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Aprendizajes en derecho comunitario a partir de trabajo clínico y pro bono en Colombia y Brasil View project
All content following this page was uploaded by Diana Patricia Quintero on 10 July 2017.
I. INTRODUCCIÓN.
*
Este trabajo ha sido realizado para el Centro de Apoyo académico al Legislativo, Departamento
de Ciencia política, Universidad de los Andes, Bogotá 1999.
*
Profesora Departamento de Estudios Jurídicos, Universidad del Valle, Cali.
*
Profesor Escuela de Filosofía, Universidad del Valle, Cali.
comúnmente utilizadas en dicha discusión. Puesto que en las controversias se
entremezclan apelaciones a principios religiosos o culturales, teorías metafísicas
acerca del sentido de la vida y consideraciones de carácter moral y legal,
analizaremos por separado las razones de carácter moral y los argumentos
propiamente jurídicos. Una dificultad adicional para enfrentar el tema deriva del
hecho de que las partes enfrentadas difieren a menudo en cuanto a la definición de
eutanasia o del derecho a una muerte digna. Se impone por consiguiente un trabajo
de aclaración conceptual sobre los diferentes términos.
II - CONCEPTOS BASICOS
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en una actitud serena, entreteniendo entre copa y copa a sus discípulos en una
amigable conversación acerca de la virtud, y preocupado por dejarles una lección de
vida. En su sentido más amplio, el derecho a una muerte digna denota la posibilidad
para todos de vivir de manera no traumática y sin dolor la experiencia de la muerte.
En el caso de pacientes que sufren enfermedades crónicas o irreversibles, este
nuevo derecho adquiere un sentido más específico y expresa el deseo de un trato
distinto por parte del personal médico, familiares y la sociedad en general, en la
inminencia de la muerte.
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encarnizamiento terapéutico y a la prolongación artificial de la vida en esas salas de
torturas en que se transforman a menudo las unidades de cuidados intensivos. El
paciente ahora pide que no se prolongue su vida sin más, y que los profesionales de
la medicina presten su colaboración para hacer la muerte más humana, en lugar de
seguir con su lucha contra la enfermedad para intentar postergar el momento de la
muerte. Esta práctica es consistente con una nueva manera de concebir la relación
médico-paciente, inspirada en la idea del consentimiento informado: las decisiones
sobre modalidad y duración del tratamiento se toman concertadamente, en vista de
la valoración siempre mayor de la autonomía individual. Por esto se cuestiona cada
vez más el obstinamiento terapeútico como una expresión de paternalismo.
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a. Un intento de definición. En sentido amplio, significa una buena muerte (eu-
thánatos), que se produce de manera natural, sin traumatismos ni sufrimientos. La
palabra eutanasia entra en el lenguaje médico al inicio del siglo XVII con el filósofo
inglés F. Bacon, quien sostiene que la tarea del médico no se limita a restablecer la
salud y abarca también la de mitigar los sufrimientos producidos por las
enfermedades.
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4. Otros conceptos relevantes para el debate sobre el derecho a una muerte
digna y la eutanasia.
a. Paciente competente. Es un paciente mayor de edad, en pleno uso de sus
facultades mentales, libre de desequilibrios emocionales, consciente de la evolución
de su enfermedad y de los beneficios y riesgos de determinados tratamientos.
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directa para cumplir con la voluntad del paciente? Las respuestas a estas cuestiones
de vida y muerte se complican, ante la existencia de múltiples perspectivas éticas.
Realizaremos un análisis crítico de los dos enfoques éticos más relevantes, para
esbozar enseguida una propuesta sustentada en una ética laica, susceptible de ser
controvertida con argumentos racionales.
