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LOS TIEMPOS DE LA ANTÁRTIDA

HISTORIA ANTÁRTICA ARGENTINA

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INDICE.

Cap. I. EL TIEMPO DE LA HIPÓTESIS


• Hacia la Cruz del Sur
• La Antártida en la cartografía antigua
• El mapa de Piri Reis

Cap. II. EL TIEMPO DE LA APROXIMACIÓN


• La leyenda: Los fueguinos. Los maoríes.
• La Historia: La noticia de Heródoto. Los españoles. Los avistajes dudosos.

Cap. III. EL TIEMPO DE LOS DESCUBRIDORES


• Las expediciones mixtas
• Sucesos mundiales

Cap. IV. EL TIEMPO DE LA CIENCIA Y LA COOPERACIÓN ANTÁRTICA INTERNACIONAL


• Los Congresos Internacionales de Geografía y el progreso de la investigación antártica

Cap. V. EL TIEMPO HEROICO


• El asalto al Polo Sur
• La exploración aérea
• La Antártida en el concierto internacional promediando el siglo XX
• La Antártida en el concierto universal promediando el siglo XX
• Brasil
• La explotación ballenera
• El Año Geofísico Internacional (A.G.I.)
• El Tratado Antártico
• Protocolo de Madrid
• El Año Internacional del Sol Quieto (A. I. S. Q.)
• Sucesos mundiales

Cap. VI. EL TIEMPO DE LOS ARGENTINOS


• Los argentinos en la primera mitad del siglo XIX. Luz roja en la economía. La reacción local. La
inquietud marítima.
• Primera división política que incorpora tierras polares; el decreto del 10 de junio de 1829
• Luis Piedra Buena en la Antártida

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• Los foqueros del Río de la Plata descubren islas antárticas. El almirante Brown navega cerca del
Círculo Polar.
• Primer acto de soberanía en tierras polares: la concesión a Juan Pedro Aguirre. Los buques
foqueros
• La acción precursora de Estanislao S. Zeballos y el Instituto Geográfico Argentino
• Los petitorios de Popper y Neumayer. El pensamiento del almirante Solier y algunos actos
administrativos de soberanía antártica
• Cooperación argentina con la Expedición Antártica Internacional. El observatorio de las islas de
Año Nuevo
• Una gesta singular: el rescate de la expedición Nordenskjöld. La actividad del alférez José María
Sobral
La partida
El rescate
El regreso
Homenaje en el teatro Politeama
• José María Sobral
• 1904: El Observatorio Nacional de las islas Orcadas del Sur
• Tardía reacción británica e insólita propuesta
• 1921: ¡luz roja para orcadas!
Oportunidad de la propuesta de la liga
El trabajo realizado hasta la fecha
Resultado práctico de estos trabajos
El interés oficial
• La Compañía Argentina de Pesca S. A.
• Buques de la compañía Argentina de Pesca S.A.
• 1906: Nombramiento de autoridades locales para dos regiones antárticas

Cap. VII. LA ARMADA EN LA ANTÁRTIDA


• Historia de nuestros primeros buques polares: la Uruguay y el Austral. La estación de la isla
Booth o Wandell
• 1939: la Armada y el plan general de política antártica. La Comisión Nacional del Antártico
• Las expediciones Oddera (1942) y Harriague (1943). Las campañas anuales
• Primer vuelo argentino en la Antártida
• 1946: Plan general de ocupación y administración efectiva del Sector Antártico Argentino.
Reorganización de la Comisión Nacional del Antártico.
• El Sector Antártico Argentino
• 1947: Primera Gran Expedición Antártica Argentina

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La partida
En la zona de operaciones
Aportes de la expedición
• 1948: La Flota de Mar en la Antártida
• 1949: Argentina, Chile y Gran Bretaña en la Antártida
Argentina y Chile
Argentina y Gran Bretaña
• El acuerdo tripartito de 1949
• Agresión inglesa en la isla Decepción
• Cooperación Científica Internacional: el A. G. I. y el A. I. S. Q.
• 1958: Turismo a la Antártida

Cap. VIII. EL EJÉRCITO EN LA ANTÁRTIDA


• El coronel Hernán Pujato, el Instituto Antártico Argentino y la penetración en el continente
El Instituto Antártico Argentino coronel Hernán Pujato
El presidente Juan Domingo Perón y la Antártida
• Una hazaña: El cruce de los Antartandes
La expedición bahía Margarita – bahía Mobiloil
La expedición terrestre invernal antártica bahía Esperanza– bahía Margarita.
• Proyectos en los años cincuenta
• La penetración del mar de Weddell y la base General Belgrano
• Vuelos precursores de Pujato y descubrimientos geográficos en los 83º Sur
• Prioridad argentina en la toponimia de la zona hoy lamentablemente perdida
• Correspondencia de topónimos argentinos, ingleses y norteamericanos.
• 1965: Expedición terrestre al Polo Sur. 0peración 90
Operación 90
• Otras importantes travesías terrestres
Belgrano I – Cabo Adams
Belgrano II – Belgrano III – Cordillera Diamante – Base Sobral - Belgrano II
• 2000: Segunda expedición terrestre al Polo Sur

Cap. IX. LA AVIACIÓN ARGENTINA EN LA ANTÁRTIDA


• El proyecto de 1926 y los vuelos a partir de 1942
• 1962: La Aviación Naval y el primer aterrizaje argentino en el Polo Sur
• La Fuerza Aérea Argentina en la Antártida. La Fuerza Aérea de Tareas Antárticas
• La operación Upsala
• Frustrado vuelo transpolar

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• 1965. Primer vuelo transpolar transcontinental
• El operativo San Martín 67
• Base Aérea Vicecomodoro Marambio
• 1973. Primer Vuelo Transantártico Tricontinental

Cap. X. LA ACTIVIDAD CIENTÍFICA ARGENTINA EN LA ANTÁRTIDA


• Las campañas anuales
• El Instituto Antártico Argentino Coronel Hernán Pujato
• La cooperación científica internacional. El Año Geofísico Internacional y el Año Internacional del
Sol Quieto
• Arqueología histórica en la Antártida
Los comienzos
El programa Museoantar
Las tareas en Cerro Nevado
Las tareas en la Bahía Esperanza

Cap. XI. MISCELÁNEAS


• El yeti de Thule. La primera ocupación de las islas Sándwich del Sur y una festiva anécdota
• El romance de los pingüinos
• ¡Con el corazón mirando al Sur!
• Solidaridad antártica
• Primera misa católica en la Antártida
• El perro polar
• El monumento al perro antártico; un sentido y justo homenaje
• Algo más sobre perros
• Un día en Orcadas:
¡Aquellos héroes!
• 1933: Turistas argentinos en Orcadas
• Intervenciones quirúrgicas en la Antártida
• Periodismo Antártico
• ¿Premonición? ¿Autosugestión?
• ¡Mosquitos en la Antártida!

BIBLIOGRAFÍA

CRONOLOGÍA ANTÁRTICA IBERO-ARGENTINA

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Capitulo I

EL TIEMPO DE LA HIPÓTESIS

Hacia la Cruz del Sur

Desde muy antiguo, presintió el hombre la existencia de la Antártida. Y fueron los


griegos quienes desarrollaron, quinientos o seiscientos años antes de Cristo, la teoría sobre
una masa territorial que, en el mundo esférico que describieron en virtud de sus
observaciones de la naturaleza, contrapesara las masas continentales del hemisferio Norte.
Filósofos de la talla de Aristóteles y su escuela elaboraron la teoría de la esfericidad sobre
la base de las formas circulares que la Tierra proyectaba en la Luna durante los eclipses.
Confirmaban esa idea las noticias de los caminantes, que cuando transitaban de norte a
sur, avistaban nuevas estrellas y constelaciones, y dejaban de ver las ya conocidas.
Pensando que el mundo giraba alrededor de un eje imaginario, los griegos llamaron
polos a los puntos en que ese eje cortaba la superficie de la Tierra. Al Polo Norte lo
denominaron “ártico”, porque sobre él se encuentra la Estrella Polar perteneciente a la
constelación de la Osa Menor (arktos, término griego que significa “oso”). Y al otro polo, al
del sur, lo llamaron, por oposición, “antiártico” o “antártico”.
Así nació la denominación de la región polar austral hacia cuya historia marchamos.
Cartógrafos y cosmógrafos dieron rienda suelta a su imaginación y, con el correr de los
siglos, el territorio que aún no había sido descubierto, adquirió las más diversas
configuraciones y las más disímiles superficies.

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La Antártida en la cartografía antigua

La primera concepción hipotética de la Antártida es debida al filósofo griego Crates


(300 a. de C.) de la escuela cínica, discípulo de Diógenes; como el mundo conocido hasta
entonces representaba sólo la cuarta parte del globo terráqueo, asimetría inconcebible
para la mentalidad helena, Crates pensó que debía haber necesariamente un contrapeso y
resolvió el problema imaginando tres continentes, uno de los cuales ubicó en el sur
denominándolo Antípodas.
Después de tan antigua representación, la imaginada Antártida vuelve a reaparecer a
principios del siglo XVI, coincidiendo con los primeros viajes de los navegantes iberos tras
la ruta de la especiería. Así, en 1527 se ejecuta en Londres un planisferio, obra del
cartógrafo Robert Thorne, que muestra el estrecho de Magallanes, separado, no de la
Tierra del Fuego, sino de un inmenso territorio austral que tiene la inscripción Terra
Firmorum. Este planisferio fue publicando por primera vez por Richard Hakluit en 1582 en
Londres. En 1531 Orontius Fineus publica un mapa que muestra un amplio territorio
alrededor del Polo Sur con la leyenda Terra Australis recenter intenta, sed nondum plene
cognita. (Tierra Austral recientemente descubierta pero aún no plenamente conocida).
Dos años después (1533), Juan Schoner publica en Innsbruck un planisferio en el que
se reproduce el hipotético continente alrededor del Polo Sur con una ancha prominencia
hacia el Pacífico, y aproximándose a la América del Sur, de la que se halla separada por un
estrecho; igual que en el planisferio de Thorne de 1527, no figura la Tierra del Fuego.
Pedro Apiano, famoso matemático y astrónomo sajón, y Gemma Frisius, notable
geógrafo y cosmógrafo, que fue profesor de Mercator, publican en 1545 una
“Cosmografía” incluyendo un planisferio que registra, a continuación del estrecho de
Magallanes, el contorno de un continente sin nombre. Recordemos que para esa época

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todavía no se había descubierto el Cabo de Hornos, por lo tanto no se sabía que la tierra al
sur del estrecho de Magallanes era una isla.
En 1569 aparece el mapamundi del holandés Gerardo Mercator, considerado el
padre de la cartografía holandesa, y cuyo verdadero apellido era Kremer. En él se ve un
supuesto continente antártico con el círculo polar en los 70º de latitud Sur y la leyenda:
Merides/Polus antarcticus. La fama del conocido cartógrafo flamenco se debe a dos
hechos: redujo la longitud del mar Mediterráneo, corrigiendo así a Ptolomeo, e ideó la
proyección que lleva su nombre.
En 1570 y 1575, fueron publicados los hermosos mapas coloreados de Abraham
Ortelius, que muestran una Terra Australis nondum cognita (Tierra Austral, apenas
conocida), en cuya costa hay un “Golfo de San Sebastiano” y en su interior una Isola
Cressalina, que son un verdadero interrogante.
El Tipus Orbis de Joan Martines, editado en Messina, Italia, muestra una “terra del
fuego” que se extiende por el oeste hasta Nueva Guinea y ostenta un segundo nombre:
Terra incognita. Tiene graduación de 360º E y 190º W, meridiano central de 170º, y la
latitud graduada hasta la máxima polar de 90º S y N.
En 1587, la Antártica aparece representada, siempre imaginativamente por
supuesto, en dos mapas: el mapamundi de Mercator, que muestra una gran isla con el
nombre de Nueva Guinea, separada por un ancho brazo de mar, de un gran continente
austral, separado a su vez de América del Sur por el estrecho de Magallanes; este
mapamundi fue reproducido en el Gerardo Mercatoris Atlas, publicado en Ámsterdam en
1630, y en el “Mapa de las Tierras Antárticas” de Orelius, donde también se ve una Terra
Australis nondum cognita extendida al sur del estrecho de Magallanes, con un contorno
muy sinuoso. Frente al cabo Vírgenes se observa un archipiélago sin nombre, que podría
ser el malvinense, y frente a la costa fueguina una isla con el nombre “Calis”.

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Juan Bautista Vrient, cartógrafo de Amberes, nos ha dejado también una
representación de un gran continente inmediatamente al sur del estrecho de Magallanes
con el nombre de Terra Australis et Magallánica, con meridianos de longitud graduados
hasta las islas Salomón. La fecha de ejecución de este mapa se supone entre fines del siglo
XVI y el año 1610, por el hecho de no figurar el estrecho de Le Maire.
En un mapa impreso en Amberes por el cartógrafo flamenco Gerardo de Jode y
reeditado por su hijo Cornelio, en una obra titulada Speculum Orbis Terrarum, figura la
Australia Terra como un continente montañoso, siempre confundido con una gran Tierra
del Fuego, de la que conserva parte de su toponimia; una leyenda dice que la Australia
Terra es llamada vulgarmente por los navegantes Tierra del Fuego, o también Tierra de los
Loros.
China Sive Patagonica et Australis Terra es el título de un mapa del año 1600 del
cartógrafo alemán M. Quad, de Colonia, que presenta una Tierra del Fuego muy extendida
a todo lo largo del mapa, con varios topónimos y una inscripción que dice Terra Australis
Pars; en la parte inferior, se ve una Terra Incognita dentro del Circulus Antarcticus. Este
nuevo e hipotético continente antártico limita en el este con el sur de África, y por el oeste
con las islas de Nueva Guinea, Guadalcanal y otras.
Un mapamundi editado en España en 1610, muestra una Tierra del Fuego aislada y
alargada de este a oeste, separada de la Patagonia y del Antártico por simples pasos. La
Antártica en su parte occidental incluye en este mapa la Nueva Guinea, limitando en la
parte oriental con las islas de la Polinesia.
En la obra Descriptio ac delineatis geographica detectionis freti, publicada en
Ámsterdam en 1612, se incluye un mapamundi que muestra al sur del estrecho de
Magallanes una gran Terra austral incognita, separada por una línea de puntos de la Nueva
Guinea y por un canal de las islas Salomón, con una leyenda que dice: Terra per Petrum

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Fernández de Quirecens delecta olim vero sub nomine TERRAE AUSTRALIS incognita
celebrata (Tierra elegida por Pedro Fernández de Quirecens, de otro modo reconocida
como Tierra Austral incógnita”).
El cartógrafo inglés John Speed realizó un mapa, publicado en Ámsterdam en 1626,
edición de Abraham Goos, en el que aparecen la Tierra del Fuego, la isla de los Estados, el
estrecho de Le Maire, las Malvinas (mencionadas como Sebald de Waerts Eylanden), y el
pasaje al sur del Cabo de Hornos (nominado G. Browers, el navegante holandés que lo
navegó en 1642 con la flota de cinco barcos enviada por el príncipe de Nassau, como ya
hemos visto).
En 1669 fue realizado por Marcelo Ansaldo el “Croquis de Australia”, que se
conserva en el Archivo Histórico de Madrid, incluido como lámina Nº 87 /11.012 por el
capitán Julio F. Guillén y Tato en su Monumenta chartographica indiana, publicada en
Madrid en 1942. El mapa muestra las tierras australes: Nueva Guinea, Java, Sumatra, el
estrecho de Magallanes y el círculo polar antártico.
En 1675 —fecha probable— apareció “Hemisferio Sur, derrotero de las costas
meridionales del Pacífico”. El capitán Guillén y Tato incluyó este mapa como lámina Nº
4/11.015 en esa obra. La Antártida aparece aquí como Nueva Guinea y separada de la
Tierra del Fuego por el estrecho de San Vicente, o sea el de Le Maire.
Les Deux Poles Arctique ou Septentrional, et Antarctic ou Meridional, mapa producido y
editado por Nicolás Sansón de Abbeville en París, 1679, muestra la Antártida con la
leyenda Terra Maguellaniquae, Australe et Incognue; los límites son imaginados.
La Nova Orbis Tabula, ad usum Serenissimi Burgundiae Ducis (Nueva Tabla del Orbe
para uso del Serenísimo Señor de Burgundia), del cartógrafo francés Alexis Hubert Jaillot,
apareció en el año 1694; muestra un continente antártico de enorme dimensión con
límites imprecisos, extendido hasta los 30º Sur y 23º Este en el hemisferio occidental, y los

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50º Sur y los 135º Este, con la denominación Terre Australe et Inconue, appelé
Maguellanique (Tierra Austral y Desconocida, denominada Magallánica).
En 1728, el cartógrafo francés N. Bion produjo y editó en París el mapa L`Amerique,
que registra la Antártida con un extenso límite costero de este a oeste y una leyenda que
dice: Terres Australes et Inconnues, separada de la Tierra del Fuego por el estrecho de Le
Maire. Este mapa también registra los nombres de “Detr. De Brouwers” e “I. de Diego”.
En 1774 apareció, editado en Venecia, Italia, Il Mappamondo o sia Descrizione
Generale del Globo, producido por el cartógrafo veneciano Antonio Zatta, en dos
hemisferios. En los 50º S y 35º Este, la figura de una nave señala la latitud alcanzada por
Américo Vespucio con la leyenda: Fin qui e arrivato Américo Vespucci. En la parte
meridional, se lee la leyenda Terrae Australis ovvero Antartiche Cerchio Polare. Otro mapa
del mismo cartógrafo, publicado en la misma ciudad, 1779, con el título Hemisferio
Terrestre Meridional Tagliato su L’Ecuatore, incluye los descubrimientos de Cook y
Bouganville señaliza la Antártida, pero sin topónimo.
La Carte de Deux Regions Polaris Jusqu’au 45º Degré de Latitude (Mapa de las Dos
Regiones Polares hasta el Grado 45º de Latitud), del grabador francés Blanchard, editado
en París en 1790, señala la ruta del viaje de James Cook (1774-1775) y las islas Georgias y
Sándwich. El círculo antártico está trazado en los 67º S; para las longitudes parte del
meridiano de París.
El teniente de la Real Armada británica, Henrry Roberts, realizó la carta general de
los tres viajes de Cook, editada por W. Palmer en 1794. Están señaladas allí las rutas y en
las latitudes antárticas hay varios topónimos: Isle of Georgia (Clerks Rocks) y Sandwich
Land (Candlemas I., C. Montagu, C. Bristol, Southern Thule), con las fechas 26 de enero de
1775, y 3 de febrero de 1775, correspondientes a los avistajes de las islas.

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El cartógrafo inglés Willam Faden ejecutó un Map of América or the New World,
editado en Londres en 1797, en el que señalaba la línea de Tordesillas, y en la parte austral
las islas Grande de la Roche de 1675, de San Pedro 1756 o New Georgia 1775 y de
Sandwich. Debajo del círculo polar antártico, hay una leyenda: Cook’s Nec Plus Ultra at
71º10’ Lat. S. January 30th. 1774.
Cierra la cartografía del siglo XVIII un interesante mapa relacionado con nuestro
tema, porque denuncia el conocimiento inglés del real descubrimiento de las islas de San
Pedro: A General Map of the World of Terraqueous Globe, ejecutado por el matemático
inglés S. Dunn y publicado en Londres en 1799 por Laurie y Whittle, en dos hemisferios;
señala en el austral la derrota del Resolution de Cook y en las islas de San Pedro hay una
leyenda que dice: I. S. Pedro or Georgia discovered by Spanish Ship Lion in 1756. Las islas
Sándwich del Sur, con varios topónimos y Sandwich Land en caracteres destacados, están
acompañadas por la fecha del descubrimiento de Cook: February 3rd 1775, al noreste de
estas islas, llama la atención una marca señalando el lugar hasta donde navegó Vespucio:
Thus far sailed Vespucius in 1502 (“Hasta aquí navegó Vespucio en 1502”). Al norte de las
islas de San Pedro, en latitud aproximada 45o S, aparece una isla con la leyenda Ysla
Grande according to La Roché 1675. El continente antártico no está señalado, sí el círculo
polar antártico y el polo Sur; en el lugar una inscripción dice: Southern Icy Ocean (“Océano
Helado del Sur”).

El mapa de Piri Reis

Y concluimos esta cronología de la cartografía antártica aportando un dato que


hemos obviado por polémico, pero que entendemos no podemos soslayar por la difusión

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que ha tenido en la bibliografía especializada, al tiempo que interpretamos su valor como
tema de investigación.
En la reseña transcripta, hemos omitido la fecha 1513, correspondiente a la edición
del mapamundi de Piri Reis, que representa una verdadera —y al parecer irresoluble—
incógnita en la historiografía antártica. Y la incógnita radica en la insólita representación en
ese mapamundi del litoral antártico —la costa de la Reina Maud— con su perfil tal cual se
lo conoce hoy por investigación sísmica, es decir sin la cobertura de hielo. ¿Y cómo fue
posible ese conocimiento en tan lejana fecha? Y el dilema aumenta si tenemos en cuenta
que la glaciación comenzó en el 4000 a. de C.
Según Graham Hancock (“Las huellas de los dioses”, Ediciones B. S. A., 1998,
Barcelona), el profesor Charles H. Happgood, del Keene College, New Hampshire, que
estudió el tema, solicitó el análisis de esa parte del mapamundi Piri Reis al Octavo
Escuadrón Técnico de Reconocimiento de las Fuerzas Aéreas Estadounidenses, de la Base
Aérea de Westover, recibiendo la respuesta de su comandante, teniente coronel Harold Z.
Ohlmeyer, de la que extraemos lo siguiente:
“El detalle geográfico que figura en la parte inferior del mapa coincide de
modo asombroso con los resultados del perfil sísmico que fue trazado en la
parte superior de la capa helada por la expedición sueco-británica a la
Antártida en 1949. Ello indica que se había trazado el mapa de la costa antes
de que ésta quedara cubierta por la capa de hielo. La capa de hielo en esta
región presenta en la actualidad un espesor de aproximadamente 1,6
kilómetros. No tenemos ni idea de cómo pueden conciliarse los datos de este
mapa con el supuesto nivel de conocimientos geográficos en 1513.”

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El profesor Charles H. Hapgood —seguimos siempre a Hancock— recibió el apoyo de
Albert Einstein en el prólogo que escribiera en 1953 a su obra: “Earths’s Shifting Crust”
(Nueva York, 1958, pp. 1-2). Dice así:
“En una región polar se producen continuos depósitos de hielo, los cuales no
son distribuidos de forma simétrica alrededor del polo. La rotación de la Tierra
incide sobre esas masas depositadas de modo no simétrico y produce un
movimiento centrífugo que es trasmitido a la rígida corteza terrestre. Cuando
alcanza un cierto punto, ese creciente movimiento centrífugo provoca un
desplazamiento de la corteza terrestre sobre el resto del cuerpo de la Tierra.”
(Ver: http://mapapirisreis.blogspot.com).

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Capitulo II

EL TIEMPO DE LA APROXIMACIÓN

El aislamiento de la Antártida de los otros continentes —Asia, África, Oceanía,


Europa y América— fue la causa de la ausencia del hombre en aquella región hasta épocas
muy recientes. Por eso es que la primera parte de la historia antártica sea una relación de
la aproximación humana a la región helada, cuyo conocimiento nos llega por medio de
tradiciones orales y escritas, que pertenecen al tiempo de la leyenda y al tiempo de la
historia.

La leyenda: Los fueguinos. Los maoríes.

La primera leyenda que arrima noticias sobre la existencia de tierras heladas en el


sur es de los indios Haush —etnia extinguida de la Tierra del Fuego—, y cuenta que los
primeros pobladores de las ínsulas australes de América llegaron a ellas tras migrar desde
otros archipiélagos, recorriendo en su tránsito el “país de los hielos”, es decir, las islas
septentrionales de la Antártida. Si bien no hay pruebas de tal migración, como afirma el
académico ruso Levedev en su obra Antarktica, sin embargo llama la atención, como lo
destaca el mismo autor, la semejanza de los idiomas de la Australia oriental, la Patagonia y
la Tierra del Fuego, lo que daría cierta verosimilitud a la leyenda.

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Otra relación oral refiere que aproximadamente 650 años antes de Cristo, un
navegante maorí llamado Ui´Te-Rangiora, con su canoa Te-Ivi-0-Atea, navegó con rumbo
sur por muchas lunas, hasta que una sustancia blanca, fría y sólida que flotaba en el mar lo
detuvo; él denominó al fenómeno “mar de arrurruz” por una fécula comestible de sus
ínsulas. Sería la segunda aproximación del hombre a los mares polares del sur.

La Historia: La noticia de Heródoto. Los españoles. Los avistajes dudosos.

A Heródoto —el bien llamado “padre de la Historia”— le debemos la primera noticia


de la aproximación del hombre al hemisferio austral. Cuenta el historiador griego que
Necao, rey de Egipto, mandó unos buques tripulados por fenicios a recorrer las costas de
Libia (África). Partieron los navegantes desde el Mar Rojo hacia el sur; años después
regresaron, pero no por el Mar Rojo sino por el Mediterráneo, pasando por las columnas
de Hércules (estrecho de Gibraltar), por lo que fueron los primeros que navegaron el
hemisferio austral, avistando dos mil años antes que Vasco da Gama el Cabo de Buena
Esperanza. Fue entonces la latitud más meridional alcanzada por el hombre antes del
advenimiento de Cristo y, por consiguiente, la primera aproximación del hombre a las
tierras australes.
Y la historia registra después nombres que nos resultan familiares en la navegación
austral: Cristóbal Colón, Juan Díaz de Solís, Hernando de Magallanes y García Jofré de
Loaysa. La expedición de este último al arribar al estrecho descubierto por Magallanes
soportó un duro temporal que dispersó las naves, una de las cuales, la San Lesmes,
comandada por Francisco de Hoces, al ser empujada por los vientos alcanzó
aproximadamente los 55º de latitud sur, por lo que el capitán Hoces, al reunirse

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nuevamente con la flota, informó a su comandante que en aquellas latitudes había
avistado el “acabamiento de la tierra”. Conviene señalar que el pasaje está mal llamado de
Drake, porque el famoso pirata y corsario inglés jamás lo navegó. En homenaje a la
realidad histórica, debiera denominarse pasaje de Hoces.
En 1502, Américo Vespuci —o Vespucio—, marino italiano al servicio de la corona de
Portugal, navegó nuestras costas, alcanzando los 52º de latitud Sur, donde lo sorprendió
un fuerte temporal que hizo decidir el regreso a Portugal. Durante ese viaje de retorno,
avistó una larga costa acantilada, dando lugar esta afirmación del navegante a erradas
especulaciones entre algunos historiadores, sobre el descubrimiento de las islas Malvinas o
las de San Pedro, error que ha demostrado fehacientemente con un serio estudio el
almirante Ernesto Basílico, de la Armada Nacional. Es posible que el famoso navegante
haya confundido un inmenso témpano tabular con el accidente geográfico señalado. De
todos modos, ese viaje representa la segunda y más importante penetración en el mar
austral.
En 1674, el comerciante franco-británico Antonio de la Roche superó la latitud
alcanzada por Vespucio, llegando al cabo de Hornos, al que no pudo rodear, por lo que
retornó al norte. La historia inglesa pretende que De la Roche descubrió la isla de San
Pedro, aunque el análisis más somero de la descripción efectuada por el navegante hace
caer esa suposición.
La jurisdicción castellana en el Nuevo Mundo llegaba hasta el Polo Sur, la provincia
del estrecho y la Terra Australis Incógnita.
Al regreso de Colón a España con las novedades de su viaje, los Reyes Católicos se
apresuraron a asegurarse la posesión de las tierras ocupadas por sus vasallos ante la
amenaza de una posible intromisión portuguesa, ya que el monarca lusitano las
consideraba dentro de su jurisdicción, como se lo había manifestado al mismo Colón.

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Siguiendo la costumbre de la época, Fernando e Isabel pidieron la donación de esas tierras
al papa, considerado administrador temporal de los bienes terrenos creados por Dios.
El papa Alejandro VI accedió, concediendo a los Reyes de Castilla y León y a sus
herederos y sucesores, “todas las islas y tierras firmes halladas, y que se hallaren,
descubiertas, y que se descubrieren hacia el Occidente, y Mediodía, fabricando y
componiendo una línea del Polo Ártico, que es el Septentrión, al Polo Antártico, que es el
Mediodía, la cual línea diste de cada una de las islas, que vulgarmente dicen de las Azores y
Cabo Verde, cien leguas hacia el Occidente y Mediodía, que por otro Rey o Príncipe
Cristiano no fueran actualmente poseídas.” Ante el desacuerdo del monarca portugués por
lo exiguo del territorio que le correspondería, logró un nuevo acuerdo con Castilla
concretado en el Tratado de Tordesillas del 7 de junio de 1494, que estableció la línea
imaginaria divisoria a trescientas setenta leguas de las islas de Cabo Verde. El tratado fue
luego sometido a la aprobación del papa Julio II, que lo confirmó en 1506.
De modo que la jurisdicción castellana en el Nuevo Mundo alcanzó hasta el mismo
Polo Sur y la Corona así lo entendió, como lo prueba el hecho de que Carlos V creara en
1534 la provincia del Estrecho, encomendando su exploración y conquista en 1536 al
obispo de Plasencia Gutierre Vargas de Carvajal, que financió para ello la expedición de
Francisco de la Ribera y Alonso de Camargo, y en 1539 a Pedro Sancho de Hoz, que debía
navegar por la Mar del Sur (hoy océano Pacífico), y descubrir “hasta el dicho Estrecho de
Magallanes y la tierra que está de la otra parte de él”.
Si bien estos intentos, como otros posteriores, no pudieron concretarse por imperio
de las circunstancias, el empeño puesto por la corona castellana en las exploraciones de
aquella zona, encomendadas principalmente al gobierno de Buenos Aires durante el
virreinato, demuestran cabalmente la intención de la Madre Patria de ejercer dominio

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sobre los territorios australes, que por decisión real quedaron incorporados al Virreinato
del Río de la Plata, creado por Real Cédula del 1º de agosto de 1776.

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Capitulo III

EL TIEMPO DE LOS DESCUBRIDORES

La primera noticia que tenemos del descubrimiento de tierras subantárticas


corresponde a un mercante español. Don Gregorio Jerez, al mando del Santo Christo del
Auxilio y Nuestra Señora de los Dolores (alias el León), quien en su regreso a España con
mercadería cargada en el puerto peruano del Callao, empujado por un temporal, arriba el
29 de junio de 1756 a dos islas situadas entre los 54º Sur y los 38º Oeste, a las que por el
santoral católico bautizó San Pedro. Esas islas, que la toponimia internacional registra
como Georgias del Sur por lo que pronto veremos, serían desde fines del ese siglo hasta
principios del XIX, centro de intensa actividad foquera protagonizada tanto por mercantes
procedentes del Río de la Plata como del hemisferio norte. Seis años después de ese
descubrimiento, otro buque también español, igualmente en tránsito del Perú a España, el
Aurora, descubre un grupo de islas entre las de San Pedro y las Malvinas, a las que los
españoles denominaron “islas del Aurora”, identificadas hoy como las rocas Cormorán y
Negra (en inglés Black y Shag).
Entre 1772 y 1775, el inglés James Cook circunnavega la Antártida alcanzando
latitudes inéditas y haciendo la mayor parte de su recorrido al sur del Círculo Polar
Antártico (66º 33¨ S). Habiendo tenido noticia Cook del descubrimiento español de las islas
de San Pedro, buscó y halló las islas, rebautizándolas Georgias del Sur en homenaje a su
rey.

20
Las expediciones mixtas

Por la misma época se sucedieron una serie de viajes organizados por empresas
comerciales y navieras, que presentan la particularidad de encomendar a sus capitanes
observaciones científicas, para el mejor conocimiento de las zonas de caza con vistas al
mejor y más seguro rendimiento, de modo que estas empresas (entre las que se destacó la
Enderby Brothers de Londres) contribuyeron indirectamente al progreso del conocimiento
antártico, pudiendo considerarse sus expediciones como un preludio de la investigación
científica de los años siguientes. De aquella actividad comercial-científica, rescatamos los
nombres de: George Powell, que, junto con Nathaniel Palmer, descubrió las Orcadas del
Sur; James Weddell, descubridor del mar que lleva su nombre; Henry Foster, explorador de
la zona de la península Antártica y John Biscoe, que circunnavegó la Antártida y exploró la
costa norte de la península Antártica, a la que bautizó Tierra de Graham.

Sucesos mundiales

En Europa se difundieron las nuevas ideas políticas, sociales y económicas de los


pensadores del siglo XVIII. Fue la “época de las luces” y del “despotismo ilustrado”. En
España reinaban los Borbones desde 1701 con Carlos III (1759-1788). Se produjo un auge
de la masonería, los movimientos liberales y nacionalistas con las revoluciones de 1830 y
1848 en Francia y su repercusión en otros países. En Inglaterra, durante el reinado de
Victoria, se inició en 1837 la llamada “Época Victoriana” y el país avanzó en su condición de
gran potencia.

21
Otros acontecimientos significativos de esta etapa son:
1756-1763: Guerra de los Siete Años.
1776. 4 de julio: Independencia de los Estdos Unidos de América.
1789-99: Revolución Francesa.
1800-1815: Época de Napoleón.
1805: Batalla de Trafalgar. Inglaterra obtiene el dominio de los mares; comienza el
desarrollo comercial e industrial y la expansión mundial británica.
1830: Fallecimiento de Simón Bolívar.
1832: Invento de la hélice.

22
Capitulo IV

EL TIEMPO DE LA CIENCIA Y LA COOPERACIÓN ANTÁRTICA


INTERNACIONAL

Entre 1819 y 1820, la expedición rusa de Fabián Thaddeus von Bellingshausen y


Mijail Lazarev, con los buques Vostok y Mirny, siguiendo precisas instrucciones del
emperador Alejandro I (según el plan concebido por el Ministerio de Marina) exploró en
primer lugar las islas de San Pedro (Georgias del Sur) y las Sandwich del Sur, descubriendo
una gran cantidad de islas que fueron bautizadas con los nombres de los oficiales de la
expedición.
Cruzó luego el Círculo Polar para alcanzar la mayor latitud posible. Luego, el navío
Vostok navegó el mar que hoy recuerda con su nombre a Bellingshausen, el comandante
del buque. Durante esta expedición, el 28 de enero de 1820 (en los 69º 7’30” Sur y 0º
16’15” Oeste) el capitán Bellingshausen divisó, según su detallado informe, “una superficie
sólida de hielo extendida desde el Este, por el Sur, hasta el Oeste”. Como muy bien lo ha
entendido Frank Debenham —editor de la obra de Bellingshausen—, esa superficie sólida
de hielo era el borde del continente, avistado por el hombre por primera vez.
Entre 1837 y 1843 se sucedieron una serie de expediciones impulsadas por las ideas
de las Sociedades Reales de Ciencias de Gran Bretaña, que bregaban por el conocimiento
de la naturaleza antártica aún “nondum cognita”, a pesar de los avances realizados desde
principios del siglo XIX.

23
Así es que son dignas de mención: la expedición de Dumond D’Urville con el
Astrolabe y el Zelée (1837-40), que avistó tierra continental, bautizada “Adela”, por la
esposa del jefe expedicionario. Contemporáneamente (1839-1841), la expedición
norteamericana de cinco buques, bajo el comando del teniente Charles Wilkes y con un
buen equipo científico, superó los 70º Sur por el mar de Bellingshausen realizando un muy
buen aporte cartográfico. Y cerró este breve pero positivo capítulo precursor de la ciencia
antártica, la expedición británica de James Clark Ross (1840-1843) que hizo tres viajes con
los buques Erebus y Terror y alcanzó los 78º 04’ Sur, máxima latitud navegada hasta esa
época, en el mar bautizado con su nombre.
A la costa oriental la denominó Tierra Victoria del Sur, y aplicó el topónimo Tierra del
Almirantazgo a una cordillera descubierta. Avistó en esa cordillera dos volcanes, uno en
actividad, que bautizó Erebus y Terror.
El Primer Año Polar Internacional de 1882-1883 significó un llamado de atención
para el mundo científico sobre las regiones polares, vírgenes aún para la ciencia. Fue así
que el VI Congreso Internacional de Geografía, reunido en Londres en 1895, impulsó la
investigación científica del Antártico y luego el VII Congreso Internacional de Geografía de
Berlín, en 1899, dio lugar a la Gran Expedición Antártica Internacional. Esas expediciones
inauguraron una nueva etapa en la historia de las exploraciones antárticas, que ha ido
incrementándose ininterrumpidamente y continúa en nuestros días con gran impulso.

Los Congresos Internacionales de Geografía y el progreso de la investigación antártica

Si bien la realización del Primer Año Polar Internacional (entre 1882 y 1883)
representó el preámbulo del interés científico mundial por el conocimiento de las zonas

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polares, como ya dijimos, el Sexto Congreso Internacional de Geografía de Londres (1895)
y el Séptimo Congreso Internacional de Geografía de Berlín (1899) fueron los que
impulsaron la investigación científica de la Antártida.
La actividad antártica finisecular fue intensa y se multiplicó al nacer el siglo XX,
siendo la gesta más singular de ese período la protagonizada por Adrián de Gerlache de
Gomery con el Bélgica, respondiendo a las recomendaciones del Sexto Congreso
Internacional de Geografía. En su equipo científico figuraron futuras personalidades
famosas, como el geólogo polaco Arktowsky, el médico estadounidense Frederick Cook, el
geólogo Emile Danco, fallecido durante la expedición, y Roald Amundsen, futuro
protagonista de una gran hazaña polar. La expedición navegó el mar de Bellingshausen,
explorando y estudiando el estrecho que hoy recuerda con su nombre al jefe
expedicionario. Algunos de sus logros fueron una buena cartografía del pasaje Drake, el
sondaje de sus aguas, la comprobación de la inexistencia de una plataforma entre Tierra
del Fuego y Antártida, el relevamiento costero de las Shetland del Sur, y datos
meteorológicos, magnéticos y biológicos.
Otra expedición de ese momento fue la del británico Carsten Borchgrevink, quien
exploró la zona del cabo Adare, utilizando trineos tirados por perros.
Respondiendo a las recomendaciones del Séptimo Congreso Internacional de
Geografía de 1899, fue organizada la Gran Expedición Internacional Antártica, integrada
por Gran Bretaña, Suecia, Alemania y Francia. Contemporáneamente con esas
expediciones, pero al margen de las recomendaciones del Séptimo Congreso, tuvo lugar la
expedición escocesa de William S. Bruce, íntimamente relacionada con nuestra propia
historia antártica, como ya veremos.

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La expedición británica dirigida por Robert Scott con el Discovery (1901-1904),
navegó el mar de Ross; exploró la costa de la bahía McMurdo y luego, junto con
Shackleton, alcanzó los 82º Sur.
La expedición sueca dirigida por el geólogo Otto Nordenskjöld con el Antarctic
(1901-1903), estuvo muy relacionada con nuestra propia historia, tanto por haber
participado en ella como observador científico el alférez de navío de la Armada Nacional
José María Sobral, cuanto por haber sido rescatados los suecos por nuestra corbeta
Uruguay, ya que habían quedado separados en tres grupos por el naufragio del Antarctic
frente a la isla Paulet en el mar de Weddell, en la que se refugiaron los veinte hombres de
la tripulación con el capitán noruego Karl Antón Larsen (ballenero que había operado en la
zona a fines del año anterior recogiendo algunos fósiles vegetales que demostraban la
existencia de flora vegetal propia de clima cálido durante el Terciario); allí construyeron los
náufragos una choza con las abundantes lajas del lugar y el maderamen y lonas del buque
aprisionado y destruido por los hielos del semi congelado mar de Weddell. Otros tres
hombres de la expedición habían desembarcado antes del naufragio en la parte noreste de
la península, con la intención de alcanzar por tierra Cerro Nevado, donde había quedado el
grupo de Nordenskjöld —Sobral entre ellos—, mientras el buque navegaba a Malvinas y a
Ushuaia para reaprovisionamiento; los tres hombres, no pudiendo llegar a Cerro Nevado
por hallar imprevistamente descongelado el canal del Príncipe Gustavo que les impidió el
paso, regresaron a la bahía de la Esperanza para reembarcarse y, al no ver al buque, igual
que los de Paulet construyeron, también con lajas, una choza donde invernar. Mientras
tanto, en Cerro Nevado (Snow Hill en aquel entonces) Nordenskjöld y sus cinco hombres
disponían de una cómoda y abrigada vivienda de madera, prefabricada en Suecia, de 6,30
metros de largo por cuatro de ancho, con dobles paredes y forrada exteriormente con
cartón embreado. Dos jaurías de perros, una malvinera y otra groenlandesa, formaban los

26
equipos que habían de transportar a los expedicionarios en sus patrullas de
reconocimiento e investigación.
Todos los grupos trabajaron intensamente hasta ser rescatados dos años después,
en 1903, y regresaron con colecciones de fósiles de vegetales y animales, e importantes
datos de meteorología y gravimetría. Ésta fue la primera exploración en trineo en el mar
de Weddell y en la costa oriental de la península Antártica.
La expedición alemana (1901-1903) fue dirigida por Erich Von Drygalsky con el
buque Gauss y exploró la zona antártica correspondiente al océano Indico, descubriendo la
costa de Wilhhelm II. Fue la primera expedición en hacer exploración aérea con globo
cautivo.
La cuarta expedición, organizada respondiendo a las recomendaciones del VII
Congreso Internacional de Geografía, fue la dirigida por Juan B. Charcot con el Francais
(1903-1905). Reconoció el estrecho de Bismarck, el archipiélago de Palmer y la isla
Alejandro I; invernó en el puerto Charcot de la isla Booth (o Wandell), haciendo
reconocimientos y levantamientos en las zonas adyacentes. Al oeste de la Tierra de San
Martín (península Antártica), Charcot descubrió una serie de islas pintorescas que bautizó
“Argentinas” en homenaje a la República Argentina, lo mismo que el cabo Roca y los islotes
Roca, por el presidente de la nación que había favorecido a su expedición. Charcot regresó
al Antártico en 1908-1910 con el buque Pour quois Pas?, recorriendo las Shetland del Sur y
cartografiando el área del estrecho de Gerlache.
Contemporáneamente, pero al margen de la Expedición Antártica Internacional,
tuvo lugar la expedición escocesa del Dr. William S. Bruce (1902-1904), íntimamente
relacionada —como la sueca— con nuestra historia polar. Con el Scotia avistó las Sándwich
y las Orcadas, donde después de una frustrada tentativa de navegación del Weddell,
desembarcó en la bahía que bautizó “Scotia”, de la isla Laurie (Orcadas del Sur). Allí instaló

27
una casilla con instrumental para meteorología y magnetismo, y una choza para invernar
que bautizó “Omond House”. En noviembre de 1903, dejando una pequeña guarnición en
la isla, vino con el Scotia a Buenos Aires en tiempo del arribo de la corbeta Uruguay que
llevaba a bordo a los suecos rescatados.
En el acto de homenaje a los marinos de la Uruguay y a los expedicionarios de
Nordenskjöld, se pudo escuchar a éste elogiando a nuestros marinos y diciendo que esa
expedición tan bien realizada no sería la última que la Argentina haría al Antártico. Eso
seguramente lo habrá afirmado más en su proyecto de vender a nuestro gobierno sus
instalaciones de la isla Laurie; ese fue el origen del Observatorio Nacional de las Islas
Orcadas del Sur, al que nos referiremos más adelante.

28
Capitulo V

EL TIEMPO HEROICO

El asalto al Polo Sur

El siglo XX se inicia con los tres primeros intentos para alcanzar el Polo Sur. Entre
1907 y 1909 el inglés Shackleton hizo el primer intento, con trineos tirados por ponies
siberianos que, superados por el esfuerzo, debieron ser sacrificados. La expedición alcanzó
finalmente los 88º 23’ Sur, mientras que tres miembros arribaron al Polo Sur Magnético.
En 1914, Shackleton hizo un segundo intento, que también fracasó por el naufragio del
Endurance, comandado por él, en el mar de Weddell. Los hombres se “embarcaron” en un
témpano, en el que navegaron a la deriva y con los botes llegaron a la isla Elefante, de las
Shetland del Sur. Allí Shackleton dejó parte de su tripulación, mientras él con cinco
hombres alcanzó la isla de San Pedro, Georgias del Sur, y desembarcaron en la costa sur
occidental. Cruzaron por montañas y glaciares en condiciones extremas, para llegar al
puerto de Grytviken en la costa opuesta, asiento de la factoría ballenera, cuyo
administrador, amigo de Shackleton, ofreció a los esforzados e intrépidos hombres toda la
ayuda necesaria. De allí partió a las Islas Malvinas, desde donde intentó rescatar
infructuosamente a los náufragos de la isla Elefante por las condiciones del hielo, y regresó
a las Malvinas, donde luego de varios intentos, el escampavía chileno Yelcho pudo
concretar el rescate. Los expedicionarios regresaron a Londres, dando fin a una de las más
notables odiseas vividas en la Antártida.

29
Los que lograron arribar al Polo Sur fueron el noruego Roald Amundsen y el británico
Robert Falcon Scott. El primero, con trineos livianos tirados por perros, aportó una suma
de conocimientos geográficos al tomar una ruta antes nunca recorrida por el hombre.
Llegó con cuatro trineos y cuatro hombres al Polo Sur el 14 de diciembre de 1911 y bautizó
la tierra circundante con el nombre de Haakon VII.
Scott utilizó en su expedición ponies siberianos, inadecuados para ese intento, como
le había ocurrido en su anterior intento (1903), experiencia que no supo aprovechar.
Alcanzó el Polo Sur el 17 de enero de 1912, con la penosa desilusión de comprobar que los
noruegos habían llegado un mes antes. El mal empleo logístico culminó con el dramático
final de la expedición, porque murieron todos los hombres que llegaron al Polo. A ello se
sumó el esfuerzo realizado en la extenuante travesía bajo malas condiciones climáticas, y a
pie o en esquíes, ya que los ponies debieron ser sacrificados a poco de la partida, como
había sucedido también durante el intento de Shackleton en 1908.

La exploración aérea

En 1928 se produjo una novedad muy valiosa en el tema de la exploración antártica:


la utilización del avión. El 16 de noviembre de ese año apareció por primera vez un avión
sobre la Antártida, un monoplano Lockheed Vega, piloteado por el australiano Hubert
Wilkins, que sobrevoló la península Antártica a lo largo de cien kilómetros.
El piloto Eilson, de la misma expedición de Wilkins, con otro avión gemelo del
anterior efectúa el segundo vuelo, el 20 de diciembre. El norteamericano Lincoln Ellsworth
(1931-1935) sobrevuela por primera vez la península Antártica hasta el mar de Ross. El
almirante Richard Byrd voló al Polo Sur en 1929, y desde 1928 a 1941 hizo reconocimientos

30
aéreos desde el mar de Ross; en 1946-1947 comandó una gran expedición antártica: con
trece buques, cuatro mil hombres y varios aviones embarcados, continuó la exploración
aérea. Por esos años, Finn Ronne comandó una expedición estadounidense que, con nueve
aviones, hizo un extenso reconocimiento aéreo de la península Antártica sobre la costa del
mar de Weddell.

La Antártida en el concierto internacional promediando el siglo XX

Promediando el siglo XX, la década de los años cincuenta se destacó por su carácter
de vanguardia en los grandes cambios del final de ese siglo; se inició con la guerra de Corea
(1950), que alarmó a una humanidad aun conmovida por la gran tragedia de la década
anterior que concluía con el horror de Hiroshima y Nagasaki y continuó con otro suceso
inscripto en la historia con una tremenda carga de dramaticidad: el 1° de noviembre de
1954 los argelinos iniciaron la lucha por su independencia, configurando la contienda un
nuevo tipo de guerra interna, sobre cuyo carácter de guerra civil aún no hay total
consenso, por los intereses externos, que juegan un papel preponderante.
Además, otra novedad de esa lucha está dada por la extrema crueldad de la que
hacen gala ambos bandos, al margen de toda convención inspirada en principios
humanitarios y en una ética militar, hasta donde ello es posible en un enfrentamiento
bélico; es lo que ha dado en llamarse “guerra sucia”, la irracionalidad en acción que los
argentinos de aquella época conocieron a través de la noticia periodística sin sospechar
que, en dos décadas más, sería realidad también en esta tierra, considerada por entonces
de promisión y de paz.

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Otra novedad trascendente, ya en el campo de las relaciones internacionales, será la
división europea —y luego mundial— en dos grandes bloques opuestos: el del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN), liderado por los Estados Unidos, y el del Pacto de Varsovia,
encabezado por la Unión Soviética, con sus satélites eslavos. Después surgirá el
movimientio de los países del llamado Tercer Mundo, conocidos como “No Alineados”, que
así dejarán de serlo. Y continuando con las novedades de la época, un pueblo de nuestra
América será también protagonista de la historia cerrando la década; en enero de 1959, el
abogado Fidel Castro, vistiendo un uniforme militar que ya no se sacaría más, lo mismo
que la espesa barba, comandando una hueste revolucionaria entró triunfante en La
Habana, iniciando una nueva etapa pro-soviética de la historia cubana. Moscú siguió
saltando políticamente por sobre el cerco militar que le tendiera Washington, fomentando
movimientos subversivos y apoyando gestas independentistas en Asia y África. De ese
modo, Europa deja de ser la única zona caliente y el fuego se enciende en otros lugares.
Casi se diría que la tercera guerra mundial, que muchos pronosticaban, se fue
desarrollando elusivamente mediante guerras menores y marginales, en las que Estados
Unidos respondía interviniendo a su vez en otros países.
Y los turbulentos y preocupantes años cincuenta, plagados de amenazas,
concluyeron por fin con alentadoras perspectivas futuras, tras las visitas del vicepresidente
norteamericano Richard Nixon a la Unión Soviética y a Polonia, y de Nikita Khruschev a los
Estados Unidos. Con la distención, Europa marchó hacia la unidad económica, iniciada por
Francia, Italia, Alemania y los países del Benelux (Bélgica, Holanda y Luxemburgo), que
integraron la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, prolegómeno de la Comunidad
Económica Europea y del EURATOM, destinado a desarrollar conjuntamente la utilización
pacífica de la energía atómica.

32
En lo concerniente a la cultura, continuó el avance de la ciencia y de la técnica con
ritmo vertiginoso; en la competencia se destacaron los Estados Unidos, la Europa
occidental, la Unión Soviética y el Japón. Uno de los más espectaculares logros fue la
investigación espacial iniciada con el lanzamiento de los primeros satélites artificiales: el
Sputnik I de la Unión Soviética (1957) y el Explorer de Estados Unidos (1958). Un
acontecimiento también de gran trascendencia de la época en el campo de la investigación
científica, fue la realización del Año Geofísico Internacional (A. G. I.). Consecuencia de tan
valiosa experiencia sería el Tratado Antártico, temas ambos que pronto trataremos.

La Antártida en el concierto universal promediando el siglo XX

Relatado sintéticamente el contexto internacional de la década del cincuenta,


veamos ahora la cuestión antártica en la misma época. Al comenzar esa década, era
evidente en los medios internacionales la preocupación por los recursos naturales de
aquella región, y principalmente por el uranio que allá se preveía, que fue al parecer el
incentivo prioritario para las expediciones de aquellos años, a tal punto que se hablaba de
la “carrera hacia los campos de uranio del Polo Sur”, que se consideraba iniciada en la
década anterior con la gran expedición norteamericana dirigida por el almirante Richard
Byrd en 1945. El interés por el metal era tanto que, según algunas versiones, en las
expediciones antárticas británicas intervenían incluso técnicos del Intelligence Service.
En los Estados Unidos el interés por la Antártida era tal que no sólo instituciones
privadas, como la Asociación “Hijas de la Revolución Norteamericana”, sino hasta simples
ciudadanos pedían al congreso que su gobierno reclamara un sector antártico. En la sesión
del 28 de agosto de 1950 del Senado norteamericano, fue presentada una carta firmada

33
por una ciudadana de apellido Kendall, de Washington, solicitando esa reclamación,
porque “junto al hecho de que la Antártida es fascinante, está el punto de que parte de mis
impuestos han sido invertidos en expediciones recientes, y parte de los impuestos pagados
por mi abuelo fueron probablemente invertidos en el viaje auspiciado por Wilkes.”
¡Interesante la anécdota! Y oportuna para reflexionar sobre obligaciones y derechos.
Durante una convención celebrada en Washington en abril de 1951, la Asociación
“Hijas de la Revolución Norteamericana”, pidió al Congreso de ese país, en una de sus
resoluciones “que tome las medidas del caso con el fin de dejar sentadas las demandas
norteamericanas con respecto a esas tierras australes, ya que otras naciones han
expresado su interés sobre las regiones polares, que podrían ser de gran valor para la
defensa nacional de este país, dados sus recursos minerales.”
Los casos mencionados sirven para ejemplificar el interés, por cierto generalizado,
de la ciudadanía norteamericana en el tema polar. Y si bien el gobierno de ese país hizo
reserva de sus derechos antárticos, que por otra parte nunca especificó, sí se preocupó por
establecer y mantener bases permanentes en ese entonces. Es que Estados Unidos (lo
mismo que Gran Bretaña) además del interés científico, consideraban también, y
principalmente, el valor estratégico del helado continente austral con relación a la
seguridad de las potencias occidentales. Según una fuente naval británica, en 1951 su
Gobierno ya había definido su política antártica con vistas a una posible guerra con la
Unión Soviética.
En tal eventualidad, se consideraba de suma importancia el control de los pasos
interoceánicos, y muy especialmente el Atlántico-Pacífico, donde existía una ruta cierta —
el estrecho de Magallanes— y dos posibles para el futuro: el canal Beagle y el pasaje de
Drake; de modo que la vigilancia de esa zona se haría desde dos puntos estratégicos: la isla
Decepción (Antártida) y las islas Malvinas. Según la misma fuente, de acuerdo con Estados

34
Unidos Gran Bretaña ejercería ese control, ya que no podía contarse con la Argentina, dada
su tradicional neutralidad en los conflictos internacionales.
En 1955 Francia declaró por ley “territorios autónomos” a las tierras antárticas
comprendidas en su sector, reclamado en 1938. Pero quizá lo que más evidenciaba el
incremento del interés por las lejanas y heladas comarcas del Polo Sur en la época que
tratamos, es el hecho de que en países sin antecedentes en la región comenzaron a
aparecer manifestaciones en pro de reivindicaciones antárticas. Tal el caso del Brasil, sobre
el que nos extenderemos más adelante, tanto por ser uno de los tres primeros países
latinoamericanos que demostró un interés antártico, como por la originalidad de sus
argumentos.

Brasil

En este país existía, en sectores políticos, intelectuales y militares, la idea de que se


debía reclamar un sector antártico, siendo original la idea de la “defrontacao” de Teresina
de Castro, basada en el enfrentamiento de las costas, por sus meridianos extremos, con la
Antártida. Es el concepto de la Antártida Sudamericana, abarcando el arco antártico
limitado por los meridianos de 24° Oeste y 90° Oeste, correspondientes a la Zona de
Seguridad interamericana según el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR),
de 1947. Así, le corresponderían sectores antárticos a Ecuador, Perú, Chile, Argentina,
Uruguay y Brasil.
En su edición del 30 de abril de 1955, la revista “La Semana” con el título “Nuestro
territorio será mayor. Un pedazo de la Antártida pertenece al Brasil”, comentaba la
conferencia del profesor Joaquín Ribeiro y decía que Brasil necesitaba su parte antártica,

35
no sólo por razones económicas sino porque “estando el continente tan cerca de nuestras
fronteras, cuando seamos un gigante que no necesite divisas, es posible que precisemos
bases estratégicas para proteger nuestros intereses.” El profesor Ribeiro propiciaba que
Brasil iniciara la explotación pesquera en la Antártida y que reclamara previamente su
territorio, por ser el único país con derechos históricos; —tal era su opinión— por el
Tratado de Tordesillas, y además por razones estratégicas, pues “se hace imprescindible
para nuestra defensa en el Atlántico Sur, el establecimiento de un trampolín en la
Antártida. Y ese punto estratégico además nos coloca en una posición defensiva contra la
única nación sudamericana que tiene veleidades de competir con nosotros.”
Es evidente la alusión a la República Argentina. Según Ribeiro, la línea de Tordesillas
pasaba por el meridiano de Laguna, de modo que el sector antártico brasileño se
extendería desde allí hasta el meridiano que pasa por la parte más oriental del archipiélago
de Fernando de Noronha, los meridianos 34° a 49° Oeste. Sobre las reclamaciones
territoriales en ese espacio, opinaba el conferenciante que su país y Rusia eran las únicas
naciones con derechos incuestionables. Mencionaba a Rusia, señalando el hecho de que
uno de sus almirantes, Bellingsausen, había “descubierto” la Antártida en enero de 1821.
En cuanto a la Argentina y Chile, cuestionaba sus derechos antárticos porque
representaban la fragmentación de la América española, mientras que Brasil en cambio,
había heredado íntegramente la América portuguesa.
Contemporáneamente con la conferencia del profesor Ribeiro, se realizó un trabajo
sobre la Antártida en la Escuela Superior de Guerra del Brasil, en el que se consideró el
aspecto estratégico, afirmándose en una parte lo siguiente: “En una guerra total aéreo-
nuclear, el Ártico podría ser el campo de batalla aérea decisivo y el Antártico la última base
y la zona de retaguardia vital de las comunicaciones marítimas y aéreas circunterrestres de

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los occidentales; esto da fueros de veracidad al lema estratégico del futuro: ‘Quien domine
los polos dominará al mundo’”.
En el informe final del trabajo se hacían consideraciones sobre las posibles razones
del Brasil para una reclamación antártica, descartándose las de orden histórico basadas en
la línea de Tordesillas, ya que Brasil se había extendido al oeste de esa línea. En cuanto a
los intereses económicos, eran reales, pero se estimaba inoportuna su mención por cuanto
el país nunca había estado presente en la Antártida, de modo que sería poco honesto
pretender allí beneficios económicos, “por lo que hay que ser prudentes” afirmaba; “la
única razón que se puede invocar es la SEGURIDAD NACIONAL. Hasta los extranjeros
consideran al Brasil el país del futuro. Nadie duda de que nuestra rica tierra se
transformará, tarde o temprano, en una gran potencia. ¿Cuál sería pues, la situación
estratégica del Brasil, encuadrado por el norte y por el sur, por poderosas bases aéreas y
navales? ¿Convendría al Brasil que Chile y sobre todo Argentina, aumenten
sustancialmente sus potenciales nacionales, por la anexión de nuevos territorios tan
promisorios?”. En otra parte del trabajo, en la que se aconsejaba la “línea de acción y
medidas propuestas”, se concluía: “Por el momento es oportuno no reconocer, en lo
posible, oficial y públicamente, los derechos de posesión de cualquier país sobre la
Antártida, reservándose los derechos de libre acceso a aquellas regiones y de defender sus
intereses en las mismas, a fin de que oportunamente, reclamar la parte con que se crea con
derecho. Basta de complejos de subdesarrollo”.
Siete países habían efectuado reclamos territoriales sobre la Antártida a mediados
del siglo XX, a saber: Gran Bretaña, Nueva Zelandia, Australia, Noruega, Francia, Chile y
Argentina, de las cuales tres se superponían: Argentina, Chile y Gran Bretaña. El sector
reclamado por Chile va de los 53° Oeste a los 90° Oeste, prolongándose hasta el territorio
continental chileno. Gran Bretaña reclamaba dos sectores: entre 20° Oeste y 50° Oeste,

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cerrado por el paralelo de 50° Sur, y 50° Oeste a 90° Oeste, cerrado por el paralelo 58° Sur.
Pero, después de la firma del Tratado Antártico, ese sector sería dividido en dos, el
antártico entre los meridianos 20° Oeste y 80° Oeste y el paralelo 60° Sur, correspondiendo
el restante al norte del paralelo 60° Sur a las Dependencias de las Malvinas.

La explotación ballenera

Mientras los gobiernos de los países con intereses antárticos estudiaban la situación
elaborando secretos planes de acción, y los científicos y técnicos proseguían con
entusiasmo su silenciosa y, por lo tanto, ignorada tarea, los comerciantes hacían su agosto.
Cerca de veinte flotas balleneras operaban en los mares antárticos en la temporada 1950-
1951: nueve noruegas, cuatro británicas, dos japonesas, una soviética, una holandesa y
una perteneciente a la nueva empresa “Olimpia Whaling”, integrada por capitales de
diversa procedencia y dirigida por el noruego Lars Andersen, conocido como el “Rey de los
Balleneros”, radicado en Alemania después de abandonar su patria al ser multado con
140.000 dólares por haber colaborado con los alemanes durante la guerra. Todas esas
flotas estuvieron activas en las siguientes temporadas y, en el verano de 1954-1955, operó
también la flota cazaballenas de Aristóteles Onassis. Ese año, al parecer, el negocio fue
muy rendidor pues el precio del aceite estuvo en suba, pagándose —en operaciones al
contado— hasta noventa libras la tonelada que, en la temporada anterior, había costado
alrededor de setenta.
El hombre avanzaba sobre Antártida; pronto sería necesaria una definición; la
entrada en escena de un nuevo protagonista, la Unión Soviética, brindaría la oportunidad.
El Año Geofísico Internacional, la más ambiciosa y fructífera experiencia de la ciencia en

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Antártida, allanaría el camino hacia una solución materializada en el Tratado Antártico. Con
él comienza una nueva etapa de la historia antártica, la de la cooperación internacional,
durante la cual y hasta hoy, se ha preservado a la Antártida de las controversias
internacionales.

El Año Geofísico Internacional (A.G.I.)

