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Tema 06

Aspecto Cultural y el Arte virreinal


Lectura: Arte y Cultura en la Colonia.
Fuente:
Educared. (2005). Arte y Cultura. Recuperado de http://educared.fundacion.telefonica.com.pe/sites/virreinato-
peru/art_cultura.htm

Actividad: Sintetiza la información de la lectura asignada a casa equipo mediante la construcción de


Cuadros comparativos; comparando y contrastando la información.

1.- Cultura

La vida intelectual en el virreinato peruano estuvo capitalizada por la república de españoles. Fueron los
peninsulares en primer término y luego los criollos los que se dedicaron al desarrollo de una cultura colonial
basada en las tendencias que llegaban de Europa.

Una de las primeras acciones fue la implementación de colegios y universidades en todo el virreinato. Las
principales universidades se encontraban en Lima y Cuzco, siendo la Universidad de San Marcos la más
antigua fundada en América. Los colegios mayores se fundaron para la educación de los hijos de los
españoles, sin embargo también se crearon colegios para la elite indígena. Sobresalieron el Colegio Príncipe
de Lima y el Colegio San Francisco de Borja en la ciudad del Cuzco. En estos colegios los indígenas eran
introducidos al castellano, se les adoctrinaba y se les impartía conocimientos básicos de cálculo, retórica,
escritura y canto.

Los estudios estuvieron separados por niveles denominados primeras letras, estudios menores y mayores y
el paso de un nivel a otro no lo determinaba la edad sino las aptitudes del estudiante.

Los colegios Mayores para españoles más importantes se encontraron en Lima y Cuzco. Fueron reputados
los colegios-seminarios de las órdenes religiosas, pues en ellos los estudios estuvieron dirigidos al cultivo de
las humanidades. Los estudios más comunes estuvieron dirigidos hacia el derecho, la medicina y la teología.

La medicina: el conocimiento médico durante el virreinato fue rudimentario y empírico. A pesar de


enseñarse en las universidades, la medicina solo se restringió a aminorar las dolencias que no causaban
muerte, como el caso de un resfrío o torceduras de huesos. Cuando el enfermo se agravaba el médico ya no
tenía mucho por hacer pues no poseía la técnica ni los conocimientos necesarios para curar enfermedades
como el cáncer, hidropesía, apoplejía, "alfombrilla" o tercianas, muy comunes y estudiadas durante el
virreinato.

La medicina no fue propiedad de los doctores salidos de las universidades. Fue común que los barberos,
entre sus muchas actividades, se dedicaran a la práctica empírica de la medicina. Los escritos indican que
fueron especialistas en sacar muelas y en preparar ungüentos y "parches" para los huesos. Barbero y
médico empírico fue San Martín de Porras antes de consagrarse hermano lego dominico.

2.- Arte
a.- Pintura
Las diferencias entre el simbolismo andino (basado en una concepción geométrica de la realidad) y el
realismo español no permitieron una adecuada interpretación de las obras producidas antes de la llegada
de los peninsulares. La tradición de la que provenían los españoles no exigía un conocimiento previo de los
elementos, bastaba mirar la pintura para entender el mensaje del autor. En cambio, la tradición andina
exigía un conocimiento de los símbolos que muchas veces estuvieron restringidos a un sector elite.

Fue esta falta de entendimiento la que llevó a los españoles restarle importancia a las obras producidas por
los andinos y lo que los condujo a destruirlos en su mayoría. Tan solo quedaron los quipus y algunos uncus
con tocapus como muestra de la complejidad simbólica del mundo andino.

Ante esta situación, los indígenas fueron apropiándose poco a poco del lenguaje artístico traído por los
españoles. Otros, los más hábiles, lograron plasmar sus creencias en pinturas representativas de la sagrada
familia, superponiendo para ello elementos andinos sobre figuras sagradas.

Las pinturas jugaron un rol importante después del primer desencuentro entre las tradiciones españolas e
incaicas. Los peninsulares se dieron cuenta de este gran obstáculo y decidieron romper la falta de
comunicación entre ambos grupos utilizando la pintura. En la etapa de evangelización los cuadros de la
sagrada familia, de Cristo crucificado, de santos y mártires fueron utilizados como herramientas para la
enseñanza de la fe católica. Así, durante la segunda parte del siglo XVI, la pintura al igual que otras
manifestaciones artísticas fueron monopolizadas por la iglesia. Con el afán de una mejor evangelización
encargaban muchos cuadros con temas específicos (alusivos a la sagrada familia, pasión de Cristo, etc.) a los
más importantes talleres andaluces y sevillanos.