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le mate y a quien responde de manera solidaria a esta solicitud: el primero actúa
inmoralmente por el hecho de disponer de un bien que no le pertenece; el segundo,
por desconocer el precepto sagrado de no matar. A pesar de este aparente
rigorismo, la doctrina de la iglesia deja abierta en la práctica la posibilidad de recurrir
a determinadas formas de eutanasia, utilizando otro nombre. Del énfasis en la
obligación de respetar el orden natural y la voluntad divina se deriva la licitud moral
de la interrupción de tratamientos médicos artificiales o extraordinarios y la oposición
al "encarnizamiento terapéutico"; y por medio de la teoría del doble efecto se justifica
la conducta del médico que le receta a un enfermo terminal una dosis de analgésicos
para mitigar el dolor, a sabiendas de que el efecto colateral podría ser la muerte del
paciente.
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caso específico del deber de conservar la propia vida, es suficiente recordar que los
estoicos no consideraban una violación del orden cósmico la decisión de quitarse la
vida en determinadas circunstancias. Además, muchos consideran igualmente
natural acudir al derecho de legítima defensa frente a quien amenaza nuestra
integridad física, lo que pone de manifiesto la posibilidad de excepciones moralmente
justificables al precepto de no matar. Y en cuanto al argumento que apela a la
presencia en todo ser de una poderosa pulsión de vida, para derivar de ella la
obligación moral de conservarla, puede ser fácilmente rebatido - independientemente
del peligro de incurrir en una falacia naturalista - destacando la presencia, al lado del
instinto de vida, de una pulsión de muerte, igualmente poderosa, que muestra su
poder y eficacia precisamente en los casos de suicidio y homicidio.
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transformado en una carga pesada para el propio sujeto, los familiares y la sociedad,
la eutanasia se presenta como la opción más apropiada para acabar con un
sufrimiento inútil. En este caso el precepto positivo de buscar la felicidad deja el
campo al otro, más modesto, de evitar con todos los medios el sufrimiento. En el
caso específico de la eutanasia el cálculo utilitarista de las consecuencias de una
acción se complica, puesto que entran en juego factores distintos como la reducción
del sufrimiento del sujeto pasivo, los efectos en el sujeto activo, las consecuencias
para la profesión médica, la posibilidad de eventuales abusos, etc. Es necesario
sopesar todos estos elementos, antes de proceder a emitir un fallo favorable o
adverso.
c. Luces y sombras. Más allá de los aportes innegables de esta teoría para la
reducción del sufrimiento inútil, sus límites se hacen particularmente evidentes en el
terreno del derecho a una muerte digna y de la eutanasia. En efecto, las
consideraciones sobre eutanasia de autores utilitaristas contemporáneos como P.
Singer y J. Rachels le dedican escasa atención al carácter más o menos voluntario
de la misma, una variable relegada en segundo plano o simplemente ignorada,
desde una perspectiva que toma en cuenta de manera casi exclusiva las
consecuencias de un acto en función del interés y bienestar general. Como bien lo
anota M. Casado refiriéndose a la teoría utilitarista, "la vida se convierte en un valor
digno de ser ponderado e incluso desplazado por intereses materiales o
necesidades sociales. La calidad de vida se antepone a su existencia". Se configura
así el peligro de una política eutanásica a espaldas de la voluntad del paciente. El
utilitarismo resulta demasiado generoso en cuanto a la eutanasia: la propuesta de
Singer de justificar formas de eutanasia eugenética en el caso de recién nacidos con
graves malformaciones así lo demuestra.
