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CONFLICTO ARMADO, POSACUERDO Y POSCONFLICTO

El conflicto armado colombiano ha perdurado por más de cinco décadas


en una confrontación bélica irregular, tanto en el tiempo como en el espacio. En
esta prolongada disputa se han enfrentado: la fuerza pública colombiana- Ejercito,
policía, Fuerza Aérea y Armada-, grupos insurgentes de izquierda- de los cuales
persisten en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia- Ejército del
Pueblo (los que no se acogieron al acuerdo) y el Ejército de Liberación Nacional
(ELN)-, y grupos paramilitares de derecha, algunos de los cuales participaron en
un proceso de desmovilización, a mediados de la década de 2000, llamado
Justicia y Paz, pero lo de los que se mantienen activas algunas estructuras
heredadas.

Si bien es posible comprender la articulación del actual conflicto armado


con procesos históricos ocurridos durante la primera mitad del siglo XX, este
generalmente se asocia con la emergencia de los grupos guerrilleros de
orientación marxista. La fundación de las guerrillas de izquierda ocurrió en el año
de 1964; los orígenes de las FARC- EP están en las bases campesinas heredadas de
las guerrillas liberales que participaron en la época de la violencia (1948-1954). Por
su parte el ELN surge de una confluencia de sectores campesinos y urbanos
inspirados en la experiencia de la revolución cubana y las guerras de liberación
nacional. Otras guerrillas de izquierda fueron fundadas y operaron durante las
décadas de 1970 y 1980, pero participaron en procesos de negociación y
desmovilización que convergieron en la posterior Asamblea Nacional
Constituyente que promulgó la Constitución Política de 1991. Al respecto, acá vale
la pena aclarar que aún hay presencia del Ejército Popular de Liberación (EPL) en
el Catatumbo. De su lado, los grupos paramilitares, si bien recogen las formas de
operar de bandas criminales de La Violencia, reaparecen con mayor ímpetu en
algunas regiones con presencia guerrillera, como parte de una ofensiva
contrainsurgente que atacó no solamente los grupos armados, sino también a
amplios sectores de la población, bajo el supuesto de que compartían su
plataforma ideológica y política. Aunque las mayores estructuras paramilitares
participaron de un cuestionado proceso de desmovilización y reintegración
ocurrido durante los dos mandatos del gobierno de Álvaro Uribe Vélez (2002-2010),
en muchas regiones estas continúan operando sin unidad de mando nacional y
siguen siendo responsables de graves violaciones de los derechos humanos de
población civil.

Las causas estructurales que subyacen la emergencia del conflicto armado


en Colombia están vinculadas con problemas históricos, como el inacabado
proceso de construcción del Estado, la ausencia de referentes de identidad
nacional y la falta de integración de las regiones a un proyecto político centralista.
Se destacan algunas causas consideradas estructurales, como la cuestión agraria
y el problema de concentración de la propiedad y la tenencia de la tierra, la
participación y el déficit de representación política de diversos grupos sociales-
clases, sectores políticos, entre otros-frente al Estado; la débil integración de las
regiones en las dinámicas económicas y políticas de la nación (Moncayo, 2015); y
la precariedad institucional, entre otras. En la medida en que el conflicto armado
ha perdurado en el tiempo, otras dimensiones se han vinculado a su desarrollo.
Entre ellas, destaca el vínculo con las actividades económicas ilícitas,
particularmente con la producción de drogas prohibidas y la economía del
narcotráfico, y un intenso proceso de victimización de la sociedad civil (Pizarro,
2015). Adicionalmente, hay autores que destacan la importancia de causas
subjetivas, tanto en el origen como en el sostenimiento de la confrontación armada
(Wills, 2015).