En estos trabajos se nota la influencia del renacimiento italiano. La época de mayor auge de esta tendencia
fue cuando llegó al Perú el jesuita Bernardo Bitti. Desde 1575 difundió su obra por todo el virreinato, a
pesar de que su taller se encontraba en Lima. Bitti fue el primero de una serie de pintores extranjeros que
llegaron al Perú para ponerse al servicio de la iglesia. Junto al maestro jesuita Leonardo Bitti destacan,
dentro de la corriente italiana llegada al Perú, Mateo Pérez de Alesio y Angelino Medoro.

Con los años, la iglesia optó por el naturalismo y por el realismo descriptivo, tal vez prefigurando la escena
local para la llegada del barroco. En este tránsito el antimanierismo y contramanierismo fueron utilizados
con fuerza entre los pintores locales. El antimanierismo apeló a crear mayor sensibilidad a través de los
efectos visuales que el autor le otorgaba a la pintura. Manos y cuellos alargados, posturas rebuscadas y
efectos dramáticos demostraban la manera que tenía el artista a la hora de representar al mundo. Destacan
la Virgen de la leche (Pérez de Alesio), La coronación de la virgen (Bernardo Bitti).

El barroco llegó al virreinato peruano con las pinturas encargadas por el convento de Santo Domingo al gran
pintor sevillano Miguel Güelles. Sus obras reunidas bajo la serie La muerte de Santo Domingo tuvieron un
impacto profundo en el medio limeño, pues su naturalismo e idealismo fueron las características comunes
en las pinturas locales del siglo XVII. En este siglo la proliferación de aristas españoles propició la apertura
de varios talleres no solo en Lima, sino también en las principales ciudades del virreinato peruano. Estos
talleres tuvieron en Zurbarán (artista español, 1598-1664) uno de sus principales referentes. Muchos de sus
cuadros fueron copiados o sirvieron de molde para nuevas producciones. De igual manera, algunas de sus
obras llegaron al Perú y fueron motivo de orgullo y satisfacción para la orden religiosa que lo había
encargado (En Lima algunas de sus obras se pueden apreciar en el iglesia de la Buena Muerte).

Sin duda, Cuzco fue durante el siglo XVII uno de los referentes pictóricos más importantes del virreinato
peruano. La presencia de Bernardo Bitti (1583-1585 y 1596-1598) en el Cuzco tuvo un gran impacto en la
plástica cuzqueña. Sin embargo, a pesar de que el "movimiento italiano" fue base para muchas de las obras
producidas en esta ciudad, lo cierto es que se empezó a dejar elementos y a incorporarse otros propios de
la región. En otras palabras, se desarrolló con los años una personalidad y lenguaje diferenciado que sin
duda reflejan la personalidad de los pintores (la gran mayoría andinos y mestizos) y también cuál era su
base de inspiración (fue Rubens el artista predilecto por los talleres cuzqueños). Uno de ellos fue Diego
Quispe Tito, pintor vernacular que se inspiró en los cuadros flamencos naturalistas y de los que tomó el
paisaje para recrearlo con motivos andinos.

Ya en el siglo XVIII los talleres pictóricos cuzqueños tuvieron una producción casi en serie. Sólo los maestros
firmaban el lienzo pues tenían a una serie de artistas especializados dedicados a la pintura de un sector del
cuadro (manos, rostros, cuerpo, fondo, etc). Es por ello que los artistas anónimos fueron los verdaderos
impulsores de la corriente cuzqueña pues a su trabajo le añadieron los elementos propios de la cultura
local. En este punto es importante agregar la trascendencia que tuvo la afirmación de los señores étnicos y
la nobleza andina, que para mediados del siglo XVIII tuvieron una fuerte posición económica y social. En su
reafirmación andina encargaron cuadros de incas y retratos en los que dejaban muy en claro el orgullo por
su pasado.

Durante el siglo XVIII, Lima continuó produciendo pinturas barrocas de gran influencia hispana. Sin embargo
el arte ya no fue exclusividad de la iglesia. La corte virreinal y la nobleza tuvieron acceso a la pintura a través
de los retratos. Estas pinturas eran más festivas y con un lenguaje pictórico mucho más profuso que el del
siglo anterior. Las pinturas de Cristóbal de Lozano y Cristóbal de Aguilar son las más afamadas, pues
retrataron a los virreyes más importantes del siglo de las luces.

Al final de la centuria dieciochesca ingresó al virreinato peruano el rococó francés, aunque su mayor
influencia se dio en la arquitectura. De igual manera, el neoclasicismo tuvo poca influencia en la pintura
peruana, aunque resaltan ciertas obras de Matías Maestro.

b.-Arquitectura
Si bien la arquitectura colonial peruana nació a partir de modelos peninsulares y europeos, con el devenir
de los años logró afirmarse como una arquitectura con personalidad propia, única en América.