Un acontecimiento de gran trascendencia para la ciencia mundial comenzó a


gestarse cuando promediaba el siglo XX. Un vasto plan de cooperación científica fue
elaborado por especialistas en meteorología, geomagnetismo, auroras, ionósfera, actividad
solar, radiación cósmica, glaciología, oceanografía, información por medio de satélites y
cohetes, sismología y gravimetría, comunicaciones y logística. El Congreso Internacional de
Uniones Científicas tuvo a su cargo la coordinación de las tareas por medio de un comité
especial. Así fue cómo se programó realizar, durante los años 1957 y 1958, las mismas
observaciones que anteriormente se habían realizado durante los años polares, pero
ampliándolas ahora a todos los rincones de la Tierra. Se realizaron conferencias
preparatorias en Roma, París, Bruselas y Barcelona entre los años 1954 y 1956. De esta
manera se gestó el Año Geofísico Internacional, con el que se inició la etapa de la
cooperación internacional coordinada para la investigación del casquete polar austral, cuya
culminación en el campo político fue el Tratado Antártico.
El A. G. I. comenzó en el medio antártico a principios de 1957 (aunque oficialmente
se menciona la fecha 1º de julio de ese año) y finalizó el 31 de diciembre de 1958. Durante
ese lapso funcionaron 55 observatorios en el Antártico e islas subantárticas, contándose

39
entre ellos los de nuestro país, que igual que los chilenos y británicos operaban con
anterioridad en aquellas latitudes.
Los países participantes en las tareas en la región austral de nuestro planeta fueron:
Argentina, Australia, Bélgica, Chile, Francia, Japón, Nueva Zelandia, Noruega, Sudáfrica,
Reino Unido, Estados Unidos y Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas. Todos ellos
integraron el S. C. A. R. (Comité Especial de Investigaciones Antárticas) y fue después del A.
G. I. que, en 1959, firmaron el Tratado Antártico.
Más de sesenta países y treinta mil científicos trabajaron en ese emprendimiento en
todo el mundo, con investigaciones y estudios desde diversas estaciones de observación.
Uno de los más importantes aportes del A. G. I. en el Antártico fue la revelación de
que, debajo del gran manto de hielo y nieve, el continente está fraccionado en islas, siendo
una de ellas la península Antártica. En cuanto a la meteorología polar austral, se pudo
completar el primer censo; esta información favoreció el conocimiento de las incidencias
del clima antártico en el hemisferio austral.

El Tratado Antártico

En 1949 el Gobierno de los Estados Unidos propuso a los países con intereses
antárticos someter la región austral a la administración de las Naciones Unidas, propuesta
que fue rechazada por algunos países —entre ellos el nuestro— por su evidente intención
de internacionalizar el helado continente.
Pero la iniciativa estadounidense tuvo un desenlace inesperado al provocar la
reacción de una potencia sin más antecedente antártico que la expedición de
Bellingshausen en 1821. El 6 de julio de 1950, la Unión Soviética comunicó que no admitiría

40
ninguna solución antártica en cuya tramitación ella no hubiera intervenido. Era otra acción
de la guerra fría, que en aquel entonces se desarrollaba entre ambas superpotencias.
Felizmente, el problema fue superado; la realización del A. G. I. posibilitó el ingreso de
nuevos países a la investigación antártica, entre ellos la Unión Soviética.
Concluido aquel programa internacional el 31 de diciembre de 1958, Moscú
comunicó que sus científicos continuarían en la Antártida hasta finalizar los estudios
iniciados. Ante tal situación, el gobierno de los Estados Unidos convocó a una reunión en
Washington en mayo de 1959 para solucionar el problema antártico y el 1º de diciembre
de ese año los doce países que habían intervenido en el A. G. I., Argentina entre ellos,
firmaron el Tratado Antártico que entró en vigencia el 23 de junio de 1961, para toda la
región situada al sur de los 60º de latitud Sur, excepto la alta mar sujeta al derecho
internacional. Las principales disposiciones del Tratado son: no militarización, libertad de
investigación científica, establecimiento de un statu quo ante en lo referente a
reclamaciones territoriales, prohibición de ensayos nucleares y eliminación de desechos
radiactivos.
El gran aporte de este instrumento jurídico es que asegura la cooperación científica
internacional y el carácter estrictamente científico de las tareas que realizan los estados
contratantes, para lo cual se establece el principio de la inspección recíproca.
El sistema del Tratado es innovador en muchos aspectos. Precedió en ocho años al
de 1967 sobre utilización pacífica del espacio ultraterrestre, la Luna y otros cuerpos
celestes. Fue anterior en cuatro años al Tratado de Moscú de 1963 que prohibió los
ensayos nucleares, con la diferencia de que la prohibición por el Tratado Antártico es
mucho más amplia, pues creó un sistema de observación internacional, tema que, referido
a otras latitudes, lleva años de discusiones en el Comité de Desarme de Ginebra.

41
La aplicación del Tratado Antártico se realiza por medio de recomendaciones
adoptadas en reuniones consultivas periódicas, que deben ser luego aprobadas por
unanimidad por las partes contratantes para que puedan entrar en vigencia.
En lo referente a la posición sostenida por los estados que han fijado sectores en la
Antártida y por aquellos que no reconocen reclamos territoriales, el Tratado se limita a
señalar su existencia y a indicar que dicha posición no se verá afectada por su vigencia,
pero que tampoco podrán crearse nuevos derechos de soberanía a partir de ella. Esto es
favorable a los estados que, como la Argentina, poseen títulos anteriores a la ratificación
del citado instrumento jurídico internacional.
La firma por nuestro país del Tratado Antártico no afecta ni modifica el oportuno
reclamo de soberanía hecho por la nación sobre su sector; nada hay en su articulado que
los países no hubieran podido hacer libremente sin él. Cualquier otra modificación está
sujeta a control recíproco y no genera derechos de ninguna otra parte.
El Tratado Antártico une a los países que ejercen actividades antárticas guiados por
el acuerdo básico de utilizar la zona con fines pacíficos; su confiabilidad es cada vez mayor
y las Partes del Tratado representan un setenta por ciento de la población mundial.
Recomendaciones y convenciones complementan el Tratado, como ser la
Convención para la Conservación de Focas Antárticas (1972), la Convención para la
Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (1982) y la Convención para la
Regulación de las Actividades sobre Recursos Minerales Antárticos (CRARMA) (1988) —si
bien esta última fracasó por la negativa de Francia y Nueva Zelandia a ratificar la
Convención, finalmente se logró el acuerdo tres años después al adoptarse el Protocolo de
Madrid—.

42
Protocolo de Madrid

El 4 de octubre de 1991, las partes adoptaron en Madrid el Protocolo al Tratado


Antártico sobre Protección del Medio Ambiente, en el que se establece un régimen global
de obligaciones jurídicas, destinado a garantizar que las actividades que se realicen en la
Antártida respeten el medio ambiente. Por el artículo 2° “las partes se comprometen a la
protección global del medio ambiente antártico y los ecosistemas dependientes y asociados
y, mediante el presente Protocolo, designan a la Antártida como reserva natural,
consagrada a la paz y a la ciencia”.
En cuanto a los recursos minerales, el artículo 7° determina: “Cualquier actividad
relacionada con los recursos minerales, salvo la investigación científica, estará prohibida”.
Esto es importantísimo, no sólo por lo que atañe a la conservación del medioambiente
antártico, que se vería alterado por actividades de explotación minera, sino también
porque las actividades comerciales –que tal implicaría la explotación minera– con el
consiguiente secreto de las empresas para evitar la competencia, terminarían con la
libertad y el intercambio de información científica que ampara el Tratado Antártico.

El Año Internacional del Sol Quieto (A. I. S. Q.)

Como un complemento del A.G.I., se realizó un nuevo programa de cooperación


científica internacional entre el 1º de enero de 1964 y el 31 de diciembre de 1965. Su
objetivo era la realización de estudios geofísicos en una época de escasa actividad solar
(como la del período señalado), para el mejor aprovechamiento de los datos

43
correspondientes a las relaciones entre el Sol y la Tierra, que habían sido obtenidos en una
época de máxima actividad solar, la del A.G.I.
El programa fue denominado Año Internacional del Sol Quieto (A. I. S. Q.) y
participaron en él 64 países, entre ellos la Argentina. Se hicieron estudios de meteorología,
geomagnetismo, auroras y luminiscencia del aire, ionósfera, actividad solar, radiación
cósmica, investigación espacial y aeronomía 1.

Sucesos mundiales

Entre 1830 y 1850, paralelamente con el auge de las nuevas ideas políticas liberales
y nacionalistas, se desarrolló en Europa un nuevo movimiento cultural, el romanticismo,
que se manifestó principalmente en las artes y las letras.
En Francia, con Luís Napoleón III se inició el Segundo Imperio Francés, que concluirá
en 1870 con la guerra franco prusiana.
En la segunda mitad del siglo XIX, se produjo un gran progreso científico-técnico que
dio lugar a la Segunda Revolución Industrial. La siderurgia, el ferrocarril, el automóvil, el
buque a vapor, el teléfono, el telégrafo, la fotografía y el cine son algunas de las novedades
de la época. Aparecieron nuevas ideologías político-socio-económicas: el socialismo, el
anarquismo y el sindicalismo. A partir de 1870 Europa entró en un período de paz, con
grandes tensiones entre la Triple Alianza y la Triple Entente; era el período de la “Paz
Armada”.
Se consolidaron las grandes potencias que concretaron su expansión en Asia y África,
iniciándose el apogeo del colonialismo. Los Estados Unidos comenzaron su ascenso con su
1
Nota editorial. Aeronomía es la ciencia que estudia las capas superiores de la atmósfera, donde los fenómenos de
ionización y disociación son importantes.

44
influencia en la América Hispana y en las Filipinas, después de la guerra con España en
1898.
Y ya en los primeros años del siglo XX, Europa fue sacudida por la Primera Guerra
Mundial, a cuyo fin —y como consecuencia de ella— surgieron nuevos movimientos
políticos que enfrentaron a la democracia liberal occidental: el socialismo soviético en
Rusia, el fascismo en Italia y el nacionalsocialismo en Alemania, iniciándose un proceso que
finalmente llevó al estallido de la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945.
Entre los adelantos científicos, se destacan la radio (los esposos Curie), la vacuna
antivariólica (Pasteur), los estudios preliminares del físico alemán Albert Einstein sobre
radiactividad y del neocelandés Ernest Rutherford sobre desintegración del átomo.

Otros acontecimientos significativos de esta etapa son:


1905: Guerra ruso-japonesa.
1914-1918: Primera Guerra Mundial.
1917: Revolución comunista en Rusia. La influencia cultural francesa caracteriza el período
denominado la Belle Epoque. En arquitectura surge el art nouveau y en música el auge de
la ópera.
1922: Benito Mussolini inicia el régimen fascista en Italia.
1931: Se implanta la república en España.
1932: Adolf Hitler inicia el régimen nacionalsocialista en Alemania.
1935: Italia invade Etiopía.
1936-1939: Guerra Civil en España.
1939-1945: Segunda Guerra Mundial.
1945, agosto 6 y 7: Los norteamericanos arrojan bombas atómicas sobre Hiroshima y
Nagasaki.

45
1946: Guerra en Indochina. Guerra fría entre las superpotencias.
1947: Independencia de la India y Pakistán.
1948: Nacimiento del Estado de Israel. Surge la República Federal Alemana.
1949: República Democrática Alemana. República Popular China.
1950-1953: Guerra de Corea.
1959: Fidel Castro inicia el régimen socialista en Cuba.
1962: Asesinato de John F. Kennedy

46
Capitulo VI

EL TIEMPO DE LOS ARGENTINOS

Los argentinos en la primera mitad del siglo XIX. Luz roja en la economía. La reacción
local. La inquietud marítima.

El 29 de Julio de 1809, en medio de un desbordante entusiasmo popular, hizo su


entrada en Buenos Aires el nuevo virrey designado por la Junta Central de Sevilla, teniente
general de la Real Armada Baltasar Hidalgo de Cisneros y la Torre Ceijas y Jofré, caballero
de la Orden de Carlos III.
Le esperaban momentos difíciles pero mientras tanto, ignorante de su incierto
futuro, debía resolver importantes asuntos, entre otros la apertura del puerto al comercio
inglés. Esto se hizo con carácter transitorio y con ciertas limitaciones en defensa del interés
y de los comerciantes locales, a quienes los británicos deberían vender sus mercancías.
Fernández de Agüero, miembro del Consulado, había expresado su opinión contraria a ese
comercio que, lejos de producir beneficios, acarrearía un gran perjuicio pues los
extranjeros venderían sus productos a menos del costo hasta copar el mercado,
imponiendo luego el precio a su voluntad; por otra parte, nuestras incipientes industrias
locales (artesanías) no podrían competir con las fábricas británicas y terminarían por
desaparecer. Fue una profecía, tal cual sucedió.
De todos modos, el virrey puso sus límites al intercambio. Pero después de 1811 los
ingleses ya pudieron vender ellos mismos sus mercaderías directamente al consumidor,

47
mientras balleneros, foqueros y loberos del hemisferio Norte exterminaban nuestras
riquezas marinas en el Sur, provocando las protestas del coronel José Gascón y la reacción
de los miembros del Consulado porteño, Pedro Capdevila y Juan Pedro Aguirre, quienes se
quejaron por la ruina del comercio local, la evasión de metálico y el monopolio extranjero.
Todo esto salió al tapete durante el debate económico de 1815, poniendo de
manifiesto una saludable reacción nacional que encontraría eco en la gestión del Director
Supremo Juan Martín de Pueyrredón, bajo cuyo mandato se dictaron medidas a favor del
comercio marítimo local. Por ejemplo, la resolución de 1817 eximía a los buques menores
de treinta toneladas del pago de derecho de practicaje y boleta sanitaria, “ya que es un
deber del gobierno y de utilidad al país animar con fomento el comercio marítimo”. Ese
mismo año se dictaron otros decretos reglamentando la recepción de la correspondencia
llevada en barcos al puerto de Buenos Aires, estableciendo un fondeadero para buques
menores en el puerto de Las Conchas, autorizando al resguardo para proceder a la vista de
los buques, disponiendo que la Aduana no abriría ni cerraría registro sin determinarse
antes el puerto al que se encaminaba el buque solicitante, estableciendo la visita de los
barcos que pasaran por Martín García, prohibiendo el desembarco de mercaderías bajo el
pretexto de tránsito o trasbordo, etcétera.

Primera división política que incorpora tierras polares; el decreto del 10 de junio de 1829

La intensa actividad de los foqueros europeos y norteamericanos en las aguas


jurisdiccionales argentinas era conocida en Buenos Aires y, pese a encontrarse el gobierno
empeñado en otras tareas (vinculadas con la estabilización del estado) decidió ejercer el
control efectivo de las tierras y mares australes. Para ello, creó la primera demarcación

48
política que incluía las tierras polares. Con fecha 10 de junio de 1829, el gobierno de
Buenos Aires creó la Comandancia Política y Militar de las Islas Malvinas y adyacentes al
Cabo de Hornos.
Las islas “adyacentes al Cabo de Hornos” son a todos los vientos o rumbos, “incluso
la que se conoce como Isla de Tierra del Fuego” dice el decreto. La Isla Grande de Tierra del
Fuego rodea al Cabo de Hornos, pero no es adyacente si se entiende por tales a las
contiguas inmediatas, ya que las separa un grupo de islas importantes como Hoste y
Navarino. El término “las que rodean” es entonces omnicomprensivo y abarca un área no
indefinida, pero sin delimitación precisa. Esa delimitación tiene que estar dada
necesariamente por el conocimiento geográfico del tiempo. La afirmación no es
aventurada, ya que está confirmada por otros parámetros que dan la real latitud de esta
demarcación política. El gobierno de Buenos Aires tenía noticias de la existencia de las islas
próximas al Polo Sur, donde ya se realizaba la explotación irracional de la foca. Así lo
prueba el documento del Consulado de Buenos Aires autorizando la concesión a Juan
Pedro Aguirre.

Luis Piedra Buena en la Antártida

Nació Miguel Luis Piedra Buena el 24 de agosto de 1833 en la ciudad de Carmen de


Patagones, a orillas del Río Negro, en la provincia de Buenos Aires. Fue evidente desde
pequeño su vocación marinera, viajó con el consentimiento paterno a los Estados Unidos
para hacer la carrera naval, y regresó después de cinco años con los conocimientos
técnicos habilitantes para su carrera, que inició cuando el comerciante William Horton
Smiley lo invitó a integrar la tripulación de su buque John E. Davison para la caza de la foca

49
y la ballena. En agosto de 1848, el Davison comenzó una operación en el mar austral y
(cuando el estado de los hielos lo permitía) también en el mar antártico, que frecuentó
hasta 1852.
En una de sus expediciones antárticas fue designado por Smiley para reconocer una
parte de la costa de la península. Cuando realizaba esta tarea debió sobrevivir a una
encerrona de los hielos que duró casi treinta días y con escasos recursos; esto ocurrió en
las proximidades de la isla Belgrano, en el mar de Bellinghausen. En 1867, realizó su última
expedición antártica, durante la cual y con dos pequeños barcos de su propiedad, el Espora
y la lancha Julia, navegó para cazar focas en la Antártida.

Los foqueros del Río de la Plata descubren islas antárticas. El almirante Brown navega
cerca del Círculo Polar.

En el final del siglo XVIII, la actividad foquera se intensificó considerablemente con


los descubrimientos de las islas de San Pedro y Aurora. La foca de doble pelo (foca
peletera) 2, muy preciada en los mercados orientales, trajo al extremo austral americano
una verdadera horda de aventureros, ávidos de pronta riqueza. Foqueros rioplatenses y
del hemisferio norte, donde ya menguaban los cazaderos por la irracional explotación,
compitieron en la caza marina en las costas patagónica y fueguina, favorecidos por la falta
de medios de las autoridades virreinales para una efectiva vigilancia. Tras las presas, a
medida que éstas mermaban en la zona patagónica-fueguina, remontaron latitudes, hasta
las islas de San Pedro primero y hasta las Shetland después.

2
Nota editorial: se refiere al lobo marino de dos pelos (Arctocephalus australis).

50
El almirante Guillermo Brown, marino del Río de la Plata, inició en septiembre de
1815 un viaje en corso hacia el Pacífico para hostigar a los españoles; iba al mando de la
fragata Hércules, en conserva con el bergantín Trinidad. Llevado por un temporal, navegó
por el mar antártico, y relató así el acaecimiento: “Después de doblar el Cabo de Hornos y
experimentar las tempestades frecuentes en aquellos mares y de llegar a los 65º, en cuya
latitud el mar se torna muy benigno, con un horizonte despejado y sereno, y sin hielo, vimos
signos indicativos de no estar muy distantes de tierra”. Esta anotación de la bitácora,
permite afirmar que los marinos del Río de la Plata, sabían ya de la existencia de las tierras
polares.

Primer acto de soberanía en tierras polares: la concesión a Juan Pedro Aguirre. Los
buques foqueros

Como vimos, ya en las primeras décadas del siglo XIX, buques argentinos surcaban
las aguas australes en procura de las codiciadas pieles de pinnípedos, que en la centuria
del setecientos habían sido el imán que atraía a balleneros, foqueros y loberos del Norte (a
tal punto que había llegado a preocupar a la corona española, por el peligro que esa
presencia significaba en sus lejanas y desamparadas costas).
De esa actividad de nuestros antepasados han quedado suficientes pruebas en el
Archivo General de la Nación, de donde han salido a la luz por obra del meritorio equipo de
investigadores del Instituto de la Producción, de la Facultad de Ciencias Económicas de la
Universidad de Buenos Aires, dirigido por el Dr. Lorenzo Dagnino Pastore, que produjo un
enjundioso trabajo publicado por ese Instituto bajo el título “Cronología de los viajes a las
regiones australes”. Tampoco podemos dejar de nombrar a otro investigador, cuyo

51
nombre es familiar para aquellos que frecuentan la sala del cuarto piso de la Av. Leandro
Alem 249 y cuyos hallazgos, de significativo valor, han sido divulgados por el Dr. Ernesto J.
Fitte. Nos referimos a Julio A. Benencia. Nosotros, por nuestra parte, hemos recurrido a las
fuentes documentales citadas por ellos.
Así es cómo hemos tenido noticias de la empresa pesquera iniciada por el síndico del
Consulado de Buenos Aires, don Juan Pedro Aguirre, que en 1818 solicitaba permiso para
la caza de lobos marinos “en alguna de las islas que en la altura del Polo del Sud de este
continente se hallan inhabitadas”, solicitud que tuvo resolución favorable, según consta en
el acta de la sesión consular del 25 de agosto de aquel año. Si bien aún no hemos hallado
una noticia concreta referente a las actividades de la sociedad de Juan Pedro Aguirre,
tenemos sin embargo la evidencia de tal empresa, pues los registros de aduana de la época
mencionan la corbeta nacional Pescadora de Juan Pedro Aguirre y el bergantín argentino
Director del mismo Aguirre, que hacía viajes a “Patagónicas”, vaga denominación de la
época, de donde solía venir cargado de aceite de lobo. Al parecer, la empresa funcionó,
aunque falta aún la prueba de los viajes a la Antártida o “islas inhabitadas del Polo Sur”,
prueba que ya se tiene en otros casos.
Tal es el tema del foquero matriculado en Buenos Aires y bautizado Spíritu Santo.
Gracias a la obra del norteamericano Edwin Swift Balch, titulada “Antarctica Addenda”
sabemos que operaba en las Shetland del Sur y —según parece— antes que los foqueros
extranjeros. El relato hecho por el piloto del buque foquero Hersilia es el siguiente:
“En 1818, Nathaniel Brown Palmer era el segundo a bordo del Brig 3 Foquero
“Hersilia”, lo comandaba el capitán Sheffield, que iba a cazar focas en las
cercanías del Cabo de Hornos. En el curso de este viaje, Palmer fue dejado con un
hombre en una de las islas Malvinas, para obtener provisiones, en tanto que el

3
Nota editorial: Bergantin, en ingles en el original.

52
Brig iba a buscar las legendarias Aurora. Poco después de la partida del Brig, el
Spiritu Santo, de Buenos Aires, llegó a la vista de la isla y el joven Palmer,
piloteando este buque hasta el ancla, supo que iba con destino a un lugar donde
se encontraban millares de focas, pero que su capitán no quería divulgar. Tres
días más tarde, el Hersilia regresó, y Palmer refirió el hecho a su capitán,
aconsejándole seguir al Spiritu Santo y descubrir su cazadero. El capitán
Sheffield, que tenía gran confianza en su segundo, le escuchó, y pocos días
después descubrió las Shetland del Sur, desconocidas por esta época en la
América del Norte. El Spiritu Santo estaba anclado allí y su tripulación quedó no
poco sorprendida al ver llegar al Brig; pero su admiración por la habilidad de
Palmer fue tal, que ellos mismos contribuyeron al cargamento del Brig, que
regresó a Stonington con diez mil pieles de las más hermosas”.
Indudablemente esa gran sorpresa y esa admiración despertada por Palmer en los
tripulantes del Spiritu Santo, que los impulsó a colaborar con los norteamericanos, es una
evidencia más que suficiente de que no estaban acostumbrados a ver llegar a extraños a
ese lugar, que era de su exclusiva competencia. La época del relato es el verano de 1819;
en el siguiente verano de 1820, una escuadrilla foquera norteamericana de cinco
embarcaciones bajo el comando del capitán Pendleton y con Palmer entre sus pilotos, se
halló operando en el mismo lugar.
Otro de los buques foqueros de Buenos Aires contemporáneo del Spiritu Santo (que
posiblemente también frecuentaba aquellas latitudes australes) era la polacra San Juan
Nepomuceno. Matriculada por su dueño Marcos Pagliano en Buenos Aires el 21 de octubre
de 1817, hizo frecuentes viajes a “Patagónicas” con el capitán Pedro Nelson, trayendo
cargamentos de cueros de lobos consignados a su dueño, Marcos Pagliano. Alternó con
Pedro Nelson en la conducción de la polacra durante 1818 el capitán Juan Tedblon. A partir

53
del 23 de agosto de 1819 la embarcación tuvo como nuevos dueños a Adan Guy y Carlos
Timblón; capitaneada por este último, entró en el puerto de Buenos Aires el 22 de mayo de
1820 con un cargamento de catorce mil cueros de lobos. Si bien no traía cueros de focas
(lo que sería la prueba evidente de una operación en aguas antárticas) la enorme cantidad
de cueros llama la atención.
Nada difícil sería que estos foqueros argentinos de comienzos del siglo XIX hubieran
conocido las rutas a las “islas inhabitadas del Polo del Sud” a través de sus antecesores
españoles, que seguramente las recorrieron con el mismo fin. Nos induce a tal conclusión
no sólo la intensa actividad pesquera en el Atlántico sur en la segunda mitad del siglo XVIII,
sino también las comprobaciones sobre embarcaciones balleneras españolas que hemos
hecho en el Archivo General de la Nación.
Por ejemplo, hemos localizado en legajos de la Sección Comerciales la existencia de
la fragata Nuestra Señora de los Dolores, dedicada a la caza de ballenas por cuenta de su
dueño Francisco Medina y capitaneada en 1784 por Tomás de Juaná. En legajos de la
Sección Guerra y Marina, hemos comprobado que en 1801 figuraban matriculados en
Buenos Aires los bergantines Ballena y Lobo Marino, nombres que por sí solos ya nos dan
un indicio sobre la actividad de esas embarcaciones.
Y con relación al tema que tratamos, es oportuno recordar un testimonio
ratificatorio e inobjetable por la nacionalidad y autoridad de su autor, el Dr. Juan Bautista
Charcot, que realizó dos expediciones antárticas a principios del siglo XX, cuando aún no
existían planteos firmes sobre cuestiones de soberanía en las tierras polares. Dijo el Dr.
Charcot: “Ningún documento me ha permitido decir quién ha descubierto propiamente
hablando, la isla en la que nos encontramos, ni quién la ha podido bautizar tan
impropiamente, a mi parecer, con el nombre de Decepción, porque no lo ha sido para
nosotros, como tampoco lo es para todos aquellos navegantes de estas regiones, que están

54
seguros de encontrar en ella un buen abrigo, tan raro en el Antártico [….]. No estoy lejos de
creer que era conocida de los españoles, o hablando más propiamente de los antepasados
de los actuales argentinos [….] ¿No correspondería bautizar por lo menos ese sector
marítimo con el nombre del barco argentino que primero lo haya navegado y hasta tanto
no aparezca en algún archivo de Buenos Aires el de su descubridor?”
Volviendo a nuestro pasado más inmediato, digamos que, tras los intentos de Julio
Popper para instalar un establecimiento de pesca antártica —frustrado por su
fallecimiento—, y de Luis Neumayer —cuyo desenlace aún ignoramos— a fines del siglo
XIX, encontramos nuevamente la presencia argentina en la competencia comercial en el
Antártico recién en 1904, con el establecimiento de la Compañía Argentina de Pesca S. A.
en Grytviken, isla San Pedro, de las Georgias.

La acción precursora de Estanislao S. Zeballos y el Instituto Geográfico Argentino

Hacia el año 1879, bajo la firme conducción del presidente Nicolás Avellaneda, el
país continuaba su marcha ascendente hacia un nuevo destino venturoso. La economía
nacional, superada la seria crisis de 1873-1875, ofrecía un panorama alentador; la cultura,
favorecida por una pléyade destacada de científicos y artistas, manifestaba su auge con la
aparición de nuevos institutos, museos y academias. Surgió entonces en ese año, por obra
del Dr. Estanislao S. Zeballos, el Instituto Geográfico Argentino, que habría de ser la
entidad señera del interés argentino en la Antártida.
Giacomo Bove, oficial de la Marina Real Italiana que había participado en la exitosa
expedición sueca al Polo Norte, proyectó hacia 1880 una expedición antártica que no
interesó al gobierno italiano (que por entonces estaba ocupado en el África, donde ya

55
había comenzado la competencia europea) por lo que el marino se puso en contacto con el
Dr. Zeballos, quien acogió con entusiasmo el proyecto logrando interesar vivamente a sus
colegas del Instituto, los que inmediatamente se movilizaron ante las autoridades
nacionales y la colectividad italiana, para obtener tanto la aprobación gubernamental para
la empresa como el apoyo material necesario.
Bove propuso al Instituto que se diera a su empresa el carácter de Expedición
Científica Argentina al Antártico. Siendo prioritario perfeccionar el conocimiento
geográfico de la zona austral por el reciente tratado de límites con Chile, nuestro gobierno
modificó el proyecto de Bove, suprimiendo la etapa antártica al encuadrar los objetivos en
una ley de octubre de 1880, que ordenaba el estudio hidrográfico de las costas australes
para su mejor conocimiento y señalización.
Así se realizó la Expedición Austral Argentina de 1881, con la comandancia militar de
Piedra Buena, secundado por el capitán Edelmiro Correa, delegado del Instituto Geográfico
Argentino, y la dirección científica de Bove. La expedición fue exitosa, pero quedó
postergado el proyecto antártico.
No obstante, ya estaba sembrada la semilla que germinó en suelo fértil: el Instituto
Geográfico Argentino, y así continuó Zeballos con su prédica a favor de nuestra presencia
polar. Cuando en 1882 el profesor Bachmann de la Universidad de Córdoba, propuso al
Instituto Geográfico Argentino la realización de una expedición para establecer bases en
distintas áreas de la Antártida, el proyecto recibió la misma cálida acogida que el del
teniente Giacomo Bove.
Según Bachmann, la expedición debía tener carácter internacional y realizar
observaciones simultáneas de los diversos fenómenos físicos y de la naturaleza en diversos
lugares, para establecer así los principios que rigen las grandes leyes de la meteorología y
la gravimetría en el hemisferio Sur. Bachmann estimaba necesario que el país estableciera

56
las bases correspondientes a su sector, ofreciéndose para dirigir personalmente alguna de
ellas; de tal manera quedaba determinado el liderazgo argentino en la Antártida. En su
proyecto el interés científico se conjugaba con el nacional, en total correspondencia con
Zeballos.
Lamentablemente, la carencia de medios impidió la realización del segundo proyecto
de expedición antártica argentina, por lo que Zeballos dijo durante una alocución a los
cadetes de la Escuela Naval en 1884: “Si nos alejamos más al Sud todo es un misterio […]
Apenas si se cuenta con una docena de viajeros ilustres, que alejándose más allá de las
latitudes de la Tierra del Fuego, más allá todavía de las islas de South Shetland y de las
tierras de Graham, han logrado entrever, como un sueño en la noche de los mares, la
silueta de un Continente Austral, que invade el mar polar en pos de cuyas tierras ignoradas
el Instituto ha pretendido lanzar una nave sin poderlo conseguir por el fatal enervamiento
de nuestro país en punto a la navegación”.
Continuó firme en los años sucesivos la inquietud polar del Instituto Geográfico. Fue
así que en 1896, presidiendo el organismo científico el Dr. Francisco Seguí, y bajo sus
directivas, un grupo de estudiosos proyectó una expedición científica a las islas Shetland
del Sur, “con el propósito de propender al conocimiento de la geografía nacional”, y en
consecuencia solicitó al Poder Ejecutivo Nacional que se destacara una nave de la Armada,
proponiendo la cañonera Uruguay, afirmando entre otros conceptos “que el desarrollo
creciente de la República exige ya el afianzamiento de su dominio efectivo sobre todos los
puntos respecto de los cuales le asiste un derecho incontestable”.
Analizó luego las posibilidades económicas para explotar los minerales que afloran
en los espacios sin hielo y contempló una faz humanitaria que tampoco registra
antecedentes en la historia antártica: “y la razón política y humanitaria que nos obliga a la
toma de posesión de esas islas que están indicadas como punto de descanso y recuperación

57
de los buques corridos por las tempestades del Cabo de Hornos”, es decir, establecer en las
Islas Shetland del Sur un puerto de salvamento para los buques que transitaban la
peligrosa ruta del Cabo de Hornos.
Tuvo la petición trámite favorable en el Ministerio de Marina, porque accedió a
destacar la corbeta —entonces cañonera— Uruguay, que sería comandada por el capitán
Guillermo Núñez. Sin embargo, el Instituto sufriría una nueva frustración en su empeñoso
intento, pues la expedición no se realizó; se ignoran las causas del impedimento, pero para
el buque sólo significó una postergación de lo que al parecer era su destino polar, ya que
siete años más tarde la Uruguay protagonizaría una verdadera hazaña en el mar antártico,
donde tendría una trajinada carrera de varios años.

Los petitorios de Popper y Neumayer. El pensamiento del almirante Solier y algunos


actos administrativos de soberanía antártica

Con fecha 6 de mayo de 1892, el ingeniero rumano Julio Popper (dueño de un


lavadero de oro en El Páramo, sobre la costa noreste de la Isla Grande) solicitó al
Ministerio del Interior autorización para fundar en la Antártida una factoría ballenera y
foquera. Después de referirse al agotamiento de las poblaciones de anfibios por la acción
de marinos de diversas banderas “que seguían considerando res nullius aquellas aguas del
litoral argentino”, concluía afirmando que no pedía para su empresa más primicias “que las
que resultan de la estricta observación de los preceptos constitucionales argentinos, sobre
todo lo que se refiere a la propiedad particular”. Julio Popper reconocía así el dominio y la
jurisdicción del gobierno argentino sobre los territorios polares. El petitorio no tuvo

58
resolución por el prematuro fallecimiento del peticionante, ocurrido el 5 ó 6 de junio de
1893.
Promediando 1894, Luis Neumayer, ciudadano argentino por adopción, solicitó
también al Poder Ejecutivo Nacional autorización para explorar la hasta entonces
desconocida tierra de “Grand” (sic), comprometiéndose a entregar al gobierno los estudios
que allí realizaría.
Igual que Popper, Neumayer reconoce la jurisdicción nacional sobre esa zona polar,
al afirmar que su labor importaría también conveniencias políticas y económicas para la
nación por la cuestión de límites con Chile y la posesión que pudieran tomar otras
naciones, por lo que estima conviene también que, bajo un punto de vista patriótico, se
conozcan esas tierras “bajo el amparo de la bandera a la que pertenecen; por otra parte
esas extensas zonas desconocidas e inexploradas pueden dar lugar en lo sucesivo a una
fuente de recursos para el estado y es menester hacerla conocer para que los capitales y la
inmigración encuentren algo trillado ese vastísimo campo de acción y de trabajo”.
Solicitada la opinión del comando de la Armada, el almirante Solier informó: “He
leído con detención la adjunta solicitud y encuentro que el permiso solicitado puede ser
concedido sin ningún inconveniente; más bien, por el contrario, creo que reportaría
ventajas para nosotros, puesto que ese estudio nos servirá de base para la reglamentación
de las explotaciones de los productos naturales de nuestra costa sud y sería el mismo un
acto de soberanía sobre tierras cuya posesión nos corresponde por su situación geográfica.
De esa manera, nos adelantaríamos pacíficamente a cualquier toma de posesión que
ulteriormente pudiera ser realizado por el extranjero”.
Con fecha 29 de diciembre de 1894, el presidente Luis Sáenz Peña suscribió la
resolución otorgando a Luis Neumayer autorización para realizar los estudios proyectados,
con la siguiente limitación: “No podrá en ningún caso el recurrente proceder a explotar, ya

59
sea por su cuenta o la de terceros, las riquezas minerales o vegetales de las comarcas que
recorra; debiendo en oportunidad elevar al gobierno un informe detallado sobre los
estudios y observaciones verificados en los territorios de que se trata”.
El gobierno de la nación concedía así en un acto de incuestionable ejercicio de la
soberanía, su autorización para el estudio y exploración de una parte de su territorio, y ello
ocurría doce años antes de que ningún país del mundo insinuara siquiera pretensión
alguna sobre los territorios antárticos. Tal pretensión fue manifestada recién en 1908 por
una declaración unilateral de la Gran Bretaña, que se adjudicó todas las tierras situadas al
sur del paralelo 50º como una dependencia de Malvinas.

Cooperación argentina con la Expedición Antártica Internacional. El observatorio de las


islas de Año Nuevo

Al organizarse las expediciones antárticas recomendadas por el Séptimo Congreso


Internacional de Geografía del año 1899, los organizadores solicitaron la cooperación
argentina. El barón de Richthofen, que había presidido aquel Congreso, encomendó a la
legación imperial alemana en los Estados del Plata que solicitara al gobierno de la
República Argentina la instalación de una estación científica en la Isla de los Estados,
diciendo: “Se trataría ante todo que el gobierno argentino haga en la Isla de los Estados,
los mismos trabajos meteorológicos y magnéticos que harán las dos expediciones (alemana
y británica) y durante el mismo tiempo, es decir desde el mes de octubre de 1901 hasta el
mes de abril de 1903, más o menos”. Y continúa: “Habiendo el gobierno de la República
Argentina demostrado siempre tener el mayor interés por las regiones del Polo Sur, la
presidencia del Congreso arriba citado, espera que no negará su concurso a esta empresa

60
internacional, de la cual se espera obtener resultados de la mayor importancia para la
ciencia“.
Respondiendo a ese pedido, el 10 de octubre del año 1900 el gabinete nacional, en
acuerdo general de ministros, encomendó al Ministerio de Marina la construcción de un
observatorio meteorológico y magnético en la isla de los Estados. Esto se concretó,
trasladando el faro establecido el 25 de Mayo de 1884 en el puerto de San Juan del
Salvamento, en la misma isla pero a una mejor ubicacion —dentro del grupo de islas Año
Nuevo, en la que desde entonces se denomina Observatorio— la inauguración y puesta en
funcionamiento se realizó el 1º de marzo de 1902. Operó en forma continua hasta el 31 de
diciembre de 1917. Su primer jefe fue el teniente de navío Horacio Ballvé.

Una gesta singular: el rescate de la expedición Nordenskjöld. La actividad del alférez José
María Sobral

Como ya hemos dicho, el naufragio del Antarctic había dejado a los expedicionarios
suecos aislados en tres grupos y sin posibilidades de regreso, de modo que, transcurridos
dos largos años, la incertidumbre por la suerte de la expedición conmovió a los medios
científicos nacionales y extranjeros, y especialmente a la opinión pública de nuestro país.
Una carta pública del Dr. Francisco P. Moreno sintetizó la ansiedad de varios
sectores e invocó el espíritu humanitario de la Republica Argentina para justificar el
operativo. Presidía por aquel entonces la nación el general Julio Argentino Roca, que ya
desde su primera presidencia había demostrado su inquietud por los problemas australes y
tanto él como el ministro de Marina Onofre Betbeder compartieron el sentir del Dr.
Moreno.

61
No contaba el país con buques aptos para la navegación polar, por lo que se dispuso
acondicionar alguno de la flota para intentar la búsqueda de los expedicionarios. El
almirante Barilari, a cargo del taller de Marina, dispuso que la cañonera (así clasificada
entonces) Uruguay fuera alistada para la difícil empresa. Bajo la dirección de los capitanes
Sundbland Rosetti, Adolfo Rugeroni y Jacinto Z. Caminos, trabajando en intensas jornadas
hicieron que el casco de hierro de la Uruguay fuera revestido de un forro de madera de
gran espesor sobre el cual se clavaron, bajo la línea de flotación, chapas de acero para
rechazar el embate de los témpanos. La vieja arboladura fue cambiada por palos nuevos y,
en lugar de la pequeña caldera y la máquina de vapor original, se la dotó de las máquinas
del destructor Santa Fe, naufragado poco antes en el Río de la Plata. La corbeta tenía un
puente de mando abierto, al igual que la timonera, por lo cual se hubiera hecho difícil
resistir el frío polar, para evitarlo la proa y la popa se cerraron con los denominados lomos
de ballena y sobre el puente se tendió un toldo protector.

La partida

El 8 de octubre de 1903, el presidente Roca despidió en el puerto de Buenos Aires al


remozado buque que comandaba el teniente de navío Julián Irízar, con la siguiente plana
mayor: teniente de fragata Ricardo J. Hermelo, segundo comandante; alférez de navío
Jorge Yalour, alférez de navío Felipe Fliess, alféreces de fragata Enrique Plate y Francisco
Arnaut, Dr. José Gorrochategui, Médico; Juan López de Bertodano, jefe de máquinas) y el
oficial chileno Alberto Chandler Baunen. La tripulación era de veintidós hombres.
Después de completar su instrumental en la isla Año Nuevo, la Uruguay se dirigió a
Ushuaia para reunirse con el buque Français de Charcot, y el Frithjof de Tilden. Después de
una inútil espera, la Uruguay continuó sola su itinerario, alcanzando el día 4 de noviembre

62
los primeros hielos al noroeste de las islas Shetland del Sur; el día 5 el vigía anunció que
una espesa faja del pack 4 cerraba el horizonte y la nave se vio forzada a buscar un paso
entre el pack y la costa, búsqueda que se mantuvo durante toda la noche hasta que
amaneció el día 6 y el golfo Erebus y Terror se presentó libre de témpanos. La Uruguay se
abrió paso entre los hielos y, ya en el mar libre, enfiló hacia la isla Seymour (hoy
Marambio).
En su ingreso al Erebus y Terror el buque había navegado apenas a doce millas de la
isla Paulet, sin advertir que allí se refugiaban los náufragos del Antarctic. La nave pasó al
costado de la isla Cockburn, acercándose a Seymour hasta unos mil metros de la costa,
límite fijado por el hielo acumulado en la orilla. El hielo era duro y espeso, por lo que Irízar
dispuso que una comisión bajara a tierra con el teniente Fliess y el médico de a bordo,
quienes en un trineo recorrieron la costa y hallaron uno de esos solitarios y tan elocuentes
mensajes que dejaban los marinos de aquella época durante las exploraciones polares. En
lo alto del palo, una tabla decía: “Jackson, 1899”, y alguien había agregado más
recientemente: “Sobral - Anderson, octubre de 1903”.
Los témpanos en movimiento obligaron a la Uruguay a levar anclas y a navegar
lentamente a lo largo de la costa. En su lenta recorrida, la nave invirtió casi veinticuatro
horas, mientras los hombres trataban de avizorar una tienda o una cabaña. Recién a las
cinco de la mañana, vieron una tienda de campaña. Irízar y Yalour bajaron en un bote y se
dirigieron al lugar del emplazamiento de la carpa, encontrándose con los suecos Bodman y
Akerlund que estaban recolectando huevos de pingüinos. Después de un intercambio de
saludos y abrazos, los cuatro hombres emprendieron rápidamente la marcha hacia la
estación invernal de Cerro Nevado.

4
Nota editorial: se refiere al pack o campo de hielo, gran masa de hielo marino flotante que obtura importantes
sectores de los mares.

63
El rescate

Al anochecer del 8 de noviembre, la Uruguay levó anclas poniendo rumbo a la isla


Paulet; los suecos llevaban sus valiosas colecciones de rocas y fósiles y los registros
magnéticos y meteorológicos, pero debieron abandonar sus pertenencias personales, ya
que la corbeta no tenía capacidad para más carga. Sobre la costa quedaron los viejos e
inútiles trineos y en la casa los rotosos sacos de dormir, elementos varios y el vestuario con
remiendos que “denunciaban nuestra vida estrecha en aquellos parajes”, como diría
Nordenskjöld años después. También quedaba una abundante provisión de víveres y de
equipos para futuras expediciones, dejados por la Uruguay.
El día 11 la corbeta llegó a Paulet a embarcar al resto de los suecos,
lamentablemente con una baja, lo que empañaba la alegría del momento; el joven
Wennersgard, de veintiún años había fallecido, víctima de una afección cardíaca. Se
reinició la navegación con destino a la bahía Esperanza para recoger las colecciones de los
tres hombres que habían vivido allí durante nueve penosos meses, a pesar de lo cual
habían podido hacer importantes observaciones científicas.

El regreso

Al amanecer del 15 de noviembre, tras soportar dos días de fuertes vientos, la


corbeta sobrepasó las Shetland con un temporal que los castigó con ráfagas de más de cien
kilómetros por hora y rolidos de 42 grados. A las seis de la mañana, un golpe de viento
cortó el palo mayor. Lo que hizo bambolear toda la arboladura; dos horas más tarde, se
partió el trinquete

64
Tripulantes y pasajeros debieron trepar a los mástiles y hachar cuerdas y palos.
Yalour nos cuenta: “Salvada la chimenea, que de caer nos hubiera puesto en serios apuros
para continuar navegando, nos dimos por satisfechos con poder, en tres horas de duro
trabajo, cortar la cabuyería y abandonar al mar el tributo de esos despojos”.
El 18 llegaron a la isla de Año Nuevo y Sobral desembarcó para verificar el
instrumental magnético, operación que no se había podido realizar en el viaje de ida.
Además, en la isla de los Estados dejaron los perros groenlandeses, algunos de los cuales
después fueron llevados por Charcot. El 22 de noviembre llegaron a Santa Cruz, punto
terminal de la línea telegráfica y el comandante Irízar telegrafió a Buenos Aires: “Puerto de
Santa Cruz, noviembre 22. A S. E. el señor ministro de Marina, Buenos Aires. La comisión de
la Uruguay ha tenido completo éxito. He recalado hoy a este puerto accediendo a un
pedido del doctor Nordenskjöld, que deseaba cuanto antes comunicarse telegráficamente
con su país”. Y siguen detalles del rescate.
Por su parte, Nordenskjöld telegrafió al día siguiente al presidente Roca, expresando
su agradecimiento por el gesto argentino: “La expedición antártica sueca, regresando con
la Uruguay, con colecciones y observaciones de dos años, hace presente las expresiones de
su profundo y respetuoso agradecimiento por la grandiosa benevolencia que han
demostrado V. E. y el pueblo argentino”.
El 30 de noviembre la Uruguay llegó al Río de la Plata y se procedíó a ordenar y
pintar la nave, y el 2 de diciembre entró a puerto en medio del entusiasmo general. En la
dársena, se había levantado una tribuna donde funcionarios del gobierno y destacadas
personalidades esperaban a los viajeros. Allí mismo el comandante de la Uruguay recibió
de manos del ministro de Marina su flamante despacho de capitán de fragata, iniciándose
luego la marcha hacia el Círculo de Oficiales de Marina en la calle Florida, recibiendo los
expedicionarios durante el trayecto las muestras de afecto y entusiasmo de los porteños,

65
que desde aceras y balcones hacían llegar sus ramilletes de flores y sus vítores. Esas
demostraciones le harían manifestar a Nordenskjöld: “Si es cierto, como se ha dicho
algunas veces, que el Interés producido por una empresa de verdadero valer da la medida
de la cultura de los pueblos, constituía esta manifestación seguramente una prueba del
excelente estado en que se encontraba el pueblo argentino”.

Homenaje en el teatro Politeama

El 9 de diciembre tuvo lugar en el teatro Politeama 5 un emotivo homenaje a los


expedicionarios en un acto tan imponente, que el diario “La Prensa” diría al día siguiente:
“Supera el esfuerzo descriptivo el cuadro que presentaba anoche la sala del Politeama.”
Agregaba la nota que “en el escenario rodeaban los asientos de honor la oficialidad y
tripulación de la Uruguay y en el fondo, al centro, aparecía el doctor Charcot con la
oficialidad y tripulación del Français. Hablaron en la oportunidad el teniente Yalour,
delegado del Instituto Geográfico Argentino en la Uruguay, quien hizo una reseña del viaje
y el doctor Nordenskjöld, que refirió pormenores de su estadía, trabajos y peripecias en
Cerro Nevado, como así también los resultados científicos de su expedición. Finalmente, el
señor Carl Skottsberg se refirió al naufragio del Antarctic”.
Resulta interesante destacar algunos pasajes de la conferencia del Dr. Nordenskjöld,
que entre otras cosas dijo: “Es seguro que nunca olvidaremos el pabellón azul y blanco que
fue el primero en buscarnos en la hora de la angustia.” Con respecto a la tarea realizada,
expresó que, si únicamente hubieran salido las expediciones británica y alemana, una por

5
Nota editorial: El Teatro Politeama Argentino fue una importante sala de espectáculos que funcionaba en la
Avenida Corrientes 1490, en la ciudad de Buenos Aires. Fue inaugurado en el año 1879, durante la presidencia de
Domingo Faustino Sarmiento.

66
el Pacífico y otra por el Índico, los resultados habrían sido muy incompletos por no haber
tenido lugar una exploración desde la tercera gran región representada por el sur del
Atlántico, situación que la Argentina resolvió con el establecimiento de un observatorio en
la isla de Año Nuevo. Además, Suecia envió su expedición para cooperar con el
observatorio argentino en la misma longitud, más cerca del polo.
Nordenskjöld concluyó su disertación dedicando algunas palabras a la expedición de
la Uruguay, pronunciando una sentencia realmente profética: “Esta expedición de la
Uruguay, la primera que ha salido del hemisferio sur, no será la última que la Argentina
mande.” El orador invitó luego a nuestro país a continuar con las exploraciones antárticas
asegurando que toda la experiencia adquirida por ellos en el Polo Norte estaría a nuestra
disposición. “La Argentina no será para nosotros un extraño sino que será tratada como un
amigo querido.”
Con relación a Sobral, dijo el científico sueco: “En el teniente Sobral ya poseen
ustedes una persona que está al corriente de todas las cuestiones que un explorador de las
regiones polares del sur necesita conocer.”
En cuanto a nuestra capacidad para este tipo de empresas, agregó “que una
expedición como la de que me ocupo, de carácter científico, sea bien preparada, lo
garantiza el nombre del gran sabio Dr. Moreno que fue uno de los primeros entre los
iniciadores de la expedición ahora concluida [...]. Que las expediciones, una vez resueltas,
aquí son bien preparadas y bien llevadas a conclusión, lo sabe cualquier persona que
contempla la expedición que ha sido llevada a un tan gran éxito por la Armada nacional, y
especialmente la que ha sido efectuada por el jefe, oficiales y tripulantes de la Uruguay.
[...] “Una expedición semejante, siempre sabrá aumentar el respeto y el honor de la
bandera argentina.”

67
José María Sobral

En cuanto al alférez José María Sobral, la aventura despertó en él una nueva


orientación profesional. Dice su biógrafo, el contralmirante Laurio H. Destéfani: “Y es que a
su vuelta de la Antártida, Sobral no era un alférez de navío común; era un hombre que
había corrido una pesada pero al mismo tiempo hermosa aventura y que en esos
momentos discurría que aún tenía mucho que aprender para continuar su obra y que debía
hacerlo pronto.”
En diciembre de 1904 solicitó su baja de la Armada para dedicarse a los estudios
geológicos. Ingresó a la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires, pasando
luego a la Universidad de Uppsala (Suecia), donde obtuvo los títulos de licenciado y doctor
en Geología, regresando a la patria para servirla como geólogo con la misma dedicación y
eficiencia con la que antes lo había hecho como marino.
En 1922 ocupó el cargo de Director de Minas. Designado para ejercer el Consulado
General de nuestro país en Noruega, interrumpió su actividad profesional para reiniciarla a
su regreso, incorporándose a Yacimientos Petrolíferos Fiscales en calidad de petrógrafo. Su
vida se extinguió en Buenos Aires el 14 de abril de 1961, día en que se cumplía el
octogésimo primer aniversario de su nacimiento, ocurrido en la ciudad entrerriana de
Gualeguaychú.

1904: El Observatorio Nacional de las islas Orcadas del Sur

68
Durante la presidencia del General Julio Argentino Roca se daban las condiciones
para que nuestro país pudiera intervenir más activamente en el quehacer científico y se
ocupara de colaborar en el avance general de la ciencia. Así fue que la Argentina decidió
cooperar con los científicos europeos dispuestos a explorar e investigar el extremo austral
del mundo, cooperación que se concretó —según hemos dicho— con el apoyo
meteorológico a las expediciones polares desde el expresamente instalado observatorio en
el grupo de islas Año Nuevo, y después con el exitoso rescate de la expedición sueca.
Estos hechos inclinaron quizá aún más al doctor William S. Bruce, jefe de la
expedición antártica escocesa, a pensar que nuestro país podía continuar con las
observaciones iniciadas por sus hombres en la isla Laurie (Orcadas del Sur). Por otra parte,
dado que nuestra situación geográfica es estratégica, no cabía duda de que podíamos
intentar la empresa y Bruce así lo entendió. Con tal motivo, se dirigió al jefe de la Oficina
Meteorológica del Ministerio de Agricultura, Sr. Gualterio Davis, con la siguiente
proposición: le vendía al Gobierno argentino la instalación de Omond House —que él había
bautizado así en honor de uno de los organizadores de la expedición—, el depósito de
instrumental y los aparatos de observación, todo por la suma de cinco mil pesos moneda
nacional; sólo ponía una condición: que dicha venta no se hiciera pública, que figurase
como donación hecha por él a nuestro gobierno, en retribución por la ayuda que le
prestara la Armada Nacional durante su viaje de las Orcadas a Buenos Aires.
El Sr. Davis, hombre competente en su materia, valoró la importancia de continuar
con las observaciones comenzadas por los escoceses en Laurie, lo cual proporcionaría un
conocimiento de las corrientes magnéticas polares y meteorológicas, sumamente útiles
desde el punto de vista práctico y del interés científico, como se comprobó una década
después.

69
Con tales argumentos, Davis entrevistó al subsecretario del Ministerio de
Agricultura, Dr. Carlos Ibarguren. “En cuanto me enteré de la propuesta del señor Bruce —
declaró Ibarguren— percibí la importancia que tendría para la Argentina, no sólo en interés
científico sino también político, práctico, el establecimiento permanente de una instalación
oficial del gobierno en los que entonces se llamaban ‘mares australes de la República’, hoy
Antártida”. Esto es lo que el subsecretario de Agricultura dijo al ministro del ramo, Dr.
Wenceslao Escalante, quien inmediatamente dio su aprobación al proyecto y encargó a su
subordinado que redactara el decreto de fecha 2 de enero de 1904, el que fue publicado
en el Boletín Oficial del 5 de enero del mismo año. El decreto dice:
“Considerando que es de alta conveniencia científica y práctica extender a
dichas regiones las observaciones que se hacen en la isla de Año Nuevo y en el
Sur de la República,
“El presidente de la Nación Argentina decreta:
”Artículo 1°. Autorízase al jefe de la Oficina Meteorológica Argentina
para recibir la instalación ofrecida por el señor William S. Bruce en las islas
Orcadas del Sur, y establecer un nuevo observatorio meteorológico y magnético
en las mismas.
”Artículo 2°. El personal se compondrá de los empleados que el
Ministerio de Agricultura designe y de los que posteriormente pueda
suministrar el Ministerio de Marina.
”Artículo 3°. Anualmente serán reemplazados dichos empleados por
los que designe para relevarlos y que conduciría un buque de la Armada.
”Artículo 4°. La asignación de sueldos y viáticos para los que no los
tengan determinado por el presupuesto, así como los demás gastos requeridos,

70
serán determinados por el Ministerio de Agricultura e imputados al ítem
correspondiente del presupuesto general.
”Artículo 5°. Comuníquese, publíquese y dése al Registro Nacional.

Julio Argentino Roca - Wenceslao Escalante”

Junto con el observatorio, se instaló también en la isla Laurie la primera oficina de


correos que funcionó en la Antártida en forma permanente, siendo su primer jefe el señor
Hugo Acuña, miembro de la dotación, designado para esa tarea por el entonces director
general de Correos y Telégrafos de la Nación, don Manuel García Fernández, y provisto
para tal fin de una valija postal con formularios del correo nacional y un matasellos para
inutilizar las estampillas argentinas utilizadas por el personal del observatorio. El autor de
la iniciativa había sido Francisco P. Moreno, el famoso naturalista y geógrafo, doctor
honoris causa en Ciencias Naturales, perito en cuestión de límites con Chile.
El 21 de enero de 1904, el Scotia zarpó de nuestro puerto rumbo a las Orcadas del
Sur para embarcar a los escoceses que habían quedado allí; a su bordo viajaban los
integrantes de la comisión argentina que iban a hacerse cargo del observatorio: Edgar C.
Szmula, empleado en la Oficina Meteorológica Argentina; Hugo A. Acuña, de la División de
Ganadería y Luciano H. Valette, de la Oficina de Zoología del Ministerio de Agricultura. Este
personal trabajaría bajo la dirección del señor Roberto C. Mossman, miembro de la
expedición escocesa, que de ese modo haría otra invernada en Laurie, igual que William
Smith, que quedaría como cocinero de la comisión argentina.
El 14 de febrero de 1904 el Scotia llegó a Laurie y el 19 se efectuó la ceremonia de
traspaso de las instalaciones, enarbolándose la bandera nacional junto a la escocesa, hasta
el 22 de febrero en que fue arriada ésta, al zarpar el Scotia. En 1906, una gran casa de

71
madera reemplazó a la pequeña Omond House, la precaria casa de piedras de los
escoceses. En 1927 invernó la primera comisión integrada totalmente por argentinos,
presididos por José Manuel Moneta, y se construyó una estación radiotelegráfica, la
primera permanente en la Antártida. En 1950, la base fue ocupada por la Fuerza Aérea
Argentina, ésta la cedió el 3 de marzo de 1951 a la Armada, que comenzó a operarla como
Destacamento Naval Orcadas, hoy Base Orcadas.

Tardía reacción británica e insólita propuesta

El 23 de agosto de 1906 se recibió en el Ministerio de Relaciones Exteriores, por


entonces a cargo del Dr. Manuel A. Montes de Oca, una nota del ministro plenipotenciario
de Gran Bretaña en nuestro país, informando “que el grupo de islas de South Orkney es
territorio británico y que la intervención del gobierno de Su Majestad en la cuestión de
traslado de la estación se fundaba no solamente en la propiedad británica, sino también en
el carácter británico de la expedición de Mr. Bruce, que la había establecido
originariamente.”
Para analizar la pretensión británica es oportuno recordar lo que el propio Dr. Bruce
dice, en su obra publicada en 1906 sobre su invernada en Laurie; allí el científico escocés
relata una conversación con sus hombres en aquel momento sobre la propiedad de las
islas Orcadas, expresando su satisfacción por estar en ese momento en una “tierra de
nadie”, aunque temiendo que esa situación no duraría mucho, “no porque la pretendamos
para Inglaterra, porque aun cuando siempre hemos deseado ensanchar los confines de
nuestro Imperio, no hubiéramos podido pretender nuevos territorios en nombre de
nuestro país sin un mandato de nuestro gobierno.”

72
Nuestro gobierno no respondió la nota de la legación inglesa y transcurrió el año
1906 sin novedad, hasta que, en los primeros días de enero de 1907 se recibió en nuestra
Cancillería una segunda nota de la misma procedencia, con fecha 4 de enero de 1907,
manifestando que había llamado la atención del gobierno de Su Majestad un decreto del
Ministerio de Agricultura, fijando los sueldos del personal de la estación meteorológica de
Orcadas del Sur, señalando que ésta estaba ubicada en territorio argentino del sur. Por tal
motivo, renovaba la declaración del 23 de agosto del año anterior.
Efectivamente, nuestro gobierno había expedido con fecha 15 de diciembre de 1906
el decreto mencionado en la nota inglesa, en cuyo artículo primero dice: “Apruébese la
siguiente asignación de sueldos, propuesta por la Oficina Meteorológica, para el personal
de las nuevas comisiones de observación en las estaciones de las tierras australes
argentinas.” El decreto lleva las firmas de Figueroa Alcorta, presidente de la Nación, y
Ezequiel Ramos Mejía, ministro de Agricultura.
En 1907, el Ministerio de Colonias de Inglaterra publicó un libro semi oficial titulado
“Colonial List”, donde se mencionaba a las islas Orcadas como dependencia de las
Malvinas, y el 1º de septiembre de 1908 Eduardo VII emitió una proclamación imperial,
alegando por primera vez la soberanía británica sobre la región del Sector Antártico
Argentino, incluyendo la tierra firme que, en la proclamación, se menciona como “Graham
Land” (Tierra de San Martín, según nuestra toponimia) en la península Antártica, y las islas
Orcadas del Sur, Georgias del Sur, Shetland del Sur y Sándwich del Sur.
En el mismo documento se dice, refiriéndose a estas islas y tierra firme, que “es
conveniente se declaren sus respectivos gobiernos como dependencia de nuestra colonia de
las islas Falkland.”
Y seguía luego la propuesta insólita. Un día del mes de junio de 1913, el Dr. Ernesto
Bosch, que tenía a su cargo entonces la cartera de Relaciones Exteriores en el gobierno de

73
Roque Sáenz Peña, recibió la visita del nuevo embajador británico, Sr. Reginald Tower, que
venía a adelantarle la intención del gobierno de Su Majestad de ceder a nuestro país las
islas Orcadas ¡a cambio de un terreno en Buenos Aires! donde se construiría el nuevo
edificio de la embajada británica.
De acuerdo con lo anticipado por el Sr. Tower, nuestra Cancillería recibió un
“Memorándum” con la propuesta oficial y adjunto un “Proyecto de Convención”, por cuyo
artículo primero Su Majestad Británica cedía a la República Argentina la soberanía sobre
las islas Orcadas del Sur; por el artículo segundo, la República Argentina se comprometía a
reconocer a los súbditos británicos derecho de pesca en las aguas territoriales de esas islas
y, al renovarse las concesiones de pesca de ballenas, dar preferencia a los poseedores de
las que caducaban; por el artículo tercero, nuestro país se comprometía a conceder a los
súbditos británicos derecho de cazar ballenas y focas, en las mismas condiciones que a los
ciudadanos argentinos. La cláusula final establecía que “la República Argentina cede a Su
Majestad británica un solar apropiado para la casa de la legación en Buenos Aires.”
La propuesta británica fue rechazada por el gobierno argentino en acuerdo de
ministros. Su aceptación significaba el reconocimiento de la soberanía británica sobre las
“tierras australes argentinas”, como se las llamaba en esa época (hoy Sector Antártico
Argentino), que ocupábamos ininterrumpidamente desde 1904 en las Orcadas del Sur. Por
otra parte, lo relativo a caza y pesca era absolutamente inaceptable.
En consecuencia, nuestra cancillería hizo llegar a la legación de Gran Bretaña una
contrapropuesta concebida en los siguientes términos: 1º Gran Bretaña reconoce como
pertenecientes al dominio argentino a las islas Orcadas del Sur, desistiendo de sus
pretensiones a las mismas; 2º La Argentina no alterará la situación preexistente de los
súbditos británicos con relación a la pesca, por un máximo de tiempo de la concesión,
siempre que los concesionarios de esos derechos se sometan a la legislación argentina y a

74
las prescripciones que se dictaren. El gobierno argentino reconoce la existencia de esas
concesiones al solo efecto de la realización de este convenio, y ofrece al de Su Majestad
Británica un solar en Buenos Aires para sede de la legación británica.
Con el rechazo de la contrapropuesta argentina por parte de la cancillería británica,
quedó concluido este episodio en el que el gobierno de Su Majestad Británica pretendió —
como muy bien dice Ibarguren (“La historia que he vivido”, Peuser, Buenos Aires, 1955, p.
170) cambalachear la soberanía sobre las regiones antárticas argentinas por un terreno en
Buenos Aires.
Desde 1904, nuestra bandera flamea sobre la Antártida y ciudadanos argentinos
habitan su inhóspito suelo para brindar información científica, seguridad a la navegación y
conocimientos meteorológicos a todo el mundo. Hay un destino nacional que también
tiene un lugar para realizarse en el continente de los hielos eternos y la conciencia de ese
destino empezó hace poco más de un siglo, cuando un grupo esforzado de argentinos
comenzó una aventura que continúa ininterrumpidamente.

