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PRESENTACIÓN II
Este libro, si se puede decir de alguna manera, fue escrito en forma paralela entre Pedro y yo. Es
más, Pedro Bravo lo empezó a escribir antes que yo me metiera en los temas de la literatura
nortina. La complicidad por los temas del norte grande y de su capital: Iquique, nos ha llevado a
tejer la amistad que hemos cultivado por el correo ordinario, el electrónico y por sus visitas a esta
ciudad. Ex-alumnos de la Escuela Centenario Nº 6 y vecinos de barrios populares, nos hemos ido
colaborando en sueños y en proyecto. Este libro es la concreción de un sueño y de un proyecto.
. Toda ella girando en torno a esa gran epopeya que fue el ciclo salitrero.
PRÓLOGO 1
Este libro obedece a varias razones, pero tal vez la principal sea que para Bernardo y yo representa
un viaje hacia el pasado, no porque suframos del síndrome de la edad de oro, sino porque en mi
caso mis abuelos pertenecieron, por un lado al grupo de los “enganchados:” provenían de la
región del Maule; y el otro, a un coquimbano que decidió buscar fortuna también en la región del
salitre. El primero, José Nazario Bravo, jornalero, falleció víctima de una de las plagas comunes en
el Iquique de comienzos de siglo, la viruela; el segundo, José Santos Elizondo trabajó como
“guachimán” para Gibbs y Cía. cuidando de las lanchas fondeadas en la bahía. Desempeño este
trabajo desde 1918 a 1933. Allí en una de esas casas construídas sobre una lancha maulina, las
“chatas,” vivió mi madre con el resto de la familia, hasta contraer matrimonio. Al fallecer ella yo
tenía tres años, y su hermana mayor, María, y su esposo Antonio Guzmán, patrón de remolcador
de la Compañía Salitrera de Tarapacá y Antofagasta, me tomaron a su cargo, y me fui a vivir a
bordo, pues la compañía ofrecía sus chatas para que los motoristas estuviesen a mano
veinticuatro horas al día en las labores de embarque y desembarque de salitre y mercaderías. Fue
así como experimenté el último período del Ciclo del Salitre, con sus fechas relativas, pues desde y
hasta el término de la Segunda Guerra Mundial los embarques ocuparon la mayor mano de obra
del puerto y se laboraba la semana corrida y a veces por veinticuatro horas consecutivas, con
pagos de jornales al doble y triple, este último después de las doce de la noche hasta la mañana
siguiente. Trabajé como ayudante en el remolcador Alcatraz.
La vida abordo permitía conocer la inmensa gama de quienes laboraban en la bahía: fleteros en el
muelle de pasajeros, cargadores, estibadores, guachimanes, vaporinos, pacotilleros (los que traían
mercaderías, en especial de La Serena y Coquimbo) que viajaban en los vapores de la carrera como
el Huasco, Aysén, Palena, Teno, Lebu, Imperial, Cachapoal, Maule, Mapocho
A la salida del muelle, pasando por la Aduana, aparecía otro mundo, el de tierra con las oficinas de
la C.S.T.A. como también las maestranzas. En la plazoleta a la salida de la Aduana, el ferrocarril
salitrero con una actividad febril; frente a él, una casa de cambio, hoteles, las oficinas de las
empresas navieras, los consabidos bares, los coches tirados por caballos esperando por clientes de
los recién llegados barcos de otras latitudes, quienes buscaban un sitio para “relajarse y divertirse”
mientras sus naves cargaban el codiciado fertilizante. Los cocheros no sabrían lo suficiente inglés,
pero sí entendían la palabra clave para el destino de sus pasajeros.
Esta vida diaria en la bahía y en el área del puerto permite apreciar este período que ahora es un
recuerdo con caracteres míticos. No hemos tratado de escribir aquí una biografía, sino una
reminiscencia de lo que fue la época del salitre, a través de obras que pertenecen al canon de la
literatura de y sobre el salitre. Pensamos que hay que haber conocido vivencialmente el Iquique
de la última etapa del salitre, para reconocer lo que algunos pioneros o empresarios del oro
blanco, hicieron por la provincia al promover su propia riqueza. Uno de ellos fue John Thomas
North, el Rey del Salitre. Hemos compilado el presente volumen, como una forma de rescatar la
historia y hacerla accesible a las nuevas generaciones. Creemos con Milan Kundera que el olvido
organizado destruye las naciones. Ese ha sido nuestro propósito; el lector decidirá si lo hemos
logrado.
El salitre como cualquier otra riqueza, atrajo a miles de trabajadores no sólo de Chile, sino de
países vecinos y exóticos.(1) Iquique, el puerto principal de embarque, fue una colonia más
extranjera que nacional durante cierto período de su historia. Interesante es recorrer los
cementerios iquiqueños para darse cuenta de tal aserción. A comienzos de siglo, treinta por ciento
de la población del puerto estaba conformada por ingleses, alemanes, peruanos y bolivianos, y un
gran número de chinos empleados en la industria y comercio. Por años el inglés fue el idioma
preponderante e Inglaterra y su capitalismo arrollador, y la emergencia de una elite con una
preparación profesional en minas y metalurgia que abarca de 1851 a 1914, permitió que el 60% de
la industria salitrera fuese controlada por firmas británicas establecidas en Valparaíso y el Norte
Grande. La internacionalidad comercial que produjo el salitre, puede observarse con la siguiente
estadística de 1912, con respecto a la entrada de barcos y veleros a la bahía de Iquique:
Nacionalidad:Barcos
Ingleses301
Chilenos520
Alemanes178
Franceses65
Noruegos41
Japoneses12
Italianos9
Norteamericanos12
Peruanos5
Rusos4
Total:1.147
Mario Bahamonde, nuestro notable antofagastino, tal vez describió mejor que ningún otro el
fenómeno antes aludido,
Los hombres llegaron a estos lugares atraídos por una llamarada fascinante: la plata de
Chañarcillo, la plata de Caracoles, la plata de Huantajaya, el cobre de Chuquicamata, el
esplendor del salitre y sus posibilidades de vida fácil, el auge de los puertos, el
cosmopolitismo de sus bahías. Avalanchas humanas acudieron a estas tierras. Y la otra
impresión que produce la zona es la aventura. Todos llegaron aquí movidos por el
incentivo aventurero; el negocio fácil, el trabajo rendidor, el contrabando, el golpe de
suerte, etc. Sin embargo, mirado el problema del poblamiento nortino con más calma,
resulta distinto. Se trata de un lento proceso de integración; integración del hombre a esta
tierra y, además, integración de la tierra a la economía nacional (Bahamonde, 1978: 13).
I. LA EXPANSIÓN SALITRERA
Cinco años después de la guerra civil (1891), aparece el texto fundacional de la literatura del
salitre, el poema Las Pampas Salitreras (1896) de Clodomiro Castro, rescatado precisamente por
Andrés Sabella, en su colección HACIA. Publicado por Castro en Iquique en la Imprenta Tipográfica
de Rafael Bini, traía consigo un vocabulario de los términos pampinos utilizados en la elaboración
del salitre. La gestación ocurre en 1893, pues como lo asevera el autor, su “permanencia por más
de tres años (…) en la pampa (le) ha sugerido la idea (…) de zurcir (…) un poema descriptivo de su
topografía, riqueza, costumbres y elaboración del salitre” (7) Luego agrega que no ha escrito una
obra perfecta, “ni en los detalles del asunto, ni en la práctica, es apenas un bosquejo de lo que allí
sucede, escrito en versos rasos”. Tal humildad es un darse cuenta de la magna empresa que
significa siquiera retratar lo que el autor percibe al mirar en derredor suyo. Clodomiro Castro
divide su poema narrativo en cinco partes:
I. Las Pampas, con una descripción geológica y geográfica, en que “parece que no hay vida (…)/ las
galas de la aurora/ desaparecen sin canción canora.” Al referirse a la actividad fabril, indica que “el
inglés y el chileno allí se hermanan/bajo la sabia ley del trabajar”.
II. La Máquina. El hablante describe las grandes chimeneas como “especie de obelisco en el
desierto.” Todo el proceso de la elaboración del salitre es descrito con lujo de detalles y con la
jerga que el pampino tuviese que crear, acopio, chancho, cachuchos, caldo, etc. (8).
III. El Campamento. “Semejando casillas- palomares/series de cuartos paralelos van.” La vida en la
pampa, inicio y suceder de la industria le permitió apreciar el hacinamiento y malvivir en una zona
en que las temperaturas durante el día y la noche marcaban el contraste típico del desierto. Por
eso no puede dejar de editorializar el hablante que los cuartos, “traslucen de una vez la
indiferencia/ con que se mira a aquellos que allí están”.
IV. Las Faenas. Ahora entra en escena el obrero y el hablante se explaya en especificar sus
deberes, el carretero, el calichero, el corrector, y la monótona repetición del trabajo contínuo en
que las faenas se suceden “por meses sin ninguna variación/ hasta que llegue alguna fiesta o
daño/ que la máquina pare su función”.
V. El Pago. En 1893 cuando Clodomiro Castro visita la pampa salitrera, no existen normas o leyes
que regulen la vida obrera. Se trabaja duramente, por lo tanto la diversión se corresponde con el
esfuerzo empleado. El hablante insiste en comentar “Así malgastan la vida/ derrochando su
dinero/ trabajan de Enero a Enero/ y el ahorro jamás ve…”
El período histórico corresponde a los grandes negociados que darán origen a la adquisición legal e
ilegal de terrenos salitrales, y ganancias que superarán las expectativas de los accionistas
extranjeros, especialmente ingleses. John Thomas North será el personaje que caracterice este
período, con el boato y extravagancia de sus fiestas, mansiones, títulos, (Coronel North, “Rey del
Salitre”) y control que ejerce tanto en la pampa, con sus pertenencias calicheras, y diferentes
sociedades comerciales en Iquique y otros lugares.9 Interesante destacar que no exista una novela
en inglés o español de este notable empresario de la clase media inglesa quien supo aprovechar
las circunstancias históricas y manipular intereses económicos en Londres y Chile que le permiten
llegar a ser reconocido como Rey del Salitre, aunque más propio sería llamarlo Rey de Tarapacá,
como lo probaré más adelante.
Fernando Alegría en su acercamiento literario, seguirá la pauta de la narrativa del salitre. Un plano
histórico, documental y otro creativo, ficticio.”Metaficción historiográfica” es el término acuñado
en las investigaciones literarias modernas. Como lo reconoce en Como un árbol rojo “en 1938 mi
Recabarren era un remolino de metáforas”. Alegría el escritor, se adelantará décadas a los
investigadores sociales como Julio C. Jobet, quien en 1955 publicará Recabarren. Los orígenes del
movimiento obrero y socialismo chilenos. Pablo Neruda, en su Canto General (1950) dedicará al
líder su canto XXXVI “Hacia Recabarren” y XXXVII, “Recabarren”.
La convulsión política y social que creó el Frente Popular en 1938 con la elección del radical Pedro
Aguirre Cerda como presidente de Chile (1938-1941), va acompañada en el plano literario por un
grupo de escritores que será conocido como “la generación del 38,” y de la cual Fernando Alegría
será implícitamente su líder. Los miembros de esta generación esencialmente, serán los que
reinterpretarán la historia social de Chile en su producción literaria y a la vez renovarán la
escritura en el ámbito nacional. Las narraciones presentarán historias que se identifican con las
inquietudes sociales reinantes, lo que Latcham definiría como la “áspera efigie del pueblo y sus
tragedias colectivas.” (18).
En 1956 Luis González Zenteno (1910-1961), iquiqueño y treintaiochista, entrega al público su
segunda novela Los Pampinos (19), la que representa su mayor aporte a la narrativa del salitre.
El proletariado pampino está en primer plano, con Garrido y Luis E. Recabarren, Salvador Barra
Woll, Ladislao Córdova, todos ellos personajes históricos, gravitan con los héroes literarios en la
visión de la pampa que transcurre desde la elección de Arturo Alessandri (1920) a la masacre de La
Coruña (1925). El autor sostuvo en una entrevista que para escribir sobre un tema determinado,
“hay que haber convivido y tenido un reflejo directo con los personajes y las costumbres que se
quieren rescatar”. Conocedor de la pampa y del puerto, la novela recoge episodios ya olvidados de
la Era del Salitre.
En Los Pampinos dos motivos se hacen presentes. La labor política de Recabarren en la pampa
salitrera e Iquique, y la transformación de un campesino o huaso de Aconcagua Carlos Garrido, en
“hombre del salitre.” Un personaje femenino, La Timona, enlaza la gesta de 1907 -en que perdió
esposo e hijo – con la masacre de La Coruña en la cual Garrido, ahora su marido, se ve obligado a
intervenir. El autor consciente de la realidad nortina, liga las vidas de una peruana y un chileno de
la zona central para simbolizar la unión de las fuerzas que comparten un destino común en la
pampa. Ambos no pueden ser ellos mismos y aislarse del entorno, sino deben asumir la
responsabilidad de la dirección de un movimiento, aun cuando esté destinado al fracaso. La
reiteración del motivo del Bildungsroman o novela de aprendizaje, no es accidental ni un mero
recurso literario en la ficción del salitre. Las ideas anarquistas antes que las socialistas, se
incorporaron al “torrente pampino a través de los marineros alemanes, muchos de los cuales
desertaban de sus veleros y debían ser amparados por la Unión Marítima Internacional (fundada
en 1892).”20 Este indoctrinamiento político con las entonces nuevas ideas, dejó huellas
imperdurables en los puertos nortinos.
Al mencionar a Recabarren, no puede dejarse de lado el hecho que ningún cineasta, haya decidido
plasmar en el celuloide la vida de un hombre y una era que marca indeliblemente el Chile
contemporáneo, con los aires de Cielito Lindo, la trayectoria de Alessandri y el trasfondo del Norte
salitrero que le diera al León de Tarapacá no sólo el apelativo, sino la silla senatorial (1915-1921)
que lo llevaría a la presidencia de la república, y cuyo populismo desembocaría en el triunfo del
Frente Popular en 1938, con Pedro Aguirre Cerda. Miguel Littin rescatará en una hermosa escena,
algunas de las palabras del líder obrero, en su film Actas de Marusia (1985), filmada en México y
seleccionada para representar a ese país en el XXIX Festival de Cannes.
El dramaturgo, actor y director Alejandro Sieveking, en 1970 creó la teleserie La sal del desierto
con Domingo Tessier en el papel protagónico de presidente Balmaceda. Este proyecto más el film
de Helvio Soto Caliche sangriento (1969), abordan parte de la historia del salitre de Chile, con los
inicios de la chilenización de las zonas de Tarapacá y Antofagasta mediante la Guerra del Pacífico.
