación, en el interior de la Tierra, La
Luna, La muerte y el diablo, ajustaban su estrategia.
—Una vez que hayamos internado al Emperador y a sus aliados en el seno
de la Tierra—manifestaba la Luna—, procuraremos separarles, yo
personalmente me ocuparé del Emperador, vosotros atraeréis hacia
vuestras posiciones al Carro y a la Estrella, no entraréis en combate, deben
perseguiros.
—¿Cómo será entonces la estrategia final?—preguntó la muerte.
—Yo conduciré al Emperador hasta la Emperatriz—contestó la Luna—,
vosotros os haréis cargo de sus aliados, pero regresad al lugar donde se
halla la Emperatriz, en cuanto os sea posible, para que la unión de la
Emperatriz con el Emperador, se vea influenciada por nuestras cualidades.
—Procurad—continuó hablando la Luna—, que la Estrella y el Carro se
separen, dispersos, sus fuerzas serán muy inferiores, el Carro nada podrá
hacer contra la naturaleza oscura que le rodeará por completo, sin la
Estrella, será solamente fuerza en acción, sin ideal motivador; la Estrella
sin el Carro, será solo una voluntad sin fuerza suficiente como para poder
modificar la realidad.
Mientras tanto, el Emperador, la Estrella y el Carro, se preguntaban por la
suerte del Mundo, del que ya hacía tiempo que no sabían nada.
Entonces ante ellos, se hicieron presentes el Diablo y la Muerte.

49
—¡Carguemos contra ellos!—dijo el Emperador al ver a sus rivales—,
Pero procurad no separaros, mantengámonos juntos.
Nada más decir esto, avanzaron con decisión contra el diablo y la Muerte,
éstos no les hicieron frente, retrocedieron haciendo que los tres miembros
de la coalición iniciaran la persecución planificada por la Luna.
El Carro, seguro de su fuerza y de su poder, influenciado por el ánimo de
la Estrella, avanzaba como si fuera llevado por los vientos de cien
huracanes. La Estrella le seguía todo lo rápido que podía, pero el
entusiasmo del Carro la separaba cada vez más de él, dejándola atrás.
El Emperador entonces, se vio envuelto en una oscuridad mayor, tan solo
una leve luz alumbraba sus pasos, un sendero plateado entre nieblas.
—¡Carro, Estrella!— gritó al perderlos de vista.
El Emperador se vió conducido por el camino, como llevado por una
fuerza hipnótica.
El Carro seguía avanzando, cargando contra la nada en la cada vez mayor
oscuridad; mientras tanmto, el Emperador, caminaba siguiendo la vereda
que la tenue luz le mostraba, sin percatarse de que al hacerlo, se alejaba de
sus compañeros de coalición, y siendo llevado por la Luna precisamente
hacia la Emperatriz.
—Encontré a la Emperatriz al fin— dijo el Emperador.
—En absoluto—rió la Luna—, no la encontraste, yo te he conducido a
ella.
El Emperador se dio cuenta del fracaso de su misión, y a pesar de ello, no
se sentía apesadumbrado, sino incluso mas bien aliviado.
—No te sientas mal, no has fracasado, todo lo contrario, estás apunto de
tener una gran victoria— le decía la Luna.
—Tu coalición—dijo la Muerte —, está dispersa y ya no representa
peligro alguno para nosotros.
—Te unirás a la Emperatriz—dijo la Luna —, vuestra unión dará vida a
una nueva entidad andrógena que gobernará en la oscuridad de la Tierra y
en la superficie del mundo.
La Luna condujo al Emperador hasta la Emperatriz, ella le esperaba y su
aspecto era radiante como los ojos de una novia, el Emperador se acercó
a ella, tanto, que ambos podían sentir el aliento del otro.
—Es el momento de vuestra unión—les dijo la Luna—, responded a
vuestras naturalezas y abrazaos—tras un pequeño silencio volvió a decir

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—, compañeros, rodeemos a la pareja y que nuestra energía les impregne e
influya.
Felices y satisfechos, la coalición oscura gozaba de su triunfo, pero
entonces se escuchó una voz en grito.
—¡Detenéos!.
La Luna se giró y gritó—, ¡demasiado tarde para vosotros!
El Juicio salió de la oscuridad, acercándose a la Luna, tras él el Ermitaño y
la Sacerdotisa, acompañados todos por la Justicia.
—¿Cómo habéis llegado hasta aquí?— preguntó el Diablo.
—No habéis podido notar nuestra incursión en la tierra—manifestó el
Ermitaño—, el sonido de nuestros pasos, quedaron disimulados con el
ruido del Carro.
—No importa—dijo la Luna —, ya es tarde para vuestras aspiraciones.
—No es posible destruir a las fuerzas de la solución, como tampoco es
posible destruir a las fuerzas de la disolución— dijo la Justicia—,
establezcamos acuerdos de convivencia.
—Crearemos un Orden Nuevo—dijo el Diablo.
—¿Un orden sin armonía?—preguntó el Ermitaño—, será estéril.
—Será—dijo la Luna—, el Orden más fecundo y creativo, del que
surgirán todas las cosas.
—Habéis tenido mucho valor para venir hasta nosotros, sabiendo que
vuestras fuerzas aquí están mermadas— dijo la Muerte.
—Habéis de saber, que nadie es fuerte sin conocer sus debilidades, ni
bueno sin conocer su capacidad para la maldad, y a pesar de ello,
comportarse de manera benéfica—dijo el Juicio—, no seréis nada sin
vuestro aspecto opuesto.
—A nada lleva la guerra entre partes de un mismo cuerpo—dijo la justicia
—, tan solo a la autodestrucción.
—Marchaos—dijo la Luna, podréis salir de nuestros dominios sin sufrir
daño, son inútiles vuestras advertencias.
Pasado el tiempo, la guerra entre la luz y la oscuridad, se extendió por
todas partes, una gran batalla que está teniendo lugar desde hace mucho
tiempo, pero en la que nadie puede vencer sin perder.

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Oratorio por Ricard


No ha mordido el tiempo tu memoria y aupada a nuestras espalda
descansa, velamos tu sueño con amor atento.
Doce golpes que el tiempo ha dado sobre nuestra memoria.
Pero ríos de letras han golpeado el paso de los meses.
No muere absolutamente quien lo ojos para siempre cierra, sino aquel que
relegado queda en el desván de la desmemoria.
Pasan los meses como zancadas de Cronos, su sombra gigantesca lo
oscurece todo y así nace el pasado.
Pero ríos de letras entorpecen sus pasos.

Voz 2
Derramar amor sobre los papeles y los poemas, caiga como lluvia que
refresque el aire, así sera por el amor a tu amor, por la generosa sonrisa.

Voces 1 y 2
Corazón homicida,
tu paso detuviste,
los ojos que cerraron
obligada quietud.

Voz 1
Te conocí en la tormenta y el Sol trajo el abrazo, creció el respeto y el
aprecio, mi homenaje a tu amor, porque amor es dar por dar, y tus manos
generosas dieron lo que tu alma quiso compartir.

Voz 2
Que la belleza baile con la sabiduría gozándose en la esperanza de la
resurrección en el amor, regresado de la muerte para sembrar la paz en
campos luminosos de fraternidad.
Embriaguémonos componiendo cantos y danzas, demos a la tristeza
motivos de alegría.
Amor al canto del alma sensible, de las manos generosas, del alma
inquieta que trabaja y labora para construir sueños de metafísica belleza.

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