La fundación de ciudades españolas fue el inicio de la ocupación del territorio andino. Sobre las antiguas
ciudades prehispánicas se asentaron los primeros poblados españoles y en ellas plasmaron su ideario del
mundo conocido. Sus reglas definieron la configuración de la ciudad pues de acuerdo a la posición en el
plano se sabía la condición de la persona. Las primeras construcciones en edificarse fueron el cabildo, la
catedral y las casas alrededor de la plaza mayor. Las construcciones más cercanas a la plaza eran propiedad
de los vecinos más prominentes de la ciudad, es decir, aquellos que habían sobresalido en las empresas de
conquista. Sin embargo, son pocos los ejemplos de arquitectura del siglo XVI. Tan solo algunas casas o
patios ubicados en Lima o Cuzco o algunas iglesias en provincia son la única muestra de las construcciones
de aquella época, pues los terremotos de 1687, 1746 y las obras edilicias del siglo XX, fueron los principales
agentes de destrucción de dichos monumentos. Del siglo XVI destacan: la casa de Jerónimo de Aliaga (Lima),
La Merced (Ayacucho), Iglesia de San Jerónimo (Cuzco) y la Asunción (Juli, Puno).

La mayoría de las iglesias de fines del siglo XVI poseían planta gótica-isabelina con nave alargada y separada
por presbiterio o capilla mayor por un gran arco denominado triunfal.(Wuffarden, 2004: 76).

Las portadas de las iglesias conservaron las formas clásicas italianas, a pesar de que los alarifes tuvieron
gran libertad para interpretarlas, haciendo hincapié en un sentido bastante decorativo. Como indica Antonio
San Cristóbal, acaso el estudioso más importante de la arquitectura virreinal peruana, la portada lateral de
la iglesia limeña de San Agustín es una de las poquísimas portadas existentes de Francisco Morales (alarife)
que muestra en todo su esplendor sus formas clásicas, propias del renacimiento tardío.

El siglo XVII estuvo marcado por la llegada del barroco. Este estilo arribó al Perú en un momento de gran
madurez artística de los alarifes afincados en el Perú. La reinterpretación del estilo y su adaptación al medio
local hicieron que el virreinato del Perú se conviertiera en la expresión del barroco americano. Y es que la
riqueza del barroco peruano radica en la diversidad de interpretaciones, pues se adaptó y aprehendió
elementos de las principales ciudades del virreinato (Lima, Cuzco, Trujillo, Puno, Arequipa, Cajamarca, etc.),
pero también tuvo que adaptarse a una serie de factores que lo condicionaron (principalmente de índole
económico).

Mientras el barroco se afianzaba, en el Perú hubo un cambio en la construcción y diseño de las naves. Las
iglesias dejarían las plantas isabelinas y se adaptaron a la cruz latina con bóveda de cañón y cúpulas en el
crucero. No hay que olvidar que todos estos cambios son producto de las acciones que la Contrarreforma
Católica tomó para afianzar la simbolización del culto católico. Son ejemplo del barroco: San Francisco el
viejo, iglesia de las Trinitarias, La Merced, San Pedro, la Portada del Perdón de la Catedral (Lima); La Merced,
Santo Domingo, San Francisco, Santa Catalina (Cuzco) etc.

La iglesia fue la propulsora de una arquitectura monumental. Conventos y monasterios fueron los edificios
más grandes y bellos durante todo el virreinato. Destacan por su tamaño: Santa Catalina (Arequipa), San
Francisco el viejo, La Merced (Lima), Santo Domingo (Trujillo).

Como se mencionó líneas arriba, en el siglo XVII hubo un tránsito de la planta isabelina a la cruz latina. No
obstante, las catedrales de Lima y Cuzco escapan a esta clasificación. Las dos fueron construidas sobre una
planta procesional de tres naves con capillas laterales y coro de canónigos colocado en medio de la nave
central (García Bryce, 1995: 368). Son del tipo hallenkirche o iglesia salón con las bóvedas a la misma altura.
Lo que llama la atención en ambas es que si bien poseen una misma planta, fueron construidas con
materiales completamente diferentes, pues siguieron la tradición constructiva de su respectiva región
(Lima-costa, Cuzco-sierra).

Las iglesias del siglo XVII destacaron también por la construcción de portadas-retablo en sus fachadas.
Construidas principalmente en piedra, tuvieron un papel simbólico y evangelizador, ya que anunciaban a los
transeúntes la importancia de la iglesia, su carácter monumental e invitaban a su contemplación.

El virreinato peruano tuvo una diversidad de centros arquitectónicos importantes. Las tradiciones y
elementos regionales permitieron el desarrollo de escuelas y de áreas de influencia. Cuzco, Arequipa y Puno
fueron las difusoras de las principales técnicas constructivas locales. En estas ciudades hubo una búsqueda
de lenguajes propios alejados del barroco y de su realismo, experimentando en muchos casos con la
naturaleza y los elementos bucólicos andinos. Un buen ejemplo sería la portada de La Compañía, en la
ciudad de Arequipa.