1921: ¡luz roja para Orcadas!

Efectivamente, en 1921 hubo un momento de incertidumbre en la vida del


observatorio orcadense, según una noticia aparecida en un periódico de manufactura
casera editado en el mismo observatorio (lo trataremos en el apartado “Misceláneas”).
Dice la noticia de referencia: “Al iniciarse la preparación para organizar el envío de la
Comisión 1921-1922 a las Orcadas, alguien había tratado de convencer al entonces
presidente de la nación, Hipólito Irigoyen, de la inutilidad de este gesto.”

75
Por ese entonces, había una preocupación en los medios navales en cuanto al tema
de los relevos y el abastecimiento del observatorio, ya que no se contaba con un buque
apto para la navegación en aquella zona, lo que indudablemente significaba un posible y
serio riesgo para hombres y materiales. Prueba de esa preocupación es que, en el viaje de
la Uruguay a Orcadas en el año 1919, su comandante, el teniente de navío Jorge Games,
con directivas de la superioridad naval, efectuó tratativas en Grytviken para futuros relevos
de Orcadas desde ese puerto a realizarse con buques balleneros de la Compañía Argentina
de Pesca S. A.
Y en 1924 el ministro de Marina, almirante Domecq García, escribió a su colega de
Agricultura, Dr. Tomás A. Le Bretón, manifestándole su opinión adversa al mantenimiento
del observatorio, ya que la Armada no contaba con buques apropiados para navegar en
zona de hielos y porque las observaciones que allí se hacen “sólo alcanzan a beneficiar, en
el mejor de los casos, a las compañías de pesca que incidentalmente trabajan en esa zona
bajo el amparo y con el permiso del Gobierno de Su Majested Británica”.
Sin embargo, la realidad no era tan así, como sabemos por el informe elevado en
1909 por el jefe de la Oficina Meteorológica del Ministerio de Agricultura, Sr. Gualterio
Davis, que decía: “De la combinación de las observaciones de las Islas Orcadas con las de
Georgias del Sud, relacionadas con las practicadas en tierra firme, se han palpado ya los
resultados, pues en estos últimos años, desde que las estaciones han sido organizadas allí
se pueden estudiar la formación y la propagación de los disturbios atmosféricos que se
originan en la región antártica y se mueven hacia las zonas ecuatoriales, donde sus reflejos
están observados por las estaciones situadas en las regiones templadas.” De modo que un
beneficio ocasionaba la operación del observatorio de la isla Laurie.
Pero continuemos con la lectura del periódico orcadense: “Con este motivo la Liga
Patriótica Argentina se vio en la obligación de entrar en acción, movilizando a la opinión

76
pública. A tal efecto, requirió informes de un grupo de ciudadanos del “ambiente”. Entre
ellos el Dr. Cristóbal Hicken y un tal Sigurd Schjaer, quien a pedido del Dr. Manuel Carlés, el
gran organizador y presidente de la Liga, escribió un artículo que fue publicado (enero
1921) en la mayor parte de los diarios y periódicos del país”.
Y efectivamente en “La Prensa” del domingo 16 de enero de 1921, que se conserva
en la Biblioteca del Congreso Nacional, hallamos la nota que transcribimos a continuación:
“LA LIGA PATRIÓTICA ARGENTINA. Observatorio Meteorológico en
las Orcadas. Importancia de sus servicios.
”La Liga Patriótica Argentina, que denunció oportunamente el
intento de suprimir la partida del presupuesto de gastos que autoriza el
funcionamiento del observatorio establecido en las islas Orcadas, ha conseguido
conmover el espíritu científico del país, como asimismo evidencia el perjuicio
irreparable que causaría el abandono jurisdiccional en el ejercicio de la
soberanía de la Nación sobre los mares y tierras del Sur. La junta de gobierno de
la Liga Patriótica requirió la opinión de la comisión técnica, la que recibió con tal
motivo el siguiente informe del erudito meteorólogo, señor Sigurd Schjaer.
”Se acerca de nuevo el momento —comienza diciendo el doctor
Schjaer— en que la corbeta Uruguay tiene que salir hacia los mares del Sur.
¿Llevará también esta vez, como en otros años, el relevo esperado allí? Porque
los cinco jóvenes, si es que sobreviven los cinco, que allí esperan, desean, como
lo han deseado los equipos anteriores, que su trabajo no resulte estéril. Y para
ello es menester que otros prosigan la ardua tarea iniciada con graves riesgos y
privaciones.
”Yo mismo conozco por propia experiencia, lo que significa la
estada, durante un año, en la estación meteorológica de las Orcadas, desde que

77
en la estación de 1919-1920 he sido uno de los cinco que allí han trabajado. Un
año de destierro voluntario, un destierro privado de todas las compensaciones
que suelen amenizar otros destierros; un clima frío, continuamente húmedo, en
una pequeña casilla azotada continuamente por vientos helados; una
alimentación monótona y un grupo de cinco personas que, bajo estas
condiciones enervantes, por amigos íntimos que sean o se hagan, sufren dentro
de aquel espacio reducido una existencia desesperante. Durante un año y con
una remuneración harto escasa, la vida de cinco hombres queda expuesta allí a
los peligros del clima y de la soledad, sin médico, sin posibilidad siquiera de
comunicarse con el mundo.

Oportunidad de la propuesta de la Liga

”¿Acaso se consuela el gobierno argentino —prosigue el informe—


con la idea de que otros que no fuesen delegados argentinos continuarán el
trabajo iniciado allí? Es verdad que acaba de salir de las islas Malvinas —tierras
geográficamente argentinas— la “Expedición Imperial Británica Antártica”,
provista del equipo más moderno imaginable pues que lleva hasta aeroplanos.
Tal vez haya llegado a las mismas islas Ocadas y no cabe duda de que, hallando
abandonada esta avanzada política y científica argentina, la expedición
británica ha de dejar allí a sus representantes para continuar nuestro trabajo.

El trabajo realizado hasta la fecha

78
”El trabajo realizado en las Orcadas puede fructificar tan sólo a base de
una serie no interrumpida de años, a fin de anotar las observaciones con el
carácter más amplio. El ex director de la oficina meteorológica, el profesor Davis,
ha dicho hace muchos años ya, que en el Antártico y por lo tanto en el único
observatorio fijo establecido allí, hay que buscar la llave para todos los
fenómenos, cuyo total constituye el tiempo en el Sur de nuestro país, del cual,
por un encadenamiento de analogías, expuestas de una manera muy clara por el
doctor Cristóbal M. Hicken en su carta a la Liga Patriótica, se pueden derivar los
pronósticos para el resto del país. Tan preponderante es esta importancia que no
se puede sino aplaudir la idea del mismo señor de establecer allí una estación
radiotelegráfica que facilite el envío inmediato de esas observaciones.

Resultados prácticos de estos trabajos

”Sabios de una autoridad indiscutible y reconocida como Martín Gil, el


profesor Bigelow, el profesor Birkeland y el señor Clayton, coinciden en afirmar
que existe una relación innegable entre la actividad solar y los fenómenos
meteorológicos. Los magnetógrafos modernos son de una sensibilidad tan
aguda que por ellos se nota hasta la modificación más insignificante en la fuerza
magnética, siendo ésta, a su vez, influida por la actividad solar.
”Empero, para determinar los resultados prácticos de estas teorías
importantísimas, pero aún incompletas, es absolutamente esencial la
continuación de las observaciones, y su interrupción arbitraria sería de funestos
resultados para la ciencia universal.

79
El interés oficial

”El Interés manifestado por parte del gobierno argentino en los


resultados de sus propias comisiones científicas ha sido hasta ahora tan
deficiente, que los mismos resultados de las observaciones y de los estudios se
elaboran y publican en la Gran Bretaña, de donde de nuevo vienen a ésta en vez
de suceder a la inversa.
”Más aún, a pesar de que una repartición como la del Ministerio de
Marina, aprovecha directamente de estos trabajos, me consta que en sus
círculos reina un desconocimiento inexcusable de su importancia, el que se
manifiesta en una actitud de frialdad oficial poco comprensible hacia las propias
comisiones en viaje. ¿Será que la marina argentina está satisfecha con la proeza
de haber salvado a Nordenskjöld en 1903, y de haber realizado varias veces el
trayecto hasta las Orcadas?”.
La nota del doctor Schjaer terminaba haciendo un llamamiento a las instituciones
científicas del país y al buen criterio de los hombres de estado, para que se interesen en el
mantenimiento de la estación meteorológica de las islas Orcadas.
Los llamamientos como el del doctor Schjaer fueron escuchados y atendidos, y el
observatorio de la isla Laurie ha proseguido su actividad y la continúa
ininterrumpidamente hasta el presente. De modo que rescatamos —repetimos— para la
historia antártica su nombre y junto con él a la Liga Patriótica Argentina, en defensa de
nuestro primer establecimiento antártico como así también el del profesor Cristóbal M.
Hicken por su idea precursora de la radiotelegrafía antártica, que se inauguró
precisamente en el observatorio de la isla Laurie en 1927.

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La Compañía Argentina de Pesca S. A.

Se constituyó esta empresa en Buenos Aires por iniciativa del ex capitán ballenero
noruego Carlos A. Larsen, quien en 1892-1893 había navegado aguas antárticas con el
buque Jason, y en 1901-1903 con el Antarctic de la Expedición Antártica Sueca del Dr. Otto
Nordenskjöld, cuya dramática odisea y su rescate por la corbeta Uruguay ya hemos
narrado.
Radicado en Buenos Aires después de aquel histórico suceso, Larsen encaró una
nueva actividad comercial: la explotación ballenera en el Antártico, para lo cual formó una
sociedad con la conocida firma argentina Ernesto Tornquist y Cía.; así nació la Compañía
Argentina de Pesca S. A., cuyo primer presidente fue D. Pedro Christophersen. El 3 de
noviembre de 1904 zarparon del puerto de Buenos Aires los tres buques adquiridos en
Noruega (el Fortuna, el Louise y el Rolf, de 160, 1015 y 400 toneladas respectivamente)
rumbo a Grytviken, en la isla de San Pedro —Georgias del Sur— y arribaron el día 16 del
mismo mes.
Allí se instaló la primera factoría del lugar —después se establecerían otras
extranjeras— con dos casas desarmables de madera, una para la fábrica y otra para
alojamiento del administrador y los obreros. La fábrica contó durante el primer año con
doce tachos abiertos para la cocción de grasas y con tres secciones: tonelería, calderas a
vapor y depósito de materiales. Al año siguiente comenzó la ampliación de instalaciones y
elementos: se duplicó el número de tachos y se introdujeron nuevas calderas a vapor y
cuatro digeridores. Año tras año aumentó también la flota ballenera. En 1914, se incorporó
el Fortuna II. Para ese entonces, ya había comenzado la competencia extranjera en las
Georgias del Sur con la presencia de dos factorías noruegas, una inglesa y una sudafricana.

81
El incremento de la actividad en la zona da una idea el número de ballenas cazadas,
que pasó de 195 en el primer año de operación de la empresa argentina, a 10.760 en los
años 1912 y 1913. Con la Primera Guerra Mundial declinó la actividad, que volvió a
recrudecer en 1931, cuando se faenaron 40.201 ballenas con la intervención de más de
cuarenta empresas extranjeras.
Para esa época (comienzos de la década del 30), la Compañía Argentina de Pesca S.
A. ya había ampliado considerablemente su parque, con una factoría flotante que permitía
elaborar los productos en alta mar. El nombre original de esa factoría adquirida en
Noruega, Kommandoren I, fue reemplazado por el de Ernesto Tornquist; esta factoría de
nueve mil toneladas, con una flotilla de cuatro balleneros (Lobo, Delfín, Albatros y Foca),
dio gran impulso a las actividades de la empresa argentina, que en los años siguientes
debió aumentar su flota ballenera con tres embarcaciones foqueras, bautizadas Lille Carl,
Don Ernesto y Días. Para el transporte de aceite, contó en un primer momento (1911 a
1917), con el Harpón, reemplazado luego por un moderno buque con igual nombre y con
capacidad para treinta mil barriles; con él pudo omitirse la obligada escala en el puerto de
Buenos Aires, enviando el producto directamente a Europa, con el consiguiente
abaratamiento de fletes.
Las instalaciones de la Compañía al comenzar la tercera década del siglo XX eran:
1.- Una fábrica con veinte tachos abiertos para cocción de grasa y fábricas para cocción de
carne y huesos con 58 digeridores. Capacidad de producción: más de mil barriles de aceite
diarios.
2.- Separadores para el aceite y separadores para el “blue water” para extraer el aceite.
3.- Tanques para depósito de 65000 barriles de aceite
4.- Fábrica de guano con tres secadores automáticos.
5.- Un lago abastecedor de agua para la usina hidroeléctrica.

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6.- Un caño de 8” y 500 metros de largo que envía agua para la fábrica, para el consumo y a
un turbo-generador de 25 HP, para alumbrado.
7.- Un dique flotante para carenado de barcos de hasta 650 toneladas.
8.- Una barraca comedor, cinco barracas habitación, una casa de reuniones, iglesia y
hospital con doce camas, sala de cirugía y farmacia, una biblioteca, un cine y una cancha de
fútbol.
9.- Panadería, carnicería, depósito de materiales y estación radiotelegráfica.
10.- Tres muelles, uno para el dique flotante y uno para buques de gran porte.

En los primeros veinticinco años los resultados fueron los siguientes:


Ballenas cazadas 20.579
Focas cazadas 50.000
Aceite de ballena producido 924.922 barriles
Aceite de foca producido 101.360 barriles
Barbas de ballenas elaboradas 443.400 kilos (hasta 1922)
Guano (mezcla de harina de 19.682.100 kilos
huesos y de carne)
Entradas (total de los 25 años) o$s 21.131.910.80
Gastos (en la misma época) o$s 11.916.489.16
Ganancias (total de los 25 años) o$s 9.215.421.64

La constitución del capital de la compañía al final del período señalado era la


siguiente:
Acciones ordinarias o$s 200.000
Aumento por acciones correspondientes o$s 945.000
a las acciones ordinarias
Aumento por acciones correspondientes o$s 708.750
a los bonos
Total o$s 1.853.750

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Durante la Segunda Guerra Mundial, la factoría argentina fue la única que operó en
el Antártico. Hacia 1946 su producción total de aceite, desde 1904, fue de 1.901.281
barriles.
En 1951 la Compañía amplió considerablemente el tonelaje de su flota con la
incorporación del buque ballenero Juan Perón —de 34.000 toneladas—, botado en Belfast
en abril de 1950. Considerado en esa época como el más grande y mejor equipado del
mundo, su tripulación era de 94 hombres, utilizaba su fábrica 257 obreros, y tenía además
comodidades para los 136 hombres que operaban la flotilla ballenera.
En los períodos de cierre de la caza ballenera este buque ballenro prestaba servicios
como buque-estanque. Finalmente, cabe destacar como experiencia interesante la
introducción de renos por la Compañía Argentina de Pesca en 1910, algunos de los cuales
se adaptaron bien al clima, por lo que se reprodujeron en cantidad (aunque hoy, por razón
de la conservación y protección del ambiente natural antártico, está prohibida la
introducción de especies ajenas a ese ambiente).
Con la venta de la factoría de Grytviken, la Compañía Argentina de Pesca S. A.
finalizó sus actividades en 1960; su último presidente fue el Sr. Alfredo Ryan.

Buques de la Compañía Argentina de Pesca S. A.

1904 / 1929:
Nombre Datos
FORTUNA Ballenero construido en Noruega, 160 tn. Naufragó en 1919
LOUISE Velero construido en Noruega, 1800 tn.
ROLF Velero construido en Noruega, 400 tn.
CACHALOTE Buque transporte
ROSITA Ballenero, 43.o7 tn.
KARL Ballenero

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TIJUCA Velero motorizado
HARPON 2.500 tn. Vendido en 1917
CACHALOTE II 2.000 tn. Reemplazó al “ROLF” y al “CACHALOTE” , vendidos
FORTUNA II Naufragó en el mar de Irlanda en 1926
DON ERNESTO Buque foquero
GRANAT Buque ballenero, 51 tn.
ALBATROS Ballenero
FOCA Ballenero
TIBURÓN Adquirido en 1924
DON SAMUEL Adquirido en 1925
ORCA Adquirido en 1926
DON MILES Adquirido en 1926
SKUA Adquirido en 1927
MORSA Adquirido en 1969
LOBO Ballenero. Con el “DELFIN”, el “ALBATROS” y el “FOCA” integró la flotilla de la factoría flotante
“ERNESTO TORNQUIST”.
DELFIN Ballenero
PETREL Ballenero. Con el “SKUA”, “DON SAMUEL” y “ALBATROS” formó la factoría flotante al ser vend
“FOCA” y el “LOBO”

En 1929 la flotilla de caza en Georgias del Sur se componía así: “ORCA”, “DON
MILES”, “MORSA”, “NARVAL” y “TIBURÓN”. La factoría flotante “ERNESTO TORNQUIST”
con los balleneros “PETREL”, “SKUA”, “DON SAMUEL” y “ALBATROS” Para la caza de focas:
Nombre Datos
LILLE CARL Ex ballenero
DON ERNESTO Ex ballenero
DIAS Ex trawler
HARPON Adquirido en 1923 en reemplazo del anterior homónimo. Capacidad
30.000 barriles

AÑO 1951:
Nombre Datos
JUAN PERÓN Buque ballenero construido en Belfast, 34.000 tn.

85
1906: Nombramiento de autoridades locales para dos regiones antárticas

Sin perjuicio de la primera ocupación permanente de tierras antárticas por la


República Argentina desde principios de siglo, merece señalarse en ese tiempo un decreto
del Poder Ejecutivo de singular trascendencia como acto soberano sobre aquellas tierras
polares. Por primera vez en la historia antártica un país que había llevado una política
coherente en relación con sus dominios polares nombró autoridades propias para distintas
zonas del territorio antártico. El referido instrumento decía:
“Buenos Aires, diciembre 7 de 1906. Existiendo en los territorios australes de la
República diversos establecimientos nacionales como el Observatorio Meteorológico de las
Orcadas y siendo conveniente la creación de otros, y para proveer a su mejor
administración,
“El Presidente de la República decreta:
“Artículo 1º.- Nómbrase Comisario, en la región donde se halla el
Observatorio de las Orcadas, y en las islas de su Archipiélago, al Sr. Rankin
Angus.
“Artículo 2º.- Nómbrase comisario de la Isla Wandell y de las islas y
tierras inmediatas, al Sr. Guillermo Bee.
“Artículo 3º.- Ambas comisarías continuarán dependiendo de la
Gobernación de la Tierra del Fuego.
“Artículo 4º.- Comuníquese, publíquese y dése al Registro Oficial.
“Figueroa Alcorta. - M. A. Montes de Oca”

Así, la República Argentina fue el primer país que designó autoridades para tierras
polares. Existe la constancia documental sobre la aceptación del cargo y su ejercicio por

86
parte de Rankin Angus. El Sr. Bee no pudo ejercer su cargo por haberse frustrado, como se
dijo más arriba, la construcción de la estación de Booth o Wandell, donde habría de tener
su asiento. Recién en el año 1908, Inglaterra realizaría su irrupción en el territorio antártico
mediante una carta patente.

87
Capitulo VII

LA ARMADA EN LA ANTÁRTIDA

Historia de nuestros primeros buques polares: la Uruguay y el Austral. La estación de la


isla Booth o Wandell

A fines de 1904, la corbeta Uruguay fue destinada para una nueva navegación
antártica, en la que habría de cumplirse un doble objetivo: relevar al personal del
establecimiento meteorológico de la isla Laurie y realizar la búsqueda preventiva de la
expedición francesa del Dr. Juan Bautista Charcot, quien debía estar operando en la parte
occidental de la península Antártica. Charcot, que había adelantado su expedición para
acudir en socorro de la del Dr. Nordenskjöld, llegó a Buenos Aires con su buque Français
luego del rescate protagonizado por la Uruguay, por lo que, aprovechando la experiencia
de los suecos, dejó precisas instrucciones para que se procediera a su búsqueda si, en los
términos previstos, no reaparecía en los lugares prefijados.
La Uruguay hizo carbón en Ushuaia y luego puso rumbo a las Orcadas del Sur, donde
procedió al relevo de la dotación del observatorio, dirigiéndose luego a las Shetland del
Sur, no sin tener que forzar bancos de hielo marino interpuestos en su rumbo, obligando al
capitán Ismael Galíndez a aplicar una técnica nueva, que sería la usada posteriormente por
los modernos rompehielos: apoyaba la proa del buque sobre el frente de hielo y daba toda
máquina adelante hasta quebrar el bandejón, avanzando luego por el canal abierto.

88
La nave argentina buscó infructuosamente a los franceses en el archipiélago
señalado y en el estrecho de Gerlache, donde navegó usando la carta realizada por el
expedicionario belga, anotando todas las novedades náuticas sobre la marcha. En tanto los
franceses habían partido hacia el oeste, en viaje de exploración por el mar de
Bellingshausen. Cumplido su cometido —aún no había expirado el plazo fijado por Charcot
para que se iniciara su búsqueda— y con el enriquecido conocimiento náutico de esa zona
casi desconocida, la corbeta Uruguay puso rumbo al norte y arribó a Buenos Aires el 8 de
febrero, donde la recibieron las autoridades y una manifestación popular que puso de
relieve la hazaña cumplida.
Los relevos de las dotaciones del observatorio orcadense crearon la necesidad de
contar con un buque más apropiado para la actividad polar, razón por la cual el gobierno
de la nación compró al Dr. Charcot, no bien este arribara de regreso del sur al puerto de
Buenos Aires, el ballenero Français, que era más lento que la Uruguay, pero con casco de
madera especialmente construido para la navegación polar. El 1º de noviembre de 1905 el
Français fue rebautizado Austral, y el 17 de diciembre puesto bajo el mando del teniente
de navío Lorenzo Saborido.
El 30 de diciembre dejó el puerto de Buenos Aires para cumplir su primera —y a la
postre única— misión polar bajo pabellón nacional. La navegación fue muy dura y el buque
denotó serias falencias para el cumplimiento de sus misiones polares.
Siguiendo las recomendaciones del capitán Saborido a su regreso, se procedió
durante el invierno al cambio de máquinas y calderas en el Arsenal Naval y, con fecha 16
de diciembre, el almirante Onofre Betbeder hizo llegar al teniente de navío Celery, nuevo
comandante del Austral, las instrucciones para el viaje de relevo. En esta oportunidad el
buque debía cumplir también una doble misión: el relevo de rutina del observatorio de la
isla Laurie y fundar en la isla Booth o Wandell, en la parte occidental de la península

89
Antártica, el segundo establecimiento permanente para observaciones meteorológicas y
magnéticas.
Para ello, el buque iba dotado de todos los materiales y el personal necesarios, como
asimismo de los elementos para establecer en toda el área refugios con víveres y
combustibles para los trabajos de investigación a realizar en el invierno. El emplazamiento
de la nueva estación se dejó librado al mejor criterio del jefe científico de la expedición,
quien debía cuidar que la zona fuera accesible en los meses de verano. Cumplido el
establecimiento, tornaría a Ushuaia donde cargaría los víveres y relevo para la isla Laurie.
El 20 de diciembre el Austral zarpó desde el puerto de Buenos Aires. A la noche se
desencadenó un temporal que abatió el buque sobre el banco Ortiz, causándole averías
tales que produjeron su naufragio.
Como consecuencia del siniestro, la Uruguay debió retomar su destino antártico y
navegar hasta el año 1922 —con algunas alternativas— para realizar el relevo anual del
observatorio de la isla Laurie, sumando conocimiento y experiencia polar que se plasmaron
en información hidrográfica con la cual, por ejemplo, en el año 1915 la Oficina de
Hidrografía produjo la carta náutica Nº 31 “Fondeaderos de la Gobernación de Tierra del
Fuego”, editada y puesta en circulación en 1916.
Hoy, a casi cien años de su incorporación a la Armada argentina, la corbeta Uruguay
es el buque más antiguo de la Marina que se encuentra activa, convertida en museo de sus
propias glorias, en el puerto de Buenos Aires.
A partir de 1923 —y hasta 1947, año en que comenzaron las campañas antárticas
anuales— continuaron los rutinarios viajes de relevo y reaprovisionamiento del
observatorio de la isla Laurie los siguientes transportes navales: Guardia Nacional, Pampa,
Primero de Mayo y Chaco. El Pampa presenta en su historial una interesante anécdota que
ya pasamos a relatar.

90
1939: La armada y el plan general de política antártica. La Comisión Nacional del
Antártico

En 1939, nuestro país se aprestaba a participar en la Exposición Polar Internacional y


en el Congreso de Exploradores Árticos, convocados por el gobierno noruego; se creó para
tal fin una Comisión Consultiva Argentina para los Asuntos de las Regiones Antárticas,
integrada por representantes de los ministerios de Relaciones Exteriores y Culto, de
Marina y de Agricultura. Si bien el congreso no se realizó por el comienzo de la Segunda
Guerra Mundial, la labor preparatoria de la comisión argentina movilizó el interés nacional
por la cuestión antártica; se decidió entonces planificar la política a seguir y tuvo
preponderante participación en esta tarea la Armada Nacional por su veteranía en el tema,
como pionera antártica desde 1903 con el rescate de la expedición sueca, y principalmente
desde 1905 con los relevos de Orcadas. Bueno es recordar en cuanto a esto el
pensamiento de la institución naval, expresado por el almirante Solier en 1894; al ser
requerida su opinión por el petitorio del señor Neumayer, manifestó el marino en su
informe:

“He leído con detención la adjunta solicitud y encuentro que el permiso


solicitado puede ser concedido sin ningún inconveniente. Más bien, por el
contrario, creo que reportaría ventajas para nosotros, puesto que ese estudio
nos servirá de base para la reglamentación de las explotaciones de los productos
naturales de nuestra costa sud y sería el mismo un acto de soberanía sobre
tierras cuya posesión nos corresponde por su situación geográfica. De esa
manera, nos adelantaríamos pacíficamente a cualquier toma de posesión que
ulteriormente pudiera ser realizado por el extranjero.”

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De modo que la primera manifestación de la idea de soberanía argentina sobre la
Antártida de la Armada, coincidente con el pensamiento del Dr. Zevallos en 1881,
perteneció a la Armada Nacional, que ahora tuvo su representante en la mencionada
comisión asesora, en la persona del capitán de navío Francisco J. Clarizza, quien había
comandado el Primero de Mayo en 1929. Acorde con este interés antártico y la
consecuente necesidad de contar con personal especializado para las futuras actividades
en la zona polar, Clarizza aprovechó la oportunidad brindada por la expedición
estadounidense del almirante Byrd, que se aprestaba a expedicionar a la Antártida, y
embarcó en el North Star, buque de la expedición, al teniente de navío Julio Poch y al
teniente de fragata Emilio Díaz.

La labor de la precitada comisión asesora determinó conclusiones de orden


geopolítico y de orden geográfico, especificando entre las primeras que la posición
estratégica, las potencialidades minerales y los fenómenos materiales que se originan en la
Antártida e inciden directamente en nuestro territorio afectando su economía, son las tres
razones básicas por las que nuestra política de estado define y sostiene nuestros intereses
antárticos, exigiendo el reconocimiento de nuestra soberanía sobre la Antártida Argentina.

Acorde con sus conclusiones, la comisión determinó la necesidad de: a) Estaciones


fijas de observaciones científicas, sistemáticas y permanentes, que simultáneamente
constituyan concreciones de la voluntad de ocupación y administración. b) Exploración
extensiva y levantamiento del área por buques y aviones, desde las zonas más accesibles
hacia las más difíciles, y c) Actividades científicas intensivas en igual forma, según se
determinan en el apartado b).

El plan trazado puso en evidencia la necesidad de un organismo permanente en


nuestro medio para centralizar y asesorar en todo lo relativo a la defensa y desarrollo de

92
nuestros intereses en el Antártico. Fue así que el 30 de abril de 1940, y en virtud del
decreto 61852, surgió la Comisión Nacional del Antártico dependiente del Ministerio de
Relaciones Exteriores y Culto, con la misión de continuar los estudios sobre los problemas
de aquella región vinculada con el interés nacional, para lo cual propondría al gobierno un
plan de acción para desarrollar. El Dr. Isidoro Ruiz Moreno, el capitán de navío Francisco J.
Clarizza y el ingeniero Alfredo Galmarini fueron los miembros de la Comisión creada por el
primero de ellos, actuó como secretario el Dr. Raúl C. Migone. A partir de 1957, la
institución tuvo un presidente designado por el Poder Ejecutivo, delegados ministeriales y
representantes de diversos organismos.

Consecuencia inmediata del plan esbozado y de las primeras actividades de la


Comisión Nacional del Antártico fueron las expediciones antárticas del Primero de Mayo de
1942 y 1943, que pronto relataremos.

Las expediciones Oddera (1942) y Harriague (1943). Las campañas anuales

En base a una recomendación de la Comisión Nacional del Antártico y en


cumplimiento de un plan de tareas preparado por el Servicio de Hidrografía Naval, se
organizó una expedición polar para el verano de 1942.
La carencia de un buque apropiado para esa clase de operaciones no fue obstáculo
para llevar a cabo la empresa que el interés nacional requería. Una vieja embarcación
construida en Alemania en 1893 se destinó para el viaje, por lo que una febril tarea
comenzó en los astilleros de Río Santiago para ponerla en condiciones de surcar las rutas
antárticas con sus hielos y sus vientos.

93
Para las tareas científicas se equipó al buque con instrumental para hidrografía,
sonda ecoica, telémetro, radiogoniómetro y un avión “Stearman” para observaciones
aéreas. Modernos equipos radiotelegráficos, materiales de campaña y auxilio, vestuario y
víveres para un año completaron los preparativos. El buque fue puesto al mando del
capitán de fragata Alberto J. Oddera.
La expedición contó con la participación de cuatro científicos: el Sr. Juan A. López,
investigador del Ministerio de Agricultura, y los profesores Francisco Gneri, Alberto Nani y
Félix A. Motti, del Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia.
El 14 de enero de 1942 se inició el viaje en Buenos Aires. Luego de recalar en
Ushuaia, el buque navegó a la isla Decepción, donde fueron hallados los restos de una
antigua estación ballenera noruega de la Compañía Hektor, que había operado allí desde
1917 hasta 1932 aproximadamente, y que en el momento de la llegada de la expedición
argentina presentaba signos de reciente y evidente destrucción intencional, suponiendo el
capitán Oddera que el hecho estaba relacionado con la Segunda Guerra Mundial, en curso
por esos años. La suposición fue confirmada después: ante la sospecha de que el lugar era
aprovechado como refugio por los submarinos alemanes, un buque de guerra británico, el
crucero H. M. S. Carnarvon Castle llegó hasta allí, procediendo a cañonear los tanques de
combustible que había en el desembarcadero y las instalaciones de la Compañía Hektor.
El día 8 de febrero se procedió a afirmar el pabellón nacional. El capitán Oddera
tomó posesión formal en nombre del gobierno argentino del sector antártico y depositó el
acta labrada al efecto en un cilindro de bronce que quedó en la isla. Idéntica ceremonia se
repitió en las islas Melchior, el día 20, y el 24 de febrero de 1942 en una isla del
archipiélago Islas Argentinas.

94
Primer vuelo argentino en la Antártida

Además de los actos políticos señalados, la expedición realizó un importante trabajo


hidrográfico y cartográfico en toda la zona recorrida con apoyo aéreo, siendo éstos los
primeros vuelos argentinos sobre la Antártida. Lamentablemente, el piloto teniente de
fragata Eduardo Lanusse y el copiloto, cabo principal aeronáutico Eric Blonquist, perdieron
la vida al accidentarse el avión en el puerto de Buenos Aires, al regreso de la expedición.
Una importante tarea de la expedición fue la instalación del primer faro argentino en la isla
Lambda, denominada luego “Primero de Mayo” en recordación del buque. En el campo
científico, cabe destacar las observaciones y recolecciones que realizara el grupo científico;
éstas fueron las primeras muestras zoológicas y geológicas ingresadas al Museo Argentino
de Ciencias Naturales de Buenos Aires. Los escasos elementos con que contaba la
expedición, las cartas deficientes y el desconocimiento de la navegación entre hielos, son
elementos de juicio necesarios para una exacta valoración de lo realizado por aquellos
argentinos. Pero aún debe agregarse a estas realizaciones como un aporte de gran valor las
apreciaciones y sugerencias del capitán Oddera, que constan en su informe, actualmente
custodiado en el Archivo General de la Armada. El jefe expedicionario señaló la
conveniencia de instalar una estación central meteorológica en Decepción (para lo cual se
aprovecharía parte de las instalaciones de la factoría noruega) y un destacamento naval en
Melchior; estas sugerencias se hicieron realidad en 1947 y 1948, cumpliéndose así los
objetivos señalados por la Comisión Nacional del Antártico.
Ante los positivos resultados de la expedición Oddera, se decidió realizar una nueva
campaña antártica con el ya veterano Primero de Mayo, puesto esta vez bajo el mando del
capitán de fragata Silvano Harriague.

95
El equipo científico estuvo integrado por el geólogo Dr. Pascual Sgrosso, los
meteorólogos Carlos Pascale y Carlos Martinoli, y el biólogo Francisco Gneri, integrante de
la expedición anterior.
Zarpó el buque del puerto de Buenos Aires el 4 de febrero de 1943 con destino a
Ushuaia, donde estaba concentrada una fuerza de apoyo formada por el buque tanque
Ministro Ezcurra, el rastreador Spiro y tres aviones patrulleros “Consolidated”. Del 11 al 18,
el buque estuvo en Ushuaia, de donde zarpó con rumbo sudoeste, con destino a Melchior;
desde allí la expedición siguió al sur hasta avistar la isla de Alejandro I, reconoció costas y
archipiélagos e izó el pabellón nacional en aquellas latitudes, como afirmación de
soberanía.
Cartografía, hidrografía, determinación de declinación magnética, observaciones
mareográficas y meteorológicas, reconocimientos aéreos, una baliza instalada en la bahía
Margarita y observaciones biológicas y geológicas con acopio de muestras, fueron las
realizaciones de esta segunda expedición antártica, llevada a cabo como consecuencia de
las recomendaciones de la Comisión Nacional del Antártico.
Después de las expediciones Oddera y Harriague y en base a los trabajos realizados
durante la misma en Melchior (lugar señalado por el capitán Oddera para un
establecimiento permanente) se organizó la Primera Gran Expedición Antártica Argentina
del año 1947; con ella se inició la nueva etapa de las Campañas Antárticas Anuales,
integrada por siete unidades navales y un avión embarcado: transportes Patagonia y
Chaco, buque tanque Ministro Ezcurra, patrulleros King y Murature, rastreador Granville y
ballenero Don Samuel; avión “Walrus”2-0-24. El comandante de la fuerza era el capitán de
fragata Luis M. García. Esta expedición instaló el destacamento naval Decepción (hoy base
Decepción) inaugurado el 25 de enero de 1948 en la bahía Primero de Mayo de la isla
Decepción (Shetland del sur).

96
1946: Plan general de ocupación y administración efectiva del Sector Antártico
Argentino. Reorganización de la Comisión Nacional del Antártico.

De acuerdo con el plan de 1939, la Comisión Nacional del Antártico decidió su


concreción con los siguientes objetivos: 1.- Desarrollo de la capacidad meteorológica para
asegurar la navegación y los vuelos. 2.- Levantamiento extensivo de la costa y de la
península Antártica. 3.- Presencia de la flota de mar en el área antártica. 4.- Estudio del
valor geoestratégico de la península Antártica. 5.- Erigir una estación permanente en el
nordeste de la península Antártica, por ser zona de interés científico. 6.- Estudio y
correspondencia de las mareas antárticas con las americanas. 7.- Actividad científica
localizada y móvil. 8.- Estudio y ensayo de aclimatación humana, animal y vegetal. 9.-
Adquisición de buques y aviones aptos para la Antártida.
Las actividades programadas, que regirían la política antártica hasta 1951, hicieron
necesaria la reorganización de la Comisión Nacional del Antártico; debía ampliar su
número de integrantes incorporando miembros especialistas en las diversas materias a
encarar, lo que se hizo por el decreto n° 8507/46; la nueva Comisión quedó así integrada:
Por el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, el Dr. Juan Carlos Rodríguez
(presidente); por el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, el Sr. Martín Doello Jurado,
director del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia; por el Ministerio
de Guerra, el general de brigada Otto A. Helbling y el capitán ingeniero militar Manuel José
Olascoaga; por el Ministerio de Marina, los capitanes de fragata Alberto J. Oddera y Julio A.
Poch; por el Ministerio de Agricultura, el ingeniero agrónomo Rafael García Mata; por la
Secretaría de Aeronáutica, el vicecomodoro César B. Ojeda y los señores Santiago Díaz
Bialet, asesor jurídico, y el ingeniero Alfredo G. Galmarini, director general del Servicio

97
Meteorológico Nacional. Como secretario de la Comisión, se designó al señor José Manuel
Moneta.
Con fecha 8 de noviembre de 1946, la Comisión Nacional del Antártico elevó al
Ministerio de Relaciones Exteriores el plan de actividades para la temporada 1946/1947,
en el que se contemplaba, entre otras realizaciones, la instalación de un nuevo
observatorio meteorológico-geofísico argentino dentro del Sector Argentino y otras
instalaciones de carácter meteorológico (instrumental automático) en los lugares más
apropiados y de acuerdo con el Servicio Meteorológico Nacional.

El Sector Antártico Argentino

La Comisión Nacional del Antártico, en la reunión del 12 de marzo de 1947 trató el


tema de la delimitación del territorio antártico argentino; habiendo estudiado
“detenidamente todos los antecedentes argentinos relacionados con las tierras australes, y
en base a los resultados de esos estudios”, procedió a delimitar el sector polar sobre el
cual la nación mantiene derechos. Tal sector antártico es el que se encuentra situado
“entre los meridianos 25º y 74º de longitud oeste de Greenwich, al sur de los 60º de latitud
sur”.
Esos límites habían comenzado a aparecer en los mapas del Instituto Geográfico
Militar a partir del año 1940 y corresponden a los límites extremos longitudinales
argentinos; 74º oeste marca el punto más occidental de nuestro límite con Chile —el cerro
Bertrand— y el meridiano de 25º oeste corresponde a las islas Sándwich del Sur, mientras
que el paralelo 60º sur es el límite convencional de la Antártida, internacionalmente
aceptado.

98
En cuanto a los límites longitudinales se ha adoptado el sistema concebido por el
senador canadiense Pascual Poirier para fijar los territorios árticos pertenecientes a
Canadá, los Estados Unidos, Noruega y Rusia. Es bueno recalcar que, por vigencia del
Tratado Antártico, las soberanías territoriales en el territorio sud polar están en suspenso.
En conclusión, a partir del mes de marzo de 1946, reorganizada la Comisión Nacional del
Antártico con mayor número de miembros y con especialistas científicos, económicos y
militares, se inició una nueva etapa en la política antártica nacional, caracterizada por la
ocupación y administración del Sector Antártico Argentino, delimitado y cartografiado. La
acción tendiente a concertar acuerdos internacionales y el incremento de las expediciones
científicas nacionales que (después de la experiencia de las expediciones Oddera (1942) y
Harriague (1943) se plasmó en la organización de las campañas antárticas anuales,
inauguradas en 1947 con una gran expedición, integrada por siete unidades navales y un
hidroavión embarcado, y contó con la participación de especialistas científicos en las
diversas especialidades: biología, geología, glaciología, meteorología, etcétera.
Y de ese modo pasamos a la gran expedición de 1947.

1947: Primera Gran Expedición Antártica Argentina

Esta gran expedición, comandada por el capitán de fragata Luis M. García, estuvo
integrada de la siguiente manera: transportes Patagonia y Chaco, buque-tanque Ministro
Ezcurra, patrulleros King y Murature, rastreador. Granville”, ballenero Don Samuel y avión
“Walrus” 2-0-24. La expedición contó con dos invitados que integraron la plana mayor del
buque insignia: un capitán de la marina chilena y un capitán del ejército argentino, del
Instituto Geográfico Militar.

99
El transporte Patagonia, de sesenta metros de eslora y 2400 toneladas de
desplazamiento, había sido adquirido en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial,
y reacondicionado para la navegación polar. El transporte Chaco era un buque de pasajeros
y carga; desplazaba 3850 toneladas. El buque-tanque Ministro Ezcurra, petrolero,
desplazaba 4200 toneladas. El ballenero Don Samuel, alquilado con su tripulación a la
Compañía Argentina de Pesca, tenía 30 metros de eslora y muy buenas condiciones. El
rastreador Granville, de apoyo en Ushuaia, había sido construido en Río Santiago, medía 60
metros de eslora. Los patrulleros King y Murature, construidos también en Río Santiago,
tenían una buena velocidad (16 nudos).

La partida

El Patagonia, buque insignia, zarpó de Buenos Aires el 4 de enero; fue por el


ministro de Marina, el jefe del Estado Mayor, los directores generales y el presidente y
miembros de la Comisión Nacional del Antártico. El Ministro Ezcurra y el Chaco zarparon
desde el puerto de La Plata, el 8 y el 14 de enero, respectivamente. El día 15 del mismo
mes la nave insignia arribó a Ushuaia y se reunió con el buque Don Samuel procedente de
las Georgias del Sur.

Con la llegada de los restantes buques, la expedición abandonó Ushuaia el 24 de


enero, rumbo a la Antártida, menos el Chaco, que debió permanecer para reponer el
carbón para la nueva estación a instalar, inutilizado por una combustión espontánea.

100
En la zona de operaciones

El 29 de enero la nave insignia y el Don Samuel llegaron a la isla Decepción, de donde


zarparon el 16 de marzo con rumbo a Melchior, donde encontraron una chapa metálica
con la bandera inglesa sobre la casilla del faro Primero de Mayo. La placa fue retirada,
labrándose un acta y pintando la siguiente inscripción: “Propiedad del Ministerio de
Marina de la República”. Para instalar la nueva estación se eligió la punta Gallows de la isla
Observatorio. Se puso en funcionamiento el faro, y el avión —en su primer vuelo de
reconocimiento en la zona— verificó la presencia inglesa en puerto Lockroy y, en un lugar
próximo a la punta Gallows, llamada hoy punta Observatorio, se decidió instalar la nueva
estación.

El 5 de febrero, dejando en Melchior una comisión de tareas, ambos buques


zarparon para Decepción. Durante la navegación hicieron reconocimientos en el canal
Schollaert y en el estrecho De Gerlache. El 7 de febrero, después de un intento de
desembarco en la bahía Esperanza que falló por causa de los hielos, se navegó a la isla
Decepción. Mientras, el Don Samuel, con el jefe de la expedición y el oficial de navegación
del Patagonia a bordo, recorría la ruta Melchior hasta bahía Margarita para hacer acto de
presencia en las estaciones británicas allí existentes y obtener datos para cartas y
derroteros.

En el canal Lemaire los argentinos avistaron al buque de guerra inglés Trepassey.


Intercambiaron saludos y navegaron luego a Lockroy, islas Argentinas y fiordo Neny,
visitando las instalaciones inglesas. Luego navegaron por el canal De Gerlache-Lemaire y el
Francés-Penola, haciendo levantamientos expeditvos.

101
En isla Melchior, mientras el Patagonia desembarcaba material y personal para la
construcción de la nueva estación, arribó el Trepassey que desembarcó a su comandante,
quien manifestó al oficial argentino a cargo del campamento que ése era territorio inglés;
nuestro oficial le respondió que ese territorio era argentino. Mientras tanto, el avión
“Wallrus”, transportado por el Patagonia, volaba fotografiando y reconociendo la zona.

El 25 de febrero, a raíz de un accidente, el obrero Pablo Nicolyzyn fue intervenido


quirúrgicamente, con éxito, por el médico de a bordo —teniente de fragata Jaime Mario
Coronel—. El capitán E. J. Pierrou, a quien estamos siguiendo en este relato, dice lo
siguiente:

“Era evidente que las previsiones de índole farmacéuticas y quirúrgica, muy amplias
por cierto, contemplaron todas las eventualidades posibles, aun para casos de la mayor
gravedad. Al obrero Nicolyzyn le fue amputada una mano con todo éxito y se le practicaron
curaciones serias en el cráneo y en los ojos.”

El 27 llegó también a isla Melchior el Don Samuel; su comandante, teniente de navío


Pisan Reill, entregó al jefe expedicionario, una nota de protesta que había recibido del
magistrado inglés residente en puerto Lockroy. La conversación entre ellos se había
desarrollado en términos amables, el inglés había abosequiado al argentino un pequeño
presente y fue igualmente retribuido. El capitán García, respondiendo la nota inglesa,
cursó al magistrado inglés la siguiente respuesta:

“Tengo el honor de comunicarle que la zona a que Ud. hace referencia se


encuentra en el sector que la República Argentina considera de su pertenencia y
que todos los actos de la Expedición Naval Argentina, a mis órdenes, se realizan
por derecho propio. En consecuencia, debo dejar constancia de que no puedo
aceptar su reglamentación ni reconozco, otra autoridad en esta zona que la de

102
mi Gobierno.” (E. J. Pierrou, “La Armada argentina en la Antártida 1939-1959”,
p.107).

El 7 de marzo se libró al servicio el segundo faro antártico, denominado “Patagonia”,


mientras el King instalaba una baliza luminosa en el cabo Ana de la costa Danco, la primera
luminosa en el Sector Antártico Argentino. El 24 comenzó a funcionar la estación
radiotelegráfica en Melchior, enviando el jefe de la expedición un saludo al ministro de
Marina, al jefe del Estado Mayor General y al director general de Navegación e Hidrografía.

El 31 de marzo a las 16.15 fue izado el pabellón nacional en Melchior, se inauguró allí
el Destacamento Naval Melchior (hoy Base Melchior), y quedó a su cargo durante ese año
1947 el teniente de fragata Juan Carlos Nadaud. El jefe de la expedición, en cadena con
LRA Radio del Estado, transmitió a Buenos Aires:

“Con esta sencilla pero emotiva ceremonia queda inaugurado hoy, 31 de


marzo de 1947, el Observatorio Meteorológico Antártico del Archipiélago
Melchior, perteneciente al Ministerio de Marina. A partir de esta fecha, la
República Argentina, por medio de su Armada, tendrá ocupación permanente en
estas islas adyacentes a la Tierra de Graham, afianzando así con hechos su
soberanía sobre el Sector Antártico, que considera como de su pertenencia y
contribuyendo además con su aporte científico al progreso de la meteorología
internacional.” (E. J. Pierrou, op. cit. p. 114).

Luego transmitió, también en cadena con LRA Radio del Estado, un discurso del que
seleccionamos unas breves pero significativas palabras:

“Es necesario crear una conciencia argentina y para ello difundir el


conocimiento de la geografía de estas regiones […]. La publicación de mapas que
incluyen la República Argentina y nuestro sector antártico […] contribuirá

103
eficazmente a ese fin […] Esa conciencia antártica habrá sido creada el día que
cada ciudadano tenga en cuenta que estas tierras no son exóticas, sino que
forman parte del territorio de la República. En las inmediaciones del
Observatorio se ha instalado un letrero que reza: “TERRITORIO DE LA REPÚBLICA
ARGENTINA.” (E. J. Pierrou, op. cit., pp. 177 y 120).

El 1° de abril la expedición zarpó de Melchior, iniciando el regreso a Ushuaia con una


navegación afectada por permanente mal tiempo, especialmente en el cruce del pasaje
Drake, por los violentos y frecuentes temporales de esa zona, que hacen la navegación
muy movida —especialmente con los buques libres de carga, lo que afecta a la mayor
parte de la tripulación, que se ve obligada a adoptar la posición horizontal para evitar los
mareos—.

El 23 de abril el Patagonia atracó en la Dársena Norte del puerto de Buenos Aires


escoltado por los patrulleros King y Murature. Se embarcaron en el muelle el ministro de
Relaciones Exteriores, el jefe del Estado Mayor General, miembros de la Comisión Nacional
del Antártico, oficiales superiores y jefes y oficiales de las Fuerzas Armadas; se realizó
después una ceremonia en tierra y en proximidades del buque en la cual pronunció un
discurso el jefe expedicionario, finalizado el cual se realizó un desfile hasta la Casa de
Gobierno por la calle Cangallo (hoy Teniente General Perón), Leandro N. Alem, Corrientes,
Florida, Diagonal Norte y Rivadavia. Los expedicionarios recibieron durante el trayecto las
manifestaciones entusiastas del pueblo, con vítores y flores arrojadas desde los balcones;
finalmente fueron recibidos en el Salón Blanco de la Casa Rosada por el Presidente de la
Nación y los ministros.

104
Aportes de la expedición

–Nueva estación meteorológica permanente en Melchior.

–Exploración y reconocimiento expeditivo en la importante ruta Decepción – Bahía


Margarita.

–Faro Patagonia en la boca sur del De Gerlache y una baliza luminosa en el cabo Ana (zona
continental).

–Levantamiento cartográfico en la zona de la bahía Dallman.

–Mayor cantidad de buques en la Antártida con aporte de información geográfica.

–Visita a instalaciones inglesas en Decepción, Lockroy, islas Argentinas y bahía Margarita.

–Comprobación de la libertad de acción por el racional uso de la sonda ecoica 6 y el radar.

1948: La Flota de Mar en la Antártida

De acuerdo con uno de los objetivos de la Comisión Nacional del Antártico


(frecuentar con numerosas unidades de la Flota de Mar el área antártica) al mando del
vicealmirante Juan M. Carranza y con los cruceros Almirante Brown y Veinticinco de Mayo
y los destructores Santa Cruz, Misiones, Entre Ríos, San Luis, Mendoza y Cervantes, la flota
de mar realizó maniobras en el archipiélago de las Shetland del Sur, Melchior y Orcadas del
Sur en febrero de 1948. Se hicieron importantes estudios en la zona de las Orcadas del Sur,

6
Nota editorial. Sonda ecoica: instrumento para determinar la distancia vertical entre el fondo del lecho marino y
una parte determinada del casco de una embarcación.

105
Shetland del Sur y en la parte norte de la península Antártica, con un expeditivo
reconocimiento geográfico-militar de sus fondeaderos; el antiguo estrecho Bransfield fue
denominado Mar de la Flota. En la isla Decepción se realizó una ceremonia afirmando los
derechos argentinos.
La instalación del Destacamento Naval Decepción en la isla de ese nombre,
inaugurado el 25 de enero de 1948, provocó un entredicho con Inglaterra que dio lugar a
un intercambio de notas de protesta y a la presencia de unidades navales de ambos países,
en cuyo marco se inscribieron las operaciones de nuestra Flota de Mar, como acabamos de
ver. La preocupación causada por tales incidentes llevó a los gobiernos de Argentina, Chile
y Gran Bretaña a firmar un acuerdo, comprometiéndose a no llevar buques artillados al sur
del paralelo 60º Sur, por lo que se puede considerar ese compromiso como un
antecedente de la no militarización de la Antártida que posteriormente estableció el
Tratado Antártico.

1949: Argentina, Chile y Gran Bretaña en la Antártida

Argentina y Chile

En varias oportunidades nuestro país había hecho referencia a sus posesiones


antárticas, implícitamente en el siglo XIX —al establecer la Comandancia Política y Militar
de las islas Malvinas (1829) — y explícitamente en el siglo XX —por ejemplo en la reserva
hecha a las convenciones postales firmadas en 1934 en El Cairo, en el Xº Congreso de la
Unión Postal Universal, en la Conferencia de Panamá en 1939, en un memorándum a la
embajada británica en 1943, etc—.

106
De ese modo, nuestro territorio antártico apareció por primera vez graficado en
recuadro en un mapa de la República publicado por el Instituto Geográfico Militar en 1941,
aunque el limite occidental fijado allí en los 68º 34’ Oeste fue modificado luego a 74º
Oeste, de acuerdo con el decreto del Poder Ejecutivo Nacional Nº 8944 del 2 de
septiembre de 1946.
El decreto-ley Nº 2191 del 28 de febrero de 1957, que estableció el Territorio
Nacional de la Tierra del Fuego, delimitó el sector entre los meridianos de 25º Oeste y 74º
Oeste, al sur del paralelo de 60º Sur.
La hermana República de Chile, por su parte, señaló su sector antártico el 6 de
noviembre de 1940 entre los 53º Oeste y los 90º Oeste, como prolongación continua de su
territorio continental.
Como se aprecia, hay superposición de espacios polares entre ambos países, que se
consideran igualmente herederos de la corona castellana, lo cual, no obstante, no ha sido
un obstáculo para las buenas relaciones en este tema, que —especialmente en la década
del cuarenta— han sido óptimas. Ambos paíse se reconocieron mutuamente sus
indiscutibles derechos en esa parte del globo y convinieron en cooperar tanto en la
investigación científica de la naturaleza antártica como en el aprovechamiento de sus
recursos naturales; lo establecieron de esta manera:
“Los ministros de Relaciones Exteriores de la República Argentina y de Chile […]
propician la realización de un plan de acción armónico de ambos gobiernos en
orden al mejor conocimiento científico de la zona antártica, mediante
exploraciones y estudios técnicos; que así mismo consideran conveniente una
labor común a lo relativo al aprovechamiento de la riqueza de esta región; y que
es su deseo llegar lo antes posible a la concertación de un Tratado Argentino-

107
chileno de Demarcación de Límites en la Antártida Sudamericana.” (Firmado:
Juan Atilio Bramuglia / Raúl Juliet Gómez).
Este enunciado fue ratificado y ampliado por la Declaración La Rosa – Donoso, del 4
de marzo de 1948. De ese modo, las relaciones argentino-chilenas en aquellos años —con
relación a la Antártida— se basaron en un pensamiento político realista, que valoraba la
conveniencia de una acción conjunta en defensa del patrimonio austral, heredado por
ambas de la Madre Patria. Esos acuerdos pudieron haber sido un incentivo para encarar
luego, en el continente americano, esa integración. Lamentablemente, la historia siguió
otro curso.

Argentina y Gran Bretaña

Diferentes fueron nuestras relaciones con Gran Bretaña. Este país alegaba derechos
de descubrimiento entre los 20o oeste y los 80o oeste, confirmados por la Carta Patente del
21 de julio de 1908, que estableció un límite norte a los 50o de latitud sur, abarcando así
parte de la Patagonia continental, este error fue subsanado por otra Carta Patente, del 8
de marzo de 1917. Allí determinó, entre los meridianos mencionados, un sector oriental
con límite norte en los 50º sur, y otro occidental con ese límite en los 55o sur.
Como ya lo hemos explicado, el primer problema con esa potencia fue a raíz del
establecimiento del observatorio de las islas Orcadas del Sur en 1904. Pero en la década
del 40, con el aumento de las expediciones, comenzaron frecuentes incidentes en la zona,
que felizmente no pasaron de un intercambio de notas, reclamando y afirmando derechos.
La primera es de nuestra cancillería del 23 de agosto de 1940, en la que nuestro gobierno
sugiere la convocación a una reunión de estados con intereses antárticos, que podría

108
realizarse en Buenos Aires, para producir un estatus jurídico-político de la región aceptado
por todos los Estados. La nota concluía con una reclamación por haber aparecido en un
mapa británico un sector antártico como dependencia de las islas Malvinas “Que el
gobierno argentino con justo fundamento, ha considerado siempre como parte inalienable
de su territorio nacional.”
En enero de 1943, llegó a la isla Decepción el buque británico Carnarvon Castle y su
comandante retiró los testimonios argentinos de soberanía dejados allí por la expedición
del Primero de Mayo, y colocando en su lugar un tablero con la leyenda “Tierras de la
Corona Británica”. Después, nuestra cancillería recibió una protesta de la embajada
británica, lo que dio lugar a un intercambio de notas. En 1947, en ocasión de la gran
expedición antártica argentina, el encuentro de nuestras naves con las británicas y el
mutuo hallazgo de sitios ocupados, tuvo lugar un frecuente intercambio de notas in situ y
luego entre las cancillerías.
Abreviando, vale la pena destacar la sugerencia de nuestra cancillería para resolver
cuestiones atinentes al Antártico con los países que tenían —y tienen— intereses en la
región, con la idea de una conferencia internacional “cuya finalidad primordial sería la de
arribar a la determinación de un estatus jurídico-político de aquella región”. De ese modo,
la República Argentina se adelantaba por un poco más de una década a la solución a la que
finalmente arribarían los estados con intereses en el lejano continente blanco austral, al
firmar el Tratado Antártico el 1º de diciembre de 1959.
Si bien los incidentes habían sido leves, su frecuencia, las actuaciones diplomáticas,
las encontradas declaraciones de las partes involucradas y las interpretaciones en la
Cámara de los Comunes de Londres (durante las cuales se manifestaba cierta impaciencia
en algunos legisladores frente a lo que consideraban presencia ilegal de argentinos y
chilenos en la Antártida) repercutieron en el ámbito internacional, dando lugar en algunos

109
casos a muestras de solidaridad americana (por ejemplo el comunicado del Ministerio de
Relaciones Exteriores de Venezuela del 3 de marzo de 1948 expresando que su gobierno
veía con preocupación los incidentes surgidos recientemente entre algunas repúblicas del
continente y el Reino Unido de Gran Bretaña, esperando que “aquellos inconvenientes
podrán resolverse de conformidad con los principios de justicia y de equidad declarados en
la Carta de las Naciones Unidas”). Pocos días después de ese comunicado, el Congreso
Nacional de Venezuela, el 16 de marzo, dio una declaración expresando “la aspiración
unánime al pueblo de Venezuela de que se liquiden de una vez para siempre los rezagos de
coloniaje en América”, manifestó “viva simpatía hacia los derechos alegados por las
repúblicas de Argentina y Chile” y expresó “solidaridad ante las justas reclamaciones que
los respectivos países han formulado sobre las regiones antárticas”.
En Buenos Aires, el 2 de junio de 1948 la Cámara de Diputados de la Nación hizo una
declaración, reafirmando la soberanía nacional sobre las islas Malvinas y los derechos
sobre la Antártida.

El acuerdo tripartito de 1949

Era previsible que las potencias del Hemisferio Norte, libres ya de la guerra,
aumentaran su presencia en las desérticas comarcas polares del sur, que ya se perfilaban
como la tierra prometida del futuro y sobre las cuales, además de Argentina, Chile y Gran
Bretaña, otros cuatro países (Nueva Zelandia, Australia, Noruega y Francia) formulaban
reivindicaciones. El gobierno de los Estados Unidos, país también con intereses antárticos,
pero sin reclamos declarados, observando las disputas y previendo futuras complicaciones
con intervención de otros actores, giró a los gobiernos de los siete países con presencia

110
antártica un memorándum proponiendo la internacionalización del continente en
cuestión, en el cual —a su juicio— “los valores previsibles […] son predominantemente
científicos, más bien que estratégicos o económicos”, de modo que la investigación
científica y la exploración se verían beneficiadas por un régimen de administración
internacional.
La propuesta norteamericana tendría una derivación imprevista al provocar la
entrada en escena de un nuevo actor con la consiguiente complicación del panorama, pero
eso sucedería ya en el comienzo de la década siguiente. Mientras tanto, los tres países
enfrentados por sus reclamos superpuestos tratarían de hallar de alguna manera un modus
vivendi, pues si bien los incidentes hasta entonces no habían tenido otra trascendencia que
la diplomática, debía preverse la posibilidad, seguramente no deseada, de algún hecho con
derivaciones inconvenientes para el normal desarrollo de las exploraciones y las
actividades científicas en la zona. De ese modo, la década del 40 se cerró con un
compromiso contraído entre los gobiernos de Argentina, Chile y Gran Bretaña de no enviar
buques de guerra al Antártico. El 18 de enero de 1949 a las 15.00, los tres gobiernos
intercambiaron mutuamente en Buenos Aires, Santiago de Chile y Londres, una nota del
siguiente tenor:
“Deseando evitar todo malentendido en la Antártida que pudiera afectar
las relaciones amistosas entre este país y..... el gobierno de……… está dispuesto a
informar al gobierno de……… que, en las actuales circunstancias, no prevé
ninguna necesidad de enviar buques de guerra al sur de los 60o de latitud Sur,
durante la temporada antártica de 1948-1949, aparte, desde luego, de las
maniobras tradicionales como las que han sido habituales durante varios años.”
A partir de entontes, y hasta la realización del Año Geofísico Internacional (1957-
1958), este intercambio de notas se renovó anualmente. Luego, la vigencia del Tratado

111
Antártico, a partir de 1961, haría innecesario tal compromiso, que bien puede considerarse
como un antecedente de la no militarización del continente polar austral, establecida por
el artículo primero del mencionado instrumento legal internacional.