Quien logra popularizar el hecho guerrero, en el sentido de hacerlo llegar a todas las capas de la
población, fue Jorge Inostrosa, con sus emisiones radiales, y ediciones tipo “comics,” de su novela
histórica Adios al Séptimo de Línea. En 1966 aparece el álbum ¡Al “7o de Línea”!, ( RCA Víctor) de
Los Cuatro Cuartos, letra de Jorge Inostroza, música de Luis Enrique Urquidi y Guillermo Bascuñán,
con arreglo de Urquidi y una gloriosa y patriótica cubierta de R. Campodónico, tipo mural
mexicano que recuerda el caballo de los conquistadores.
Revolt on the Pampas puede adscribirse fácilmente a la escritura de los treinta y ochistas, por su
tema, asunto y tratamiento narrativo. Plivier esboza un cuadro de la época en el Chile de los años
treinta. La novela se desglosa en tres grandes acápites: Libro Uno que consta de siete capítulos y
narra el viaje del velero Cap Finisterre desde Hamburgo a Iquique; Libro Dos, con diez capítulos
que cubren el desembarco del protagonista, Achazo, hasta el alzamiento o insurrección de los
obreros, y Libro Tres también con diez capítulos. Este es en parte un racconto o flashback de las
historias acontecidas en el Libro Dos. Lo notable en el protagonista es la composición del héroe:
un araucano quien aprendió alemán trabajando en los buques mercantes y su estada en los
muelles de Hamburgo. Allí adquiere su formación política y madurez social. Cumple con el rito
asignado al mito del héroe: separación de su raza y pueblo, iniciación y regreso. Plivier denomina a
la región del salitre como provincia de Atahualpa. Los datos históricos abarcan lo ocurrido en la
Escuela Santa María, la llegada de Carlos Ibáñez al poder y la creación de la Compañía de Salitre de
Chile, COSACH en 1931; la sublevación de la Armada que invernaba en Coquimbo, en el mismo
año; la Pascua Trágica en Copiapó; la llamada República Socialista y sus doce días y el rol de Elías
Lafertte y las organizaciones obreras en aquel momento histórico.
En 1954 Luis González Zenteno recrea con Caliche (21) la crisis económica de los años treinta, y la
lucha social en Iquique, en especial la emprendida por los anarquistas. El abandono y desarme de
las oficinas y el éxodo de familias cesantes, marca la tónica de la novela. Se inicia ya la declinación
del Ciclo del Salitre, el cual experimentará un resugirmiento a raíz de la Segunda Guerra Mundial.
No olvide el lector que la construccción de la Planta de Almacenamiento y mecanización del
embarque del nitrato en el malecón, se incia en marzo de 1945. Pero volvamos a la novela. La
crítica coincidió en que el uso excesivo del lenguaje metafórico había malogrado el intento
narrativo. González Zenteno corregiría tal desliz en su segunda novela Los Pampinos. Aún así, los
diálogos, incidentes políticos, estampas de personajes populares, la celebración de las fiestas
patrias, dejan en Caliche una vívida impresión del período histórico novelado. Uno de los capítulos
más interesantes, por lo menos para el que redacta estas líneas, de su primera obra, es la
descripción de “Un primero de Mayo en la Pampa Salitrera.” Allí están en carne y hueso los
dirigentes obreros Ladislao Córdova, Salvador Barra Woll, Florencio Carmona, y otros. La
celebración es en el Alto de San Antonio; los estandartes de veintitantas oficinas y campamentos
se disponen a conmemorar la fiesta proletaria, organizada por la FOCH (Federación Obrera de
Chile): Gloria, Santa Luisa, Marousia, Pontevedra, Vigo, Adriático, Valparaíso, Coruña, San Pablo,
Tres Marías, San Lorenzo, Santa Lucía, San Enrique, Felisa, Resurrección, los Campamentos San
Donato, Verdugo y Barrenechea. Hasta los “matasapos” se presentan con su estandarte. El
narrador lo describe de esta manera, “(Senén Borja y Garrido ) no pudieron contener la risa ante la
arrogancia conque el Cara de Ave sostenía la insignia.”
En la revista Vistazo (1954), González Zenteno comentaba,
Mi novela muestra un pedazo del Norte; no todo el norte, porque el escenario es muy vasto. Su
trascendencia social radica en que demuestra la inestabilidad de las salitreras como toda riqueza,
cuyo aprovechamiento beneficia más a los capitales extranjeros que a los chilenos. Además, los
grandes empresarios de la industria del salitre han succionado la riqueza salitrera en extensos
territorios de los cantones norte y sur de la provincia de Tarapacá, sin dejar a la postre en esas
regiones ninguna obra positiva del progreso. Para Iquique, por ejemplo, la influencia del salitre ha
sido más negativa que positiva.
Más adelante agrega nuestro coterráneo: “El escritor tiene en la actualidad una importancia
trascendental en el mundo, porque debe ser el intérprete de su tiempo, de los dolores y de las
angustias de los seres humanos.” En la misma ocasión mencionó que tenía otras novelas inéditas,
“Mar de arena,” “El lienzo de Penélope,” y “Retablo de muñecos”, estas dos últimas son “una
pintura algo descarnada de la burocracia santiaguina.” Su gran proyecto era escribir una novela
histórica del salitre, empezando con los incas, seguir con la colonización española y finalizar con
“los ingleses y norteamericanos, usufructuadores del salitre entre el siglo pasado y éste.” Su
muerte en 1961 nos privó del conocimiento de tales proyectos, pero lo que dejó el joven actor del
grupo teatral del Ateneo Obrero de Iquique, es más que suficiente para entender y comprender un
período histórico de enorme trascendencia no sólo regional, sino nacional.
En Los Pampinos (1956), Luis González Zenteno nos deja un retrato de Iquique y la pampa
salitrera. La novela, trescientas once páginas, está matemáticamente estructurada. La acción
ocurre en el puerto hasta la página ciento cincuenta y una; las restantes, corresponden al viaje del
protagonista hacia su destino, La Coruña y el levantamiento obrero en 1925, con la consecuente
represalia militar. En la primera parte, la denomino así, porque el autor no quiso hacer tan obvia
su creación, conocemos Iquique a través de todos sus vericuetos: los consabidos prostíbulos; el
Palacio de Cristal regentado por integrantes de la colonia china y destruído por un incendio en
1938; las labores del puerto; fundación del local de la FOCH, Recabarren, y su obra en el puerto
(1911-1914); las ligas patrióticas y su fanatismo antiperuano; Lafertte, Barra Woll y el periódico de
los trabajadores, El Despertar; término de la Primera Guerra mundial. Los protagonistas, Carlos
Garrido y Leonor Túmbez, La Timona, nos son presentados a través de la relación con los
dirigentes obreros y la vida en el puerto. La segunda parte, la vida de los pampinos, su lenguaje
tan propio, y las características de las oficinas que pueblan el desierto, se entremezclan con el
aprendizaje y despertar social del protagonista, en especial tras la ida de Recabarren del puerto y
suicidio en Santiago en 1924. González Zenteno combina acertadamente ficción e historia, cuando
cita noticias de los periódicos regionales con respecto a los hechos que acontecen en la novela, y
hace referencia a escritos de Recabarren. De esta manera otorga verosimilitud y encuadra la
acción en un espacio definido en la narración.
A MANERA DE CONCLUSIÓN
En la narrativa, drama y poesía del Ciclo del salitre, domina el ambiente histórico de la pampa
salitrera. Se explica mejor esta afirmación con un ejemplo reciente. La novela de Hernán Rivera
Letelier, un nortino por crianza y adopción, La Reina Isabel cantaba rancheras (1994) , es un
universo y espacio histórico en que una actitud carnavalesca finca sus reales. Separar en esta
novela realidad y ficción destruiría el artefacto literario. El goce de la lectura está en lo paródico,
en el lenguaje intrínseco de la narración. Me atrevo a decir que esta novela cierra el ciclo de la
ficción del salitre como la conocemos hasta la fecha. Manteniendo distancia y categoría, ella es lo
que Don Quijote significó en relación a las novelas de caballería. La reciente obra El Invasor de
Sergio Missana (1997), la comento en su oportunidad.
La ficción del salitre en sus inicios, es representativa de la historia, más que del discurso narrativo.
Se observa también en su desarrollo el molde típico de la novela de formación o Bildungsroman. El
aprendizaje del héroe o protagonista tiene como correlato los inicios del movimiento obrero y la
labor desplegada por Recabarren y otros en la pampa salitrera razón por la cual las etapas y
jornadas de la época del salitre desfilan por las páginas de Tarapacá, Norte Grande, Revolt on the
Pampas, Hijo del Salitre,Los Pampinos, Caliche, Santa María del Salitre. Protagonista novelesco y
movimiento social, buscan entender la naturaleza del mundo que los rodea, descubrir su
significado y adquirir una filosofía que les permita dominar el medio y sobrevivir en él.
El discurso narrativo de la literatura del salitre en sus comienzos, se adapta a los principios de la
representación naturalista, cuyo énfasis es la observación minuciosa de los estratos bajos de la
sociedad, situación que coincidía con el problema social que presentaba la zona del caliche. El
naturalismo centraba la atención en el medio ambiente, la realidad geográfica y los principios
ideológicos del positivismo. Hemos olvidado que el naturalismo es contemporáneo de los grandes
movimientos sociales europeos. Esta relación no se desmiente en la literatura del salitre, por el
contrario se afianza y justifica. Si los primeros artefactos literarios pretenden dejar un registro de
la pampa y el obrero (Castro, López, Escobar), los escritores posteriores que no por coincidencia
pertenecen a la Generación del 38, entienden el texto literario “como un nuevo instrumento al
servicio de la lucha por un mundo nuevo y por la fundación de una nueva sociedad”.(23) Su
escritura refleja tal postura, pues ellos son parte de una sociedad que ofrece un futuro con el
Frente Popular. Los escritores fundacionales de la literatura del salitre luchan por una nueva
sociedad, por una utopía.
La generación del 38 acentuará el realismo social y los integrantes de ella que hemos estudiado,
Fernando Alegría, Volodia Teitelboim, González Zenteno, Andrés Sabella, harán que la ficción del
salitre siga la norma de la tradición literaria latinoamericana, es decir el rasgo social, “la actitud
criticista, la denuncia y la protesta”. 24 Los relatos del salitre se asimilan a la vertiente histórica, a
la épica social, a la exaltación de la realidad colectiva, en oposición a lo meramente imaginativo,
retórico, individual. Son obviamente voces del pasado que nos recuerdan no olvidar lo que fue
nuestra tierra, pues en el olvido está la verdadera muerte.
Todas las obras tendrán como trasfondo la pampa y la lucha esencial del emergente proletariado
moderno en Chile. El escritor al identificarse con las experiencias narradas, se transforma en
vocero de aquellos seres comunes. El narrador conforma y aprehende las experiencias de los
sujetos de su historia. La literatura del salitre no se entiende ni se explica, desligada de ese
contexto.
Notas
(1) El novelista Luis González Zenteno, comenta que en el escenario salitrero “no converge
únicamente el cholo del Altiplano o del Perú o el indio neto de los contrafuertes andinos, sino
también el eslavo, el chino, el japonés, el español, el italiano, el inglés, el norteamericano y uno
que otro ruso blanco.” En “Nicomedes Guzmán, figura representativa de la generación del 38”
Atenea 392 (1961): 116-127.
( 2) Luis Barros Lezaeta y Ximena Vergara. El modo aristocrático. El caso de la oligarguía chilena
hacia 1900. (Santiago: Editorial Aconcagua, 1978): 176.
(3). Entre los estudios contemporáneos de la Era del Salitre, destaca en Chile el investigador Oscar
Bermúdez Miral (1904- 1983) con Historia del Salitre. Desde sus orígenes hasta la Guerra del
Pacífico. (Santiago: Universitaria, 1963). Póstumamente se publicó la segunda parte, Historia del
Salitre. Desde la Guerra del Pacífico hasta la Revolución de 1891.(Santiago: Ediciones Pampa
Desnuda, 1984). En Inglaterra, sobresale el profesor Harold Blakemore (1925- 1991) con Gobierno
Chileno y Salitre Inglés.1886-1896: Balmaceda y North. (Santiago: Editorial Andrés Bello, 1977). La
edición original es de 1974. En Iquique, el sociólogo Sergio González Miranda ha publicado
Hombres y mujeres de la Pampa. Tarapacá en el Ciclo del Salitre. (Primera Parte). (Iquique: Taller
de Estudios Regionales, Ediciones Camanchaca No. 2, 1991). Es el mejor trabajo actual en su
campo. Para una detallada exposición historiográfica, véase el trabajo del profesor Julio Pinto
Vallejos “Historia y Minería en Chile: Estudios, Fuentes, Proyecciones.” Camanchaca 14 Iquique:
Taller de Estudios Regionales (1993): 32-46. Según nota al final del estudio, éste continuará en el
próximo volumen de la citada revista.
(4) Véase el estudio señero de Yerko Moretic. El relato de la pampa salitrera. (Santiago: Ediciones
del Litorial, 1962) y de Mario Bahamonde et al. Guía de la producción intelectual nortina.
(Antofagasta: Universidad de Chile, 1971) mimeografiado. Indispensable para conocer la
dialectología nortina es Diccionario de Voces del Norte de Chile, Santiago: Nascimento, 1978. Un
artículo digno de mencionar es “Breve bosquejo de la Pampa y del hombre nortino en la literatura
chilena.” Anales de literatura hispanoamericana, No. 12 , Madrid (1983): 81-97, del profesor José
Antonio González. Nos presenta tal bosquejo desde el punto de vista de un antofagastino.
(5) Mario Bahamonde. Antología del cuento nortino. (Antofagasta:Universidad de Chile, 1966): 27.
(6) Utilizo el término literario epopeya en su implicación histórica, pues toda epopeya es una
mirada hacia un pasado ya no existente. Lo de social se explica por sí mismo.
(7) Andrés Sabella, editor. Las Pampas Salitreras. (Antofagasta: Colecciones Hacia. Trigésimo
Cuadernillo, 1960).
(8) Sergio González Miranda y un equipo de colaboradores, dieron vida a un excelente Glosario de
Voces de la Pampa. Tarapacá en el Ciclo del Salitre. (Iquique: Ediciones Camanchaca, 1993).
(10) La Combinación fue fundada en Iquique por los lancheros, el 1 de enero de 1900. Sus
dirigentes Abdón Díaz y Maximiliano Varela lograron convertirla en una fuerte arma de lucha en
favor de los derechos de los trabajadores del salitre. Hacia 1907 ya ha declinado su poderío
sindical.
(11) Osvaldo Arias Escobedo. La prensa obrera en Chile. (Santiago: Editorial Universitaria, 1970).
(12) Volodia Teitelboim. Hijo del Salitre 3a. ed. (Santiago: Orbe, 1968).