En las ciudades, la vivienda colonial tuvo una fuerte influencia peninsular, especialmente andaluza. Fueron
casas de uno o dos pisos, con un zaguán que permitía el ingreso. Usualmente, este zaguán permanecía
abierto todo el día pues a él llegaban los vendedores ambulantes o las visitas. Un bello patio dominaba el
ingreso rodeado de los dormitorios y habitaciones principales. En el primer piso se encontraba la sala que
usualmente conectaba a otro patio (traspatio) y finalmente a la cocina. Muchas casas en Lima tuvieron
huertas en las que cultivaban productos de panllevar.

Las casas de dos pisos tuvieron usualmente un balcón cerrado por donde se podía observar la calle. En el
siglo XVI y XVII estos balcones poseían celosías, a fines del XVIII y principios del XIX se construyeron bajo los
cánones del neoclasicismo y del estilo imperio, imponiéndose el uso de ventanas de guillotina. Los balcones
le confirieron a Lima una personalidad propia, ya que en ninguna ciudad americana existieron tantos
balcones como en la capital del virreinato peruano.
c.- Escultura
La escultura, al igual que todas las artes, fue introducida al virreinato peruano por la iglesia. Desde un
primer momento tuvo una función práctica: sirvió como una herramienta eficaz en las campañas de
evangelización y de extirpación de idolatrías durante la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII.
Inclusive el Concilio de Trento (2563) se encargó de dar las directrices para la buena utilización de las
imágenes en la difusión de la fe católica. Así, la virgen María, Jesucristo y los principales santos debían tener
un papel hegemónico en las iglesias y conventos.

Los curas doctrineros llegaban hasta los lugares más recónditos de los Andes y con sus imágenes y cajas-
retablo, lograban el entendimiento de los indígenas a pesar de que no hubo una buena comunicación entre
ambos grupos a causa del idioma.

En el siglo XVI el renacimiento tardío continuaba inspirando a los artistas locales. Utilizaron para sus
primeras obras madera, mármol, piedra, marfiles y metales, aunque muchas veces tuvieron que importar
los materiales del reino español. En Lima surgieron varios talleres que satisfacieron la demanda de los
encomenderos y también de las órdenes religiosas, porque se encontraban necesitadas de producción
artística, ya sea para la decoración de sus nuevos templos e iglesias o para el adoctrinamiento de indígenas.

De este periodo resaltan la Virgen de la anunciación (1551), Virgen del Rosario (c. 1555), Virgen Patrona de
la orden dominica (1558), todas obras del escultor flamenco Roque de Balduque. Cabe resaltar que la
importación de obras fue práctica común durante todo el virreinato peruano. Las regiones preferidas fueron
Sevilla, los Países Bajos y, en menor proporción, de Italia.

La presencia de maestros españoles durante el siglo XVI y principios del XVII consolidó a Lima como
importante fuente de producción escultórica. Entre los maestros españoles destacan Juan Martinez de
Arrona, excelente ebanista especializado en cajonería religiosa. Su obra más importante es la Cajonería de
la Catedral (1608) realizada bajo los cánones del renacimiento pues debía armonizar con el estilo de
Francisco Becerra, alarife de la catedral. Otro importante escultor fue Pedro de Noguera, autor de la Sillería
de la Catedral (1532), acaso la obra escultórica más bella de Lima construida en el siglo XVII. De los talleres
del andaluz Juan Martines Montañéz (1568-1649) destaca el retablo del Monasterio de la Concepción
(actualmente se encuentra en la Catedral de Lima). Este gran retablo describe en sus relieves la vida San
Juan Bautista y fue enviado, desde Sevilla, durante 15 años a la ciudad de los Reyes (1607-1622).

Otra obra importante de las postrimerías del XVII es la escultura de Melchor Caffa titulada "El tránsito de
Santa Rosa" (1699). De origen maltés, Caffa se educó en Roma, por lo que la obra en honor a la santa
peruana posee bastante parecido con la Santa Teresa de Bernini. No obstante, la escultura realizada en
mármol de Carrara posee una sobriedad única y sin duda representa una de las obras cumbre del barroco
italiano en el Perú.

El siglo XVIII se caracterizó por la introducción de nuevas técnicas en la elaboración de esculturas. Destacó la
llamada técnica de la tela engomada, pues lograba darle un efecto muy realista a la obra. Santos, vírgenes,
ángeles y arcángeles fueron realizados con esta técnica que con los años fue muy popular en el virreinato
peruano.

