You are on page 1of 1

Cuerpo, adicción y espiritualidad.

Una entrevista a Marion Woodman


Ha muerto Marion Woodman, la
gran terapeuta junguiana
especializada en psicología
femenina y autora de libros tan
importantes como “Los frutos de la
Virginidad” o “La adicción a la
perfección”. Honrando a esta gran
maestra, fundamental en nuestro
camino femenino, publicamos este
extracto de una entrevista que le
hizo la escritora Rachel V. para su
libro Family Secrets: Life Stories of
Adult Children of Alcoholics (New York: Harper & Row, 1987).

Traducción Marianna García Legar.

A principios de la década de 1930, el Dr. Jung trabajó con un hombre alcohólico llamado Rowland
y ese trabajo contribuyó, años más tarde, a la creación de la organización Alcohólicos Anónimos.
Durante el año en que Rowland estuvo en Suiza haciendo terapia con el Dr. Jung, fue capaz de
mantenerse sobrio, pero, en cuanto regresó a los Estados Unidos volvió a beber. Entonces fue
nuevamente a Suiza a consultar con Jung, y éste le dijo que la única esperanza que tenía para
abandonar la bebida consis a en que asumiera que necesitaba una transformación espiritual. Sin
esa opción, no habría “cura”. Años después Jung y Bill Wilson, uno de los fundadores de
Alcohólicos Anónimos, intercambiaron correspondencia sobre el tema. En 1961, Jung señalaba
que no era casual que al alcohol también se le llamara “espirituoso” ya que la sed de alcohol del
alcohólico era equivalente a la sed del alma por lograr la unión con Dios. “Alcohol en la n
es spiritus, y esa misma palabra se u liza tanto para referirse a la experiencia religiosa más
elevada, como para hablar del veneno más depravante que puede esclavizarnos. La fórmula ú l
sería: Spiritus contra spiritus–escribió Jung a Bill Wilson, en una carta de 1961– Esta sería la
fórmula alquímica que enseña que sólo con el Espíritu se puede contrarrestar la adicción.”

Si podemos entender el alcoholismo y todas las adicciones como anhelos espirituales, esto
indicaría que algo muy diferente es lo que está sucediendo en una sociedad como la nuestra,
profundamente adic va. Se podría decir que no tenemos tanto una crisis con el alcohol y las
drogas –o lo que sea que necesitemos consumir–, como una crisis espiritual. Al mismo empo la
adicción es una perversión que muestra que nuestra propia naturaleza espiritual se está
devorando a sí misma. La epidemia de adicciones también puede verse como un intento del
Espíritu de volver a par cipar de nuestra cultura humana. Con estos pensamientos en mente,
Rachel V. viajó a Toronto para entrevistar a la terapeuta junguiana Marion Woodman.

Rachel V: En su libro Los frutos de la virginidad usted dice que la curación sólo puede llegar a
través de la misma herida que se pretende sanar. Esa paradoja me recuerda ciertos comentarios
de Cristo acerca de cómo los débiles pueden confundir a los fuertes.

Marion: El débil siempre confunde a los fuertes. El Yo consciente puede saber exactamente lo que
quiere, puede moverse en la dirección correcta a lo largo de toda la vida de manera muy firme
dirigido hacia un obje vo claro, pero inconscientemente hay un lado infan l de la personalidad
capaz de aba r al Yo. De hecho, hundirá al Yo, a menos que sea reconocido.

Nuestro lado débil es el lado adic vo, así que sólo funcionará una terapia si trabaja con ese lado
inmaduro / infan l que el individuo es en úl ma instancia. La cadena es tan fuerte como lo sea su
eslabón más débil. Es ese lado débil el que está involucrado con la divinidad, tal como yo lo veo.
Esa parte infan l tan incontrolable, tan exigente y tan ránica, es al mismo empo la que trae la
alegría y la crea vidad a la vida. Esa parte es el alma que nunca puede ser silenciada y que,
enterrada en la materia, anhela el espíritu. Un anhelo de alcohol simboliza un anhelo de espíritu.
Piense en el dios griego Dionisos, el dios de la vid; la ebriedad y la experiencia trascendente con
ese dios estaban ín mamente conectadas.