Sin embargo, los efectos del conflicto armado, con sus trayectorias e
impactos, no han sido homogéneos en todo el territorio nacional. El estudio de las
dinámicas del conflicto armado lleva a construir una serie de lecturas del mismo,
dentro de las cuales se destacan los siguientes elementos: a)el conflicto armado
colombiano es heterogéneo en el espacio y en el tiempo, b) las variaciones
espaciales y temporales se explican por la persistencia de problemas de larga
duración que impiden el ejercicio de una plena ciudadanía y por un proceso
inacabado de construcción del Estado que se expresa en su presencia
diferenciada y una incesante negociación con los poderes locales y regionales; c)
la violencia política y el conflicto armado indican diversas modalidades de
inserción de las regiones en la vida nacional y escalas de impactos humanitarios y
de construcción del Estado que deben ser atendidos de forma igualmente
diferenciada (Vásquez, 2013: González, 2014). Así como el conflicto armado ha
variado su trayectoria, según los diferentes territorios donde los actores han
operado, sus alternativas de transformación deben ser igualmente diferenciadas
en lo territorial.
Una de las vías para identificar dichos contrastes territoriales en relación con
las dinámicas del conflicto armado se enfoca en los diferentes procesos de
victimización de la sociedad civil. En términos generales, la victimización ha sido
una de las consecuencias más profundas del conflicto armado para la sociedad
colombiana en su conjunto. Las dimensiones de este proceso pueden
comprenderse al contemplar las cifras sobre el particular. Se calcula que ha
causado la muerte de cerca de 220.000 personas, incluidas las producidas en más
de 1.892 masacres acontecidas entre 1982 y 2012, la desaparición forzada de más
de 25.000 personas, más de 27.073 secuestros y cerca de seis millones de víctimas
de desplazamiento forzado interno según el Centro Nacional de Memoria Histórica
(CNMH, 2013). El proceso de victimización ha sido tal que en la mesa de
negociaciones se incluyó el tema de las víctimas y su acceso a la justicia y la
reparación.

Además de los derechos de las víctimas, en el proceso de negociación entre


el gobierno nacional y las FARC –EP se incluyeron algunos de los aspectos que
subyacen al origen de la confrontación, como la cuestión agraria, la participación
y representación política, y otros factores articulados a la dinámica y la evolución
del conflicto armado, como el programa de las drogas ilícitas y el narcotráfico.

En el acuerdo denominado “Reforma rural integral” por ejemplo “se sientan


las bases para la transformación integral del campo, (que) crea condiciones de
bienestar para la población rural”, en el acuerdo sobre “Participación política:
apertura democrática para construir la paz”, se apuesta por el fortalecimiento del
pluralismo político y la representación de sectores sociales tradicionalmente
excluidos de este escenario, y por el ejercicio de derechos de la oposición y
garantías para la inclusión política; y en el acuerdo sobre solución del problema de
drogas ilícitas se buscó una conclusión definitiva que incluyera los cultivos de uso
ilícito y la producción y comercialización de estas. Finalmente, las partes
construyeron un valioso acuerdo sobre el tema de víctimas, denominado Sistema
Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, que incluye la Jurisdicción
Especial para la Paz y un compromiso de Derechos Humanos. La formulación de
dicho de acuerdo tuvo como antesala de visita de 60 víctimas de conflicto armado
quienes compartieron sus experiencias con los miembros de las delegaciones en la
negociación. Este acuerdo promueve el reconocimiento, la participación y la
satisfacción de los derechos de las víctimas en el marco del esclarecimiento de la
verdad, como medida privilegiada del sistema de justicia restaurativa.

El conjunto de los acuerdos de paz, así como la firma de los acuerdos, deben
tener en cuenta, -el fin del conflicto y la implementación, verificación y
refrendación de los acuerdos-, que marcan el fin de la etapa de confrontación
bélica entre estos dos actores y el subsiguiente proceso de construcción de paz.
Este período no solo involucra a los dos factores enfrentados, sino también al
conjunto de la sociedad, durante un largo camino de implementación de lo
pactado. Es importante sentar esto como precedente en el dialogo con el ELN.