En este siglo ocupa un lugar especial la obra del mestizo Baltazar Gavilán. Con un manejo exquisito del
barroco, sus obras imprimen un realismo sin precedentes en la plástica peruana. Destacan La dolorosa
realizada para el convento de San Francisco y La Muerte, para la iglesia de San Agustín. De 1,95 m, esta
escultura representa el fin de la vida (esqueleto con un arco y flecha en la mano) y según una tradición de
Ricardo Palma fue el mismo Gavilán víctima de esta obra, pues, cuenta la leyenda, que tras una pesadilla el
autor se levantó y a media luz se encontró con la horrible figura de "La muerte", muriendo de la impresión.
3.- La Iglesia Católica
La iglesia católica tuvo presencia en el nuevo mundo desde los primeros días de conquista. Los soldados se
encargaron de extender la fe cristiana pues ellos mismos se consideraron agentes de evangelización frente a
los indígenas. Y es que la conquista fue entendida por muchos españoles como un intento de la corona, no
solo por extender sus dominios, sino también como justificación en la propagación de la fe. No faltaron los
milagros en los que se avistaron al Apóstol Santiago "Matamoros" o a la virgen María en situaciones de real
peligro. Hechos fortuitos que lograron una verdadera convicción entre los soldados de la ayuda divina en la
conquista. Así, durante los primeros años de presencia española en el Perú, fueron los soldados los que se
encargaron de mantener la fe.
Al virreinato del Perú llegaron las órdenes religiosas casi al mismo tiempo que los conquistadores. Fray
Vicente Valverde, aquel dominico que le hiciera a Atahualpa el requerimiento, fue años más tarde obispo de
Cuzco y bautizado con el título de Defensor de los Indios. Al Perú llegaron cinco órdenes religiosas que se
encargaron de la evangelización de los indígenas. Por su parte, el clero regular se encargó de crear los
mecanismos para una adecuada evangelización y adoctrinamiento.

No pasaron muchos años para que la Iglesia se convirtiera en una de las instituciones más poderosas del
virreinato peruano. Los criollos y mestizos también ingresaron al clero regular y secular, no sin antes pasar
por largas disputas para legitimar su derecho.

La iglesia perfiló el carácter comunitario de la vida en la ciudad y fue el centro de las expediciones
evangelizadoras en las zonas rurales.

a.- La llegada de las órdenes religiosas: La primera orden religiosa en llegar al Perú fue la orden
dominica. Durante el proceso inicial de la conquista, la orden de los Predicadores o de Santo Domingo se
encontró representaba por Fray Vicente Valverde, aquel religioso que hiciera el requerimiento al inca
Atahualpa y que posteriormente fuera obispo de Cuzco y Protector de Indios frente a los abusos españoles.
Fueron dominicos también, Juan de Olías, Jerónimo de Loayza (arzobispo de Lima) y Gaspar de Carbajal,
religioso que acompañó a Francisco de Orellana en el descubrimiento del Amazonas en 1542.

Las órdenes religiosas que llegaron al Perú tuvieron diferentes métodos para evangelizar a los indígenas:

Los dominicos se caracterizaron por difundir las enseñanzas escolásticas, centrando la difusión del evangelio
a través de colegios y centros superiores de enseñanza. Uno de los más grandes logros de esta orden fue la
creación de la Universidad de San Marcos en 1551 por Fray Tomas de San Martín. Los dominicos también
pusieron énfasis en el conocimiento de las lenguas autóctonas y de las costumbres locales para una
adecuada evangelización. Fruto de esta preocupación fue el "Lexicon o Vocabulario general del Perú
llamado quechua", de fray Domingo de Santo Tomas publicado en 1560. Esta obra fue un aporte
importantísimo pues ayudó al entendimiento de las formas gramaticales y conceptuales de los indígenas.

Los dominicos rápidamente erigieron monasterios por todo el territorio del virreinato peruano, aunque
siempre mantuvieron su línea educativa dedicándose durante todo el virreinato a la enseñanza de la fe
católica.

Otra importante orden religiosa que llegó en los primeros años de la conquista fue la franciscana. La orden
llega al Perú recién en 1542. Esta orden destacó entre las demás por su vocación misionera. Los franciscanos
llegaron hasta los lugares más recónditos del virreinato con la finalidad de llevar la palabra de Dios a todos
los indígenas, ya que no se conformaban con los centros de enseñanza ubicados en las parroquias o en las
reducciones. La labor franciscana no se centró solo en la evangelización, sino también en la enseñanza de
labores agrícolas y al aprendizaje del castellano.

La orden agustina arribó al Perú en 1551. Su rápido desenvolvimiento le permitió crecer rápidamente, es
por ello que en menos de diez años tuvo iglesias y conventos en las principales regiones del virreinato.
Abocada al igual que sus pares a la evangelización indígena, tuvo un papel preponderante en la conversión
de los curacas y hombres principales de los ayllus descendientes de los incas. Uno de los principales
representantes de la orden es sin duda Fray Antonio de Calancha, autor de una extensa crónica sobre las
acciones agustinianas en el virreinato peruano. Los agustinos fueron una de las órdenes que más se
dedicaron a la extirpación de idolatrías en los Andes. Sobresale en esta labor Alonso Ramos Gavilán, quien
realizó una exhaustiva búsqueda de información sobre los cultos locales y manifestaciones religiosas
andinas.