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la teoría de la calidad de vida puede abarcar tesis distintas: Para la primera el
respeto por la vida ajena está condicionado a un mínimo de calidad de vida, por
debajo del cual resulta moralmente lícito deshacerse de ella; para la segunda, más
allá de un respeto mínimo para toda existencia humana, la obligación positiva de
asistencia debería tener cierto grado de proporcionalidad con las posibilidades que le
quedan al individuo en cuanto a una vida humana aceptable; finalmente, el sujeto
está moralmente autorizado a disponer libremente de su existencia, cuando ya no la
considera digna de ser vivida. La primera interpretación le abre el camino a la
posibilidad de eliminar vidas humanas consideradas por la sociedad como carentes
de valor. La segunda garantiza la vida individual, pero resulta igualmente
cuestionable desde una perspectiva moral, puesto que sopesar la ayuda de acuerdo
con la calidad de vida - medida con criterios distintos - contradice nuestras
intuiciones morales. Sólo queda la tercera, en la que el sujeto utiliza libremente
determinados criterios de calidad de vida para tomar decisiones acerca de su vida y
de su muerte. En este último caso resultaría, sin embargo, más conveniente hablar
de una teoría ética sustentada en la dignidad y en la autonomía, puesto que la
calidad de vida juega un papel subordinado frente a la libre decisión del sujeto de
seguir o no con su existencia.
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rango de instrumento, ni tratarlo como un menor de edad. El principio relativo a la
dignidad humana se complementa a su vez con la autonomía moral, razón de ser del
valor peculiar que reviste todo ser humano y al mismo tiempo una dimensión
esencial del respeto. La autonomía, uno de los logros más significativos de la
Ilustración y de la Modernidad, supone el derecho y la obligación, para el individuo,
de asumir de manera responsable su mayoría de edad y de resolver con su propia
razón las dudas o dilemas morales con los que se enfrenta a menudo en su
experiencia vital.
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financiera para la familia, la necesidad de una distribución "más racional" de los
recursos hospitalarios y asistenciales, etc. Algunas dudas surgen en aquellos casos
en que la conducta eutanásica está orientada a la protección y defensa de los
intereses del sujeto pasivo. Sin embargo, esta pretensión de decidir acerca de los
intereses "racionales" y "verdaderos" de terceros puede resultar peligrosa y
arbitraria. En contra de la opinión de P. Singer, creemos que se impone por defecto
el respeto por la vida, para evitar esa pendiente resbaladiza que podría inducir a
eliminar vidas consideradas no merecedoras de ser vividas.
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existencia sin gratificaciones y de una agonía lenta y dolorosa, o peor todavía ante la
posibilidad de una pérdida progresiva de sus capacidades intelectuales, con lo que
su existencia quedaría reducida a mera vida biológica. En estas circunstancias la
posibilidad de adelantar la muerte es consistente con el imperativo ético que nos
obliga a luchar por una existencia digna, más que la preservación de la vida sin más.
Cuando la existencia humana se agota en el dolor o en una vida meramente
biológica, no parecen existir razones valederas para negarle al individuo la
posibilidad de poner término, con un acto de libertad, a una condición inhumana,
indigna de su condición de ser libre, para evitar precisamente ser reducido a un
instrumento pasivo en manos de la naturaleza, de la enfermedad o del albedrío de
otros. Lo que alimenta, en estos casos, la solicitud de eutanasia es la convicción
profunda de que una vida sin conciencia y sin libertad constituye en realidad una
afrenta para el autorrespeto y la dignidad de la persona.