Agresión inglesa en la isla Decepción

Sucedió durante la campaña antártica 1952/1953. En cumplimiento del plan trazado


por la Comisión Nacional del Antártico, la Armada instaló en la caleta Balleneros de la isla
Decepción un refugio, inaugurado el 16 de enero de 1953, que fue bautizado "Teniente
Lasala", en homenaje al infante de marina Cándido de Lasala, caído en acción durante las
invasiones inglesas.
El encuentro de nuestras naves con las británicas en la zona dio lugar a un
intercambio de notas de protesta por ambas partes, hasta que el 19 de enero, dejando en
un mojón de concreto un tubo metálico con una copia del acta de inauguración, zarpó el
Bahía Aguirre, dejando el nuevo refugio a cargo de un teniente de navío y dos cabos. Ese
mismo día, fondeó en la caleta Balleneros el buque inglés Snipe, a cuyo bordo viajaban el
denominado gobernador de Malvinas y un obispo; el magistrado británico entregó una
nota de protesta al jefe del Destacamento Naval Decepción (hoy base Decepción). Pocas
horas después, arribó a la isla el ARA Punta Ninfas y su comandante entregó a su vez una
nota de protesta al Snipe. El 23 de enero los buques chilenos surtos en la caleta Balleneros
instalaron un refugio, a doscientos metros del nuestro.
EL 16 de febrero, habiendo quedado en el flamante refugio argentino los dos cabos,
pues el jefe se había trasladado por razones de servicio al destacamento naval, personal de
la nave inglesa Snipe procedió a destruir los refugios argentino y chileno. Narrando este

112
suceso, dice Pierrou: "La conducta inglesa no resultó novedosa ni extraña; fue una
consecuencia de ya conocidos procedimientos de piratería ejercidos desde tiempo atrás en
detrimento de soberanías y patrimonios ajenos a su jurisdicción." (“La Armada Argentina en
la Antártida”, Buenos Aires, Instituto de Publicaciones Navales, 1981, p. 469).
El jefe del refugio argentino destruido se presentó en la base inglesa de la caleta
Balleneros y fue informado por el jefe británico de que el personal argentino hecho
prisionero sería llevado a las islas Georgias del Sur y luego a Buenos Aires. Informado del
acontecimiento, el comandante de la Fuerza de Tareas, obedeciendo orden superior, envió
una nota de protesta a la base inglesa, de la cual transcribimos lo siguiente:
"La presencia de esas fuerzas y las acciones llevadas a cabo importan un
acto ilícito que sancionan los principios del Derecho Internacional, perpetrado en
territorio de la República Argentina, desconociendo que incuestionables
derechos de dominio, de acuerdo con los cuales las operaciones del personal y
buques a mis órdenes constituyen actos indiscutibles de jurisdicción."
Y volvemos a citar a Pierrou:
"Este hecho insólito ha sido digno émulo de las piraterías de Drake y revela
en quienes lo planearon la supervivencia de una primitiva y anacrónica
mentalidad imperialista, sustentada a látigo y arcabuz, olvidando que la acción
argentina [estaba] encuadrada exactamente dentro de las normas del derecho
internacional y de los procedimientos que son normales en el Continente
Blanco."

Cooperación Científica Internacional: el A. G. I. y el A. I. S. Q.

113
Nuestro país realizó en el Año Geofísico Internacional estudios de meteorología,
auroras y luz nocturna, sismología, latitud y longitud, gravimetría ionosférica,
oceanografía, glaciología, actividad solar y rayos cósmicos.
Una vez finalizadas las tareas del A. G. I., los Estados Unidos y la Argentina acordaron
cooperar para mantener el funcionamiento de la base norteamericana Ellsworth sobre la
barrera de hielo de Filchner, encargándose nuestro país de la administración de esa base,
donde trabajaron conjuntamente científicos de ambos países.
Además la Argentina, por su situación geográfica, ocupó un lugar destacado durante
las tareas del Año Internacional del Sol Quieto. Las observaciones antárticas recibieron
preferente atención, destacándose las actividades en la zona de la barrera de Filchner, en
el mar de Weddell.

1958: Turismo a la Antártida

Por primera vez en los anales de la historia de la navegación se realizaron dos viajes
de turismo a la Antártida, organizados por el Comando de Transportes Navales, que a tal
efecto destinó el transporte ARA Les Eclaireurs a Ushuaia, desde donde se iniciaría la
excursión, en dos viajes. Los turistas utilizaron para su traslado a la capital fueguina
aviones Douglas DC–4 de la Marina de Guerra, pertenecientes al Comando de Transportes
Aeronavales.
En el primer viaje, el buque, comandado por el capitán de corbeta Eduardo Llosa,
zarpó de Ushuaia con cien turistas el 16 de enero de 1958, con destino a la Antártida; hizo
escala en rada Picton, donde arribó el 16 y continuó con el siguiente itinerario: isla

114
Decepción, bahía Luna, caleta Potter, bahía Paraíso, isla Melchior y regreso a Ushuaia,
donde arribó el 24 de enero de 1958.
El segundo viaje turístico el buque, comandado por el mismo capitán Llosa, zarpó de
Ushuaia con 94 turistas el 31 de enero de 1958, con destino a Melchior, siguió hacia bahía
Paraíso, caleta Potter, bahía Luna, Decepción y regresó a Ushuaia a la que arribó el 11 de
febrero de 1958. Del interés despertado por estos dos primeros viajes turísticos dio una
clara idea la recepción de cuatrocientas solicitudes para participar en ello, más
cuatrocientas notas pidiendo informes, entre las que se encontraban las de personas
residentes en los Estados Unidos, Alemania, Brasil, Chile, Italia, Paraguay y Uruguay.

115
Capitulo VIII

EL EJÉRCITO EN LA ANTÁRTIDA

El coronel Hernán Pujato, el Instituto Antártico Argentino y la penetración en el


continente

El coronel Hernán Pujato, preocupado por el problema antártico y por la afirmación


de nuestra soberanía en esa región, había comenzado por aquel entonces un ambicioso
plan, con el cual el ejército inauguraría sus actividades antárticas. Con el plan aprobado por
el gobierno, Pujato marchó en 1949 a los Estados Unidos para asistir a un curso de
supervivencia polar en Alaska. De regreso a la patria, traía una nueva idea: la creación de
un instituto especializado en técnica y ciencia polar.
El plan constaba de cuatro puntos: 1. creación del Instituto Antártico Argentino (I. A.
A.), 2. realización de una expedición polar y establecimiento de una base al sur del Circulo
Polar Antártico, 3. compra de un buque rompehielos y 4. expedición al mar de Weddell,
para instalar una base a mil quinientos kilómetros del Polo Sur Geográfico. El proyecto
tuvo principio de ejecución con el decreto Nº 2492 del Poder Ejecutivo Nacional del 9 de
febrero de 1951, encomendando al entonces Ministerio de Asuntos Técnicos la
organización y envío de una Expedición Científica a la Antártida Continental Argentina.
Los preparativos para la expedición exigieron un verdadero esfuerzo con tareas de
gabinete y de campo, que contemplaban desde la información por consulta bibliográfica
sobre las características físicas y climáticas del lugar elegido, la Bahía Margarita, hasta el

116
entrenamiento de los hombres en un medio similar, los Andes Patagónicos, donde tres
miembros perecieron durante una tormenta de nieve (el teniente Arnoldo Serrano, el
subteniente Eduardo Molinero Calderón y el soldado Emiliano Jaime).
Listos los hombres y completados los equipos y el material, la expedición (integrada
por el coronel Hernán Pujato, el capitán Jorge Mottet, el teniente farmacéutico Luís
Roberto Fontana, el doctor Ernesto Gómez, el suboficial ayudante Haroldo Juan Riella, los
cabos mayores Lucas Serrano y Hernán Sergio González Superí, los señores Ángel Roque
Abregú Delgado y Antonio Moro, y veinticinco soldados voluntarios), partió del puerto de
Buenos Aires el 12 de febrero de 1951 en el buque Santa Micaela, al mando del capitán de
ultramar Santiago Farrell. No había en la marina un buque adecuado para la riesgosa
expedición, por lo cual la empresa Pérez Companc facilitó el Santa Micaela —un buque de
desembarco de tanques de la Segunda Guerra Mundial— que servía como medio de
transporte a los puertos patagónicos. La empresa cobró el precio simbólico de un peso,
tomando a su cargo la adecuación del buque para la expedición. El remolcador de la
marina Sanavirón acompañó a la expedición hasta bahía Margarita, como apoyo.
El 21 de marzo de 1951 fue inaugurada la Base General San Martín (hoy Base San
Martín), bendecida por el padre salesiano Juan Monticelli. Era la primera estación
argentina al sur del Círculo Polar (68º 07’ S y 67º 08’ W); en ella permaneció durante 1951,
presidida por su jefe, la dotación fundadora (excepto el teniente Fontana, que por un
accidente debió regresar a Buenos Aires con el Santa Micaela, que retornó al año siguiente
con el relevo).
El 29 de marzo los hombres tuvieron una emotiva sorpresa: la inesperada visita de
un camarada de la Armada, el teniente de fragata Halfdan H. Hansen, que piloteando un
hidroavión Grunman Goose llegó desde Melchior en un vuelo imprevisto y por propia
iniciativa, lo que luego le valió una sanción de sus superiores. Iba a saludar a sus camaradas

117
del Ejército que se iniciaban en el quehacer antártico. Grande fue la emoción de Pujato y
sus hombres en aquel momento. En la Antártida, el arribo de un buque o un avión, a veces
el simple paso, produce júbilo y emoción, máxime si es imprevisto; lo mismo sucede hoy a
pesar de las comunicaciones radiales. Por eso, es de imaginar la mayor dimensión que
adquiriría entonces semejante acontecimiento en aquellos tiempos de total aislamiento,
en un lugar pleno de misterio para el hombre.
En verdad, la visita de Hansen compensó a los expedicionarios de la desagradable
sensación de abandono y soledad que habían sentido tres horas antes, cuando las pitadas
del Santa Micaela y el Sanavirón conmovieron el silencio de la bahía, anunciando la partida
de los buques.
La actividad en la nueva base fue intensa durante todo el año y los noveles
expedicionarios antárticos felizmente tuvieron el valioso concurso del único veterano del
grupo, Antonio Moro, que aportó las experiencias adquiridas en el observatorio de
Orcadas. Dificultades hubo muchas, como la provocada por el intenso temporal del 6 de
abril, que destruyó la casilla meteorológica y las antenas de la radio y llenó de nieve la
casa-habitación. La reparación llevó varios días y se tuvo que realizar con una temperatura
ambiente de 25ºC bajo cero.
Otro día hubo un principio de incendio; por suerte, el tiempo calmó, algo raro en la
Antártida siempre ventosa, lo que evitó un desastre; debemos tener en cuenta que
quedarse sin vivienda allá puede significar la muerte.
El personal se organizó en Base y Patrulla; esta última estaba encargada del
adiestramiento de los treinta y seis perros, con los que hicieron 1.287 kilómetros de
recorrido sobre el hielo de mar y sobre el continente, y pudieron ubicar así los accesos a la
meseta central bautizada San Lorenzo.

118
Pero no todo fue trabajo, esfuerzo y sacrificio, pues hubo también momentos
agradables como los vividos en oportunidad de las fiestas patrias, celebradas según las
pautas protocolares y, por supuesto, como lo permitía el ambiente polar. También
festejaron los cumpleaños con un menú especial. En aquellas latitudes, los motivos de
celebración se deben aprovechar, se les presta mucha atención porque ayudan a
compensar carencias afectivas y elevan el estado anímico. “La permanencia en estas
soledades” dice Pujato “da al hombre una sensibilidad especial. Una pequeña noticia un
poco desagradable convierte al hombre en un ser preocupado por varios días. Por eso,
tanto valorizamos y agradecemos íntimamente los radiogramas conceptuosos y llenos de
estímulo y de afecto que el Excelentísimo Señor Presidente nos hizo llegar
periódicamente.” Pujato hizo extensivo ese agradecimiento al ministro de Ejército que les
había enviado un saludo en ocasión del 25 de Mayo, y a todos los hombres, mujeres y
niños, desconocidos algunos, que también les hicieron llegar sus afectos.
Al finalizar el verano de 1952 llegaron los buques de la Armada Sanavirón y Bahía
Aguirre. En el segundo, arribó la dotación de relevo y los hombres de Pujato emprendieron
el regreso en el mismo buque, que tuvo que realizar la travesía del mar de Bellingshausen
en condiciones difíciles, atravesando campos de hielo muy densos que le produjeron
algunas averías, lo que obligó a trabajar con la mayor intensidad y rapidez, para hacer las
reparaciones necesarias y evitar un posible naufragio. La emergencia puso a prueba la
capacidad y personalidad del comandante de la nave, capitán de corbeta Alberto J.
Springolo, para quien el jefe expedicionario tuvo un agradecido recuerdo por haberlos
evacuado “cumpliendo su misión con la responsabilidad, la capacidad y el espíritu de la
mejor escuela del almirante Brown”.

119
El Instituto Antártico Argentino coronel Hernán Pujato

Por decreto del Poder Ejecutivo Nº 7338 de abril de 1951, fue creado el Instituto
Antártico Argentino Coronel Hernán Pujato. Dice el decreto:
“Vista la organización de la Expedición Científica a la Antártida
Continental Argentina […], y considerando: que ella está inspirada en el alto y
firme propósito de este Poder Ejecutivo de continuar asegurando en forma
irrenunciable para la Nación Argentina los derechos históricos, geográficos y
territoriales que la asisten sobre el sector de la Zona Antártica que le pertenece,
“Que tal misión de ejercer en forma concreta la soberanía de la
Nación en dicha zona, que ha sido confiada a la Expedición Científica a la
Antártida Continental Argentina y se confiará en el futuro a las que le sucedan
exige el complemento de un organismo técnico-científico que sirva de apoyo y
continuidad a sus tareas;
“Que para ello es necesario contar con un Instituto especializado
que, en forma permanente, oriente, controle, dirija y ejecute las investigaciones
y estudios de carácter técnico-científico vinculado a dicha región;
“Que sin perjuicio de la debida coordinación que un Instituto de
esta naturaleza debería mantener con la Comisión Nacional del Antártico,
dependiente del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, es conveniente
atribuirle jurisdicción propia sobre la materia enunciada en el considerando
precedente;
“Que el coronel Hernán Pujato, no sólo al propiciar y comandar la
Primera Expedición Científica a la Antártida Continental Argentina, sino al hacer

120
renuncia de los emolumentos, que como tal le corresponden, ha evidenciado un
alto espíritu patriótico que lo hace acreedor al reconocimiento de la nación;
“Que ello mueve al Poder Ejecutivo como un acto de justicia, a dar
su nombre al Instituto que por este decreto se crea, para que él sirva de ejemplo
a las futuras generaciones argentinas…”.

La historia del Instituto reconoce tres etapas:


1º.- De la fundación, que se extiende desde el 17 de abril de 1951 hasta el 26 de enero de
1956. En esta primera etapa, el Instituto dependió sucesivamente del Ministerio de
Asuntos Técnicos, del Ministerio de Defensa, de la Secretaría de Defensa y del Estado
Mayor de Coordinación.
2º.- De la reorganización, desde el 26 de enero de 1956 al 31 de diciembre de 1969,
dependiendo del Ministerio de Marina. Se dicta el Reglamento Orgánico que determina la
siguiente organización: Dirección; Secretaría General, Departamento Técnico, División
Contaduría y Departamento Científico, con las secciones de: Geofísica, Geología, Biología,
Laboratorios y Museo.
3º.- De la Dirección Nacional del Antártico, dependiendo de la misma, que fue creada el 1°
de enero de 1970. En esta etapa actual 7, el Instituto cuenta con los siguientes
departamentos: Ciencias de la Tierra, Ciencias de la Atmósfera, Ciencias Biológicas y
Ciencias del Mar, el Área Química Ambiental, los Programas Psicología y Museoantar y
Coordinación Científica.
Sobre la actividad específica del Intituto nos extenderemos al tratar la actividad
científica argentina en la Antártida.

7
Nota editorial. El IAA y la DNA dependen del Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto
desde 2003.

121
El presidente Juan Domingo Perón y la Antártida

De los dichos del general Perón al despedir a la Primera Expedición Científica a la


Antártida Continental Argentina y luego, al recibirla a su regreso, se desprende el ideario
que configuró la política nacional antártica de aquella época, por lo que consideramos
oportuno hacer una breve selección de los conceptos para nosotros más significativos. Dijo
el presidente al despedir a los expedicionarios:
“Sé que cumplirán no sólo con la misión que les he encomendado,
sino que harán mucho más, satisfarán nuestros deseos de conocer y hacer
efectiva la posesión de aquellos territorios sobre los cuales algunos disputarán
nuestro derecho. Éstas son las misiones que poco a poco asegurarán la real
posesión de estos territorios”.
“Estos muchachos que están llevando a cabo esta misión saben que
no será la primera y que la seguirán todas las que sean necesarias para
mantener en forma permanente el estudio y la ocupación de las bases que están
comenzando a establecerse […]. Hemos convenido no ocupar aún estas regiones
del Antártico con las fuerzas armadas. Las expediciones científicas argentinas
que seguirán ocupándolo progresivamente en número cada vez mayor, será la
fuerza más grande que enviaremos por ahora a nuestro territorio antártico…”
Al recibir en 1952 al coronel Pujato y a sus hombres, que regresaban de la exitosa
misión en la que habían fundado en la bahía Margarita la primera base continental
antártica argentina, manifestó: “Hemos querido que sobre esas tierras comenzasen
actividades argentinas que nos diesen, con la familiaridad de su permanente ocupación,
una impresión y una situación de vida argentina en territorio argentino”.

122
Una hazaña: El cruce de los Antartandes

La expedición bahía Margarita – bahía Mobiloil

La nueva dotación presidida por el capitán Bassani Grande debía continuar las
exploraciones iniciadas por sus antecesores y establecer rutas en el interior de la
península. Para ello dispuso de dos elementos novedosos en el quehacer antártico: un
automotor de orugas Weasel y un helicóptero Sikorsky S51 provisto de un radio compás y
un radio goniómetro, para poder operar en zona de permanentes nevadas y nieblas; así,
los nuevos expedicionarios pudieron cumplir su ambicioso programa y en el calendario de
sus actividades quedaron registradas hazañas y peripecias; la más dramática fue la del 9 de
julio de 1952, cuando ocurrió el incendio de la casa habitación con la radio estación. Otra
pérdida sensible fue la del hangar del helicóptero, destruido por un temporal de vientos de
120 km/h.
Durante una expedición al cabo Berteaux, noventa kilómetros al sur de la base, se
accidentó el helicóptero y destrozado. El piloto Hugo Jorge Parodi resultó herido, mientras
que los mecánicos Jorge Weber y Carlos Román Marrón resultaron ilesos.
No obstante, los hombres afrontaron la más desafiante empresa, que el inglés Rymill
había considerado imposible en 1936: el cruce de los Antartandes para llegar a la costa
opuesta del mar de Weddell. Listos los elementos, el 2 de agosto fueron distribuidos los
perros para las jaurías y organizadas las patrullas en tres grupos:
Grupo de apoyo aéreo: señor Hugo Parodi, cabo mayor mecánico aeronáutico Jorge
Weber y señor Carlos Marrón.

123
Grupo de trineos Nº 1: capitán Humberto Bassani Grande, cabo mayor Cirilo Urtasún
y cabo mayor Mario de la Torre, y N° 2: teniente José María T. Vaca, teniente farmacéutico
Luis R. Fontana y cabo My. Antonio Osés.
Grupo de apoyo terrestre: Teniente primero Alberto Giovannini, subteniente
Federico Soares Gache, cabo mayor mecánico y radiotelegrafista Enrique González.

El 18 de noviembre inició la marcha el grupo de trineos hacia un malacate y el primer


campamento, previamente colocados al pie del cordón Molinero sobre el glaciar
continental. Se estableció un segundo campamento (depósito Km 20), donde fue evacuado
un hombre con doble congestión pulmonar. Grandes derrumbes y estrepitosas avalanchas
de los glaciares y copiosas nevadas castigaron a los hombres hasta el 1º de diciembre,
cuando el buen tiempo permitió reconocer el cordón Molinero, abrir el acceso a la meseta
y establecer nuevos sitios para depositar la carga; debió evacuarse allí a un segundo
hombre por enfriamiento de ambos miembros, y el día 14 otro, por enfriamiento general
del cuerpo e intoxicación por mal funcionamiento del calentador Bram-Metal en la carpa.
Desde el 24 al 26 de diciembre el mal tiempo y los consecuentes derrumbes y
avalanchas, entorpecieron la marcha, pero, al mejorar las condiciones climáticas, el 27 se
inició el cruce de la cordillera: ascendieron hasta los 1720 metros y descendieron desde
esa altura, para iniciar el 28 a las 5:00 la marcha hacia el mar de Weddell; luego de cinco
kilómetros de recorrido alcanzaron la ladera del imponente cordón Martín Miguel de
Güemes; avanzando, descubrieron un cerro “peculiar y siempre brillante”, según el
informe del jefe de la expedición, al que se denominó Cerro Diamante. El avance a partir
de ese punto concluyó final y exitosamente, con el arribo a la bahía Mobiloil, entre la
punta Pylon y el cabo Agassiz en la costa Bowman, a los 68º 35’ sur y 64º 30’ oeste. El
capitán Bassani Grande rebautizó a la bahía con el nombre de Eva Perón, prevaleciendo, no

124
obstante, el topónimo original, dado por su descubridor Hubert Wilkins en 1928 y referido
al combustible utilizado en su vuelo.

La expedición terrestre invernal antártica bahía Esperanza– bahía Margarita

El segundo cruce de la cordillera antártica tuvo lugar diez años después, lo


protagonizó la dotación militar de la base Esperanza bajo la conducción de su jefe, teniente
primero Gustavo A. Giró Tapper. Tenía como misión principal expedicionar por vía
terrestre la bahía Margarita; además sobre el terreno adquirieron experiencia durante el
riguroso invierno antártico, probaron equipos y se prepararon para otro gran
emprendimiento: la expedición terrestre al polo Sur, que se concretaría tres años después.
Se organizaron tres grupos:
Grupo de avanzada: teniente Oscar Sosa (jefe), sargento primero Roberto Carrión
(topógrafo), sargento ayudante Pablo Elgueta (encargado de las jaurías, técnico en
escalamientos).
Grupo principal: teniente primero Gustavo A. Giró Tapper (jefe, observador meteorológico
y glaciológico), sargento primero Silvano Corvalán (radiotécnico, auxiliar del observador
glaciológico y meteorológico), sargento primero Raúl Rodríguez (mecánico), sargento
Jerónimo Andrada (mecánico) y cabo primero Oscar Alfonso (encargado de las jaurías).
Grupo aéreo (dependiente de la base Teniente Matienzo): capitán Jorge Raúl Muñoz (jefe),
capitán Héctor René Guidobono (piloto), teniente Eduardo Fontaine (piloto), suboficial
ayudante Juan C. Bianchi (mecánico), suboficial ayudante Tomás Orrú (mecánico) y Jorge
Mario Musso (fotógrafo).
Medios empleados: tres trineos de ocho perros cada uno, tres vehículos Snowcat y
dos aviones monomotores Beaver (De Havilland). Finalizadas las tareas previas y listos los

125
hombres, las jaurías y los demás elementos, el grupo de avanzada voló a la base Matienzo
y desde allí hasta el cabo Longing, en los 64º 30’ sur y 58º 45’ oeste, comenzando un
reconocimiento para establecer un posible itinerario. Concluido el difícil reconocimiento
hacia el sur sobre la barrera de hielos, se cruzó el 12 de mayo el Círculo Polar; fueron ellos
los primeros argentinos en hacerlo por tierra. El 14 de junio, con la llegada del grupo
principal desde Esperanza a Matienzo se inició la marcha con tres tractores y dos trineos
tirados por ocho perros cada uno (pero sin los Beaver, porque fuertes vientos los habían
destruido en sus amarraderos.
El 29 de julio se cruzó por segunda vez el Círculo Polar con ¡43ºC bajo cero! El 8 de
agosto se alcanzaron los 68º sur, y se encaró luego el cruce de la meseta polar. El 14 de
agosto se llegó a la caleta Carretera, donde se instaló un campamento; allí se hicieron los
preparativos para el difícil cruce del Antartandes, repitiendo la experiencia de los
camaradas de 1952. El día 15 de agosto la patrulla comenzó a moverse hacia el sudoeste,
dejando en Carretera material y vehículos que no podrían emplearse en el cruce
cordillerano, con dos hombres de guardia. Continuando la marcha en pos del objetivo final,
se encaró el difícil ascenso el 17 de agosto. Tras dieciséis horas de dura marcha, agobiados
por el cansancio y el intenso frío, los hombres descansaron mientras el termómetro
marcaba 29 º bajo cero.
Se pusieron nuevamente en marcha, estaban unidos los hombres con cuerdas, pero
tuvieron que hacer un nuevo descanso en carpas, obligados por huracanados vientos; ya
pasado el temporal continuaron el ascenso hasta los mil quinientos metros de altura sobre
el nivel del mar; sobrevino otro temporal y hubo una nueva pausa con 18º bajo cero. El 24
de agosto se encontraban a 1620 metros de altura, marchando a ciegas por la niebla y
cubiertos de hielo. Y luego llegó una acelerada bajada hasta los seiscientos metros;
¡cuarenta kilómetros en veinticinco minutos! Tras veinte kilómetros de marcha, llegaron

126
por fin a la base San Martín, en la bahía Margarita. El 28 de septiembre emprendieron el
regreso a la base Esperanza, pasando por Carretera en busca de los hombres y el material
dejado allí. La odisea concluyó el 24 de octubre en Esperanza.
Además de haber abierto la ruta Esperanza-San Martín, aparte de las importantes
conclusiones sobre técnica polar, utilísimas para posteriores expediciones, se desarrollaron
tareas topográficas con actualización de la cartografía existente y revisión toponímica y se
hicieron observaciones meteorológicas, glaciológicas y geológicas, con recolección de
muestras rocosas que fueron analizadas luego, en el Instituto Antártico Argentino.

La operación, dirigida por el jefe de la base demandó un serio esfuerzo, tras cruzar el
extenso y peligroso glaciar que desemboca en la bahía Margarita con las trampas mortales
de sus profundas grietas ocultas bajo la nieve. Debieron escalar no menos peligrosas
elevaciones montañosas hasta los mil ochocientos metros, bajo la permanente amenaza
de las avalanchas de hielo y nieve. Al fin, tras 43 duras jornadas, la patrulla alcanzó el 28 de
diciembre de 1952 la bahía Mobiloil en la costa Bowman, en la parte oriental de la tierra de
San Martín (península Antártica). Ése fue el primer cruce de los Antartandes; el segundo
tendría lugar en 1962 desde Esperanza a San Martín.
Una patrulla del ejército, al mando del teniente primero Gustavo A. Giró Tapper,
partió el 14 de junio de 1962 desde la base Esperanza y, con una primera etapa en
Matienzo, continuó por la barrera de Larsen hasta los 68º Sur, donde efectuó el cruce de la
cordillera antártica ascendiendo hasta mil ochocientos metros y descendiendo luego para
llegar a la base San Martín el 24 de agosto.

Proyectos en los años cincuenta

127
Con fecha 13 de agosto de 1954, el general Hernán Pujato elevó al secretario de
Defensa Nacional un informe proponiendo la instalación de un caserío antártico en Cabo
Primavera. El lugar del establecimiento, población integrada por grupos familiares,
construcción, gastos y ocupación de los habitantes, eran aspectos contemplados en el
proyecto.
Sobre el mismo tema hemos visto un trabajo muy minucioso –quizá relacionado con
el proyecto Pujato- elaborado por el teniente coronel Edmundo Boris; se trata de una
planificación urbanística completa con todo lo necesario para la vida normal de una
población: edificio para las autoridades, viviendas para las familias, escuela, hospital,
correo y hasta lugares de esparcimiento, paseos, clubes y sala para cine y teatro, además
de las instalaciones para una factoría ballenera.
Por esa época, en 1952, había circulado también en el Ministerio de Marina un
proyecto semejante para la bahía Esperanza, realizado por el capitán de fragata Luis T. de
Villalobos. Se trata de un interesante estudio, en el cual se consideran las características
geográficas del lugar y se presenta un plan urbanístico y un programa de desarrollo
paulatino de la colonia.
Otro proyecto es del año 1953 y pertenece al Ministerio de Industria y Comercio. De
acuerdo con el Plan de Acción de la Antártida Argentina ordenado por el gobierno, el
ministerio propone a su colega de Defensa Nacional un plan operativo para la búsqueda de
petróleo y minerales, y para la explotación ballenera. En relación con lo señalado en primer
término, expone los trabajos a ejecutar, el método y los elementos. El proyecto contempla,
entre otras cosas, la realización de exploraciones gravimétricas, magnetométricas,
eléctricas y radiactivas, como así también la exploración con sísmica. Todo ello se podría
concretar, según el proyecto, por medio de las comisiones que la Dirección Nacional de

128
Minería tenía destacadas en la Antártida para estudios geofísicos, estructurales y
económico-mineros. Las investigaciones que en esa época realizaba el Dr. Isaías Rafael
Cordini, de la Dirección Nacional de Minería, en la Antártida, serían útiles al respecto.
En lo referente a la pesca de la ballena, los estudios para su promoción, como así
también de otras especies antárticas, se harían con el concurso de los organismos que el
Ministerio de Industria y Comercio ya había propiciado: la Dirección de Pesca, integrante
de la Dirección General de Economía Comercial, y el Consejo Nacional de Pesca. El plan
contempla igualmente la posibilidad de encarar con los otros ministerios los estudios
necesarios para la instalación de establecimientos de caza e industrialización de la ballena
en el Antártico.
Si bien estos proyectos no llegaron a concretarse, los exponemos por considerarlos
antecedentes interesantes y, además, a modo de homenaje a aquellos argentinos
estudiosos y laboriosos, que tuvieron tales inquietudes quizá demasiado ambiciosas para la
época.

La penetración del mar de Weddell y la base General Belgrano

Cumplidos los dos primeros puntos del proyecto Pujato, se imponía realizar los
puntos 3 y 4: adquisición del rompehielos y expedición al mar de Weddell para establecer
una base a mil doscientos kilómetros del Polo Sur geográfico, punto de partida de la futura
expedición terrestre hacia allí. Mientras tanto, y siempre de acuerdo con las ideas de
Pujato de estratégica ocupación del sector antártico argentino, se fundaba una nueva base
Esperanza en la bahía homónima el 17 de diciembre de 1952, donde ya existía una base
naval, que fuera evacuada luego.

129
Por gestión personal de Pujato, con acuerdo del gobierno nacional, el buque fue
construido en los astilleros navales G. Weser, Seebeck Werke, de Bremerhaven, República
Federal Alemana, con las siguientes características: eslora: 84,70 metros; manga: 18
metros; puntal: 9,85 metros; calado: 6,50 metros; desplazamiento: 4854 toneladas;
velocidad: 16 nudos; propulsión: 16 diesel eléctrica, con dos hélices sobre dos ejes
accionados directamente por motores eléctricos de corriente continua con potencia
normal de 3.150 Kw cada uno. La estructura del casco era de acero naval completamente
soldado. La conformación y la forma de los costados y las líneas del casco eran tales, que el
buque era capaz de resistir la presión del hielo, que lo levantaría en caso de
aprisionamiento. El forro exterior del casco era muy reforzado, hasta un espesor de 30
mm. Grandes tanques de combustible especial para zonas frías le daban una autonomía de
trescientos días de navegación. Para estudios oceanográficos y meteorológicos, el buque
estaba convenientemente equipado además con un laboratorio fotográfico.
Por decreto 3193 del 26 de enero de 1954, el buque fue bautizado General San
Martín. El 29 de noviembre de ese año entró en nuestro puerto listo para iniciar su primera
campaña antártica, con el serio compromiso de la penetración del mar de Weddell hasta el
sur de la barrera de hielos de Filchner, objetivo frustrado de diversas expediciones
europeas que se realizaron entre 1820 hasta 1949.
De modo que la campaña antártica 1954-1955, comandada por el capitán de navío
Alicio E. Ogara contó, además de las seis unidades navales y de un grupo aeronaval, con el
flamante rompehielos General San Martín, que haría la expedición al mar de Weddell con
el objetivo de alcanzar la barrera de Filchner, donde prestaría apoyo al componente
terrestre del general Pujato, que debía instalar la nueva base.
La expedición naval era oportuna además para hacer observaciones científicas en
una zona de especial interés y casi virgen, como era el mar de Weddell, sobre todo por las

130
expectativas del Año Geofísico Internacional a realizarse en 1957-1958. El capitán de
fragata Luis R. A. Capurro integró la plana mayor del rompehielos con la especial misión de
efectuar un minucioso estudio de las condiciones oceanográficas, meteorológicas e
hidrográficas del Weddell.
Con los antecedentes de las observaciones aéreas hasta el límite del radio de acción
de los aviones empleados —Grumman-Goose— y las observaciones sobre el borde del
campo de hielo hechas por los buques que anualmente viajaban a Orcadas, completado
todo con las exploraciones cercanas llevadas a cabo por los transportes Bahía Aguirre y
Bahía Buen Suceso con sus helicópteros y los “Grumman-Goose”, el rompehielos al mando
del capitán de fragata Luis T. de Villalobos emprendió la navegación hacia el mar de
Weddell desde las islas Orcadas, el 27 de diciembre de 1954. Con apoyo aéreo, el buque
pudo mantener el rumbo calculado hasta los 72º Sur y 26º Oeste. El 1º de enero de 1955,
por medio del reconocimiento aéreo, se descubrió un canal abierto a lo largo de la barrera.
Por su parte, el general Hernán Pujato realizó una exploración aérea de la barrera,
en procura de un lugar apto para la instalación de la base, hallándolo en el interior de
aquélla, a unas cinco millas de la ensenada Comandante Piedra Buena, en los 77º 59’ Sur y
38º 44’ Oeste; allí, con la participación conjunta del personal del Instituto Antártico y del
personal naval, en dos semanas se construyó la base que fue bautizada General Belgrano
(luego Belgrano), inaugurada el 18 de enero.
En 1970, las instalaciones de la base se ampliaron con la construcción del
Laboratorio Belgrano (LABEL), para los estudios de la alta atmósfera. Finalizada su misión,
el buque emprendió el regreso al norte, dejando instalada una nueva baliza denominada
Comandante Piedra Buena, en los 77º 59’ Sur y 38º 48’ Oeste.
En su navegación de regreso, el buque recaló en la isla Thule del Sur, de las Sándwich
del Sur, donde se instaló el refugio Teniente Esquivel y la baliza Teniente Sahores. En su

131
navegación antártica inaugural, el rompehielos General San Martín recorrió 1.720 millas de
mar congelado, alcanzando la latitud inédita hasta ese entonces de 78º 01’ Sur. Dice el
capitán Pierrou:
“La misión se llevó a cabo con rapidez y exactitud extraordinarias, (…) resultado
de un plan cuidadosamente elaborado y brillantemente ejecutado. El comando
del buque conocía perfectamente, en todos sus aspectos y alcances, el serio
compromiso que esperaba a su unidad y no ahorró esfuerzos ni sacrificios para
conseguir su propósito. Su conducción inteligente, magníficamente secundada
por su plana mayor y su tripulación, constituyó el factor preponderante del éxito
obtenido” (La Armada Argentina en la Antártida, p. 617).

Vuelos precursores de Pujato y descubrimientos geográficos en los 83º Sur

Los argentinos quedaron en la nueva base aislados del resto del mundo durante
veintiocho largos meses, pues en el verano siguiente las condiciones del Weddell hicieron
imposible el relevo. La larga invernada fue aprovechada para exploraciones y
reconocimientos en la zona, y estudios de glaciología física y meteorología. Por su parte,
Pujato, disponiendo de dos pequeños aviones monomotores, un Cessna 180 y un Beaver
IAA 101, con la participación de los suboficiales aeronáuticos Alfonso Obermaier y
Domingo E. Molinari y el sargento primero Julio Germán Muñoz, realizó hasta fines de
1956 veinticuatro vuelos desde la base hasta la bahía austral en el oeste, hasta el nunatak
Moltke en el este. Un nunatak es un pico que emerge de los hielos, sin estar cubierto de
ellos.

132
En uno de los viajes se accidentó el Cessna. No obstante, el resultado de los
reconocimientos aéreos fue positivo. Se descubrieron y bautizaron varios accidentes
geográficos: una alta planicie de hielo, dos cordones montañosos y un accidentado y largo
glaciar extendido desde el interior hacia el borde de la barrera de Filchner. La helada
planicie fue bautizada San Lorenzo y los accidentes orográficos nominados con topónimos
que recuerdan el lugar de origen de los descubridores: montes Rufino, cadena montañosa
Los Menucos y los picos Entre Ríos, Santa Fe y Buenos Aires. Otros accidentes igualmente
avistados por primera vez fueron bautizados cordón Diamante, macizo Santa Teresita y
glaciar Ejército Argentino. Adolfo E. Quevedo Paiva en “Los descubrimientos geográficos
antárticos argentinos” hace el siguiente detalle:
– Planicie San Lorenzo (78º 15’ Sur, 40º Oeste): Superficie helada de cerca de 200 km2.
Topónimo referido al Combate de San Lorenzo de la Guerra de Independencia.
– Montañas Rufino (79º 05’ Sur, 28º 15 Oeste): Altura 1.775 m. Rufino, ciudad natal del
suboficial Muñoz.
– Glaciar Sargento Cabral (79º 50’ Sur, 28º 30’ Oeste): Longitud 120 km; ancho 80 km.
Recuerda al sargento Juan Bautista Cabral caído durante el combate de San Lorenzo.
– Cordillera Los Menucos (80º 40’ Sur, 26º 0este): 2.010 m de elevación. Lugar de
nacimiento del suboficial Obermeier.
– Glaciar Ejército Argentino (rebautizado Falucho) (81º 10’ Sur, 28º Oeste): longitud 96 km,
ancho: 64 km. Falucho, sobrenombre con el que pasó a la historia el soldado Antonio Ruiz,
de la Guerra de Independencia, fusilado por los realistas en El Callao, Perú.
– Macizo Santa Teresita (82º 36’ Sur, 52º 30 Oeste): 44 km de longitud ENE/0N0. El
topónimo honra a la santa de la devoción del general Pujato.
– Cordillera Diamante (83º Sur, 49º 30’ Oeste): 105 km de longitud. Diamante, ciudad
entrerriana de nacimiento de Pujato.

133
– Pico Santa Fe (82º 03’ Sur, 41º 21’ Oeste): Altura 925 m. El topónimo recuerda a la
provincia argentina de Santa Fe, de nacimiento de Julio Germán Muñoz.
Meseta Ejército Argentino (82º 50 Sur, 38º Oeste): 190 km de extensión.
– Pico Buenos Aires (83º 26’ 17,6” Sur, 39º 18’ 50,8” Oeste): Altura 1592 m. Buenos Aires,
ciudad natal de Domingo Ernesto Molinari.
– Pico San Rafael (82º 15’ Sur, 41º 25 Oeste): Altura 875 m. San Rafael, ciudad mendocina
donde residiera Hernán Pujato durante su destino en la Infantería de montaña.
Nunataks Entre Ríos (81º 33’ Sur, 28º 30’ Oeste). Conjunto de afloramientos rocosos de
11,5 km de extensión. El topónimo es un homenaje de Pujato a su provincia natal.
– Aeródromo Ceferino Namuncurá (83º 10’ Sur, 39º 30’ Oeste). Altiplanicie helada de 1200
m de longitud, utilizada por los aviones; allí se accidentó el Cessna 180. El topónimo es un
homenaje al indígena patagónico del santoral católico.

Prioridad argentina en la toponimia de la zona hoy lamentablemente perdida

Tras los acontecimientos políticos de 1955, el general Pujato dejó de ser el director
del Instituto Antártico Argentino, por decisión de las nuevas autoridades nacionales. ¿Se le
acusaba de algo? No. ¿Había actuado en política, o tenido alguna participación indirecta?
Tampoco. El interrogante sigue sin respuesta. Algunos hablan de una amistad personal con
el presidente Perón, lo que no sería razón para tan injusta decisión, que relegó al olvido y
sustrajo a la consideración de los ciudadanos la importante obra de ese verdadero patriota
en pro de la Antártida Argentina. El licenciado Eugenio A. Genest dice con razón:
“Fue tal vez el haber recibido de manos de Perón esta distinción (Se refiere
a la medalla peronista de primera clase dada por Perón a Pujato y a cada uno de

134
sus hombres al regreso de la base San Martín) uno de los hechos que en el futuro
algunos de sus detractores le enrostrarían, pero no debemos olvidar que entre
sus peores enemigos algunos de ellos también habían recibido la misma
condecoración” (Pujato y la Antártida argentina en la década del 50, Buenos
Aires, 1998, p. 8).
El coronel Quevedo Paiva es aún más contundente:
“La Argentina, convulsionada por el vértigo e importancia de los
acontecimientos políticos de la época (derrocamiento del presidente Perón), no
valoró en su magnitud lo descubierto. Manteniéndose miope e indiferente a su
trascendencia, merced a funcionarios de turno mezquinos, que por celos,
envidia, soberbia, o bajeza moral los ocultaron, ignoraron y menospreciaron.”
(Quevedo Paiva, Los descubrimientos geográficos antárticos argentinos, Buenos
Aires, 2005, p. 78).
Pero nada justifica que se haya silenciado esa obra, con grave daño para el país, más
allá de las personas. No obstante, fue testigo de lo realizado por Pujato y sus hombres el
norteamericano Finn Ronne, quien visitó la base General Belgrano el 31 de diciembre de
1956, en ocasión de un vuelo de reconocimiento con un helicóptero del rompehielos
Staten Island. En “Antartic Command”, publicado en Nueva York en 1961, menciona los
descubrimientos —o redescubrimientos— norteamericanos en la zona con los nombres
ingleses y los correspondientes originales de Pujato, afirmando que los argentinos
deberían tener el honor del descubrimiento original. De la mencionada obra de Quevedo
Paiva tomamos lo siguiente:

Correspondencia de topónimos argentinos, ingleses y norteamericanos

135
Topónimos Topónimos ingleses y
argentinos norteamericanos
Montañas Rufino Theron Mountains
Glaciar Sargento Cabral Slessor Glacier
Cordillera Los Menucos Shackleton Range
Glaciar Falucho Recovery Glacier
Nunataks Entre Ríos Whichaway Nunataks
Macizo Santa Teresita Dufek Massif
Cordillera Diamante Forestal Range
Pico Santa Fe Spann Mount
Pico San Rafael Ferrara Mount

Al regresar Pujato a Buenos Aires, arribó a la zona de la base General Belgrano la


expedición transantártica británica, presidida por Sir Vivian Fuchs, que redescubrió los
mismos accidentes y los rebautizó, ignorando los descubrimientos argentinos. Pero como
expresó Hernán Pujato: “Fuimos primeros ocupantes y descubridores en esta región. Lo
decimos porque la patria tiene estos derechos irrebatibles que nadie puede desconocer.”
Sin embargo, cuando a principios de 1957 regresó de Antártida, era un ilustre desconocido
a quien nadie le preguntó qué había realizado durante aquella larga invernada en
Belgrano.

1965: Expedición terrestre al Polo Sur. 0peración 90.

La Base General Belgrano fue el punto de partida para operaciones de la Expedición


Terrestre al Polo Sur, cuya preparación comenzó a fines de noviembre de 1963 con una
serie de estudios sobre el terreno para determinar las posibles vías de acceso al interior del
continente y planear la instalación de una base secundaria de operaciones en los 83° de
latitud Sur, que sirviera de trampolín para el asalto final al Polo Sur.

136
Determinadas las vías de acceso al interior continental y establecida la ruta a seguir,
en marzo de 1965 una patrulla al mando del teniente primero Gustavo Adolfo Giró, quien
había dirigido la expedición terrestre invernal de 1962 de la bahía Esperanza a la bahía
Margarita, en cumplimiento de las órdenes del Comando en Jefe del Ejército, inició la
marcha hacia los 82° Sur, jalonando la ruta y construyendo en los 81°04’45” Sur y
40°39’05” Oeste, la base secundaria denominada Base Avanzada Científica del Ejército
Doctor Sobral, inaugurada el 2 de abril. Integraban la primera dotación al teniente Adolfo
Eugenio Gotees, al sargento ayudante Julio César Ortiz, al sargento primero Adolfo Oscar
Moreno y al cabo primero Leonardo Guzmán.

Operación 90

Estaba compuesta por: Jefe de la Expedición y jefe del Grupo de Asalto, coronel
Jorge Edgard Leal. Segundo jefe y jefe de tareas científicas, capitán Gustavo Adolfo Giró.
Mecánicos: suboficial principal Ricardo Ceppi, sargento ayudante Julio Ortiz, sargento
pimero Jorge Rodríguez y sargento ayudante Florencio Pérez. Topógrafos: sargentos
primeros Roberto Carrión y Adolfo Moreno. Comunicaciones: sargento primero Domingo
Zacarías. Auxiliar patrullero: cabo Ramón Oscar Alfonso.
Patrulla Paralelo 82; acompañó al grupo de asalto como patrulla de reconocimiento
hasta los 83° Sur. Jefe: teniente Adolfo Eugenio Gotees. Sargento primero Ramón Villar.
Cabos primeros Marcelo Álvarez y Leonardo I. Guzmán.
Grupo Apoyo Base Internación en Sobral; apoyo logístico y radioeléctrico. Jefe:
teniente Pedro Ángel Acosta. Sargentos primeros: Guido Bulacio y Orlando Britos.

137
El 24 de octubre de 1965 partió de la base General Belgrano la patrulla de trineos del
teniente Gotees para jalonar la ruta y el 26 inició la marcha la columna de vehículos de la
expedición, que avanzó muy lentamente porque el gran “blanqueo” de ese día podía
provocar una colisión entre los snowcats 8. Al día siguienteno van entró en el área de la
Gran Grieta con un inconveniente: una fuerte ventisca entorpecía la visibilidad. Mientras,
la Patrulla 82 vivaqueaba en la Gran Grieta por causa del temporal. Seguidamente, los
snowcats y los trineos de la Patrulla 82 marcharon hasta el cordón Santa Fe, donde el
teniente Gotees hizo estudios glaciológicos recogiendo muestras de rocas de ese cordón
aún virgen.
El 4 de noviembre la expedición estaba ya en la base Doctor Sobral con una
temperatura de 33° bajo cero y un brillante sol. Allí se hizo un alto para tareas de
mantenimiento mecánico de los trineos y los vehículos maltratados por la dura marcha.
También fue necesario separar de la expedición al suboficial Guido Bulacio por una herida
en una mano, en previsión de un posible riesgo de infección o congelamiento,
incorporando al grupo de asalto al suboficial Alfredo Florencio Pérez, de la dotación de la
Base Sobral.
Perdidos en las grietas algunos trineos con provisiones, la marcha debió continuar
muy lentamente ante los duros filos de los sastruguis (palabra de origen ruso, que
denomina cierto tipo de lomas formadas por los fuertes vientos) y, ya sobre la meseta
polar, los persistentes y por momentos violentos temporales impusieron una obligada
inmovilidad, con el peligro que eso significaba.
El 18 de noviembre el grupo de asalto se separó de la Patrulla 82 (que estaba
integrada por el teniente Gotees, el sargento Villar y los cabos Guzmán y Álvarez) porque
había cumplido ya la primera parte de su misión de avanzada, detectar peligrosos

8
Nota editorial. Snowcat: vehiculo con cabina y orugas, diseñado para movilazarse sobre la nieve.

138
accidentes del terreno. A la patrulla de perros les restaba aún realizar tareas cartográficas
y geológicas en el cordón Santa Fe; sus integrantes fueron los primeros en llegar con
trineos hasta los 83°2’ de latitud Sur.
Separada de la Patrulla 82, la columna continuó la marcha, con la pesada tarea de
tener que reubicar la carga, dejando a uno de los snowcats como depósito de combustible
para el viaje de regreso. Siguió la trajinada marcha con los trineos semidestrozados por el
accidentado terreno. Considerando que, sin ellos, sería imposible alcanzar el polo Sur,
sobre los 83° de latitud Sur y a 1900 metros de altura sobre el nivel del mar, se armó un
campamento, que después los hombres denominaron Desolación, para reparar patines y
reforzar la estructura de los trineos; esta tarea requirió de dos días de incesante trabajo
con la soldadura autógena.
A partir de los 86° los sastruguis fueron cada vez mayores, pero el 8 de diciembre,
cuando la columna ascendió hasta los 2645 metros sobre el nivel del mar, el terreno
comenzó a mejorar. El 9 de diciembre ya se estaba a sólo 45 kilómetros del polo y de la
base Amundsen–Scott de los Estados Unidos. El día 10 de diciembre del año 1965 el
coronel Leal plantó la enseña patria en el mismo polo Sur. El 31 de diciembre, la exitosa
Expedición Operación 90 estaba de regreso en la base General Belgrano.

Otras importantes travesías terrestres

Belgrano I– Cabo Adams

En octubre de 1966 se inició el recorrido de la ruta que, luego de cruzar la Gran


Grieta, remontó la isla Berkner para dirigirse luego en línea recta hacia el cabo Adams,

139
punto en el cual se unen la barrera de Ronne y el extremo sur de la península Antártica,
sobre el mar de Weddell. La patrulla estuvo integrada así: Teniente primero Oscar Roberto
Sosa. y teniente Edgardo René Piuzzi. Suboficiales: Tito Rubén Torres, Alfredo Pérez,
Roberto Tomashiro, Oscar Rodríguez, Humberto Cagniello y Ramón Oscar Alfonso. Medios
empleados: cuatro vehículos Snowcat y dos trineos con nueve perros cada uno.

Belgrano II – Belgrano III – Cordillera Diamante – Base Sobral – Belgrano II

Se inició la marcha a las 6:00 de la mañana desde Belgrano II el 12 de octubre de


1984; el regreso fue el 12 de noviembre a las 15:30. Se llegó a Belgrano III el 25 de octubre
y se salió de esa base el 5 de noviembre; se habían recorrido 1400 kilómetros.
Fueron sus integrantes: teniente primero Marcelo H. Filippa (jefe) y teniente Néstor
Encina, segundo jefe. Invitado especial: capitán de corbeta de Fusileros de la Marina del
Brasil José E. Elkfury. Sargento ayudante Miguel A. Galeano, sargentos primeros Julio E.
Abdala, Juan C. Cepeda, Aníbal E. Martín, José L. Rodrigo y Paulino Campos.
Medios utilizados: tres vehículos Snowcat, dos motos Skidoo, tres trineos de
arrastre.

2000: Segunda expedición terrestre al Polo Sur

En cumplimiento de órdenes emanadas por el Comando Antártico del Ejército, el


jefe de la base Belgrano II organizó la expedición terrestre al Polo Sur, que repetiría la
hazaña de 1965 con la expedición comandada por el coronel Leal. Después de una paciente

140
tarea organizativa, consultada la cartografía de la zona, estudiada la naturaleza del
escenario y establecida la ruta, preparados los equipos y los hombres con los antecedentes
y la experiencia aportados por la expedición de 1965, la columna mecanizada —que
contaba con modernas motos para nieve de 540 centímetros cúbicos de cilindrada,
equipadas con una central meteorológica portátil, un equipo satelital que seguía su
ubicación y una radio HF, arrastrando cada una dos trineos con 300 kilos de equipos,
alimentos y combustible— inició su marcha desde Belgrano II el 28 de noviembre de 1999.
Estaba presidida por el jefe de la base teniente coronel Víctor Figueroa, secundada por el
capitán médico Nicolás Bernardi, e integrada por el suboficial principal Julio Dobarganes, el
sargento primero Daniel Paz (técnicos mecánicos), el sargento ayudante Ramón Celayes
(topógrafo), el sargento ayudante Luis Cataldo (técnico polar) y el sargento primero Juan
Brusasca (operador de radio).
La marcha fue lenta y laboriosa, tanto por la accidentada naturaleza glacial con sus
abundantes y molestos sastruguis, por las infaltables y peligrosas grietas disimuladas por la
nieve endurecida, que en ocasiones dieron cuenta de la vida de hombres y perros, cuanto
por los casi permanentes temporales que castigaban a los hombres con sus huracanados
vientos de doscientos a doscientos cincuenta kilómetros horarios, y las tormentas de nieve
con el efecto “blanqueo”, que hace perder la visión total con la consiguiente
desorientación; todo eso obligaba a continuos descansos involuntarios, permaneciendo en
las carpas para aguardar el mejoramiento de las condiciones climáticas —incómoda y
tediosa espera, prolongada a veces por una semana, o más—.
No obstante, desafiando con esfuerzo y entusiasmo la inhóspita y agresiva
naturaleza, los expedicionarios pudieron seguir la ruta que los llevaría al objetivo final, el
paralelo 90°, cumplir con su programa de investigaciones científicas glaciológicas,
geográficas, cartográficas, meteorológicas y médicas (como lo fueron la observación y

141
descripción de la conducta humana en aquel medio tan particular y la incidencia y el
incremento de la radiación ultravioleta en el ojo humano). El 6 de enero del 2000, después
de haber recorrido mil quinientos kilómetros en el transcurso de 39 días con esas tareas, a
la total intemperie y con temperaturas entre 25 y 50 grados bajo cero, los expedicionarios
arribaron a los 90° Sur; allí el jefe de la expedición enarboló la enseña nacional. El
termómetro marcaba 35° bajo cero.

142
Capitulo IX

LA AVIACIÓN ARGENTINA EN LA ANTÁRTIDA

El proyecto de 1926 y los vuelos a partir de 1942

En 1926, dos años antes que Richard Byrd y Hubert Wilkins hicieran los primeros
vuelos en aeroplanos sobre la Antártica, nació en Buenos Aires la idea de un vuelo
transpolar. Autor del plan fue el ingeniero Antonio Pauly, chileno radicado en nuestro país
desde noviembre de 1919, quien, en mayo de 1926, elevó al Poder Ejecutivo Nacional un
pedido de apoyo para materializar su idea. En esa gestión tuvo Pauly la cooperación del
Instituto Geográfico Argentino, que desde fines del siglo anterior bregaba por el envío de
expediciones científicas al sur polar.
Con esa latente inquietud el ingeniero Francisco Seguí, presidente de la institución,
intervino personalmente ante el primer magistrado de la República Dr. Marcelo T. de
Alvear, quien prometió toda la ayuda material y moral necesaria para el éxito de la
iniciativa, cuyos detalles serían analizados por el Ministerio de Guerra y Marina.
Junto con su pedido, Pauly presentó un estudio pormenorizado del proyecto, cuya
síntesis hizo también en una conferencia para la Sociedad de Estudios Geográficos, que fue
pronunciada en el salón de actos de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de

143
la Universidad de Buenos Aires, el 10 de junio de 1926. En una parte de su discurso dijo el
conferenciante:
“No pasarán muchos años sin que se inauguren los viajes comerciales
entre Occidente y Oriente por la vía del Polo Norte. Y, entonces, se aprovecharán
también las regiones antárticas para las comunicaciones aéreas entre América y
Australia, que adquieren cada año más importancia comercial. El Polo Sur, con
sus grandes regiones de tierra firme, se presta mucho mejor para el
establecimiento de bases aéreas que el Polo Norte con sus mares. ¿Por qué no
será la Argentina la nación destinada a agregar este laurel a los muchos que ya
tiene? ¿Por qué no hará ella también flamear su bandera en el Polo Sur, junto a
las enseñas de Noruega y Gran Bretaña?”
El aparato propuesto para el vuelo era un hidroavión Dornier Wall que, por
sugerencia del Instituto Geográfico Argentino, pilotearía el mayor Pedro Zanni, prestigioso
aviador militar, acompañado por un radiotelegrafista, un fotógrafo, un operador
cinematográfico e investigadores de las ciencias naturales, meteorológicas, geográficas,
geológicas, físicas y astronómicas, equipados con el instrumental necesario.
También se llevaría una casa de madera para la estación de base en la isla Booth. Las
etapas del vuelo serían: Buenos Aires – Bahía Blanca – Comodoro Rivadavia – Ushuaia –
Isla Booth – Latitud 75º – Latitud 80º – Polo Sur – Mar de Ross – Isla Macquarie –
Hobbartown – Melbourne. Un buque conduciría al Dornier Wall y las provisiones hasta la
isla Booth (65º 05` lat. S, 64º 00’ long. W.), donde se instalaría la base principal; quinientos
kilómetros más al sur se establecería un depósito de combustible y provisiones, y mil
kilómetros hacia el polo otra estación a los 80º de latitud Sur, desde donde se iniciaría un
gran vuelo hacia el mar de Ross, bajando sobre el polo Sur y descendiendo allí para realizar
expediciones, izar el pabellón nacional y hacer los relevamientos topográficos y

144
magnéticos, etcétera. Desde el polo, se volaría al mar de Ross. Otros vuelos se harían hacia
el mar de Weddell y la costa occidental de la península Antártica.
El trabajo con el que Pauly acompañó su petición contenía una exposición de los
conocimientos sobre ciencias de la tierra y el mar, cálculo de velocidades, consumos,
condiciones para los trabajos magnéticos, aerofotográficos, meteorológicos, aportes a las
ciencias y aspectos de la supervivencia, equipos y provisiones. Pero, muy
lamentablemente, el proyecto no llegó a materializarse, quizá por el accidente sufrido por
el Dornier Wall en un vuelo a Río de Janeiro, impidiendo que la Argentina protagonizara la
primera expedición aérea antártica.
Dieciséis años después del proyecto comentado, las alas argentinas surcaron el cielo
polar durante las campañas antárticas de 1942 y 1943, y continuaron permanentemente a
partir de 1947 con campañas anuales; de entre ellas las de los años 1962, 1965, 1973 y
1974 son las fechas de nuestros primeros vuelos memorables.
El 13 de diciembre de 1947 se realizó el PRIMER CRUCE DEL CÍRCULO POLAR
ANTÁRTICO desde el continente sudamericano, durante una expedición aérea de la
Aviación Naval. Ese día a las 4:45, un Douglas cuatrimotor C–4, característica 2–Gt–1,
decoló de la Estación Aeronaval Comandante Piedra Buena (Santa Cruz), iniciando un vuelo
directo sin etapas, con el siguiente itinerario: Piedra Buena – Cabo de Hornos – isla
Decepción – Trinidad – Melchior – acceso norte a la bahía Margarita –Cabo de Hornos –
Piedra Buena. Se hicieron reconocimientos sobre la isla Decepción, parte norte de la Tierra
de San Martín, Melchior, bahía Dallmann, islas Argentinas, Isla Renaud y bahía Margarita.
El Círculo Polar Antártico fue cruzado a las 13:41., en latitud 66°33’ Sur y longitud 68°
Oeste.
A las 20:15, el avión aterrizó en la pista de la Estación Aeronaval Comandante Piedra
Buena, después de quince horas y media de vuelo, habiendo recorrido 2200 millas; estuvo

145
comandado por el contralmirante Gregorio A. Portillo y piloteado por el capitán de corbeta
aviador naval Gregorio Lloret y el capitán de corbeta aviador naval Mario A. Ugarriza.
El 6 de enero de 1962 el capitán Hermes Quijada, como comandante de los
bimotores Douglas CTA-12 y CTA-15 de la Fuerza Aeronaval Argentina, arribó al Polo Sur
Geográfico, donde se encontraba la estación norteamericana Amundsen-Scott. Fue la
primera expedición aérea al Polo Sur, que un marino argentino definió como un regalo de
Reyes a la Patria.
Aquel mismo año, el capitán Mario Luis Olezza, al mando del Douglas TA-33 de la
Fuerza Aérea realizó el primer aterrizaje de un avión de gran porte en la base Teniente
Matienzo (hoy Base Matienzo). Y en 1965 el mismo capitán Olezza realizó otra proeza: a
bordo del Douglas C-47 TA-5, con el que había efectuado el salvamento de una patrulla
accidentada de la Base Belgrano, acompañado de dos monomotores Pipper, voló hasta el
Polo Sur, donde enarboló el Pabellón Nacional. El comandante Olezza completa el vuelo
con el C-47 hasta la base estadounidense McMurdo, y regresa previa escala en el Polo Sur,
donde se integraron nuevamente los Pipper. Luego la escuadrilla voló a Matienzo. Ése fue
el primer vuelo transpolar argentino, desarrollado entre los días 4 y 14 de noviembre.
Entre el 5 y el 8 de diciembre de 1973 tuvo lugar el primer vuelo transpolar
intercontinental. Un avión LC-130 Hércules de la Fuerza Aérea unió, en un vuelo sin
precedentes, Buenos Aires y Canberra (Australia) a través del continente antártico, bajo el
comando del brigadier general Héctor Luis Fautario, comandante general del arma. En
1974 la Fuerza Aérea programó tres vuelos transantárticos, uno de los cuales lo realizaría
en el viaje de regreso el Cuarto Curso de la Escuela de Aviación Militar en el 19º viaje final
de instrucción.
El 19 de noviembre de 1974 el Hércules C-130 TC-65 partió de El Palomar,
comandado por el vicecomodoro Juan Carlos Moroni, conduciendo a la promoción nº 40

146
de la Escuela; con escalas que circundaban el océano Pacífico, arribó a Christchurch (Nueva
Zelandia), donde se reunió con el TC-66 de apoyo técnico, comandado por el vice-
comodoro José Apolo González, que había partido de Río Gallegos con escala en McMurdo,
itinerario transantártico que ambas máquinas hicieron de regreso a Río Gallegos,
Comodoro Rivadavia, con destino final Córdoba (11 de diciembre).

