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Ágape… voz sin palabras… fruto del Espíritu…

Te vi y me vi, me amé y te amé, te contemplé y me contemplé, te encontré… me encontraste y nos


encontramos ambos en Uno más sin formas fijas ni espacios delimitados, sin más ni más que
expansión infinita… unidos junto al universo dorado siendo acariciados suavemente su manto
negro de terciopelo que acaricia nuestro brillo al desnudo con sus astros atravesando mil veces
nuestros corazones, una noche sagrada… tan desnuda como nuestras almas aprendiendo sobre las
sutilezas del verdadero amar sin medidas.

Suavizamos nuestros sesgos perceptivos hasta abrirlos por completo a contemplarnos amantes…
sanando nuestras bitácoras con ternura… abriendo nuestros sentidos con amor manifiesto en
todas sus formas posibles… Volamos mucho amor mío… mucho, mucho más arriba de las vísceras
y de lo humano, en ese firmamento nos inundamos ambos en el diluvio más grande de toda la
historia… uno de miradas cálidas… dulces besos y tiernas caricias…

Decidimos todo antes de pensar nada… y atemporalmente recordamos como llevamos desde
siempre juntos, y ambos devotamente otorgamos al otro arrullos de alma a alma que despertaron
con cariños nuestra reminiscencia astral; y es ahí… ahí… que comenzamos a abrirnos a todo lo que
nos permitiera explorarnos lejos de los límites de lo establecido por nuestra memoria humana,
lejos de la mezquindad de reservarnos nada para uno solo, sino simplemente abriendo el alma de
par en par, dando todo el amor sin siquiera pensar en cometer el crimen de aberrar nuestros
manantiales luminosos al dosificar la entrega absoluta de nuestra verdad.

Nos descubrimos maravillados como niños al mirar su primera noche estrellada y comenzamos
una aventura por distintos parajes en cada plano que nos propusiera el cosmos que nos compone
tanto como nosotros a él; nos disolvimos el uno en el otro saciando la sed de cada fotón y célula
sin medida ni prudencia, nos arrojamos al vacío juntos sin miedo alguno a perder el llamado yo
entre los oleajes imparables de nuestras pasiones… y así también nos unimos millones de veces
fundidos en el júbilo de habernos vuelto a encontrar unidos.

Adoramos el reconstruirnos y reinventarnos en cada segundo… en cada susurro del alma mientras
besábamos nuestra carne espiritualizándola y arrullamos fogosamente nuestro espíritu
encarnándolo como nunca antes; en ese amarse es que nos sinceramos íntimamente en cada sutil
delicia… mancomunados y benditos como nunca con y desde el todo.

Nos reconocimos explorándonos dichosos a través de los espejos de nuestros corazones libres,
conscientes y despiertos; y ahí, sólo ahí recordamos de nosotros la hermosa verdad
trascendental… sólo ahí mi amor… sólo ahí… entendimos que es la esencia más pura del amar y
nos hicimos Uno, caricia a caricia… beso a beso… desde la vibración más sagrada hasta el aliento
más humano… vehementemente con el verbo más inmortal de la inmensidad.

Y sí que comenzamos en ese momento milagroso a inmortalizar quienes fuimos desde eras y
eones sin precedentes temporales, nos deleitamos tentados como niños frente a todos los
destellos que nos llevaron volando juntos con los corazones enlazados a refundarnos sin límites ni
cansancios.

Fue ahí… fue ahí mi amor… en esas hermosas dimensiones que están aún muy lejos del delirante
prendimiento vanidoso de nuestra adolescencia mental y de las limitaciones del placentero placer
carnal en donde nos comprometimos con desaprender todo para amarnos reinventándonos en
cada desliz entre nuestras esencias nucleares hasta no existir más ni esta dicotomía ni ninguna que
puedan concebir las mentes de ningún humano, pues es ahí, en esta dimensión en donde fuimos,
somos y seremos siempre Uno.

Emergió esa noche el templo sagrado que mágicamente se diseñó como si siempre hubiésemos
tenido oculto un plano de nuestros templos pensando en cada hermoso detalle, y ahí… lleno de
floridos aromas… entre nuestros secretos de cuerpo y alma revelados sin trastiendas ni dudas, sin
nimiedades ni mensuras tacañas e insípidas de dramas de amores inmaduros… Fue, es y será
siempre ahí en donde aprendimos sobre el gran firmamento que se esconde tras esa aceptación
pura y refulgente; en donde existe una desnudez absoluta sin necesitar definirnos más que por la
espontaneidad de nuestro pedacito de cosmos… Ese jardín en el cielo que nos dio El Eterno para
sembrarnos el uno en el otro y cultivar lo mejor juntos en nuestro jardín del edén sin frutos
prohibidos más que los tapujos que sean indignos de la pureza de las expresiones honestas
nuestro corazón, mismo jardín que dará los frutos de almas libres para repoblar el mundo que en
nuestros sueños juntos hemos creado.

Es en ese punto transparente para el pobre señor ego que es ciego al esplendor de lo real… es ahí
que entre tú y yo amor mío, en nuestra intimidad sempiterna, inocente… natural y creadora, que
nos unimos lejos de las impermanencias de la mente-forma, para unirnos con el haz de luz que
hace los espirales parte de la vida y que hace que el corazón del cosmos palpite para expandir la
belleza sin límites ni condiciones más que abrir el alma.

