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Destinos
Reunidos como todas las noches, el capitán Pizarro, sus cuatro hermanos,
Hernando de Soto y el rey cautivo, filosofaban sobre los indescifrables
caminos de un destino:
- Ningún gitano puede deciros cuál es vuestro destino, solo Dios lo sabe
y nunca podréis cambiarlo, dijo Pizarro.
- Dios no existe. Sólo existe el destino, si es fatal, tú puedes cambiarlo.
Los Apus saben que pasará. Yo no creo en ellos. Que emoción habría
de saber que morirás mañana. ¿entonces para que vivir?, argüía el
soberano inca.
- Cuando la parca os visite, pues, ¡No hay más futuro que valga por
Santiago!, agregó efusivo De Soto.
- La vida no acaba con la muerte. Bajamos al UkuPacha un tiempo, para
volver al KayPacha en otro cuerpo, en otro tiempo quizás. Debemos
continuar la labor que el destino nos tiene reservado, retrucó
Atahualpa.
No conocían la cosmovisión andina, ni la capacidad metafísica del inca.
Menos podían creer que en un mundo panteísta, idólatra, no católico, su líder
fuese agnóstico.
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Reunió a sus socios, hermanos, al fiel Hernando de Soto. Entre miradas tácitas
y sin mediar conversación, decidieron jugarse la vida como tantas otras veces.
A medianoche buscaron al noble inca, bebieron chicha y pasaron de la tristeza
a la alegría que produce el alcohol. Distendido y hablador, De Soto le
reconoció su teoría de los distintos caminos. Aunque la conquista continuaría
como estaba descrito y todos creyeran muerto al cacique, fue la voluntad
hispana remecida por la ejemplar vida de un ser único, lo que modificó una
de las páginas más tristes de la historia. Alguien apagó la lámpara y la noche
llegó a su fin. Sólo quedó despierta una enorme luna llena, símbolo de la
fecundidad y el amor maternal. Bajo su pálida luz blanquecina, reflejo de los
poderosos rayos del creador de la vida, descansaba un hombre signado por las
dos luces. Atahualpa, el hijo del Sol y la Luna, esa noche se convirtió en
inmortal.
El gran líder salió entre las sombras del Tawantinsuyu, cambió de ropas, de
corte de cabello. En una casa de madera flotante conoció no sólo el mundo de
sus libertadores, sino todo Oriente y la India. Bebió de todas las fuentes
occidentales del arte y la ciencia. Recorriendo Nepal, observó atónito el
Himalaya. El lugar le evocaba sus montañas, su gente, sus valles. Allí sintió
la misma fuerza cósmica que forjó el Tawantinsuyu, Cusco y Machu Picchu.
Ante una invitación de los monjes budistas, decidió quedarse una noche y
pasaron cinco largos años.
Emocionado, de pie y con una venda en los ojos, fue rodeado por 64 monjes
en un perfecto círculo. Sentados, ojos cerrados y tomados de las manos,
repetían la letanía de un mantra extraño. Era el rito de despedida. De pronto
se acallaron todas las voces, no escuchó más el canto de las aves, desapareció
el aroma de incienso. Atahualpa extrañado, se quitó la venda y sólo vio
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Era un mundo raro. De un salto felino, esquivó una caja rodante que corría a
una velocidad fantástica. Edificios altísimos ocultaban la luz del Sol. Decenas
de personas corriendo como cuyes asustados cuando una luz ámbar cambiaba
a verde. Gentes en literas pequeñas vendiendo emoliente, maca y quinua por
las calles. Un mundo infernal. Olores extraños, a leña húmeda quemada.
bocinazos ensordecedores que asustaban a los perros. No existía orden ni ley.
Consternado, intentó comprender cómo sus valles sembrados de papas,
cañihua, maíz y kiwicha en maravillosos andenes de mil colores, se había
convertido en una jungla de trastornados. Rostros ceñudos con la maldad
reflejada en las pupilas, cual lobos hambrientos dispuestos a devorar una presa
indefensa. Un profundo dolor invadió su corazón, sin lograr comprender en
donde estaba.
En medio del caos, nadie percató su presencia, ni sus ropas de monje budista.
Su aspecto facial se mimetizaba con el entorno, salvo que él era hasta un poco
más blanco. Supuso que estaba en Cusco o Quito, pero al voltear un puente,
quedó petrificado. Era el Apu Límaq, lleno de multicolores casuchas, decenas
de cajitas rodantes y una cruz en su cima. El hermoso río que hablaba, antes
lleno de camarones y aguas cristalinas, era un asqueroso vertedero de residuos
minerales, excrementos y basura. Entendió que estaba lejos del Cusco o
Quito, muy cerca de Pachacamac, pero no era su tiempo. Nada aún le hacía
presagiar que estaba en la nueva capital del Tawantinsuyu.
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golosinas. Desde que amanecía hasta que oscurecía. De lunes a domingo, sin
descanso.
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- Soy Atahualpa.
- ¿Entonces porque eres misio? Si fueras Atahualpa me comprarías mi
camión y todo el cemento.
- Pues, acabo de llegar…
- ¿Llegar de dónde?, ¿Del cementerio? Y soltó una risita cachacienta. El
chofer se venía divirtiendo con su extraño pasajero.
Hallaron dos cabezas más. Fueron traídas de Cusco para pagar el rescate,
mas nunca fueron entregadas al creer que el monarca había sido asesinado.
