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 — 19 MAR, 2009

El pensamiento de Friedrich Nietzsche refleja la crisis de la filosofía de


finales del siglo XIX, crisis de la que nosotros somos en buena medida
herederos. Por un lado desde Arthur Schopenhauer la razón como medio de
alcanzar el conocimiento e incluso el valor del conocimiento en sí sufría
durísimas críticas por parte de los filósofos vitalistas; por otro, la misma
filosofía se veía atacada por el positivismo cientificista que consideraba a
esta disciplina como un modo de conocimiento vetusto, inútil y que debía
ser reemplazado por la ciencia. Recogiendo ambas tradiciones críticas con
la filosofía y las visiones heredadas Nietzsche elabora un pensamiento
radicalmente innovador y que se pretende antagónico a todo pensar
tradicional.

DE KANT A SCHOPENHAUER:
Immanuel Kant (1724-1804) estableció que conocemos fenómenos pero
no hechos en sí. Es decir, que nuestra mente capta la realidad exterior a
ella de una manera que no sabemos si se corresponde a lo que existe fuera
de ella. El mundo tal y como aparece en nuestra mente es un fenómeno
causado por algo externo a la propia mente; este algo es la cosa en sí o
noúmeno. En el momento que el hombre capta el noúmeno ya lo capta
como fenómeno así que el mundo en sí en algo absolutamente inaccesible
al sujeto. Esta constatación kantiana de la imposibilidad de conocer el
mundo en sí mismo abre para muchos las puertas al escepticismo que
luego se desarrollaría en autores como Nietzsche.
Arthur Schopenhauer (1788-1860) igual que Kant consideraba que
existen dos mundos: el que conocemos por nuestra mente y el que es en
sí. El que conocemos por nuestra mente es una representación del mundo
en sí, una mera construcción de nuestra mente que nos permite adaptarnos
al entorno; integrando el pensamiento oriental en su filosofía llega a decir
que esta “representación” es una mera ilusión que nos oculta el mundo en
sí… un simple engaño.
Al contrario que Kant, Schopenhauer cree que es posible conocer al
mundo en sí. Nosotros mismos como seres que conocemos tenemos una
doble perspectiva: conocemos el mundo externo (representación) y nos
conocemos a nosotros mismos (mundo en sí). El hombre al pertenecer al
mundo es tanto representación como cosa en sí y por lo tanto al dirigir la
mirada a nuestro interior podemos descubrir la esencia del mundo reflejada
en nosotros.
Mi cuerpo es un objeto del mundo (fenómeno) pero al autoconocerme
percibo que lo que fundamenta mis actos y mi persona es la voluntad. El
querer, el apetecer, el buscar la satisfacción son los modos como mi
corporalidad se comunica con mi mente. El mundo en sí se objetiva en mi
cuerpo como deseo. Los deseos son múltiples y además imposibles de
satisfacer: hambre, sed, dolor, frío, deseo sexual, etc. así que podemos
concluir que el mundo en sí es voluntad.
De hecho en el mundo natural vemos la voluntad por todas partes: los
animales se devoran entre sí, copulan, crían e indefectiblemente mueren.
La naturaleza es un enorme y cruel campo de batalla en donde desde el
microbio hasta el ser humano están en perpetua batalla por la vida; son
meros títeres de la voluntad. La muerte es el fin de todo ser vivo pero la
muerte no afecta a la voluntad que es insaciable e infinita: por cada ser
muerto millones de seres crecen de sus despojos. Los seres vivos son
meras sombras de las llamas de la voluntad.
El mundo es sufrimiento ya que por un lado el fin de la voluntad de vivir
es vivir para siempre y eso es imposible; y por otro, la voluntad se
manifiesta en forma de deseos que o bien son insatisfechos, y generan
sufrimiento, o bien son satisfechos y generan nuevos deseos. Por lo tanto,
el hombre sabio se aparta del deseo en lo posible y evita ser arrastrado por
la voluntad al camino del sufrimiento; el filósofo debe, también, captar el
carácter meramente ilusorio de sus construcciones mentales
(representación) que le intentan ocultar la horrible realidad del mundo y
arrastrarlo al deseo.
En este mundo ilusorio y cruel solo cabe la compasión como modo de
relacionarse éticamente con los otros. Las otras personas son, como yo,
apariciones de la voluntad, espejismos efímeros seducidos por el deseo. El
otro es en esencia yo y su sufrimiento es el mismo que el mío. Reconocer la
comunión de todos los seres y por extensión de todos los hombres a través
de la compasión es el camino del hombre sabio frente al ciego e ignorante
egoísmo individualista que ve en el otro a un completo extraño.
Nietzsche tomará del pensamiento de Schopenhauer la idea de que el
mundo es voluntad de vida, voluntad insaciable, loca e infinita; sin
embargo, aún asumiendo el carácter de “lucha perdida” que tiene la vida
valorará este deseo de vivir como noble y deseable en sí mismo y criticará
la negación del deseo que hace su maestro. La compasión hacia el débil
será para Nietzsche una muestra más de la falta de voluntad de vivir de la
filosofía de Schopenhauer.

EL DARWINISMO SOCIAL:
Charles Darwin (1809-1882) había establecido que en la evolución de las
especies la supervivencia del más apto jugaba un papel determinante: los
animales mejor adaptados al medio sobrevivían mientras que los peor
adaptados perecían. De esta manera las especies mejoraba y se adaptaban
a los cambios del medio. El darwinismo social fue un movimiento filosófico
que fascinado por estas ideas de Darwin trasladó estos conocimientos al
estudio de la sociedad humana.
Herbert Spencer (1820-1903) creía que el universo evolucionaba desde
el caos indiferenciado hasta el orden diferenciado. En las sociedades
humanas esto es así también ya que hemos evolucionado desde hordas
primitivas en donde la individualidad no existía hasta la actual sociedad
liberal-capitalista en donde existe orden social y una clara diferenciación
entre individuos. El capitalismo es un sistema en el que gracias a la lucha y
colaboración entre individuos se crea la riqueza y el bienestar social aunque
como consecuencia colateral y natural algunos elementos débiles queden
fuera del sistema. Bajo las premisas del concepto darwinista de “la
supervivencia del más apto” Spencer consideraba que la sociedad no debía
de ayudar a estos individuos o pueblos débiles ya que solo se conseguiría
prolongar la agonía de los menos aptos o alterar el orden natural de las
cosas.
Nietzsche incluyó en su sistema la certeza darwinista de la dureza de la
lucha por la vida y la idea de que solo los más aptos en esta lucha
sobreviven; no obstante el filósofo alemán estaba lejos de creer que el
capitalismo mercantilista fuera en donde pudiera nacer y crecer su
pregonado “superhombre”.

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