Quienes, a diferencia del presidente Donald Trump, creemos en la existencia y gravedad
del cambio climático y que los seres humanos somos en gran medida responsables de la devastación ambiental de los últimos tiempos, procuramos realizar algunas acciones para enfrentar este desafío. Abandonar el uso de popotes y bolsas de plástico, usar bicicleta y transporte público en vez de automóvil, sembrar un árbol en medio de una plancha de concreto. Todas estas acciones son necesarias, pero si realmente queremos cumplir con los objetivos internacionales para reducir las emisiones de carbono, no cabe duda de que las acciones deben ser de mayor envergadura, con coordinación de todos los actores sociales — gobiernos de diversos niveles, empresas, organizaciones de la sociedad civil, comunidades locales, universidades. En ese sentido, en diciembre de 2016, los tres gobiernos estatales de la Península de Yucatán celebraron el Acuerdo General de Coordinación para la Sustentabilidad de la Península de Yucatán (ASPY). El Acuerdo se fundamenta en una serie de tratados y documentos internacionales, retomando algunos de sus compromisos, como la urgente meta de alcanzar la tasa de deforestación de cero por ciento del Acuerdo de París sobre Cambio Climático de 2015 (del cual el Estados Unidos de Trump se retiró). Entre sus principios rectores, el ASPY retomó no sólo algunos de los acuerdos internacionales antes mencionados, como la “conservación y el uso sustentable de la biodiversidad” o la “reducción de la deforestación y degradación de los ecosistemas forestales”, sino que también incorporó algunas de las demandas de organizaciones de la sociedad civil, milperos, apicultores y académicos, tal como declarar a la “Península de Yucatán libre de Organismos Genéticamente Modificados (OGM) en los ecosistemas y agroecosistemas”. Sin embargo, a las pocas semanas de haberse firmado el ASPY, el 20 de enero de 2017, activistas mayas interpusieron una queja ante dicho acuerdo. Sus razones fueron 1) que el ASPY no se publicó en el Diario Oficial de los estados, como debió haberse hecho; 2) que el acuerdo invadía competencias federales; 3) que el documento discriminaba a quienes no entienden castellano, pues no se publicó en lengua maya; y, sobre todo, 4) que el ASPY se celebró sin consultar a las comunidades mayas ni obteniendo su consentimiento, “violando así el derecho fundamental de los pueblos y comunidades indígenas: la libertad de determinación”. Unos meses después, el 20 de octubre del mismo año, el Juez Segundo de Distrito en el Estado de Yucatán, Licenciado Rogelio Eduardo Leal Mota, dictó su sentencia relativa al juicio del amparo, el cual otorgó a los quejosos en contra del ASPY. Así, el juez ordenó que las autoridades responsables incluyan en el ASPY un apartado en el que expresamente se reconozca la presencia de la “comunidad indígena” de la Península de Yucatán así como la consideración del procedimiento de consulta. La sentencia es interesante por varias razones. A diferencia de decisiones similares en el pasado, el juez reconoció la autoadscripción de los quejosos como indígenas mayas sin pedirles prueba alguna. En ese sentido, respetó la disposición del Artículo 2 de la Constitución de que “La conciencia de su identidad indígena deberá ser criterio fundamental para determinar a quiénes se aplican las disposiciones sobre los pueblos indígenas”. Lo anterior es un avance frente a la actitud de algunos jueces y autoridades en Yucatán que piensan que solo es indígena quien habla una lengua indígena, vive en una comunidad sin corriente eléctrica y agua potable o porque así lo ha determinado algún “especialista” (generalmente antropólogo). Asimismo, el juez reconoció que “resulta claro que hablar de la Península de Yucatán es, en buena medida, hablar de los mayas” y que las autoridades que celebraron el ASPY no cumplieron con la obligación de consultar a los pueblos y comunidades indígenas. Para remediarlo, el juez ordenó que las acciones que se lleven a cabo en el marco del ASPY deberán ser consultadas con las comunidades indígenas afectadas. Vale la pena detenernos un momento en el tema de la consulta. En años recientes, la consulta indígena se ha convertido en un arma de doble filo. La consulta es una obligación del Estado y un derecho de pueblos y comunidades indígenas reconocido en tratados internacionales y en nuestra Constitución. Siempre que una medida pueda afectar a una comunidad o pueblo indígena, las autoridades responsables tienen la obligación de consultarlas. La consulta indígena es un arma de doble filo porque, por un lado, ha servido a las comunidades y organizaciones para detener, aunque sea temporalmente, proyectos que les afectan