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El Flautista de Hamelin –Versión de Pepe

Pelayo

Érase una vez, hace muchísimos años, un lugar llamado Hamelin. Era una
ciudad tan antigua, pero tan antigua, que los semáforos eran en blanco y negro.
Un día, Hamelin fue invadida por una plaga de ratones. Estaban por
doquier. En los televisores de todas las casas, bajo las sábanas, en las cañerías,
dentro de los platos de sopa. En fin, nadie sabía cómo expulsarlos de sus vidas.
Pero, un día a alguien se le ocurrió la idea de contratar los servicios de un
célebre flautista extranjero. Afirmaba que con su música exterminaría aquella
peste. Enseguida, una poderosa empresa de bebidas lo trajo, auspiciando el
evento. El concertista interpretó magistralmente La Flauta Mágica de Wolfgang
Amadeus Mozart, mientras caminaba hacia un río, casi en las afueras del
pueblo. Los ratones, embelesados, lo seguían en caravana. Al llegar al río, los
roedores siguieron caminando y se ahogaron en las aguas.
Al flautista le regalaron la llave de la ciudad en una gran fiesta. La alegría
fue tremenda, pero les duró poco. Meses después, una plaga de hipopótamos
invadió Hamelin. Se les veía en los baños de las casas, subidos en los postes, en
el campanario de la iglesia y en las carteras de las señoras. En fin, en todas
partes.
Entonces, volvieron a traer al flautista extranjero. El hombre interpretó
nuevamente La Flauta Mágica de Mozart, mientras caminaba hacia un barranco,
casi en las afueras del pueblo. Los hipopótamos, embelesados, lo seguían en
caravana. Al llegar al precipicio, los animales siguieron caminando y murieron
en la caída.
Al flautista le otorgaron la medalla al Honor en otra colorida fiesta. La
alegría fue apoteósica, pero también les duró poco.
Unos meses después, la pobre ciudad de Hamelin fue invadida por una
plaga de teléfonos celulares.
Estaban por doquier. Se instalaban de a dos y hasta de a tres en las orejas
de los habitantes. Sonaban en reuniones, durante las siestas, en los momentos
de mayor intimidad. En fin, en todas partes y todo el tiempo.
Tuvieron que llamar urgente al famoso flautista extranjero (le avisaron por
e-mail, para evitar el uso del teléfono). El músico, al llegar, tocó una vez más La
Flauta Mágica de Mozart, mientras caminaba hacia un área sin señal, en las
afueras del pueblo, donde coincidían el barranco y el río. Los teléfonos celulares,
embelesados, lo seguían en caravana.
Al llegar al borde del precipicio, los aparatos empujaron con violencia al
flautista, que cayó desde lo alto al río y, avergonzado, nadó contra la corriente
usando su flauta como snorkel.
Mientras tanto, los celulares regresaron al pueblo sonando al unísono sus
timbres. Pero quizás como homenaje -vaya usted a saber-, de repente
sustituyeron su tradicional ring-ring por las metálicas y entrecortadas notas de
La Flauta Mágica de Mozart, el Para Elisa de Beethoven, La Cucaracha y la
Mayonesa de no sé quién y fueron muy felices, ellos.

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