Piense en el simbolismo de la misa cris ana, donde el vino se convierte en la sangre de Dios y el
pan en el cuerpo de Dios, y ambos simbolizan la materia y el espíritu respec vamente. Los
alcohólicos están tan sumidos en la materia que anhelan el espíritu, pero cometen el error de
concretar esa búsqueda en el alcohol. Si ellos realmente entendieran lo que anhelan y pudieran
entrar en el reino de la imagen, en el reino del alma, entonces algo muy diferente sucedería.

¿Qué es esa terrible hambre que se manifiesta en cualquier adicción? Es como si toda nuestra
civilización estuviera alimentando esa hambre, pero no para sa sfacernos, sino para dejarnos más
hambrientos. Ese es el sen do del “Quiero más, quiero más, quiero más de lo que sea a lo que
estoy enganchada”.

En los trastornos de alimentación, anorexia, bulimia, encontramos la misma impulsividad. La


gente adicta hace todo lo posible para disciplinarse a sí misma y puede hacer un muy buen
trabajo de 7 de la mañana a 9 de la noche. Pero luego llega la noche, la fuerza de su Yo se
derrumba y, de repente, emerge el inconsciente. Tan pronto como el inconsciente irrumpe con
todos sus impulsos ins n vos, el Yo pierde el control. A con nuación, la adicción coge el mando
como una rana. Su voz es la de una niña perdida muerta de hambre: “Yo quiero, quiero, quiero…
y voy a conseguir lo que quiero...” Hay una instancia de lo débil que confunde a lo fuerte.

Rachel V: No sé mucho acerca de la anorexia y la bulimia, excepto que parece semejarse a una
especie de profundo rechazo del cuerpo.

Marion: Sí y, por tanto, a un profundo rechazo de la materia. A menudo, se encuentra un


síndrome que va desde la bulimia a la anorexia, al alcoholismo, a la drogadicción, al fana smo
religioso, al vic mismo... La gente adicta ende a pasar de una adicción a otra. Mientras
permanezcan en una conducta adic va, no harán más que sus tuir una adicción por otra, porque
la curación no se ha producido. Piense en aquellos alcohólicos que pueden mantenerse sobrios,
siempre y cuando sean adictos al trabajo, por ejemplo. Esa impulsividad sigue funcionando en
casa. En tales situaciones, los hijos recogen el inconsciente del padre o de la madre que quiere un
trago desesperadamente y corre a comer, o corre a trabajar, sólo para mantenerse lejos de la
botella. La criatura recoge ese anhelo tácito, esa vida no vivida y, también, esa repe ción
compulsiva que expresa e intensifica la negación. La criatura, a su manera se sintoniza con lo que
está ausente en ese padre o esa madre, y corre tras ello.

Creo que, para llegar a la esencia del problema, se ene que mirar qué es lo que le hemos hecho
al cuerpo, qué le hemos hecho a la materia en nuestra cultura. La palabra la na mater significa
“madre”. Madre es la que cuida, nutre, recibe, ama, ofrece seguridad. Cuando la madre no puede
aceptar a la criatura en su pis, en sus heces, en su vómito, en síntesis en su totalidad animal, la
criatura también rechazará su propio cuerpo. Después de ese rechazo, ya no tendrá ningún hogar
seguro en esta Tierra y, en ausencia de dicha garan a primordial, sus tuirá a su madre por otras
madres: la Madre Iglesia, la Madre Alma Mater, la Madre Seguridad Social, la Madre Alimentos...
Se desarrolla así una relación desesperada de amor / odio. El terror de perder a la madre es igual
al terror de ser devorado por ella. Sin la seguridad que nos ofrece habitar la casa del cuerpo, a los
individuos no les queda más remedio que confiar en sus tutos que reemplacen esa seguridad
que han perdido. Aún más, si el cuerpo es rechazado, su destrucción se conver rá en el modus
operandi. Por eso el miedo al cáncer, por sí solo, no logrará que una personalidad adicta deje de
fumar.

En ausencia de una madre nutricia, personal o arque pica, las personas tratan de encontrarla en
cosas concretas, como si así pudieran hacer presente lo que saben que está ausente.
Irónicamente, no logran capturar una presencia, sino sólo la ausencia en sí misma. Piense en esa
gente que trata de fotografiarlo todo, de grabarlo, de capturar un evento y mantenerlo en estado
está co. Eso es lo que quiero decir con “concretar”.

