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Arden Quin, el precursor

La producción reciente del artista uruguayo, de 95 años, y la renovación internacional


del movimiento Madí, confirman la vigencia de quien fue uno de sus fundadores, desde
París, donde reside hace cinco décadas, sus obras regresan con gloria

Sábado 5 de julio de 2008

Por Elba Pérez


Para LA NACION

Una serena alegría y la plenitud vital de quien juega sabiamente son los denominadores
comunes de las sesenta obras de Carmelo Arden Quin que conforman la muestra inaugurada
en la galería Laura Haber. La mayor parte es producción reciente, realizada en París desde
2000 hasta la fecha. Costó mucho convencer a tres fascinados visitantes de que el autor
nació en 1913. La incredulidad persistió a pesar de argumentos y datos fehacientes, pero a
la vez sazonó la admiración suscitada por la creación del pintor oriundo de Uruguay.

Arden Quin sostiene los principios sustentados durante toda su vida pero no incurre en la
cita de obras ya consagradas, esa suerte de autoplagio en el que insisten algunos de sus
colegas cronológicamente más jóvenes. A los 95 años se mantiene fiel al ideario Madí,
movimiento renovador que cofundó junto a Diyi Laañ, Rohd Rothfus, Martín Blaszko y Gyula
Kosice. En 1946, el grupo publicó el primer manifiesto precursor de posteriores efusiones
teóricas, pródigas en definiciones principistas y perentorias de principios de fervorosa
enunciación. Aquellos postulados, que levantaron escozores y polémicas, se mantienen en las
obras realizadas en los últimos ocho años. El marco recortado, la irregularidad del soporte,
el rechazo del ilusionismo representativo y de la efusión expresiva y sentimental
permanecen incólumnes en la serie Coplanales y en las maquetas de esculturas.

El abecedario plástico está compuesto de figuras geométricas regulares e irregulares,


triángulos, rombos, pentágonos, hexágonos, individuales o conectados por varillas que
determinan la dirección y dinámica de las formas celulares de cada composición. Están
realizadas sobre madera y el color, donde predomina la tríada de primarios, aporta el brillo
del esmalte empleado. Los Coplanales recurren también a la superposición de formas y
admiten que la sombra que proyectan sobre el plano de base juegue como otro elemento
constitutivo.

Arden Quin definió las obras de identidad Madí como "obras simples, sin pretensiones
metafísicas u otras". Rudolph Arnheim sistematizó el comportamiento -ya advertido por
teóricos y artistas- de las estructuras que se leen como simples. Son, afirma, fruto de una
complejidad intelectual y perceptiva resuelta en términos y recursos de suma complejidad.
Estos valores subyacen en la aparente "simplicidad" cuya frescura se logra con obstinado
rigor. De modo análogo opera el contraste de blancos y negros de digitada tensión, que no
excluye el humor, del que dan constancia tres obras magníficas que el depurado montaje de
la muestra convierte en un tríptico virtual.
Siguiendo la preceptiva Madí que el propio Arden Quin formuló junto a sus compañeros de
aventura, se muestra parco en la denominación de las piezas. Salvo la serie Coplanales, que
define las obras adosadas al muro, y con formas geométricas celulares articuladas y
conectadas por varillas, la mayoría de lo expuesto es presentado con un lacónico S/T , sólo
numerado para facilitar la identificación.

Una vez más, la voluntad de confiar a ultranza en los elementos plásticos prevalece y rige la
denominación sugerente o engañosa. El sentido está dado por los valores plásticos y éstos
actúan tanto en las obras de representación como en las abstractas. Aquí se cita otra vez a
Arnheim, con quien coinciden Herbert Read, Meyer Shaphiro y otros teóricos.