Ese lugar sagrado entre nuestros alientos agitados por la pasión y por nuestras almas queriendo
ser una tanto como nuestros labios al encontrarse bailando juntos… ahí en que las tres
dimensiones no son más que un reflejo más de nuestra divinidad… en donde la materia se vuelve
espiritual… y lo espiritual se vuelve materia… esas dimensiones en que viajamos unidos en donde
nuestros cuerpos y almas hablan en el idioma que sólo entiende un corazón humilde y dispuesto a
entregarse a sí mismo en nombre de la energía divina del amor sin importar los miedos falaces que
pueda susurrar el ego en nuestras fisuras humanas.
Nos encontramos esa noche como todas en la convergencia más indómita de la luz…
Nos nutrimos juntos en donde aprendimos el idioma que solo entiende quien concibe los silencios
entre cada pálpito del corazón de su amada como una sagrada epifanía, cultivamos nuestras almas
unidas…
En donde se lee con el amor como lente para entender los ojos y suspiros del compañero de
camino…
En donde cantamos alegremente en el lenguajear que solo entiende quien llora de felicidad y
éxtasis cuando recuerda las estrellas propias en la esencia de su amada.
En donde se llora, pero con mágicas lágrimas de oro que nos recuerdan que nuestras almas están
colmadas de galaxias y su propósito de sagrado polvo de estrellas.
En donde jugamos a no ser antes de conocernos, para al vernos al fin recordar todo uni-dos y
descubrir quienes realmente somos al amarnos y elevarnos como compañeros de camino.

Es ese el santo idioma entre dos almas despojadas de limitaciones y egoísmos, el que se habla en
nuestras noches relumbrantes, ese que sólo hablan quienes eligen resplandecer mutuamente
mientras se aman de todos los modos posibles.
Ese que espontáneamente quema los pañuelos que censura la expresión del alma dolida de su
amada… y en vez de eso ama cada arista… y besa las lágrimas de su amante para ayudarle a
sanar…
Sanar juntos aprendiendo a viajar unidos en cada momento y rescatar los olvidados tesoros que
estos recuerdos contaminados de ego guardan siempre para la elevación del alma, los que aman
cada elemento de su amor sin juzgarlo para recordar el colorido real de sus almas purificadas en el
fulgor de una noche amante y honesta…
Es en este santo idioma en donde sus esencias en la más férvida alquimia son unidas al cosmos,
creando el lazo infinito que las une una y otra vida.

Me entrego con todo lo que soy amada mía… Honro y soy absolutamente devoto a esa danza
sagrada de languajeares de la carne y el aura que nos hizo y funde en Uno en cada momento sin
importar masa… tiempo ni espacio.
Me doy con todo lo que soy al ritual divino de desnudos que somos juntos bajo la túnica pura del
espíritu universal que conforma a todos los seres y galaxias.
Me declaro unido por siempre a conmemorar nuestro origen divino y dorado, porque fue ahí mi
amor… en las alcobas del eterno amar…
En donde resonamos en la frecuencia que nos hace estrellarnos más allá de la carne trémula de
nuestra encarnación divina… el punto de convergencia que nos vio nacer y renacer mil veces hasta
encontrarnos en el valle de la verdad.

Causados recíprocamente el uno en la fuente del otro, reflejando toda la verdad sin acallar ni la
más mínima pizca de nuestra esencia, sin timidez ni miedo, sin aferramiento más que promover la
libertad de nuestro vuelo sin fobias ilusorias que dignifiquen al ego.
En esa divina esencia fue que recordamos que sin esfuerzo nuestro baile iniciático y magia más
infinita hizo de nuestra luz una tribu del amor que esparció a los universos que llevamos tanto
dentro como fuera, tanto arriba como en esta carne.

Bebimos de nuestras copas hasta derramarnos en una sola… bebimos hasta embriagarnos de amor
y al fin quebrar las copas que nos daban límites y forma… bebimos la ambrosía del amar para
mezclarnos y transmutar ambos por completo en un vino que nos invitó sonriente a disolvernos de
lo impermanente con la vida que somos cuando incendiamos nuestras venas hirviendo amantes…

Absorbimos e inhalamos sin dosificar ni temer… las esencias sagradas del regocijamos en lo puro y
esencial de nuestra verdad llena de férvidos bríos… Fue y es esa noche mi amor, esa en que el
cosmos unió los núcleos de nuestras estrellas para iluminar nuestros espejos por completo y sin
excepción, para mirarnos sin disfraces en cada recoveco y dimensión, cada plano y lugar… sin
censura alguna que nos impida recordar que somos infinitos cuando nuestro amar nos hace
encandecer al máximo, ya que nuestros espectros gemelos de luz en esa fiesta sinfónica de la vida
logran al fin cálidamente recordar quienes somos bajo la ilusión que vende la mente en el mundo
de boca en boca.

En esta fiesta del ahora infinito es que permanezco junto a ti, en donde comenzamos una vida más
unidos, y es hoy que estrechando nuestras almas en expansión permanente… es hoy que sin
miedos, tapujos ni moldes que nos afirmen a ninguna ilusión de solidez ni a ninguna falacia
cartesiana, en que unimos nuestros rayos de luz hasta la carne y viceversa, el festejo hermoso que
es para y por la luz… la ceremonia maravillosa en que unidos decidimos juntos ir al océano del
infinito tomados de la mano, amantes… cómplices de una misma misión… bailando despojados de
ropas y caretas como si nadie estuviera mirando salvo las estrellas que nos hicieron posibles, más
allá de las ideas en lo profundo de lo sagrado… Siempre ahí mi amor, en donde siempre siempre
nos encontramos.

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