Entre el 20 de noviembre y el 9 de diciembre de 1979, se realizó el segundo vuelo


transantártico de instrucción para el XXIVº viaje final de instrucción de la Escuela de
Aviación Militar, protagonizado por un Boeing 707, matrícula TC-91 de la F.A.A., al mando
del director de la Escuela, brigadier Antonio José Crosetto. En un vuelo de 67 horas y 30’,
se recorrieron 50.187,3 km, vía Pacífico a Auckland (Nueva Zelandia) regresando por la ruta
transantártica, con destino final Córdoba, previa escala en Río Gallegos.

1962: La Aviación Naval y el primer aterrizaje argentino en el Polo Sur

Dos aviones DC–3 pertenecientes al Grupo Naval Antártico y equipados para operar
en la Antártida, decolaron de Río Gallegos y anevizaron en la pista provisoria Capitán
Campbell, próxima a la isla Robertson, después de haber recorrido unos mil seiscientos
kilómetros. El rompehielos General San Martín apoyó la preparación del aeródromo
Campbell y puso en funcionamiento un radiofaro. Desde allí, los aviones efectuaron vuelos
de reconocimiento y exploración sobre el Weddell, hasta el 26 de diciembre de 1961 a las
23:00, cuando decolaron para volar sobre la costa occidental del Weddell, anevizando en la
Estación Científica Ellsworth el 27 a las 08:00; desde allí, levantaron vuelo hacia el Polo Sur,
donde estaba emplazada la base Amundsen–Scott de los Estados Unidos, a cuyo jefe el

147
comandante del vuelo, capitán de fragata Hermes J. Quijada, hizo entrega de una placa de
homenaje de la Armada Argentina a Amundsen y Scott, al cumplirse cincuenta años de la
llegada al Polo Sur de esos dos pioneros antárticos. Eso ocurría el 6 de enero (de 1962),
hazaña que un marino denominó “un regalo de reyes a la Patria”.
Fue realizado por el avión CTA–15: el comandante era el capitán de fragata Hermes
J. Quijada; era piloto el teniente de fragata Miguel A. Grondona; el copiloto, el teniente de
corbeta José L. Pérez; el jefe de operaciones, el capitán de corbeta Pedro Margalot;
además de los suboficiales segundo Edmundo C. Franzoni y el cabo primero Gabino R. Elías
como radio-operador.
En el avión CTA–12, el comandante era el teniente de navío Jorge A. Pittaluga; el
piloto, el teniente de fragata Héctor A. Martín; el copiloto, el teniente de fragata Enrique J.
Dionisi; el jefe de ingeniería aeronáutica, el capitán de corbeta Ingeniero Rafael M.
Checchi; además del cabo principal Raúl Rodríguez y el cabo primero Raúl Ibasca como
radiooperador. El capitán de fragata ingeniero José M. Cahuepé hizo asistencia técnica
desde Buenos Aires, y el capitán de corbeta Edmundo Acuña apoyó la primera parte del
vuelo, Río Gallegos – isla Robertson, con un DC–4.

La Fuerza Aérea Argentina en la Antártida. La Fuerza Aérea de Tareas Antárticas

La Fuerza Aérea Argentina inició su presencia en la Antártida en 1950 al hacerse


cargo del observatorio de las Orcadas, que fuera cedido por el Ministerio de Agricultura; lo
administró hasta 1952, cuando lo transfirió al Ministerio de Marina.
Durante la campaña 1951–1952 el vicecomodoro Gustavo Argentino Marambio
inició las actividades de la Fuerza Aérea de Tareas Antárticas (FATA) y realizó la Operación

148
“Enlace” el 19 de diciembre de 1951, con un avión Avro Lincoln, matrícula LV–ZEI, “Cruz del
Sur”, que voló desde Río Gallegos (Santa Cruz) a la Antártida, para hacer un lanzamiento de
elementos de supervivencia sobre la base General San Martín.
Como el estado de los hielos impedía el relevo por mar de la dotación de la base
General San Martín en la temporada 1952–1953, fue preciso efectuar el reabastecimiento
desde el aire, misión que cumplió la Fuerza Aérea el 3 de enero de 1953 por medio de la
Operación “Pingüino”, con un cuatrimotor de bombardeo Avro Lincoln, LV–ZEI Cruz del
Sur. Dos bimotores, un DC–3 y un Beechraft AT–11, prestaron apoyo e hicieron
reconocimiento meteorológico. Víveres y medicamentos fueron arrojados con paracaídas y
luego las aeronaves regresaron a su base de Río Gallegos.
El 6 de enero un B–025 de la Fuerza Aérea hizo un vuelo Río Gallegos – Decepción –
Río Gallegos, y el día 15 el LV–ZEL “Cruz del Sur” voló de Gallegos a Decepción, islas
Dundee y James Ross y península Trinidad, regresando a Río Gallegos.
En el transcurso de la campaña 1953–1954, el LV–ZEI “Cruz del Sur” voló en febrero
desde Río Gallegos a las islas Smith y Cerro Nevado, a la bahía Luna y a la isla Decepción,
regresando a Río Gallegos; en septiembre de 1954 el mismo aparato volvió a volar desde
Río Gallegos a la base General San Martín con posterior regreso, y en diciembre desde
Gallegos a Melchior y de regreso a Gallegos.
En 1957 se proyectó la organización de un Servicio Aéreo Militar a la Antártida y, con
esa finalidad, se adquirió en Canadá un bimotor Douglas C–47 especialmente
acondicionado y equipado para vuelos en zonas polares, con esquíes adosados a su tren de
aterrizaje, posteriormente colocados en el TC–33, gemelo del anterior, que no llegó a
operar en la Antártida por limitaciones técnicas.
El 15 de junio de 1958, la Fuerza Aérea, con los aviones Douglas C–54 T–45 y Lincoln
B–024, y Aerolíneas Argentinas con un aparato DC–6, realizan conjuntamente la Operación

149
Esperanza, sobrevolando la Antártida hasta la latitud de la isla Robertson, al este de la
Tierra de San Martín, en los 65° 10’ de latitud Sur y 59° 40’ de longitud Oeste, para localizar
y auxiliar a una patrulla del Ejército extraviada durante una exploración, tarea que culminó
con éxito.
Entre el 25 de febrero y el 19 de marzo de 1961, la Fuerza Aérea instaló sobre el
nunatak Larsen su primera base terrestre polar, inaugurada oficialmente el 27 de febrero
de 1961, como base conjunta con el Ejército. Intervinieron en el operativo un monomotor
Beaver P–02, del Grupo 1 Aéreo Antártico, y otros dos aparatos similares que hicieron siete
viajes de ida y vuelta Esperanza – nunatak Larsen, apoyando a la patrulla militar que, desde
Esperanza y con trineos, marchando hacia el sur, procedió a la ocupación del nunatak y a la
rehabilitación del refugio San Antonio, instalado en 1959. Hoy esta base es operada por la
Fuerza Aérea.

La operación Upsala

El 7 de junio de 1962 la Fuerza Aérea inició una experiencia en el glaciar Upsala, en el


lago Argentino (Santa Cruz), cuyas características, modalidades y condiciones semejantes a
las de la Antártida la convirtieron en una escuela de adiestramiento para la actividad polar.
La práctica se realizó con el descenso en el glaciar de un bimotor C–47 TC–33 equipado con
esquíes; estaba comandado por el capitán Mario Luis Olezza y piloteado por el teniente
Carlos Corino; completaba la tripulación el suboficial ayudante Miguel Amado Acosta
(mecánico), el suboficial auxiliar José María Biain (mecánico), el cabo principal Luis Gerosa
(radioperador), el suboficial ayudante Francisco Taboada (comisario) y el suboficial mayor
Osvaldo G. Fernández (fotógrafo). Seis horas después partió el Cessna 180 tripulado por el

150
teniente Eduardo J. Canosa (piloto) y el suboficial ayudante Juan Carlos Nasone
(mecánico).
Los aviones aterrizaron en el aeródromo de Lago Argentino. Desde allí, iniciaron las
tareas de enlace por radiocomunicaciones con el grupo terrestre, estimándose que la
patrulla se hallaría en las proximidades del glaciar Upsala entre el 6 y 7 de junio. Y
efectivamente, el 7 de junio a las 9.30 el TC–33, con su dotación completa y llevando como
observador al teniente Luján, la nave despegó del aeródromo de Lago Argentino con
destino al glaciar Upsala, sobre el que aterrizó a las 10.19 y sin novedad. A las 11.23,
despegó de regreso, habiendo cumplido el objetivo fijado, que era el adiestramiento
preantártico del personal, en una zona de similitud con el continente austral.
El grupo aéreo tuvo el apoyo de otro grupo, terrestre, con equipos de supervivencia
para zona fría, elementos de radiocomunicaciones, carpas, vestimentas y alimentación
adecuada. Este grupo estaba integrado por los tenientes Alfredo Cano y Julio F. Luján, el
suboficial mayor Pedro Martínez Aránsolo (topógrafo), el suboficial principal Pedro M. Ríos
(mecánico de radiocomunicaciones), el suboficial ayudante Alfredo Villalba (meteorólogo),
el cabo 1° Omar F. Poet (mecánico de radiocomunicaciones) y los soldados Díaz y
Escalante, cocinero y ayudante respectivamente. Sobre el brazo norte del lago Argentino el
grupo terrestre construyó además una pista de seiscentos metros de longitud y cincuenta
metros de ancho, en la que descendió el Cessna 180 LQ–ZKF procedente del aeródromo de
Lago Argentino, con lo que se rompió el aislamiento de esa zona.
El grupo contó con el asesoramiento final y directo del teniente coronel Emiliano
Huerta –expedicionario al Himalaya– y director ad honorem del Instituto Nacional del Hielo
Continental, y del ingeniero Mario Bertone, miembro destacado del mismo instituto.

151
Frustrado vuelo transpolar

El 2 de noviembre de 1962 a las 17.45, el TA–33 convertido en transporte antártico


descendió en la base Benjamín Matienzo, en un vuelo iniciado en la base aérea Río
Gallegos, estableciendo así el enlace aéreo entre ellas.
El TA–33 fue convertido en “híbrido” de C–47 y C–54, con la célula del primero y dos
motores del segundo, que aportaban 600 HP extras. La estructura del aparato fue también
reforzada y se perfeccionaron los equipos de a bordo. El vuelo Río Gallegos – Matienzo se
cumplió en 7.55 horas. Desde Matienzo, el T A–33 voló a la estación Ellsworth de los
Estados Unidos, a la que arribó el 1° de diciembre. Allí completó combustible y el 10 de
diciembre inició la última etapa del que debía ser un vuelo transpolar, pero mientras
carreteaba en la pista de nieve, una chispa causó un incendio que, después de catorce
horas consumió a la aeronave; felizmente resultaron ilesos todos sus tripulantes. El vuelo
había sido comandado por el capitán Mario Luis Olezza, quien estuvo acompañado por
siete oficiales y suboficiales de la Fuerza Aérea y un observador del Ejército, el teniente
coronel Jorge E. Leal.
En junio de 1964 se realizó la Operación “Glaciar”, que repitió la experiencia de
Upsala; allí el TC–05 recibió su bautismo de hielo, convirtiéndose en Transporte Antártico.
En septiembre, la idea del Servicio Aéreo Militar a la Antártida se concretó con el STAM
500/501, que llevó el primer pasajero al continente polar y cumplió dos travesías
completas del pasaje Drake, en una semana, entre Río Gallegos y Matienzo. En 1965, la
Fuerza Aérea en Matienzo y el Centro de Proyectiles Autopropulsados Chamical, de la
Rioja, realizaron mediciones simultáneas de alta atmósfera con lanzamiento de cohetes
Alfa Centauro. Desde Matienzo se elevó el 6 de febrero el primer cohete en un
emplazamiento antártico para fines meteorológicos.

152
1965. Primer vuelo transpolar transcontinental

Otro hecho significativo protagonizado por la Fuerza Aérea fue el primer vuelo con
aviones monomotor al Polo Sur y la doble travesía —ida y regreso— antártica, entre la
base General Belgrano y la norteamericana McMurdo, con un bimotor. Esta Operación Sur
se inició el 20 de septiembre con la partida de El Palomar del TA–05, comandado por el
vicecomodoro Mario Luis Olezza, hacia Río Gallegos, y de allí a Matienzo, con apoyo del C–
54 TC–48, el Lincoln B–022 y el Albatros BS–03. En Matienzo, el TA–05 pasó a integrar con
los Beaver P–05 y P–06 del Grupo 1 Aéreo Antártico, la primera escuadrilla polar argentina.
El 1° de octubre, el TA–05 y ambos Beaver realizaron un enlace postal entre las bases
Decepción, Esperanza, Almirante Brown y las chilenas O’Higgins y Aguirre Cerdá. Al
regresar las máquinas a Matienzo, ante la noticia de la emergencia de un Cessna de la
dotación de la base General Belgrano, el TA–05 salió en su búsqueda. Al localizar al Cessna,
capotado y con la cola quebrada —el 4 de octubre—, se arrojaron cuatro bultos con
paracaídas y uno libre, con equipos de supervivencia para quince días, dos radios, brújulas,
combustible y ropas de abrigo. Ante la imposibilidad de descenso del TA–05 por las
condiciones desfavorables del terreno, la tripulación del Cessna, que había resultado ilesa,
fue rescatada por una patrulla terrestre, con trineos de la Base General Belgrano.
Cumplida esa misión, el TA–05 debió apoyar el vuelo del Lincoln B–022 entre
Gallegos y la base Belgrano, lanzando correspondencia y repuestos para el C–47
estacionado allí. En tanto, los dos Beaver que habían quedado en Matienzo, decolaron y se
unieron al TA–05 al norte de la base Belgrano, para apoyarlo en su ruta al Polo Sur, en cuyo
transcurso los Beaver arrojaron correspondencia para la dotación de la nueva estación
Sobral. Luego, el TA–05 prestó apoyo a la Expedición Terrestre Argentina al Polo Sur, salida

153
de Belgrano el 26 de octubre, instalando un depósito de combustible y equipos, con
estación de etapa, en los 84° Sur y 40° Oeste, a mil seiscientos metros de altura. Con viento
de 60 km/h y temperatura de 40° C bajo cero, el TA–05 descendió en un terreno de
sastruguis, completando la descarga de materiales y demarcación del emplazamiento.
Finalmente, el 3 de noviembre la escuadrilla de la Fuerza Aérea alcanzó el Polo Sur,
plantando allí el pabellón nacional; era la segunda vez que nuestra enseña nacional
flameaba allí. La primera había sido el 6 de enero de 1962, cuando se cumplió el arribo del
CTA–15, comandado por el capitán de fragata Hermes J. Quijada.
Dejando en la estación 9 del Polo Sur los monomotores, el TA–05 completó la
travesía transpolar arribando a la base norteamericana McMurdo, sobre el mar de Ross;
regresó luego al Polo Sur y nuevamente en escuadrilla rehizo su ruta hasta la base
Belgrano. El 8 de diciembre el TA–05 regresó a Matienzo y de allí a Río Gallegos, después
de siete horas de vuelo, apoyado por los Albatros BS–01 y BS–03.
El avión TA–05 tuvo como tripulantes al comandante vicecomodoro Mario Luis
Olezza y además al capitán C. F. Bloomer Reeve, el primer teniente Roberto Triviani, el
suboficial principal Guillermo Hauser, los suboficiales ayudantes Miguel Acosta y Juan
Carlos Rivero, el cabo primero Gerardo Mateos y el sargento ayudante Julio Germán
Muñoz 10.
En el avión P–06 iban el comandante Jorge R. Muñoz y, como piloto, el primer
teniente Alfredo A. Cano. En el P–05, el piloto era el teniente Eduardo Fontaine y el
mecánico el suboficial principal Juan Carlos Nassoni.

9
Nota editorial. Los dos aviones monomotor quedaron apostados en el la base del Polo Sur a la espera del regreso
del TA-05.
10
Nota de los autores. El sargento Julio Germán Muñoz, que en 1956 había colaborado con Pujato en los vuelos de
descubrimiento de los accidentes geográficos en los 83° de latitud Sur, fue asesinado el 29 de diciembre de 2006 por
delincuentes que lo asaltaron al salir de su domicilio, en la localidad bonaerense de Hurlingham. Fue el segundo militar con
actuación antártica abatido por la delincuencia. El anterior había sido el teniente retirado Federico Soares Gache.

154
El operativo San Martín 67

El 4 de septiembre de 1967 el Escuadrón Aéreo Antártico inició en Río Gallegos el


Operativo San Martín 67, en el que intervinieron siete aviones de ese escuadrón y dos
aparatos de la base aérea de Rio Gallegos. Su objetivo era observar las variantes
climatológicas y geomagnéticas hasta los 72° Sur. También se aprovisionó la Estación de
Apoyo Fuerza Aérea N° 1, de las islas Hearst, y se arrojó correspondencia sobre las bases
antárticas.

Base Aérea Vicecomodoro Marambio 11

El 25 de septiembre de 1969 un aparato de la Fuerza Aérea, el DHC–2 Beaver P–03,


procedente de la Base Aérea Teniente Benjamín Matienzo, aterrizó con ruedas en la pista
en preparación en la isla Vicecomodoro Marambio (Seymour), y el 9 de octubre el DHC–6
Twin Otter T–05 voló por segunda vez a la Antártida, para integrar junto con los Beaver P–
03 y P–05, el material aéreo de Matienzo y apoyar a la patrulla Soberanía, que construía la
pista de Marambio, auxiliada también por un C–130. El DHC–6 realizó luego un Correo
Aéreo Antártico Servicio Interbase. El 29 de octubre se inauguró en la isla Vicecomodoro
Marambio la base homónima de la Fuerza Aérea. Ese día decoló de la flamante pista de
novecientos metros de largo el DC–3 TA–05 con destino a Río Gallegos y Buenos Aires en
su vuelo final, aterrizando poco después un avión pesado, el Folker F–27, conduciendo al
ministro de Defensa y otras autoridades nacionales. Había terminado el aislamiento
antártico.

11
Nota editorial. Desde la década del 1990, se la denomina Base Aérea Marambio.

155
La patrulla Soberanía que, con picos y palas, esfuerzo y coraje construyó la pista de
la Base Aérea Vicecomodoro Marambio, estuvo integrada por el comodoro Oscar José Pose
Ortiz de Rozas, el vicecomodoro Francisco Florencio Mensi, el vicecomodoro Mario Víctor
Lucciardello, el primer teniente médico Américo Osvaldo Auad, el suboficial mayor Arturo
Rafael Jiménez, los suboficiales principales Ramón Alberto Velásquez y Aníbal César
Klocker, el suboficial ayudante Castor Eustaquio Ayala, el sargento ayudante Lucas
Feliciano Soria, los suboficiales auxiliares Juan Carlos Luján y Omar Juan Aimaretti, los
cabos principales Alberto Oscar Gallardo y Hugo Adolfo Ferrari, los cabos primeros Luis
Facundo Fioramonti, José Luis Cortelezzi, Daniel Enrique Timo, Adolfo Sissoy, José Oscar
Medina, Miguel Angel Mignani, Whaldo Salvador García y Carlos Alberto Schenone.

1973. Primer Vuelo Transantártico Tricontinental

Este vuelo se realizó en diciembre de 1973 con carácter experimental, pues se


trataba de unir Buenos Aires con Australia y Nueva Zelandia a través del Polo Sur, y se
logró mediante una planificación basada en la experiencia que la Fuerza Aérea había
adquirido para esa época en la Antártida. El aparato elegido, un Hércules C–130, fue
dotado de un nuevo sistema de combustible e instalaciones electrónicas.
El 5 de diciembre a las 5:21 el Hércules aterrizó en Marambio, donde esperaba otro
Hércules como avión tanque que, en breve tiempo, proveyó 17.000 litros de carburante.
Con vientos favorables y una temperatura de –50ºC el Hércules llegó hasta los 80° Sur.
Poco después de sobrevolar el Polo Sur, aumentó la intensidad del viento alcanzando los
155km/h cerca de la base estadounidense McMurdo; a partir de allí fue un permanente
obstáculo para el vuelo, lo que ocasionó un atraso de casi dos horas para arribar a

156
Canberra, de donde despegó el sábado 8 de diciembre rumbo a Christchurch, en Nueva
Zelanda.
De ese aeropuerto decoló el día 9 a las 23:54, de regreso a la Argentina. Sobrevoló
Marambio, donde las malas condiciones meteorológicas impidieron el aterrizaje. El
Hércules siguió en vuelo directo a Río Gallegos, donde aterrizó a las 23:43 y de allí continuó
a Buenos Aires. Tres continentes (Sud América, Antártida y Australia) habían quedado
unidos por este vuelo.
Los tripulantes fueron: comandante, el brigadier general Héctor Luis Fautario; primer
piloto, el vicecomodoro José A. González; segundo piloto, el capitán Juan D. Paulik: tercer
piloto, el capitán Héctor Cid; navegantes, los capitales Adrián J. Speranza y Hugo C.
Meisner y el primer teniente Jorge Valdecantos; meteorólogo, el mayor Salvador Alaimo;
mecánicos, los suboficiales mayores Mari F. Guayan y el suboficial principal Pedro Bessero;
auxiliar de carga, el suboficial mayor Jorge R. Luder, camarógrafo, el suboficial mayor Juan
Bueno. Participaron también del vuelo el comodoro Julio C. Porcile y el mayor Manuel M.
Mir.

157
Capitulo X

LA ACTIVIDAD CIENTÍFICA ARGENTINA EN LA ANTÁRTIDA

Tras los primeros y frustrados intentos del Instituto Geográfico Argentino en 1881 y
1896, la República Argentina inició sus actividades científicas antárticas respondiendo a las
recomendaciones del Séptimo Congreso Internacional de Geografía de Berlín de 1899 y a
una invitación de sus autoridades; así fue cómo, en acuerdo general de gabinete, el 10 de
octubre de 1900 se decidió participar en la Expedición Antártica Internacional, originada en
aquel congreso y en las iniciativas de la Real Sociedad Geográfica de Londres,
encomendando al Ministerio de Marina la instalación de un observatorio magnético,
meteorológico e hidrográfico en la isla de los Estados, lugar que luego se cambió por una
de las ínsulas del grupo de Año Nuevo, frente a la costa norte de aquella.
El teniente de navío Horacio Ballvé dirigió la obra. Esa participación se concretó
también con la incorporación del alférez de fragata José María Sobral a la Expedición
Antártica Sueca de 1901–1903, mientras se iniciaban en la isla de Año Nuevo las
observaciones de magnetismo, meteorología e hidrografía, continuadas hasta 1917.
Sobral, por su parte, trabajó en Cerro Nevado en geodesia, geomagnetismo y
meteorología. Esta labor inicial se completó con las observaciones meteorológicas y
magnéticas en el Observatorio Nacional de la isla Laurie, de las Orcadas del Sur, que

158
comenzaron en 1904 y continuaron ininterrumpidamente hasta la actualidad en la hoy
Base Orcadas.
Las observaciones realizadas allí hasta el año 1909 constituyeron la serie más larga y
más completa efectuada jamás en las regiones polares y, junto con las observaciones del
observatorio en funcionamiento en las instalaciones de la Compañía Argentina de Pesca S.
A. en la isla de San Pedro, de las Georgias del Sur, relacionadas con las practicadas en tierra
firme, posibilitaron por primera vez el estudio de la formación y la propagación de los
fenómenos atmosféricos originados en las zonas polares y propagados a las regiones
ecuatoriales, donde sus reflejos son seguidos por las estaciones situadas en las regiones
templadas.
En la ciencia argentina en la Antártida, es pionero el Museo Argentino de Ciencias
Naturales Bernardino Rivadavia, que en 1923, 1926 y 1930 hizo estudios y recolección de
ejemplares marinos en las islas Georgias del Sur, Orcadas del Sur y Shetland del Sur,
participando luego en las expediciones del Primero de Mayo en 1942 y 1943, con estudios
en las islas Argentinas, Melchior, Decepción, Wiencke y en la bahía Margarita. Envió, en el
verano de 1968–1969, a las primeras científicas argentinas en Antártida, la licenciada
Carmen Pujals y las profesoras Irene Bernasconi, María Adela Caría y Elena Martínez
Fontes, que hicieron estudios de biología marina en Melchior.
En 1932–1933 tuvo lugar el Segundo Año Polar Internacional, en cuyas
investigaciones colaboró la Argentina, respondiendo a una solicitud de la Comisión
Internacional del Año Polar. Se solicitaba nuestra cooperación, especialmente en lo
referente al apoyo del observatorio de Orcadas y la reinstalación del de la isla de Año
Nuevo. Si bien no fue posible la reactivación de Año Nuevo por la crisis económica mundial
de 1930, se prestó la más amplia colaboración en el observatorio de Orcadas, lo que fue
muy bien recibido por la Comisión Internacional, por cuanto los datos de Orcadas (los

159
únicos del Antártico) eran muy estimados en las investigaciones geofísicas y
meteorológicas generales.
Igualmente en 1939 Argentina vuelve a prestar apoyo meteorológico a una
expedición extranjera. A pedido el gobierno de los Estados Unidos, se transmitieron
boletines meteorológicos a la expedición del almirante Byrd, principalmente desde el
observatorio de Orcadas, durante la permanencia de esa expedición en el Antártico.
Los buques de la Marina de Guerra complementaron también la acción científica
durante aquellos años con registros magnéticos, meteorológicos, hidrográficos y
mareográficos. La pérdida del Austral impidió el establecimiento de un nuevo observatorio
en la isla Wandell (o Booth) en 1906. La corbeta Uruguay, encargada de relevar a las
comisiones de las Orcadas, aprovechó sus viajes para hacer tareas científicas; por ejemplo,
en 1905 efectuó el relevamiento cartográfico en las Shetland del Sur y en 1909, hizo
registros magnéticos en la bahía Moltke (Georgias del Sur). En 1923, el transporte Guardia
Nacional llevó a cabo observaciones hidrográficas y de mareas en la bahía Cumberland
(Georgias del Sur), y el transporte Primero de Mayo realizó tareas cartográficas en la bahía
Uruguay, Orcadas del Sur, en 1930.
Resultado de esa labor fue la primera carta náutica del Sector Antártico Argentino,
publicada en 1916, de cuyo valor da cuenta el juicio del científico alemán Hans Peter Kosak
en su libro “Antarktis”, editado en Bonn en 1955, al decir que no ha sido superada ni
siquiera por las británicas.
Con la Uruguay y el Primero de Mayo, alternaron en el relevo de Orcadas y en el
apoyo y abastecimiento de la factoría de Grytviken, los transportes Guardia Nacional,
Chaco y Pampa, que hacían al mismo tiempo las observaciones científicas indicadas.
Durante la campaña 1941–42, el Primero de Mayo cumplió tareas de exploración e

160
hidrografía en Decepción, Melchior e islas Argentinas y, durante la siguiente campaña
1942–1943, efectuó levantamientos en Melchior y bahía Margarita.

Las campañas anuales

La década del 40 se inició con un hecho auspicioso para el tema que estamos
desarrollando: la creación de la Comisión Nacional del Antártico, que daría nuevo impulso
a nuestro accionar polar con énfasis en la actividad científica.
Como ya se ha visto, tras los viajes de 1942 y 1943, se inició la época de las
campañas antárticas anuales con la de 1946–1947, con participación de equipos científicos
que desarrollaron importantes planes de investigación; contaban para su cometido con el
apoyo operativo y logístico de las Fuerzas Armadas.
Principal protagonista en el quehacer científico es el Instituto Antártico Argentino
Coronel Hernán Pujato, del que enseguida trataremos, junto al cual intervienen los
siguientes organismos:
– El Servicio de Hidrografía Naval, que planea y ejecuta trabajos de gabinete, elaborando
los resultados de las tareas de campaña (balizamientos, cartografía, oceanografía,
hidrografía y observaciones científicas). Es el organismo responsable también de la
producción y edición de cartas náuticas.
– El Servicio de Meteorología Marítima, sección del anterior, que desarrolla su labor en el
campo de la meteorología y la climatología polar.
– El Laboratorio Ionosférico de la Armada, que realiza investigaciones ionosféricas en la
zona polar.

161
– El Instituto Geográfico Militar, que se ocupa de trabajos geodésicos, cartográficos y
geofísicos.
– El Servicio Meteorológico Nacional, dependiente de la Fuerza Aérea, que destaca
personal técnico en las estaciones antárticas para tareas meteorológicas, geomagnéticas y
sismológicas, proporcionando también los pronósticos para los vuelos en la región polar.
– La Comisión Nacional de Investigaciones Aeronáuticas y Espaciales, también dependiente
de la Fuerza Aérea, que completa la serie de organismos científicos que colaboran en la
misión de desentrañar los misterios de la naturaleza polar.
Eventualmente, intervienen también en el quehacer científico argentino en la
Antártida las universidades y observatorios nacionales, la Comisión Nacional de Energía
Atómica, el Centro Nacional de Radiación Cósmica, la Comisión Nacional de Estudios
Geoheliofísicos y los museos nacionales —principalmente los de Ciencias Naturales de
Buenos Aires y La Plata—.
Las disciplinas desarrolladas cada año son: meteorología (observaciones de
superficie y alturas en estaciones y a bordo de buques), radiación, química del aire,
radiación nuclear, auroras (observaciones visuales e instrumentales), glaciología
(observaciones de estación, en patrullas y desde buques y aviones), ionósfera y silbidos,
mareas, oceanografía, geomagnetismo, geoelectricidad, sismología, gravimetría, radiación
cósmica, biología, microbiología y fisiología humana.

El Instituto Antártico Argentino Coronel Hernán Pujato

El Instituto Antártico Argentino es el organismo por excelencia dedicado desde su


inicio a orientar, dirigir, controlar, coordinar y ejecutar las investigaciones y estudios de

162
carácter técnico–científico en la Antártida. Su primer equipo científico estuvo integrado
por el Dr. Otto Schneider (jefe del Departamento Científico), el Dr. Juan Carlos Cabos
(fisiólogo), el Dr. Juan P. Di Lena (glaciólogo), el Dr. Néstor Horacio Fourcade (geólogo), el
Sr. Alfredo Corte (biólogo), el Sr. René E. Dalinger (geólogo), el ingeniero Enrique Levín
(geofísico), el Sr. César Augusto Lisignoli (geólogo–glaciólogo), el Dr. Ricardo A. Mauri
(biólogo), el Dr. Antonio Moscoso Boedo (químico), el Dr. Benito Colqui (geólogo), el Dr.
Ricardo Novatti (biólogo), el Sr. Osvaldo Carlos Schauer (geólogo) y el Sr. Jorge Scholten
(meteorólogo).
El Instituto operó en la Antártida la Estación Científica “Almirante Brown” desde
1955 hasta 1984, año en que fue destruida por un incendio; fue activada desde entonces
sólo durante los períodos estivales y contando con laboratorios y una casa–habitación.
Desde 1959 hasta 1962, administró la Estación Científica Ellsworth cedida por los Estados
Unidos, transfiriendo su personal y equipos a la base Belgrano I, donde se instaló el
Laboratorio Belgrano, reinstalado luego en la base Belgrano II; cuenta con una cámara
“todo–cielo” para observación de auroras australes de visibilidad nocturna.
En la base San Martín funciona desde 1986 el Laboratorio de Ciencias de la
Atmósfera con las siguientes actividades: geomagnetismo, silbidos radioeléctricos y
sondajes ionosféricos, entre otros.
La base Jubany 12 cuenta en sus instalaciones con el laboratorio LAJUB de efecto
invernadero y el laboratorio Dallmann, operado en colaboración científica con Alemania,
para investigaciones biológicas y geológicas; es el único laboratorio binacional en la
Antártida.
En la base Marambio operó desde 1994 el laboratorio LAMBI, del Departamento de
Ciencias de la Atmósfera, donde se hacieron registros de ozono por el método de

12
Nota editorial. Base Carlini desde el 5 de marzo de 2012.

163
absorción en un programa conjunto con el Instituto Nacional de Tecnología Aeroespacial
de España.
Entre las primeras realizaciones del Instituto Antártico, se cuentan: el relevamiento
geológico de las islas Decepción y Media Luna, estudios geológicos submarinos en
Decepción; investigaciones paleontológicas en la bahía Esperanza, estudios glaciológicos
marinos y continentales, estudios bioecológicos; investigaciones astrofísicas y
magnetométricas, contribuciones al estudio de la botánica sistemática, al estudio de
factores incidentes sobre la vida humana (psiquismo–patología), y al estudio geológico de
las Shetland del Sur. La astronomía, la geología, la topografía, la ictiología, la zoología, la
limnología, la paleontología y la glaciología fueron otras tantas disciplinas encaradas por el
organismo científico en su inicio. Los resultados de tan importante labor se dieron a
conocer por medio de las publicaciones científicas (Contribuciones) del Instituto, editor
también de la versión castellana del “Boletín del Comité Científico para la Investigación
Antártica”.
Desde aquellas primeras realizaciones, el Instituto ha ido incrementando su
presencia en el quehacer científico antártico con su propio personal científico y técnico,
que elabora en Buenos Aires proyectos de investigación, ejecutados después in situ en las
propias instalaciones ya mencionadas y seleccionados con el criterio de que la
investigación cuente con un alto grado de factibilidad dentro de los recursos nacionales
disponibles y de los previstos a determinado plazo; que provea resultados concretos con
incidencia favorable en el desarrollo nacional y en el conocimiento de la existencia de
recursos naturales; que también provea resultados concretos que afirmen los propios
reclamos de soberanía territorial; que posibilite un progresivo avance en el conocimiento
de un área estratégica; que tienda a retener e incrementar el número de científicos y

164
técnicos interesados en esos temas, y que aporte nuevos conocimientos para beneficio de
la humanidad.
Con esos parámetros el Instituto realiza las siguientes investigaciones:
En el campo de las ciencias de la Tierra: geología, geofísica de la tierra sólida, glaciología
física (dinámica del hielo) y glaciología química.
En el de ciencias de la atmósfera: magnetósfera, atmósfera media y astronomía, efecto
invernadero, impacto climático, radiación ultravioleta y ozono atmosférico.
En ciencias biológicas: fisiología, biología, limnología, mecanismos antioxidantes,
microbiología de especies antárticas, ecología costera, efectos de la radiación UV,
monitoreo del ecosistema, bioquímica y transferencia energética del ecosistema antártico,
krill, aves, mamíferos marinos.
En ciencias del mar: oceanografía física y oceanografía química.
En el área de la química ambiental, se hacen investigaciones en química ambiental y
contaminación marina.
Además, el Instituto desarrolla los programas de psicología y museoantar:
–Programa de psicología: Investigación, asistencia, selección de personal, preparación y
orientación psicológica.
–Programa museoantar: Recuperación de relictos y restauración y conservación de sitios
históricos.
El Instituto realiza convenios de colaboración científica con las universidades
nacionales y privadas de Belgrano y del Salvador, y con los siguientes organismos
nacionales y provinciales: Centro de Ecofisiología Vegetal, Instituto de Investigaciones
Científicas y Técnicas de las Fuerzas Armadas, Comisión Nacional de Actividades Espaciales,
Consejo Nacional de Educación Técnica, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas, Centro Austral de Investigaciones Científicas (C.A.D.I.C.), Fundación para la

165
conservación de las Especies y el Medio Ambiente, Fundación Oftalmológica “Hugo Nano”,
Grupo de Estudios sobre Ecología Regional, Instituto Nacional de Ciencias y Técnicas
Hídricas, Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (INIDEP), Instituto
Nacional de Tecnología Agropecuaria, Instituto Nacional de Tecnología Industrial, Museo
Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, Municipalidad de La Plata,
Administración de Parques Nacionales, Servicio de Hidrografía Naval, provincias de La
Pampa (Ministerio de Educación), de Río Negro y de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del
Atlántico Sur.

La cooperación científica internacional. El Año Geofísico Internacional y el Año


Internacional del Sol Quieto

Ya en vísperas del Año Geofísico Internacional, la Argentina contrajo compromisos


para el futuro gran emprendimiento en las conferencias preparatorias realizadas en París y
en Bruselas en 1955, en las que estuvieron presentes sus delegados. El compromiso se
concretó con el decreto del 3 de julio de 1956, que creó la Comisión Nacional del Año
Geofísico Internacional, con el objetivo de coordinar las actividades científicas de todas las
instituciones nacionales comprometidas en la magnífica empresa internacional, en cuyos
trabajos previos la Argentina estuvo presente, integrando el equipo de doce países que se
dispusieron a lanzar el gran ataque de la ciencia contra la aún enigmática, rebelde y a la
vez majestuosa naturaleza polar. A través de las cuatro Conferencias Antárticas para
coordinar las tareas del A. G. I., nuestro país elaboró un programa de investigaciones en los
campos de la oceanografía; la glaciología; el geomagnetismo; la sismología, auroras y luz

166
nocturna, química del aire, meteorología, ionósfera; latitud y longitud–gravimetría;
actividad solar y rayos cósmicos.
Ya en la práctica del programa trazado, nuestro país desarrolló una serie de trabajos
desde enero de 1957 hasta diciembre de 1958 (período del A. G. I.), entre cuyas
importantes realizaciones se destaca —en el campo de la oceanografía— la Campaña
Invernal Antártica del rompehielos General San Martín (1957), la Campaña Conjunta al
Arco de las Antillas del Sur de los buques oceanográficos ARA Sanavirón y el
norteamericano Vema (1957–1958); la campaña del oceanográfico ARA Capitán Cánepa al
pasaje Drake (Operación Drake I, 1958) y la Operación Drake II (1959). Esas operaciones
tuvieron por objeto el conocimiento de la influencia de las condiciones existentes en el
pasaje Drake sobre el Atlántico Sur y el Mar Epicontinental Argentino.
El General San Martín, por su parte, en enero de 1957 hizo dos estaciones
oceanográficas en su derrota a la base Belgrano (barrera de Filchner). En julio–agosto
cruzó las Shetland del Sur haciendo observaciones de superficie y una estación
oceanográfica. En enero de 1958, realizó otras dos estaciones entre el área de las
Sándwich del Sur y la barrera de Filchner. El Capitán Cánepa en marzo y abril de 1958
completó veintitrés estaciones oceanográficas en el Drake, hasta profundidades máximas
de 3784 metros. El Sanavirón entre enero y febrero de 1958, conjuntamente con la goleta
norteamericana Vema, completó cuatro estaciones oceanográficas en el área del mar del
Scotia y las Sándwich del Sur. Estas tareas continuaron también después del Año Geofísico
Internacional.
Siempre dentro de ese plan de cooperación científica internacional, meteorólogos
argentinos estuvieron presentes en la Central Meteorológica Antártica de Estados Unidos,
la Pequeña América V, durante el A. G. I. Por otra parte, los científicos del Instituto

167
colaboraron en las tareas llevadas a cabo para establecer la posición de la zona auroral del
mar de Weddell.
Con esos datos y los proporcionados por la estación norteamericana Ellsworth y la
británica de Halley Bay, quedó establecido el avance hacia el norte del frente de la barrera
de Filchner. Pero quizás el hecho más notorio en este tema de la cooperación científica
internacional, por la trascendencia mundial que tuvo y su incidencia en el campo de la
salud, fue la actividad desarrollada a bordo del rompehielos General San Martín por el Dr.
John Sieburth del Instituto Politécnico de Virginia, quien estudió la microbiología de la
fauna antártica y descubrió el efecto antibiótico del fitoplancton, investigación que
continuó durante la Campaña Antártica 1958–1959, embarcado con su colega el Dr.
Burkholder a bordo del remolcador hidrográfico Chiriguano; ambos habién sido invitados
por la Armada.
El 15 de julio de 1958, los gobiernos de la Argentina y de los Estados Unidos
acordaron continuar las actividades científicas iniciadas por el país del norte en Ellsworth,
para lo cual esa estación fue cedida a nuestro país, que la operó durante cuatro años
consecutivos por medio del Instituto, cuyo personal científico argentino trabajó allí en
estrecha colaboración con el nortemericano.
En base a las experiencias del Año Geofísico Internacional, se inició en enero de 1961
–y en virtud del Tratado Antártico firmado en Washington en diciembre de 1959– una
nueva era polar, la de la cooperación científica internacional y la libertad de investigación
en ese campo. La Argentina, el primer país de América en cooperar con los científicos
europeos en el estudio de la naturaleza polar, con el apoyo a las expediciones en las
ayudas meteorológicas de sus observatorios de Orcadas y de Año Nuevo, no podía estar
ausente en el ambicioso proyecto mundial y por ello siguió aportando su esfuerzo y
entusiasmo en la investigación polar. En lo que atañe a la colaboración internacional,

168
aparte del intercambio de personal realizado en todas las campañas con otros países,
merecen destacarse:
– El programa conjunto de la Estación Científica Ellsworth, llevado a cabo por personal del
Instituto y de la U. S. National Science Foundation (U. S. Antarctic Research Program). El
programa se realizó de acuerdo con el comunicado argentino–norteamericano del 15 de
julio de 1958, y se desarrolló hasta el 30 de diciembre de 1962, fecha de clausura de
Ellsworth;
– La Campaña Internacional Weddell II, del 17 de enero al 27 de febrero de 1962.
– Como consecuencia del gran interés despertado por los fenómenos sísmicos en la isla
Decepción ocurridos desde 1967 hasta 1969, se trabajó allí en vulcanología junto a los
científicos de otros seis países. En 1971 el General San Martín y el buque estadounidense
Hero con los botes Zodiac, de la Fundación Nacional de Ciencias de los Estados Unidos,
dieron apoyo logístico a esas tareas.
– El programa glaciológico Hieloantar para estudiar las condiciones del hielo en la
península Antártica, desarrollado conjuntamente por el Instituto y el British Antarctic
Survey.
– Un estudio sobre deriva de témpanos, realizado también por el Institut National Francais
d’Investigations Antarctiques, durante el verano de 1973.
Las actividades que hemos sintetizado, a través de cometidos considerados de
mayor relevancia, representan un aspecto importantísimo, si no el mayor, del ejercicio de
nuestra soberanía en la Antártida. El estudio de ese gran laboratorio de fenómenos
naturales que tanto influyen en otros lugares de nuestro planeta, es el principal objetivo de
la ciencia mundial. De él se han de obtener, pues, los mayores beneficios no sólo para
nuestro país –tan sometido a aquellos fenómenos– sino también para toda la humanidad.

169
Como un complemento del A. G. I. 1957–1958, se encaró un nuevo programa de
cooperación científica internacional entre el 1° de enero de 1964 y el 31 de diciembre de
1965, denominado Año Internacional del Sol Quieto (A. I. S. Q.); su objetivo era la
realización de estudios geofísicos en una época de escasa actividad solar como la del
período señalado, para aprovechar mejor los datos correspondientes a las relaciones entre
el Sol y la Tierra que se habían obtenido durante una época de máxima actividad solar,
como la del A .G. I.
Argentina, por su situación geográfica, ocupó un lugar destacado durante las tareas
del A. I. S. Q. y, dentro de su programa, las observaciones en la Antártida recibieron
preferente atención, en especial las realizadas en la zona de la barrera de Filchner en el
mar de Weddell. Por decreto N° 2685 del 23 de mayo de 1962, se concretó la adhesión
argentina a ese programa internacional, encomendando al Comité Nacional de la Unión
Geodésica y Geofísica Internacional la organización de la participación de nuestro país. Esa
Comisión fue creada ad honorem por decreto Nº5532 del 4 de julio de 1963; estuvo
integrada por los titulares (o sus representantes) de los organismos nacionales
intervinientes, entre los que no podía faltar por supuesto el Instituto Antártico Argentino.
El programa argentino comprendió: aeronomía, actividad solar, auroras, luminiscencia del
aire, geomagnetismo, ionósfera, investigación espacial, meteorología y radiación cósmica.
La Argentina, representada por el Instituto Antártico, organizó y participó en las
siguientes reuniones científicas internacionales: la XIV Reunión General del SCAR, realizada
en la ciudad de Mendoza en octubre de 1976; la Reunión del Grupo de Especialistas del
Programa BIOMASS, en Buenos Aires en junio de 1979; el Primer Experimento
Internacional BIOMASS (FIBEX) y la XXII Reunión del SCAR en San Carlos de Bariloche, del 8
al 19 de junio de 1992, durante cuyo desarrollo y como parte de la misma, tuvo lugar el
Quinto Simposio de Operaciones y Logísticas Antárticas. En 1983, también en Bariloche,

170
tuvo lugar el Simposio Regional sobre Avances Recientes en Biología Acuática Antártica del
BIOMASS, auspiciado por los organismos que apoyan las actividades del Programa
Biológico Internacional; su coordinación fue responsabilidad del Instituto Antártico
Argentino. La Argentina participó igualmente en las cuatro reuniones realizadas desde
1987 en las que se trataron las Comunicaciones sobre Investigaciones Científicas 13.
Siempre representado por el Instituto, el país intervino en las Reuniones de
Administradores de Programas Nacionales Antárticos Latinoamericanos (RAPAL), iniciadas
en Buenos Aires los días 11, 12 y 13 de junio de 1990; la Dirección Nacional del Antártico
fue el organismo anfitrión.
En esa primera reunión se acordó realizar durante el verano 1992–1993, trabajos
científicos conjuntos y publicarlos en un tomo conmemorativo del Quinto Centenario del
Descubrimiento de América, para lo cual se invitaría a los historiadores antárticos –uno por
cada país– a participar en una reunión que tendría lugar en la base Esperanza en el verano
1992–1993, y en la cual se propondría la edición de una publicación conjunta. El reino de
España sería invitado a participar en ese emprendimiento. Resultado de esos encuentros
fueron las Reuniones de Historiadores Latinoamericanos, la primera de las cuales tuvo
lugar en nuestra base Esperanza.

Arqueología histórica en la Antártida

El hombre, ese gran protagonista de la historia, en su devenir terrestre va dejando


huellas, testimonios de su existencia, que servirán a cada generación para preservar la
13
Nota editorial. Se refiere a las reuniones periódicas organizadas por el IAA y denominadas Jornadas de
Comunicaciones sobre Investigaciones Antárticas (1987, 1991, 1994, 1997), que luego derivaron en simposios
argentinos y latinoamericanos sobre investigaciones antárticas.

171
memoria de la gran aventura de la vida; siguiendo esas huellas y recogiendo testimonios la
humanidad va conociendo y reconstruyendo su pasado. En lo que respecta a nuestra
historia occidental, ya la antigüedad clásica nos ofrece algunos nombres de quienes se
preocupaban por coleccionar esos vestigios: Plinio, Luciano, Pausanias fueron algunos de
ellos.
Promediando la Edad Media, en las primeras décadas del siglo XV, Ciríaco de Ancona
fue el primero en recorrer con criterio científico comarcas del Mediterráneo, Europa, Asia
Menor y África, pero fue recién a partir de la segunda mitad del siglo XVIII cuando comenzó
a perfilarse en el campo de la historiografía una nueva disciplina, la arqueología, eficaz
auxiliar de la historia que, a partir del inicio del siglo XX empezó a independizarse
adquiriendo métodos y técnicas propias.
Según el período estudiado, la arqueología se divide en prehistórica e histórica,
reconociéndose subdivisiones en cada caso. En cuanto al espacio geográfico, también hay
divisiones; su ámbito es tan amplio que abarca toda la Tierra. Sin embargo, parecería que
hasta no hace mucho una parte del planeta estaba vedada a la nueva ciencia.
La Antártida, separada geológicamente del resto de los continentes mucho antes de
la aparición del hombre y exenta por lo tanto de migraciones humanas, no ofrecía
civilizaciones, culturas, pueblos ni ciudades que descubrir o estudiar. Pero el hombre llegó
también un día a ella, un día incógnito aún pero no muy lejano —siglo y medio quizás—, lo
suficiente para que hoy sintamos la necesidad de rescatar y conservar los vestigios de
aquella presencia. Y así ha llegado la arqueología a la región polar austral.
Obviamente, en cuanto a metodología, la arqueología antártica difiere de la que se
practica en el resto del mundo, tanto por la diferente naturaleza del terreno como por
tratarse de yacimientos recientes, que no requieren grandes excavaciones ni estratigrafía
para ubicar cronológicamente el hallazgo.

172
La arqueología histórica general comprende la búsqueda, situación, clasificación,
conservación, restauración, mantenimiento de sitios, artefactos, y construcciones
históricas. Los elementos recuperados, debidamente tratados para estudio y exposición, se
insertan en la actividad museológica; por esa razón, la sección Museo del Instituto
Antártico Argentino contó con dos clases de colecciones: la Colección de Estudio (CE) y la
Colección de Exhibición (CX).
La arqueología histórica antártica es la rama de esta ciencia y la técnica dedicada
específicamente a los sitios y monumentos históricos situados en el continente antártico
que, sometidos a las condiciones extremas de la meteorología de aquel espacio geográfico,
aún pueden ser situados y sometidos al tratamiento adecuado para su conservación hacia
el futuro.

Los comienzos

Los neocelandeses iniciaron estas actividades durante el verano de 1960-1961, al


comenzar las tareas de limpieza para restaurar y conservar las tres chozas que las
expediciones antárticas británicas de los años 1901 y 1913, dirigidas por Scott y Shackleton
respectivamente, habían construido en la isla Ross, rescatando una serie de elementos
pertenecientes a ambas expediciones.
Los trabajos continuaron en la temporada estival 1963–1964, perfeccionándose
entonces la técnica, ya que los hallazgos fueron inventariados y registrada su posición en
un plano. En 1978, D. I. Harrowfield, del Museo Canterbury de Christchurch, trabajó en el
yacimiento de cabo Evans en el exterior de las cabañas, en una superficie de escoria
volcánica sobre la que extendió un reticulado de 2,5 m2, para registrar la posición de los
artefactos de superficie.

173
Harrowfield se encontró allí con un problema propio de la arqueología antártica,
ocasionado por la naturaleza del lugar: La mayoría de los artefactos habían sido rescatados
del hielo y era necesario descongelarlos. El uso de sal, agua caliente y calefactores de
motores de aviones, aconsejado por varias instituciones consultadas, fue desechado por el
riesgo de daño a los objetos, decidiéndose en cambio el método de la radiación solar,
aumentada por el uso de cubiertas de polietileno negro.
En el mismo año 1978, los australianos encararon similares trabajos en la cabaña
dejada por la Expedición Antártica Australiana de Mawson (1911–1914), en la bahía del
Commonwealth.
Quedaban en la Antártida otros sitios arqueológicos de muy especial interés para
tareas como las señaladas: la cabaña de la Expedición Cruz del Sur, de Borchgrevink (1898–
1910), en el cabo Adare, y las de la Expedición Antártica Sueca, de Otto Nordenskjöld
(1901–1903), en las islas Cerro Nevado y Paulet y en la bahía Esperanza. Esta última
expedición está tan ligada a la historia antártica argentina, ya sea por la participación del
alférez de marina José María Sobral, como por el hecho de haber sido los expedicionarios
rescatados por nuestra Armada, que debía la República Argentina acometer la empresa,
más aun teniendo en cuenta que esos restos están ubicados en el espacio antártico que,
por múltiples razones, nuestro país reconoce como propio.
Por ese motivo, entre las previsiones del Instituto Antártico Argentino y la Dirección
Nacional del Antártico para la temporada 1979–1980, figuró la iniciación de los trabajos en
la isla Cerro Nevado, lugar prioritario, ya que la cabaña allí existente había sido declarada
Monumento Histórico Nacional por nuestro gobierno por decreto Nº 6058/65. Su
restauración y conservación debían iniciarse a la brevedad.
Tal cometido significaba también una obligada respuesta a las recomendaciones
hechas en ese sentido en las últimas reuniones internacionales de los países miembros del

174
Tratado Antártico. Durante la Reunión Consultiva realizada en Canberra en 1961, se
recomendó a los gobiernos que adoptaran las medidas necesarias para proteger las
construcciones, tumbas u objetos de interés histórico del daño o destrucción, produciendo
informes y consultas sobre el estado y restauración (Recomendación I–9, y más tarde la
Recomendación V–4). Posteriormente, los gobiernos confeccionaron una lista de
monumentos históricos y asumieron las responsabilidades de su mantenimiento. Los
monumentos involucrados en el programa Museoantar del Instituto Antártico forman
parte del listado de la Recomendación VIII–9, que los incluye de la siguiente manera:
– Monumento N° 38: Cabaña construida en la isla Cerro Nevado en febrero de 1902, por el
grupo principal de la Expedición Sueca al Polo Sur, dirigida por Otto Nordenskjöld (64°24’
Sur, 57° Oeste).
– Monumento N° 39: Cabaña de piedra en la bahía Esperanza, construida por un grupo de
la Expedición Sueca al Polo Sur en enero de 1903 (63°24’ Sur, 56°59’ Oeste).
– Monumento N° 41: Cabaña de piedra en la isla Paulet, construida en febrero de 1903 por
Carl Antón Larsen, capitán noruego del buque náufrago Antarctic, de la Expedición
Antártica Sueca de Otto Nordenskjöld, junto con la tumba de un miembro de la expedición
(63°35’ Sur, 55°47’ Oeste).
El Monumento Internacional N° 38, era ya –como hemos señalado– Monumento
Histórico Nacional por Decreto N° 6058/65.

El programa Museoantar

El programa Museoantar tiene por finalidad cumplir con el compromiso tomado por
la República Argentina, como país miembro del Tratado Antártico, de salvaguardar el
patrimonio histórico del continente antártico en el área geográfica de su influencia.

175
Consecuentemente, esta tarea tiene relevancia nacional e internacional. Y los
monumentos que involucró en su origen, son los bienes relictos de la Expedición Sud Polar
Sueca (1901–1903), en atención a que ella estaba íntimamente vinculada, como ya hemos
dicho, a los comienzos de la actividad científica oficial argentina en aquellas comarcas.
Los trabajos comenzaron durante la campaña antártica de verano 1979–1980 en la
isla Cerro Nevado (Snow Hill), lugar donde había sido instalado en febrero de 1902 el
campamento base de la expedición sueca, de la que formaba parte el argentino José María
Sobral. Allí está ubicada la casa de madera prefabricada en Suecia, que dio albergue a los
expedicionarios durante dos invernadas.
También se previó realizar los trabajos prospectivos de otros dos sitios vinculados
con la expedición: una choza de piedra construida por una avanzada dejada en la bahía
Esperanza (Hope Bay), y otra de idéntico material construida por los náufragos del buque
de la expedición, en la isla Paulet, donde igualmente se encuentra la tumba del marinero
Ole Wennersgaard. Estas prospecciones fueron igualmente planificadas para la campaña
1986–1987, pero recién se materializaron durante la realizada entre 1986–1989.
Elaborado entonces el plan de trabajo en Buenos Aires durante el invierno de 1979
por el Dr. Ricardo Capdevila y los licenciados Enrique Iribarren y Santiago M. Comerci, los
responsables de la investigación histórica en el Instituto –Capdevila y Comerci– viajaron a
la Antártida en los primeros días de enero de 1980, con la doble finalidad de intentar
recuperar objetos que seguramente habían sido abandonados por los expedicionarios,
dado lo imprevisto y apresurado del rescate, e inspeccionar la cabaña para encarar su
futura conservación. (Ver el apartado “Una gesta singular: el rescate de la expedición
Nordenskjöld. La actividad del alférez José María Sobral”).

Las tareas en Cerro Nevado

176
Cumplidas las etapas de la ruta aérea Buenos Aires–Río Gallegos–Marambio, el
equipo del Instituto, completado ahora con la utilísima presencia de un veterano polar, el
señor Ramón Oscar Alfonso, con veinte años transitando las rutas heladas, incluso llegando
al Polo Sur con Leal en 1965. Arribaron finalmente a la isla Cerro Nevado el 4 de febrero a
las 16.00; instalaron su campamento junto a la cabaña construida por los suecos sobre una
elevación de aproximadamente trece metros sobre el nivel del mar que estaba formada
por una acumulación de morena lateral del glaciar que cubre la isla por el sur y el oeste; su
frente en aquella temporada llegaba hasta unos quinientos metros aproximadamente,
mientras que en la actualidad ha desaparecido porque ha retrocedido significativamente.
La casa fue construida totalmente en madera, con una planta baja y un desván
configurado por el elevado techo a dos aguas; tiene una superficie cubierta de 23,67 m2.
Según la descripción hecha por Sobral en “Dos años entre los hielos”, que concuerda con la
de Nordenskjöld en “Viaje al Polo Sur”, la casa había sido forrada interior y exteriormente
con papel negro preservador de la humedad; el piso y las paredes interiores que daban al
exterior se habían cubierto con una gruesa alfombra y linóleo en el piso sobre el que
estaba la alfombra. Las ventanas tuvieron doble vidrio. Los dormitorios fueron provistos de
dos cuchetas cada uno, una inferior y otra superior, contra los tabiques internos de
separación. La cocina estaba en la cuarta habitación sobre el ángulo sudeste de la casa. El
desván estuvo utilizado como depósito de víveres y equipos.
El primer trabajo del equipo del Instituto consistió en franquear el acceso a la casa,
pues algo impedía interiormente abrir por completo la puerta de entrada; solo se abrió
más de veinte centímetros aproximadamente. Desde allí se podía ver una gran
acumulación de hielo, que hubo que golpear con un pico introducido por el breve espacio
de la puerta entreabierta; ésta fue una tarea lenta y paciente.

177
Una vez franqueado el paso, se halló el hall de entrada ocupado por un montículo de
hielo de cerca de un metro de altura; una vez eliminado —a pico y pala—, se pudo ingresar
a la cabaña que estaba totalmente invadida por hielo muy consolidado y abundante nieve.
Una durísima y gruesa capa de hielo sumamente resbaladiza cubría todo el piso, lo que los
obligó a caminar lentamente y con gran cuidado, previniendo muy posibles caídas, que no
obstante se produjeron.
Los camarotes de los ángulos noroeste y sudoeste presentaban las cuchetas
inferiores soldadas a compactos bloques de hielo, dentro de los cuales se podían ver
diversos objetos no identificables. Las cuchetas superiores mencionadas por Sobral habían
desaparecido. La cocina, en la cuarta habitación sobre el ángulo sudeste de la casa, estaba
totalmente ocupada por el hielo, hasta el techo. En el corredor central, una mesa, una silla
y otros objetos fueron hallados en idénticas condiciones; las ventanas sin vidrios estaban
tapiadas para impedir el ingreso de nieve, que no obstante siguió penetrando. Ese tapiado
había sido realizado por nuestros marinos que, en oportunidades anteriores, habían
inspeccionado el lugar.
El segundo paso consistió en la remoción del hielo que cubría el piso. No hubo más
remedio que emplear el pico; resultó inevitable la destrucción del linóleo y la alfombra;
varios trozos se guardaron, con la idea de conseguir alguno semejante para la futura
restauración de la cabaña. Haber pretendido derretir el hielo por medio de la combustión
de gas hubiera significado correr el riesgo de agotar los tres tubos de gas de cuarenta y
cinco kilos cada uno con los que contaba el equipo, con el agravante de que no hubieran
alcanzado para concluir con el descongelamiento. Por otra parte, los permanentes
temporales con nevisca y vientos que oscilaban entre 150 y 200 kilómetros por hora y las
bajas temperaturas que en algunos casos llegaron hasta -20°C, a pesar de ser el mes de

178
febrero, tornaban ilusorio el método por descongelamiento con calor, de modo que los
arqueólogos tuvieron que optar por el método mecánico más efectivo.
Descongelado el piso lo suficiente como para poderse mover con cierta libertad de
maniobra, aunque siempre prudentemente, se encaró la tarea específica: el rescate de los
elementos, que pudo hacerse en el pasillo y en las habitaciones noroeste y sudoeste. En la
habitación del ángulo nordeste, solamente fue hallado un mensaje dentro de una botella,
dejado por los marinos que en 1971 habían visitado el lugar. El descongelamiento y
limpieza de la cocina fueron postergados para el verano siguiente, ya que se llegó al final
de febrero sin haber podido encarar ese trabajo. El descongelamiento de los lugares
indicados se llevó a cabo eliminando el hielo a golpes de pico hasta aproximarse a los
objetos aprisionados en su interior; entonces, para no dañarlos, se abandonaron las
herramientas y se aplicó calor por medio de garrafas de gas con pantalla, que se acercaba
al hielo cuanto era posible.
Como el material así obtenido presentaba fuertes incrustaciones de hielo o, en
algunos casos, quedaba completamente envuelto por él, se desechó cualquier método
mecánico para liberarlo, prefiriéndose en cambio aprovechar la radiación solar. Como esto
ya había sido previsto al preparar el plan en Buenos Aires, siguiendo la experiencia de
Harrowfield en cabo Evans, se había decidido usar el polietileno negro, pero con una
variante: el agregado del polietileno cristal, de modo que se contaba con dos grandes
bobinas de polietileno de diferente color, cada uno de cien micrones de espesor. Con estos
materiales se envolvieron los sólidos de hielo conteniendo objetos, para exponerlos a la
radiación solar. Al usar este método, se obtuvo una mayor absorción de la radiación solar
con el polietileno negro exterior y la refracción entre esa cubierta y la interior de cristal,
acelerando la fusión y el total descongelamiento sin someter a los objetos a otros

179
peligrosos procesos mecánicos. Esto fue realizado después de anotar el lugar donde había
sido hallado cada objeto.
En la campaña siguiente, iniciada en diciembre de 1981, se completó la limpieza de
la cocina y se terminó el descongelamiento de la vivienda. Se recuperó una buena cantidad
de objetos: piezas de loza inglesa, cubiertos de igual procedencia, tres calentadores marca
Primus, uno de ellos con su carga de combustible intacta. En el dormitorio sudeste
contiguo a la cocina, se halló un cofre de madera conteniendo herramientas, calzado polar,
algunos fósiles y huevos de pingüinos perforados y vacíos.
En el exterior, junto a la choza, se armó una carpa con una gran cubierta de
polietileno negro de 1,50 por 3 metros, para cubrir todos los artefactos envueltos
individualmente o por grupos, también en polietileno. Mientras el sol, con la ayuda del
plástico, completaba el descongelamiento de los objetos, se encaró la recuperación física
del desván. Fue también una pesada tarea descargarlo por la estrecha abertura del techo.
Había trozos de hielo, papel alquitranado, lonas, estopa y cueros dejados por los
expedicionarios. Pero este esfuerzo tuvo su premio en el hallazgo de dos libros de edición
francesa de fines del siglo XIX, uno de ellos dedicado a Nordenskjöld por el autor. Ambos
libros estaban en buen estado, pero totalmente congelados.
Con los trabajos realizados en esas dos primeras campañas, la cabaña quedó
descongelada, en condiciones para iniciar las tareas de restauración. En sucesivas
campañas se realizaron las siguientes tareas de restauración dirigidas por Capdevila, con el
valioso concurso de Alfonso:
a) Se desmontó el varillaje de madera exterior de paredes y techo, que originariamente
sostuvieron el forro de cartón alquitranado, del que sólo quedaban jirones, y se forró
íntegramente la vivienda, utilizándose el mismo varillaje para seguridad de la cobertura. Se
aplicaron dos manos de pintura asfáltica. El arrastre de tierra y pedregullo provocado por

180
el viento, que produce una intensa acción erosiva sobre los materiales, hizo prever trabajos
de mantenimiento anual. Para tener una medida de la violencia meteorológica en la zona,
puede recordarse que en la campaña 1985–1986 hubo un temporal de veinte días que
registró vientos de más de doscientos kilómetros horarios.
b) Los vientos de cáñamo que sostenían en sus cuatro esquinas la construcción, habían
desaparecido. Como se había eliminado el hielo interior que sostuvo la estructura de la
cabaña, se instaló un cableado de acero, con cuatro muertos o fundaciones de hormigón,
vinculados interiormente, tal como lo habían estado los cáñamos originales.
c) La meseta en la que se encuentra la cabaña afecta la forma de un bote invertido. Su
superficie se ve disminuida año a año en razón de los factores meteorológicos y el tránsito
del hombre, por lo que se iniciaron los trabajos de consolidación
d) En todas las campañas se realizan distintas expediciones de búsqueda en la zona, en
razón de que los movimientos de tierra, así como el deshielo, suelen dejar al descubierto
objetos de interés museológico.
En la parte interna de la vivienda estos fueron los principales trabajos:
a) Se prolijaron los restos de cobertura interior.
b) Se restauró el camarote noreste, utilizando maderas originales en la reconstrucción de
las cuchetas y el escritorio.
c) En los dos camarotes restantes se iniciaron los trabajos para reinstalar las cuchetas y
escritorios.
d) Se desarmó y rearmó la salamandra. Un hecho menudo produjo un momento de
emoción entre los integrantes del grupo de trabajo: al limpiar el cenicero se advirtió, por el
fuerte olor, la presencia de grasa de foca, combustible que los expedicionarios suecos
debieron utilizar en la segunda invernada, por la escasez de carbón de piedra.