La orden de la Compañía de Jesús o Jesuita llegó al virreinato peruano en 1568. Desde su arribo defendió
con energía a los indígenas, obteniendo por ello grandes pleitos con la administración local. Su labor
evangelizadora no solo se centró en los indios del común, sino también en los descendientes de los
principales curacas incaicos. Es por ello que fundaron en Lima y Cuzco los Colegios Mayores para la
educación de la nobleza andina. Para los jesuitas era importante la educación de los españoles. Tanto en
Lima como en Cuzco fundaron colegios, y en la ciudad imperial, una universidad.

La lengua nativa no escapó al conocimiento de los jesuitas. Estudiaron a fondo el quechua y el aymara.
Fruto de ello fue el diccionario de la lengua quechua de Diego Gonzales Holguín, escrito en 1608 y el
"Vocabulario de la lengua aymara" de Ludovico Bertonio, impreso en 1608. Estos textos fueron de vital
importancia para la labor evangelizadora pues otorgaban herramientas indispensables para el conocimiento
de la lengua local, así como para la correcta interpretación de las tradiciones orales andinas.

A lo largo de los años la orden jesuita amasó una gran fortuna debido al usufructo de sus haciendas,
estancias y a los préstamos que hacían a particulares. Su poder y vínculo con la santa sede inquietó a la
corona a tal punto que ésta ordenó la expulsión de la orden en todo el imperio español en 1767. La orden
jesuita regresó al Perú recién en 1871.

La orden mercedaria arribó al virreinato peruano en el temprano año de 1534, sin embargo el número de
miembros de la orden no fue significativo en comparación con el número de las otras órdenes religiosas. Su
carácter misionero hizo que la orden mercedaria llegara a las altas cumbres cordilleranas en búsqueda de
indios para evangelizar. Fueron mercedarios Fray Martín de Murúa, cronista que se dedicó a la recopilación
de la historia del Tahuantinsuyo y autor de la crónica "Origen y Descendencia de los Incas" y Fray Diego de
Porres, misionero dedicado a la enseñanza de la fe católica, apoyándose en instrumentos nativos como el
quipu.

b.- La evangelización: La labor evangelizadora en el virreinato peruano empezó el mismo día que los
españoles arribaron a estas tierras y emprendieron su empresa de conquista. La evangelización se dio de
manera paulatina a media que llegaban las órdenes religiosas, pero también con cierto desorden pues la
dispersión de los misioneros impedía una eficaz labor centralizada. Las primeras acciones importantes de
evangelización empezaron después del primer Concilio Limense en 1551. Las directrices que se tomaron de
la Instrucción, dictada por el arzobispo Loayza en 1545 y corregida en 1549, imprimen "por primera vez una
orientación general que marcaría los primeros pasos de la iglesia católica nacida en los Andes" (Urbano:
1999, XXVII). La primera medida a tomar fue el bautizo de indígenas, que en el acto debían abandonar las
prácticas idolátricas y todas las formas que iban contra las leyes eclesiásticas y contradecían los
mandamientos católicos.

En el segundo Concilio Limense (1567-1568) se retoma la idea de destruir las huacas y de colocar en su
lugar cruces o levantar una iglesia o ermita (en caso de que la huaca haya sido un importante lugar de
culto). Hay que tener claro que los primeros concilios no fueron más que intentos o experimentos de
pastoral indígena de las distintas órdenes religiosas que llegaron al Perú. Cada una tenía su propia
metodología de acercarse a los nativos y de adoctrinarlos. Mercedarios, jesuitas, franciscanos y agustinos
evangelizaban de acuerdo a las reglas de su orden, pero teniendo como telón de fondo los marcos
generales de los acuerdos conciliares.

El Tercer Concilio Limense (1582-1583) marcó un cambio significativo en la evangelización peruana. Al igual
que el ordenamiento que realizó el virrey Toledo en la década de 1570, este concilio no innovó en materia
de juicio sobre las prácticas idolátricas. Reafirmó lo que los anteriores concilios proclamaron acerca de la
forma como destruir las huacas y extirpar las idolatrías. Lo nuevo fue en materia de textos y catecismos. Las
distintas órdenes debían utilizar los mismos materiales de enseñanza y adoctrinamiento. Para ello se debía
conocer a fondo la lengua quechua (y sus variantes), por lo que los diccionarios como los de Ludovico
Bertonio (1612) y Diego González Holguín (1608) fueron fundamentales en la labor evangelizadora. El
lenguaje utilizado fue revisado exhaustivamente para evitar cualquier malinterpretación de la religión. Los
jesuitas fueron los más entusiastas con esta nueva metodología de evangelización debido a que el
catecismo era una de sus principales virtudes. Los libros mayormente utilizados: Doctrina Cristiana y
Catecismo para la instrucción de indios; Confesionario para los curas de indios, Tercero Catecismo y
Exposición de la doctrina cristiana por sermones. Durante la primera década del siglo XVII la labor
evangelizadora fue grande e intensa y, debido a que muchos de los pueblos andinos ya habían sido
"reducidos" en las rancherías pertenecientes a una parroquia aledaña, se pensó que la totalidad de los
cultos prehispánicos habían sido eliminados.