(14) Francisco Pezoa, obrero anarquista, tipógrafo, bohemio y poeta, como lo recordaba Escobar y
Carvallo, escribió un poema que tituló “Canto de venganza” al producirse la masacre de la Escuela
Santa María de Iquique. Se cantaba con música del vals “La Ausencia”, muy popular a comienzos
de siglo. En su film Actas de Maroussia, Miguel Littin utilizó la canción a lo largo de la narración
cinemática. Tal poema será conocido más tarde como “Canto a la Pampa,” y no sólo se entonó en
las salitreras, sino a lo largo de Chile. Será el antecedente literario de la Cantata Popular Santa
María de Iquique de Luis Advis.
(16) Sergio Arrau, chileno (1928), es dramaturgo, director y actor. Reside en Perú. En uno de mis
viajes, 1982, le entregué el manuscrito de mi investigación sobre el tema de la masacre (publicado
como Santa María de Iquique 1907: Documentos para su Historia. (Santiago: Ediciones del Litoral,
1993), con el compromiso de escribir una obra teatral, “en homenaje a los viejos del salitre.” La
terminó en Agosto de 1984, con el título de Santa María del Salitre. Con ella obtuvo el primer
premio en el concurso de teatro ” Eugenio Dittborn,” propiciado por la Universidad Católica de
Santiago. El premio le fue otorgado el 17 de octubre de 1985. La obra fue publicada por el Taller
de Estudios Regionales de Iquique, gracias al interés del editor Sergio González Miranda, en Agosto
de 1989, y estrenada el 23 de Octubre de 1991 en el Teatro Municipal de Iquique por la Compañía
de Teatro Iquique bajo la dirección de Cecilia Millar, asistida por Yaniree Torres y música del
profesor Bernardo Ilaja. Las citas corresponden a dicha edición.
(17) Fernando Alegría. Recabarren. (Santiago: Editorial Antares, 1938).Como un árbol rojo.
(Santiago: Editorial Santiago, 1969). La generación del 38 mereció el estudio del crítico Francisco
Santana, “La nueva generación de novelistas chilenos,” publicada en Atenea, (abril 1949): 62-92.
De allí extracté el comentario sobre Recabarren. El escritor e historiador antofagastino Augusto
Iglesias, publicó en 1951 su novela El Oasis , cuyo protagonista es Luis E. Recabarren. La acción
transcurre en Calama y según Mario Bahamonde, en Guía de la producción intelectual nortina,” no
pretende contener una visión histórica y humana del personaje real,” lo que se confirma
palmariamente al leer tal obra.
(19) Luis González Zenteno. Los Pampinos. (Santiago: Prensa Latinoamericana, 1956). Nuestro
novelista fue actor del grupo teatral “José Domingo Gómez Rojas” del Ateneo Obrero de Iquique,
dirigido por el lanchero Exequiel Miranda. Era el galán joven de alguna de sus obras. En 1938 se
dirigió a Santiago en busca de mejores horizontes.
(20) Mario Bahamonde. Pampinos y Salitreros. (Santiago: Editorial Quimantú, 1973): 62.
(22) Cito de Norte Grande 3a. ed. (Santiago: Editorial Orbe, 1966). Fue impreso en Argentina y
contiene numerosas erratas.
(23) José Promis. La novela chilena actual. (Buenos Aires: F. García Cambeiro, 1977):106. Véase
especialmente “El grupo de 1938”, pp. 105-113.
(24) José Antonio Portuondo. “El rasgo dominante en la novela hispanoamericana”. En Juan
Loveluck, editor La novela hispanoamericana. (Santiago: Editorial Universitaria, (1963):121-129.
I. LAS PAMPAS
III. EL CAMPAMENTO
V. EL PAGO
Un momento de parada,
da campo al ponche caliente,
que algún niño muy corriente
pasa primero a los dos.
LA PAMPA ESCLAVA
I
Extraña como un bárbaro paisaje
descubierto en un muro arqueológico…
duerme la Pampa su sopor salvaje
soñando un cataclismo geológico!
Viuda del mar que la arrojara un día
como hembra infecunda e histérica…
ella ha sido una sierva muda y fría
abandonada en el confín de América!
De sus viejos amores submarinos
le quedan las arrugas en el vientre.
Atesora depósitos salinos
en donde quiera el “cateador”se encuentre!
II
III
IV
VI
VII
VII
IX
X
Fue agotada la dura “calichera”
El pobre diablo a su presidio torna
Y halla en el hogar la prole entera
que la miseria contra él soborna!
No crece en el erial una callampa
El agua no humedece las arenas
Y el rojo Sol de fuego de la Pampa
evapora la sangre de las venas.
A lo lejos parece la Oficina
un hormiguero de labor constante.
Y el campamento gris de calaminas
un “bocado”en el vientre de un gigante!
Queda en pie la infernal explotación
donde pena el obrero noche y día,
donde el parásito voraz “patrón”
sus tentáculos ve en la Pulpería.
Y el calichero que la sangre suda,
la realidad de Prometeo encarna
sobre la pampa bajo el sol desnuda
como una piel comida por la sarna!
Tocopilla, 1906
Hay diferencias notables, como ya lo expresara, entre “La Pampa Esclava” y “La Pampa de Chile,”
aunque básicamente es el mismo poema. Este último fue publicado en El Pueblo Obrero de
Iquique, el martes 21 de diciembre de 1909. Unicamente puedo presumir una razón valedera para
los cambios, y pienso que ella es la masacre en la Escuela Santa María. El poema que el lector tiene
a mano, fue escrito en 1906. Un año más tarde, Escobar y Carballo (1877-1966) uno de los más
dedicados dirigentes de la clase obrera, compañero de Recabarren en sus luchas (hay una foto con
él, cuando lo visita en la cárcel de Tocopilla), no puede menos que cambiar el tono de sus versos y
elevar su protesta. Obsérvense los cambios en la versión de 1909, cuando agrega la estrofa XII,
El uso enfático de las exclamaciones denota la ira de la voz hablante, la impotencia del líder
obrero. La acusación directa al extranjero, tiene su base entonces en lo sucedido en el Iquique del
21 de diciembre, cuando los intereses salitreros, en su mayoría ingleses y alemanes,
conjuntamente con los nacionales, logran que el ejército ponga fin a la huelga.
CANTO A LA PAMPA
(1908?) Francisco Luis Pezoa
Y en la misérrima caravana,
al par que el hombre, marchar se ven
la amante esposa, la madre anciana,
y el inocente niño también.
Benditas víctimas que bajaron,
desde la Pampa, llenas de fe,
y a su llegada lo que escucharon
voz de metralla tan sólo fue.
El lector podrá comparar las tres versiones sobre la pampa salitrera. Aunque cada una de ellas en
su creación, obedezca a motivaciones diferentes, tienen en común la descripción del áspero
paisaje y la ausencia de vegetación, de aves y de agua. Los períodos históricos están presentes a
través de la perspectiva o punto de vista del hablante lírico. En el poema de Castro, la pampa es
esa “excepcional zona terrestre” en la que paradójicamente “ni una planta/en su abonado suelo se
levanta,” hermoso oximoron que entrega un cuadro perfecto del ambiente. Su preocupación es
presentar todos los aspectos que ha estudiado en la producción del caliche en la pampa.
Constancia y prueba de ello, son los subtítulos que encabezan las estrofas pertinentes. Como ya lo
hemos dicho, Clodomiro Castro está atento al nacimiento de la industria que ahora florece en
manos de obreros chilenos, peruanos y bolivianos, unidos en la retórica frase que involucra el
capital extranjero, “el inglés y el chileno allí se hermanan,/ bajo la sabia ley del trabajar.”
Alejandro Escobar está comprometido ideológica y políticamente con lo que acontece en la
pampa. Además ya se han producido hechos y situaciones entre el capital y el trabajo que
transforman al obrero en esclavo de la pampa. Por eso las “Oficinas/semejan(do) prisiones
misteriosas/de un vasto imperio convertido en ruinas.” Es una imagen surrealista en la que el
trabajador es atacado inmiseriocordiosamente por “el sol (que) desgrana su millón de flechas/
sobre la inmensidad de la llanura.” No menos dantesca es la imagen de “los obreros trabajando/
condenados que Dios, por suerte amarga,/ tuviera en el infierno, castigando!”
Francisco Luis Pezoa en cambio, utiliza un hablante lírico cuya angustia permanece dentro de su
alma, no sale fuera, no explota en imágenes multicolores ni altisonantes como Escobar y Carvallo.
Es más una letanía, una oración por las “Benditas víctimas que bajaron./ desde la Pampa, llenas de
fe,/ y a su llegada lo que escucharon/ voz de metralla tan sólo fue.”
EL PAMPINO
(1981) Guillermo “Willy” Zegarra
Frente a la Pulpería
dos carretadas de ripio
en montones dividía
lista para dar principio.
No le faltaba al güainita
zapatos acharolados
corbata de palomita
puños duros bien planchaos
Se bailaba la cuadrilla,
polca, mazurca y valse
muy re’linda la chiquilla
como flor primaveral
Filarmónicas famosas
las de Alianza y Agua Santa,
Paposo, Chacabuco, Santos Ossa,
pa’ qué hablar si fueron tantas!
Se sentaban a la mesa
junto al Administrador,
de costumbres muy inglesas
¡cosas de Míster North!
El tiempo en su carrera
dejó atrás en el olvido
la aventura salitrera
y el glorioso pampino
A “Willy” Zegarra, hombre de teatro desde su infancia, tuve ocasión de entrevistarlo en 1981
cuando buscaba información para mi libro Cultura y Teatros Obreros en Chile. Allí hay unas
páginas autobiográficas. Nació en 1906, bautizado como Marcelo Guillermo Zegarra. Este poema
me lo entregó en aquella ocasión, pero no lo publiqué por la situación política imperante en el
país, en especial en Iquique, donde incluso el libro citado le creó algunos problemas a mi tía-
madre, con el servicio de Correos de Chile. El poeta popular y obrero que es Willy Zegarra centra
su atención en sus iguales, en el recuerdo, en la memoria, más fuerte y avasalladora por los años,
la distancia y la nostalgia de una era ya casi olvidada. A diferencia de Clodomiro Castro, Alejandro
Escobar y Francisco Pezoa, nuestro autor rememora, historia, rescata el pasado, rindiendo
homenaje “a una gloriosa peonada.” Obsérvese cómo utiliza genéricamente la frase “¡Cosas de
Mr. North!” para indicar las típicas costumbres inglesas en pleno desierto nortino. Willy hizo
famosas sus parodias en los tablados obreros iquiqueños. Su poema cierra nuestro rescate de los
poetas que vivieron, conocieron y entendieron lo que era y fue el Ciclo del Salitre en el Norte
Grande.
TARAPACA
(Primera novela del salitre)
(1903) Juanito Zola
No sin cierta reticencia subtitulo este acápite, pues los estudiosos están de acuerdo en que es
difícil y peligroso aseverar tal hecho. Pero el rescate de las obras de tal período, y mis
investigaciones me permiten afirmar que Tarapacá es nuestra primera novela del salitre.
Comparta el lector la introducción que el ficticio Juanito Zola otorga a su texto. Obsérvese que
continuando con la tradición literaria de los tiempos, fecha su obra en Santiago, distanciándose
ficticiamente del lugar de marras que es Iquique.
Los escritores siguen la pauta ya delineada en la novela picaresca, en el sentido de que el autor al
final de sus días , “disfrutando de la tranquilidad de mi hogar,” deja a sus hijos, en este caso a sus
iguales, a los obreros, “algo así como una historia de lo que ocurre en la rica provincia de
Tarapacá.” La lección está en ese recuento; la enseñanza que pueda derivarse de tal lectura será la
recompensa para Juanito Zola. La novela está dividida en tres libros. El Libro I comprende desde
las páginas 5 a 137; el II, desde 138 a 239, y el III desde 241 a 479. El gran aliento del texto se
explica por los múltiples comentarios editoriales del autor, es decir, el narrador se entromete y da
su opinión sobre hechos, personas, lugares, etc. Sigue la pauta de la novela decimonónica
simplemente. Lo que caracteriza a Tarapacá y seguramente antagonizó a K. Brito, es la abierta
posición politica del texto: el socialismo, sus características y diferencias fundamentales con el
anarquismo, que fueron las dos fuerzas ideológicas imperantes en la pampa salitrera y que
corresponden al período histórico en cuestión. Lo otro, es su anticlericalismo.
Tarapacá se adscribe más a la técnica documental e historicista, que a la estrictamente literaria. Y
no otra cosa persiguen los autores. Denuncian la corrupción administrativa en la provincia, los
abusos patronales, que llegan hasta el asesinato en la novela, el manejo de las salitreras por los
ingleses, la vida en los prostíbulos frecuentados por la burguesía iquiqueña, y como un gran
trasfondo, la preparación de un movimiento huelguístico que termine de una vez para siempre
con el poder omnímodo de los salitreros. En este sentido utilizo el término documental, en cuanto
relata la trayectoria de personajes reales con un trasfondo sincrónico de sucesos ocurridos en la
pampa salitrera. Con estos elementos, los autores representan el espacio salitrero.
Como novela de tendencia política, el autor busca la identificación del lector con la historia y el
trasfondo de los hechos. Para verificarlos, basta conocer el Iquique y la pampa salitrera del 900,
donde imperan las grandes compañías y su secuela de corrupción, politiquería y el caciquismo, fiel
reflejo de la actividad política chilena. Agréguense las primeras huelgas en las salitreras y se
observará que más que en ninguna otra región, la “cuestión social” es un problema latente en la
vida laboral nortina. La trama se desarrolla en dos planos paralelos que se confundirán al final en
uno solo: el aniquilamiento de la base de sustentación del capitalismo salitrero. Uno de los planos
es la vida del obrero Juan Pérez y el otro, la del empleado Luis García, un arribista que merced a
favores logra convertirse en administrador de Germinal. Aunque sus vidas no se entrecruzan, sus
acciones afectan sus destinos. García es atrapado por la vida fácil y el ambiente en que se mueve;
Pérez, con una clara visión político-ideológica de su mundo, no sólo vence y supera su entorno,
sino que lo modifica y transforma con su indoctrinación. Con el planteamiento de tales temas y
motivos, resulta fácil comprender el distanciamiento que los autores buscan mediante la
dedicatoria fechada en Santiago.
La síntesis de la novela la haré en base a los motivos principales que desarrollan los autores.
REBAJA DE SALARIOS.
Cuando Juanito Zola entrega su novela, según el narrador hay 15.000 obreros trabajando en la
Pampa salitrera de Tarapacál. La junta de la Asociación Salitrera de Propaganda ha recibido la
noticia de que “en el desierto del Sahara, existían inmensos depósitos de nitrato.”