Fui a ver al Papa en Toronto, él pasó por nuestro lado, y después una mujer delante mío se echó a
llorar, gritando: “¡No lo pude ver!”. Tenía una cámara y había estado tan ocupada tomando fotos
que no “vio” al hombre que había venido a ver. Por concretar ese momento, se lo perdió. La
persona que vino a ver fue fotografiada, pero esa foto sólo le sirve para recordar que ella estuvo
ausente de la experiencia. Piense en los turistas saltando fuera de un autobús en el Gran Cañón.
Toman fotos, pero nunca llegan al Gran Cañón. No se abren a la experiencia. Interiormente no se
nutren de su grandeza. Son como diaposi vas archivadas en una caja que nadie quiere mirar.

William Blake dice que el cuerpo es “esa porción del alma que se manifiesta por los cinco
sen dos.” Yo vivo según esa idea. Me siento y miro por mi ventana, aquí en Canadá, y veo los
árboles de otoño dorados bajo el cielo azul. Puedo sen r su “alimento” llegando a mis ojos y
cómo éste va hacia abajo, abajo, abajo, interactuando allá dentro y llenándome de oro. Mi alma
se alimenta de este modo. Y veo, huelo, saboreo, oigo, toco. A través de los orificios de mi cuerpo,
doy y recibo. No trato de capturar lo ausente. Ese intercambio entre el alma encarnada y el
mundo exterior es un proceso dinámico. Es así como el crecimiento se lleva a cabo. Así es la vida.

La mayoría de las personas no alimentan sus almas porque no saben cómo hacerlo. En esta
cultura la mayoría de nosotros somos criados por padres y madres que, como el resto de la
sociedad, están corriendo tan rápido como pueden tratando de mantenerse económica y
socialmente. Hay una impulsividad a la que las criaturas son some das, incluso dentro del útero.
En la infancia se espera que el niño o la niña se realicen. A menudo, las figuras parentales no son
capaces de recibir el alma del niño, porque no enen empo para recibirla, o porque no les gusta
como es esa criatura. Muchos padres están demasiado interesados en que sus hijos e hijas asistan
a clases de baile o de pa naje, reciban una buena educación y sean de los mejores de la clase.
Están tan preocupados por todo lo que quieren “dar” a la criatura, que no pueden recibir nada de
ella.

Una criatura, por ejemplo, viene corriendo con una piedra, con los ojos llenos de asombro, y dice:
“Mira esto tan hermoso que he encontrado”, y la madre dice: “Ponla de nuevo en la erra a
donde pertenece”. Esa pequeña alma pronto dejará de traer piedras y se centrará sólo en lo que
puede hacer para complacer a mamá. El proceso de crecimiento se convierte así en un ejercicio
que trata de encontrar la manera de complacer a los demás, en lugar de ampliar su experiencia.
Las criaturas que no son amadas, luego no saben cómo amarse a sí mismas. Cuando adultas,
enen que aprender a nutrirse, a ser madres de su propia criatura perdida.

Rachel V: La negación de los sen mientos y el énfasis en la búsqueda del placer, la paz y la
realización no se limita sólo a las familias alcohólicas.

Marion: Es cierto, pero creo que hay alguna adicción en la mayoría de las familias, ya que nuestra
cultura es adic va. La adicción puede cubrir una amplia gama de problemas: padres o madres que
están involucrados con otra pareja, adicción a las relaciones, adicción a la comida, al tabaco, al
juego, a dormir, adicción a la televisión, que es otra manera de dormir. Hay muchas maneras de
dormir, tengo pacientes que se duermen en el mismo momento en que yo digo algo que no les
gusta. En un instante, caen “dormidos”. No pueden aceptar la confrontación. No pueden
enfrentar el dolor y, en cuanto lo ven venir, caen en la inconsciencia lo cual elimina la posibilidad
de que puedan crecer. No pueden confrontarlo. Se requiere autén ca fuerza para la
confrontación espiritual o para experimentar un verdadero encuentro de almas, pero ellos ni
siquiera pueden recibir el amor. Tienen miedo al amor, porque los hace vulnerables. Más allá de
eso, lo que queda es un bebé, una criatura abandonada en el interior del cuerpo. El cuerpo se
convierte en una inmensa cavidad con un pequeño bebé gritando en su interior. Es la criatura
abandonada. En un plano simbólico, podríamos decir que es el niño o la niña divinos. Tarde o
temprano, esa criatura divina comenzará a gritar y, aun siendo tan débil, derribará las partes
aparentemente fuertes de la personalidad. Así, de esta forma tortuosa, la adicción puede estar
tratando de conectar con el dios o la diosa incorpóreos que necesitan encarnar en cada persona.