Veinte maquetas escultóricas componen el rico panorama de la producción 2000-2008 de


Carmelo Arden Quin. Otras dos quedaron en la trastienda de Laura Haber, que se habrá
visto en figurillas para orquestar el número de obras enviadas desde el taller parisino. El
espacio escultórico está suscitado por la superposición -distanciada regularmente por
varillas blancas o cromáticas- de dos formas idénticas. Los contornos son nítidos y formulan
figuras planas de aparente sencillez. Estas maquetas plaster tienen dimensiones que no
exceden los 39 cm x 24 cm, salvo escasas y mínimas diferencias. La regularidad de los
formatos brinda rapport y ritmo al montaje.

Cada pieza vale por sí misma, pero compone y construye una serie de gran impacto estético.
Las varillas que vinculan las dos formas idénticas proveen, por las sombras que proyectan
sobre el blanco de los planos, otro elemento de dinamismo virtual. Al variar el espectador su
punto de vista, la obra se modifica, se transforma, al tiempo que compromete al observador
en partícipe de esas metamorfosis fugaces. El desplazamiento y la iluminación entran en
juego en estas refinadas apelaciones a la percepción. Es esa aparente simplicidad lograda
mediante un exhaustivo conocimiento y la refinada, rigurosa, ejecución técnica. Arden Quin
es fiel a sí mismo y en la coherencia de su concepto intelectual halla norma y guía para las
transformaciones que experimenta su pensamiento estético, desarrollado durante sesenta
años de obstinada labor.

El grupo Madí fue resistido en sus inicios, destino que compartió con otras manifestaciones
que cuestionaban los sosiegos de lo usual. La prodigalidad teórica de sus integrantes y el alto
nivel de sus postulados se prolongaron en los textos fundamentales de Tomás Maldonado y
Alfredo Hlito, y en las búsquedas de bailarines, músicos y poetas que formaron parte del
grupo, al que sumaron sus experiencias y teorías desde el lenguaje artístico específico. Cabe
señalar que Arden Quin publicó su largo poema Eclimón , editado en Buenos Aires, en 2005.

El paso de Arden Quin por el grupo Madí en Buenos Aires fue intenso, definitorio y breve. El
grupo era polémico, levantisco, tanto fuera del cenáculo como dentro de él. Las utopías
políticas y sociales que sustentaban entrechocaban matices y disensos. Tampoco fueron
ajenos el condimento narcisista, egocéntrico, de alguno de los cofrades. Estas rachas de
ventoleras casi mediáticas se mantienen hasta hoy. La índole introspectiva del artista,
propia de un oriental devenido rioplatense, lo llevó a establecerse en Francia, lejos de
barullos y destemplanzas, en 1948. Cumplió así con lo expresado en Eclimón: "Sólo tiene
importancia sobrepasar la medida". Y así se refiere a la propia, personal, superación. Del
acierto de su elección, lejana en el tiempo, y de la lozanía de su obra actual, testimonia la
muestra presentada por la galería Laura Haber.

• FICHA. Carmelo Arden Quin, Madí 2000-2008, en la galería Laura Haber (Juncal
885, 1er piso). Coplanales y maquetas plaster. Hasta pasado mañana: hoy, de 11 a 15, y
el lunes, de 11 a 20.

La fórmula de la eterna juventud

A la muestra comentada precedió la de Martín Blaszko, en la misma galería y, en simultáneo,


César López Osornio expone hasta el 13 en Coppa Oliver. Coincidencia feliz que reúne al
colega escultor y compañero del período heroico de Madí, y al discípulo, director del Museo
de Arte Latinoamericano de La Plata. López Osornio estima que conocer a Arden Quin
cambió radicalmente su concepción del mundo y del arte. "Fue instantáneo -recuerda-.
Mientras me mostraba su obra, relataba sus búsquedas y convicciones sin imponer criterios,
sin ostentar su superioridad." La bonhomía pausada de López Osornio contrasta -sin
estridencia- con la chispa maliciosa y gentil de Blaszko: "Tenemos mucho en común; entre
otras cosas, los dos somos extranjeros. Yo soy berlinés y él, oriental, y nos naturalizamos
Madí al mismo tiempo". En plena actividad a los 88 años, Blaszko se alegra de la proyección
internacional del movimiento. Algo queda claro: para mantenerse joven hay que volverse
Madí

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