La impresión que produjo en los salitreros las alarmantes noticias de Europa, se debía a que ellos
tenían sus cálculos trazados de treinta años más de explotación, y se venían de la noche a la
mañana, caídos de la nube en que encabalgaban orgullosos por los espacios siderales. Nada
habían aprovechado en veinticuatro años de pingües negocios, de usura y de explotación de los
operarios, arrojándolo todo por la ventana, confiados en que les quedaban mucho tiempo para
pensar en el porvenir. Los millones que habían derrochado, costaban muchas vidas y miles de
sufrimientos y privaciones de obreros; pero, a ellos nada les importaba las miserias de los
proletarios, porque los consideraban como seres nacidos para purgar crímenes no cometidos, para
vivir en la indigencia y morir en el abandono.
Media hora después de la junta de la Asociación, los capitalistas, habían olvidado los dolorosos
datos, y alrededor de las mesas del Club Inglés, ahogaban los últimos recuerdos entre copas de
whisky y rebanadas de queso suizo (6-7).
El plan de la junta fue “rebajar los jornales en un veinticinco por ciento (…) Al día siguiente el
clamoreo de las mujeres, en las ventanas de las pulperías, era inmenso.” El párrafo siguiente,
explica el mecanismo tan al uso en aquellos tiempos, Antes de notificar a los operarios la
resolución de rebajarles los jornales, los capitalistas se habían abocado al Intendente de Tarapacá,
comunicándole sus temores, y consiguiendo de él, el pedido al Gobierno de dos batallones de
tropa, a cuya llegada a Iquique (en el crucero Zenteno) se declararía en la Pampa una de las pestes
más temidas: la bubónica, por ejemplo. El Gobierno de Santiago, fiel a su cumpromiso de tener el
ejército a la disposición de los intereses extranjeros, no había trepidado en acceder a lo pedido por
los ingleses y alemanes de Tarapacá. Mandaba a la rica provincia del Norte, un puñado de
soldados, para que maltrataran y fusilaran a sus hermanos de infortunio (9).
Es aquí donde aparecen los comentarios editoriales, a que nos referimos anteriomente, y en que la
voz del autor se hace tan patente que la del narrador desaparece,
¡Qué farsa tan grande, son las constituciones de los países! Todas reconocen los mismos derechos,
a los pobres y a los ricos; pero cuando llega la ocasión de que el Capital y el Trabajo son
beligerantes, la constitución no existe para los pobres, y las balas de los rifles o los yataganes, se
encargan de acorralar al rebaño obrero en las propiedades del “señor” (9).
IQUIQUE
En el capítulo XV se nos da a conocer otro personaje, no de la clase obrera precisamente, quien
arriba al puerto en el Loa uno de los tantos barcos de cabotaje que recorrían el litoral nortino, El
joven imberbe, “de frente vasta, nariz aguileña y ojos azules, contemplaba (desde la cubierta) la
metrópoli del Norte, ese Iquique tan ponderado en el Sur, considerado como el país de las fortunas
colosales y de la prostitución más descarada” (45). Esta última frase es uno de los motivos
persistentes en la literatura naturalista, y no podía dejarla de lado nuestro Juanito Zola. Veamos la
descripción del puerto, desde la bahía misma,
Desde abordo miraba los grandes caracteres que se destacaban sobre las bodegas vecinas a la
playa. Leía Lockett Bros. y Ca., Inglis Lomax y Ca., Gildemeister y Ca., Gibbs y Ca., y pensaba que los
ingleses y alemanes, con ese espíritu absorbente que los caracteriza, habían monopolizado la
industria salitrera, convirtiendo la región del nitrato en un feudo sajón. Recordaba que el
Presidente Balmaceda, aquel espíritu grande y netamente chileno, a cuya muerte se suicidó la
política recta, quiso nacionalizar la industria del salitre, previendo con su clarovidencia los
atropellos que cometerían esos albioneses y teutones que habían venido a Chile en busca de
esclavos a quien explotar. Esos Lockett, Gibbs, Lomax e Inglis, encabezados por aquel plebeyo y
soberbio que, en Inglaterra, se hizo noble debido a sus millones de libras, y que se llamó míster
North, o por otro nombre el “Rey del Salitre,”fueron los que azuzaron al pueblo, el 91, a que
desconociese el gobierno de Balmaceda, y facilitaron armas y dinero, para conseguir la caída del
último Presidente honrado de Chile.
¡Qué fea encontraba a la ciudad, encajada en una llanura árida, sin asomos de de vegetación! Los
edificios, casi todos de un solo piso, se achataban sobre la improductiva tierra, dejando paso a dos
únicas eminencias, dos aristas que simbolizaban cosas distintas, pero que tenían su origen en el
fanatismo: la torre de la Iglesia Parroquial y la de la Plaza Prat (45-46.
Aquí una aclaración para el lector de nuestra época. En el período en cuestión, la ideología obrera
veía como “polillas que destruyen el organismo de la actual sociedad (a los) abogados, políticos,
militares y curas” (42). De aquí el comentario del narrador sobre los dos prominentes edificios.
Pero no se juzgue apresuradamente. Obsérvese la anotación que entrego en seguida. Refiriéndose
a la fibra moral de Juan Pérez, añade, “El apostol debe ser virtuoso, para que su palabra encuentre
eco entre la multitud. Cristo, halló muchos prosélitos, porque practicaba las mismas doctrinas que
enseñaba.” Y luego agrega, “Hubo necesidad de que el Nazareno, naciera en un pesebre para que
le escucharan aquellos a quienes redimía, enseñando una moral desconocida” (95). Continúo con
la cita,
Cuando el bote que conducía a nuestro huésped, pasó frente a los muelles particulares de las
empresas salitreras, presenció un espectáculo sorprendente: el drama del trabajo, representado
por cientos de obreros, de constitución hercúlea y rostros atezados por las faenas marinas, que
corrían sobre los muelles con sacos de tres quintales de nitrato, los hacían levantar por las grúas y
los arrojaban al fondo de las lanchas, para ser conducidos a los buques que debían llevarlos a
Europa, a rejuvenecer las gastadas tierras del viejo mundo (47).
Vale la pena anotar que a comienzos de siglo había más de una docena de muelles salitreros, entre
los cuales se contaban los de la Grace, Granja, Gildemeister, San Jorge, Locket Brothers, Buchanan
Jones, Lagunas, Fierro, Lucía, Primitiva y Gibbs Williamson.
Mencioné que entre los escritores nacionales que escribieron sobre la pampa y el puerto se
encuentra Eduardo Barrios, Premio Nacional de Literatura (1946) y Ministro de Educación. A
comienzos de siglo fue oficinista en Iquique, en servicios eléctricos; contador en la Oficina Santiago
y administrador en la Tarapacá. En su novela Un perdido (1918), hay un párrafo sobre la visión del
puerto, cuya estructura tiene varios puntos de contacto con el ya mencionado. Compare el lector,
Al observar a Iquique desde la cubierta del barco, experimentó Luis la impresión de que traía su
tristeza y su desamparo a un lugar desamparado y triste. Aquel caserío de madera, chato, color de
barro, desparramado sobre la lonja de arena que se estrecha entre el mar, las dunas y los montes
yermos de la meseta salitrera; aquella isla Serrano, tendida a la manera de un cetáceo vigilante al
extremo del molo de piedras negras; todo aquel conglomerado ingrato a los sentidos y hosco al
espíritu, que parecía entumecerse arropado en una bruma sucia como harapo del cielo invernal, le
deprimió en aguda melancolía de destierro. Alzábanse, verdad, columnas de humo, abundantes y
presurosas; oíase un pitear contínuo, articulando la trepidación febril de pescantes y locomotoras,
que vadeaban las aguas y rasgaban la atsmófera del buque; pero, no obstante estos latidos
elocuentes de la actividad del trabajo, la masa plana y descolorida de los edificios, todos bajos y
sin tejados, esparciéndose tras la fila de bodegones de zinc con grandes cifras y firmas de comercio
inglés, alemán, eslavo, hacían pensar en un hacinamiento de cajones pringosos que los cien navíos
surtos en el puerto hubiesen vomitado, a prisa y sin orden, de sus bodegas húmedas a la playa
amarilla (56).}
LA PAMPA
Volvamos a Juan Pérez. Ha transcurrido un año de contínua propaganda y la nostalgia del mar lo
impulsa a ir al puerto,
Aprovechó el Carnaval para bajar. Asomado a una ventanilla del vagón de segunda en que venía,
miraba la enorme pampa gris, dilatarse y perderse en el horizonte, como muerta, sin rastros de
vitalidad. Solo al pasar por delante de alguna oficina, o al llegar a las estaciones, el paisaje perdía
su monotonía y denotaba que ahí había vida. Muchas veces, de entre las grietas del suelo, se
elevaban grupos de obreros que se quitaban los sombreros y saludaban a los viajeros del tren.
Pérez les contestaba con agrado su saludo, adivinando en ellos a los futuros soldados del porvenir
que aún ignoraban la redención por la que él trabajaba.
La pampa, sin el menor asomo de vegetación, sin ningún ejemplar de la flora animal, sin nada que
se agitara, inmóvil y muda, parecía un cementerio enorme, donde las tumbas era las oficinas.
Como en los sepulcros, los gusanos representados por los obreros, se movían devorando la
carroña del cadáver de la burguesía. Pensaba Pérez que esa pampa, había sido testigo de infinitas
escenas sangrientas, desde la batalla de Dolores y el combate de Agua Santa, en los que se
derramó tanta sangre peruana y chilena, hasta los encuentros del 91, donde los chilenos, al pelear
entre hermanos, mostraron un ensañamiento digno de mejor causa. Ese suelo, árido e
inhospitalario, no podía convertirse aún en terreno fértil, con los cadávere conque había sido
abonado, ni con el sudor y lágrimas de los veinte mil obreros que regaban diariamente sobre él.
Era una tierra maldita, que se complacía en asesinar paulatinamente a los obreros.
Mientras meditaba Pérez, dirigía su vista hacia adelante, donde divisaba una enorme curva, por la
que tenía que pasar el convoy. Cerca de ella, un objeto negro, pequeñito como el punto de una “i”
se destacaba junto a los rieles. A medida que el tren se iba acercando, el punto crecía y tomaba
formas de cuerpo humano. Pérez reconoció en él a un obrero, que iba de una oficina a otra, en
busca de trabajo, y que viajaba de esa manera, porque no tenía el pasaje. Llevaba la ropa
destrozada, el sombrero llenó de barro, y sobre su espalda un saco con todo su patrimonio,
compuesto de una camisa, un pantalón, cigarrillos, fósforos, una marraqueta de pan, la libreta del
último arreglo y una botella de agua. (…) Pérez sacó el busto por la ventanilla, y comprendiendo
que ese hombre sufría horriblemente, al vagar por la Pampa, bajo un sol que achicharraba, le gritó
con toda la fuerza de sus pulmones:
– ¡Valor y esperanza! (95-96)
Tal vez importe informar que en Iquique, Juan encuentra a su hija Genoveva, resultado de sus
amores con una joven, “cuando volvía de la campaña del Perú.” El narrador, acertadamente no
nos proporciona la edad de sus personajes, pero podemos deducir la del protagonista, ya en sus
cuarenta años de vida. Así se explica su madurez política y social.
BARRIOS DE IQUIQUE
En su peregrinaje por la ciudad, Juan Pérez recorre Cavancha para sus “excursiones.”
Ahí, en un banco, contemplando las olas que chocaban contra las rocas, o las blancas velas de los
buques que entraban a la bahía, se abandonaba en sus ensueños de dicha y felicidad, para las dos
porciones de la humanidad que ocupaban su pensamiento: los obreros y su hija. Permanecía en
ese paseo, hasta que el crepúsculo recogía el último pliegue de su túnica. La luz eléctrica,
corriendo por el interior de los alambres, e inflamando los focos que hay en la avenida, lo
despertaba de sus meditaciones, indicándole que era la hora de que volviera a la ciudad. Tomaba
el camino de la calle Baquedano, con paso mesurado, para apreciar el lujo y la opulencia en que
vivían los burgueses, mientras en el Colorado, un barrio infecto, levantado en medio de
muladares, se refugiaban los pobres, respirando el aire envenenado de las basuras y de los
desperdicios (107).
Más adelante, nuevamente se nos describe Cavancha y esta vez con un personaje histórico de
carne y hueso.
En ese tiempo Cavancha estaba en decadencia, porque habían desaparecido muchos de los
negocios de lenocinio que ahí estaban establecidos. Sölo quedaba la casa de canto de Filomena
Valenzuela, ex-cantinera del 79, adonde acudían los que querían divertirse, echando al coleto
algunos tragos, o bailando una cueca de esas de la santa tierra (154).
El Iquique de comienzos de siglo gozaba de reputación en el área de “las niñas alegres.” Los viejos
iquiqueños recordarán algunos nombres como “La Gioconda,” “La Alemana,” “La Erika,” “La
Coña,” “La Jaiba,” “El Santiaguino Chico” y “El Santiaguino Grande.” Según un boletín de la Oficina
del Trabajo, en ese período existían alrededor de cuarenta “casas”en Iquique, treinta y seis en
Antofagasta, veintitrés en la Pampa del Tamarugal y en Huara, diez.
En otro capítulo, el narrador nos describe uno de los lugares típicos del Iquique antiguos, el
conventillo de “Las Camaradas” de la calle Tacna, famoso en su época por la bravura de sus
ocupantes.
– Ahora birlocho, bizcocho, maravilla, frutilla, tomate, petate, velita, velón, aroooh…
– Con uno que se pare basta.
– Echele, cumpa Meterio, un güen trago de ponche, que es mejor que ese whisky de los gringos.
– La obligo, señorita Juanita.
– Le cumplo, y obligo aquí a don Benito.
– Y la cantora tendrá la boca de caballo vigilante…?
– ¡Ay! Ispense, ña Bartolita ‘ei va el brindis de ño Hirmogio, que lo hizo pusté.
– Le pago con mucho gusto y me repito.
– Salú, ño Hirmogio, aquí ña Bartolita le güelve a comprometer.
Chiqui chiquichín, chiqui chiquichán
En el hospital de Cádiz
hay un ratón con terciana
– Ahora sobaco, macaco, trina, trena, los ojos del paco, chispa, fuego, brasero, candela, pachito de
vela, hacha, fuego, a la casa de alto, a la casa de bajo, pónete la leva, quítate el paltó (253-54-55).
ESTALLIDO DE LA HUELGA
En el Capítulo XVIII la narración se centra en la huelga preparada por Juan Pérez durante más de
un año. El malestar general entre los obreros había llegado a su punto culminante,
Juan Pérez, fijó el gran día, tanto tiempo acariciado en su mente, como un ideal supremo, para las
fiestas patrias del 18 de Septiembre. Quiso dejar estampada esa fecha en los anales del
proletariado chileno, como la de un gran movimiento, que sacudiera hasta en sus cimientos a la
carcomida fortaleza de la burguesía.
Los obreros de todas las oficinas, estaban enterados de lo que se debía hacer; pero sólo uno en
cada establecimiento conocía bien el plan de Pérez (…) Todos sin excepción, estaban acordes en
dar el golpe, que debía decidir su suerte. Nadie preguntaba por las consecuencis. La multitud, es
siempre sugestiva. Entusiasmándose por alguna cosa, va a ella, de la misma manera que la
mariposa a la llama.