Los elementos descritos llevan a considerar las distinciones conceptuales


entre el posacuerdo y el postconflicto. El posconflicto es usualmente usado, en el
ámbito internacional, para referirse al período subsiguiente a la firma de las
negociaciones de paz; a un acuerdo de armisticio; o con menor frecuencia, a la
victoria militar de una parte sobre la otra. A partir de los documentos orientadores
producidos por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el termino
postconflicto se asocia con una etapa de estabilización política en la cual se
prioriza un proceso de construcción de paz en la cual se busca contener los efectos
directos de la guerra y mejorar la gobernabilidad del Estado y sus instituciones. Ello
puede incluir, como medidas de contención de la violencia; el desarme de los
actores armados, la destrucción de armas, la asistencia al retorno los refugiados y
desplazados; y como medidas de sostenimiento de la paz; el apoyo y el monitoreo
de los procesos electorales, la protección efectiva de los derechos humanos y el
fortalecimiento de la democracia (ONU, 1992). La inclusión de lo relativo al
tratamiento de disputas por tierras y territorio, como medidas apropiadas para la
construcción de paz, se dio con posteridad a esta agenda internacional. (Takeuchi,
2014).

Sin embargo, el ámbito nacional se nacional se diferencia entre


postconflicto y “posacuerdo”, con sus implicaciones respectivas. La diferenciación
apunta a algo que ha sido ampliamente a los estudios por sobre paz (Garwec,
2006); la firma de acuerdo de paz entre las partes en una confrontación armada
no significa por si sola la superación de los conflictos que afronta una sociedad,
sino que dicho momento debe ser más bien asimilado como el culmen de la
negociación que hizo posible un pacto de paz, que a su vez marca el inicio de un
período largo de implementación de profundas transformaciones políticas,
sociales, económicas y culturales, contenidas en los acuerdos pactados.
Así, podrá precisarse que el concepto de posacuerdo alude al momento
posterior de los acuerdos de paz, y el de postconflicto, el resultado progresivo de
la implementación de los acuerdos, lo que implica, a su vez, el logro de
transformaciones políticas. Sin embargo, dicha interpretación corre el riesgo de
pensar que sólo habrá posconflicto cuando se haya superado en conjunto las
conflictividades sociales, lo cual puede ser imposible de alcanzar.

Adicionalmente, el inicio de los programas de justicia transicional también


inaugura la fase del posacuerdo. Así, una vez los conflictos relativos a la
responsabilidad de los actores armados sean resueltos a través de la administración
de justicia, se consolidará con mayor fuerza una etapa de posconflicto.

Dicha diferenciación permite orientar las lecturas e interpretaciones


construidas desde los territorios donde han coincido el conflicto armado y los
extractivismos. Los autores y autoras de este libro no toman un solo partido en esta
compleja diferenciación. Si bien se reconoce que la firma de los acuerdos no
implica la solución de los conflictos derivados de esta interración, se acepta que
significan una oportunidad por su transformación mediante el desarrollo de los
principios que subyacen a los pactos de paz. Más que reducir la diferenciación
conceptual entre posacuerdo y posconflicto-entre una acepción políticamente
correcta frente a otra conceptualmente débil-, interesa demostrar la complejidad
de los procesos de mediano y largo plazo, durante los cuales, mediante la
implementación de los acuerdos de paz, se iniciará la transformación de aquellos
conflictos históricos que subyacen o se vinculan con la confrontación armada.

Así, el proceso de transformación del conflicto armado y de las causas que


lo originan no se logra con la firma de los acuerdos, sino con un complejo proceso
de implementación de lo pactado, en territorios concretos en los cuales no
solamente están presentes las partes que negociaron, sino también otros actores
armados y, lo más importante, una amplia cantidad de organizaciones sociales
que habitan dichos territorios.

A pesar del duro proceso de victimización, la sociedad civil colombiana y los


movimientos sociales han desarrollado un desafiante proceso de organización y de
fortalecimiento de sus capacidades para la construcción de paz. Desde los
territorios afectados por las dinámicas del conflicto armado, las comunidades y los
grupos sociales se han organizado para la defensa de la vida y de sus territorios,
realizar ejercicios de gobierno propio del territorio y desarrollar acciones de
exigibilidad de derechos. La etapa de implementación de los acuerdos de paz
debe basarse en las capacidades sociales para la construcción de paz, que han
construido incluso propuestas de desarrollo local viables en medio de la
confrontación armada.

