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Veamos los hitos destacados del desarrollo psicosocial en infantes, con la siguiente tabla:
Los recién nacidos demuestran con claridad los momentos en que se sienten infelices.
Sueltan un llanto desgarrador, agitan brazos, piernas y endurecen el cuerpo. Es más difícil
saber cuándo están contentos. A medida que pasa el tiempo, los bebés responden más a
las personas, sonriendo, arrullando, alargando la mano y al final, acercándose a ellas.
Tengamos en cuenta que cuando un bebé quiere o necesitan algo lloran; sonríen o ríen al
socializar. Al ser respondido este mensaje se aumenta el sentido de conexión.
Hablemos del llanto: Es la manera más eficaz de comunicar sus necesidades y se puede
categorizar en:
Llanto de hambre
Llanto de enojo
Llanto de dolor
Llanto de frustración
Conforme a su crecimiento, los niños van comprendiendo que su llanto tiene una función
comunicativa, a los 5 meses ya han observado y aprendido las expresiones de sus
guardianes y al ser ignorados lloran con mucha fuerza para llamar su atención, si llega a
ser ignorado dejan de llorar.
La sonrisa social ocurre cuando los bebes recién nacidos le sonríen a sus papás al verlos, a
los 6 meses las sonrisas demuestran un intercambio emocional con un compañero, al ir
creciendo este intercambio se hace mas activo y jubiloso. Éste intercambio refleja un
desarrollo cognoscitivo; al reir ante algo inesperado demuestran que saben esperar, al
invertir los papeles se muestran concientes de las cosas que pueden pasar.
Las emociones autoconscientes (el bochorno, empatía, envidia, etc) aparecen cuando se
ha desarrollado una consciencia de sí mismos: la comprensión cognoscitiva de que poseen
una identidad reconocible, separada y diferente del resto del mundo. Ésta parece surgir
entre los 15y 24 meses y pueden percatse de que son el centro de atención, identificarse
cono lo que otros sienten y/o desean tener lo que otros tienen. Hasta los 3 años, una vez
que ya dquirieron una conciencia de sí mismos y una gran cantidad de conocimiento
acerca de los estándares, reglas y metas aceptadas por su sociedad, podrán demostrar las
emociones autoevaluativas (Culpa, vergüenza, orgullo y prejuicio).
CAMBIO EN LA ORGANIZACIÓN DEL CEREBRO
El desarrollo del cerebro después del nacimiento se relaciona de manera estrecha con los
cambios en la vida emocional : las experiencias emocionales no sólo son influidas por el
desarrollo del cerebro, sino que también pueden tener efectos duraderos sobre su
estructura.
El segundo cambio ocurre alrededor de los nueve o diez meses, cuando los lóbulos
frontales empiezan a interactuar con el sistema límbico ,Asiento de las reacciones
emocionales.
Al mismo tiempo, algunas estructuras límbicas como el hipocampo crecen y se hacen más
parecidas a las adultas. Las conexiones entre la corteza frontal, el hipotálamo y el sistema
límbico, que procesa la información sensorial ,pueden facilitar la relación entre las esferas
cognoscitivas y emocionales. A medida que esas conexiones se vuelven más densas y
complejas, el infante puede experimentare interpretar varias emociones al mismo tiempo.
El tercer cambio tiene lugar durante el segundo año, cuando los infantes desarrollan la
consciencia de sí mismos, las emociones autoconscientes y una mayor capacidad para
regular sus emociones y actividades. Esos cambios, que coinciden con una mayor
movilidad física y conducta exploratoria, pueden estar relacionados con la mielinización de
los lóbulos frontales.
El cuarto cambio ocurre alrededor de los tres años, cuando las alteraciones hormonales
del sistema nervioso autónomo (involuntario) coinciden con el surgimiento de las
emociones evaluativas. Al Desarrollo de emociones como la vergüenza puede subyacerles
un alejamiento del dominio del sistema simpático , la parte del sistema autónomo que
prepara al cuerpo para la acción, a medida que madura el sistema parasimpático , la parte
del sistema autónomo que participa en la excreción y la excitación sexual.
TEMPERAMENTO
De acuerdo con el “Estudio longitudinal de Nueva York”, la clave para lograr una
adaptación sana es la bondad de ajuste, la correspondencia entre el temperamento del
niño y las exigencias y restricciones del medio ambiente de las que el niño debe ocuparse.