– ¿Para cuándo la “reclamación”?
– Para el 18.
En las explosiones populares, es fácil trazar la pauta y dar las primeras órdenes, pero después,
nadie puede responder del éxito, ni fijar con exactitud lo que va a suceder. La muchedumbre en
esos críticos momentos, no reflexiona. Es la ola formidable, que no respeta nada, que bate con la
misma fuerza las rocas como la arena (461-62).
Si leemos con cuidado, y no con el apresuramiento conque lo hizo Fray K. Brito, nos daremos
cuenta de la honesta actitud narrativa que adoptan los editores López y Polo. Conocedores a
fondo del ambiente obrero, de la psicología de las masas en las incontables huelgas en el Norte
Grande y en el país, cuando se presenta la “cuestión social,” no trepidan en afirmar y dejar
constancia de un hecho que no admite argumentos: “en las explosiones populares, nadie puede
fijar con exactitud lo que va a suceder.” Prosigamos con la historia. La petición de los obreros para
el día de la reclamación consistía en solicitar la abolición de fichas, aumento de salario, libre
comercio, indemnización por desgracias y enfermedades y disminución de las horas de trabajo.
Quien conozca el historial obrero de la pampa, reconocerá el petitorio tantas veces esgrimido por
los trabajadores, que se repite al pie de la letra en la gran huelga de 1907, y que finaliza en la
Escuela Santa María de Iquique.
El capítulo XX da término a la novela y comienza con estas palabras,
En años anteriores, el 18 de Septiembre, era recibido con grandes preparativos, tanto por los
operarios chilenos, como por los peruanos y bolivianos. Todos, contribuían con su bolsillo y con su
persona, para hacer de ese aniversario americano una gran fiesta.
Se confeccionaban programas, en los que figuraban el himno nacional, los cohetes, globos, carpas
y demás diversiones populares. Las oficinas instigaban por debajo de cuerda a los trabajadores,
para que se divirtieran, con el objeto de que le compraran licores, conservas y géneros, en la
pulpería.
(…) Amaneció el 18 de Septiembre, día en que debía efectuarse la gran “reclamación,” y esa vez,
las banderas chilenas no flamearon sobre las bohardillas; permanecieron guardadas en los baúles,
para que no presenciaran las escenas que se iban a desarrollar.
Como de costumbre, todas las faenas habían quedado en descanso. Los calderos dejaron de ver,
una vez al año, sus entrañas abrasadas por el fuego; los chachuchos se enfriaron; las ruedas y
poleas quedaron inmóviles, y la paz más grande reinó sobre lo que veinticuatro horas atrás, eran
centros de actividad.
Los operarios despertaron bien tarde en sus lechos. Quisieron darse el lujo de dormir un poco
más, vengándose del tintineo desesperante de otras veces, en que el sereno los obligaba, con el
toque de la campana, a dejar la cama, en medio de un frío de cordillera.
(…) A las ocho de la mañana, los operarios de todas las oficinas, con gran alarma de los empleados,
empezaron a reunirse en las plazoletas, frente a las administraciones, observando la mayor
compostura. Todos guardaban silencio, revistiendo los comicios de solemnidad. algunos
conversaban en voz baja, transmitiéndose las órdenes de los representantes de Juan Pérez.
Los burgueses, movidos por un mismo impulso, se dirigieron a los aparatos telefónicos, para poner
sobre aviso a las guarniciones de Policía, y solicitar su presencia; pero por más que dieron vuelta a
las manubrios, nadie les contestaba. Los operarios habían tenido la buena idea de destruir los
alambres telegráficos y telefónicos de toda la pampa. De esa manera, las oficinas estaban
incomunicadas con Iquique. Cuando las oficinas de los telégrafos del Estado, la del Ferrocarril
Salitrero, y la Central de Teléfonos, notaron los cortes simultáneos de todas las líneas, dieron parte
a la autoridad de lo que ocurría.
Inmediatamente salió de Iquique un convoy, compuesto de dos máquinas y muchos carros, en los
que iban trescientos soldados, sacados de los cuerpos de guarniciones, inclusive de la Policía. El
tren llegó hasta la estación de Carpas, y ahí se detuvo, porque la línea aparecía destruída, en una
longitud de tres cuadras. Durante la noche, los futuros “reclamantes”habían quitado y
despedazado los rieles, teniendo en cuenta que de Iquique subiría tropa a la Pampa.
(…) A las nueve, más o menos, los grandes grupos de trabajadores se pusieron en movimiento,
guardando uniformidad, hacia los escritorios. Avisados los administradores de que la gente pedía
hablar con ellos, tuvieron que presentarse, pálido y temblorosos, ante las muchedumbres de
esclavos, a quienes tanto mal habían hecho.
Los delegados de los obreros expusieron en breves palabras que los operarios pampinos cansados
de ser por tanto tiempo víctimas de las inícuas explotaciones e inhumanidades de los capitalistas,
exigían las siguientes reformas en las oficinas:
Supresión de vales y fichas, y pago semanal.
Libre comercio.
Indemnización por muerte, heridas o enfermedad, contraídas en las faenas.
Asistencia médica gratuíta
Aumento de salario en un cincuenta por ciento.
Pago proporcional de las carretadas de caliche, rechazados por “malo.”
Habitaciones higiénicas y aseo en los campamentos.
(…) Como todos los administradores contestaron que nada podían prometer a los operarios, éstos
los hicieron prisioneros, y después de ponerlos en buen recaudo, para que sus vidas estuvieran a
salvo, se lanzaron sobre las casas de los empleados y las pulperías, sacando lo que había de
comestibles y bebidas, y entregando lo demás a las llamas del incendio.
Grupos compactos, se abalanzaron sobre los ingenios, maquinarias y maestranzas, destrozando
cuanto encontraban a su paso. La parafina, era sacada de las bodegas, y esparcida por todas
partes para provocar el fuego.
En una hora, todas las oficinas quedaron convertidas en escombros, en ruinas lamentables. Las
guarniciones de Policía, habían tenido el buen tacto de no acudir a intervenir, para que no
peligraran la vida de sus soldados. La tropa que saliera de Iquique, y que de Carpas se dirigiera a
pie hacia las oficinas, llegó cuando todo había terminado.
Pero no hubo una vida que lamentar. La sangre no corrió. Los trabajadores se vengaron en las
propiedades de sus verdugos, respetando sus existencias. El plan de Pérez fue cumplido en todas
sus partes. La consigna era arruinar a los oficineros, y lo consiguieron sin recurrir a asesinatos, que
habría sido un borrón para los iniciadores del gran reclamo.
Cuando Pérez vio que el proletariado estaba vengado, y que nada quedaba por hacer, dio por
terminada su labor, y dando un adios a la tierra donde tanto sufriera, se encaminó dirección a las
sierras.
Después, hombres, mujeres y niños, cubrieron la inmensa pampa, formando una gigantesca
romería que dirigía sus pasos hacia el Oriente, a Bolivia.
Iban allá, a ese país del frío, a buscar entre los habitantes de la altiplanicie, un pedazo de suelo y
un pan dulce, que les negaba su propia patria (475-76-77-78-79).
Con la purificación lograda mediante el fuego, la clase trabajadora pampina se ha redimido de sus
humillaciones y sufrimientos. La justicia poética se sobreimpone a la dura realidad. (Dato
ilustrativo sobre la infame “ficha:” en 1907 la manufactura de éstas alcanzó a 316.000 unidades).
Así pone fin el narrador “a los apuntes de mi libro de memorias.” Las cuatro últimas líneas son un
anticlímax melodramático, al presentar a Luis García y su amante, arruinados, “vegetando por las
calles de Valparaíso.” Fernando Ortiz Letelier, en su libro póstumo, resultado de su tesis para
profesor de historia, indagó principalmente en los periódicos obreros de la época y tiene una
observación que no he podido corroborar, pero de cuya autenticidad no dudo. Al referirse al
acápite “Las tácticas de lucha del proletariado,” afirma,
En este período es posible observar una clara evolución en las tácticas utilizadas por el
proletariado. No siempre se usaron los métodos más adecuados.
A fines del siglo pasado por ejemplo, según informa El Imparcial de Huara, hubo un intento entre
los obreros del salitre para uniformar un movimiento encaminado a destruir las oficinas; con este
objeto delegados obreros se habrían reunido en Iquique para ponerse de acuerdo, a fin de que en
una hora determinada en todo el salitre se destruyesen los medios de comunicación (telégrafo,
teléfono, ferrocarriles, etc.) y se facilitaran sus propósitos. El movimiento, sin embargo, no
prosperó (182).
La base histórica residiría en tal hecho; la literaria en la gran preocupación de los autores por sus
compañeros de clase. Esto no quita ni pone un ápice a la novela. Osvaldo López conocía al dedillo
la pampa salitrera. Cuando la Comisión Consultiva del Norte en 1904 viaja a la región del salitre a
investigar en el terreno las quejas obreras, López redacta el memorial que el Comité de la Pampa,
entre otros, entrega a dicha Comisión. Pero López va más allá. Encomendado por dicho Comité,
redacta un folleto – mil ejemplares- en el cual los pampinos plantean al resto del proletariado
chileno sus puntos de vista sobre el sistema laboral vigente. Obsérvese el lenguaje del autor,
“Hermanos de opresión y de esclavitud: Mirad nuestras miserias y que ellas sean trompeta
vocinglera que despierte las multitudes para hacer justicia por nosotros mismos, ya que ella se nos
niega cuando la pedimos con sumisión, por los encargados de administrárnosla.” Es el
predicamento básico de Tarapacá a lo largo de los diferentes capítulos.
LA REVOLUCION INDUSTRIAL
Se conoce con este nombre los vastos cambios económicos y sociales producidos en la segunda
mital del siglo XVIII, por el cambio de una economía dominada por lo agrario, trabajo manual, y
labor intensiva, a otra dominada por la manufactura mecanizada, especialización o división del
trabajo, fábricas, un libre fluir del capital, y la obvia concentración de habitantes en las ciudades
por el proceso industrial. Estos cambios se experimentaron en Inglaterra primero, pero dentro de
una generación ya afectaban a Europa occidental y los Estados Unidos, y en el siglo XX al mundo
entero. Al avance mundial a finales del siglo XIX y comienzos del XX, se le conoce como la segunda
revolución industrial. Esta última fue la que llegó a nuestras costas con la debida intensidad. La
industria textil fue la que creció rápidamente gracias a la creación de maquinarias que
reemplazaron la mano de obra, allá por 1767. La invención de la máquina a vapor por James Watt
en 1782, permitió que se produjese un avance acelerado en el progreso de los ferrocarriles y la
industria del acero. El mayor cambio en tecnología fue sin duda la manufactura del hierro. El
proceso de transformar el carbón en el llamado carbón coke en 1763 y mejorado después de 1776
por John Wilkinson, permitió que la producción del hierro alcanzara la calidad que se requería para
construir máquinas más eficientes. Esto a su turno, llevó a otro cambio recolucionario, la
expansión del ferrocarril, que empezó entre 1825 y 1830, pero cuyo impacto se sintió cincuenta
años más tarde. Recordemos que en nuestro país los estudios para la construcción del ferrocarril
de Santiago a Valparaíso fueron hechos por William Wheelwright (1798-1873), pero el constructor
fue Henry Meiggs. La obra fue aprobada en 1849, pero finalizada en 1863. La primera línea de 81
kilómetros entre Copiapó y Caldera, fue inaugurada el 25 de diciembre de 1851, gracias a la
iniciativa de los ricos mineros de la zona, los Gallo, Ossa, Edwards, Cousiño, Subercaseaux,
asociados con Wheelwright. Como dato ilustrativo, el primer ferrocarril en Sudamérica lo
construyeron los ingleses (¿qué otros?) en la Guayana bajo su dominio en 1850. Lo que importa
destacar es la relación entre tecnología y comercio, pues la revolución industrial conectada con el
desarrollo económico a través de inversiones y finanzas, motivó una política económica estatal en
los países industriales que redundó en la expansión de sus fronteras. El aumento de las industrias,
finanzas y negocios, y el crecimiento de una clase trabajadora tenía que afectar el orden político y
social del siglo XIX. ¿Es de extrañar que aparezcan, no invitados a esta fotografía, Engels y Marx?
Pero ya es otra historia. En 1846 cuando Inglaterra abandonó la protección de la agricultura, el
principio de libre comercio se hizo palpable. Mercaderías, servicios de transporte e inversión de
capitales fueron exportados a nivel mundial, tanto a Estados Unidos y Sudamérica como a sus
colonias. Para ello contaban con bases navales y lugares estratégicos de aprovisionamiento de
carbón para sus buques, protegidos por la Armada Real, y a finales del siglo XIX por una red de
comunicaciones a través de cables.
Especialistas en la materia como Ronald Hyam nos informan que las razones de la expansión en la
era victoriana, fueron tanto económicas como ideológicas. Las económicas ya las hemos
mencionado en párrafos anteriores, a las que debemos agregar la urgente necesidad de encontrar
la materia prima para sus industrias y producción. La revolución industrial tuvo in mente anticipar
la demanda en otros países y donde no existiera, crearla. El ejemplo que Hyam nos entrega es
revelador: mucho después de 1850, las frazadas era desconocidas entre los africanos, pero al final
del siglo eran tan populares que la expresión “frazadas Kaffir era una designación común.”
Ejemplos de este tipo los tenemos en América Latina en cada latitud. Desde el punto de vista
ideológico la Era Victoriana, prosigo con Hyam, de alguna manera tenía la idea de estar en armonía
con las “fuerzas progresivas del universo.” Dios estaba de su parte. El príncipe Albert consideró la
Exposición de 1851, “como un festival de civilización cristiana.” Agréguese la búsqueda del
conocimiento y la concepción certera de que tal conocimiento es poder, y se llegará a la
conclusión obvia que la educación es la que permite tales logros. La convicción de los ingleses de
su superioridad, los llevó, al igual que todo imperio en la historia de la humanidad, a la tarea de
mejorar a los “otros,” y mejorarse a sí misma. Uno de los ejemplos clásicos es la vida de Cecil
Rhodes (1853-1902) el hombre que reinventó Africa. Lo pueden confirmar y ratificar India, Africa,
Oceanía, América Latina. Una expresión inglesa anota que “There is some corner of a foreign field,
that is forever England.” Sino que lo niegue Valparaíso con sus edificios estilo inglés. En cuanto al
sueño imperial, Charles Dickens literaturizó tal idea cuando su personaje Mr. Podsnap manifiesta
que “los otros países eran un error.” ¿Tenía Inglaterra otras razones para afirmar su superioridad?