181
e) Se iniciaron los trabajos de restauración de las aberturas, reuniendo varillajes originales
con vista a rearmar las ventanas y reponer las puertas destruidas. Se restauró e instaló la
ventana principal del sitio de estar.
f) Se instaló cartelería con indicaciones para los visitantes, pidiendo que dejen una nota en
el libro de visitas.
Posteriormente a las tareas relatadas, hubo hallazgos en Cerro Nevado, relacionados
siempre con la ya mencionada expedición sueca: restos de una barca utilizada por los
suecos, según relatos del jefe expedicionario y también de José María Sobral. El hallazgo
fortuito fue hecho por un grupo de Ciencias de la Tierra que trabajaba en la zona durante
la campaña 1997–1998. En la campaña de verano 1999–2000, la baja marea dejó al
descubierto parcialmente una tablazón en las proximidades de una elevación que ha dado
en llamarse el Mirador de los Suecos; realizada la excavación, se hallaron los restos de la
parte superior de una cocina del tipo ‘económica’.

Las tareas en la Bahía Esperanza

En la bahía Esperanza las tareas consistieron en la restauración del monumento N°


39, la choza de piedra construida por un grupo de la Expedición Sueca al Polo Sur en enero
de 1903. Con la referencia de las fotografías tomadas por Santiago M. Comerci y Vicente
Palermo durante la campaña antártica 1978–1979, programó Capdevila durante el invierno
de 1993 las tareas para la restauración del monumento. De ese modo, el 14 de octubre de
1993 la comisión de trabajo del programa Museoantar arribó a la bahía hallando la
siguiente situación:
1.- La zona cubierta por nieve de hasta 2 m de espesor;
2.- El interior del habitáculo tenía nieve hasta la altura del techo;

182
3.- El acceso y su muro protector estaban cubiertos de nieve;
4.- El techo de lona colocado durante la campaña anterior estaba rizado como
consecuencia de dos factores: a) Dos de los parantes que sostenían la lona tensada fueron
retirados en un caso, y roto un tercero. De este último, la parte superior estaba pendulante
del armazón de hierro. La falta de los parantes permitió que la misma gualdrapeara
libremente al son del viento. Los parantes habían sido retirados del interior de la choza y
arrojados fuera de ella; b) Los fuertes vientos que en el mes último superaron los 250 km
horarios hicieron el resto.
Las tareas programadas fueron las siguientes:
1.- Reconocimiento del estado del relicto.
2.- Análisis de los daños sufridos por el techo.
3.- Demarcación de las partes restauradas conforme la metodología de
anastilosis.
4.- Implantación de un cerco de protección visual.
5.- Modificación de la protección de acceso conforme a las medidas originales.
6.- Restauración del baño y depósito de víveres de acuerdo con la información
disponible.
7.- Limpieza superficial del área y demarcación de cribado para situación de
elementos museológicos (proyecto de excavación).
8.- Experimentación del uso de resina poliéster con control de proporciones,
tiempo y condición meteorológica.
La limpieza de nieve en el área se hizo hasta donde lo permitió el pie de hielo. La
experiencia realizada con la instalación de un techo de lona similar al usado
originariamente por los suecos permitió deducir lo siguiente:

183
a) La instalación en las condiciones en que se realizó la experiencia puede tener alguna
permanencia por un período de tiempo prolongado, tanto en cuanto se mantenga la
estructura de sostén, o bien el monumento sea cubierto con una estructura de resguardo,
lo que permitiría retirar el cribado. En el caso en examen, el retiro de los parantes que
tensaban la lona tuvo un efecto desastroso, ya que expuso el material al castigo de los
vientos, por lo que se deben tomar recaudos para que el hecho, provocado
intencionalmente por el hombre, no se repita;
b) La aplicación de la resina poliéster ha probado buena resistencia a la meteorología
extrema de la zona, de manera que, si se logra el respeto por el trabajo en la forma en que
lo deja instalado este equipo y se aplica adecuadamente su técnica, será factible conservar
el monumento como lo habían dejado los suecos en 1903.
Comenzando los trabajos de restauración, se reestructuraron los muros
reconstruyéndolos hasta su altura original; se utilizaron lajas caídas en la zona aledaña y y
se reemplazaron las faltantes con lajas procedentes de las canteras próximas. Este tipo de
tarea —según la técnica de anastilosis—, obliga a respetar y diferenciar la estructura
original de la restauración, por lo cual, en la primera etapa, se dejó marcado el nivel de lo
construido mediante la colocación de un alambre que delimitaba las partes en todo el
contorno. Para permitir su adecuada visualización, en esta campaña se marcaron con un
círculo de 3 cm de diámetro y de color rojo todas las piedras incorporadas para llegar al
nivel original.
Las condiciones del terreno y la meteorología adversa impidieron la colocación de las
columnas de hormigón llevadas desde Buenos Aires para construir un cerco visual y físico
de protección del monumento. Éstas tenían como propósito formar un resguardo que
impidiera el tránsito de personas por el interior del relicto, además de colocar estacas para
marcar el sitio donde se situaron las columnas, ya que el hielo impidió hacer las

184
fundaciones. La base Marambio proveyó 27 metros de soga de cáñamo de una pulgada de
espesor para unir los aros de metal que coronan las columnas, las que se apilaron en el
acceso de la vivienda, acondicionando el cáñamo en un cajón. La tarea de instalación
quedó así preparada para la siguiente campaña de verano.
Al iniciar las tareas de restauración en 1992, el acceso que formaba una suerte de
protección a la entrada de la choza estaba derrumbado y las piedras que lo constituyeron
se hallaban amontonadas junto a ella, por lo que en aquella oportunidad se procedió a
ordenarlas y apilarlas sobre la base de las que habían conformado una suerte de cimiento,
el que se distinguía claramente a nivel del suelo. Con fundamento en la documentación
gráfica existente, se les dio la conformación y alturas correctas.
En orden al citado paredón de acceso, se determinaron las oquedades
correspondientes al sitio utilizado por los suecos como baño y el correspondiente a un
cajón empotrado en el cerco que fuera utilizado como almacén de víveres. Se
aprovecharon algunas maderas que se encontraron en las proximidades de la estación
británica que se incendiara en la década del 40 y que, por su aspecto, se prestaban para la
labor, y se construyó un símil ciego, que se instaló en el sitio correspondiente.
Hasta la segunda semana de estadía, la meteorología no permitió realizar una
limpieza del terreno conforme a lo planificado. Se sucedieron días de sol, nevadas, bajas y
altas temperaturas, por lo que la tarea se postergó hasta que mejoró la meteorología. En el
interior de la vivienda, único sitio de interés para un relevamiento museológico, un grueso
pie de hielo impidió planificar la tarea de búsqueda, la que se difirió para la campaña de
enero de 1994.

185
Capitulo XI

MISCELÁNEAS

El yeti de Thule. La primera ocupación de las islas Sándwich del Sur y una festiva
anécdota

El 14 de diciembre de 1955, la Armada Argentina desembarcó en la isla Morrell, del


Grupo Thule del Sur a los tres primeros ocupantes, quienes permanecieron por tiempo
prolongado en el archipiélago de las islas Sándwich del Sur.
Esta operación respondía a la política vigente de ocupación y ejercicio de la
soberanía en la Antártida Argentina, vigente desde 1903, año en que la corbeta Uruguay
asombró al mundo con el conocido rescate de la expedición sueca de Otto Nordenskjöld, al
hundirse su buque polar Antarctic.
El rompehielos General San Martín transportó los materiales y el personal del
refugio Thule. El año anterior, al regresar de la primera penetración que efectuara al mar
de Weddell este buque, recaló en el grupo Sándwich y, luego de desarrollar relevamientos
y trabajos, procedió a instalar el refugio, que un año más tarde permitiría la primera
ocupación formal y reconocida.
El refugio se llamó Teniente Esquivel y fue construido a bordo y en navegación. Esta
curiosa manera de fabricar el refugio, que normalmente se transportaba desarmado desde
Buenos Aires, se debió a que la decisión de instalarlo fue adoptada a bordo (luego del

186
reconocimiento antes citado) por el entonces comandante de la Agrupación Naval
Antártica, capitán de navío Alicio E. Ogara.
La instalación se completó el 26 de enero de 1955, conjuntamente con la baliza
Gobernación Marítima de Tierra del Fuego. Como es habitual en estos casos, se dejaron
víveres para la eventualidad de que alguien pudiese necesitarlos. No se omitieron los
símbolos patrios –escudo y bandera argentinos– que acreditaban la nacionalidad de la
nueva instalación subantártica.
Fue durante esos días, mientras se cumplían estas tareas, que un ingeniero naval
alemán que actuaba como garantía del astillero que recientemente había entregado el
rompehielos a la Argentina, creyó ver un extraño ejemplar en la costa, a unos cientos de
metros de donde tenían lugar los trabajos.
Este acontecimiento se produjo en uno de los tantos viajes de la lancha “doble
carroza” a tierra. Al regresar a bordo, el guardiamarina Ricardo Hermelo, patrón de la
lancha, dio parte del asombro que denotaba el alemán, quien manifestaba haber
observado un extraño ejemplar; se le pidió que lo dibujara y como resultado, quedó la
incógnita de no saber bien lo que había divisado, a unos cien metros de la costa y en una
mañana fría y sin sol; sólo él había avistado el extraño ejemplar. Los comentarios de a
bordo quedaron flotando en el ambiente durante unos cuantos días y se le dio en llamar
“el yeti de Thule”.
Un año más tarde, en la campaña antártica 1955–1956, se decidió ocupar por tres
meses el refugio Thule, como se lo conocía en ese entonces, y se designó al mismo
Hermelo para que ejerciese la jefatura, contando con los señores José M. Ahumada y
Miguel Villafañe como integrantes de la primera dotación.
Estos dos últimos eran miembros del Radio Club Argentino, que, conjuntamente con
la Armada, patrocinaba la expedición de esos radioaficionados, cuya tarea consistía en

187
efectuar transmisiones “desde un nuevo país”, según las regulaciones internacionales de
las comunicaciones de “DX” (de larga distancia).
Como parte de la misión asignada a los ocupantes, figuraba la de efectuar
observaciones meteorológicas, glaciológicas y oceanográficas y, en particular, la instalación
de un mareógrafo y un abrigo meteorológico con el instrumental de observaciones.
Durante el viaje hacia Thule, fueron constantes las bromas y chanzas con el “yeti”,
que se les hacía a quienes se enfrentarían en ese lugar. La mayoría lo hacía con la
convicción que se trataba de un caso sin credibilidad, pero otros no estaban tan
convencidos.
Fue así como el 14 de diciembre de 1955, luego de completar en varios viajes de
lanchas el transporte de todo el material necesario (antenas, equipos y víveres) la dotación
quedó sola en tierra, mientras el rompehielos se alejaba hacia el sur, para iniciar su
segunda penetración al Weddell y reabastecer la base adelantada Belgrano.
Antes de zarpar, el suboficial Ferrari (que había construido el refugio) adosó una
pequeña “habitación” para que pudiese alojar a un tercer hombre, ya que el refugio
disponía de sólo dos cuchetas.
La primera tarea fue la de calafatear, con estopa y tenedor en mano, las
innumerables rendijas del refugio. Las dos estufas a gota de kerosene, más la lámpara y la
cocina a presión, no resultaban suficientes para elevar la temperatura en el pequeño
interior. Tanto era el frío, que se pasaba la noche dentro de los sacos de dormir de plumón
duvet, casi completamente vestidos, con ropa de lana y medias antárticas. Las botas, que
se untaban con grasa de foca, no llegaban a permitir que los pies se calentaran. Pero el
ingenio y la dedicación triunfaron y los chifletes de las hendijas se fueron desvaneciendo;
sólo quedó la gran ranura de la puerta, difícil de obstruir.

188
En los comienzos, para mejorar las condiciones de habitabilidad se erigió una carpa
con piso de madera y palo central con vientos anclados. Desde allí se trabajaba con las
comunicaciones, pero los fuertes temporales terminaron por destrozarla y el transreceptor
se instaló a los pies de Villafañe, quien dormía en la pequeña piecita con las piernas
encogidas, mientras Ahumada o Hermelo efectuaban comunicados de DX (larga distancia).
El resultado fue que, al término de la permanencia, se habían completado más de mil
quinientos comunicados en las bandas de radioaficionados, además de las comunicaciones
diarias y periódicas con el rompehielos General San Martín y las estaciones del servicio
naval móvil marítimo de la Antártida y el continente.
El día se ocupaba, además, con tareas que no eran menores en cuanto a su
importancia; sin desmedro de las observaciones meteorológicas y de marea, se efectuaban
reconocimientos y se registraban los datos de flora y fauna que habían planificado el
Servicio de Hidrografía Naval y el Instituto Antártico Argentino.
El tiempo fue transcurriendo sin prisa pero sin pausa, ciertas veces más rápidamente
pero otras lentamente en función de que las actividades no eran muy atractivas (la cocina,
el agua, etc.). Cierto día, Ahumada había salido a efectuar una patrulla de rutina y, de
repente, regresó corriendo al campamento con el rostro desencajado: ¡había visto al yeti!
El guardiamarina Hermelo dudaba de la existencia del yeti pero, como había
participado el año anterior del incidente del ingeniero alemán, se dirigió en compañía de
Villafañe y Ahumada, pistola COLT 45 en mano, al lugar de la aparición, distante unos dos
kilómetros. El terreno era sinuoso y con piedras volcánicas de diverso tamaño. La isla de
por sí era un volcán. Luego de unos veinte minutos de marcha, Ahumada reconoció el
lugar, sin poder divisar al extraño intruso. Sólo se veían perezosas focas y leopardos
marinos, más unos pocos elefantes, que se entretenían en el lugar, en el extremo

189
meridional de la isla, sobre la bahía Ferguson. El crepúsculo, que dura casi toda la noche,
dificultó la búsqueda y, luego de dos horas, regresaron al campamento.
Desde ese día, Hermelo estableció una patrulla diaria hasta el mismo lugar, que era
cumplida por turno por un solo integrante, mientras los dos restantes quedaban a la orden
cumpliendo tareas, pero con la consigna de acudir al lugar si el hombre de patrulla no
regresaba luego de un tiempo prudencial. No tenían miedo pero sí expectativas; cuando se
es joven, la aventura es un accidente.
Una semana más tarde, la táctica dio el resultado que se esperaba: nuevamente el
mismo Ahumada regresó corriendo, casi sin aliento, con el convencimiento de haberse
topado de repente con el monstruo; agregaba además que, cuando se quedó mirándolo,
se le había venido encima, cosa que no era normal en la fauna de cierta semejanza. Se
repitió el alistamiento presuroso con la pistola Colt, único armamento disponible, y la casi
carrera de los tres hasta el lugar, actuando Ahumada como guía. Pero esta vez el trío se
encontró con el animal.
Se aproximaron hasta unos cinco metros y fue allí cuando Hermelo, al ver que el
ejemplar desconocido mostraba sus colmillos y, erguido, buscaba el acercamiento con una
agilidad poco común, empezó a computar con las fracciones de microsegundos que se
aceleran a cada instante y que definen los momentos de peligro; sin dudar más que un
instante, comenzó a disparar sin interrupción el cargador completo de ocho tiros de su
pistola. Al tercer o cuarto disparo, el animal de más de 2,30 metros de altura se detuvo y
lentamente se desplomó.
Yacente en tierra, la bestia fue analizada por quienes ignoraban de qué se trataba;
les llamó la atención la piel, de pelo corto y una tonalidad negra y ligeramente plateada.
Pero si bien existían diferencias con las focas conocidas, le encontraron semejanzas con

190
esa especie, salvo en la cabeza y en las extremidades. Se decidió que había que cuerearlo y
así se hizo.
Los restos quedaron en el lugar y el cuerpo se clavó sobre una pared exterior de la
casilla, para despojarlo de la grasa que aún quedaba. El jefe del refugio informó el hecho a
su buque de apoyo, el San Martín, y las cosas quedaron así hasta que, días más tarde, la
dotación fue evacuada de urgencia por haber entrado en erupción una isla vecina.
Dos científicos de a bordo pidieron y recogieron los restos del yeti y, durante varios
días, trataron de identificar el ejemplar. Al cabo de una semana, uno de los especialistas en
biología lo logró. Era de una foca peletera, especie extinguida a principios de siglo por la
continua persecución en razón de su fina piel. Además, se trataba de la cuarta especie de
focas, de la que no existía en nuestros museos ningún ejemplar.
Quedaría inconclusa esta pequeña historia si no se describiera el regreso de
Hermelo, Ahumada y Villafañe al San Martín. La toldilla y parte de la cubierta de vuelo
estaban ocupadas por quienes querían verlos. Había gran curiosidad pero, al poco rato,
quienes regresaban fueron obligados a tirar al mar toda la ropa del equipo antártico,
porque tenían el hedor de los pingüinos, con quienes habían convivido y se habían
acostumbrado. La experiencia fue realmente hermosa; permitió valorar estrechamente lo
que representa vivir en un mundo civilizado, donde no se presta atención a lo que significa
encender y disponer de luz, accionar una canilla y ver que el agua fluye alegremente,
penetrar en una casa y encontrarse en un ambiente confortable, en fin, una serie de
realidades que son parte del mundo actual y que, por cotidianas, pasan realmente
desapercibidas.

El romance de los pingüinos

191
Dice Emilio Díaz en “Relatos antárticos” (Losada, 1958, pp.187/89):
“Diciembre es el mes en que fructifica el romance de los pingüinos. El
amor entre ellos, tan protocolares con sus fracs negros y sus pecheras blancas,
tiene dos aspectos importantes siempre presentes: la llegada del verano y el
concepto que las pingüinas comparten con sus hermanas de sexo del género
humano, concepto que puede resumirse así: el novio (o el marido, o el amante)
resulta mas agradable si regala alhajas caras.
“Al alargarse los días intensamente luminosos de la primavera antártica, a
medida que el hielo del mar se va rompiendo y que las rocas de la costa se
desnudan gradualmente de nieve, los pingüinos regresan al Sur y trepan la
tierra. Han pescado mucho en su viaje y se sienten gordos y fuertes. Con ojos
curiosos, contemplan el dibujo familiar de la bahía, el mar azul sembrado de
trozos de hielo grandes y pequeños, las laderas blancas de las montañas, los
glaciares resquebrajados, los picos recortados en el cielo límpido con su mancha
deslumbrante del sol.
“A su llegada, los machos, que no logran explicárselo, comienzan a
descubrir encantos desconocidos en las pingüinas, encantos que no notaban
pocas semanas antes, cuando pescaban en el mar, subían a algún trozo de hielo
huyendo de algún enemigo o simplemente buscaban descanso.
“Se sienten atraídos por un impulso extraño e incontrolable. Se ven
realmente bien, su plumaje está lustroso, pleno de vigor; las carreras en
seguimiento de los peces son más fáciles y placenteras. Junto a ellos hay unas
hembras que no los desdeñan como en los meses pasados.

192
“Pronto el macho encuentra una pingüina que realmente le gusta y en su
cerebro surge un interrogante que, humanizado, podríamos traducir por “¿cómo
conquistarla?”. Una fuerza ancestral lo lleva a pavonearse ante el motivo de sus
desvelos. La pingüina lo mira con cierta indiferencia aunque procurando no
descorazonarlo por completo. Se trata de una señorita de buena familia que ha
recibido una educación muy completa y que no va a acceder al primer partido
que se le presente.
“Si la pingüina es bien parecida (que de esos detalles se darán cuenta los
pingüinos), es posible que algún otro admirador, o tal vez varios, entren en
competencia por sus favores. Ella se mantiene algo distante pero benévola, pues
tanto daño hace aparecer excesivamente lejana como demasiado apurada (de
todas maneras se apurará si, al avanzar la estación, no ha sido objeto de
atenciones).
“Al cabo de cierto tiempo, llega el momento de la decisión. Cada
pretendiente se decide a demostrar a esa pingüina apetecible y esquiva, no solo
su buen gusto sino la profundidad de su amor. Selecciona de las proximidades
unas piedritas de colores vivos y las lleva a su amada. La solicitada, con mirada
conocedora, juzga el obsequio y al que se lo trae; si la pingüina se sienta sobre el
regalo significa que da el sí a su cortejante y que, en esa temporada, formará
pareja con él; tendrá hijos inteligentes y hermosos como sus padres.
“Los otros, los rechazados, suelen aceptar, si no de buen grado por lo
menos con resignación, tal definición de la bella. Si esto no ocurre así y alguno
osara recurrir a la última ratio o sea a la violencia, en procura de sus anhelos,
unos fuertes aletazos del vencedor y la acción de su pico vigoroso defenderá el
derecho instituido por la hembra.

193
“Cuanto más vivos son los colores de la piedrecilla, tanto más probable
que la pingüina se decida por ella y por quien se la trae (también nuestras
amigas del sexo débil suelen preferir los brillantes). Luego vienen las dulzuras de
la luna de miel, el nido hecho de piedras, la espera y las atenciones y ternuras
recíprocas, el nacimiento de los polluelos y la crianza.
“Cuando el plumón se cambia en plumas, la madre lleva a sus hijos al mar
y comienza la educación para la vida; incita a los infantes a arrojarse al agua
helada. Si, pasado un período prudencial, el joven se muestra remiso, ella misma
lo empuja, acudiendo a un procedimiento de convicción viejo como el mundo: `lo
haces por las buenas o las malas´.
“Al terminar enero, los nidos están desiertos y en las aguas de la bahía los
pingüinos retozan y pescan. El interés reciproco de los sexos está dormido, pero
reaparecerá, pujante, al promediar la siguiente primavera.
“Los pingüinos emperadores, los aristócratas de la especie, altos y
elegantes, son de corta progenie; ponen un solo huevo por estación. Para ellos
no reza el asunto de la piedrita; viven en el más lejano Sur, sobre el hielo, y
tienen sus hijos cuando la oscuridad del riguroso invierno ha cedido ante el
pálido sol de primavera. Para empollar, colocan el huevo sobre el dorso de los
dedos de sus patas, aislándolo así del contacto del hielo.
“Dan a sus niños una educación esmerada y organizan lo que, en nuestro
equivalente humano, podríamos llamar colegios. En la barrera de hielos del
fondo del mar de Weddell, existe una “institución” de esta índole. Promediaba
enero; en las partes altas se encontraban los padres, en la zona donde el hielo
descendía suavemente hasta el nivel del mar centenares de polluelos reposaban
bajo la mirada vigilante de ocho nurses.

194
“Nos vieron al principio con indiferencia, pero cuando nos acercamos a
distancia que ellos juzgaron peligrosa, las ocho nurses dispusieron la retirada de
los pichones y, en larga fila, ordenadamente, los hicieron marchar hacia las
alturas en que se encontraba el resto de la colonia.
“Y entonces nos quedamos pensando si no nos equivocamos al suponer
que Anatole France exageraba demasiado cuando escribió La isla de los
pingüinos.”
Hasta aquí el relato del capitán Emilio Díaz y ahora lo que nosotros hemos visto:
Cuando llega la hora del “almuerzo”, los adultos, todos, machos y hembras, se van al mar,
no sólo a alimentarse, sino también a llenarse el buche para después volver y alimentar a
sus crías. Cuando el pichón requiere a su progenitor con insistencia, entonces éste abre la
boca y el pequeño introduce su cabeza adentro, produciéndose un reflejo por el cual el
adulto regurgita el alimento. Bien, pero cuando los progenitores se van al mar, dejan a sus
“bebés” al cuidado de varios adultos que se estacionan como guardianes alrededor de los
pichones, y sucede, igual que en los humanos, que algún pichón travieso se sale de la
formación y pretende iniciar una experiencia por su cuenta, entones el “guardián” que está
más cerca lo corre y lo vuelve a aletazos a su lugar. ¡Qué ejemplo para muchos
progenitores humanos!

¡Con el corazón mirando al Sur!

Leemos en LA NACIÓN del 6 de enero de 1994, p.6, sección 3: “El anciano de los
hielos”:

195
“A los 88, Norman Vaughan, norteamericano intrépido, no se da por
vencido. En 1929 integró la primera expedición al Polo Sur, comandada por su
connacional Richard Byrd, y desde entonces no ha pensado en otra cosa que en
volver a remontar un monte antártico de tres mil metros bautizado —aquella
vez— con su nombre.
“Pero los años se escurrieron como arena entre los dedos. A
principios del 93, Vaughan se impuso la obligación de no quedarse con las ganas
y estimuló a algunos empresarios amigos para que financiaran el nuevo raid.
Obtuvo contribuciones y, a la par, algunos gestos de incredulidad: para un
octogenario avanzado, artrítico incurable, el viaje debía considerarse una loca
osadía.
“Desde luego, esos mecenas tenían pocas referencias de su
indomable temeridad. Las agencias noticiosas internacionales señalan que el
veterano explorador se encuentra en Punta Arenas, Chile, a la espera de
mejores condiciones climáticas para abordar el continente helado.
“No lo arredra el hecho de que un avión que transportaba parte de
su equipo y una veintena de perros capotara días atrás en la base antártica
Patriot Hills; no hubo víctimas personales, pero se perdieron cuatro perros y
muchos pertrechos resultaron inutilizables.
“La travesía de Vaughan será la última con participación de perros,
en ese territorio, ya que el protocolo del Tratado Antártico (suscripto en Madrid
en 1991) prohíbe a partir de abril el ingreso de animales que no correspondan al
hábitat. “No importa, las dificultades están para ser vencidas”, acaba de
proclamar el venerable aventurero, quien encarará el asalto al monte Vaughan

196
con un escalador famoso y especialista en supervivencia, Vernon Tejas, y un
grupo de camarógrafos del National Geographic Magazine.”

Solidaridad antártica

Año 2000: Enero 31, hora 07.55; el rompehielos Almirante Irízar, operando al sur de
la isla Amberes del archipiélago de Palmer, al oeste de la península Antártica,
aproximadamente en los 64° Sur y 63° Oeste, recibe por Inmarsat (International Maritime
Satelite) un pedido de auxilio del buque Clipper Adventurer, que en viaje de turismo por la
Antártida, había arribado al estrecho Matha entre las islas Belgrano y Watkins, al oeste de
la península Antártica, donde había quedado bloqueado por los hielos en los 66°43’ Sur y
67°31’ Oeste, a cuatrocientos kilómetros de distancia del Almirante Irízar. A las 18.30 el
rompehielos argentino arriba a la zona de la emergencia. Tras un vuelo de reconocimiento
con un helicóptero tripulado por el comandante y un oficial del Irízar, evaluadas las
condiciones meteorológicas, el estado del hielo y la difícil posición del buque bloqueado,
se determinó la acción a seguir para liberar al Clipper Adventurer. En cinco horas de
navegación, abriendo un surco en el mar congelado, el rompehielos llegó hasta el Clipper,
comenzando la durísima tarea de romper el hielo alrededor del buque siniestrado y abrir
un espacio de agua a su alrededor, para poder cambiar la posición del buque con su proa
hacia el sur y ubicarlo en sentido contrario para poder remolcarlo luego hacia aguas libres,
operación que se inició a las 5:06 del 1° de febrero, y fue suspendida luego, para volver a
abrir un surco en el hielo que más adelante tornaba a cerrarse —según se comprobó por
un nuevo vuelo de reconocimiento glaciológico. A las 9:15 ambos buques lograron salir del
campo de hielo, alcanzando al fin aguas libres.

197
Año 1980, febrero 2, hora 22.48. El rompehielos Almirante Irízar navegaba por el
Weddell, rumbo a la estación científica Corbeta Uruguay. Atrás quedaba la base General
Belgrano II. En esas circunstancias, se recibe a bordo un requerimiento de la Radio Central
Buenos Aires, de la Armada, y de Radio Pacheco: cubrir un circuito con el buque polar
noruego Polarcirkel. Establecida la comunicación, el capitán de la nave extranjera informó
que tenía a bordo un accidentado en grave estado, con posibles heridas internas. Se
trataba del ingeniero Gerds Fuchs, miembro de un grupo científico alemán, que había
sufrido un accidente cuarenta millas al oeste de la base General Belgrano III. Según el
capitán noruego, únicamente el Almirante Irízar podría prestarle auxilio. De inmediato, el
comandante de la nave argentina ordenó invertir el rumbo a máxima velocidad para llegar
hasta el Polarcirkel, a unas 370 millas al SW en Lat. 77° 55’ Log. 46° 30’W.
El día 3 a las 20.30, en malas condiciones de visibilidad, se estableció contacto por
radar con la nave noruega, comenzando las maniobras para recibir el helicóptero que
arribó a la 1:30, con el enfermo y el médico de la expedición alemana. Rápidamente, el
hombre fue internado en la enfermería del buque, efectuándosele los correspondientes
análisis médicos. El diagnóstico fue “politraumatismo severo de hemiabdomen y miembros
inferiores derechos con estado de shock”. El día 5, según el informe médico, el paciente
evolucionaba favorablemente. Mientras tanto, el rompehielos navegaba en procura de la
estación científica Corbeta Uruguay. El día 16 arribó a Buenos Aires, donde personal de la
embajada de Alemania Federal recibió al accidentado.
Una vez más, la República Argentina había brindado su cooperación en una misión
humanitaria, en apoyo de científicos y navegantes de otras naciones, allá en el lejano Sur.
Ocuparía muchas páginas relatar aquí esa historia; basta simplemente señalar algunos
casos que vienen a nuestra memoria mientras redactamos esta nota.

198
Septiembre de 1971. En una difícil operación por las malas condiciones climáticas y
la necesidad de escalas en nuestra base Matienzo y en la estadounidense Palmer para
hacer combustible, el Porter 461 procedente de base Petrel, rescató a dos hombres
enfermos de la base británica Fósil Bluff, en los 71°20’ SW y 68°20’ W. La hazaña dio lugar
a un telegrama de felicitación de Sir Vivian Fuchs, director del British Antartic Survey, y a
una distinción otorgada por la reina Isabel a los autores del rescate.

Julio de 1968: también una base británica solicita socorro. En la dotación inglesa de
Islas Argentinas hay un enfermo grave. Un DC-4 de nuestra Marina acude desde Ushuaia,
con medicamentos para cinco meses de tratamiento. El enfermo es evacuado, pero al
despegar la máquina, el congelamiento del carburador por las bajas temperaturas, provoca
su precipitación sobre el hielo marino. Felizmente, no hubo víctimas; todos regresan a la
base británica, de donde el paciente será evacuado el 20 de agosto por el rompehielos
General San Martín que lo llevaría a Ushuaia, desde donde sería luego trasladado a Buenos
Aires. El 21 el buque en navegación recibía el siguiente mensaje: “Retransmito mensaje
London luz hache cuatro cero de director British Antartic Survey y CMM Sir Vivian Fuchs
que dice: “CLN ruego acepte nuestras sinceras gracias por el rescate del enfermo de
nuestra estación en Islas Argentinas PD una campaña invernal de esta naturaleza resulta
sin paralelo en la historia marítima antártica”.

Febrero de 1960: En cumplimiento de la Campaña Antártica 1959–1960, el


rompehielos General San Martín se dirigía a la bahía Margarita por el mar de
Bellingshaussen, para realizar el relevo del personal y el reaprovisionamiento de la base
General San Martín. El día 22 comenzó a soplar un viento noroeste a ciento cincuenta

199
kilómetros por hora. Los bandejones relativamente pequeños que rodeaban al buque se
convirtieron pronto en grandes extensiones de hielo presionado, que fueron oprimiendo el
casco lentamente, bajo los efectos de una gran tensión. Como consecuencia de que una
parte del campo de hielo se mantenía fija y otra se desplazaba a la velocidad de cuatro
kilómetros por hora bajo un fuerte viento de temporal, se había formado en la superficie
una peligrosa cisura, mientras grandes bandejones se amonticulaban, y algunos alcanzaban
hasta la cubierta de vuelo desgarrando lo que hallaban a su paso.
Mientras tanto, se realizaba intercambio de información por radio con los
integrantes de la expedición inglesa a bordo del Kista Dan, encerrado también por los
hielos, a unas cincuenta millas del General San Martín. Ante la dramática situación de
ambas naves, el rompehielos norteamericano Glacier se dirigía al lugar para prestar ayuda,
abriéndose paso con dificultad en el denso hielo que cubría el mar.
En tales circunstancias y sin poderse mover, se mantuvo el General San Martín hasta
el 5 de marzo, en que un cambio del viento le permitió navegar lentamente hacia el norte,
hasta hallar mar libre; zafó por sus propios medios, sin necesidad de ayuda. No obstante,
quedó demostrada la solidaridad antártica sin distinción de banderas.
Durante esa misma campaña 1959–1960, en oportunidad en que el buque noruego
Polarbjon solicitara ayuda por haber quedado atrapado entre los hielos antárticos, el
rompehielos General San Martín, que se encontraba en la zona, acudió en su auxilio y,
atravesando un espeso campo de hielo, abrió un canal por donde pudo salir la nave
socorrida hasta hallar aguas libres.

Julio de 1958: En el destacamento naval Decepción se recibió un radio de la estación


inglesa de caleta Balleneros de la isla Decepción, manifestando que un miembro de la base
inglesa Lockroy padecía apendicitis y no contaban en la base con antibióticos. Después de

200
varias consultas entre los facultativos del destacamento naval Almirante Brown y la base
de Islas Argentinas, el jefe del destacamento naval Almirante Brown, teniente de corbeta
Horacio Méndez, el médico Dr. Mario Yamazaki, y el radiotelegrafista Oscar Bammater, se
trasladaron a la base inglesa de puerto Lockroy.
Durante la travesía, que duró siete horas, y que fue llevada a cabo en un chinchorro
con motor fuera de borda, se debió sortear gran cantidad de témpanos y escombros de
hielo y una permanente lucha contra la corriente, contando siempre con el apoyo
meteorológico del destacamento naval Decepción y el radiotelegráfico de los
destacamentos navales Almirante Brown, Melchior y Decepción. Una vez arribados a
destino y sometido el enfermo al tratamiento con antibióticos, se produjo la mejoría
esperada.

Febrero de 1949: En el puerto Foster de la isla Decepción, estando anclados los


remolcadores hidrográficos Chiriguano y Sanavirón de la Armada argentina y el buque
inglés Sparrow, el médico de éste solicitó una consulta médica con los argentinos por un
tripulante accidentado de su buque. En consecuencia, el teniente de fragata médico
Roberto M. Amuchástegui, de los remolcadores, el teniente de fragata médico Lescano, del
Destacamento Naval (hoy base) Decepción, y el teniente de fragata médico Rafael de
Diego, del Pampa, se trasladaron inmediatamente al buque inglés, cuyo médico
diagnosticaba hemorragia interna por rotura de bazo al caer al agua el paciente y golpear
contra una embarcación menor, mientras que los argentinos opinaban que se trataba de
un estado de shock. Accediendo los argentinos al pedido de intervención quirúrgica del
médico inglés, insistente en su diagnóstico, se decidió la operación, improvisándose un
quirófano y preparándose el instrumental; el equipo médico quedó integrado de la
siguiente forma: teniente de fragata médico Amuchástegui, cirujano; teniente de navío

201
médico Lescano, ayudante cirujano; teniente de fragata médico De Diego, anestesiólogo, y
el Dr. Wood, médico inglés, transfusionista, por haber sido ésta su práctica durante la
Segunda Guerra Mundial, no habiendo jamás operado. Todos los preparativos se hicieron
con el paciente en estado plenamente consciente. Trasladáronse los argentinos al Pampa
en procura de algunos elementos no disponibles en el Sparrow, con la sorpresa, al regresar
a la nave inglesa, de encontrarse con el paciente en perfecto buen estado, con pulso
normal, buen color de la piel, afirmando sentirse bien y sin más dolores. Indudablemente,
había sido un estado de shock, por lo que se puso punto final a la vista de los preparativos
para la operación; también debe haber influido el diagnóstico tranquilizador de los
médicos argentinos.
Regresando a Europa el Sparrow, pasó por Mar del Plata el Dr. Wood, quien relató el
suceso a los periodistas con palabras de agradecimiento a los médicos argentinos.

1958, julio 9: En el Destacamento Naval Almirante Brown (hoy base Brown) se recibe
por conexión radioeléctrica un mensaje de la base inglesa de Islas Argentinas, informando
que el jefe de la base de puerto Lockroy, Sr. James Muirsmith, padecía un ataque
apendicular y solicitaba auxilio médico de la base argentina, ya que estaba más cerca de
Lockroy que la base de Islas Argentinas, y además por carecerse en Lockroy de los
fármacos necesarios. El jefe de la base argentina respondió que, por el momento, las
condiciones glaciológicas y meteorológicas impedían navegar a puerto Lockroy en un bote
de madera, único medio disponible en Brown, pero aseguraba el auxilio en cuanto las
condiciones lo permitieran. El 4 de agosto, al romperse el hielo de la bahía Paraíso, lugar
de la base Brown, su jefe aprovechó para probar la pequeña embarcación; navegó a la
cercana base chilena González Videla en procura de algunos elementos en préstamo, para
completar su equipo y regresar a su base, a la que se pudo arribar recién el 25 de agosto

202
por el estado del hielo en el mar. Persistiendo las pésimas condiciones glaciológicas y
meteorológicas, sólo el 19 de septiembre se pudo zarpar de Brown con el bote tripulado
por el jefe de la base teniente de corbeta Horacio Méndez, el médico Dr. Mario Yamazaki,
y el jefe de la estación radiotelegráfica, Sr. Oscar E. Bammater. Por el brazo norte del canal
Argentina, se navegó hasta el estrecho De Gerlache, y luego en dirección a la entrada del
canal Neumayer hasta el extremo norte de la isla Wiencke, arribando finalmente a la base
inglesa del puerto Lockroy después de soportar un temporal con vientos de hasta 55 km
por hora; el tiempo de navegación entre la base argentina y la inglesa fue de siete días.
Según el médico argentino, se imponía una intervención quirúrgica, pero, ante la
imposibilidad de practicarla allí, sometió al paciente a un tratamiento que lo mejoró y le
permitió esperar el arribo del buque inglés Shackleton. El 12 de octubre, los argentinos
emprendieron el regreso a su base, a la que llegaron después de cinco horas de
navegación, continuando el Dr. Yamazaki la atención del paciente por radio, hasta el arribo
del buque Shackleton. El médico inglés agradeció por vía radiotelefónica el apoyo
argentino, lamentando no poder hacer un reconocimiento oficial por parte de las
autoridades de su país por razones de índole política.

Noviembre de 1903: la corbeta Uruguay, al mando del capitán Julián Irízar, rescató a
los náufragos del Antarctic, de la Expedición Antártica Sueca del Dr. Otto Nordenskjöld, en
las islas Cerro Nevado y Paulet en el mar de Weddell. El histórico suceso por haber sido ya
narrado, nos exime de mayor comentario.
Lo dicho no agota, por supuesto, el largo y emotivo anecdotario de la ayuda
argentina a extranjeros en el confín austral, siguiendo el ejemplo heredado de aquellos
compatriotas que, ubicados en las puertas mismas del Antártico, auxiliaban a tantas naves
de diversas banderas. Así, por ejemplo, don Luis Piedra Buena en 1873 con su Luisito,

203
recogió a seis náufragos del bergantín Eagle y los condujo a Punta Arenas. El capitán
extranjero, emocionado y de rodillas, rogó a su salvador que le permita besarle las manos.
Al año siguiente, con el mismo Luisito, Luis Piedra Buena recogió en bahía Falsa, Tierra del
Fuego, a veintiún náufragos del bergantín alemán Doctor Hansen, lo que motiva un
expresivo agradecimiento de la legación alemana en Buenos Aires. El 5 de octubre de
1877, nuestro marino auxilió y salvó a veintidós náufragos de la nave inglesa incendiada
Anna Richmond, y en 1881 repitió la acción al naufragar en Quequén la ballenera Anita;
rescató a la tripulación, reparó la nave y la botó al agua.
Don Luis Vernet, comandante civil y militar de nuestras islas Malvinas en 1829,
recordaba en un documento que se conserva en el Archivo General de la Nación, el
salvataje de la goleta inglesa Hope, naufragada en las costas de las Georgias del Sur, de la
goleta estadounidense Belville, en cercanías de Tierra del Fuego, de la ballenera Nouvelle
Betsie y del cúter inglés Sively. Y dice Vernet: “Las tripulaciones de todos estos buques,
deben quizás su existencia a mi establecimiento o al menos le deben el pronto alivio de
horribles padecimientos.” ¡Esta es la colonia que destruyó el comandante Duncan!

Primera misa católica en la Antártida

La historia de nuestro Observatorio Meteorológico y Magnético de la isla Laurie, de


las Orcadas del sur, registra en sus anales un suceso de gran significación, como es la
llegada de la Iglesia Católica a la Antártida, llevando hasta ese apartado y helado rincón de
la tierra la Palabra de Dios, que había difundido ya por todo el orbe; sólo restaba la región
de los hielos eternos del Sur, y allá llegó por iniciativa de un sacerdote jesuita y con la
ayuda de los argentinos. Era ese sacerdote el padre Felipe Lérida, que aprovechó el viaje

204
de 1946 por el relevo de la dotación de Orcadas, para materializar su idea de oficiar la
santa misa, erigir una cruz y colocar una imagen de la Virgen de Luján en el Observatorio,
como manifiesto de la Fé católica en el lugar.
El 15 de febrero de 1946 el transporte Chaco, veterano de la derrota a las Orcadas
desde 1925, en la que se venía alternando con el Pampa desde 1939, zarpó del puerto de
Buenos Aires al mando del capitán de corbeta Manuel A. Ruiz Moreno, con la rutinaria
misión de reaprovisionar el Observatorio y llevar a la comisión de relevo para ese año; a
bordo iba también el padre Lérida, para cumplir su misión espiritual.
El 17 de febrero el Chaco cruzó la convergencia antártica y el 19 se avistó tierra;
tomó fondeadero el buque ese mismo día en la bahía Uruguay, frente al glaciar Ramsay.
Inmediatamente comenzó la dura tarea de descargar en aquellas latitudes provisiones y
materiales, mientras un grupo de hombres, miembros del Observatorio y tripulantes del
buque, encaraba el trabajo de fijar frente a la bahía Uruguay una cruz de madera de
lapacho de ocho metros de altura, que había llevado el sacerdote, en cuyo travesaño tenía
grabada esta frase del salmo 71 de la Biblia: “Dominaré hasta el último extremo de la
tierra”; a su pie se colocó una placa de bronce con la leyenda: “República Argentina. A
Jesucristo Salvador del Mundo, Cruz de homenaje, erigida y bendecida por el P. Felipe
Lérida, por delegación de Su Eminencia Cardenal S. L. Copello, ante las comisiones de las
Orcadas, 1945. Febrero 1946. Salva tu alma.”
A partir de las 18.00, se procedió a la bendición del nuevo edificio del Observatorio y
de la cruz, junto a la cual el sacerdote rezó una oración, explicando luego a los presentes el
misterio de la redención y el significado del acontecimiento que estaban protagonizando.
Concluida la sencilla ceremonia, el padre Lérida, acompañado siempre por los miembros
entrantes y salientes del Observatorio y los marinos presentes en tierra, se dirigió al

205
pequeño cementerio de la isla Laurie, para rezar un responso por las almas de los fallecidos
en el lugar.
Finalmente, en la sala de estar y en el comedor del Observatorio, se instaló el altar
portátil, compañero de viaje del P. Lérida por los mares del mundo, y allí con la
colaboración de uno de los miembros de la comisión meteorológica, el religioso ofició la
primera misa en la Antártida, a la cero hora del 20 de febrero de 1946, según quedó
registrado en el informe elevado a la superioridad naval por el comandante de el Chaco. El
prefecto principal Ricardo F. de León describió así el histórico suceso en una nota titulada
“Tres Misas”, publicada en la Revista del Círculo de Oficiales de la Prefectura General
Marítima:
“¡Estrella del Mar! Allá lejos, al amparo de las montañas cubiertas de nieves
eternas, en medio del imponente paisaje helado, en instantes que el silencio era
roto solo por la voz del sacerdote, y la nota de color la ponía el sagrado pabellón
de la patria, emplazado a la derecha del altar, esos hombres fuertes que luchan
frente a frente con el mar y las tempestades crueles de esas latitudes, se
inclinaron una vez más ante Vos, en una demostración de honda religiosidad, y
ferviente devoción, porque sabes que desde el empíreo presides y proteges las
faenas rudas y peligrosas del mar.”
Desde Orcadas, el religioso envió telegramas a Roma y al otro confín helado del
globo, Alaska, donde otro jesuita, el padre Segundo Llorente, se hallaba misionando. Al
santo padre le decía:
“Santísimo Padre Pío XII. Ciudad Vaticano. Celebrada primera misa, erigida cruz,
establecido culto Virgen María, Continente Antártico, Islas Orcadas, República
Argentina Solícita bendición. Padre Lérida. Jesuita, Buenos Aires.”

206
Así terminó la inusual e histórica jornada en la isla Laurie del 19 al 20 de febrero de
1946, festejada por último con un brindis de champán.

El perro polar

Sobre este tema nos ilustra el capitán Emilio Díaz en “Relatos antárticos” (Losada,
1958, pp. 41/42):
“El perro polar es un animal inteligente y emotivo. Presenta,
como los seres humanos, virtudes y defectos. Nuestros destacamentos del
Ejército y del Instituto Antártico Argentino tienen amplia experiencia al respecto
y han hecho observaciones muy interesantes. Existe el perro haragán, que unido
al trineo simula tirar mientras que en realidad deja a los demás el esfuerzo de
arrastrar el vehículo. Sus compañeros pronto lo identifican y es blanco de las
antipatías y de algún mordisco. Vigila al hombre que conduce el trineo y, cuando
es sorprendido en falta, comienza a hacer fuerza, para abandonar luego su
trabajo cuando se cree no observado.
“Hay perros que son taimados; los hay alegres, valientes, cobardes, camorristas,
inteligentes y torpes. Entre ellos se conocen y establecen una jerarquía
perfectamente visible; ninguno discute al perro jefe de trailla su derecho a
conducir ni a comer antes que los demás.
“El peso y tamaño de los animales depende del sexo y de la raza. Una hembra
pesa unos 22 kilos, un macho de Alaska puede alcanzar los 42. Son resistentes al
frío y duermen en la nieve con temperaturas de hasta 55º bajo cero. Las
distancias recorridas por un trineo en una jornada son en función del terreno y

207
no son raras las marchas de cuarenta kilómetros diarios, en las cuales cada
perro arrastra 55 kilos de carga total.”

El monumento al perro antártico; un sentido y justo homenaje

En la bahía Esperanza, cerca del histórico resto –la choza de los suecos– nos
sorprendió un monumento al perro antártico, el gran compañero y apoyo del hombre en
sus duras faenas del pasado en el desierto blanco, pasado que ha merecido
justificadamente el calificativo de “época heroica”, cuando la falta de medios y de
tecnología adecuada como la actual, imponían al hombre un serio esfuerzo y habilidad
para sortear peligros.
Un trineo sobre una pila de piedras compone el monumento que ostenta tres placas,
una de las cuales tiene grabado un texto lamentablemente anónimo que dice:
“Cerca de este punto yacen los restos de uno que poseyó belleza, sin vanidad, fuerza,
sin insolencia, valentía, sin ferocidad; todas las virtudes del hombre, sin sus vicios. Este
elogio, que sería una adulación sin significado si fuese escrito sobre cenizas humanas, es
simplemente un justo homenaje a la memoria de un perro.”
La choza de los suecos y ese monumento al perro son silenciosos pero elocuentes
testimonios de la llamada época heroica de la Antártida, y quedan en la bahía Esperanza
para memoria de las generaciones; por eso su restauración y conservación, como la de
Cerro Nevado y la de la isla Paulet, fueron incluidas en las previsiones del programa
Museoantar e iniciadas en 1980 en Cerro Nevado y continuadas en 1992 y 1995 en la bahía
Esperanza y en la isla Paulet, respectivamente.

208
Algo más sobre perros

Este suceso ocurrió durante una patrulla realizada por los hombres de la base San
Martín en la bahía Margarita, que había ido allí para reconocer el canal Presidente
Sarmiento, que separa la isla Alejandro I del continente; con trineos tirados por perros,
Gustavo Giró, Oscar Ramón Alfonso, Jorge Rodríguez y Carlos Carrión, desafiando la brava
naturaleza con sus temporales de viento y nieve, ascendieron a la isla Alejandro I,
realizaron las tareas geodésicas previstas y emprendieron el regreso.
Poco habían avanzado hacia el Norte, todavía sobre el glaciar y ya próximos al mar,
cuando cedió un puente de nieve sobre una ancha grieta y el trineo guía comenzó a caer
en el abismo. Se cortaron los arneses y Pimpollo, el perro guía, se perdió en el fondo de la
grieta. Una hábil maniobra de Ramón, que clavó la pala de freno y azuzó lateralmente al
resto de la jauría, impidió que ésta siguiera la misma suerte. Convenientemente atado,
Ramón se asomó al borde de la grieta; quince metros más abajo, Pimpollo nadaba en el
fondo de la grieta, formada en la parte flotante de la barrera de hielo. Fueron inútiles los
esfuerzos por enlazarlo. Pimpollo nadaba en la frígida piscina y su suerte estaba echada.
Ramón quiso bajar a rescatarlo, pero con buen criterio, Gustavo le negó la autorización. El
riesgo implícito era perder, además del perro, al hombre. Y allí quedó Pimpollo, mientras
los trineos de la expedición continuaron su camino de regreso.
Dos días después acamparon a unos cien kilómetros del lugar del accidente. El día
diáfano regalaba esa increíble y casi ilimitada visibilidad de las tierras blancas. Se
aprestaban a levantar el campamento para continuar, cuando la vista aguda de Ramón
anunció un hecho singular: algo se movía allá en el Sur, quizás un pingüino emperador, ya
que en la época de estos sucesos y con el mar congelado, difícilmente aparezcan focas u

209
otras especies. Todos dirigieron sus miradas hacia el objeto misterioso, que a más, se
acercaba a bastante velocidad.
Ante los ojos sorprendidos de los expedicionarios, la silueta de un perro polar se fue
dibujando, lenta pero claramente. Flaco al extremo, del esfuerzo realizado y las penurias
pasadas daban cuenta las marcadas costillas y los verrugones de sangre que denunciaban
heridas casi curadas. Era Pimpollo. Cómo pudo salir de la extrema situación, aun hoy es un
misterio. Lo cierto es que el bravo perro polar, por sus propios medios, había zafado de
una muerte segura, y se integraba nuevamente al grupo expedicionario. Pronto sus heridas
fueron curadas y el noble animal sirvió por varios años en las expediciones en la que, por
aquel tiempo, era la base antártica más austral del mundo.
Y continuamos con el tema canino. En algún momento y en alguna base, ocurrió este
vituperable episodio. Un integrante del grupo de invernada sentía especial animadversión
por los perros polares. En la perrada existían tres viejos ejemplares, díscolos y poco afectos
a integrar el tiro de los trineos. Sin lugar a dudas, no contaban con la simpatía de los
hombres de la base.
Un atardecer, ya de noche cerrada, uno de los tres biólogos de la dotación se arrimó
a la zona de asiento de la perrada; próximo al lugar, había un galpón destinado a depósito
y usos varios. Un fuerte viento arrachado, de esos vientos catabáticos que desde el
continente bajan hacia el mar, le obligó a buscar refugio en el galpón. Falto de luz, buscó
entre sus ropas un encendedor y lo encendió. Ante sus ojos azorados la tenue lumbre le
mostró un espectáculo macabro, colgados con alambres del tirante principal de la
construcción, los tres perros pendían atados del cogote, en una suerte de lazos fijos.
Repuesto del asombro y el dolor que le causó tanta crueldad, el biólogo se montó en uno
de los cajones y descolgó los cuerpos inertes de los perros.

210
Luego, con un esfuerzo significativo, entre el viento y la nieve blanda, los arrastró
hasta afuera del galpón, y de allí, cuesta abajo hacia la playa, con la esperanza de que la
grieta entre el mar congelado y la costa rocosa, se los llevara al fondo del mar, para una
más digna sepultura. La noche larga siguió con nieves y vientos. El biólogo regresó a su
campamento y esperó hasta la luz del mediodía para volver a la playa antes de la hora de
la comida de los perros porque quería asegurarse de que su propósito se hubiera
cumplido. Sorprendido, advirtió que el hielo no se había movido, pero los cuerpos de los
perros no se encontraban en el sitio en que los depositara. No encontró explicación al
misterio. Sorprendido y alelado regresó al campamento y relató a sus compañeros lo
acontecido, “Que son cuentos”, “que lo soñaste”, “que estás tocado por la noche polar”.
Que sí y que no, así se extendió en la rutina del atardecer el hecho distinto que
rompía la monotonía de la invernada. Recontaron la perrada: no faltaba ninguno. Los tres
más viejos, atados a sus estacas, junto al collar de cuero, lucían sendos collares
sanguinolentos, en una maraña de pelo y sangre que denunciaba la verdad del episodio.

Un día en Orcadas:

El 23 de enero de 1978 a las 10.00 arribamos con el Bahía Aguirre a la base Orcadas,
en la isla Laurie, de las Orcadas del Sur. En la base, encontramos una dotación con el
espíritu realmente admirable, a pesar del lógico malestar por la imprevista prolongación de
la estada que debía haber finalizado en diciembre. Según manifestaron todos los hombres,
habían pasado allí catorce meses inmejorables, en completa armonía y cimentando una
amistad para el futuro; reconocían como factor fundamental de esa concordia, la calidez

211
humana del jefe, teniente de fragata Jorge Luis Laboro, por quien sentían respeto,
admiración y hasta afecto.
El Sr. Reynaldo Soto, del Servicio Meteorológico Nacional y de larga trayectoria
antártica, pues frecuentaba la Antártida desde hacía treinta años, nos explicó con la
claridad y la capacidad de síntesis de quien domina el tema, los pormenores de las tareas
meteorológicas y magnéticas en la base. También nos relató el accidente que le había
costado la vida a su hermano Walter allí mismo en 1959, cuando contaba veintitrés años
de edad. Además se mostró agradecido por el noble gesto de la Armada al bautizar con su
nombre a un refugio naval, en un acto que se realizó el mismo día del cumpleaños de
Reynaldo y que él presenció porque había sido invitado a participar en la ceremonia. En su
compañía y con sus interesantes comentarios, recorrimos las instalaciones de la isla
filmando y fotografiando lugares de interés histórico.

¡Aquellos héroes!

Al día siguiente tuvo lugar una piadosa ceremonia. Concluida la misa, que se celebró
en la sala de estar de la base, nos trasladamos al cementerio ubicado frente a la bahía
Uruguay; había allí siete tumbas en el siguiente orden de izquierda a derecha: Walter Soto
(1959), H. Wistron (1913) John Elieson (1910); H. Bahe Wiig (1915), Allan C. Ramsay (1905),
Fortunato Escobar (1928) y Otto Diebel. Tres de esas tumbas son simbólicas, ya que no
contienen restos; el cadáver del desaparecido Bahe Wiig nunca fue hallado y los de Walter
Soto y Fortunato Escobar fueron llevados a sus provincias de origen: Jujuy y Santa Fe,
respectivamente.

212
Frente a cada una de las tumbas y por expreso pedido de Reinaldo Soto, el
sacerdote pronunció un responso en sufragio de las almas de esos hombres, que, con su
trabajo silencioso y con su muerte, quedaron para siempre incorporados en el historial
antártico, en el que ocupa un lugar destacado Fortunato Escobar, radiotelegrafista de
Orcadas en 1926; un día sus compañeros lo hallaron muerto en su camarote, llegando a
conocer después sus dramáticos avisos telegráficos al Hospital Naval de Buenos Aires:
“Estoy enfermo. Tengo mucha fiebre. Siento fuertes dolores de cabeza. Escobar.
Radiotelegrafista.” Y un segundo y último mensaje: “Me encuentro muy mal. Siento fuertes
dolores en los riñones. Orino sangre.”
“Nefritis” diagnosticaron en el Hospital Naval. Asombro y dolor en la dotación del
Observatorio; nadie se había dado cuenta; ¡Tanto había sido el silencio y el disimulo de
Escobar para evitar la depresión que afectaría al grupo! Para invernar en Antártida, se
requiere ese temple, aunque hoy esas situaciones no son tan dramáticas, ya que un
enfermo puede ser evacuado por vía aérea en cualquier momento, dependiendo de las
limitaciones climáticas posibles. De todos modos, allá hay que disimular los problemas
físicos o morales, en lo posible.
Otro suceso que prueba la dureza y los riesgos en la Antártida en aquella época, es
el de Augusto Tapia, que invernó en el observatorio en 1920; tomando la temperatura del
mar, resbaló en el hielo y se aferró a las salientes rocosas de la barranca costera.
Permaneció así durante una hora hasta ser rescatado por sus compañeros con cuerdas,
escalera y un hombre metido en el agua. Varios grados bajo cero era la temperatura en ese
mes de julio. Sus manos blancas y frías, aferradas a la roca helada, pronto mostraron
síntomas de gangrena. Convencido de que era necesaria la amputación, Tapia pidió a su
jefe Koppelmann que procediera. Cuatro dedos de cada mano fueron amputados con un
bisturí —que por suerte tenían—, cortando tendones y nervios con una tijerita para uñas;

213
cuando el paciente flaqueaba se le daba un trago de coñac. ¡Tremendo sufrimiento! Pero
Tapia salvó su vida, y de regreso al continente se graduó en geología, llegando a ocupar
altos cargos universitarios y públicos. ¡Tiempos heroicos de la Antártida aquellos! ¿Sí o no?

1933: Turistas argentinos en Orcadas

El viaje del Pampa en el año 1933 ofreció una simpática novedad. A su bordo, viajaba
un grupo de turistas cuyo destino era Ushuaia. Estaba integrado por miembros del Club
Universitario de Buenos Aires y el por entonces popularísimo comentarista radial don Juan
José de Soiza Reilly, con su esposa e hija. De modo que cuando el buque arribó a la isla
Laurie, la dotación del observatorio, que había pasado un año en esa soledad, tuvo la grata
sorpresa de la amable y a la vez insólita presencia femenina. Y todos pudieron saborear los
platos preparados en la cocina del observatorio por la esposa de Soiza Reilly, disfrutando
además un verdadero día festivo en el mágico ambiente glacial.
Componían el grupo de turistas a Ushuaia el agregado naval de los Estados Unidos
en Buenos Aires, capitán de fragata Leilan Jordan Jr. y su familia. Invitados por el
comandante del Pampa para el crucero a la isla Laurie, el marino norteamericano rehusó la
invitación por considerar riesgosa la navegación polar en ese buque no preparado para el
mar glacial. Cuál habrá sido su reacción al recibir en Ushuaia un breve telegrama desde
Orcadas, suscripto por el periodista porteño, con el siguiente texto: “Llegamos, los criollos
somos así”. Esta fue la primera expedición turística a la Antártida, de la que se tenga
noticias.