Rachel V: ¿Sabe de otras culturas en las que encontremos esta imagen de llegar a ser como un
niño para entrar al reino de Dios?

Marion: En muchos mitos una mujer humana es fecundada por un dios. En otras palabras, la
materia es penetrada por el espíritu, y el fruto de esa unión de la materia y el espíritu serán el
niño o niña divinos.

¿Qué está pasando entonces en una persona que se ve obligada a rendirse y a decir: “Sí, soy
alcohólica, soy adicta, soy impotente ante mi adicción, tengo que entregarme a un poder
mayor”?.En esa persona la materia se está rindiendo ante el espíritu. Esa es la unión que puede
crear a la criatura divina. La adicción ha hecho posible la recep vidad. Muchos de nosotros no
podemos comprender lo poderosa que es la Diosa hasta que caemos de rodillas ante ella a través
de la adicción o la enfermedad.

Creo que es importante reconocer que, en algún nivel y de alguna manera peculiar, todos
estamos en el mismo lío, seamos alcohólicos, hijos de alcohólicos, anoréxicos, adictos al trabajo, a
las drogas, al sexo, al dinero… o a lo que sea. Los adictos tratan de huir de Dios lo más rápido
posible y, paradójicamente, sólo están corriendo directamente hacia sus brazos. Sólo la conciencia
podría hacer que se dieran cuenta de cómo el alma está tratando de llevarlos a la presencia de lo
divino, si ellos fueran capaces de entender el simbolismo inherente a la conducta adic va.

Tomemos los alimentos como el objeto adic vo. El mayor problema en el tratamiento de una
persona anoréxica es que, una vez que empiece a comer, el ayuno se detendrá y romperá la
euforia que provocaba y, entonces, la persona sen rá que la vida es aburrida. Con el empo,
tendrá que asumir que, rechazando la comida, está rechazando su realidad de ser humano, y que
su conducta adic va es la actuación de su ránica niña interior decidida a controlar o a escapar
del ránico padre o madre, ya sea esa figura parental interna o externa. Así que la persona
anoréxica, y esto es cierto para todos los adictos, ene que llegar a una nueva forma de vida.

Si una vive día a día en contacto con el mundo que la rodea, aunque sea sólo un minuto al día
como dice Blake, ese es el único instante diario en que Satanás no nos podrá encontrar, es lo
único que una necesita para mantener viva su propia alma. En ese instante una podrá ver el azul
del cielo y podrá escuchar en ese silencio a su niña interna. Así, la vida nunca puede ser aburrida.
Pero hay demasiadas personas que nunca dan lugar a ese momento del día y corren por ahí
buscándolo en el exterior. Ese es el problema: tratan de encontrarlo fuera de sí mismos y es eso lo
que los arroja a la adicción.

Todo el camino está marcado por el trágico temor de no ser amados, y ese terror nos lleva a un
comportamiento autodestruc vo. Y, como sociedad, nos conduce a la autodestrucción global.
Pero las adicciones pueden ser el camino divino que nos lleve a abrir nuestro corazón a aquello
que el amor ama en nosotros mismos, y eso es el amor que sen mos por los demás, o el amor
hacia el querido planeta en el que vivimos.

Otras personas tratan de encontrar el espíritu a través de la sexualidad. Piensan que a través de
un orgasmo pueden ser liberados de la materia; en ese breve instante esperan experimentar la
extraordinaria unión de espíritu y materia. Pero si el sexo no incluye lo relacional, eso no se logra.
Con el empo se convierte en algo mecánico y, luego, en algo desesperado. “Tengo que lograrlo.
Va a funcionar. Necesito mi dosis”. La sexualidad sin conexión emocional es como la materia sin el
espíritu. Las personas que son incapaces de amar pueden ser adictas a la sexualidad, pero lo que
están proyectando sobre la sexualidad es el deseo de la unión divina de la que tan
desesperadamente carecen en su interior.