Quitarle la vida a alguien parece a todas luces un acto de violencia, puesto que priva
a la persona de uno de sus bienes más preciados, condición de posibilidad para el
goce de los demás bienes, derechos y libertades. De aquí la fuerza perentoria que
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ha adquirido el precepto que proclama la sacralidad e inviolabilidad de la vida
humana. Una breve mirada histórica a la evolución e interpretación de este precepto
nos muestra, sin embargo, que la obligación de respetar la vida humana y de no
matar ha sido siempre concebida en términos selectivos: no mates al amigo, al
inocente, a quien no te hace daño. La ampliación de la clase de sujetos cuya vida
merece ser respetada, que termina por abarcar de manera indiscriminada a los
humanos sin más, supone innegablemente un progreso moral frente a la
interpretación en términos selectivos del deber de no matar. Pero no implica de
ninguna manera que el precepto en cuestión no pueda tener excepciones. Es el caso
de la legítima defensa frente a una agresión externa que no deja al sujeto pasivo de
la misma opción distinta a la de defenderse de una manera que puede resultar
mortal para el agresor. Acceder a colaborar con la anticipación de la muerte de otra
persona, cuando existen condiciones objetivas que hacen razonable esta solicitud,
configura la única otra excepción moralmente justificable al precepto de no matar. En
apariencia, el acto que acelera la muerte merecería ser calificado, con más razón
que otros, como una manifestación de violencia. Sin embargo, para que se configure
de verdad una conducta violenta no es suficiente que el sujeto produzca, con su
intervención, lesiones objetivamente medibles en el cuerpo de otro. Es necesario
además que dicha intervención esté impulsada por la intención de causarle daño,
pisotear sus derechos y arrebatarle su dignidad. En el caso en cuestión, por el
contrario, lo que impulsa al médico a actuar es precisamente un sentimiento de
simpatía con el dolor, el sufrimiento o el afán de evitar una existencia indigna de un
sujeto que pide, como extrema medida, que se le ayude a morir. Resultaría en
extremo arbitrario asimilar una conducta inspirada en móviles humanitarios de
solidaridad con un simple homicidio doloso. La repugnancia e indignación producidas
por este último contrastan con los sentimientos de simpatía y aprobación que
despierta la primera.
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la tendencia a otorgarle al individuo el derecho a elegir, de acuerdo con su
concepción de bien, el tiempo y la modalidad de la propia muerte. Quien actúa en
respuesta a una solicitud de esta naturaleza simplemente reconoce que en este caso
específico su deber de solidaridad con la dignidad y autonomía del otro pesa más
que su obligación de abstenerse de cualquier intervención que produzca la muerte
de un ser humano o de intervenir para contribuir a su supervivencia. Cuando esta
intervención está impulsada por un sincero y auténtico espíritu de solidaridad ante
unas condiciones inhumanas de dolor y degradación, y se efectúa en el pleno
respeto de la autonomía del otro y el reconocimiento de su valor intrínseco como
persona, no hay razones valederas para considerarla como inmoral.
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pena que la sociedad y el Estado inviertan en su vida muchos recursos que a lo
mejor podrían tener una destinación más útil. En estos casos el médico debería
tratar de reforzar los sentimientos de autoestima en el paciente y asegurarle que en
la prestación de servicios asistenciales todo ser humano debe ser valorado por igual,
independientemente de la vida que le quede por vivir y de la calidad de la misma.
Antes de aceptar la solicitud del paciente el médico debería haber agotado otras
formas de asistencia y solidaridad: una atención afectiva, el intento de afianzar su
voluntad de vida y sugerirle razones para seguir apegado a la existencia, etc.
En fin, es evidente que el médico tiene, al igual que su paciente, el derecho a ejercer
su autonomía responsable, que podría eventualmente impedirle acceder al pedido
de eutanasia. La asunción de la autonomía y de la dignidad como ejes y criterios de
valoración moral sugiere, sin embargo, una limitación ulterior a la práctica de la
eutanasia voluntaria activa, pero esta vez desde el propio paciente que la solicita. Si
este último cuenta con las posibilidades para realizar por sí mismo su cometido, no
existen razones para obligar a otra persona a ejecutar un acto de todas formas
penoso y difícil, que le provocará en cualquier caso dilemas morales o
eventualmente remordimientos. Es innegable que muchas solicitudes de eutanasia
ponen de manifiesto el deseo, más o menos consciente, de descargar en otro la
responsabilidad de una decisión vital y de una clase de actos que el sujeto se resiste
a asumir directamente.
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disponer de manera responsable acerca de su existencia, incluyendo el momento
final de la misma.