214
Intervenciones quirúrgicas en la Antártida

En la base Melchior, durante la campaña 1948–1949, se realizó la primera operación


de cirugía mayor. Estando, a mediados de diciembre de 1948, los remolcadores
hidrográficos Chiriguano y Sanavirón fondeados en puerto Melchior, y siendo jefe de
sanidad de los mismos el teniente de fragata médico Dr. Roberto M. Amuchástegui, se
presentó para una consulta médica, el marinero segundo panadero del Chiriguano
quejándose de dolores abdominales y síntomas gástricos comunes en la navegación.
Tras la revisación médica, el Dr. Amuchástegui diagnosticó apendicitis aguda.
Realizada una consulta con el médico de Melchior, teniente de fragata Dr. Eladio R.
Martínez y confirmado el diagnóstico, hubo acuerdo en la necesidad de rápida
intervención quirúrgica, que se realizaría en la misma base (ya que contaba con
instrumental, medicamentos y material sanitario suficiente, excepto la mesa de
operaciones, que se improvisaría). Y se procedió, con el visto bueno del capitán
Grundwaldt, comandante del Chiriguano.
En la cámara de oficiales de Melchior se improvisó el quirófano, actuando el
siguiente equipo: cirujano, Dr. Amuchástegui; ayudante de cirugía, el Dr. Martínez; y
enfermero principal, el cabo enfermero Muglialdi, del Chiriguano. Abierto el peritoneo, se
confirmó el diagnóstico: “apéndice inflamado, tumefacto y congestivo”. Tiempo de la
intervención: una hora y media; el paciente debió soportar los últimos quince minutos de
la operación sin anestesia. Evolucionó favorablemente, transcurridos ocho días de la
intervención, el paciente fue dado de alta.
Un mes después de la operación que acabamos de relatar, tuvo lugar otra
intervención en Melchior. Estando anclados en el puerto Melchior el transporte Pampa y el
remolcador hidrográfico Chiriguano, el teniente de fragata Rafael de Diego, médico del

215
Pampa, hizo una consulta médica con el Dr. Amuchástegui, del Chiriguano, y el teniente de
fragata médico Dr. José M. Castellano, del Destacamento Naval Melchior, por un tripulante
civil del Pampa que presentaba un cuadro abdominal agudo.
Examinado el paciente, los tres médicos coincidieron en el diagnóstico: oclusión
intestinal. Era necesario operar, se improvisó nuevamente el quirófano en la base
Melchior, con el siguiente equipo médico: Dr. Amuchástegui, cirujano; Dr. Castellano,
anestesiólogo, y Dr. De Diego, ayudante de cirugía. La operación resultó complicada por el
antecedente alcohólico del paciente que dificultaba llevarlo al estado de anestesia
quirúrgica; no obstante, resultó exitosa y el paciente mejoró; fue embarcado treinta y seis
horas después con destino a Ushuaia, y de allí a Buenos Aires donde fue nuevamente
intervenido por el Dr. Ricardo Finochietto, comprobándose que la causa de la oclusión
había sido una hernia diafragmática estrangulada (consecuencia de una herida de arma
blanca que tuvo durante una riña ocurrida años atrás, hecho en el que el arma perforó el
diafragma y, como la herida interna quedó sin curar, se introdujo el intestino y cuando
estaba en la Antártida se estranguló. Lamentablemente después de esa segunda
intervención el enfermo falleció.
(Extractado de: “Enrique J. Pierrou, “La Armada Argentina en la Antártida, 1939–
1959”, Buenos Aires, Instituto de Publicaciones Navales, 1981, p. 321).

Periodismo antártico

“La Voz de Decepción”, el decano de la prensa antártica es el título del periódico


aparecido en el Destacamento Naval Decepción, cuyo primer ejemplar fue editado el
sábado 10 de abril de 1954. Surgió por inspiración y con la dirección de un miembro de la

216
dotación de ese año, el Dr. Julio A. Bonelli, y colaboraron en él el observador sismólogo
Humberto J. Di Bella y los operadores radiotelegrafistas Hugo Abraham y Juan Quiroga. De
edición quincenal al principio, pronto pasó a ser semanal; aparecía los sábados, con las
siguientes secciones: Editorial, Artículos sobre la Antártida Argentina y sus derechos,
Artículos sobre vidas notables, Notas deportivas locales y extranjeras, Información
meteorológica, Sociales y Colaboraciones. El editorial del primer número dice:

“Un periódico nace en Decepción

Con el presente número, comienza su vida “La Voz de Decepción”, periódico que
viene a llenar una necesidad y un lugar en esta populosa y progresista metrópoli
de la Antártida Argentina que es Isla Decepción.
Este lejano lugar, prolongación de la patria, tiene ya su periódico. Él tratará de
reflejar en sus hojas la vida y el alma, las ambiciones y los sentimientos de este
puñado de argentinos que constituyen el Destacamento Naval Decepción.
Son los propósitos de la Dirección que nuestras modernas rotativas, únicas en la
Antártida, beneficien no sólo a esta hermosa ciudad sino también a los pueblos
suburbanos de Esperanza, Luna, Brown, Melchior y Orcadas, a quienes se le
remitirán oportunamente ejemplares de este órgano periodístico. Con estos
propósitos comienza a palpitar el corazón de “La Voz de Decepción”.”

Las ediciones de los días normales eran de diez páginas, siendo mayores en fechas
especiales, como ser las de las fechas patrias. Por disposición del Servicio de Hidrografía
Naval, el periódico contó con una corresponsal en Buenos Aires, la Srta. Haydee Canaletti,
alumna del ciclo superior de la Escuela Argentina de Periodismo. Ella brindaba su

217
desinteresada colaboración por medio de comunicaciones radiotelefónicas con notas
sobre actividades culturales, sociales, vidas notables —como la referida al gran poeta
argentino Almafuerte en oportunidad de cumplirse su centenario—. En “La Voz de
Decepción”, también encontramos artículos sobre la Antártida Argentina y sus derechos, el
primero de ellos debido al jefe de la dotación del año 1954, teniente de corbeta José A.
Fort.
Diarios y revistas del país homenajearon a “La Voz de Decepción” con artículos
alusivos, y la novedad periodística antártica hasta trascendió los límites del país pues desde
Estados Unidos y Europa solicitaron envíos de ejemplares.
Pero el hallazgo, en la oficina de Publicaciones de la Dirección del Antártico, de otro
periódico lamentablemente incompleto, editado en el observatorio de la isla Laurie de las
Orcadas del Sur en 1921, le ha hecho perder a “La Voz de Decepción” su carácter de
decano de la prensa antártica. El periódico orcadense “La Antorcha”, o “La Vela”, como fue
rebautizado, es muy diferente al de Decepción, pues su estilo es festivo, con abundantes
ilustraciones que nos muestran el interior de la casa–habitación del observatorio y también
paisajes de la zona, debidas a la hábil pluma de un miembro de la dotación, el meteorólogo
Sigurd Schjaer, quien además de su condición de veterano antártico con varias invernadas
en la isla Laurie entre 1919 y 1922, ha ingresado en nuestra historia antártica por la
defensa que hizo del Observatorio Nacional de las islas Orcadas en momentos en que
pareció peligrar su continuidad, como ya hemos expuesto en la parte principal de esta obra
bajo el título “1921: Luz roja para Orcadas.”

¿Premonición? ¿Autosugestión?

218
Noviembre 1957. El Bahía Aguirre navega rumbo al Destacamento Naval Melchior
(hoy Base Melchior), ubicado en la isla Observatorio del archipiélago de Palmer, en los 64°
20’ Sur y 62° 57’ Oeste. Y entramos en la zona quizá de mayor belleza del Antártico, el
estrecho de Gerlache, nombre que recuerda al expedicionario belga Adrián de Gerlache,
quien, explorando la zona con su buque Bélgica fue encerrado por los hielos y obligado en
consecuencia a hacer una invernada, que resultó ser la primera de una expedición
científica en el Antártico.
El Destacamento Naval Melchior se había instalado allí el 31 de marzo de 1947
durante la gran expedición antártica de ese año, contaba con siete unidades navales y un
avión embarcado; con él se inauguró la era de las campañas antárticas argentinas anuales,
pues si bien desde 1904 todos los años iba un buque a la zona polar, era exclusivamente
para el reaprovisionamiento y relevo de las dotaciones del observatorio de las islas
Orcadas; recién a partir de 1947, además de ese objetivo, comenzaron a cumplirse planes
de investigación científica con profesionales especializados en las diversas disciplinas
encaradas.
Desembarcamos en la punta Gallows de la bahía de Dallmann en la isla Observatorio,
donde está el destacamento naval, que cuenta con una central de pronósticos del tiempo,
estación de radio y meteorología y un mareógrafo. La casa–habitación está ubicada sobre
una pequeña loma, en un lugar bastante deprimente por la mayúscula soledad, o por lo
menos esa era la impresión que causaba. No sé si esa sensación estaba dada por la imagen
de la casa allá arriba, lo que quizá hacía más patente el aislamiento, o bien la fabricó mi
espíritu posteriormente y a raíz del penoso suceso que tendría lugar allí después de
nuestra partida, y que casi se anticipó en la inquietud demostrada por el joven marino Luis

219
O. Ventimiglia, quien invernaría allí durante 1958 como jefe de la dotación. Recuerdo la
escena como si hubiese sucedido ayer.
Mirando la casa desde el desembarcadero, Ventimiglia, como pensando en voz alta
dijo: “¡Y aquí un año sin médico!”. Lo acompañábamos en ese momento los integrantes del
grupo del Instituto Antártico Argentino que viajábamos en cumplimiento del programa de
la campaña antártica 1957-1958. Habíamos tenido muy buen trato con él durante el viaje,
de modo que, sin darle mayor importancia a su preocupación, continuamos conversando y
escuchando sus proyectos futuros y el recurrente recuerdo de su esposa y su hijo recién
nacido, que ya habíamos escuchado durante el viaje. Y el motivo de su actual misión: un
año en la Antártida para poder comprar su casa. Si bien ese objetivo sería un incentivo
para aguantar la invernada polar con su noche y su encierro permanente, sin embargo, su
evidente sensibilidad y su nostalgia familiar recién dejada Buenos Aires creaba un
interrogante. Con la manifestación de nuestros deseos de buena invernada para los que
quedaban, nos despedimos para reembarcar...
Tres meses después, finalizada nuestra misión, regresábamos en el Bahía Aguirre y,
al pasar por Melchior, se volvió a actualizar nuestra preocupación por el joven Ventimiglia,
que afectado y preocupado por continuos dolores abdominales y problemas digestivos,
subió a bordo para una consulta con el médico del buque. Su diagnóstico fue negativo, lo
que no convenció al paciente, que desembarcó contrariado y más preocupado que antes
de la consulta, debiendo conformarse con el consejo de una dieta, una medicina para la
función digestiva y un médico que se incorporaría a la dotación.
Pero un día de mayo una dolorosa noticia vino a demostrar que la preocupación de
Ventimiglia, y también la nuestra, era justificada. Con diagnóstico de apendicitis aguda, el
Dr. Manuel Sánchez Sánchea decidió intervenir quirúrgicamente. Se armó la sala de
operaciones en la cámara de oficiales del destacamento, colaborando el personal de la

220
dotación en las funciones de instrumentista, anestesista y controlador de pulso.
Totalmente ajeno por supuesto a esas tareas, los hombres fueron previamente instruidos
por el médico con ayuda de láminas de libros, y a las 17.00 comenzó la operación hasta
que un paro cardíaco del paciente obligó a suspender para iniciar respiración artificial. No
obstante, a las 20.00 Ventimiglia falleció. Era el 18 de mayo de 1958. Recordando la
preocupación de Ventimiglia cuando llegamos a Melchior, por tener que pasar un año allí
sin médico –después se le asignó– nos queda un interrogante: ¿pudo haber sido un caso de
autosugestión o premonición?

¡Mosquitos en la Antártida!

Leemos en el Boletín del Instituto Antártico Argentino, Vol. I, N° 1.


“Primer mosquito hallado en la región antártica: Constituye sin duda un
hallazgo de sumo interés, el de los dípteros alados coleccionados por el Dr.
Héctor A. Orlando el día 16 de enero de 1956 en caleta Potter, isla Veinticinco de
Mayo, grupo de las Shetland del Sur, en las proximidades del refugio Teniente
Jubany, instalado por la Marina de Guerra.
“Los ejemplares, siete en total, corresponden a la especie Podonomus
steinini, y pertenecen a la familia Tendipendidae y a la subfamilia Podonominae,
nueva para la Antártida.
“Fueron capturados sobre algunos charcos de agua dulce, ubicados a
unos cien metros de altura sobre el nivel del mar y a unos dos km de las
instalaciones del ya citado refugio Jubany, donde se observaron volando a poca
altura sobre la superficie del agua.

221
“El material fue enviado para su estudio al Dr. Belindo A. Torres,
quien en su trabajo “Primer Hallazgo de Tendipédidos Alados en la Región
Antártica” (Contribución del Instituto Antártico Argentino N° 6) lo clasifica y
describe detalladamente sus características”.

222
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229
CRONOLOGÍA ANTÁRTICA IBERO-ARGENTINA

Sin fecha Una leyenda fueguina de origen haush cuenta que los primeros pobladores de las
islas llegaron a ellas migrando a través del “país de los hielos”.
500/400 AC Según Heródoto, Necao, rey egipcio, envió buques tripulados por fenicios a las
costas de Libia, África; salieron los navegantes desde el Mar Rojo hacia el sur,
reaparecieron años después en Egipto, pero no por el Mar Rojo sino por el
Mediterráneo, trasponiendo las columnas de Hércules (Estrecho de Gibraltar).
Fueron ellos los primeros en navegar el hemisferio meridional, y en avistar el Cabo
de Buena Esperanza (dos mil años antes que Vasco da Gama). Ésta fue la primera
aproximación del hombre a las tierras australes.
300 AC El filósofo griego Crates concibió la idea de un continente austral que denominó
Antípodas. Fue la primera concepción hipotética de la Antártica y su primera
representación cartográfica.
1494 El tratado de Tordesillas da jurisdicción a España sobre las tierras australes
situadas a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde hasta el Polo Sur, en el
hemisferio austral.
1502 El piloto italiano Américo Vespucio arriba a los 52º de latitud Sur en el cuadrante
americano, denunciando la existencia de tierras. Es probable, por la descripción del
hecho, que el navegante haya confundido con tierras un gigantesco témpano
antártico, fenómeno desconocido en la época.
1515/1525 El famoso constructor de globos terráqueos del siglo XVI Juan Schöner, de
Nuremberg, constructor de globos terráqueos en el siglo XVI, representó en dos de
sus globos de 1520 y 1525 un estrecho en Sudamérica; fue una concepción
hipotética anterior al viaje de Hernando de Magallanes. Otra novedad de esos
globos es la representación al sur del estrecho de una gran “Terra Australis”.
1520 Hernando de Magallanes descubre el estrecho bautizado luego con su nombre,
que separa la Tierra del Fuego de la América continental. Esteban Gómez o Duarte
de Barbosa, con motivo de la deserción del primero, avistan un grupo insular
frente al extremo meridional americano que se encuentra representado en la carta
de Diego de Rivero de 1527.
1526 Francisco de Hoces, marino gallego de la expedición de Frey García Jofré de
Loayza, que intentaba reeditar la navegación magallánica, es arrastrado por un
temporal con su carabela San Lesmes, hasta los 55º de latitud, denunciando la
existencia de aguas libres al sur de la Tierra del Fuego (el hoy llamado pasaje
Drake).

230
1534 Carlos V crea la provincia del Estrecho, que comprende el estrecho de Magallanes
y los territorios (tierras e islas) a partir de él, hacia el polo Sur.
1539 Carlos V capitula el 14 de enero de 1539 con Pedro Sancho de Hoz, que había
intervenido en la conquista del Perú, para navegar por la Mar del Sur (Océano
Pacífico) y descubrir “hasta el dicho Estrecho de Magallanes y la tierra que está de
la otra parte del”. El 8 de febrero siguiente, Sancho de Hoz recibe el título de
gobernador interino, hasta tanto descubriera los parajes que no estuvieran dados
en gobernación a otras personas, en las regiones australes. Si bien este intento no
pudo concretarse, demuestra el animus possidendi de España sobre los territorios
australes.
1580 En enero de 1580 el capitán Juan de Villalobos, de la expedición de Pedro
Sarmiento de Gamboa, alcanza los 56º de latitud Sur, comprobando que al sur de
la Tierra del Fuego se unían el Atlántico y el Pacífico.
1603 El almirante Gabriel de Castilla, a las órdenes del virrey del Perú, que le
encomendara la persecución y detención de los holandeses que merodeaban por
las costas de Chile, recorrió el litoral chileno y traspasó el estrecho de Magallanes,
alcanzando en el mes de marzo los 64º de latitud Sur.
1606 Pedro Fernández de Quirós descubre la “Nueva Australia del Espíritu Santo” y
toma posesión de ella y todas las tierras hasta el polo Sur en nombre de la corona
española.
1618 Los hermanos Bartolomé y Gonzalo García de Nodal descubren las islas de Diego
Ramírez, el grupo insular más austral de América. Sus buques fueron el Nuestra
Señora de Atocha y el Nuestra Señora del Buen Suceso.
1756 El capitán Gregorio Jerez, al mando del navío español León, en su derrota de Lima a
Cádiz descubre —el día 29 de junio— las islas que bautiza San Pedro (Georgias del
Sur). Gregorio Jerez es el primer marino que avista tierras subantárticas en el
cuadrante americano.
1762 Entre el 27 de febrero y el 24 de marzo, la fragata española Liebre —procedente
del puerto de El Ferrol y con destino al de El Callao (Perú)— navega aguas
antárticas al sur del Cabo de Hornos. El mismo año 1762 otro buque español, el
Aurora, avista un grupo insular entre las islas Malvinas y las de San Pedro (Georgias
del Sur).
1769 Otro navío español, el San Miguel, avista las islas Aurora.
1774 El navío de guerra español San Pedro de Alcántara alcanza los 62º de latitud Sur y
el Aurora vuelve a avistar las islas de su nombre.
1790 El navío de bandera española Dolores avista las islas Aurora, avistadas también por
el Princesa que, al mando de Manuel de Oyarbide, navegaba de Filipinas a Cádiz.

231
1794 El capitán José de Bustamante, de la expedición científica de Alejandro Malaspina,
sale de Malvinas al mando del Atrevida, a la búsqueda de las Auroras, las que
localiza el 20 de enero, realizando luego el relevamiento hidrográfico del área. Las
islas Aurora fueron luego rebautizadas Shag Rocks y Black Rocks.
1806/1820 El Dr. Ernesto J. Fitte dice que el primer topónimo castellano usado en las islas
antárticas fue monte Pesca, para designar la hoy llamada isla Smith; tal aserto
surge del informe del capitán Sheffield, que llegó a aquellas tierras tras un buque
de Buenos Aires.
1815 El almirante Guillermo Brown, marino irlandés al servicio de la emancipación del
Río de la Plata, armado en corso y en viaje al Pacífico fue arrastrado por un
temporal hasta los 65º de latitud Sur, en el hoy llamado Mar de Bellingshausen,
afirma en su diario de viaje haberse hallado próximo a tierra.
1817/1820 El San Juan Nepomuceno, buque del puerto de Buenos Aires mandado por Carlos
Temblón, un sueco radicado en el Río de la Plata, realiza varias expediciones para
cazar focas. En febrero de 1820, regresa a puerto con un cargamento de 14.500
cueros de focas, lo que evidencia las altas latitudes navegadas, atento a que la
especie estaba virtualmente extinguida en los archipiélagos australes americanos.
1818 El 18 de febrero el comerciante porteño Juan Pedro Aguirre solicita al Consulado
autorización para establecer una factoría foquera en “alguna de las islas a la altura
del Polo Sur de este continente”, obligándose a formar una sociedad argentino-
estadounidense. El Consulado autorizó la concesión en agosto de ese año; fue el
primer acto de soberanía sobre esas tierras antárticas. Juan Pedro Aguirre fue uno
de los más activos consignatarios de cueros de focas que hubo por aquel tiempo
en el puerto de Buenos Aires.
En ese mismo año, el capitán Ebenezer Hollix, al mando del Pescador de Buenos
Aires, buque de propiedad de Juan Pedro Aguirre, sale el 4 de marzo hacia el Sur, y
luego navega al Asia, principal mercado de la foca de doble pelo.
El 6 de octubre zarpa del puerto de Buenos Aires el Concepción, con destino a
“Patagónicas”, una de las denominaciones genéricas de las islas secretas donde los
roqueros rioplatenses hacían gran cosecha de cueros de foca de doble pelo.
El capitán Luís Viana al mando del Carmen arriba a Carmen de Patagones el 23 de
diciembre con carga de sal y cueros de foca, navegando después a Buenos Aires; su
consignatario es José María Roxas, otro de los fuertes comerciantes foqueros de la
plaza.
1819 El buque porteño Espíritu Santo navega en febrero de Malvinas a Decepción
(Shetland del Sur) a la caza de focas. Siguiéndolo, arriba a esas islas el buque
norteamericano Hersilia del capitán Sheffield. Este hecho y el avistaje
contemporáneo de William Smith, hacen públicas las hasta entonces secretas

232
reservas foqueras de los rioplatenses.
El 3 de marzo, procedente de “Patagónicas”, cargado con cueros de focas, arriba a
Buenos Aires consignado a Juan Pedro Aguirre el buque Pescadora; su capitán era
Ebenezer Hollix, y el mismo día es redespachado al mismo destino y a la caza de
lobos el Neptuno, al mando del capitán Pedro Nelson. El 7 de abril, con igual carga
y procedente de “Patagónicas” y Valparaíso arriba la fragata Pescadora al mando
del capitán Guillermo Estanal, y en consigna a Lynch Zimmerman.
Llegado de “Patagónicas” el 3 de marzo, es redespachado al mismo destino y a la
caza de lobos el Neptuno, al mando del capitán Pedro Nelson; su consignatario es
Juan Pedro Aguirre.
El brigadier Rosendo Porlier naufraga con su buque el San Telmo en las islas
Shetland del Sur, en medio de un duro temporal; de Cádiz se dirigía al Perú para
apoyar a las fuerzas realistas. Los restos del navío español fueron hallados al año
siguiente por foqueros americanos, en la isla Media Luna.
1821 El 22 de octubre el gobierno de Buenos Aires establece derechos por la caza de
anfibios a los extranjeros que operen en las costas del Sur, liberando de derecho a
los “naturales y vecinos de la provincia que ejerzan dicho tráfico”.
1829 El 10 de junio el gobierno de Buenos Aires crea la Comandancia Política y Militar de
Islas Malvinas, cuya jurisdicción incluye las islas próximas al Cabo de Hornos, que
(conforme el conocimiento geográfico de la época) eran las de Tierra del Fuego por
el norte y las próximas al Polo Sur hacia el sur. El gobernador de Malvinas estaba a
cargo de “hacer observar” en sus costas la ejecución de los reglamentos sobre
pesca de anfibios, este mandato permite al gobierno argentino ratificar la amplitd
de la jusriscción a su cargo. Por aquel tiempo la zona de más intensa actividad era
la de las islas del sur del Cabo de Hornos.
1847/1852 Luis Piedra Buena, embarcado en los buques del norteamericano residente en las
Malvinas William Horton Smiley, realiza varias temporadas pesqueras y de caza de
focas en los mares antárticos.
1867 Luis Piedra Buena con sus buques Espora y Julia sale a la caza de focas, alcanzando
la isla Adelaida, al oeste de la península Antártica, a los 67º de latitud Sur.
1879 Estanislao S. Zeballos, junto a otros notables de la época, funda en Buenos Aires el
Instituto Geográfico Argentino, que habría de señalar durante la última parte del
siglo XIX y con diversas manifestaciones, la inquietud nacional por sus tierras
antárticas.
1881 El Instituto Geográfico Argentino patrocina la expedición austral del marino
italiano Giacomo Bove, que preveía una segunda etapa antártica, la que no llegó a
concretarse.
1883 Eugenio Bachmann, profesor de matemáticas de la Universidad de Córdoba

233
(Argentina), propone al Instituto Geográfico Argentino el establecimiento de
estaciones antárticas en el cuadrante americano, las que en conjunto con otras
situadas en distintos lugares del continente austral realizarían observaciones
científicas simultáneas, como una forma de determinar las grandes leyes que rigen
la meteorología y el magnetismo terrestre.
1892 Julio Popper, ingeniero rumano que realizaba exploraciones y explotación de oro
en Tierra del Fuego, eleva un petitorio al Ministro del Interior solicitando
autorización para establecer una factoría en las Shetland del Sur, y manifestando el
interés que otorgaría a la Nación su empresa, atento a que aquellas tierras
nacionales se encontraban virtualmente olvidadas. El prematuro fallecimiento de
Popper, que alistó dos buques de su propiedad, el Explorer y el Gringuito para su
empresa, impidió la materialización del proyecto.
1894 Luis Neumayer, explorador patagónico, solicita autorización al Ministerio del
Interior para realizar la exploración de las tierras antárticas argentinas, por
considerarlo de interés nacional. Debe destacarse el informe favorable que el
ministro de Marina, almirante Solier, dio al proyecto, manifestando que éste
constituiría un acto de soberanía, adelantándonos por ese medio a cualquier toma
de posesión que ulteriormente pudiera ser realizado por autoridades extranjeras.
1896 El Instituto Geográfico Argentino, respondiendo a las inquietudes del VI Congreso
Geográfico Internacional (realizado en Londres el año anterior) y en concordancia
con los intereses antárticos del país, organiza una expedición para realizar el
estudio científico de las tierras polares argentinas y establecer una base de
salvamento para los buques que realizan la ruta del Cabo de Hornos en alguna de
las islas Shetland del Sur. Personal científico y medios económicos estaban
previstos para el logro. Se solicitó a la Marina de Guerra que destacara a la
cañonera Uruguay para transportar a los miembros de la expedición. Por razones
no conocidas, la empresa no se concretó.
1897/1899 Adrián de Gerlache de Gomery, quien con su buque Bélgica fue jefe de la primera
Expedición Científica Polar que invernara en el Antártico, bautiza “Canal del Plata”
al situado entre la isla Brooklin y la península Antártica, al oeste de la misma, como
reconocimiento al apoyo generoso que recibiera de nuestro país para poder
realizar con éxito su expedición.
1900 En acuerdo del 10 de octubre, el Poder Ejecutivo Nacional decide apoyar las
resoluciones del VII Congreso Internacional de Geografía, reunido el año anterior
en Berlín, encomendando al Ministerio de Marina la construcción de un
observatorio meteorológico y magnético en la isla de los Estados, para realizar
observaciones simultáneas con la Expedición Antártica Internacional; éste
observatorio, emplazado en la isla del grupo Año Nuevo y que desde entonces se

234
llama Observatorio, fue inaugurado el 1º de marzo de 1902 y funcionó
permanentemente como apoyo a la navegación austral hasta el 31 de diciembre
de 1917.
1901 El 21 de diciembre parte del puerto de Buenos Aires la expedición sueca del Dr.
Otto Nordenskjöld, a bordo del buque Antarctic comandado por el capitán Carl
Antón Larsen. Formaba parte en la expedición el joven José María Sobral, de la
Armada Argentina, quien junto al grupo que mandaba el jefe de la expedición,
invernó por dos años en la isla Cerro Nevado, al este de la península Antártica.
1902 El capitán Larsen, de la expedición Nordenskjöld, descubre en la costa norte de la
isla de San Pedro (Georgias del Sur) calderos españoles, en los que más de cien
años antes se había fundido grasa de focas y ballenas. Denominó al lugar Bahía de
las Ollas (Grytviken).
1903 El teniente de navío Julián Irízar, al mando de la recientemente transformada
cañonera Uruguay, rescata a la totalidad de los miembros de la expedición de
Nordenskjöld en la isla Cerro Nevado, así como al capitán Larsen y los
sobrevivientes del naufragio del Antarctic, que habían invernado en precarias
condiciones en la isla Paulet, también al este de la península Antártica.
De regreso en Buenos Aires, el capitán Larsen con un grupo de comerciantes
porteños constituye la Compañía Argentina de Pesca S. A., que tuvo su domicilio
legal en Buenos Aires y factoría ballenera en la Bahía de las Ollas, en la isla de San
Pedro (Georgias del Sur).
1903/1904 El doctor Juan Bautista Charcot, explorador francés, bautiza con el nombre “Islas
Argentinas” un grupo de islas que descubre al oeste de la península Antártica.
1904 El Poder Ejecutivo Nacional adquiere las instalaciones dejadas por la expedición
escocesa del Dr. William S. Bruce en la isla Laurie (Orcadas del Sur) e inicia la
primera ocupación permanente del hombre en la Antártida; el decreto lleva fecha
2 de enero de 1904, y la enseña patria permanece izada en aquel observatorio
austral desde el 22 de febrero de ese año hasta la actualidad.
Contemporáneamente, se habilitó la primera estación de correo antártico, a cuyo
cargo estuvo el Sr. Hugo Acuña, quien junto a Luciano H. Valette, otro integrante
del primer grupo de invernada, levantó una carta de la zona oriental de la isla
Laurie.
1904/1905 El teniente de fragata Ismael Galíndez al mando de la corbeta (ex cañonera)
Uruguay, hace el primer relevo de la dotación del observatorio de las Orcadas del
Sur, y realiza un recorrido de búsqueda de la expedición francesa del Dr. Charcot
en la costa occidental de la península Antártica e islas adyacentes.
1905 El 1º de enero el operador Eric Nordenhaag abrió el libro de registro de la segunda
estación meteorológica argentina en tierras próximas a la Antártida, el

235
observatorio de la isla San Pedro (Georgias del Sur), dependiente del Servicio
Meteorológico Nacional. Esta estación funcionó hasta el 1º de enero de 1950,
fecha en que fuerzas británicas lo desmantelaron, y pusieron los elementos
sustraidos a disposición de nuestro gobierno en Montevideo, Uruguay.
1905/1906 El Gobierno Nacional compra al Dr. Charcot su buque polar Français, para afectarlo
al servicio antártico y, sobre fines de 1905, sale del puerto de Buenos Aires con el
personal de relevo para el observatorio de las Orcadas del Sur y los elementos
necesarios para instalar el tercer observatorio austral, al oeste de la Tierra de San
Martín, en la isla Booth o Wandell. El Austral, como se había rebautizado al buque
francés, no pudo realizar la operación por las condiciones del mar helado, por lo
que regresó a Buenos Aires con su cargamento. En diciembre de 1906, cuando
salía para su tercera derrota austral y con igual objetivo, un temporal en el Río de
la Plata le provocó averías y su posterior naufragio en el banco.
1906 Por decreto del Poder Ejecutivo Nacional y con fecha 6 de diciembre, se designan
jefes políticos —comisarios— para las islas Orcadas del Sur y la isla Wandell (o
Booth) y demás tierras y archipiélagos antárticos, a los señores Rankin Angus Y
Guillermo Bee. El señor Angus se hizo cargo de su comisariato, mientras que Bee
no pudo acceder al suyo por el hundimiento del Austral, que transportaba los
elementos para el observatorio.
1906/1907 El teniente de navío Ricardo Hermelo, con la corbeta Uruguay, releva la dotación
de la isla Laurie.
1908 El 15 de enero suelta amarras en el puerto de Buenos Aires la Uruguay al mando
del teniente de navío Jorge Yalour, con destino a Orcadas para el relevo de la
dotación.
El capitán Kurt A. Larsen de la Compañía Argentina de Pesca, realiza un estudio de
factibilidad en las islas Sandwich del Sur, para establecer una factoría ballenera allí.
1909 El 13 de enero, comandada por el teniente de navío Carlos S. Somoza, ¿qué nave?
parte para el relevo en Orcadas; a bordo viaja un grupo de científicos que
realizarían estudios en la isla de San Pedro (Georgias del Sur), en base a las
observaciones que en 1883 realizara una expedición alemana en la bahía Moltke.
Se desarrolló intensa actividad hidrográfica en la isla de San Pedro, instalándose
faros y otras ayudas para la navegación.
1908/1910 El Dr. Juan Bautista Charcot hace su segunda expedición a nuestro sector antártico
y bautiza una serie de accidentes de la región occidental de la península Antártica
con nombres de funcionarios y científicos argentinos.
1910 El teniente de navío César Maringa sale de Buenos Aires con la Uruguay para el
relevo en el observatorio de Orcadas.

236
1911 El teniente de navío Guillermo Llosa al mando de la Uruguay, efectúa el relevo de
la dotación del observatorio de Orcadas.
Sobre el fin del año, el buque Deutschland del explorador alemán Willhelm
Filchner, es arrendado por el gobierno argentino para hacer el relevo del personal
del observatorio orcadense.
1912/1914 Se realizan los relevos de Orcadas con los buques de la Compañía Argentina de
Pesca S. A., con apostadero en la isla San Pedro.
1915 El teniente de navío Ignacio Espíndola, al mando de la Uruguay, hace el relevo en
Orcadas y completa estudios hidrográficos en la zona. Con esos trabajos, el
Servicio Hidrográfico prepara la carta Nº 31 “Fondeaderos de la Gobernación de
Tierra del Fuego”, la más completa realizada hasta esa fecha para servicio de la
navegación.
El transporte Pampa de la Marina de Guerra realiza tareas hidrográficas en la
Antártida, en apoyo de la corbeta Uruguay.
1916 El Servicio Hidrográfico edita y pone en circulación la carta nº 31.
1916/1917 Los buques de la Compañía Argentina de Pesca S. A. realizan en esos años el relevo
de las dotaciones de las Orcadas del Sur.
1918 El teniente de navío Eleazar Videla, al mando de la corbeta Uruguay, realiza el
relevo en el observatorio de las Orcadas del Sur y recala en la isla San Pedro
(Georgias del Sur), para contratar los servicios de un ballenero que en los años
siguientes realice el relevo en el observatorio.
1919 Al mando del teniente de navío Jorge Games, la corbeta Uruguay se dirige a la
Antártida soportando uno de los más fuertes temporales de su larga vida marinera.
Luego de relevar la dotación del observatorio de Orcadas inicia el reconocimiento
del estrecho de Washington, antes nunca navegado, y de las costas de las islas
Laurie y Coronación. Asimismo se denominó Corbeta —por el buque— a una isla
en el estrecho de Washington.
1920 El 12 de febrero la Uruguay zarpa de Buenos Aires al mando del teniente de navío
Daniel Capanegra Davel, con destino a las Orcadas, para el relevo de la dotación.
1921 El teniente de navío Domingo Casamayor, con la Uruguay, releva la dotación de
Orcadas.
1922 Con 48 años de servicio activo en la Marina de Guerra, la corbeta Uruguay,
comandada por el teniente de navío Francisco Lajous, cumple su última derrota
antártica entre el 15 de febrero y el 29 de marzo, relevando al personal del
observatorio de las Orcadas del Sur.
1923 El transporte de la Marina de Guerra Guardia Nacional, lleva hasta la isla de San
Pedro (Georgias del Sur) al personal de relevo en las Orcadas del Sur, el que es

237
reembarcado en el ballenero Rosita de la Compañía Argentina de Pesca S. A. hacia
su destino. El Guardia Nacional, comandado por el capitán Ricardo Vago, realiza
tareas hidrográficas en todo el litoral de la isla de San Pedro y sirve de apoyo al
naturalista Alberto Carcelles, del Museo de Historia Natural de Buenos Aires, quien
inicia estudios sobre la malacofauna antártica en las Georgias del Sur.
1924 El Guardia Nacional, comandado por el teniente de navío Jerónimo Costa Palma,
cumple el relevo en Orcadas.
Los señores Antonio y Aurelio J. Pozzi, taxidermistas del Museo de Historia Natural
de Buenos Aires Bernardino Rivadavia, inician la recolección de esqueletos de
mamíferos y aves en la isla de San Pedro (Georgias del Sur), y a su regreso son
portadores de un esqueleto de ballena donado por la Compañía Argentina de
Pesca S. A., para enriquecer las colecciones del museo.
1925 El teniente de navío Ramón A. Poch con el transporte Primero de Mayo releva la
dotación de Orcadas.
1926 El relevo en Orcadas se hace con el velero motorizado Tijuca de la Compañía
Argentina de Pesca S. A. a las Georgias del Sur, y con el ballenero Harpon a las
Orcadas del Sur.
En mayo-junio, el balizador Alférez Mackinlay, comandado por el teniente de navío
Ramón A. Poch, viaja a las Orcadas del Sur.
El biólogo Alberto Carcelles y el alférez de navío José Schwartz hacen estudios de
flora y fauna marina en las Georgias del Sur, Orcadas del Sur y norte de las
Shetland del Sur.
1927 Con el relevo de la comisión de Orcadas, efectuado también con los buques Tijuca
y Harpon, llega a las Orcadas la primera dotación integrada totalmente por
argentinos nativos, siendo su jefe el Sr. José Manuel Moneta.
El día 30 de mayo, la República Argentina inaugura en el observatorio la primera
estación oficial radiotelegráfica en la Antártida, operada por el suboficial de la
Armada Nacional Emilio Baldoni.
1928 El Tijuca y el Harpon colaboran en el relevo de las dotaciones de Orcadas.
1929 En enero-febrero, el Primero de Mayo, al mando del teniente de navío Francisco J.
Clarizza, hace el relevo en Orcadas.
El biólogo Alberto Carcelles y el sargento Serviliano Romero, también del Museo
Bernardino Rivadavia, recolectan ejemplares de fauna y muestras de rocas en las
islas Georgias del Sur.
1930 El teniente de navío Ángel Rodríguez, al mando del transporte Primero de Mayo,
hace el relevo en Orcadas y realiza un relevamiento hidrográfico del archipiélago.
El naturalista Alberto Carcelles cumple su tercera campaña científica en la isla de
San Pedro (Georgias del Sur), patrocinado por la Compañía Argentina de Pesca S.

238
A. y el Museo Bernardino Rivadavia.
1931 El relevo en Orcadas se cumple nuevamente con los buques de la Compañía de
Pesca Tijuca y Harpon.
1932 El ballenero Rata de la Compañía Argentina de Pesca S. A. efectúa el relevo en
Orcadas.
1933 Con el transporte Pampa, al mando del teniente de navío Ángel Rodríguez, llegan a
Orcadas la dotación de relevo y los primeros turistas argentinos a la Antártida,
entre ellos un popular periodista radial de la época, don Juan José de Soiza Reilly.
1934 Arrendado por el gobierno, el transporte Rata, al mando del capitán Reinaldo
Forti, hace el relevo en Orcadas.
1935 El relevo en Orcadas se cumple con el Pampa, al mando del teniente de navío
Jorge G. Schilling.
1936 El Pampa, comandado por el teniente de navío Julio C. Castro releva Orcadas.
1937 Comandado por el capitán de ultramar Juan A. Clemente, el Pampa releva las
comisiones de Orcadas.
1938 Continúa el Pampa el relevo en Orcadas, este año al mando del capitán de
ultramar Ernesto Roux.
1939 Como el año anterior y con el mismo capitán, el Pampa cumple el relevo en
Orcadas.
1940 Comandado por el capitán de ultramar Juan A., Clemente, el transporte Chaco
efectúa el relevo y reaprovisionamiento de Orcadas y transporta personal de la
Dirección de Geofísica e Hidrografía y del observatorio astronómico de la
Universidad de La Plata, que realizan estudios de su especialidad en la region.
1941 El transporte Pampa, al mando del capitán de ultramar Juan A. Clemente, cumple
el relevo en Orcadas.
Ese año el Servicio de Hidrografía Naval planifica reconocimientos, levantamientos
y balizamientos, para apoyar un plan de estudios e instalación de bases en la
Antártida.
1942 La expedición antártica 1941-1942 es comandada por el capitán de fragata Alberto
J. Oddera con el transporte Primero de Mayo. Esta expedición cumplió tareas de
exploración e hidrografía, visitando la isla Decepción, el archipiélago Melchior y las
islas Argentinas. El 8 de febrero, en la isla Decepción, el capitán Oddera toma
posesión formal, en nombre del gobierno nacional, del Sector Antártico Argentino;
deposita un cilindro con el acta correspondiente e iza el pabellón nacional. Lo
propio se lleva a cabo el 20 y 24 de febrero en las islas Melchior y Argentinas.
Durante esta campaña se instala un faro en el archipiélago Melchior, dos balizas
ciegas (Is. Decepción y Observatorio) y un hidroavión biplaza Stearman,

239
comandado por el teniente de navío Eduardo Lanusse y como copiloto el cabo
principal aeronáutico Eric Blonquist, sobrevuela el 11 de febrero el archipiélago
Melchior, obteniendo fotografías aéreas oblicuas y verticales. El ballenero Dias de
la Compañía Argentina de Pesca S. A., efectúa desde Ushuaia el relevo del personal
en Orcadas.
1943 La campaña 1942-1943 se realiza con el Primero de Mayo, comandado por el
capitán de fragata Silvano Harriague. Se efectuan levantamientos en Melchior y en
la bahía Margarita, y se trae de regreso el instrumental dejado en esa bahía por la
expedición estadounidense de Byrd en la Base del Este.
El transporte Pampa, comandado por el teniente de navío José Amegeiras Barrere,
efectúa el relevo en Orcadas.
1944 El “Pampa”, comandado por el teniente de navío Juan B. Dato Montero, hace el
relevo en Orcadas.
1945 El transporte Chaco, comandado por el teniente de navío Carlos Korimblum, hace
el relevo en Orcadas.
1946 El Chaco, al mando del capitán de corbeta Manuel A. Ruiz Moreno, hace el relevo
en Orcadas. El 20 de febrero el padre jesuita Felipe Lérida celebra en el
observatorio la primera misa católica en la Antártida.
1947 De enero a abril se realiza una gran expedición al mando del capitán de fragata Luis
M. García, con los transportes Patagonia y Chaco, el buque-tanque Ministro
Ezcurra, el rastreador Granville, el ballenero Don Samuel y un avión embarcado
“Walrus” 2-0-24. Participan en la expedición el capitán de corbeta José C. Costa
Franke, de la Armada de Chile, y el capitán Odilón A. Nuñez, del Ejército Argentino.
El 31 de marzo se instala el Destacamento Naval Melchior (hoy Base Melchior) en
los 64º 20’ Sur y 62º 08’ Oeste, siendo su primer comandante el teniente de
fragata aviador naval Juan Nadaud.
El 2 de mayo, en cumplimiento de las leyes fiscales nacionales, el inspector de la
Dirección General Impositiva Jorge Renard verifica la instalación de un aparato de
destilación, en la factoría ballenera de Grytviken, Georgias del Sur.
Durante el invierno, viajan a la Antártida los rastreadores Fournier, Robinson, Spiro
y Bouchard, para estudiar el régimen invernal de los hielos y los fenómenos
meteorológicos, en el área del pasaje Drake y de la parte septentrional de la
península Antártica. En noviembre-diciembre, el rastreador Granville viaja a la
Antártida como piquete de avanzada de la campaña 1947-1948.
El 13 de diciembre la Aviación Naval realiza su primera hazaña polar; un avión
Douglas C-54, al mando del contralmirante aviador naval Gregorio Portillo,
piloteado por el capitán Gregorio Lloret, cruza el Círculo Polar Antártico en un
vuelo sin etapas de quince horas y media de duración, partiendo de Comandante

240
Piedra Buena (Santa Cruz) y regresando al mismo punto.
1947-1948 La Campaña Antártica 1947-1948 es intensa, estuvo comandada en etapas
sucesivas por los capitanes de fragata Ricardo Hermelo y Luis M. García, con el
patrullero King, el transporte Pampa, el buque-tanque Ministro Ezcurra, el
rastreador Seaver y los remolcadores Charrúa, Chiriguano y Sanavirón.
El 25 de enero se instala el Destacamento Naval Decepción (hoy Base Decepción)
en la bahía Primero de Mayo de la isla Decepción, a los 65º 59’ Sur y 60º 43’ Oeste,
siendo su primer comandante el teniente de navío aviador naval Roberto Cabrera.
En el mes de febrero, la flota de mar, al mando del almirante Juan M. Carranza,
con los cruceros Almirante Brown y Veinticinco de Mayo, y los destructores Santa
Cruz, Misiones, Entre Ríos, San Luis, Mendoza y Cervantes, realiza maniobras
navales en la zona. Por decreto 6752/48, es designado Mar de la Flota, el que
hasta ese momento figuraba en nuestras cartas como mar o estrecho de
Bransfield.
De febrero a octubre, viajan a la Antártida los rastreadores Parker, Fournier,
Robinson y Bouchard.
El 4 de marzo se crea en el Ministerio de Relaciones Exteriores la División Antártida
y Malvinas, para los asuntos relativos a la Antártida Argentina, islas Malvinas,
Georgias del Sur y Sandwich del Sur.
1948-1949 Durante el verano 1948-1949 las fragatas Sarandí y Heroína desarrollan un plan
meteorológico–oceanográfico, los remolcadores Sanavirón y Chiriguano efectúan
tareas hidrográficas, y los transportes Pampa y Chaco y el buque-tanque Punta
Ninfas dan apoyo logístico. La actividad científica, además de la desarrollada por
los buques, contó con la participación de personal de los museos de Ciencias
Naturales de Buenos Aires (oceanografía y biología marina) y de La Plata (biología).
En diciembre y enero, se realizan en Melchior intervenciones de cirugía mayor a un
marinero del Chiriguano con apendicitis aguda, y a un civil del Pampa con oclusión
intestinal; los operó el teniente de fragata médico Roberto M. Amuchástegui,
quien estuvo secundado en el primer caso por el teniente de fragata médico Eladio
M. Martínez y el cabo enfermero Muglialdi, y en el segundo caso por los tenientes
de fragata médicos Rafael de Diego y José M. Castellanos.
1949-1950 En la Campaña Antártica 1949-1950 intervienen la fragata Sarandí, el transporte
Chaco, el buque-tanque Punta Ninfas y los remolcadores Chiriguano y Sanavirón.
Los trabajos hidrográficos abarcan las bahías Andvord, Dorian, Falsa y Luna, las
islas Wiencke y Livingston, los canales Neumayer y Peltier, el mar de la Flota y la
isla Decepción, en la que se instaló un sismógrafo, así como un mareógrafo
automático en Melchior. La actividad científica abarca también estudios de
geología, sismología y biología, a cargo de profesores de las universidades

241
nacionales de Cuyo, Córdoba, Tucumán y La Plata.
Un grupo andinista, patrocinado por la Sociedad Científica Argentina, intenta el
cruce de la península Antártica desde puerto Neko al mar de Weddell.
La Fuerza Aérea Argentina se hace cargo del Observatorio de la isla Laurie, en las
Orcadas del Sur.
En diciembre viajan a la Antártida las fragatas Santísima Trinidad y Hércules.
1950-1951 Durante la Campaña 1950-1951 se realizan trabajos hidrográficos con el Grupo de
Tareas Antártico, bajo el mando del teniente de fragata Rodolfo N. M. Panzarini,
con el transporte Bahía Buen Suceso, los remolcadores Sanavirón y Chiriguano, el
buque-tanque Punta Loyola y el avión embarcado 3-P-25. Los trabajos
hidrográficos abarcan los puertos Leith, Neko, Orne, Svend Foyn, Yankee y Paraíso,
haciéndose relevamientos aerofotogramétricos en el estrecho de Gerlache. Una
estación ionosférica es instalada en el Destacamento Naval Decepción.
Siete científicos realizan estudios de geología, sedimentación y biología,
geomagnetismo, ionósfera y recolección botánica y zoológica.
El 12 de febrero zarpa del puerto de Buenos Aires con destino a la bahía Margarita,
el B.D.T. de la Compañía Naviera Pérez Companc Santa Micaela, con el capitán
Santiago Farell conduciendo a la Expedición Científica a la Antártida Continental
Argentina del coronel Hernán Pujato, cuyo objetivo es la instalación de una base al
sur del Círculo Polar Antártico.
El 21 de marzo se funda la Base General San Martín (hoy Base San Martín) en el
islote Barry de la bahía Margarita, a los 68º 07´ Sur y 67º 08´ Oeste, siendo su
primer jefe el coronel Hernán Pujato. Allí ameriza un hidroavión de la Marina de
Guerra piloteado por el aviador naval teniente de fragata Halfdan H. Hansen; es el
primer amerizaje al sur del Círculo Polar (29 de marzo de 1952).
El 6 de abril se funda el Destacamento Naval Almirante Brown en el Puerto Paraíso,
al oeste de la tierra de San Martín, a los 64º 53’ S y 62º 51 W. Su primer jefe es el
teniente de fragata Antonio Vañek.
El 17 de abril se crea, por decreto 7.338, el Instituto Antártico Argentino Coronel
Hernán Pujato, bajo la dependencia del Ministerio de Asuntos Técnicos, para
coordinar y realizar la actividad científica y técnica en la Antártida, siendo su
primer director el coronel Pujato. Desde el 1º de enero de 1970, pasa a integrar
parte de la Dirección Nacional del Antártico, en el área del Ministerio de Defensa;
este organismo interviene desde su fundación en todas las campañas antárticas
(de invierno y verano) con planes propios de investigación y en colaboración con
instituciones nacionales e internacionales.
El 19 de diciembre de 1951, un Avro Lincoln de la Fuerza Aérea, al mando del
vicecomodoro Gustavo A. Marambio, sobrevuela la flamante base General San

242
Martín arrojando correspondencia.
1951-1952 La campaña 1951-1952 es comandada por el capitán de fragata Emilio L. Díaz.
Participaron cinco buques: Bahía Buen Suceso, Bahía Aguirre, Chiriguano,
Sanavirón y Punta Ninfas y un grupo aéreo con dos aviones embarcados.
El 14 de enero comienza la construcción del nuevo Destacamento Naval Esperanza,
y el 1º de febrero, por orden del comandante de la campaña se impide, con una
ráfaga de ametralladoras, el desembarco de una comisión inglesa para instalar una
base de esa nacionalidad.
Se reaprovisionan y relevan destacamentos y bases; se instalan dos nuevos
refugios, en la isla de Dundee y en la isla Media Luna, y tres nuevas estaciones
radiotelegráficas: en Brown, Esperanza y Orcadas. Se hacen relevamientos
aerofotográficos al oeste, norte y nordeste de la península Antártica;
balizamientos e hidrografía en la zona de Orcadas, de la isla D’Urville y de bahía
Esperanza; también en los estrechos de Gerlache, Bismarck, Active y Tay.
Dos hidroaviones navales Catalina, al mando del capitán de fragata Pedro
Irolagoitía vuelan de Río Grande a Decepción, estableciendo el primer correo aéreo
antártico. El vuelo cuenta con el apoyo de la fragata Heroína (Plan “Lobo”).
Las fragatas Hércules y Sarandí efectúan un reconocimiento de las islas Sandwich
del Sur (Plan “Foca”).
Se crea la Fuerza Aérea de Tareas Antárticas (F.A.T.A.), al mando del vicecomodoro
Gustavo A. Marambio.
El 31 de marzo se funda el destacamento Naval Esperanza en la bahía homónima a
los 63º 24’ S y 56º W; su primer jefe es el teniente de fragata Luís M. Casanova. Allí
convive, con sus camaradas de la marina, una dotación en su propio edificio.
Con el revelo de la dotación de la base General San Martín, llega el primer
helicóptero enviado por la Argentina a la Antártida; es el Sikorsky, S-51, piloteado
por el aviador civil Hugo Parodi.
En noviembre-diciembre de 1952, una patrulla de la Base San Martín, al mando del
capitán Humberto Bassani Grande, realiza una marcha terrestre al mar de Weddell,
arribando a la bahía Mobiloil el 28 de diciembre. Es el primer cruce de los
Antartandes registrado en la historia antártica.
Por decreto del 23 de diciembre de 1952, el observatorio de Orcadas pasa a
depender del Ministerio de Marina.
La actividad científica del verano 1951-1952, con la participación de diecisiete
investigadores, abarca diversas especialidades: oceanografía, ictiología, biología,
paleontología, geología, gravimetría, zoología, astronomía y magnetismo, entre
otras. La intensa labor en la que colaboraron las universidades nacionales y los
institutos de las fuerzas armadas arroja importantes resultados, entre los que

243
merece destacarse la determinación de la “convergencia antártica”.
1952-1953 La campaña antártica 1952/1953 es comandada por el capitán de navío Rodolfo N.
M Panzarini. Participan seis buques: Bahía Buen Suceso, Bahía Aguirre, Punta
Ninfas, Chiriguano, Sanavirón y Yámana, y dos hidroaviones Grumman Goose, 3-P-
50 y 3-P-51.
Severas condiciones glaciológicas, averías en buques, aviones y helicópteros y
accidentes personales, dificultan esta campaña (la de mayor amplitud de planes
hasta entonces) no obstante lo cual, además de los relevos y reaprovisionamientos
de rutina , se hacen relevamientos aerofotográficos y tareas hidrográficas en
ambas márgenes de la Tierra de San Martín, desde la bahía Esperanza hasta la isla
Cerro Nevado por oriente hasta el archipiélago de Palmer por occidente, y en las
zonas de las islas Orcadas, como así también estudios sobre oceanografía,
meteorología y balizamientos.
El avión Cruz del Sur de la Fuerza Aérea Argentina vuela desde Río Gallegos hasta la
bahía Margarita cerrada por los hielos, para arrojar medicamentos y
correspondencia a la base General San Martín.
El 16 de febrero de 1953, personal de la fragata inglesa Snipe desembarca en la
caleta Balleneros de la isla Decepción y destruye un refugio chileno y el nuestro —
Teniente Lasala—, recién instalado, capturando a los dos cabos allí presentes.
El 1º de abril, el gobernador de Tierra del Fuego inaugura el Destacamento Naval
Luna, bautizado luego “Teniente Cámara”, en la isla Media Luna.
La campaña científica 1952-1953 es desarrollada por veintiséis investigadores del
Instituto Antártico Argentino y de universidades nacionales. El objetivo prioritario
del plan científico es la prospección de horizontes minerales de caracteres
estratégicos y factibles de ser extraídos. Mineralogía, petrografía y topografía se
realizan en las islas Shetland del Sur, en el estrecho de Gerlache y en la bahía
Esperanza, y vulcanología en la isla Decepción. También se realizan observaciones
y recolección de especímenes de la fauna antártica y subantártica, botánica y
zoología, microbiología, paleontología, ecología vegetal y humana, edafología,
glaciología, criopedologia, meteorología, gravimetría, sismología, magnetismo,
electricidad atmosférica y radiaciones cósmicas.
1953-1954 Al mando del capitán de navío Alicio E. Ogara, la campaña 1953-1954, se efectúa
con los buques Bahía Buen Suceso, Bahía Aguirre, Punta Loyola, Chiriguano y
Sanavirón, dos aviones Grumman-Goose, y dos Catalina. En febrero de 1954, por
primera vez es necesario el empleo de dos helicópteros Sikorsky S-55,
especialmente adquiridos para relevar a la dotación de la base San Martín,
trasladándola desde la isla Barry al transporte Bahía Aguirre —distante 250
kilómetros— por encontrarse la bahía Margarita totalmente congelada.

244
Se relevan y reaprovisionan bases; se instalan un radiofaro y cinco nuevos refugios
y se inaugura, el 4 de marzo, la nueva base de Ejército Esperanza; su primer jefe es
el teniente coronel Fortunato Castro. La ceremonia cuenta con la presencia del
ministro de Marina, contralmirante Aníbal O. Olivieri, que a bordo del transporte
Les Eclaireurs, realiza una visita de inspección a las instalaciones argentinas de la
zona.
Se hacen relevamientos aerofotográficos en las zonas nordeste y noroeste de la
Tierra de San Martín; levantamientos con poligonales de mar en la ruta de
Esperanza-Cerro Nevado; y tareas hidrográficas en diversas zonas, entre ellas:
Orcadas, Dundee, Gerlache y Shetland.
En la actividad científica participan veinticuatro investigadores y diez ayudantes,
con la misma misión general fijada por el Instituto Antártico Argentino de
proseguir con las investigaciones científicas iniciadas en las temporadas anteriores,
de manera de obtener un pleno conocimiento de su constitución geológica,
condiciones biológicas, oceanografía, meteorología, condiciones de vida, geofísica
y astrofísica.
1954-1955 La campaña antártica 1954-1955 es comandada por el capitán de navío Alicio E.
Ogara con el rompehielos General San Martín, los transportes Bahía Buen Suceso y
Bahía Aguirre, el buque-tanque Punta Loyola, los hidrográficos Chiriguano y
Sanavirón, el buque de salvamento Yamana, dos aviones y tres helicópteros.
La novedad de esta campaña es la utilización de un rompehielos, recientemente
adquirido por iniciativa del general Hernán Pujato, director del I. A. A. El flamante
rompehielos, al mando del capitán de fragata Luís T. Villalobos, realiza la inédita
penetración del mar de Weddell hasta los 78º 01’ de latitud Sur, conduciendo al
general Pujato y a sus hombres, que ocuparon la nueva Base de Ejercito General
Belgrano, fundada el 18 de enero de 1955 sobre la barrera de hielo Filchner, en la
bahía Comandante Piedra Buena.
Se relevan, reaprovisionan y reparan siete bases y se instalan cuatro nuevos
refugios.
Se hacen relevamientos aerofotográficos en la costa oriental de la península
Antártica hasta la isla de Cerro Nevado, y por la parte occidental, en las islas
Shetland del Sur y zona de Bismarck-Martha. La costa de la Tierra de los Coats y
zonas de la península antártica y archipiélagos de Biscoe, son levantadas con
poligonales de mar.
Veintisiete científicos del Instituto Antártico Argentino, de los museos de Ciencias
Naturales de Buenos Aires y La Plata y de las universidades nacionales, realizan
relevamientos geológicos y estudios petrográficos de rocas en las Shetland del Sur,
Melchior y cabo Spring, bahía Paraíso y bahía Esperanza; glaciología en los mismos

245
lugares y en bahía Margarita; paleontología, desde Esperanza hasta Cerro Nevado;
topografía en diversas zonas de interés geológico; recolección y estudio de
especímenes botánicos y zoológicos, ecología y oceanografía. En la bahía
Esperanza, se hace la primera experiencia de granja hidropónica.
El general Hernán Pujato, en un pequeño avión monomotor, descubre los primeros
accidentes orográficos al sur de los 82º de latitud: la meseta del Ejército Argentino
y los montes Río Negro, los Menucos, Bahía Blanca, Rufino, Santa Fe, Entre Ríos y
Diamante, y la cordillera de Santa Teresita.
Durante la campaña de verano, pierden la vida el teniente de navío Juan Ramón
Cámara y el marinero conscripto Mario Ortiz, accidentado el primero en la caleta
Potter y el segundo en la bahía Paraíso.
1955-1956 Al mando del capitán de navío Emilio L. Díaz, participan en la campaña 1955-1956,
los buques: General San Martín, Bahía Aguirre y Chiriguano y el grupo aeronaval,
con dos aviones y dos helicópteros.
Se relevan, reaprovisionan y reparan nueve bases y quince refugios, y se instala
uno nuevo en la isla de Mikkelsen. Se hacen relevamientos aerofotográficos en
1.900 millas, tareas hidrográficas en diversas zonas, determinación de catorce
puntos astronómicos, estaciones gravimétricas, magnéticas y oceanográficas, y
balizamientos.
En la actividad científica intervienen veintisiete investigadores argentinos y dos
norteamericanos, secundados por veinte ayudantes. Oceanografía, gravimetría,
astronomía, zoología, geomagnetismo, meteorología, ionósfera, glaciología,
geología, limnología, paleontología, microbiología y topografía, son las disciplinas
encaradas. Personal del Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia hace la
recolección de especímenes zoológicos y botánicos.
El capitán de corbeta Raúl G. Kolbe participa en la expedición norteamericana
Deepfreeze.
Durante la campaña de verano se registra la desaparición del cabo primero
cocinero Humberto N. Rojo, quien fuera arrastrado por la corriente, y el
fallecimiento del suboficial segundo de mar Roberto Álvarez Argañaráz.
Por decreto del 26 de enero de 1956, el Instituto Antártico Argentino pasa a
depender del Ministerio de Marina.
Por decreto del 3 de julio de 1956, se crea la Comisión Nacional del Año Geofísico
Internacional (C.N.A.G.I.), para coordinar las actividades científicas de las
instituciones nacionales comprometidas en el programa multinacional.
1956-1957 La campaña 1956-1957 es comandada por el capitán de navío Helvio N. Guozden
con los buques: General San Martín, Bahía Aguirre, Chiriguano y Sanavirón. Dos
aviones y dos helicópteros componen el grupo aeronaval.