Hyam cita cuatro: 1. Su preeminencia económica, basada en la producción de mercaderías de
mejor calidad y bajo precio. 2. El poder invencible de su armada. 3. La estabilidad interna y el
balance social. 4. Bajo todo esto un profundo sentido religioso, sostenido por la ética protestante
de la salvación por el trabajo. Añádase el soporte teórico proporcionado por Adam Smith en La
Riqueza de las Naciones (1772) que convierte el libre comercio, el laissez-faire, en el dogma básico
de su economía. Hay un gran “pero” al avance y progreso de un país, e Inglaterra no fue la
excepción. Hacia 1880 Londres contaba con una población de 4.000.000, de los cuales 1.000.000
vivía en la más abyecta pobreza. El estudio lo realizó un serio estudioso, Charles Booth quien
publicó sus primeros resultados en 1889 en su libro Life and Labour of the People.
Los ingleses vieron muy claro que la expansión de la industria podía ser posible mediante la
educación de hombres cuya habilidad técnica y profesional permitieran realizar a escala mundial
lo que la revolución industrial ya había motivado en Europa. Varios de ellos llegaron al Norte, en
los tiempos en que Perú dominaba el área. Cómo olvidar a un George Smith, Bollaert, Dawson y
Harvey, estos dos socios de North, y aquéllos que descansan en el “cementerio inglés” de Tiliviche
y otros espacios salitreros. En Iquique siempre se recordará a James Humbertone, conocido como
Don Santiago, uno de los tantos exploradores y mineros con la preparación adecuada para la
industrialización del salitre. Que llegue un hombre de clase media llamado John Thomas North, no
nos debe extrañar en lo más mínimo. La City of London, entre 1880 y 1913 tiene un registro de
8.408 compañías dedicadas a la minería y exploración de minas en el extranjero (Harvey y Press,
64). Quien prosiga leyendo esta información, comprenderá que el propósito fundamental que
persigo es tener los antecedentes adecuados para juzgar situaciones y hombres en la historia de
nuestro Norte Grande. Algunos mitos y creencias tienen su origen en explicaciones a veces
fundamentadas en interpretaciones equívocas, no mal intencionadas. Como aquél de los caballos
que North trató de obsequiar al presidente Balmaceda, para “comprárselo” de cierta manera.
Blakemore demostró palmariamente lo erróneo de tal interpretación. North no era tan estúpido
como para arriesgar tal maniobra. Nuestro historiador Francisco A. Encina registra la estirpe de los
dos reproductores: “el padrillo Yorkshire, Capitán Cook, y el hackney Copenhague” (397). Se olvida
o desconoce que era un gran aficionado a las carreras y que cerca de su mansión en Avery Hill,
Eltham, Kent, se “instaló un criadero de caballos de carrera, y el propio North obtuvo muchos
éxitos en el turf” (Blakemore, 51-53). En la autobiografía de North se menciona que cuando el
Coronel se interesó por la hípica, “compró varios potros en una suma que se consideró como
precios sensacionales” (6). North fue también un gran aficionado al box y al cricket. Sobre lo
primero se vanagloria de haber tumbado de un golpe a un matón, en una reunión política (12).
Pablo Neruda, exclamó en alguna ocasión “¡Dios me libre de inventar cosas cuando estoy
cantando!,” una expresión más de las que hacía uso nuestro bardo, quien chilenizó por razones
obvias a Murieta, el héroe mexicano de Sonora, en la California del “Gold Rush,” en su obra teatral
Fulgor y muerte de Joaquín Murieta (1966). Por lo demás, el poeta es un pequeño Dios, como
aseveraba Huidobro, y crea sus propios universos. En Canto General, el hablante líricoinicia el
poema “Balmaceda de Chile (1891)” con la figura de North como trasfondo, obvio símbolo del
capitalismo inglés. ¿Qué pensaría de los británicos el hablante, cuando el poeta recibió el
doctorado honoris causa de la Universidad de Oxford en 1965?
Para quienes no lo recuerden, hay una fotografía de Joaquín Edwards Bello disfrazado de “dandy”
para una de las tantas fiestas promovidas por la alta sociedad santiaguina y del puerto de su
tiempo. Jordi Fuentes et al. expresan que a fines de 1888, “el rey del salitre resolvió hacer un viaje
a Chile y el baile que ofreció como despedida a los magnates de la bolsa de Londres y a algunos
políticos ingleses es una buena pintura de este rastacuero inglés. Basta recordar que se presentó
al baile disfrazado de Enrique VIII (385).” Lo que olvidan mencionar los compiladores es que la
costumbre anglosajona de disfrazarse para ciertas fiestas, es un requisito para la asistencia a ellas.
Lo de rastacuero no tiene lugar en su biografía. Nuestro historiador del salitre, Oscar Bermúdez,
fue quien más inteligentemente situó las razones de la riqueza de North: “Para que Harvey
(Robert) y North lleguen a imperar :
será necesario el desencadenamiento de la guerra, la ocupación militar de Tarapacá por las fuerzas
chilenas, el total derrumbe del Perú, para que el Inspector de Vías (Harvey) se convierta en una
fuerza secreta, pero efectiva, en Tarapacá, asociado al otro británico, el tercer personaje (Dawson)
aún más poderoso (Bermúdez, 1984: 23).
Cuando en 1888 decide realizar un viaje a Chile, North se despide de sus amigos con una fiesta en
su residencia del Hotel Metropole en Londres. Entre los asistentes se encuentra el contraalmirante
Juan José Latorre. Los acordes del himno nacional chileno se hicieron sentir en aquella ocasión. El
baile se realizó el 4 de enero de 1889 y fue reseñado por el periódico European Mail,
Sólo los huéspedes más distinguidos asistieron al baile del salón Whitehall, que principio con los
acordes de la Canción Nacional Chilena.
El coronel North atendía constantemente a todos sus huéspedes, ejecutando el programa de baile,
como lo ha hecho en su carrera, es decir, de la manera más inteligente y juiciosa.
La ida solemne a la mesa de té, fue encabezada por una vanguardia de cornetas.
El dueño de casa se sentó entre su esposa y Lady Randolph Churchill, la que escuchaba con
atención la modesta relación del almirante chileno Latorre, sobre sus hechos de armas en las
aguas peruanas (Hernández, 129).
Pero volvamos a North y el Iquique de su tiempo. Según la opinión de un observador, el puerto era
en 1873 “un lugar (agujero) bestial… donde uno sólo puede beber agua destilada a 9 centavos el
galón, un lugar hecho de arena, salitre, guano y hoteles.” El reverendo David Trumbull comentaba
diez años más tarde que algunas de sus calles eran casi “tan suaves como las de París,” y que había
una sala de lectura “suplida con muchas de las mejores revistas inglesas y americanas.” Añade que
el ferrocarril pareciera “estar en activo y constante movimiento” en la industria salitrera. Muchos
ingleses trabajaban para el ferrocarril y también “en las fundiciones y otros establecimientos
industriales (Mayo, 182).” Pero no se piense que sólo del salitre vivían nuestros tatarabuelos. A
comienzos de este siglo el puerto tenía fábricas para refinar azúcar, de jabón, licores, salchichas,
zapatos, somieres, muebles, ladrillos, camisas, sombreros, ropa, cristalería, etc. Prosigamos con
nuestro North. J. Fred Rippy nos dice que,
Apenas llegaba a los cuarenta años cuando organizó la Nitrate Railways Company Limited (24 de
agosto de 1882), su primer intento en compañías anónimas; pero había pasado casi diez años en la
costa del Pacífico de Sud América, durante un período especulativo, caótico y violento; y su
ingenio y audaz agresividad le permitieron acumular una pequeña fortuna. Mediante una prolija
observación personal y a través de la información obtenida de Robert Harvey, John Dawson y
otros, había adquirido un conocimiento detallado y acucioso respecto a los depósitos de salitre
chileno, especialmente en la rica provincia de Tarapacá. (…) rápido en reconocer una ganga en un
período turbulento en el cual las oportunidades eran numerosas, trazó las bases para hacer
ganancias espectaculares, las que su brujería financiera le permitiría cosechar sin tardanza. Al cabo
de ocho años después que fundó su primera empresa de acciones, se le conocía como el “Rey del
Salitre,” no sólo en Chile y en el Reino Unido, sino también en los Estados Unidos, en Egipto y en la
mayoría de los países de la Europa occidental (84-85).
A propósito del Nitrate Railways Co., cuando North llega a Chile, en el periódico santiaguino El
Ferrocarril. Diario de la mañana, publica en su edición del jueves 12 de diciembre de 1889, la
siguiente noticia, que presumo debe haber sido de conocimiento del coronel, antes de su partida:
Intereses chilenos en Londres
Las entradas brutas de los ferrocarriles de Tarapacá (Nitrate Railways Co.) durante la última
quincena de Setiembre, ascendieron a 36,272 libras esterlinas, contra 29,925 en igual período de
1888, resultando un aumento para el corriente año de 6,346 libras esterlinas. El aumento en los
nueve meses corridos de 1889 sobre los de 1888, asciende a 11,867 libras esterlinas.
Las transacciones de salitre durante la quincena se han limitado a dos cargamentos de calidad
común, a 8 chelines 4 1/2 peniques y 8 chelines 6 peniques, y otros dos más de calidad más fina a
8 chelines 5 1/2 pen. y 8 ch. 6 1/2 peniques.
En este “lugar bestial” que es el Iquique de North y tantos otros empresarios, el elemento
primordial para la existencia humana – el agua- no ha merecido la debida atención de los
inversionistas. Se transportaba en los comienzos de la caleta, desde el río Loa por medio de balsas
de cuero de lobo marino; luego en 1830 por embarcaciones provenientes de Arica. La primera
máquina condensadora se inauguró en 1845. Recuérdense los comienzos y experiencias en este
sentido del protagonista de nuestra relación. Qué sorpresa puede causar que John Thomas y sus
socios decidan invertir dinero en la creación de la Tarapacá Waterworks (1888), y luego amplíen su
radio de acción con la Nitrates Provision Supply Co. (1889), para suplir de aprovisionamiento a las
salitreras y al puerto; la Nitrate General Investment Trust Co., para la compra y venta de las
acciones salitreras; Nitrate Producers, Steamship Co., para el acarreo del salitre al mercado
mundial; no dejemos de lado el alumbrado público ni la fundación en 1888 del Bank of Tarapacá
and London Ltda. En 1889, North como accionista de la Nitrate Railways Co., asumió la presidencia
del consejo directivo mediante la compra de acciones en tiempos inciertos para la empresa. No es
de extrañar entonces que se hable en esos años de la “Northización de Tarapacá” y que el viaje del
presidente José Manuel Balmaceda a la zona salitrera tenga la resonancia que su discurso
pronunciado en la Filarmónica de Iquique, produjera en los círculos económicos y políticos. Diez
días antes de la llegada de North al puerto de Coronel en su viaje a Chile en 1889, Balmaceda visita
la zona norte. Hay ciertas coincidencias que no son inocentes. De acuerdo con Encina, “Balmaceda
era lo bastante sensato para comprender que después del obsequio de casi todas las salitreras
ricas a North y Harvey y del enorme poderío financiero y moral de las sociedades organizadas por
ellos en Londres, la palabra nacionalización sólo era una oriflama (!970: 393).” Continúa nuestro
historiador,
“Ya no tenía por delante tiempo para iniciar la tentativa de nacionalización del salitre; carecía de
colaboradores que la tarea exigía; como veremos más adelante, el momento era inoportuno y la
opinión, en parte hostil y en el resto indiferente. Exasperado, resolvió hacer un viaje espectacular
al norte. Nada era posible estudiar en días, y menos aún desde la presidencia de la República. En
cambio, el viaje permitía hacer declaraciones sensacionales que repercutiesen en la conciencia
nacional y preparasen el terreno para un cambio de orientación en la política salitrera. En el peor
de los casos, sería un gesto de dignidad y entereza delante del próximo arribo de North y de los
proyectos que traía entre manos. El 4 de marzo de 1889 se embarcó Balmaceda en el Amazonas
(1970:393-394).
Recordemos esta nota, pues cuando más adelante cite la visita de North a La Moneda para
obsequiar a Chile, el cabrestante de la Esmeralda, se observará que el Presidente llega tarde a la
cita. Todo personaje de importancia tiene secretario y agenda. No hay que hilar muy fino para leer
entre líneas. Oscar Bermúdez, el gran historiador del salitre, insiste que “nacionalizar la industria
significaba en el siglo pasado hacer predominar en ella la influencia chilena” y que los
historiadores de corte socialista insisten en que “Balmaceda estaba en lucha abierta contra el
capitalismo salitrero inglés, olvidando que la lucha de este gobernante apuntaba claramente
contra el capitalismo monopólico del grupo North y no contra el capitalismo salitrero inglés en
general” ( Su énfasis). (1984: 273). Gonzalo Vial incidirá en el tema y ampliará esta tesis.
Balmaceda fue el primer presidente nacional en visitar los territorios desconocidos para sus
paisanos y “el primero que en la propia capital del salitre expuso entonces la política que en
resguardo de nuestros intereses debía proponerse el Gobierno” (Hernández, 131). El Heraldo de
Santiago (Marzo 4, 1889) comenta,
El viaje que el lunes emprenderá el señor Balmaceda al Norte, asume, al decir de los palaciegos,
las proporciones de un gran acontecimiento político y financiero. Dicen los adoradores del
Presidente que éste va ganando la mano al coronel North en su marcha a Tarapacá y que aquél
quiera tomarle los hilos al salitre.
Balmaceda visitó dos de las oficinas de North, Primitiva y Jazpampa. Aquí aparece en escena un
viejo pampino que escribió sus memorias con el título de Yo vi nacer y morir los pueblos salitreros,
Julián Cobos, quien en 1916 conoció las oficinas salitreras de Tarapacá. El nos narra lo siguiente,
Balmaceda recorrió algunas oficinas – Primitiva entre otras-, imponiéndose de las condiciones de
trabajo. Perenterioramente ordenó aumentar los salarios en un 50%. Esto colmó la medida y
estalló la furia de los amos de la industria.
Los obreros miraron con simpatía al mandatario que llegaba hasta ellos y ordenaba el au mento de
salarios. Estos entretelones los conocí directamente de boca de los obreros beneficiados con las
medidas de Balmaceda. Sobre esto me habló Cañas, un administrador hijo de padres peruanos:
“Cuando se supo que Balmaceda ordenó un aumento de salarios, los salitreros dieron orden de no
cumplir y se nos llamó a Iquique para instruirnos sobre lo que se pensaba poner en práctica para
no acatar la orden de aumento” (43).
Los obreros no eran asalariados del gobierno. Cobos luego nos informa del por qué “el sólo
nombre de Balmaceda” se hiciera antipático entre los trabajadores pampinos, cuando estalla la
guerra civil. En la Oficina Ramírez embanderaron el pueblo con las insignias de todos los países
(chilenos, peruanos, bolivianos, argentinos) para garantizar su neutralidad en la contienda de
1891. Llegaron los gobiernistas y nadie respondió al llamado del bando militar. “Hubo apaleos,
heridos y hasta muertos” añade Cobos. Los opositores explotaron el suceso y “a poco andar, los
pampinos corrían a alistarse en las filas de los regimientos revolucionarios”(44).