Puede haber problemas si se espera que un niño muy activo permanezca inmóvil por
largos periodos, si a uno lento para animarse se le empuja de manera constante a nuevas
situaciones, o si a uno persistente se le aleja de manera reiterada de proyectos
absorbentes. Los infantes con temperamento difícil pueden ser más susceptibles a la
calidad de la crianza que los niños con temperamento fácil o lento para animarse y quizá
necesiten una combinación de más apoyo emocional y respeto por su autonomía. Los
cuidadores que reconocen que un niño actúa de cierta manera debido a tendencias
innatas y no por terquedad, pereza o estupidez son menos propensos a
sentir culpa, ansiedad y hostilidad, a creer que perdieron el control o mostrar rigidez o
impaciencia. Pueden anticipar las reacciones del niño y ayudarlo a adaptarse, por ejemplo,
brindándole con anticipación advertencias sobre la necesidad de suspender una actividad
o introduciéndolo de manera gradual a las situaciones nuevas.
Como hemos mencionado, el temperamento parece tener una base biológica. En una
investigación longitudinal con cerca de 500 niños que se inició en la infancia, Jerome
Kagan y sus colegas estudiaron un aspecto del temperamento llamado inhibición ante lo
desconocido , que está relacionado con la osadía o la cautela con que el niño se acerca a
los objetos o situaciones desconocidas y se asocia con ciertas características biológicas.
Cuando se les presentó a los cuatro meses una serie de nuevos estímulos, alrededor de
20% de los infantes lloraron, agitaron los brazos y piernas y en ocasiones arquearon la
espalda; a este grupo se le llamó inhibido o “altamente reactivo”. Cerca de 40% mostró
poco malestar o actividad motora y era más probable que sonriera espontáneamente; a
estos niños se les etiquetó como desinhibidos o “poco reactivos”. Los investigadores
sugirieron la posibilidad de que los niños inhibidos nacieran con una amígdala
inusualmente excitable, una parte del cerebro que detecta y reacciona a los sucesos poco
familiares y que participa en las respuestas emocionales
Los infantes son seres que se comunican y tienen una fuerte motivación para interactuar
con otros. Se conoce como regulación mutua a la capacidad del bebé y del cuidador para
responder de manera apropiada y sensible a los estados mentales y emocionales del otro.
Los infantes participan de manera activa en la regulación mutua mediante el envío de
señales conductuales, como las sonrisas de Max, que influyen en el comportamiento de
los cuidadores hacia ellos. Cuando las respuestas de los cuidadores a las señales del niño
son sensibles y apropiadas se dice que la sincronía de su interacción (el intercambio
continuo entre los cuidadores y los bebés) es elevada. El niño se muestra alegre o por lo
menos interesado cuando se cumplen sus metas. Si el cuidador hace caso omiso a una
invitación a jugar o insiste en hacerlo cuando el bebé se ha alejado indicando “No tengo
ganas”, éste puede sentirse frustrado o triste. Cuando los bebés no logran los resultados
deseados, insisten en tratar de arreglar la interacción. Por lo regular, ésta oscila entre
estados bien y mal regulados, a partir de los cuales los bebés aprenden cómo enviar
señales y qué hacer cuando sus señales iniciales no producen el efecto deseado.
EL SENTIMIENTO DEL YO
Entre los 20 y los 24 meses, los niños empiezan a usar pronombres en primera persona,
otra indicación de la conciencia de sí mismo. Entre los 19 y 30 meses de edad, comienzan
a aplicarse términos descriptivos (“grande” o “pequeño”, “pelo liso” o “pelo rizado”) y
términos evaluativos (“bueno”, “bonito” o “fuerte”). El rápido desarrollo del lenguaje les
permite pensar y hablar acerca de sí mismos e incorporar las descripciones verbales de los
padres (“¡Qué listo eres!” “¡Qué niño tan grande!”) al surgimiento de la imagen de sí
mismos.
Aunque la mayoría de los padres son cariñosos y cálidos, algunos no pueden proporcionar
a sus hijos un cuidado apropiado y otros los agreden deliberadamente. El maltrato, sea
que lo perpetren los padres u otras personas, es el riesgo deliberado o evitable que se
hace correr a un niño. El maltrato adopta diversas formas específi cas y el mismo niño
puede ser víctima de más de un tipo de ellas (USDHHS, Administration on Children, Youth
and Families, 2008).
