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poder
Así lo aseguró el presidente de la Comisión de Educación del Congreso, Daniel Mora, al indicar
que esa situación demuestra que la política de comisiones interventoras, dispuesta por la
Asamblea Nacional de Rectores no ha funcionado.
Lima (Andina).- Unas 15 universidades públicas, 30% de las que hay en el país, enfrentan crisis
severas por denuncias de corrupción contra sus autoridades y la lucha de poder, sostuvo el
titular de la Comisión de Educación del Congreso, Daniel Mora.
Señaló que esta situación demuestra que la política de comisiones interventoras, dispuesta por
la Asamblea Nacional de Rectores (ANR) no ha funcionado.
Dijo que el caso de la Universidad La Cantuta, donde esta semana hubo acciones de violencia,
no es exclusivo, pues también hay serios problemas en la Universidad Santiago Antunez de
Mayolo, en la de Moquegua, la Intercultural de Amazonía, entre otras.
"En Santiago Antunez de Mayolo se ha perdido una barbaridad de clases, en Moquegua van
seis comisiones reorganizadoras y nada. En la Intercultural hace poco hubo una quema de las
oficinas administrativas. La cosa es seria", aseveró.
Sostuvo que ante la esa situación de crisis, la ANR intervino con comisiones reorganizadoras
que no han sido solución, pues se nombra a personas cuestionadas y que no cumplen con la
función asignada.
"En Amazonas se nombró como conciliador a una persona con sentencia judicial, y en otro
caso a un ex rector, exalcalde y funcionario suspendido por faltas administrativas. Así no se
soluciona nada de nada", enfatizó.
Para Mora, la situación puede cambiar si se establecen requisitos más exigentes para ser
rector, como el doctorado y publicaciones científicas obligatorias a nivel internacional, y que
no haya reelección.
"Ni el rector ni los vicerrectores deben ser reelegidos, pues allí empieza el problema. Además,
la elección tendría que contar con el control de la ONPE pues los comités electorales de las
universidades no son lo mejor", dijo.
Igualmente, refirió, resulta importante una mejor supervisión de los recursos con una
participación más activa de la Contraloría, ya que los órganos de control internos son
nombrados por el rector, lo que no garantiza objetividad.
Todos estos cambios, comentó, están contemplados en el proyecto de ley universitaria, cuyo
debate se retomará este lunes con el capítulo IX, relacionado con derechos y deberes de los
estudiantes. "La idea es culminar el debate de los 40 artículos que faltan y aprobar el dictamen
en diciembre. Falta poco tiempo pero aún es manejable", puntualizó.
“En el Perú habrá 20 universidades que puedan llamarse como tales, el resto solo ha servido
para amortiguar el desempleo juvenil”, fue el análisis de la formación académico profesional
de los estudiantes por las universidades públicas y privadas del ex ministro de Educación Javier
Sota Nadal, actual decano del Colegio de Arquitectos del Perú.
Reflexión que las dio, tras conocer el resultado de la investigación que hizo, la revista América
Economía en su edición No. 030 de octubre, una de las importantes revistas de América Latina.
En ella, dan cuenta que en el Perú, sólo existe 15 universidades de las 102 existentes a nivel
nacional, las que se encuentran en el ranking de las mejores universidades del Perú.
LAS 15 MEJORES
La privada Pontificia Universidad Católica del Perú, encabeza el ranking de las 15 mejores
universidades del Perú. Su liderazgo se ve refrendado no sólo por sus datos básicos y la
percepción general, sino también, en indicadores de reputación institucional, según el estudio.
La casa de superior se encuentra también, entre los tres primeros lugares en los subrankings
por carrera, siendo la primera en Derecho, Ingeniería Industrial y Psicología.
En el segundo lugar se ubica la Universidad del Pacífico, un centro superior de sólo cinco
carreras profesionales y 2 mil 500 alumnos, cuyo foco está dado por profesiones asociadas al
mundo de la gestión, y esto da pie a encabezar los subrankings de Administración,
Contabilidad y Economía.
Similar hecho ocurre con la Universidad de Lima, que se sitúa en tercera ubicación del ranking,
que con solo nueve carreras alcanza tres segundos lugares en los subrankings en
Administración, Derecho e Ingeniería Agroindustrial.
Mientras que la centenaria Universidad de San Marcos, la más antigua de América (fundada en
1551), ocupa el cuarto lugar en la tabla general y el primero a nivel de las universidades
públicas. Según los lectores encuestados sigue siendo la de mayores niveles de selectividad e
investigación del sistema, siendo las más reconocidas las careras de Psicología y Derecho.
En el quinto lugar se sitúa la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), cuenta con 25 carreras
profesionales y es considerada la mejor en Ingeniería Civil, Arquitectura e Ingeniería
Agroindustrial.
Entre tanto, el resto de las 10 universidades está conformado por Universidad Cayetano
Heredia, Universidad de Piura, Universidad Agraria de La Molina, Universidad San Martín de
Porres, Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas, Universidad San Ignacio de Loyola,
Universidad de ESAN, Universidad Nacional Federico Villarreal, Universidad Ricardo Palma y
Universidad Nacional San Agustín de Arequipa.