Así, tanto el conjunto de acuerdos de paz, como específicamente la


participación en política en los territorios y en las organizaciones que allí habitan
aumentan las expectativas de intervención política. El concepto de paz territorial
emerge como el reconocimiento de una situación evidente para todos y todas. Los
procesos de construcción de paz no pueden responder a fórmulas o recetas
construidas desde un escenario nacional general y abstracto, sino que deben
guiarse por las necesidades y dinámicas políticas, sociales y culturales propias de
cada territorio. Si bien los actores que negocian la paz (El Estado y las guerrillas) se
expresan en el nivel nacional, sus procesos de construcción y relacionamiento son
diferenciados de los territorios y las regiones que conforman la diversa geografía
colombiana.

La paz territorial es entonces un escenario de deliberación y confrontación


política, en el cual se ponen a prueba la interración entre la sociedad y el Estado y
las diversas expresiones de representación política. Una de las expresiones más
significativas de construcción de la paz será la intensificación del proceso de
construcción del Estado, en el cual intentarán incidir la sociedad civil, local y
regional, con sus diferentes expresiones políticas. El éxito de este proceso
dependerá de que tanto logran orientar la construcción de un Estado y las políticas
públicas dichas formas de organización política de la sociedad, de modo que
respondan a las necesidades e intereses de las regiones, y no únicamente a los del
Estado Nacional, los agentes privados y las corporaciones trasnacionales.

Muchos procesos de construcción de construcción de paz en países que


atraviesan procesos de posconflicto han fracasado cuando la interración entre la
sociedad y el Estado viene mediada por la promoción de la democracia liberal y
la economía de mercado, particularmente porque han ido en detrimento de la
seguridad humana, han incrementado las desigualdades económicas y han
puesto en riesgo economías se subsistencia de las poblaciones locales (Takeuchi,
2014).

Por tanto, lo que se pone en juego con el anuncio de la construcción de la


paz territorial no solo es la exclusión de la violencia como formas de expresión
política y canal de resolución de conflictos y disputas. En este complejo camino, se
hace necesario reconocer los vínculos entre la sociedad, la política y la naturaleza.
Del fino equilibrio entre estas depende también la sostenibilidad de la paz que se
vaya a construir en los mismos territorios.

La empresa tiene un papel determinante desde la teoría de la gobernanza,


y la Responsabilidad Social Empresarial, por lo que debe apoyar a satisfacer las
necesidades básicas de la sociedad, proteger los Derechos Humanos y propender
por el logro de la paz en el proceso de posconflicto, entendido este como el
proceso de construcción de paz que busca finalizar el conflicto armado, utilizando
estrategias políticas y jurídicas que permitan la reconstrucción del tejido social.

En Colombia se requiere la intervención del sector privado para lograr la


construcción de paz, entendida esta como el proceso vital donde no solo
intervienen los líderes políticos militares, sino también los diferentes sujetos activos
de una sociedad civil.

El gobierno colombiano debe implementar políticas públicas coherentes


con las teorías de la gobernanza, debe buscar aliados estratégicos para proteger
las garantías que se han perdido debido al conflicto, este aliado puede ser la
empresa ya que se vuelve un actor dentro de la acción de gobernar, generando
prácticas que combaten preocupaciones como la pobreza, la inclusión social, el
comercio justo y el entorno sostenible

Es necesario concientizar a los diversos actores que participan en la


gobernanza sobre el papel que les corresponde, el sector privado y la sociedad
civil deben comprender la necesidad de la interacción con el sector público
teniendo como finalidad satisfacer las necesidades de la sociedad, es necesario
aclarar que esto no busca reducir la responsabilidad del sector público. 1