Jung dijo que lo contrario del amor no es el odio sino el poder, y que donde hay amor no hay
voluntad de poder. Creo que este es un tema central en el trabajo con las adicciones. Tarde o
temprano el Amor, que es ni más ni menos que el rostro femenino de Dios, nos mira
directamente a los ojos. Podemos aceptarlo, rechazarlo o morir.

No sé cómo son los muffins en otros lugares del mundo, pero en Canadá son numinosos. Una
paciente con una adicción alimentaria vino ayer llorando. “No sé qué hacer –me dijo–. Me dicen
que tengo que conectar con mis sen mientos. La mayoría de las veces no hago lo que quiero
hacer, porque creo que no está bien. Estaba viniendo hacia aquí, y tuve ganas de traerle
un muffin. Entonces pensé que a usted no le gustaría. Aunque sé que a usted le encantan
los muffin, creo que una no le regala un muffin a su terapeuta. Y luego comencé a sudar, porque
mi deseo de traérselo era muy fuerte. Paré el coche, lo compré y lo tengo en el bolso, pero ahora
no sé si dárselo o no. Me siento como una niña estúpida y no sé qué hacer”.

“Bueno”, le dije, “Quiero recibir ese muffin.”

Lo par en dos y le di la mitad a ella. Debido al amor que había en el muffin, y a que lo
compar mos, ese acto fue una comunión. Es una historia sencilla, simple, pero, en ese nivel de
sen mientos, la gente está tan aterrorizada de ser rechazada que un muffin puede poner de
manifiesto el rechazo de toda una vida. Exteriormente esta mujer es muy competente, muy
profesional, y altamente respetada. Todo el mundo la considera muy madura y, de hecho, lo es,
excepto en su aspecto de niña rechazada. Aquí podemos ver nuevamente como lo débil aparece a
través de la niñita que dice, “Quiero darle a Marion un muffin”. Si esa niña ha sido rechazada, y
rechazada, y rechazada, va a entrar en un estado casi de no-existencia. Entonces la persona
experimentará una pérdida del alma y se volverá incorpórea, y ese será el instante de
vulnerabilidad ante la adicción. Pero también será el instante en el que Dios puede entrar en ella.

La cues ón espiritual está en el centro de todo. Nuestra alma es nuestra relación eterna con la
divinidad. El lenguaje del alma es el lenguaje de los sueños. Tal como yo lo veo, todo sueño es una
comunicación con la divinidad. Los sueños nos ofrecen símbolos e imágenes, pero como somos
tan concretos, no entendemos sus símbolos y creemos que los sueños son tonterías o locuras.
Nos hemos aislado del mundo simbólico, y por eso hemos olvidado el lenguaje de los sueños. De
este modo cometemos el error de asumir que, si estamos inquietos o inseguros, es algo concreto
lo que necesitamos. ¿Sientes un vacío en el estómago? Crees que necesitas sexo, comida o
cualquier cosa concreta que puedas conseguir. Pero es el alma la que te está llamando a través de
los símbolos. Es por eso que tenemos que ser muy cuidadosos al interpretar sueños. Un sueño
sexual, por ejemplo, puede ser la forma en que el alma exprese su necesidad de unión con el
espíritu.

Tenemos que disciplinar a nuestra propia niña interior para liberar su enorme poder espiritual. Si
nos iden ficamos con su lado infan l que dice: “Siempre fui una víc ma, siempre seré una
víc ma y todo es culpa de mis padres”, entonces iremos el resto de nuestra vida con mirada de
perro apaleado. Pero podemos, por el contrario, elegir iden ficarnos con la parte niña más sabia,
esa capaz de decir: “Mis padres fueron víc mas de una cultura, al igual que sus padres y los
padres de sus padres. Yo no voy a ser una víc ma y voy a asumir la responsabilidad de mi propia
vida. Voy a vivir crea vamente. Voy a vivir en el presente”.

Ser como niños es ser espontáneos, capaces de vivir el momento, concentrados, imagina vos y
crea vos. La mayoría de nosotros hemos olvidado cómo jugar, hemos olvidado la alegría de la
crea vidad. Sin alegría, nos encontramos huyendo siempre del dolor. Sin crea vidad, huimos
siempre del vacío. Cuanto más rápido corremos, más graves se tornan nuestras adicciones,
inclusive la adicción a ser una víc ma.