CRUDA REALIDAD
Los resultados del estudio, definitivamente muestran que las universidades no van en la senda
de la excelencia académica y merece una profunda reflexión por el Ministerio de Educación y
las autoridades universitarias que al parecer están enredados en entender que significa la
acreditación universitaria.
Por lo pronto, José Antonio Chang Escobedo, Ministro de Educación y Presidente de Consejo
de Ministros (PCM), salió a decir, que sólo las universidades que acrediten su alto nivel
académico y que cumplan con estándares internacionales, otorgarán títulos a nombre de la
Nación y los demás centros superiores de estudios, que no logren alcanzar el nivel requerido,
lo harán a nombre de sus respectivas universidades.
Ellos forman parte de un proceso penal por peculado. Su accionar generó el bloqueo temporal
de las cuentas de esta universidad por parte del Ministerio de Economía y Finanzas.
Las acusaciones de pagos indebidos son una constante en casi todos los centros de estudios.
Corrupción y universidad
Para eliminar el mercantilismo en la educación
Nuestra sociedad se siente hoy invadida por la corrupción. El bien común
es dejado de lado por los intereses individuales de quienes priorizan su
beneficio transgrediendo normas legales y comportamientos morales. Esa
invasión decadente nos toca y lastima. No sabemos en quién confiar ni
cómo se arraigó la corrupción en nuestra cultura. Tampoco podemos negar
que, de alguna forma, podemos ser parte de ella. La lucha contra la
corrupción implica, por ello, realizar una visión introspectiva y crítica de
las acciones de cada uno de nosotros para posibilitar el cambio.
La educación es la principal herramienta para transformar
comportamientos. Por eso es válido preguntarnos, en línea con lo anterior,
cómo han actuado sus instituciones; y dentro de ellas, la universidad.
Debemos evaluar y diagnosticar su comportamiento, para saber qué hacer
para avanzar en la lucha contra la corrupción.
Esta rendición de cuentas no debe reducirse a sus resultados de docencia e
investigación, también debe abarcar la construcción de un comportamiento
ético entre sus miembros. Desde lo formativo, la universidad acoge al
individuo en la etapa de logro de la autonomía al dejar la adolescencia,
fundamentalmente heterónoma, en la que las normas familiares y escolares
—si las hubo— y la orientación conductual mediática rigieron el
comportamiento; y debe evolucionar a otra etapa en la que la capacidad
crítica permita un actuar en libertad basado en valores.
El logro de ese ser autónomo, con capacidad de generar riqueza moral y
económica debe ser la tarea fundamental de la universidad. Reconocernos
como una sociedad corrupta y no inclusiva, a pesar de su diversidad, obliga
a la autocrítica interna a hacer evidente una orientación formativa
tecnocrática que ha descuidado el compromiso social. Como señalan los
jesuitas, “excelentes profesionales para sociedades fracasadas”.
Priorizar el bien común es esforzarnos en demostrar la calidad educativa
nacional, logrando nuestra presencia en los rankings y procesos de
licenciamiento y acreditación. Es promover autónomamente la
transparencia, facilitando y recogiendo información hacia y desde los
alumnos y otros grupos de interés. Y en ese diálogo, lograr la mejora de la
calidad del proceso de enseñanza aprendizaje.
La gestión directriz también debe rendir cuentas sobre su comportamiento.
El directorio de una universidad societaria (con fines de lucro) debe revisar
indicadores de empleabilidad, calidad docente y calidad de la investigación,
junto a los de su salud económica. La universidad asociativa (sin fines de
lucro), además de los indicadores señalados tiene la obligación de
demostrar un eficiente manejo económico y desterrar los sueldos
millonarios, que descapitalizan a la universidad.
La gestión directriz de la universidad pública debe demostrar pulcritud en
los procesos electorales para autoridades y en el uso de los recursos
económicos. La universidad pública y la privada asociativa deben,
autocríticamente y de manera autónoma, revisar si el modelo asambleísta es
el mejor para una gestión eficiente, ya que muchas veces una autoridad que
para ser elegida es dependiente de sus subordinados, tiene un actuar
displicente y de camarillas para permanecer en el poder.
Los cambios sociales y económicos han transformado a la universidad,
pero su comportamiento y gestión debe ser coherente con el
comportamiento moral en que le toca educar. Eliminar el mercantilismo,
que no es la venta del servicio educativo, sino “regalar” por ese cobro —o
en el caso de las públicas, para mantener alumnos para subsistir y recibir
recursos del Estado— una nota y hasta un título que el estudiante no
merece. Nos toca proponer la certificación de competencias del egresado
para obtener el título y ejercer la carrera. De igual forma, revisar si la
prohibición de la creación de universidades no responde más bien a un
paradigma obsoleto que promueve los oligopolios en la educación
universitaria.
La reflexión de nuestro actuar como individuos y nuestro comportamiento
social es necesaria para combatir la corrupción. La universidad, como
institución, no escapa a esta necesidad. Desterrar la corrupción depende de
cada uno de nosotros. Educar en valores implica practicarlos y es el
ejemplo, la mejor y única forma de educar en ellos.
Por su parte, los alumnos indicaron que muchas veces temen hacer las
denuncias por las represalias de los mismos docentes.