Dentro de un contexto económico, social y político actual, la principal


responsabilidad de la empresa es utilizar eficientemente los recursos que la misma
dispone con un fin económico, pero teniendo en cuenta que dicho fin o fines se
generan gracias a la ayuda de un grupo social de personas, la empresa debe
actuar cumpliendo con las obligaciones laborales legales, respetando y
protegiendo sus Derechos Humanos, y es por esto que debe replantear sus

1 Rhodes, Arthur William. 1996. “The New Governance: Governing Without Government”, Political Studies
objetivos, responsabilidades y políticas empresariales enfocándose principalmente
en los intereses o riesgos de los grupos de intereses o “Stakeholders”2

La empresa debe establecer una política de relación con sus stakeholders


donde logre incorporar una perspectiva de construcción de paz, siendo esta clave
para la correcta inserción de la empresa en el posconflicto, logrando así
consolidarse en el mercado y construir una relación estable con la comunidad con
quien interactúa, donde la empresa debe estar dispuesta a un proceso de
innovación y de aprendizaje participativo, basada en el proceso productivo que
genera su nuevo papel en la sociedad, pues debe reconocerse como un actor
que tiene la capacidad de generar desarrollo y crecimiento económico, lo que
ayudará a que un proceso de paz prospere a mediano y largo plazo, logrando que
el conjunto de la población desarrolle sus capacidades permitiendo así cambiar
las raíces económicas de violencia por oportunidades de paz y desarrollo donde
la construcción de paz sea eficaz y constante.

Es por lo anterior que la empresa debe desarrollar políticas internas que


permitan el sostenimiento y estabilidad de un entorno de paz, donde deberán
consolidar estrategias como lo son el apoyo de la población desplazada y la
reintegración a la vida laboral de los excombatientes, a través de la creación de
nuevos empleos y las políticas de RSE puedan contribuir a la reconstrucción del
tejido social, por medio de procesos sociales de perdón, reconciliación y
consolidación de la sociedad civil en la que desarrollan su actividad empresarial
los cuales funden condiciones para construir lazos institucionales y sociales
necesarios para la construcción de paz.3

El papel de la empresa en el posconflicto es fundamental para la solución


de problemas de una sociedad que ha vivido por muchos años en situaciones de
conflicto, ya que el sector público se desgasta y difícilmente tiene la capacidad
de solventar las necesidades que se presentan. Es por esto que, el sector privado,
de acuerdo a las teorías de la gobernanza de Prats y Kooiman, debe considerarse
como un actor que puede y debe intervenir a la protección y garantía de los
derechos. Por lo anterior, las políticas de RSE deben estar enmarcadas en las
necesidades sociales que permita que la comunidad impactada se sienta
identificada, logrando así una gobernanza democrática. Las políticas de RSE en
escenarios de posconflicto deberán responder a los estudios y análisis por parte de
las empresas a las condiciones que han generado el conflicto, para así poder
construir las bases de una paz duradera donde la empresa retribuya a la sociedad
a través de métodos y estrategias políticas que garanticen la protección y
bienestar de la sociedad en la que interactúan. Por lo cual, las empresas

2 Suárez Tirado, Jorge. 2007. “Relaciones entre organizaciones y stakeholders: necesidad de una interacción mutua
entre los diversos grupos de interés”; Revista Innovar, 17(30): 153-158. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá,
Colombia.
3 Rettberg, Angelika. 2002. “Preparar el futuro: conflicto y posconflicto en Colombia”. Alfaomega. Universidad de

los Andes, Bogotá, Colombia.


colombianas deben auto-reconocerse como actores dentro del posconflicto,
integrando las necesidades de sus Stakeholders, permitiéndoles tener un impacto
real en el escenario local- nacional.

La Paz, es el llamado que le hace la sociedad actual, el contexto


colombiano y la Constitución de 1991 a la empresa, porque lo necesita y lo
reconoce como actor capaz de colaborar con la consecución de las condiciones,
que una vez terminado el conflicto bélico, ayude al país a mantener una
estabilidad y una paz perdurable.

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