Continúo con Balmaceda. También fue agasajado en la casa de North en Pisagua. (North poseyó
una en Iquique, en la calle Esmeralda 346, hoy demolida, en el área que rodea lo que fuesen
bodegas de la Compañía Salitrera de Tarapacá y Antofagasta. Al no regresar North a Chile, fue
vendida a Lockett Brothers, después la adquirió Santiago Sabioncello, luego la C.S.T.A. y
finalmente Alfredo Alvarez F.).
Con el control de los elementos básicos para la subsistencia y bienestar humanos, como así
también de la industria que le permitió gracias “a su ingenio y agresividad” amasar una fortuna,
North tentó infructuosamente llegar a la Cámara de los Comunes de su país en 1895. El título de
“Coronel” lo obtuvo por su generosidad,
fundó y equipó un Regimiento de Voluntarios en Tower Hamlets y permitió que usaran su
propiedad para su entrenamiento y como campamento durante los veranos. Su título honorífico,
del cual estaba excesivamente orgulloso, fue otra adquisición útil en su ascenso en la escala social.
(…) Los relatos acerca de la benevolencia y generosidad de North eran innumerables (Blakemore,
52-54).
El aspecto filantrópico es un elemento casi desconocido e ignorado en América Latina. Algunos
autores hablan de “una filantropía ostentosa” en North. Si así fuese, sería interesante destacar a
empresarios nacionales de aquella época en Chile que hubiesen hecho lo mismo.
No se dejen de lado sus fracasos financieros en otros países como Bolivia, Serbia, Sudáfrica. La
Arauco Railway Co. fundada en 1886, y de la cual era presidente, fue otro de sus aciertos
financieros, esta vez en el sur de Chile, en la provincia del carbón. En la autobiografía que cito, hay
un párrafo subtitulado “Cómo él presidía las reuniones de la Compañía,” el cual nos entrega un
retrato vivo del coronel North. Imagine el lector,
El fácil método con el cual el Coronel North conducía las reuniones de las Compañías, de las cuales
él era parte interesada, causaba enorme disfrute a los observadores. “Muy bien, caballeros, aquí
nos encontramos reunidos. El Secretario leerá las minutas. Es parte de su trabajo, se le paga por
hacerlo, y me atrevo a decir que lo hará muy bien. Ahora, señores, nuestra propiedad está en
buenas condiciones. Yo estoy satisfecho con ella. Ustedes están satisfechos. Todos estamos
satisfechos. Los dividendos son tales y cuales, y pienso que eso es suficiente para todos nosotros
(13).
Como dato anecdótico, ese gran hombre del salitre que fue José Santos Ossa, tuvo ocasión de
conocer a North en 1870, cuando en un viaje hacia Freirina en el ferrocarril de Carrizal “hubo un
accidente en la línea (…) y el maquinista era un inglés llegado hacía poco de la maestranza de
Caldera (…). Era Mr. Juan Tomás North (Hernández, 72). Si deseáramos insistir en algo tan baladí,
como interpretar el significado de un nombre, podríamos apoyarnos en un filósofo como Thomas
Carlyle, quien dijo que un nombre puede estructurar o dar forma a una vida, reflejando lo que una
influencia mística envía hacia dentro del ser humano, aún al centro de éste. North calza esta
aproximación filosófica.
Continuemos con la visita a Chile del Rey de Tarapacá. Llega a Valparaíso el 21 de marzo y trae
como obsequio el cabrestante de la Esmeralda engarzado en plata maciza, con la dedicatoria, “A la
República de Chile. John T. North.” Según datos que poseo, está en la Escuela Naval, en Valparaíso.
En el periódico La Industria de Iquique del sábado 13 de abril de 1889, aparece la siguiente
crónica,
El obsequio del Coronel North
Como a las 5 de la tarde, llegó ayer a La Moneda el señor North, acompañado de su secretario,
señor de Courey Bower para entregar a S.E. el Presidente de la República, el rico escudo de oro y
plata en que está incrustada la placa de bronce, con la estrella nacional que cubría el remate del
cabrestante de la Esmeralda .
El señor North fue recibido por el señor Ministro de Marina, presentándose minutos más tarde S.E.
Después de las salutaciones de estilo, el Coronel North entregaba al Jefe de la Nación el valioso
obsequio que ha dedicado a Chile. (De El Ferrocarril del 5 de abril).
En el mismo periódico iquiqueño del viernes 5 de abril de 1889, hay otra crónica.
Abril 4, 1889. (Recibido a las 10:30 a.m.) El señor don David Mac-Iver dio anoche un gran banquete
al Coronel North, al cual asistió un gran número de sus amigos. Reinó mucha alegría y cordialidad y
se pronunciaron numerosos brindis en honor del señor North.
Su colaborador y socio, John Dawson, envía la siguiente aclaración a La Industria el 9 de abril de
1889:
Señor Editor de La Libertad Electoral (periódico santiaguino).
Anoche se ha publicado un telegrama de Iquique en el cual se supone que el señor North trae
instrucciones y poderes de los tenedores de bonos peruanos en Londres para transferir ese crédito
a Chile.
Es indudable que esta noticia de sensación tiene un doble objeto ambiguo.
Por esto es que suplico al señor Editor que tenga la bondad de contradecir semejante especie
como absolutamente destituída de fundamento, pues el señor North no asume ningún linaje de
representación o autorización, ni de parte de los tenedores de bonos ni de parte del Gobierno
inglés, para tratar de manera alguna los asuntos relacionados con la deuda peruana.
Santiago, 30 de marzo de 1889
Juan Dawson
Lo obvio es asumir la preocupación de los intereses salitreros por la llegada de North y lo que
pueda significar en el contexto nacional, además del apresurado viaje del presidente Balmaceda a
la región nortina, adelantándose al coronel. Cuando cite a Justo Abel Rosales, recuerde el lector
cómo éste presenta la razón del viaje de North a Chile.
Según Hernández, cuando North y su comitiva llegaron a Valparaíso, “fue una gran ceremonia la
apertura del cajón desembarcado del vapor Galicia, en que Mr. North traía como lujoso trofeo el
cabrestante de la Esmeralda.” Después de la ceremonia, North ofreció “un espléndido lunch a la
prensa de Valparaíso.” El discurso de North fue el primero de una serie. Me referiré a ellos en el
capítulo sobre el libro de Justo Abel Rosales. Hernándezagrega, “se pronunciaron diversos brindis
(…) y Mr. North pronunció en respuesta las siguientes palabras,”
Señoras y caballeros: Hará como veinte años que vine a Chile con unas veinte libras en el bolsillo y
ganando un sueldo de cuatro pesos diarios. Seguí trabajando y cuando se me ofreció un porvenir
más halagüeño, me dirigí a Iquique, donde mediante a los trabajos en el salitre, labré la base de
una fortuna que debo a este país, que bien merece el hombre que lleva: el de la Inglaterra de Sud
América. Si bien la fortuna me ha sonreído, jamás se me podrá decir que olvido al país que me la
dio, ni a mis amigos.
Mi viaje a Chile obedece a varios propósitos: el de cuidar fuertes intereses confiados a mi cargo; el
de manifestar a los chilenos el cariño que poseo por su país; y también el de poder contribuir al
adelanto industrial de Chile en general.
Quiero también llamar vuestra atención a uno de los principales productos de este país: hablo del
salitre, abono cuya importancia aumenta de día en día; pero para eso necesito la cooperación de
la prensa y pido que la prensa de Chile me ayude a desarrollar mis ideas. Espero que no me
negaréis vuestra cooperación (Hernández, 135).
El mismo autor del cual he extractado las citas, reconoce cándidamente el modus operandi de
North. En Santiago, Eduardo Délano quien compró certificados salitreros emitidos por Perú, no
encontró socios chilenos para instalar la oficina salitrera, y vendió su propiedad a North en ese año
de 1889 en 110.00 libras. North, “formó sociedades en Londres para explotar ese estacamento y lo
vendió, dividido en lotes, en más de 800.000 libras!” (135). ¿Qué ocurría con los capitalistas
nacionales, dónde estaban, en qué invertían sus capitales y ganancias? Según Encina, a quien
citara anteriormente. “La propia energía económica del país, abandonada a su suerte por los
gobiernos precedentes, había vuelto la espalda al salitre. Los antiguos pioneers de la industria
habían muerto, o vivían su ancianidad, salvo uno que otro, en Santiago, Valparaíso o París. Sus
hijos, formados en un medio blando, rehuían la áspera lucha que sus padres libraron contra el
desierto” (399). Oscar Bermúdez comenta, “Los chilenos no se sintieron atraídos por el salitre de
Tarapacá. El empuje demostrado por empresarios chilenos durante el período peruano respecto al
salitre de Tarapacá, desapareció antes de terminar la década de los años 70” (Bermúdez, 1984:
248).
North trajo como regalo para la ciudad de Iquique, un carro-bomba, hermoso presente si se
considera los riesgos de incendios que la ciudad sufría periódicamente, por la estructura de sus
edificios y casas de pino oregón. Como lo afirma Rosales, “obsequiará a ese Cuerpo, mangueras,
uniformes, etc., y todavía, un lujoso casco de plata para el comandante” (88). Comenta Russell que
North “no encontró una Compañía Británica o Inglesa de Bomberos a quien consignársela;” sí las
había de las otras nacionalidades. En mi último viaje a Iquique, (1996) al conversar sobre el tema
con interesados en la historia del puerto, como Ivor Ostojic y su hermano, me señalaron que
restos del carro-bomba estaban en la 7a. Compañía de Bomberos “Tarapacá.” Me dirigí al lugar y
vi el pescante del carro, con una placa de bronce en la que se lee “Diploma of Honour. Highest
Award, Italian Exhibition, 1888.” Sólo confirmé lo que dijera Russell, “El Coronel North (que) trajo
de Inglaterra una bomba contra incendios, premiada en una exposición.” North no era fijado en
gastos para sus regalos y obsequios. Además tal presente para la ciudad tenía para él un hondo
significado emocional. Así lee la dedicatoria del carro-bomba: “Presented to the Town of Iquique
by COL. J. T. NORTH on the Coming of Age of his son HARRY NORTH. Dec. 26, 1887.” La mayoría de
edad de su hijo justifica la fecha de 1887. Aquí corresponde mencionar que North era comandante
honorario del Cuerpo de Bomberos de Iquique Con el correr del tiempo y consecuente avance
tecnológico, nuevos carros-bombas hicieron su aparición y la máquina a vapor del carro-bomba de
North fue vendida a la lavandería La Castellana de Iquique. Sólo quedó lo que la 7a. Compañía
mantiene como recuerdo. ¡Bien por los de la 7a.!
Al abandonar Santiago, el 2 de abril, North ofreció un banquete, y en su brindis el lector podrá
encontrar al menos una razón para justificar el éxito de sus empresas: la buena publicidad y el uso
de ella para sus negocios. North se adelantó años a las técnicas de “marketing” imperantes en el
mercado hoy en día. Trae en su comitiva al distinguido periodista William Howard Russell, ex
corresponsal de The Times a quien contrata para que “viera e informara lo que se había hecho y se
estaba haciendo, y para examinar las obras que habían transformado el desierto de Tarapacá… en
un centro de empresas comerciales, y que le habían dado una laboriosidad vivificante y una vida
próspera” (Russell, 2). Dos periodistas más acompañaban a North, Melton R. Pryor, artista del
Illustrated London News y Montague Vizetelly del Financial Times. Los hermosos y exactos dibujos
de Pryor aún asombran a los estudiosos del Ciclo del Salitre. Como demuestra Blakemore, éstos no
fueron hechos directamente en el terreno, sino que están “basados en una colección de
fotografías tomadas durante el viaje” (111) lo cual no le resta mérito al trabajo de Pryor.
Prosigo con el tema que concierne a North y su habilidad de entrepreneur u hombre de negocios.
En el momento de los brindis, esto es lo que llevaba en carpeta el Rey de Tarapacá,
Señores representantes de la prensa chilena: Quiero brindar a vuestra salud y brindando quiero
explicar el objeto de mi viaje aquí y la razón que he tenido en traer conmigo a los distinguidos
miembros de la prensa inglesa aquí presentes.
Señores, los Andes han sido para nosotros los habitantes de la ya vieja Europa, demasiado altos
hasta hoy. No hemos podido por esto conocer bien la enorme importancia de los países de la
América del Sur, y en especial Chile, cuyas costas son fuentes de riqueza casi inagotables, tierras
bendecidas, creadas por la Divina Providencia para dar con el salitre la substancia que requiere el
suelo gastado!
He comprendido, señores, la gran necesidad de hacer conocer esta crecida riqueza en el Viejo
Mundo. Y he comprendido también, señores, que la única manera de conseguir este objeto es por
medio de la Prensa; la Prensa, señores, la palanca de todo progreso, el hermano de leche de toda
nueva invención! Y diré, señores, a más, que la base que he necesitado ha sido esta misma prensa.
Me siento orgulloso de apretar la mano de cualquier miembro de la profesión a que debemos,
todos los que estamos aquí sentados esta noche, nuestro adelanto y bienestar.
Señores, no será de más que les diga que toda mi furtuna, gracias a los productos de esta tierra no
tan empobrecida como fue años atrás, se encuentra empleada aquí en Chile, y me parece, como
hombre de negocios que no podía ofrecer con esto mejor prueba de mi confianza en el país en
general y en la honradez de sus dignos habitantes en particular.
Señores representantes de la prensa chilena: tengo el placer de brindar a vuestra salud, y
brindando, de presentaros a vuestos colegas de la gran prensa inglesa (Hernández 136).
La respuesta al brindis, provino del doctor Augusto Orrego Luco, (según Rosales, “se expresó
correctamente en inglés, agradeciendo en nombre de sus compañeros en el periodismo, la
manifestación que el coronel se había dignado ofrecerles (120), quien reconoció el hecho de que
el coronel North había invertido sus capitales en “obras de progreso y de provecho.” Como
iquiqueño, no se puede dejar de reconocer tal aserto, pues no fueron los capitales chilenos los que
se preocuparon por los elementos básicos de toda vida civilizada: agua, luz, electricidad. Aún en
los 1980’s quedaban en Iquique los restos de los viejos tanques de las resecadoras de agua, y los
consecuentes racionamientos. Hernández condena a North por las ganancias en sus empresas,
como por ejemplo el hecho de que el agua, cuyo “costo era de dos centavos, deduciendo todos los
gastos, se vendía a cuatro” (130).