En el Nuevo Testamento, cuando nace el niño dios, el rey Herodes ordena la matanza de todos los
niños del reino. Eso es lo que pasa cuando nace nuestro propio niño interior. Herodes simboliza
las ac tudes colec vas convencionales, que serán destruidas si la nueva vida prospera. Tan
pronto como nuestro niño interior se llena de vida y dice: “Esto es lo que soy. Estos son mis
valores”, todos los aterrorizados Herodes de nuestro entorno se levantan y dicen: “Tú eres un
tonto”. Se necesita un valor inmenso para averiguar los valores de nuestra propia criatura divina,
y aún más fuerza para vivir según esos valores. Las adicciones ahogan, hacen pasar hambre,
tratan de matarte, pero, irónicamente, te man enen en contacto con eso ya que te hacen correr
dando vueltas alrededor del agujero donde se halla oculta tu criatura divina.

Los adictos se encuentran atrapados en las ilusiones de su propio poder, ilusiones que les roban
su vida humana. Son impulsados por una voz interior, “Tengo que hacerlo... No puedo hacerlo...
Lo tengo que hacer... No, no lo haré...” Pero lo que anhelan es vivir en un paraíso, no en esta
Tierra. Ellos no quieren estar aquí, pero lo están. Algunos adictos se sobrepasan, permi endo que
el cuerpo caiga en estados de estupor. Los viernes en la noche, por ejemplo, si el cuerpo está
blindado y tenso, una mujer se puede decir: “No voy a beber… no lo haré…”, pero otra voz interna
le dice, “Voy a explotar si no lo hago... He hecho todo lo que los demás quieren que haga durante
toda la semana... Basta ya... Ahora voy a demostrar quién manda aquí... Voy a beber hasta quedar
inconsciente... No quiero sen r nada…”. Tratando de ser un dios o una diosa durante toda la
semana, se puede dar la vuelta y acabar siendo un animal todo el fin de semana. No hay
equilibrio humano en el adicto.

Rachel V: ¿Nos podemos liberar de una adicción?

Marion: En Alcohólicos Anónimos, aunque se lleven muchos años sin beber, una sigue diciendo:
“Yo soy alcohólica”. ¿Cuántas personas conoce usted que volvieron a caer en la trampa después
de una copa o de un cigarrillo? El inconsciente es como el océano: la obsesión puede sumergirse
profundamente en el fondo del océano, pero cualquier crisis puede ponerla a flote. La vida se
mueve en ciclos, la conciencia se expande. Cada vez que nos enfrentamos a una nueva verdad
acerca de nosotros mismos, muere una parte nuestra y nace otra. Con el empo tenemos que
movernos a través de un canal de parto y los canales de parto pueden ser peligrosos. En cualquier
experiencia, la gente ende a repe r su trauma del nacimiento original cada vez que intenta salir
del vientre cálido que la ha contenido. Si fueron nacimientos por cesárea pueden temer la
confrontación; si fueron partos de nalgas, puede ser que las cosas vayan al revés; y si su madre
estaba drogada, tenderán a encontrar algún anestésico (drogas, alcohol, comida) para arrojarlo
todo al inconsciente. Estos puntos de transición en los que estamos llamados a alcanzar una
nueva maduración son los momentos clave en los que la adicción es más propensa a resurgir.

Cambiar el comportamiento habitual es extremadamente di cil, ya que es el único


comportamiento que se conoce y, también, a que está conectado con el comportamiento
inconsciente de uno o ambos padres. Si alguien está convencido de que en algún momento en
una relación va a ser víc ma de una emboscada y caer en un agujero negro, entonces puede dar
por seguro de que caerá en esa emboscada antes de darse cuenta, porque esa es su tendencia
inconsciente. Pero, si una puede afinar su conciencia y decirse: “No tengo porqué caer en esa
trampa”, entonces caminará a un ritmo cauteloso y podrá prever ese peligro. Creo que es
desarrollando esa conciencia percep va cómo es posible llegar al punto de quietud en que una
esté libre de la adicción.