246
Se relevan, reaprovisionan y reparan ocho bases y doce refugios, y se instala una
nueva estación ionosférica y un nuevo refugio. Se hacen tareas hidrográficas de
rutina, estaciones oceanográficas, batitermográficas, balizamientos y
determinación de puntos astronómicos.
Doce científicos locales y dos norteamericanos realizan estudios de glaciología,
biología y cartografía en diversos lugares y a bordo del rompehielos General San
Martín.
El capitán de corbeta Daniel Cánova participa en la expedición Deepfreeze II.
El vicepresidente provisional de la Nación, contralmirante Isaac Francisco Rojas,
inspecciona las bases a bordo del Bahía Thetis.
Por decreto del 28 de enero de 1957 se restablece el Territorio Nacional de Tierra
del Fuego, Antártida e islas del Atlántico Sur.
En julio-agosto, el rompehielos General San Martín, al mando del capitán de
fragata Jorge A. Boffi, realiza una campaña invernal, penetrando hasta los 61º 59’ S
y 62º 59’ W.
1957-1958 La campaña 1957-1958 es comandada por el capitán de navío Alberto Patrón
Laplacette con el rompehielos General San Martín, el transporte Bahía Aguirre, el
buque hidrográfico Chiriguano, dos helicópteros, un hidroavión Martín Mariner y
dos aviones Catalina.
Dado el desarrollo de las tareas del Año Geofísico Internacional (AGI), esta
campaña tiene un carácter notoriamente científico; participan en ella el Servicio de
Hidrografía Naval, la Universidad de La Plata, el Instituto Geográfico Militar, el
Museo de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” y el Instituto Antártico
Argentino, que tuvo a su cargo la coordinación de todas las actividades
glaciológicas del programa argentino.
También embarcan científicos estadounidenses y, como observadores, oficiales de
las armadas de los Estados Unidos, Chile y Uruguay.
Nuestro país desarrolla las siguientes disciplinas: meteorología, sismología, auroras
y luz nocturna, ionósfera, oceanografía, glaciología, actividad solar y rayos
cósmicos. Tres bases, San Martín, Belgrano y Esperanza, funcionan como
estaciones glaciológicas principales, mientras que Orcadas, Cámara, Decepción,
Melchior y Brown, como secundarias. A bordo del rompehielos General San
Martín, el Dr. John Sieburth del Instituto Politécnico de Virginia, estudia la
microbiología de la fauna antártica y descubre el efecto antibiótico del
fitoplancton.
El 18 de diciembre de 1957, el hidroavión Martín Mariner 2-8-21, comandado por
el capitán de fragata Justiniano Martínez Achaval, une en un vuelo sin etapas la
Antártida con Buenos Aires y hasta marzo de 1958 cruza varias veces el Drake.´

247
En un accidente en la bahía Margarita pierden la vida, el suboficial primero
aeronáutico Leónidas Carabajal, el cabo segundo electricista Pedro Garay y el
señor Otto Freytag, este último del Instituto Antártico Argentino.
Al margen de la campaña antártica, el buque hidrográfico Sanavirón y el buque
norteamericano Vema realizan una campaña geofísica patrocinada por el Servicio
de Hidrografía Naval y la Universidad de Columbia.
El transporte Les Eclaireurs al mando del capitán de fragata Eduardo Llosa y
apoyado por el Grupo Naval Antártico, realiza los dos primeros cruceros turísticos
a la Antártida.
El teniente de navío Pedro Margalot participa en la expedición norteamericana
Deepfreeze III.
La Fuerza Aérea establece el Servicio Aéreo a la Antártida.
El 22 de enero de 1958 el mayor del Ejército Pedro P. Arcondo se lanza en
paracaídas, en proximidades de la base Belgrano; en 1962 perderá la vida en un
similar intento sobre el mar.
Por decreto del 17 de septiembre de 1958 se designa al Instituto Antártico
Argentino para administrar y operar la Estación Científica Ellsworth, de los Estados
Unidos.
1958-1959 La campaña antártica 1958-1959, bajo el comando del capitán de navío Adolfo A.
Schultze, se lleva a cabo con el rompehielos General San Martín, el transporte
Bahía Aguirre y los buques hidrográficos Chiriguano y Sanavirón, y el buque
oceanográfico Capitán Cánepa.
Tras tareas logísticas de rutina se realizan trabajos de oceanografía, meteorología,
hidrografía y cartografía y se da pleno apoyo a los grupos del Instituto Antártico
Argentino especializados en biología, fisiología humana, geología y oceanografía,
que operan en tierra y a bordo de los buques.
El 17 de enero se hace el relevo de la dotación norteamericana de la Estación
Científica Ellsworth, porla argentina, presidida por el capitán de corbeta Jorge
Suárez.
Invitados por la Armada, a bordo del Chiriguano, los científicos norteamericanos
Sieburth y Burkholder investigan sobre microbiología, confirmándose —entre otras
cosas— el descubrimiento realizado por el Dr. Sieburth en la campaña anterior, de
un nuevo antibiótico.
Durante la presente campaña la Armada realiza un Relevamiento
Aerofotogramétrico de la zona Antártica (Operación R. A. Z. A.).
El gobernador de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, a bordo del
Bahía Aguirre, pone en funciones por primera vez a un delegado antártico del
Gobierno Territorial, que en esa oportunidad es el capitán de corbeta Rodolfo C.

248
Castorina, jefe del Destacamento Naval Decepción.
En marzo-abril de 1959 se realiza la campaña oceanográfica Vema-Sanavirón II, y
en julio-septiembre la campaña Drake II, con el buque oceanográfico Capitán
Cánepa.
El paquete Yapeyú realiza el segundo crucero de turismo antártico.
En junio de 1959 aviones de la Fuerza Aérea y de la Aviación Naval y un DC-5 de
Aerolíneas Argentinas, vuelan hasta la isla Robertson para localizar y dar apoyo a
una patrulla del Ejército incomunicada (Operativo Esperanza).
1959-1960 La campaña antártica 1959-1960 es comandada por el capitán de navío Jorge A.
Boffi con los buques, General San Martín, Bahía Aguirre y Chiriguano y dos
helicópteros.
Se realizan tareas logísticas de rutina, de apoyo a bases y refugios. Por las
condiciones del hielo no se pueden relevar las dotaciones de Belgrano y Ellsworth;
es evacuada la base San Martín; Brown y Cámara son desocupadas y adaptadas
para su uso como refugios. En la actividad científica de los buques se destaca la
determinación de la ubicación de la convergencia antártica y la determinación del
valor de la corriente circumpolar antártica, además de observaciones de
oceanografía, biología, física y química y de sondajes en los diversos cruces del
Drake.
Las tareas científicas del Instituto Antártico Argentino sobre el terreno tienen por
finalidad obtener datos observacionales e información operacional para la
ejecución de planes de investigación sobre radiación cósmica, ornitología,
paleomagenitismo, geoquímica, glaciología y meteorología. El Instituto destaca dos
grupos; uno a bordo del rompehielos, para observaciones de rayos cósmicos, y
otro acampado en la península Ardley, isla Veinticinco de Mayo (King George),
para glaciología, geología, meteorología y fotografía. El primer grupo (en tarea
conjunta entre Instituto Antártico y la Facultad de Ciencias Exactas de Buenos
Aires) registra la intensidad de la radiación cósmica desde el Río de la Plata hasta la
Antártida. El segundo grupo hace relevamientos geológicos y análisis químico del
agua, colecciona fósiles y ejemplares biológicos, determina el contenido de
anhídrido carbónico en el aire, obtiene ejemplares de rocas para análisis
paleontológico, y toma datos meteorológicos.
1960-1961 La campaña antártica 1960-1961 se realiza bajo el mando del capitán de navío Luis
M. Iriarte con el rompehielos General San Martín, el transporte Bahía Aguirre, el
hidrográfico Chiriguano, el buque-tanque Punta Ninfas y el grupo aeronaval, con
dos aviones y dos helicópteros.
Se relevan y reaprovisionan todas las bases y se habilitan cinco refugios,
instalándose uno nuevo del Ejército en bahía Halley.

249
Se hacen tareas oceanográficas, hidrográficas, balizamientos y registros
meteorológicos.
Se desarrollan los planes de estudios e investigaciones del Instituto Antártico,
conocidos como: Microbio, Paleomag y Química, trabajándose en las siguientes
disciplinas: geología, glaciología, microbiología, fauna, taxidermia y museo. El
Instituto y la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires,
conjuntamente, continúan los estudios de radiación cósmica de la campaña
anterior, contando a bordo del rompehielos con un monitor de neutrones para
medir la componente protónica de la radiación cósmica, medición que se realiza
así por primera vez.
En el curso de la campaña 1960-1961, el presidente de la República, Dr. Arturo
Frondizi visita el Destacamento Naval Decepción el 8 de mayo, acompañado por el
provicario castrense, monseñor Victorio Bonamin, y otras personalidades.
Por decreto del 5 de mayo de 1961, la República Argentina ratifica el Tratado
Antártico, suscripto en Washington el 1º de diciembre de 1959.
El buque oceanográfico Capitán Cánepa participa en la campaña oceanográfica
Vema-Cánepa II, abril-junio de 1961.
1961-1962 La campaña de 1961-1962 es comandada por el capitán de navío Jorge H. Pernice
con los buques: General San Martín, Bahía Aguirre, Chiriguano y Punta Médanos.
Esta campaña, como la anterior, se caracteriza por el amplio apoyo a la actividad
científica, que se torna relevante acorde con la nueva era iniciada por la vigencia
del Tratado Antártico.
Durante la campaña de verano, el Instituto Antártico destaca dos grupos de
trabajo: uno para realizar tareas de carácter glaciológico a bordo del rompehielos
General San Martín y otro, para estudios geológicos y biológicos en tierra. El
primer grupo inicia el censo de los glaciares, traza una carta de hielos y observa la
deriva del hielo y de los témpanos. El segundo grupo hace un relevamiento
geológico expeditivo en la zona de la bahía Esperanza y microbiología (Plan
conjunto del Instituto Antártico, la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la
Universidad de Buenos Aires). En la Estación Científica Ellsworth continúan durante
1962 los estudios de meteorología, física ionosférica, rayos cósmicos, auroras,
biología, fisiología humana, glaciología y nivología y geomagnetismo.
El capitán Hermes Quijada, como comandante de los bimotores Douglas CTA-12 y
CTA-15, arriba el 6 de enero al Polo Sur Geográfico.
El teniente primero Gustavo Adolfo Giró, al mando de una patrulla militar, realiza
la expedición invernal bahía Esperanza-bahía Margarita, que es el segundo cruce
de los Antartandes.
El capitán Mario Luis Olezza al mando del Douglas TA-33 de la Fuerza Aérea,

250
efectúa el primer aterrizaje de un avión de gran porte en la base Teniente
Matienzo, siendo éste el primer descenso de la Fuerza Aérea en la Antártida. A
pala, sobre hielo y nieve, veinte hombres deben construir una pista de ochocientos
metros. El 1º de diciembre de ese año, el avión se dirige a la Estación Científica
Ellsworth. El 10 de diciembre siguiente, al intentar decolar para intentar cumplir el
vuelo transpolar, una chispa incendia el avión y frustra el intento.
En marzo-abril 1962 se realiza la campaña oceanográfica del buque Capitán
Cánepa.
1962-1963 La campaña 1962-1963, comandada por el capitán de navío Jorge A. Iriarte, se
realiza con el General San Martín, el Bahía Aguirre, el Punta Médanos y el Grupo
Aeronaval (dos helicópteros).
Se relevan y reaprovisionan todas las bases existentes, a excepción de la Estación
Científica Ellsworth, que fue clausurada el 30 de diciembre de 1962.
Se efectúan balizamientos, hidrografía e importantes tareas oceanográficas:
observaciones batitermográficas, registro horario de temperatura de superficie,
cartas de hielo sobre la derrota en el Weddell, etcétera.
En noviembre de 1962-febrero 1963, el Instituto Antártico Argentino interviene en
la campaña antártica con programas propios y en forma conjunta con la Facultad
de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, sobre radiación
cósmica; con el Centro de Investigación de Biología Marina sobre plancton
antártico, y con la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la misma sobre
microbiología. En la zona de la Estación Científica Ellsworth, se realiza un vuelo de
reconocimiento glaciológico, con un avión Beaver del Instituto Antártico Argentino
y otro del Grupo Naval Antártico. Durante el invierno de 1963 el Instituto
desarrolla programas de bioquímica y biología en el Destacamento Naval
Decepción, y de física de la alta atmósfera en la base Belgrano.
1963-1964 La campaña 1963-1964 es comandada por el capitán de navío Jorge E.
Zimmermann, se realiza con el rompehielos General San Martín, el transporte
Bahía Aguirre y el aviso Comandante General Zapiola. Además de las tareas de
rutina, se instalan dos nuevos refugios en la costa Confín, tareas hidro-
oceanográficas y de balizamiento, y relevamientos expeditivos parciales de la
Tierra de Coats, costa de la Princesa Martha y de la barrera de hielos Filchner. El
Instituto Antártico hace estudios de paleontología y geología en las islas Rosamel,
Decepción y Veinticinco de Mayo (King George Island); glaciología y topografía en
la zona de la barrera de hielos de Filchner, donde también desarrolla
investigaciones relacionadas con el programa argentino para el Año Internacional
del Sol Quieto, iniciado el 1º de enero de 1964 y que comprende: aeronomía,
actividad solar, luminiscencia del aire, geomagnetismo, ionósfera, investigación

251
espacial, meteorología y radiación cósmica. A bordo del rompehielos continúa el
registro de la componente nucleónica con el equipo monitor de neutrones.
Durante el invierno de 1964 se desarrollan tareas de auroras y física ionosférica en
la base Belgrano.
1964-1965 La campaña 1964-1965 es comandada por el capitán de navío Gonzalo de
Bustamante con los buques General San Martín, Bahía Aguirre y Comandante
General Zapiola.
Durante esta campaña, el rompehielos General San Martín realiza una penetración
en el mar de Weddell hasta cabo Adams, inédita hasta ese entonces en la historia
antártica.
El Instituto continúa en la barrera de hielos Filchner los estudios emergentes del
Año Internacional del Sol Quieto, vigente hasta el 31 de diciembre de 1965, año en
el que participan también institutos de las Fuerzas Armadas y de las universidades
nacionales. Por otra parte el Instituto Antártico encara tareas de glaciología y
topografía en las bases Esperanza, Belgrano y Ellsworth.
En Esperanza, Decepción y en la bahía Paraíso, se hace la recolección biológica
(aves e invertebrados marinos) y en Decepción también estudios geológicos y
geoquímicos. El 17 de febrero de 1965 el Instituto inaugura la Estación Científica
Almirante Brown, en el Destacamento Naval homónimo, cedido por la Marina; allí
se desarrollan, durante todo el año 1965, las siguientes disciplinas: zoología
(vertebrados e invertebrados), biología vegetal, bioquímica, fisiología animal,
patología, bacteriología, micología y ecología.
De febrero a mayo de 1965, se desarrollan dos campañas oceanográficas: una con
el aviso Comandante General Zapiola (Drake IV), y otra con el buque oceanográfico
Capitán Cánepa.
Desde el punto de vista científico, una importante tarea de la Fuerza Aérea es la
realización de la Operación Matienzo, planificada y ejecutada por la misma. Entre
el 6 y el 8 de febrero de 1965, desde la Base Teniente Matienzo, se lanzan dos
cohetes Gamma-Centauro, lanzamiento coordinado con otro simultáneo de iguales
artefactos en el Centro de Experimentación y Lanzamiento de proyectiles
autopropulsados en El Chamical (La Rioja). Estos proyectiles fueron diseñados y
fabricados por la misma Fuerza Aérea en su Instituto de Investigaciones Aéreas y
Espaciales de Córdoba y su lanzamiento tuvo como objetivo la medición de la
radiación cósmica.
El 2 de octubre de 1965, el avión Douglas C-47 (el TA-05) de la Fuerza Aérea al
mando del comandante Mario E. Olezza, realiza reconocimientos en la búsqueda
de un avión Cessna del Ejército que se había extraviado. Lo localiza dos días
después, a los 79º de latitud sur, arrojando elementos de supervivencia y de

252
comunicación. Es el mismo Douglas C-47 que utilizó el coronel Leal para
trasladarse desde Buenos Aires a la Base General Belgrano, desde la que iniciaría
su expedición por tierra al Polo Sur.
El 4 de noviembre de ese año corresponde también a la Fuerza Aérea la emoción
de plantar en pleno Polo Sur el pabellón argentino. Una escuadrilla del arma
integrada por el bimotor Douglas C-47, piloteado por el comandante Mario L.
Olezza, y dos monomotores Beaver (el P-05 y el P-06), piloteados respectivamente
por el primer teniente Eduardo Fontaine y por el comandante Jorge Raúl Muñoz,
realizan la extraordinaria hazaña de la que participaron igualmente los tenientes
Roberto Tribiani y Alfredo Abelardo Cano, los suboficiales principales Juan Carlos
Nasoni y Guillermo Hausser, el suboficial ayudante Miguel Amado Acosta, el
suboficial auxiliar Juan Carlos Rivero y el cabo principal José Gerardo Mateos, así
como el sargento ayudante Julio Germán Muñoz, este último del Ejército.
Desde allí, el comandante Olezza cumple finalmente el primer vuelo transpolar
desde el continente americano, entre el Polo y la base McMurdo, en el C-47, los
días 11 y 12 de noviembre. En el vuelo de regreso, se le unen dos Beaver, que
habían permanecido en el Polo y regresan a la Base Teniente Matienzo. Los Beaver
quedan en la Antártida y cumplen en ese mismo año numerosas tareas, entre ellas
la observación de los hielos para facilitar el acceso del rompehielos General San
Martín; instalación de la Estación de Apoyo de la Fuerza Aérea Argentina Nº 1 en
los 70º de latitud sur; traslado de personal y materiales a la Base de Ejército
Alférez de Navío Sobral; instalación de depósitos de combustibles en la ruta que
debería seguir la expedición terrestre del coronel Leal al Polo; ejercicios de
salvamento y rescate, etcétera.
En ese mismo año, 1965, el Ejército, en cumplimiento de tareas previas y
necesarias para su posterior marcha hasta el Polo Sur, instala una Base Avanzada
de Operaciones. En efecto, desde la Base General Belgrano y en sucesivas
patrullas, el capitán Gustavo Adolfo Giró, planta en los 81º de latitud, la que sería
la base más austral de nuestro país, la base del Ejército Alférez de Navío Sobral. Su
primera dotación tuvo por jefe al teniente Adolfo E. Gotees.
En la Base Sobral, al igual que en la Base Belgrano, la noche polar dura cuatro
meses, interrumpiendo solamente el silencio y la oscuridad reinantes la belleza de
las auroras australes.
Una hazaña marca a 1965 con uno de los jalones más memorables de la epopeya
argentina en el continente Antártico: el asalto por tierra del Polo Sur.
El Ejército Argentino inicia el 26 de octubre de 1965 la marcha terrestre desde la
base Belgrano hacia el Polo Sur. Al mando del coronel Jorge Edgard Leal, la patrulla
integrada por el capitán Gustavo A. Giró, el suboficial principal Ricardo Bautista

253
Ceppi, los sargentos ayudantes Roberto Humberto Carrión, Julio César Ortiz,
Adolfo Florencio Pérez y Jorge Raúl Rodríguez, los sargentos pimeros Adolfo Oscar
Moreno y Domingo Zacarías y el cabo Ramón Oscar Alfonso, luego de
innumerables sacrificios y peligros, arribó al Polo Sur, vértice del Sector Antártico y
extremo austral de nuestra patria, el 10 de diciembre de 1965.
Con un recorrido de 2.900 kilómetros, se cumplen los viajes de ida y regreso en
jornadas de hasta 36 horas de marcha. Regresa esta expedición a la base Belgrano
el 31 de diciembre de 1965, después de 66 días en el desierto blanco, atravesando
alturas de hasta 3.000 metros, con temperaturas inferiores a - 40º C, soportando el
helado viento polar y debiendo salvar, permanentemente, las traicioneras grietas.
La expedición cumplió objetivos científicos que se llevaron a cabo exitosamente.
De esta manera, la Argentina se sitúa como el primer país del mundo que llegó al
Polo Sur partiendo y regresando del mar de Weddell, es decir, siempre en nuestro
Sector Antártico.
1965-1966 La campaña 1965-1966 es comandada por el capitán de navío José A. Alvarez, con
los buques General San Martín y Bahía Aguirre.
Se relevan y reaprovisionan todas las bases en actividad y se habilita el
Destacamento Naval Teniente Cámara, para actividad científica durante la
campaña de verano. Entre las tareas científicas cumplidas por los buques se
destacan: relevamientos expeditivos en las zonas de caleta Potter, puerto
Circuncisión y bahía Faro; registros de temperatura, salinidad y composición
química del agua de mar durante la penetración a Belgrano y estaciones
oceanográficas en el mar de la Flota y en el de Gerlache.
Durante la campaña de verano participa junto al personal del Instituto Antártico,
personal del Centro Nacional de Radiación Cósmica. A bordo del rompehielos, se
determina durante la derrota la componente nucleónica de la radiación cósmica;
se efectúan lanzamientos de globos estratosféricos y recepción de señales
transmitidas por ellos, y se mide la componente cargada y la componente fotónica
de la radiación cósmica, desde los 54º hasta los 78º de latitud Sur
aproximadamente. En la estación Científica Almirante Brown, se hacen estudios de
ictiología, recolección de ejemplares de fauna marina. Durante el invierno, se
trabaja en la base Belgrano en auroras, física ionosférica, geología y radiactividad.
El 12 de enero de 1966, el capitán Gustavo A. Giró Tapper y el teniente Pedro
Acosta, realizan, desde un Beaver de la Fuerza Aérea, un lanzamiento con
paracaídas que incluye tres perros, un trineo desarmable, víveres y elementos de
supervivencia.
1966-1967 Bajo el comando del capitán de navío Julio Álvaro Vázquez, la campaña antártica
1966-1967 se lleva a cabo con los buques: rompehielos General San Martín,

254
transporte Bahía Aguirre y aviso Comandante General Irigoyen.
Se da apoyo logístico a bases, refugios y grupos científicos; se construye la Estación
Aeronaval Petrel, sobre la base del refugio homónimo, siendo su primer jefe el
teniente de corbeta Eduardo Figueroa. Se realizan tareas náuticas y oceanográficas
y un vuelo glaciológico que abarca el Drake Sur, el mar de la Flota, el estrecho
Antarctic y el noroeste del mar de Weddell hasta la isla Robertson. La observación
glaciológica se completó por mar con el aviso Comandante General Irigoyen.
Las tareas científicas del Instituto Antártico comprenden: puesta en
funcionamiento en la base Belgrano de un fotómetro de auroras; registro de la
componente nucleónica de la radiación cósmica, a bordo del rompehielos;
estudios ictiológicos y recolección biológica en puerto Paraíso; recolección de
muestras para análisis de radiactividad, estudios limnológicos, geológicos y
geoquímicos en la isla Decepción, y observación glaciológica desde a bordo.
Durante el invierno se continúa trabajando en Belgrano, en física ionosférica y
auroras.
1967-1968 La campaña 1967-68 fue comandada por el capitán de navío Jorge Alberto
Ledesma con los buques General San Martín, Bahía Aguirre, Comandante General
Irigoyen y buque polar Martín Karlsen.
Se efectúa el relevo, reaprovisionamiento y reparación de bases y refugios.
El 4 de diciembre, una erupción volcánica de grandes proporciones obliga a
evacuar el Destacamento Naval Decepción.
Se hacen diecisiete estaciones oceanográficas para estudiar organismos animales y
vegetales en el fondo marino, observaciones de hielo, registros meteorológicos y
levantamientos expeditivos en caleta Choza y bahía Esperanza.
La actividad científica del Instituto se desarrolla principalmente en la Estación
Científica Almirante Brown con fisiología animal en pingüinos papúa y biología
animal y vegetal. En Decepción, se hacen estudios de vulcanología. Durante el
invierno se continúan estos estudios en Brown, y auroras y física ionosférica en
Belgrano. En Brown inverna un meteorólogo soviético como parte del intercambio
de personal científico argentino-soviético y por el cual un meteorólogo argentino
inverna en la estación soviética Molodeshnaya.
El observatorio de la isla Laurie opera una Central Meteorológica Antártica.
El 28 de octubre se clausura la base Sobral.
Finalizada la campaña, en el mes de julio, una base inglesa solicita socorro porque
un enfermo grave debe ser evacuado. Después de un frustrado intento, por
accidente del Beaver enviado desde la Base Matienzo, sin víctimas, el rompehielos
General San Martin rescata al paciente de la base británica de las Islas Argentinas y
lo lleva a Ushuaia, desde donde es trasladado a Buenos Aires. En un mensaje de

255
agradecimiento del director del British Antarctic Survey, Sir Vivian Fuchs, dice
textualmente: “…una campaña invernal de esta naturaleza, resulta sin paralelo en
la historia marítima antártica”.
1968-1969 La campaña 1968-1969 es comandada por el capitán de navío Horacio Arturo
Ferrari con el rompehielos General San Martín, el transporte Bahía Aguirre y el
aviso Goyena.
El personal científico realiza tareas en diversas disciplinas, destacándose la
comisión de la isla Decepción para el estudio vulcanológico de la misma. En el mes
de febrero se produce una nueva explosión volcánica.
La Dirección Nacional de Turismo organiza a bordo del buque Libertad, de la
Empresa Líneas Marítimas Argentinas, cuatro cruceros turísticos a la Antártida.
Durante enero y febrero, el rompehielos General San Martín y el aviso Goyena
efectúan sendas campañas oceanográficas, el primero en el mar de Weddell y el
segundo en el mar de la Flota y adyacencias.
El 29 de octubre de 1969 se inaugura la Base Aérea Vicecomodoro Marambio,
ubicada en la isla del mismo nombre, en latitud 64º 15’ S y longitud 56º 43’ 15’’ W.
Tiene una pista principal en la meseta de la isla, casi enteramente despejada de
acumulaciones de nieve y hielo, en cota 200 metros y con una longitud de 1.500
metros en orientación NNE-SSW. Se opera con aviones pesados con ruedas; allí
aterrizó el avión C-130 Hércules. Esa pista puede utilizarse unos diez meses al año.
La creación de esta base de avanzada significa un valioso aporte para asegurar la
operación continua de aviones de gran porte, sin perjuicio de un futuro uso como
base alternativa o de apoyo para vuelos intercontinentales transpolares.
Durante esta campaña se inaugura la presencia científica femenina argentina en la
Antártida; cuatro biólogas del Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia
realizan investigaciones de su especialidad en el Destacamento Naval Melchior
(hoy Base Melchior), durante el período estival.
1969-1970 La campaña 1969-70 se realiza bajo el comando del capitán de navío Gerardo Félix
Ojanguren, con el rompehielos General San Martín, el transporte Bahía Aguirre y el
buque polar Theron. Para esta campaña y las sucesivas, se pone en ejecución un
Comando Conjunto Antártico, integrado por el componente terrestre (Ejército), el
componente naval (Armada), el componente aéreo (Fuerza Aérea) y el
componente científico (Instituto Antártico Argentino).
Se efectúan los relevos de los destacamentos y las bases, habiéndose arrendado el
buque polar Theron, de bandera danesa, para el transporte de carga con destino a
la Base General Belgrano. El Instituto Antártico Argentino en esta campaña instala
en esa base un laboratorio científico para el estudio de la alta atmósfera que
comprende: equipos para ionósfera, auroras australes, física de la alta atmósfera,

256
un súper monitor de neutrones, cámara todo cielo y antenas y registradores para
el ruido cósmico. También se instala una casilla para lanzamiento de globos para
registro de altura. La instalación del laboratorio, denominado LABEL, se ajusta a los
programas mundiales que en la actualidad se desarrollan para investigar las
relaciones Sol-Tierra de fenómenos propios de los puntos conjugados, que
comprenden: uno no lejos de la costa canadiense, frente a la isla Terranova, y otro
en las proximidades de la Base General Belgrano. Personal científico atiende las
observaciones y registros.
Por decreto-ley 18.513, del 31 de diciembre de 1969, créase a partir del 1º de
enero de 1970, la Dirección Nacional del Antártico, bajo la dependencia del
Ministerio de Defensa y asígnase a la misma la responsabilidad del planeamiento,
programación, dirección, coordinación y control de la actividad antártica argentina,
de acuerdo con los objetivos, políticas y estrategias nacionales y con los recursos y
medios que el Estado asigne, fomentando el interés nacional en esa actividad y
difundiendo sus resultados. Se designa como primer Director Nacional al general
de brigada Jorge E. Leal.
1970-1971 La campaña 1970-1971 es comandada por el capitán de navío Roberto A. Ulloa con
los buques General San Martín, Bahía Aguirre y Comandante General Zapiola.
Además del apoyo logístico a las bases, refugios y grupos científicos, se hacen
reconocimientos hidrográficos con búsqueda y localización de rocas y bajofondos,
etc. En los mares de Weddell y Bellingshausen, se realizan estaciones
oceanográficas; en la isla Berkner un reconocimiento marítimo y en la isla Pedro I,
tareas hidro-oceanográficas y también observaciones glaciológicas, registros
meteorológicos y balizamientos.
El Instituto Antártico Argentino desarrolla los siguientes planes: geológico-
topográfico Pedro I, Fisiofac, Biofac, Microfac, Histiaa, vulcanológico, glaciológico,
cosmantar, biológico Pedro I y museo.
Durante el invierno, se desarrollan los planes: hormofac, oceanográfico,
nucleoantar, zoológico, observaciones del ambiente en la Estación Científica
Almirante Brown y Cosmoantar, Deniaa, auroras y Núcleoantar en la Base
Belgrano.
Entre el 31 de agosto y el 21 de septiembre de 1971, se produce el rescate desde
el Destacamento Naval Petrel de dos miembros de la base inglesa Fosil Bluff,
ubicada a los 71º 20’ S y 68º 20’ W, uno de ellos enfermo y el otro herido, quienes
son trasladados a la Base Vicecomodoro Marambio, desde donde son evacuados
por un avión C-130 a Buenos Aires. La difícil misión se realizó en un avión Porter
4G1, cuya tripulación estaba formada por el teniente de navío Roberto J.
Seisdedos, el teniente de fragata Carlos Anzay, el suboficial mecánico Gerardo

257
Palladito y el doctor Aurelio Bosso.
1971-1972 Bajo el comando del capitán de navío Justo G. Padilla, con los buques General San
Martín, Bahía Aguirre y Goyena, se realiza la campaña antártica 1971-72.
Se realizan las tareas logísticas de rutina y, con la colaboración de diecinueve
instituciones científicas del país, se desarrolla un amplio plan de labor en las áreas
de los mares del Scotia, de Weddell y Bellingshausen, archipiélagos antárticos y
Tierra de San Martín.
El Instituto Antártico Argentino continúa con el desarrollo de los planes de la
campaña anterior. En la isla Decepción, el plan vulcanológico se efectúa con la
participación de seis investigadores extranjeros. A bordo del Goyena se desarrolla
el plan Oceantar. En la barrera de Larsen y en la meseta de la península antártica,
se elabora el plan Hieloantar; en la isla Pedro I: meteorología, radiación y
geomagnetismo; en Esperanza el plan Hepafac. Durante el invierno continúa la
labor científica en la Estación Científica Almirante Brown y en el LABEL (Laboratorio
Belgrano).
En el curso de esta campaña, los días 12 y 14 de abril, se realiza, desde el
rompehielos General San Martín, mientras navegaba por el mar de Weddell, una
transmisión a distancia de electrocardiogramas, utilizando las técnicas ideadas en
el Instituto de Ingeniería Biomédica de la Facultad de Ingeniería de la Universidad
de Buenos Aires.
El registro electrocardiográfico se repite el día 17 en la Base General Belgrano,
siendo interpretados en Buenos Aires por el Dr. Domingo Carreras.
1972-1973 La campaña 1972-1973 es comandada por el capitán de navío Adriano Juan
Roccatagliata con los buques General San Martín y Bahía Aguirre.
Se brinda apoyo logístico a las estaciones en tierra y a los grupos de científicos; se
hacen balizamientos, oceanografía e hidrografía.
Investigadores del Instituto Antártico Argentino trabajan en: Estación Científica
Almirante Brown (Fisiofac, Histiaa, Oceanografía); Esperanza (Microfac y Visión);
Palmer (Estados Unidos) (Bioantar I y Bioantar II); Decepción (Vulcantar); isla
Livingston (Geoantar) y a bordo del buque Goyena (Oceantar),
Durante el invierno de 1973, continuan las tareas en la Estación Científica
Almirante Brown y en el LABEL.
El 10 de agosto se realiza la ceremonia central del Día de la Fuerza Aérea en la Base
Vicecomodoro Marambio, constituyéndose la Base en esa ocasión, en la sede
accidental del Poder Ejecutivo Nacional, firmándose el Acta de Afirmación de la
Soberanía en la Antártida Argentina, suscripta por las autoridades nacionales; allí
se efectua la habitual reunión semanal de gabinete, tratándose importantes
asuntos de estado.

258
El 28 de diciembre de 1972, el buque oceanográfico Calypso fondea en el Puerto
Foster, isla Decepción, donde Jacques Cousteau proyectaba efectuar algunos
estudios y filmar escenas para una de sus películas.
En esa ocasión, el primer oficial del Calypso resulta muerto al ser alcanzado por la
pala de un helicóptero; su fallecimiento es denunciado ante las autoridades
judiciales de Ushuaia. La intervención directa del tribunal federal de esta ciudad,
solicitada por Cousteau, constituye un verdadero reconocimiento de soberanía
hecho por la expedición francesa al someter a autoridades argentinas la
investigación del suceso, inscribir la defunción de Laval en el Registro Civil de
Ushuaia y mantener enarbolado el pabellón argentino durante su permanencia en
aguas antárticas.
1973-1974 La campaña antártica 1973-1974 es comandada por el capitán de navío Horacio
Justo Gómez Verte con los buques: rompehielos General San Martín, transporte
Bahía Aguirre, avisos Comandante General Irigoyen y Comandante General
Zapiola.
Se da apoyo logístico a las estaciones en tierra y a la actividad científica. Se realizan
tareas náuticas, hidrográficas y oceanográficas e inspección de faros y balizas.
La actividad científica durante la campaña de verano cuenta con la participación de
noventa científicos y técnicos. El Instituto Antártico continúa el desarrollo de sus
programas propios y en colaboración: Oceantar, Geoantar, Vulcantar, Igmantar,
Visión, Histiaa, Fisiofac, Microfac, Gaba y Bioantar. Durante el invierno, continúan
los programas propios de la ECAB y el LABEL.
Los días 5 y 8 de diciembre de 1973, un avión LC-130 Hércules de la Fuerza Aérea
une, en un vuelo sin precedentes, Buenos Aires y Canberra (Australia) a través del
continente Antártico. Encabeza su tripulación el comandante general del arma
brigadier general Héctor Luis Fautario, integrándola el vicecomodoro José A.
González (primer piloto), el capitán Juan Daniel Paulik (segundo piloto), el capitán
Héctor Cid (tercer piloto), los capitanes Adrián J. Speranza y Hugo C. Meinsner y el
primer teniente Jorge Valdecantos (navegantes), el mayor Salvador Alaimo
(meteorólogo), el suboficial mayor Mario F. Guayan y el suboficial principal Pedro
Bessero (mecánicos), el suboficial mayor Juan Bueno (camarógrafo). Participan
además, el comodoro Juan C. Porcile y el mayor Manuel Marcelo Mir.
1974-1975 La campaña 1974-1975 es comandada por el capitán de navío Aldo de Rosso, con
los buques General San Martín, Bahía Aguirre y Comandante General Zapiola.
Se trata de una campaña muy difícil por las duras condiciones del tiempo y de los
hielos, que obstaculizan incluso los relevos de las dotaciones y el reabastecimiento
de las bases. En este verano, un fuerte temporal arroja al Bahía Aguirre sobre las
rocas de Punta Bajos, en la isla Dundee, colocándolo en una situación de sumo

259
peligro, de la cual pudo zafar gracias a las hábiles maniobras de sus tripulates.
Poco después, el hielo encerró al rompehielos General San Martín mientras
navegaba cerca de la isla Vicecomodoro Marambio, en el golfo Erebus y Terror. El
buque permaneció atrapado durante un mes hasta que la aparición de una grieta
le permitió acceder a aguas libres.
Durante la campaña de verano, el Instituto continúa el desarrollo de sus
programas: Bioantar, Histiaa, en ECAB; Microfac, en Esperanza: Gaba, en la base
Palmer (Estados Unidos) Vulcantar, en Decepción; Geoantar, en las islas
Vicecomodoro Marambio, James Ross, Cockburn y Lockyer. A bordo del buque
oceanográfico Islas Orcadas, se desarrolló el programa Oceantar.
También en esta temporada, la Dirección Nacional de Turismo contrata al buque
Regina Prima para efectuar cinco cruceros turísticos, con 474 plazas en cada viaje.
1975-1976 Bajo el comando del capitán de navío Fernando Miguel Romeo, los buques General
San Martín, Bahía Aguirre, Cándido Lasala y Comandante General Zapiola,
intervienen en la campaña antártica. Fueron relevadas y abastecidas todas las
estaciones en operación. Se reactivó la base San Martín y se instalaron dos nuevas
estaciones, una en los nunataks Bertrab y otra en la caleta Potter. El Servicio de
Hidrografía Naval, el Servicio Meteorológico de la Armada y el Servicio
Meteorológico Nacional, dependiente de la Fuerza Aérea, efectuaron
observaciones hidro-oceanográficas, geológicas, glaciológicas, meteorológicas y de
geomagnetismo.
En febrero se instalan por primera vez los nuevos equipos de Televisión de Barrido
Lento (SSTV), consiguiéndose emitir y recibir en la Antártida (Base Brown)
imágenes fijas diferidas cada siete segundos y en cualquier momento del día
(sistema similar al utilizado por la NASA en el primer alunizaje). Este sistema
revoluciona las radioconversaciones con la base Brown, porque permite a los
residentes observar a sus familiares a través de la distancia, o viceversa.
El Instituto Antártico Argentino participa en el crucero del buque de investigación
Thomas G. Thompson, que realiza el proyecto F. Drake 76 como parte de la Década
Internacional de Exploración Oceánica y desarrolla programas propios y en
colaboración con organismos nacionales e internacionales de ciencias de la tierra,
ciencias de la atmósfera y ciencias biológicas.
Se realizaron seis cruceros turísticos con el buque Regina Prima.
En 1976 ocurren dos graves accidentes aéreos en la Antártida: uno el 15 de
septiembre cuando un avión Neptune de la Armada se estrella en el monte
Bernard, isla Livingston (Shetland del Sur), falleciendo sus diez tripulantes y un civil
perteneciente a la TV de Río Grande; y el otro, el 5 de diciembre, en ocasión de
precipitarse a tierra en la isla Vicecomodoro Marambio, un helicóptero de la

260
Fuerza Aérea, accidente en el que perdieron la vida sus tres ocupantes.
El 18 de febrero de 1976 se inaugura en la base Esperanza la capilla católica San
Francisco de Asís.
1976-1977 La campaña 1976-1977 es comandada por el capitán de navío Isidoro Antonio
Paradelo, se realiza con los buques General San Martín, Bahía Aguirre, Cándido
Lasala y Francisco de Gurruchaga.
Se efectúa el relevo y abastecimiento de todas las estaciones en operación y
continuan las observaciones científicas de las campañas anteriores, prosiguiendo
el Instituto Antártico Argentino con el desarrollo de sus programas propios y en
colaboración con otras instituciones.
Como el año anterior, en 1977 la actividad antártica se ve empañada por la
pérdida de vidas humanas. El 11 de enero, mientras realiza una misión de rescate
del avión Neptune, un helicóptero del Ejército se precipita a tierra sobre la isla
Livingston, falleciendo sus tres tripulantes.
1977-1978 La campaña 1977-1978 es comandada por el capitán de navío Carlos Alberto
Barros; se realiza con los buques General San Martín, Bahía Aguirre, Cándido
Lasala y Francisco de Gurruchaga.
Se relevan y abastecen todas las estaciones en operación.
La actividad científica continúa como en las campañas anteriores, iniciándose
tareas hidrográficas en la bahía Pingüino, bahía López de Bertodano y paso Norte.
1978-1979 La campaña 1978-1979 fue comandada por el capitán de navío Alberto Oscar
Casellas y llevada a cabo con los buques General San Martín, Bahía Aguirre y
Francisco de Gurruchaga.
Se relevan y abastecen todas las bases en operación y se instala una nueva base:
Belgrano II.
Se continúa con las tareas científicas y, como parte de ellas, cabe señalar la
confección de las cartas náuticas de la caleta Potter, cabo Primavera y bahía Scotia
(Islas Orcadas del Sur).
El 5 de marzo de 1979, un helicóptero de la Armada que vuela desde el
rompehielos General San Martín hacia el transporte Bahía Aguirre, para evacuar a
un enfermo a bordo de aquel buque, al decolar se precipita sobre las aguas del
pasaje Drake, provocando la muerte de sus tres tripulantes.
Durante esta campaña, visitan la zona antártica el Jefe del Estado Mayor General
de la Armada, el secretario de Intereses Marítimos y el Jefe del Departamento
Antártida y Malvinas, del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Del 5 al 8 de junio de 1979, se realiza en Buenos Aires la Reunión del Grupo de
Especialistas del Programa BIOMASS (Investigaciones Biológicas de los Sistemas y
Poblaciones Marinas Antárticas).

261
1979-1980 La campaña antártica 1979-1980, bajo el comando del capitán Alberto Máximo
D’Agostino, se realiza con los buques: rompehielos Almirante Irízar, transporte
Bahía Aguirre y aviso Francisco de Gurruchaga.
Se efectúa el relevo y abastecimiento de las estaciones en operación y se instala la
Base Belgrano III. Continúa la actividad científica. La Comisión Nacional de
Investigaciones Espaciales efectúa lanzamientos semanales de cohetes sonda, con
el propósito de recibir información científica, y lanzamientos de globos
meteorológicos portando radiosondas, a efectos de completar la información.
Durante esta campaña, la Dirección Nacional del Antártico inicia las tareas de
conservación de la cabaña construida por la Expedición Antártica Sueca del Dr.
Otto Nordenskjöld (1901-1903) en la isla Cerro Nevado, recuperando también
elementos de aquellos expedicionarios (entre los que estaba el alférez de la
Armada Nacional José María Sobral).
Con esta campaña, inaugura su carrera antártica el nuevo rompehielos Almirante
Irízar, que reemplazó al veterano General San Martín.
El 22 de enero de 1980 pierde la vida un sargento primero del Ejército, caído al
mar por un desprendimiento de hielo durante las tareas de amarre del
rompehielos Almirante Irízar frente a la Base Belgrano.
1980-1981 La campaña 1980-1981 es comandada por el capitán de navío César Trombetta,
con el rompehielos Almirante Irízar y el transporte Bahía Aguirre.
Se relevan y abastecen todas las bases en operación, continuando las actividades
científicas de las campañas anteriores. En la isla Cerro Nevado prosiguen las tareas
de restauración y de conservación del refugio Suecia, iniciadas durante la campaña
anterior como respuesta a las recomendaciones de las Reuniones Consultivas del
Tratado Antártico.
El Instituto Antártico Argentino continúa también desarrollando sus programas de
las campañas pasadas, participando además en el Primer Experimento
Internacional BIOMASS (FIBEX), a bordo del buque de investigaciones pesqueras
Dr. Eduardo Holmberg.
1981-1982 Bajo el comando del capitán de navío César Trombetta, la campaña 1981-1982 se
efectúa con el rompehielos Almirante Irízar y el transporte Bahía Paraíso.
Se realiza el relevo y el abastecimiento de las estaciones y continúan las
investigaciones científicas a cargo de los institutos de las Fuerzas Armadas y del
Instituto Antártico Argentino, que prosigue el desarrollo de sus programas propios
y en colaboración con los organismos y universidades nacionales.
1982-1983 La campaña 1982-1983 fue comandada por el capitán de navío José Amauri Ferrer,
con los buques Almirante Irízar y el Bahía Paraíso.
Se efectúa el relevo y el abastecimiento de todas las estaciones y continúan las

262
tareas científicas (hidro-oceanógrafa, glaciología, geología, meteorología,
geomagnetismo y los programas del Instituto Antártico Argentino en ciencias de la
tierra, de la atmósfera y biológicas).
Con la participación del buque de investigaciones pesqueras Santa Rita, continúa
el desarrollo de las tareas relacionadas con el programa del Primer Experimento
Internacional BIOMASS.
Del 6 al 10 de junio de 1983, se realiza en la ciudad de San Carlos de Bariloche, Río
Negro, el Simposio Regional y Reunión de Trabajo sobre Avances Recientes en
Biología Acuática Antártica, con especial referencia a la región de la península
Antártica.
1983-1984 La campaña 1983-1984 es comandada por el capitán de navío Alejandro José
Giusti, y participan en ella los buques Almirante Irízar y Bahía Paraíso.
Se hace el relevo y abastecimiento de todas las bases en operación y se evacúa por
aire la base Belgrano III, que queda inactiva. Se hacen diversas tareas hidro-
oceanográficas y un relevamiento sísmico de la plataforma submarina en el borde
oriental de la península Antártica. En el cerro Millerand se efectúa un
reconocimiento del lugar y se recolectan muestras geológicas.
El Instituto Antártico Argentino continúa desarrollando sus programas: Geoantar,
Quimioceantar, Oceantar, Bioceantar y Museoantar.
El 12 de abril un incendio destruye la mayor parte de la base Brown. No se
producen desgracias personales; la dotación es evacuada a Ushuaia con la
cooperación del buque Hero, fondeado en la base norteamericana Palmer.
1984-1985 La campaña 1984-1985 es comandada por el capitán de navío Alfredo Claudio
Febre, y se realiza con los buques Almirante Irízar y Bahía Paraíso.
Se relevaron y abastecieron todas las bases activas, se hicieron tareas hidro-
oceanográficas y se dio apoyo a los grupos científicos.
La actividad científica continúa como en los años anteriores: el Servicio
Meteorológico Nacional realiza observaciones de radiación solar; el Servicio de
Hidrografía Naval efectúa balizamientos; y el Instituto Antártico Argentino
desarrolla sus programas en los tres campos de las ciencias mencionados.
La actividad científica del Instituto cuenta con la participación del Grupo Antartic
85 (España), para determinar la convergencia subtropical antártica y la divergencia
antártica. Se hizo un estudio de sales y nutrientes, de la vertical de temperatura
media XBT, y un estudio sistemático del plancton.
1985-86 La campaña 1985-86 es comandada por el capitán de navío Vicente Manuel
Federico, y llevada a cabo con los buques Almirante Irízar y Bahía Paraíso.
Se relevan y abastecen todas las estaciones en operación. Hubo una intensa
actividad científica con participación de 107 investigadores pertenecientes al

263
Instituto Antártico Argentino y a las Universidades de Buenos Aires, La Plata,
Córdoba y Cuyo, al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y el
Centro de Investigaciones en Recursos Geológicos. Las disciplinas abordadas
durante la campaña incluyen biología, geofísica, geología, oceanografía, química,
contaminación y arqueología.
Durante la navegación, se toman muestras para comprobar la posible
contaminación por hidrocarburos; además se detecta la presencia de
polinucleados a través de la instalación de veinticinco estaciones oceanográficas.
Igualmente, se toman muestras del agua de mar en superficie para determinar los
micronutrientes (silicatos, nitratos y fosfatos), clorofila, alcalinidad y salinidad, a fin
de establecer la relación con la presencia de cardúmenes.
Dentro del programa oceanográfico prosiguen los estudios de la convergencia
antártica y sus variaciones térmicas con el fin de conocer la migración de peces en
diversas épocas.
En el Atlántico Sur, a bordo del buque oceanográfico Melville, en colaboración con
las Universidades de Texas y Oregon, se logran reconocimientos de salinidad y
temperatura de profundidad, con el propósito de determinar corrientes.
En el campo de la biología, se recolectan hongos superiores de las musgueras y por
primera vez se encuentran hongos de sombrero y en forma de copa, y se
redescubre una especie perdida, hallada en 1897 por la expedición de Gerlache y
que, según informaciones, no está registrada en las colecciones de los museos
belgas; se trata del Sclerotium Antarcticum.
Entre otros resultados de esta campaña, cabe destacar el hallazgo de dos
esqueletos de plesiosaurios, troncos fósiles de hasta tres metros de largo junto con
otros ejemplares delprimer dinosaurio antártico del Cretácico que proliferaron
hace setenta millones de años.
En la isla de Cerro Nevado, continúan las tareas de reconstrucción y ambientación
de la cabaña de la expedición Nordenskjöld.
Como complemento al quehacer sintetizado, se concreta durante el verano un
viaje de turismo organizado por una empresa privada que contrata los servicios del
buque polar Bahía Paraíso, transportando en esa oportunidad a 64 turistas.
Durante esta campaña, visitan la Antártida directivos de la Dirección Nacional del
Antártico y del Instituto Antártico Argentino. Especialmente invitados, viajan
también legisladores nacionales.
1986-1987 El capitán de navío José Luciano Luis Acuña, como comandante conjunto del
rompehielos Almirante Irízar y del buque Bahía Paraíso durante la campaña 1986-
1987, realiza el relevo y abastecimiento de las bases antárticas y presta apoyo
logístico a la actividad científica, en cuyo desarrollo el personal del Instituto

264
Antártico Argentino hace relevamientos morfológicos y químico-planctológicos de
lagos de agua dulce en inmediaciones de la Base Esperanza.
Entre el 9 de diciembre y el 25 de enero, el Bahía Paraíso efectúa cuatro cruceros
turísticos.
1987-1988 Durante la campaña antártica 1987-1988, el capitán de navío Manuel Guillermo
Videla, como comandante conjunto del rompehielos Almirante Irízar y del buque
Bahía Paraíso, dirige la campaña en la cual se relevan y abastecen las bases
antárticas y se da apoyo logístico a la actividad científica, que contaba con la
participación del Instituto Antártico Argentino, cuyo personal prosiguió con los
programas de ciencias de la tierra y el mar; del Servicio Meteorológico Nacional
que efectúa observaciones meteorológicas, glaciológicas y de radiación solar, y del
Servicio de Hidrografía Naval, que desarrolló tareas oceanográficas.
Como en la campaña anterior, el Bahía Paraíso realiza cuatro cruceros turísticos
entre el 8 de diciembre y el 29 de enero.
1988-1989 En la campaña 1988-1989, bajo el comando del capitán de navío Ismael Jorge
García y con los buques Almirante Irízar y Bahía Paraíso, son relevadas y
abastecidas las estaciones antárticas; se efectúa la reconstrucción del refugio
Puerto Moro en la zona de la bahía Esperanza y el mantenimiento y recuperación
de la red de balizamiento existente.
La actividad científica cuenta con la participación del Instituto Antártico Argentino,
el Servicio Meteorológico Nacional y el Servicio de Hidrografía Naval. Se realiza la
actualización cartográfica en la ruta a la base Belgrano III, por el nuevo trazado de
la barrera de hielos de Filchner; se efectúa el reconocimiento de la nueva ruta de
navegación terrestre, sobre la costa Confín y hasta la longitud de Halley Bay, y se
hacen tareas hidro-oceanográficas.
El buque Bahía Paraíso encalla en una roca sumergida a baja profundidad del
estrecho de Bismarck el 28 de enero a las 14.00, marcando el azimut 095 y seis
cables a punta Bonaparte, a corta distancia de las islas Amberes y de la estación
científica Palmer (Estados Unidos.); zafó luego de su varadura, hundiéndose el 31
de enero a las 21:53, en latitud 64º 46’ Sur, longitud 64º 06’ 06’’ Oeste, a escasa
distancia del lugar de la varadura.
1989-1990 El capitán de navío Mario Dante Barilli, como comandante conjunto, dirige la
campaña 1989-1990 con los buques Almirante Irízar y Francisco de Gurruchaga,
que efectúan el relevo y abastecimiento de las estaciones y dan apoyo logístico a
los grupos científicos.
La actividad científica cuenta con la participación del Instituto Antártico Argentino,
el Servicio Meteorológico Nacional y el Servicio de Hidrografía Naval, que
continúan las tareas de las campañas anteriores. Intervienen además las siguientes

265
instituciones: Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Centro de
Investigaciones en Recursos Geológicos, Instituto Nacional de Tecnología
Industrial, Ministerio de Educación, Servicio Nacional de Parques Nacionales y los
Museos de Ciencias Naturales de Buenos Aires y de Mar del Plata. Durante esta
campaña, se produce un hallazgo de importancia en el campo de la paleontología:
fueron descubiertos por primera vez en la Antártida, en nuevas áreas fosilíferas de
la isla Vicecomodoro Marambio, fósiles de mamíferos ungulados.
1990-1991 Bajo el comando conjunto del capitán de navío Gustavo Adolfo Rojas, intervienen
en la campaña 1990-1991, el rompehielos Almirante Irízar y los avisos Francisco de
Gurruchaga y Comandante General Irigoyen. Son relevadas y abastecidas las
estaciones, se presta el apoyo logístico de rutina a los grupos científicos y se hacen
expediciones de corto y mediano alcance en las zonas de influencia de cada una de
las bases activadas, con tareas de cartografía, topografía, geodesia, navegación
terrestre y técnica polar. El Servicio de Hidrografía Naval realiza tareas hidro-
oceanográficas y el Servicio Meteorológico Nacional hace observaciones
meteorológicas, glaciológicas y de radiación solar. El Instituto Antártico Argentino
desarrolla tareas científicas y técnicas propias y en colaboración, integrando el
grupo de tareas en sismología del fondo oceánico, en cumplimiento del programa
conjunto de investigación con Polonia y Japón, y participando en el Plan de
Contingencia Anticontaminación en el área de la base Palmer (Estados Unidos); en
el lugar del casco hundido del transporte Bahía Paraíso, se efectúa buceo para
control de pérdida de hidrocarburos, para lo cual se realiza el tendido de barreras
alrededor del casco, en ejercicio combinado entre el Grupo Anticontaminación del
aviso Irigoyen, personal del la Base Palmer y de la National Science Foundation
para evaluación del Plan de Contingencia; en caleta Potter se fondean testigos con
diversas combinaciones de agua, hidrocarburos y lubricantes, para evaluar a fines
de 1991 y de 1992, su descomposición en condiciones similares a las existentes en
el casco hundido.
1991-1992 Bajo el comando conjunto del capitán de navío Raúl D. Pueyrredón, participan en
la campaña 1991-1992, el rompehielos Almirante Irízar y los avisos Comandante
General Irigoyen y Francisco de Gurruchaga, este último de estación en Ushuaia.
Son relevadas y abastecidas las estaciones y se presta apoyo logístico a la actividad
científica, participando el aviso Irigoyen en el Plan de Contingencia Antipolución,
que se realizó entre el 15 de diciembre y el 22 de febrero en el área de la Base
Palmer (Estados Unidos), con intervención del Instituto Antártico Argentino, que
realiza también estudios en el campo de las ciencias de la tierra, del mar,
meteorológicas y biológicas. Se instala un espectrofotómetro Brewer (Canadá),
propiedad del IFA, y una computadora terminal NODE CONTROLER con un

266
transmisor y un receptor para emisión diaria de datos desde la Base Belgrano II a
Buenos Aires, en forma continuada durante no menos de tres años.
1992-1993 La campaña antártica 1992-1993 se realiza bajo el comando del capitán de navío
Leónidas I. Llanos y se extiende desde el 20 de noviembre de 1992 al 27 de marzo
de 1993. Prestan apoyo el rompehielos Almirante Irízar y el aviso Francisco de
Gurruchaga.
Se realiza la extracción del combustible remanente del casco del transporte Bahía
Paraíso con personal propio y de la empresa holandesa participante.
1993-1994 Bajo el comando conjunto del capitán de navío Ricardo Guillermo Corbetta, se
inicia la campaña 1993-1994, que contó con la participación del rompehielos
Almirante Irízar. Durante la campaña prestan apoyo aéreo aviones de la Fuerza
Aérea Hércules C-130 y helicópteros Puma.
Se presta apoyo sanitario a las bases extranjeras Arctowsky (Polonia) y King Sejong
(Corea). Se efectúa búsqueda y rescate de una expedición polaca (el 31 de julio de
1994).
La actividad científica y técnica es la siguiente: intervienen 178 científicos y
técnicos, entre ellos catorce extranjeros (un australiano, tres alemanes, cuatro
españoles, cuatro italianos y dos polacos). Se desarrollan cincuenta programas
científico-técnicos, tres programas técnico-logísticos y tres de apoyo a programas
extranjeros. Entre los temas tratados figuran: recursos mineros, pesqueros, medio
ambiente y desarrollo de energías no convencionales. El Instituto desarrolla sus
programas de ciencias de la tierra, ciencias del mar, ciencias de la atmósfera y
ciencias biológicas.
El 20 de enero se inaugura en la base Jubany el Laboratorio Dallmann argentino-
alemán. Se instala el primer Laboratorio para Medición de Anhídrido Carbónico
con el fin de estudiar el efecto invernadero (programa conjunto con el Instituto de
Física de la Atmósfera, Roma),y la Dirección y el Instituto Antártico argentinos. Se
instalan dos de los tres equipos EVA (Espectómetro Visible de Absorción) para
establecer una red de medición del ozono (Convenio Argentino-Español). En la
base San Martín, científicos alemanes desarrollarn el programa OEA de Percepción
Remota, previéndose un trabajo conjunto argentino-alemán para la campaña
1994-1995.
1994-1995 Bajo el comando conjunto del capitán de navío Carlos Daniel Carbone, se inicia la
campaña 1994-1995 con la participación del rompehielos Almirante Irízar.
Participaron también aviones Hércules C-130, DH-6 y helicópteros B-212.
La actividad científica y técnica es la siguiente: intervienen 76 científicos y técnicos.
Se desarrollan programas de recursos mineros, pesqueros, medio ambiente,
desarrollo de energías no convencionales y logístico. Se lleva a cabo una actividad

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conjunta con Estados Unidos., Alemania, Japón, España, Italia, Austria y Bulgaria.
El Instituto desarrolla sus programas de ciencias de la tierra, ciencias del mar,
ciencias de la atmósfera, museo y —por primera vez— una misión pastoral, que
recorre las bases Esperanza, Jubany y Marambio, a cargo de monseñor Alejandro
Inzaurraga Frías.
En la base Belgrano II se instala el primer Observatorio Astronómico Polar
Argentino, bautizado “José Luis Sersic”, y una antena satelital para transmisión de
datos del LABEL (Laboratorio Belgrano). En Decepción se instala el primer
observatorio vulcanológico de la Antártida y, en proximidades de la Base San
Martín, el refugio ONA para apoyo logístico al programa de percepción remota de
imagen (ERS. 1 y ERS. 2), corrimiento de glaciares y posicionamiento GPS, bajo el
convenio entre la Universidad de Freiburg (Alemania), y la Dirección y el Instituto
antárticos argentinos y la Gobernación de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del
Atlántico Sur. Bajo el mismo convenio, los alemanes instalan una Central
Meteorológica Autónoma en la base San Martín.
1995-1996 Bajo el comando del capitán de navío Carlos Daniel Carbone, se efectúa la
campaña 1995-1996, en la que intervinieron el Almirante Irizar, un Hercules C-130
y helicópteros B-212 y BHC-6.
1996-1997 En la campaña 1996-1997, bajo el comando del capitán de navío Francisco Héctor
Cachaza intervienen el rompehielos Almirante Irízar, el buque oceanográfico
Puerto Deseado, el aviso Suboficial Castillo, los aviones de la Fuerza Aérea Hércules
C-130 y Twin Otter DHC-6 y helicópteros B-212 y un helicóptero del Ejército Super
Puma.
La escuela de la base Esperanza es transferida a la dependencia de la provincia de
Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur y rebautizada Escuela Nº 38
Presidente Julio A. Roca.
1997-1998 Bajo el comando conjunto del capitán de navío Juan Carlos Ianuzzo, se inicia la
campaña 1997-1998 con el Almirante Irízar, el Hercules C-130, el Twin Otter DHC-6
y helicópteros B-212, Super Puma y Sea King. Se hace un relevo de emergencia en
la base Belgrano II, donde quedan sólo nueve hombres.
1998-1999 Bajo el comando conjunto del capitán de navío Juan Carlos Ianuzzo, se inicia la
campaña 1998-1999, que se desarrolla con el Almirante Irízar, el Puerto Deseado,
aviones Hércules C-130 y Twin Otter DHC-6, y helicópteros B212 y Sea King.
1999-2000 Bajo el comando conjunto del capitán de navío Marcelo Gustavo Genne se inicia la
campaña 1999-2000, que se desarrolla en tres etapas con el Almirante Irízar, el
Hércules C-130, el Twin Otter DHC-6 y los helicópteros B-212 y Super puma.
El 5 de enero del 2000 arriba al Polo Sur geográfico la expedición técnica científica
del ejército al mando del teniente coronel Victor Hugo Figueroa.

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El 31 de enero el Almirante Irízar recibe un pedido de auxilio del Clipper
Adventurer, varado con turistas al norte de la isla Belgrano (bahía Margarita). A las
18:30 el rompehielos llega hasta el Clipper, picando durísimo hielo de hasta dos
metros de espesor. A las 2.25 del 1º de febrero, se consigue abrir una laguna en
derredor del Clipper para hacerlo entrar en una grieta abierta por el rompehielos y
remolcarlo hasta aguas libres, lo que se consigue a las 9:15.
2000-2001 Bajo el comando conjunto del capitán de navío Carlos Picone, se realiza la
campaña antártica 2000-2001, interviniendo el Almirante Irizar, el Puerto Deseado,
los aviones Hércules C-130 y Twin Otter DHC-6 y helicópteros B212 y Super Puma.
2001-2002 Bajo el comando del capitán de navío Raúl Eduardo Benmuyal, se realiza la
campaña 2001-2002. Se hace en dos etapas; enero-marzo y abril-mayo, con el
Almirante Irízar, dos helicópteros embarcados Sea King, dos aviones Hércules C-
130, un Twin Otter DHC-6 y un Boeing B-707 para transporte de personal. El aviso
Suboficial Castillo colabora en el traslado de personal y carga.
En junio de 2002 el Almirante Irízar recibe la orden de acudir en auxilio del buque
multipropósito alemán Magdalena Oldendorff, atrapado por el hielo en los 70º Sur
y 01º Este, condenado a una invernada forzosa, sin combustible ni víveres. Para
realizar la operación, denominada “Cruz del Sur”, el personal es instruido durante
el viaje (ya que nunca se suele ir a la Antártida en invierno) y, en este caso, bajo
durísimas condiciones climáticas, con tempestades, en una de las cuales las olas
alcanzaron los treinta metros de altura. El rompehielos, finalmente, pudo llegar
hasta el buque alemán, pero no logró sacarlo. Se le dejó un médico argentino,
víveres y combustible.
2002-2003 En esta campaña, comandada por el capitán de navío Delfor Raúl Ferraris, actúa
sólo el Almirante Irizar, que continúa con programas iniciados en las campañas
anteriores, contribuyendo al proyecto GLOSS, en colaboración con la Universidad
de Hawai y la Administración Nacional del Océano y la Atmósfera de Estados
Unidos.

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