negativamente. La consulta ha sido un proceso a través del cual integrantes de comunidades indígenas han tenido la oportunidad de participar políticamente e interpelar directamente a autoridades. En tanto que la consulta es a pueblos y comunidades indígenas, y no sólo a ejidos, ha representado una valiosa oportunidad para que mujeres, jóvenes, ancianos y hombres no ejidatarios participen en la toma de decisiones de su pueblo. También ha sido un espacio en el cual han aprendido sobre sus derechos humanos y cómo defenderlos. En Yucatán, la violación del derecho a la consulta ha tenido consecuencias recientemente. Hace unas semanas, la Suprema Corte de Justicia de la Nación declaró inconstitucional la “Ley para la Protección de los Derechos de la Comunidad Maya del Estado de Yucatán”, de 2011, por no haber sido consultada con las comunidades mayas del estado. Sin embargo, la consulta también se ha convertido en un procedimiento o un mero trámite para autoridades y empresas, quienes lo llevan al cabo desarticulando dicho derecho de otros derechos claves de los pueblos indígenas, como su libre determinación y la protección de sus tierras, territorios y recursos tradicionales. Así, las consultas se han convertido más en un engorroso proceso burocrático en vez de un genuino proceso de participación y toma de decisiones. Considerando lo anterior, resulta comprensible que el Juez segundo de distrito de Yucatán haya ordenado realizar consultas “efectivas” para las medidas del ASPY pero que, al mismo tiempo, haya sentenciado que dicho documento no deba “variar su contenido actual”, sino que sólo deberá “contener un apartado en el que expresamente se reconozca la presencia de la comunidad indígena maya en dicho territorio peninsular”. ¿Para qué consultar a las comunidades mayas si el ASPY no podrá variar su contenido actual?, de nuevo: ¿la consulta es mero procedimiento sin sustancia? En respuesta a los amparos en contra del ASPY, hace dos meses, el Tercer Tribunal Colegiado del Vigésimo Séptimo Circuito con sede en Cancún declaró “insubsistente” el acuerdo por haber “excluido al pueblo maya en la elaboración y puesta en marcha de la iniciativa regional” (“El Universal”, 17-7-18). A diferencia del fallo del juez de Yucatán, que ordenaba incluir un apartado en el ASPY que reconociera la importancia del pueblo maya y se realizaran consultas que no resultarían en modificación del contenido del acuerdo, la sentencia de Cancún deja sin efecto el ASPY en los tres estados de la Península de Yucatán hasta que se lleve al cabo una consulta que involucre a todo el pueblo maya de la Península. La sentencia del Tribunal en Cancún ha generado varias reacciones. Mientras que algunos activistas y ambientalistas celebraron la decisión del magistrado, algunas autoridades y editorialistas pronunciaron expresiones racistas y lucieron su desconocimiento sobre los derechos humanos de las comunidades mayas, descalificando la sentencia como un “absurdo” y al magistrado como un “ignorante”. Los críticos no parecen entender que el problema no es el contenido del ASPY, sino el hecho de que las autoridades ya no pueden tomar decisiones sobre las comunidades mayas sin antes consultarlas. Ahora las autoridades de los tres estados están obligadas a consultar a las comunidades indígenas de la Península de Yucatán sobre el ASPY. Sin duda se trata de una tarea titánica, difícil y compleja. En Yucatán y Campeche la población indígena representa más del 60 por ciento de la población, mientras que en Quintana Roo más del 40 por ciento. Sin embargo, como lo ha establecido la Corte Interamericana de Derechos Humanos en una de sus sentencias emblemáticas sobre derechos humanos de pueblos indígenas, “el Estado no puede abstenerse de cumplir con las obligaciones internacionales de acuerdo con la Convención Americana simplemente porque le es difícil hacerlo” (“Saramaka vs. Surinam”). En un par de meses entrará un nuevo gobierno del estado en Yucatán. Espero que esté tomando nota de la lección del ASPY: además de coordinarse con los dos gobiernos vecinos y colaborar con el sector empresarial y académico, deberá redoblar esfuerzos para incluir a las comunidades mayas en verdaderos procesos participativos; como estado plural que es, deberá llevar al cabo sus proyectos, programas y acciones tanto en español como en maya. Y deberá consultar a las comunidades mayas siempre que una acción pueda afectarles, no para cumplir con un trámite, sino para hacer efectivos sus derechos de libre determinación y a sus territorios, porque lo que está detrás y en el fondo de la reivindicación del derecho a la consulta es precisamente la reivindicación de la dignidad de las comunidades y pueblos.