Nuestra cultura no acepta el empo que es necesario para procesar. Se valora la seguridad y
el statu quo y, como estamos viviendo bajo la sombra de la aniquilación del planeta, tratamos de
aferrarnos a lo que podamos, a cualquier cosa que parezca permanente. El dolor de dejar atrás
una vieja vida y enfrentar una vida nueva, sin ninguna comprensión real de lo que somos, se
vuelve insoportable. Algunas culturas enen ritos de paso que dan sen do y compañía a las
personas en proceso de transición, pero la mayoría de nosotros experimentamos una soledad
total. En un estado de desconexión de la Tierra y de la gente, el terror puro nos puede conducir
de vuelta a la adicción.

Las transiciones son como el infierno. Nuestros seres queridos mueren o se van y nos quedamos
solos. Eso es el infierno, pero también es una oportunidad de crecer. Solos, podemos dialogar con
nuestros propios cuerpos, con nuestras almas cuya sabiduría es exactamente lo que necesitamos
para lograr nuestra propia integridad, para tener muy claro qué es real y qué una ilusión, para
quitarnos capas de falso orgullo y hacernos realmente humanos… ¡Qué alivio ser un humano, en
lugar de ser el dios o la diosa que mamá y papá proyectaron sobre nosotros!

Cada infierno quema aún más las ilusiones. Entramos en el fuego, morimos y renacemos. Para
decirlo en términos cris anos, llevamos nuestra propia cruz, somos crucificados en nuestra propia
cruz, y morimos y resucitamos a un nuevo nivel de conciencia. Encontramos equilibrio por un
empo y luego es necesario otro período de crecimiento y, por ello, comienza un nuevo ciclo.

La adicción, como cualquier enfermedad, puede llevarnos a habitar nuestros cuerpos. La curación
viene a través de la realización del alma, del alma que sólo vive en el aquí y en el ahora. El cuerpo
ES. El alma encarnada en la materia es el aspecto femenino de Dios. La agonía de una adicción
puede romper el corazón que está abierto al amor. Ese punto de ruptura que es tan importante,
es el filo que los adictos enden a vivir como aniquilación o apocalipsis. En nuestra era
tecnológica la velocidad nos empuja de tal modo que aniquilamos lo que nos está pasando.
Pasamos de largo por los momentos en que el alma se manifiesta. Nos movemos de incidente en
incidente sin estar presentes. Una persona anoréxica en un trance eufórico puede encontrarse al
borde de la muerte literalmente, sin tener ninguna conciencia de lo que está ocurriendo. Si le
digo: ”Escuchame… te estás muriendo…”, ella me mira asombrada. En el alma no ocurre nada si
no se toma conciencia de lo que está pasando. Lo que ocurre en el alma ene que ser
concienciado, pensado, hablado, escrito, pintado, bailado, hecho música... En otras palabras,
ene que pasar de ser literal a ser metafórico, para que pueda ser asimilado y dar fruto.

De eso se trata la terapia. Como terapeuta me convierto en un espejo que refleja y devuelve al
paciente lo que me está diciendo, lo que su cuerpo le está diciendo sin que esa persona pueda
escucharlo. Sin un espejo, no podemos vernos a nosotros mismos. Los padres que están
encerrados en su propia necesidad narcisista no pueden proporcionar un espejo a sus criaturas, y
por lo tanto estas no pueden desarrollar su iden dad individual. Tome el pequeño incidente
del muffin. Si no hubiéramos tenido empo para reflexionar sobre la necesidad y el amor y la fe
personificados en la compra de ese muffin, podríamos haber asesinado esa acción del alma una
vez más. Un intercambio tan pequeño parece poco, hasta que una recuerda los momentos de su
propia infancia, en que una esperaba y amaba y lo daba todo y… no recibía nada. Eso es como la
muerte.

Sucede una y otra vez con mis pacientes. Su dolor es tan profundo que se necesita mucho, mucho
empo para que el sen miento REAL pueda emerger. La gente está avergonzada de lo que ellos
llaman su infan lismo, pero esos sen mientos bloqueados no pueden madurar si no enen a
nadie con quien interactuar desde su verdad durante largo empo y con frecuencia. Mientras
seguimos decididos a avanzar a nuestro propio ritmo rápido y lógico, la niña o el niño internos
permanecen ocultos, porque los ritmos naturales del cuerpo son lentos. La pequeña ave-alma
que se escondió en una caja oscura en la infancia, necesita empo para aprender a confiar de
nuevo y abrirse al mundo.

You might also like