Sin embargo, varias denuncias acerca de la pervivencia de ritos paganos disfrazados de signos cristianos
escandalizaron a la iglesia limeña que no dudó en realizar una gran campaña de extirpación por toda la
sierra de Huarochirí, liderada por Francisco de Ávila. Se suele dividir las campañas de extirpación del siglo
XVII en tres momentos: la llevada a cabo por Ávila entre 1609 y 1619; la de Gonzalo de Ocampo entre 1625
y 1626; y la última realizada por el Arzobispo Pedro de Villagómez entre 1641 y 1671.

c.-La extirpación de idolatrías: La labor evangelizadora tuvo como fin convertir a los indígenas en
practicantes de la fe católica. Para ello buscaron la forma de acabar con las prácticas idolátricas que los
vernaculares poseían, atacando a sus principales dioses y destruyendo todo signo de culto (huacas,
apachetas, mallquis, etc.). Durante todo el siglo XVI los religiosos crearon una forma única para que los
evangelizadores y doctrineros realicen su labor con efectividad. Sin embargo, los misioneros se daban
cuenta que el culto a los dioses andinos como Pariacaca o Illapa continuaban, pese al esfuerzo de las
órdenes religiosas por detenerlo.

Frente a ello los doctrineros tomaron una decisión: se realizaría una caza de todos los ídolos y dioses
andinos para la total erradicación del culto "idolátrico" en los Andes. En el siglo XVII se dieron tres
campañas de extirpación de idolatrías y tuvieron los frutos esperados.

Entre las acciones tomadas por los doctrineros resaltan las penas impuestas a los hechiceros o líderes de los
cultos, que eran los encargados de oficiar los ritos paganos. Para buscar a estos "hechiceros" y a los dioses
andinos se realizaron visitas especializadas que se dedicaron a buscar los dioses andinos, estudiarlos
detenidamente y finalmente destruirlos. Los visitadores debían conocer a fondo la lengua vernacular pues
no debían fallar en la interpretación de la fe al idioma materno de los andinos.

La pervivencia del culto andino puede interpretarse como una forma de resistencia a las costumbres
españolas y una forma de preservar las tradiciones de cada ayllu. Estas formas de resistencia tuvieron
diferentes matices, ya que el culto ya no se restringía a las huacas (entendiendo esta palabra como todo lo
que designa lo sagrado), sino que su poder se extendió a incluso solo trozos de los ídolos, los que se podían
ocultar con facilidad. Así, una piedra sin ninguna forma extraña pasaba desapercibida para el doctrinero, sin
embargo para los andinos esta insignificante roca poseía atribuciones divinas. Otra forma de camuflar el
culto andino fue a través de figuras religiosas como Jesús, la virgen María o santo Tomás. Esta fue la más
ingeniosa forma de pervivencia del culto, pues los doctrineros no pudieron darse cuenta sino hasta muy
entrado el siglo XVII.

La extirpación de idolatrías atenuó en forma dramática el culto vernacular pero no lo exterminó por
completo. Este pervivió por muchos años, inclusive hoy en día es posible apreciar el culto a la pachamama o
las ofrendas en honor a los apus tutelares, ejemplos de una larga tradición religiosa andina. Cabe resaltar
que estas campañas tuvieron otros móviles más allá del evangelizador. La apropiación de laicos y religiosos
de los terrenos ocupados por las huacas o la búsqueda de ídolos como forma de obtener oro o plata
evidencian el usufructo que desearon obtener ciertos individuos de las visitas.