En este ámbito es conveniente precisar los asuntos objeto de disputas. Si bien existe
un consenso amplio sobre la necesidad de penalizar y castigar severamente la
eutanasia involuntaria, frente a otras modalidades de esta práctica - a eutanasia no-
voluntaria, la eutanasia voluntaria pasiva y el suicidio asistido, la eutanasia voluntaria
activa, practicada a solicitud o con el consentimiento informado del paciente -, se
presentan encarnizados debates en torno a su carácter jurídico o antijurídico y a las
penas que deben ser aplicadas. Dichos debates giran fundamentalmente en torno a
los argumentos contrarios a la despenalización de la eutanasia y el suicidio asistido,
y las respuestas liberales a tales argumentos.
De acuerdo con esta concepción del sentido y alcance del derecho a la vida, la
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legalización de una práctica como la eutanasia - en la que el sujeto dispone
libremente de su derecho a la vida o le confiere a otro la facultad de disponer de ella
-, violaría uno de los axiomas básicos del ordenamiento jurídico y pondría en
entredicho una de las obligaciones prioritarias del Estado de derecho: la protección
eficaz de la vida humana, incluso en contra de las pulsiones de muerte de los
propios individuos. Un Estado que llegase a despenalizar o legalizar el suicidio
asistido o la eutanasia tendría que dejar de castigar una intervención sobre la vida de
otro ser; el sujeto activo de la eutanasia conculcaría el derecho a la vida de una
persona; y el mismo sujeto pasivo violaría una obligación directa, estrechamente
ligada con su derecho a la vida. De acuerdo con esta concepción de la naturaleza
del ordenamiento jurídico y de los derechos, la idea de un derecho subjetivo de la
persona a la autodestrucción sería el síntoma de una crisis y la expresión
exasperada del individualismo liberal. Como argumentos adicionales para respaldar
esta postura se acostumbra insistir en el carácter irreparable de la pérdida de la vida,
a menudo impulsada por un estado de depresión pasajero, y en la necesidad de que
el interés objetivo tenga prioridad frente a una petición a menudo inconsistente e
irracional.
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incremento de prácticas eutanásicas involuntarias y por consiguiente la violación del
derecho a la vida de pacientes terminales, enfermos graves o ancianos.
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e. La condición del enfermo, un obstáculo serio para decidir de manera autónoma.
Los enemigos de la eutanasia insisten en la dificultad objetiva a la hora de
reconocer, en quien solicita que se anticipe su muerte, una decisión auténticamente
libre, racional y responsable. Es posible que esta solicitud sea el resultado de
presiones externas más o menos explícitas, o del desespero producido por dolores
muy intensos. Quienes pretenden justificar la eutanasia a partir del valor prioritario
asignado a la conducta autónoma, parecerían desconocer el hecho de que las
condiciones en que el sujeto solicita la eutanasia son poco o nada favorables para un
ejercicio responsable de la autonomía personal. Resulta difícil creer que una persona
fuertemente debilitada por la enfermedad y los fármacos esté en condiciones de
tomar una decisión racional responsable sobre una cuestión de vida o muerte. En
situaciones tan precarias, el sujeto parece incapaz de asumir una postura racional y
de reconocer sus intereses a largo plazo, puesto que la enfermedad debilita
seriamente su capacidad deliberativa, y lo deja relativamente indefenso frente a
eventuales presiones de médicos, familiares o amigos. En últimas, se estaría
apelando a un valor específico para unas condiciones decididamente desfavorables,
en las que todo parecería jugar en su contra.
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concepción, crecimiento, desarrollo biológico y configuración corporal, ni está en
capacidad de escapar a su condición de mortal, no tendría sentido hablar de un
derecho de la persona a disponer libremente de su propia vida.
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en circunstancias específicas - que un individuo pueda renunciar a la protección de
la vida como bien jurídicamente tutelado.
