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El río de la VIDA

SABE REIR
¡CONÓCENOS!
Hola amigas y amigos, yo soy Salvador y ella es mi hermana Juliana. Nos gusta mucho ir a
bañarnos en el río, jugar en el monte y subir a los árboles. Juliana y yo somos inseparables.

Eso es cierto, porque somos mellizos, nacimos el mismo día, y tenemos 11 años. A mí
también me encanta el río, cantar y mirar a las aves. Juntos estamos aprendiendo a proteger el
bosque para vivir contentos y disfrutar de una mejor comida, agua limpia y aire puro. ¿Sabían
que cada vez que la gente tala el bosque, este se demora muchísimos años en volver a crecer?
Y las plantas sólo crecen si no hemos contaminado demasiado la tierra.

Tenemos muchísimas historias que contarles, por eso, ahora les compartiremos “El río de la
vida sabe reir”. Estamos seguros que la disfrutarán mucho.

Si amigos y amigas, conocerán a nuestra mamá Rosaura, nuestro papá Felipe y a nuestro
querido abuelo Jacinto. Ahora vengan con nosotros y déjense llevar por la belleza de nuestra
tierra y los misterios que ella encierra.

Después de conocerla más, estamos seguros que ustedes también querrán cuidarla y
protegerla y junto con nosotros serán guardianes del medio ambiente.
El río de la
VIDA SABE REIR
Una mañana calurosa, un olor pestilente inundaba el pueblo. Los vecinos se dieron con la
sorpresa que ese olor tan feo provenía del río. De allí todos sacaban el agua para beber,
cocinar y bañarse.

Como pensaron que podría ser algún animal muerto y que la corriente se llevaría, no se
preocuparon demasiado y siguieron con su vida normalmente.

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Aquel día, Juliana, Salvador y otros niños fueron a nadar, después de las clases. Sin
embargo, al volver a casa, llevando la leña que les había pedido su mamá , se sintieron
mal.

–Ay, me duele la barriga, mamá –dijo Juliana.


–Y a mí, la cabeza –añadió Salvador.

Rosaura les preparó mates de diferentes plantas medicinales que tomaron hasta que se
sintieron mejor. Después les pidió a sus hijos que no se acercaran al río por unos días,
hasta que dejara de oler tan mal.

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A la tarde siguiente, Juliana no hizo caso a su mamá. Fue al río y se puso a observar para
ver si encontraba de dónde seguía viniendo el olor tan feo. Lo que le llamó la atención fue
el sonido de la corriente, que parecía como un quejido.

La voz que escuchaba, decía:

–Ay, ay, ay, me tienes que ayudar.

Juliana pensó que alguien le estaba haciendo una broma.

–Ay, ay, ay, me tienes que limpiar –se escuchó con más
fuerza, mientras que en el agua se iban formando
pequeños remolinos.
–¿Qué te ha pasado, señor Río? ¿Por qué te
quejas tanto? Siempre nos ayudas pero ahora
nos enfermas –dijo Juliana.
–Es que yo también estoy enfermo. Me
han echado demasiada basura... envases,
bolsas, botellas, papeles y sustancias químicas
no me dejan estar sano. Los peces ya no pueden
crecer en mis aguas. Los árboles y plantas se enferman
también cuando beben mi agua . Lo peor es que no me puedo
reír como antes. ¡Si un río está triste por mucho tiempo, desaparece!
–Señor río no te puedes secar…. si te secas no podremos tomar de tu
agua ni tener pescado para la comida. Los animales tampoco tendrán
cómo calmar su sed y nuestras plantas se morirán. Tenemos que
hacer algo.

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Juliana fue corriendo a su casa y les contó a su hermano Salvador y a su mamá lo que
había ocurrido. Rosaura entendió la preocupación de su hija y le perdonó que no le
hubiera hecho caso antes.

–Con razón ya la comida no tiene el mismo sabor –dijo–. Últimamente vienen


menos clientes al restaurante. Hasta me han dicho que mi comida les hace daño.
–¿Y eso qué tiene que ver, mamá? –preguntó Salvador.
–Es que las frutas y verduras las regamos con el agua del río, cocinamos con el
agua del río, sacamos los peces del río. Si él está contaminado, nos estamos
contaminando todos.

Rosaura y sus dos hijos decidieron hablar con los vecinos y organizar una limpieza con
urgencia. A la mañana siguiente, con ayuda de Felipe, reunieron a todos y explicaron el
problema.

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–Ay, vecina, creo que estás exagerando. Siempre hemos vivido así. El río se lleva
toda la basura y luego, cuando caen las lluvias, viene otra vez limpio –dijo una
señora.
–Pero vecina, la basura no desaparece por arte de magia. A veces se queda
atrapada entre las piedras y se la comen los peces.
–O peor aún, contamina a nuestros hijos cuando van a bañarse –agregó un señor.
–Los pueblos que vivimos al lado del río, tenemos la mala costumbre de echar
basura al río... Así como hemos aprendido a cultivar variedad de productos,
también tenemos que aprender a cuidar nuestra agua –respondió Rosaura–.
Tenemos que pensar para el futuro.

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Convencidos del problema, las vecinas y vecinos
se pusieron de acuerdo en hacer una campaña de
limpieza y se comprometieron a no tirar basura en
el río o cerca de él. Además, decidieron construir
letrinas para sus desechos y enterrar los residuos
de las frutas y verduras.

Al cabo de un tiempo, en el que la comunidad había


cuidado mejor el río, Juliana observó que ya no
tenía mal olor. Aún así, él no estaba totalmente feliz.

–Te hemos venido a visitar, señor Río.


¿Cómo te sientes ahora? –preguntaron
Juliana y su hermano.
–Gracias amigos. Estoy mejor, pero aún sigo
enfermo, aún no puedo reír. Ya tengo menos
basura, pero hay otra gente que me sigue
tirando residuos químicos como kerosene,
acetona, amoniaco, benzol y muchos
más. Estas personas también se están
enfermando y no se dan cuenta todavía del
mal que hacen.

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–No te pongas triste. Poco a poco te estamos curando. Danos
un poco más de tiempo –agregó Salvador, con esperanza.

A Juliana se le ocurrió que para que el río sobreviviera, todos los días
le irían a contar bonitas historias.

Primero, iban ella y su hermano solos; después invitaron a diferentes


compañeros de la escuela a que le dijeran lo más divertido y feliz que
recordaran. Decenas de niños iban al río para sacarle una sonrisa.
Algunos contaban chistes y anécdotas y otros le cantaban canciones y
hasta se animaban a bailar.

También decidieron poner carteles en los caminos para que todas


las personas recordaran mantener limpio el río, y se organizaron en
grupos para vigilar que nadie dejara sus bolsas de basura cerca y las
pusieran en el lugar que se había dispuesto para ello.

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Los adultos de la comunidad, junto
a las autoridades, fueron en varias
delegaciones a los otros pueblos.
De este modo, más gente se iba
enterando de lo peligroso que era
botar tóxicos al agua, tanto para las
personas como para los cultivos, el
bosque y los animales.

Muchos meses duró la curación del


río. Gracias a la paciencia y alegría
de los niños, así como al esfuerzo
de los adultos, todos consiguieron
sanarlo. El río volvió a reír con mucho
más ánimo que antes.

Aún, de vez en cuando, se puede


escuchar a lo lejos la risa del señor
Río, él está contento y nosotros
también, y le agradecemos por
ayudar a cuidar nuestra vida.

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Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida Sin Drogas
DEVIDA
Av. Benavides No 2199, Int. B, Miraflores
Lima - Perú
www.devida.gob.pe

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