Se suele dividir las campañas de extirpación del siglo XVII en tres etapas: la llevada a cabo por Francisco de
Ávila entre 1609 y 1619; la de Gonzalo de Ocampo entre 1625 y 1626; y la última realizada por el Arzobispo
Pedro de Villagomez entre 1641 y 1671.

d.-La inquisición: El Tribunal del Santo Oficio fue el encargado de vigilar el estricto cumplimiento de la
fe católica en los virreinatos americanos, así como también en los reinos españoles europeos. Esta
institución tuvo sus orígenes en el medioevo. Fue establecida por el papado para reprimir las revueltas
herejes de los albigenenses, al sur de Francia. En España se estableció en 1478 a raíz de la aparición de ritos
paganos y judeizantes. Como parte del fortalecimiento español en el virreinato peruano, la Inquisición fue
enviada a vigilar el correcto establecimiento de la fe y que ella no se vea empañada por cultos paganos o
por herejes provenientes de algún país europeo (luteranos, hugonotes, judíos, moros, etc.). Los oficiantes
del Tribunal llegaron con gran pompa a Lima en 1469. Desde su establecimiento, la Inquisición actuó como
un tribunal con amplias facultades para el castigo a herejes o protestantes. En su lucha por conservar la
ortodoxia católica actuaron con energía frente a la lectura de libros prohibidos, la práctica de la brujería,
quiromancia, sodomía, pederastia, bigamia y judaísmo o islamismo encubierto. Los indios no fueron parte
de su jurisdicción, aunque sí pertenecieron a él todos los hombres y mujeres del reino peruano. Hay que
anotar que la Inquisición actuó como brazo político del poder monárquico español. Por ejemplo, en sus
requisas e investigaciones se dedicaron a eliminar toda literatura relacionada con las revueltas de Cataluña
y los países bajos (en búsqueda de su independencia). En otras palabras, el orden político en las colonias
también fue tema de gran importancia para el Tribunal del Santo oficio.

Los autos de fe fueron juicios del Tribunal por establecer las prácticas herejes. Tenían un contenido
simbólico enorme pues todos los elementos y características del juicio trataban de demostrar el triunfo de
la fe católica sobre las prácticas demoniacas. En los 250 años que estuvo presente la Inquisición en el
virreinato peruano practicó 40 autos de fe.

A fines del siglo XVIII la inquisición dejó de tener la importancia que gozó en los siglos anteriores. Sus
acciones fueron limitadas hasta desaparecer casi por completo en la segunda década del siglo XIX. El
tribunal del Santo Oficio terminó sus días en 1820, cuando el régimen liberal español clausuró
definitivamente sus actividades en todas sus posesiones y reinos.

e.- Las cofradías: Las cofradías fueron un tipo de asociación de individuos reunidos bajo la advocación
de la virgen María, Jesucristo, santos o reliquias. Estas cofradías estuvieron integradas principalmente por
miembros de los gremios comerciales (pescadores, zapateros, sastres, carpinteros, etc.), aunque fueron
comunes también las cofradías de mestizos, esclavos, pardos libres, criollos y hasta de españoles.
Administradas por sus mayordomos, las cofradías estuvieron avocadas a la preparación y celebración de la
fiesta de su santo patrono y de su procesión en las principales fiesta de guardar del calendario católico.
Pertenecer a una cofradía daba derecho a enterramiento digno en las capillas o iglesias asociadas a la
cofradía. De igual manera, estas asociaciones velaban por sus miembros ayudándolos cuando alguno
pasaba apuros de índole económico. En Lima la principal cofradía fue la Archicofradia de la Veracruz, a la
que pertenecían los principales hombres del virreinato peruano incluyendo el virrey. Ubicada en el
Convento de Santo Domingo, esta archicofradía se encontraba bajo la advocación de una reliquia traída de
España: una astilla de la Cruz de Gólgota.

f.- Los santos peruanos: Las distintas expresiones de santidad en el virreinato peruano responden a la
necesidad de la Contrareforma Católica por aumentar el culto y la fe en Cristo, principalmente durante todo
el siglo XVII. Las figuras vivas de santidad constituían un papel importante pues eran la encarnación de la
gracia divina en la tierra. La vida de estos santos, beatas, siervos de dios o iluminados fue seguida de cerca
por la población virreinal esperando siempre un milagro o suceso divino. La fe que vivían los "santos" era
ejemplo a seguir para la sociedad y modelo de vida eclesiástica para los religiosos.

En el Perú hubo mayor cantidad de santos y siervos de Dios que en todos los virreinatos españoles. La
mayoría apareció entre 1570 y 1660, muchos de ellos coexistiendo en la sociedad limeña, tal como fue el
caso de San Martín de Porres, Santa Rosa de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo, San Francisco Solano y San
Juan Masías, precisamente los 5 santos del Perú. Cuando morían estos hombres de Dios, toda la sociedad
limeña acudía a sus exequias, incluyendo el virrey, el arzobispo y los principales nobles, tanto españoles
como indígenas.

Cuadro 01:
Aspecto Cultural y Arte Colonial
Elementos
Contrasta
Compara

Sistema Educativo
Universidades

Colegios Mayores

Colegios de Curacas

Arte Virreinal
Pintura

Arquitectura
Escultura

Conclusiones Finales

Cuadro 02:

La Iglesia en la Colonia

Órdenes Religiosas

Evangelización

Extirpación de idolatrías

Inquisición

Cofradías

Conclusiones Finales

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