Estos tipos son los siguientes:
• Abuso físico: provocar lesiones corporales por medio de puñetazos, golpes, patadas,
sacudidas o quemaduras.
• Negligencia: dejar de satisfacer las necesidades básicas de un niño, como comida, ropa,
,atención médica, protección y supervisión.
• Abuso sexual: cualquier actividad sexual que involucra a un niño y a una persona
mayor.
• Maltrato emocional: incluye el rechazo, amedrentamiento, aislamiento, explotación,
degradación, humillación o dejar de proporcionar apoyo emocional, amor y afecto.
Las consecuencias del maltrato pueden ser físicas, emocionales, cognoscitivas y sociales, y
es común que estén interrelacionadas. Un golpe en la cabeza del niño puede ocasionar
daño cerebral que provoca retrasos cognoscitivos y problemas emocionales y sociales. De
igual manera, la negligencia severa o los padres poco cariñosos pueden ocasionar
alteraciones considerables en el cerebro en desarrollo (Fries et al., 2005). En un estudio,
los niños que habían sufrido negligencia de sus padres tenían mayor probabilidad que los
niños maltratados o que los no maltratados de interpretar mal las señales emocionales en
los rostros (Sullivan, Bennett, Carpenter y Lewis, 2007). Las consecuencias a largo plazo
del maltrato pueden incluir mala salud física, mental y emocional; problemas en el
desarrollo del cerebro (Glaser, 2000); dificultades cognoscitivas, lingüísticas y académicas;
problemas con el apego y las relaciones sociales (NCCANI, 2004); problemas de memoria
(Brunson et al., 2005), y, en la adolescencia, mayor riesgo de un bajo aprovechamiento
académico, delincuencia, embarazo, consumo de alcohol y drogas, y suicidio (Dube et al.,
2001, 2003; Lansford et al., 2002; NCCANI, 2004). Se calcula que la tercera parte de los
adultos que sufrieron abuso y negligencia en la niñez victimizan a sus propios hijos
(NCCANI, 2004).
En un estudio que se realizó durante cinco años a 68 niños víctimas de abuso sexual, éstos
mostraron más trastornos de conducta, menor autoestima, mayor depresión, ansiedad o
desdicha que un grupo control (Swanston, Tebbutt, O’Toole y Oates, 1997). Los niños que
sufrieron abuso sexual tienden a iniciar la actividad sexual a una edad temprana (Fiscella,
Kitzman, Cole, Sidora y Olds, 1998). Los adultos que en su niñez sufrieron abuso sexual
tienden a presentar ansiedad, depresión, enojo u hostilidad; a desconfi ar de la gente; a
sentirse aislados y estigmatizados; presentar inadaptación sexual (Browne y Finkelhor,
1986); y a abusar del alcohol o de las drogas (NRC, 1993b; USDHHS, 1999a). A qué se debe
que algunos niños que sufrieron maltrato a medida que crecen comiencen a mostrar
conductas antisociales o abusivas y otros no? Una posible diferencia es genética; algunos
genotipos pueden ser más resistentes al trauma que otros (Caspi et al., 2002; Jaff ee et al.,
2005). La investigación con monos rhesus sugiere otra respuesta. Cuando los monitos
soportaron altas tasas de rechazo y maltrato materno en el primer mes de vida, sus
cerebros producían menos serotonina, una sustancia química que produce el cerebro. Los
bajos niveles de serotonina se asocian con ansiedad, depresión y agresión impulsiva tanto
en los humanos como en los monos.
Las hembras que sufrieron abuso y se convirtieron en madres abusivas tenían menos
serotonina en el cerebro que las hembras que sufrieron abuso y no se habían convertido
en madres abusivas. Este hallazgo sugiere que el tratamiento con fármacos que
incrementan los niveles de serotonina en una etapa temprana de la vida puede impedir
que un niño que sufrió maltrato al crecer maltrate a sus propios hijos (Maestripieri et al.,
2006). Muchos niños maltratados muestran una resiliencia notable. El optimismo, la
autoestima, la inteligencia, la creatividad, el humor y la independencia son factores de
protección , así como el apoyo social de un adulto cariñoso (NCCANI, 2004). En el capítulo
10 revisaremos más a fondo los factores que influyen en la resiliencia. Las experiencias de
los tres primeros años de vida ponen los cimientos para el desarrollo futuro. En la parte 4
veremos cómo continúan los niños pequeños su desarrollo a partir de esos fundamentos.