Quienes llaman la atención acerca de una pendiente resbaladiza, sin reversas, hacia
el empleo de la eutanasia para fines eugenésicos o de limpieza social, parecerían
olvidar que los proyectos actuales de despenalización de la eutanasia y del derecho
a una muerte digna se inspiran en los axiomas del respeto de la dignidad y
autonomía, precisamente los principios opuestos a los que inspiraron la política nazi.
Cuando lo que justifica la eutanasia es el requerimiento racional y consciente del
propio sujeto, no existen razones para temer el peligro de una caída gradual, pero
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ineludible, hacia las formas más brutales de eliminación de la vida humana. Este
argumento disuasorio es falso, puesto que quienes propusieron y llevaron a cabo el
programa de exterminio de las vidas consideradas indeseables no se resbalaron, por
la sencilla razón de que "se encontraban desde el inicio en el fondo del abismo".
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para la práctica de la eutanasia, no para descalificarla de manera radical. En cuanto
a la posibilidad de abusos por parte del personal sanitario, no existen datos
empíricos que nos autoricen a creer que una eventual ley de despenalización de la
eutanasia contribuiría a incrementar esta clase de abusos contra la vida humana.
Parece igualmente razonable la tesis opuesta, de quienes argumentan que una ley
excesivamente rígida contra toda clase de eutanasia acabaría por fomentar prácticas
abusivas, al margen de cualquier control legal: los abusos podrían incrementarse allí
donde se practica la eutanasia de manera escondida.
Simplemente habría que extremar las medidas de control para evitar que una
decisión de vida y muerte sea el fruto de una presión externa indebida o de un
estado pasajero de depresión. En este sentido muchos proyectos de
despenalización de la eutanasia voluntaria recomiendan que cualquier decisión
sobre eutanasia cuente con el respaldo de un comité integrado por los padres o
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parientes más cercanos, un médico, una enfermera, un defensor del paciente, un
experto en ética, un asistente social y un abogado. En algunos proyectos se presta
atención especial a determinados mecanismos para controlar que la solicitud del
paciente refleje de verdad su decisión racional: la presencia de dos testigos
independientes en el momento en que el paciente formula expresamente su
decisión, que puede ser revocada en cualquier momento, la espera mínima de
treinta días, la averiguación reiterada, por parte del médico, acerca de los deseos de
la persona que solicita la eutanasia, constituyen controles apropiados para evitar que
se cometa un homicidio y se le prive a alguien de la vida en contra de su voluntad.
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bienestar y en respuesta a una demanda explícita de solidaridad, a una violación de
la vida humana perpetrada para responder a una pulsión agresiva o para adueñarse
de los bienes del otro. Como agrega el texto de la sentencia de la Corte
Constitucional colombiana en el caso del homicidio pietístico consentido por el sujeto
pasivo del acto, “el carácter relativo de esta prohibición jurídica se traduce en el
respeto a la voluntad del sujeto que sufre una enfermedad terminal que le produce
grandes padecimientos, y que no desea alargar su dolorosa vida. La actuación del
sujeto activo carece de antijuridicidad, porque se trata de un acto solidario que no se
realiza por la decisión personal de suprimir una vida, sino por la solicitud de aquél
que por sus intensos sufrimientos, producto de una enfermedad terminal, pide le
ayuden a morir”.
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requisitos que toda ley de despenalización tendría que fijar para proteger a las
personas de una muerte involuntaria: la expresión ineludible de la voluntad de la
persona que la solicita, los intereses de la misma persona como factor prioritario o
exclusivo y, eventualmente, la incapacidad o dificultad de la misma para poder
quitarse la vida por sí misma. Desde una perspectiva consecuencialista, es sin duda
legítima la preocupación por "contener" la realización de prácticas atentatorias
contra la vida. Sólo que la penalización indiscriminada de toda clase de eutanasia no
constituye necesariamente el medio más eficaz para este objetivo en sí laudable.
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c. El derecho a una muerte digna como parte integral del derecho a una vida digna.