Sus súbditos le dieron señales de su ubicación. El noble estaba al tanto de
todos los tapaditos, lugares donde escondieron el oro del rescate. Fiel a su
promesa y la ley de la reciprocidad andina, prometió darle una cabeza luego
de cambiar esos ídolos por dinero. El moreno tenía contactos huaqueros y
contrabandistas de arte prehispánico. Un coleccionista americano afincado en
Cajamarca, no dudó un instante en adquirirlas. La balanza del joyero indicó
25 kilos, ley 24K. El moreno actúo de testaferro, abrió dos cuentas en el BCP.
No entregó nada hasta asegurarse que el total del dinero fuese cancelado. La
transferencia se hizo desde el Bank of América de New York. Un millón
doscientos mil dólares por cada una.
Atahualpa preguntó al moreno, delante del gerente del Banco:
- ¿Alcanzará para regresar a Lima y comprar un auto?
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Faltaban tres años para las elecciones. Mauro empezó a convencerse que el
indio parecía venir de otro mundo. Su sabiduría e inteligencia lo hipnotizaba.
Aprendió a conducir, las normas de tránsito, el valor del dinero. Aconsejado,
abrió varias cuentas en dólares para evitar que los hackers, o el propio Banco,
le roben todo su dinero. Sin embargo, el gran maestro que lo instruyó en los
problemas del Perú, las vicisitudes políticas, las guerras y sus héroes,
historias tergiversadas de la II Guerra Mundial y del cuarto del rescate, fue la
maravilla del Internet.
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Ella había observado con curiosidad las facciones del indio y su peculiar
modo de hablar. Le preguntó intrigada:
- ¿Usted es descendiente de los Hanan Cusco, porque habla cómo
español?
- Así es señora, mi padre fue Huayna Cápac. El capitán Pizarro hizo
creer a todos, arriesgando su vida y la de sus compañeros, que fui
ahorcado, pero me envió a España. Allí aprendí todo sobre el mundo
occidental, oriental y tibetano. Vengo del pasado porque el Dalai Lama
y la Pachamama del Wakaypata lo decidieron. Luego de quinientos
años el Tawantinsuyu debe resucitar sobre la ideología que los
wiraquchas trajeron. Fui elegido para esa misión.
- ¡Es cierto Vero!, yo también creí que este cholo estaba reloco, pero ¡es
Atahualpa!, chilló Mauro, con su voz de canario afónico.
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y tengan un pan que llevar a sus familias. No existe respeto entre las
personas. Ese es el principal problema.
Fue interrumpido porque la idea no era escucharlo, sino hacer chacota para
satisfacción de sus oyentes. Y el indio les estaba dando una lección. La
entrevista acabó abruptamente ante la cantidad de llamadas apoyando la
defensa del cacique. No contaba la radio que su público eran migrantes
andinos en su mayoría que se creían limeños, criollos. Lograron identificarse
con su raza, el hablar andino del noble inca, arrastraba sílabas del quechua
norteño con ese curioso acento español. Una fonética única y particular. La
entrevista solo duró tres minutos, suficiente para que muchos oyentes
comentaran en sus trabajos, casas y reuniones la originalidad del candidato
indígena.
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Sin embargo, su real intención era mirarle sus bellos senos, naturales, bien
formados. Sin poder contener su lascivia, deslizó una mano entre las piernas
de la provinciana. Quedó en shock, paralizada, mordiéndose los labios.
Volteó furiosa para increpar al descarado, pero se arrepintió por temor al
ridículo. Cabeza gacha, sonreía disimuladamente.
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Con 52.45% de los votos, el último Inca viviente fue electo presidente del
Perú, sin necesidad de segunda vuelta. Millones de peruanos, desperdigados
por todos los rincones del planeta, celebraron alborozados los nuevos
vientos en política. La prensa extranjera se multiplicó por miles. Se vivía un
estado de shock, expectante y esperanzador. Solo comparable a la captura
de Abimael Guzmán y el final del terrorismo. El círculo del destino de los
monjes budistas se había cerrado y análogamente, tras 500 años de espera,
el mito del Inkarri dejó de ser una leyenda.
Frente a las cámaras del canal de Estado, flanqueado por Mauro y sus
ministros jovencísimos, lucía con la tranquilidad que ofrece la paz interior.
En su hablar andino, sencillo, con menos acento español que antes,
Atahualpa inició su primer discurso:
- En la vida hay que ser justos y nobles. Fuimos conquistados a pólvora
y sangre. Por largos cinco siglos mi pueblo desapareció porque así
estaba escrito. La historia, sin embargo, ha juzgado mal al capitán
Francisco Pizarro y España. Mis antepasados guardaron por siglos un
gran secreto porque creímos siempre en la leyenda del Inkarri. Mi
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El 28 de julio del 2022, en el mensaje patrio, el noble rescató del olvido a tres
personas. A dos de ellas nunca conoció: el escritor andahuaylino José María
Arguedas y al sabio italiano Antonio Raymondi. Valoró su amor incondicional
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por esta tierra bendita, el Perú. Aseveró haberse inspirado en la fuerza cósmica
de sus obras para conjugar los dos universos. Del tercero, restauró la imagen
incomprendida y el monumento retirado por Eliane Karp. Francisco Pizarro
volvió a la Plaza de Armas.
Atahualpa, el inca que volvió del pasado para redimir una nación perdida. El
agnóstico que se volvió creyente a fuerza de vivir en carne propia las fuerzas
sobrenaturales que nos gobiernan. El sabio indígena que filosofaba en su prisión
sobre los indescifrables caminos del destino, se volvió hacia la multitud
vociferante en la Av. Brasil y finalmente arengó:
FIN
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