Hasta el momento hemos considerado la tensión entre el derecho a la vida y el
derecho a una muerte digna como un caso de conflicto entre derechos. Sin embargo,
una redefinición del derecho a la vida a la luz de los principios de dignidad y
autonomía, abre también la posibilidad de concebir los derechos aparentemente
enfrentados o irreconciliables como dos expresiones de un derecho básico o
fundamental: el derecho a una vida digna. Lo que cuenta de verdad no es la
subsistencia biológica sino una existencia con sentido, que implica la posibilidad de
organizar la propia vida de acuerdo con parámetros de autonomía, desde el
momento en el que el individuo puede asumir la defensa en primera persona de sus
propios intereses vitales. El derecho a una muerte digna aparece así como la
aplicación particular de un derecho más general: la muerte no es lo contrario de la
vida, sino un momento, en extremo importante, de la misma. Lo que expresaría este
nuevo derecho es que la dignidad y la autonomía impregnan también este acto final.
La muerte es una parte integral de la vida, la escena final que resume su sentido.
Por lo general, lo que queda marcado en nuestra memoria es la escena final de una
película o pieza de teatro. De manera análoga, quien enfrenta la muerte tiene
derecho a que esta escena final se realice con dignidad y decoro. Los partidarios de
la despenalización del suicidio asistido y de la eutanasia formulan sus
reivindicaciones apelando a un nuevo derecho, que habría que incluir en la lista de
los derechos ya consagrados: el derecho, por parte del individuo, de disponer
libremente de su propia vida. El amplio despliegue sobre casos en los que la
conservación de un ser humano con vida, en contra de su voluntad y de la de sus
familiares, es percibida como una forma inhumana de crueldad, ha contribuido a un
cambio significativo en la actitud de varios penalistas y en general de la opinión
pública: muchas voces se han levantado para pregonar una actitud más benigna por
parte del sistema penal o incluso la despenalización sin más de la práctica
eutanásica.
El deber del Estado de proteger la vida encuentra un límite en la voluntad misma del
sujeto cuyos derechos o intereses se trata de proteger y tutelar. "El deber del Estado
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de proteger la vida - sostiene la mencionada sentencia - debe ser entonces
compatible con el respeto a la dignidad humana y al libre desarrollo de la
personalidad. Por ello la Corte considera que frente a los enfermos terminales que
experimentan intensos sufrimientos, este deber estatal cede frente al consentimiento
informado del paciente que desea morir en forma digna. En efecto, en este caso, el
deber estatal se debilita considerablemente por cuanto, en virtud de los informes
médicos, puede sostenerse que, más allá de toda duda razonable, la muerte es
inevitable en un tiempo relativamente corto. En cambio, la decisión de cómo
enfrentar la muerte adquiere una importancia decisiva para el enfermo terminal, que
sabe que no puede ser curado, y que por ende no está optando entre la muerte y
muchos actos de vida plena, sino entre morir en condiciones que él escoge, o morir
poco tiempo después en circunstancias dolorosas y que juzga indignas. El derecho
fundamental a vivir en forma digna implica entonces el derecho a morir dignamente,
pues condenar a una persona a prolongar por un tiempo escaso su existencia,
cuando no lo desea y padece profundas aflicciones, equivale no sólo a un trato cruel
e inhumano, prohibido por la Carta Política - art.12 -, sino a una anulación de su
dignidad y de su autonomía como sujeto moral.
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VI. BIBLIOGRAFÍA.
FERRATER MORA – COHN P., (1983), Etica aplicada. Del aborto a la violencia,
Alianza, Madrid.
31
MAGUIRE Daniel, Death, Legal and Ilegal, (1974), www.theatlantic.com
OHIO RIGHT TO LIFE HOME, ¿What’s Wrong with making assisting suicide legal?,
www.ohiolife.com
HALL Kevin, Living and dying with dignity: studying euthanasia and assisted suicide,
www.cdnpharm.com
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