Si se estudia el texto de su discurso, referente a la prensa, pienso que nuestros viejos periodistas
deben haberse sentido henchidos de gloria y vanagloria, y con toda razón. Ahora sabemos que
esta industria cultural, más radio y televisión en nuestra época, hechas de palabras e imágenes,
gobiernan la existencia y deciden destinos, y el inglés de marras en su tiempo lo sabía muy bien,
además que no mentía, pues “toda mi fortuna (…) se encuentra empleada aquí en Chile,” y así lo
demuestra el mismo Hernández, cuando comenta en su libro que “Mr. North era el principal
productor y amenaza ser el único, mayor era todavía su poder en los demás ramos de las
industrias de Tarapacá” (130). El lector entenderá entonces, el porqué de mis razones para
llamarlo el Rey de Tarapacá, título que se ganó con su genio y audacia comercial, y las
especulaciones del momento. Aunque la gran provincia de Antofagasta, que conforma el Norte
Salitrero, y cuyo esplendor como tal lo obtuviera a comienzos de siglo, no estuvo en los planes de
North y sus asociados, no debe ser dejada de lado por la connotación equívoca de “rey del salitre.”
El control o reinado se circunscribió a una zona específica. No olvidemos que en 1868 nace la
industria del nitrato en la tierra del “chango Juan López,” Antofagasta; que en 1870 se produce el
descubrimiento de plata en Caracoles al que llegan 20.000 mineros; que en 1872 se descubre
caliche en Aguas Blancas; dos años después Juan Palma abre la ruta calichera de El Toco. Todo este
“esfuerzo particular, en el cual se mezclaban el sudor del pueblo y la audacia empresaria” al decir
de Bahamonde, es realizado por empresarios chilenos. Capitales ingleses, chilenos y alemanes
promoverán el desarrollo de la industria en la zona antofagastina.
No podemos dejar de lado la opinión del presidente Balmaceda quien expresa en la Exposición
Nacional, en su inauguración del 25 de noviembre de 1888, mucho antes de su controvertido
discurso en Iquique,
¿Por qué el crédito y el capital que juegan a las especulaciones de todo género en los recintos
brillantes de las grandes ciudades, se retraen y dejan al extranjero fundar bancos en Iquique, en
donde la fragua del trabajo humano hace brotar una riqueza que deslumbra, y abandona a los
extraños la explotación de las salitreras de Tarapacá, de donde mana la savia que vivifica el mundo
envejecido, y para conducir la cual van y vienen escuadras mercantiles que no cesan de llegar y
partir jamás? Y el extranjero explota estas riquezas y toma el beneficio del valor nativo, para que
vayan a dar a otros pueblos y a personas desconocidas los bienes de esta tierra, nuestros propios
bienes y las riquezas que necesitamos.
No me corresponde el análisis crítico de un asunto que ha sido discutido por años en publicaciones
en Chile por profesores e investigadores, y expertos de Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Una
perspectiva novedosa y seria es la que ofrece Marcos García de la Huerta. Sobre North, Harvey y
Dawson véase especialmente el capítulo XVII de su libro. Verifíquese también la excelente
bibliografía del libro de Carmen Cariola y Osvaldo Sunkel. El historiador José Miguel Irarrázabal, no
puede dejar de lado a North, cuando refiriéndose al “tema de la visita a la región salitrera del
Presidente (…)” anota que tiene que decir algunas palabras sobre “un nombre que desde esos días
y con creciente intensidad en seguida aparece para muchos como piedra de escándalo, en los
comentarios relacionados con la industria del nitrato en la época,”
Tal es el de Mr. John T. North, el rey del salitre, cuya suerte portentosa que lo eleva desde un
modesto oficio manual a primer copartícipe en varias oficinas salitreras y empresas ferroviarias
avaluadas en millones de libras esterlinas no dejaba de provocar suspicacias en la mente de casi
todos sus contemporáneos y aún envidias en las de muchos (…). En sus “Recuerdos,” redactados
por el escritor francés Gastón Calmette y publicados en “Le Figaro” de París, confirma North la
adquisición a bajísimo precio de los certificados (salitreros), y añade: ‘Después y queriendo
asegurar para siempre la prosperidad de esta industria, de la que nadie todavía en Europa
sospechaba su colosal importancia y su inmenso porvenir, compré en unión de varios amigos la
mayor parte de las acciones del ferrocarril que sirve la región donde existen los principales
yacimientos salitreros. Vine así, a ser el árbitro del porvenir’ ” (378-379).
El historiador norteamericano O’Brien, coloca en su lugar el momento histórico, cuando al
referirse a los salitreros ingleses (Henry Berkeley James, George M. Inglis, John T. North, Robert
Harvey, James T. Humberstone y otros), sostiene,
Mientras que mucho se ha dicho de las virtudes personales o falta de ellas, el acceso de estos
ingleses a la industria, proviene de la inhabilidad de la sociedad peruana o chilena para proveer
talentos en ingeniería y administración para la moderna empresa industrial que empezaba a
desarrollarse dentro de sus fronteras (…). Pero, para estos nuevos salitreros, y aún los viejos,
simplemente el obtener y operar oficinas, no era garantía de éxito en la industria (68).
Continúo con North. Sus palabras manifiestan su clarividencia comercial, y no “una suerte
portentosa” como se insinuara. Todo historiador reconoce quiénes son sus “varios amigos.”
La muerte de North en su ley, ocurrió en Londres el 5 de mayo de 1896, a los cincuenta y cuatro
años de edad, mientras presidía una reunión de una compañía. Así está descrita en la pequeña
biografía Life and Career…
El Coronel North asistió a una reunión del Sindicato Lagunas el martes 6 de mayo, a las dos de la
tarde, al fin de la cual regresó a sus oficinas en el Edificio Woolpack, aparentemente en buena
salud. Se encontró con algunos amigos en el restaurante abajo, y después subió para asistir a otra
reunión de la Compañía del Ferrocarril Salitrero. Antes de comenzar – cerca de las tres de la tarde,
disfrutó de algunos bocados de ostras y una cerveza (malta). Poco después se quejó de unos
fuertes dolores, y pidió un brandy, el cual se le trajo, pero pronto se desplomó en su silla, y
últimamente expiró, minutos después de las cuatro de la tarde. Una investigación fue realizada el
miércoles, y cuando el jurado retornó su veredicto, éste fue: “muerte por causas naturales” (Le
falló el corazón ) (7).
Su nombre no figura en la lista de los súbditos elevados al título de “Sir” que la corona otorga a
quienes se destacan por sus aportes al imperio, como Francis Drake, quien recorriera nuestros
puertos, con otros motivos. Sí los hay de otros salitreros de la época. De más está insistir en los
personajes que asistieron a sus funerales, la nobleza y la crema de la sociedad europea. Tácito
reconocimiento para un hombre de clase media, quien gracias a su audacia comercial, visión de
futuro y conexiones, se elevara al título tan manoseado en las historias nacionales de Chile y cuya
figura en la guerra civil de 1891, pareciera exagerarse para justificar los intereses creados de los
nacionales que la promovieron y llevaron a la práctica. Yo sólo he querido dar voz a North, por
medio de esta retrospectiva. Su significación para la provincia, queda ilustrada por Encina, “al
fallecer North en 1896, los capitales ingleses invertidos en las salitreras de Tarapacá y en las
empresas conexas con ellos, sumaban doce millones cuatrocientas treinta y siete mil setecientas
libras esterlinas, distribuídas en 25 sociedades (400).” Los comentarios periodísticos en Chile en
aquella ocasión, fueron relativamente escasos. The Chilean Times (mayo 9 de 1896) de Valparaíso,
publicó lo siguiente:
Fue en muchos aspectos un hombre notable, y fundamentalmente el arquitecto de su propia
fortuna. Aunque el coronel North fue acusado a veces de egoísmo, no hay duda que sus defectos
estaban más que compensados por sus muchas y excelentes cualidades. Fue un genuíno inglés y
su muerte será sentida universalmente.
El Nacional de Iquique (Mayo 6, 1896) señaló en su editorial,
North fue un genio; forzoso es reconocerlo, y por otra parte, nadie que esté al cabo de su modesta
vida primero y pomposa existencia después, así como de la influencia poderosísima que llegó a
ejercer en los mercados de Europa y muy particularmente en la Bolsa de Londres, nadie,
repetimos, podrá negarlo. El nombre de North es sinónimo de trabajo y actividad incansables, de
lucha tenaz y constante, de empresas audaces y afortunadas pero sobre todo significa lo que
puede un carácter firme y decidido, en consorcio con una clara y perspicaz inteligencia.
El Ferrocarril de Santiago anotó que
La personalidad de Mr. North adquirió importancia considerable poco después de terminada la
guerra entre Perú y Chile a consecuencia de las valiosas negociaciones salitreras que llevó a cabo
en el mercado de Londres. La fama de hábil organizador de compañías de este género que
rodeaba su nombre en 1888 era tal, que desde entonces recibió el sobrenombre de Rey del Salitre,
con el que fue desde aquella época universalmente conocido.
John Thomas North no hizo su fortuna de manera diferente a la de otros capitalistas, extranjeros o
nacionales, y colaboró a dar vida y trabajo con su pequeño imperio en el norte a una provincia que
permaneció olvidada por generaciones del gobierno central, tanto en el plano social como
cultural, pese a su gran aporte al bienestar general de las arcas fiscales. Ahora cuando las
ideologías han sido sometidas a una revisión profunda, es necesario verificar nuestra percepción
del pasado y tratar de enmendar errores. Blakemore manifiesta que “North no dejó huella ni en
Chile ni en Inglaterra” (264). En lo que están de acuerdo historiadores de ambos países, es en la
personalidad pintoresca, tan alejada del circuspecto y “gentleman like” estereotipo que tenemos
de los sajones.+ Las fiestas, los “champañazos” como los denomina Rosales, que ofreció en Lota,
Coronel, Santiago, Valparaíso, Iquique, en su viaje de 1889, el derroche de dinero, su filantropía, el
ser “amigo de sus amigos” a los que no olvidó en la cúspide de su riqueza, retratan a otro North
que más se acerca al estereotipo latino que al de su origen. Oscar Bermúdez, nuestro gran
historiador del salitre, lo percibe de esta manera: ” Mr. John Thomas North no encarna en su
apariencia y costumbres el tipo preocupado y hermético del gran financista; sociable, fastuoso, de
gran atracción personal, buscó el resplandor del éxito social” (1984:288).
Con Juan Tomás, como se le conocía en Chile, ocurrió aquello de “cuando la leyenda llega a ser un
hecho, hay que creerle a la leyenda y no a la realidad.” Gran parte de esa leyenda se remonta a los
escritos de Guillermo Billinghurst, el notable historiador y hombre público peruano, según
Bermúdez, y a quien repitieron otros investigadores nacionales. Algunos incluso desmerecen su
título de ingeniero, desconociendo que en inglés, engineer es una de las varias acepciones del
término, en el sentido de referirse a “el que opera una máquina -engine- en especial el conductor
de una locomotora,” vocablo que aún se utiliza en tal sentido.
A más de cien años de su muerte, hay que tratar de juzgarlo desde el punto de vista nortino, es
nuestro derecho, pues fueron nuestros abuelos los que vivieron en estas tierras, y conocieron y
padecieron y disfrutaron de lo que la existencia les entregó. North fue parte de este entramado:
dio a conocer el salitre, lo comercializó en las grandes urbes extranjeras pues ese era su trabajo. Se
olvida que el primer cargamento en 1820, tuvo que ser echado al mar, “pues nadie se interesó en
Liverpool por el producto americano, y como el capitán del barco no podía seguir soportando una
carga indeseable, la misteriosa sal del desierto fue echada al mar” (Bermúdez, 1963: 101).
La pampa de Tarapacá, que he recorrido últimamente en varias ocasiones y algunas de cuyas
oficinas conociera en plena actividad a finales de los 40’s, es hoy un conglomerado de pueblos
fantasmas que atrae la atención de los que se interesan por el pasado. En una de las oficinas de
North, Primitiva por caso, debiera por lo menos existir una plancha de bronce con los datos
pertinentes a uno de los protagonistas de los períodos históricos más interesantes del desarrollo
del país. De las dos fronteras existentes en Chile el siglo pasado, la de la Araucanía y la del Norte
salitrero, fue esta última la que atrajo y ofreció la posibilidad de un relativo mejor sistema de vida
a los rotos, inquilinos, “golondrinas” y demás habitantes del agro, y por supuesto de las ciudades.
La otra, fue presa de los terratenientes, inmigrantes y la oligarquía.
El Norte Grande fue para nuestro país, lo que el Oeste significó para Estados Unidos, tanto en
expansión territorial, como en la apertura mental que produjo en sus habitantes con un nuevo El
Dorado. Enganchados o simples peones de Chiloé, mauchos de Constitución, huasos de la zona
central y sur, santiaguinos, serenenses, coquimbanos, acudieron en búsqueda de mejores
horizontes y dejaron sus huesos en las calcinantes arenas del desierto o en los miserables
cementerios del puerto. Ellos de alguna manera transformaron una región primitiva en algo
cercano a la civilización y modo de vida del resto del país. La gran diferencia con la llamada
Conquista del Oeste, reside en que no hemos sido capaces de explotar la saga del salitre para
beneficio de nuestras generaciones. Iquique no tiene una calle, un solo recuerdo de John Thomas
North, pero la pampa está abierta a la aventura de la imaginación para hacer de ella, algo más que
mantener entre cuatro paredes la oficina Humberstone, o visitar Pozo Almonte, o las ruinas del
Alto de San Antonio y tantas otras que se encuentran en lo que podría denominarse La Ruta del
Salitre. Si el nitrato ha servido en la historiografía chilena para fijar un hito en el desarrollo
económico y social, con mucha más razón debiera existir en la pampa, en cada sitio donde hubo
una oficina de importancia, una placa recordatoria con la fecha de iniciación y finalización de
labores, y si North realmente fue el Rey del Salitre ( o de Tarapacá), un monolito o estatua suya en
una de sus principales pertenencias.
En el gran mosaico de la historia del salitre, deben estar todos los participantes, pues gracias a
ellos tenemos un pasado del cual nos enorgullecemos, y el ejemplo de quienes nos dejaron la gran
lección de lo que puede realizar y alcanzar el ser humano, cuando la geografía y el medio
parecieran obstáculos insalvables.
NOTA
Por algunos años, los ingleses estuvieron en gran número en posesión de la naciente industria del
salitre. Un listo, pintoresco ingeniero inglés, John Thomas North, invirtiendo capitales británicos en
la instalación de entonces, con modernas maquinarias, empezó una sistemática creación de un
mercado extranjero. Al llegar a ser rico, ostentando su riqueza, disfrutando al máximo la ilusión de
grandeza, llegó a ser conocido como el “Rey del Salitre.” Fue años más tarde que los intereses de
la Guggenheim derramaron millones en el moderno desarrollo de la industria, y las minas chilenas
llegaron a ser las más grandes productoras en el mundo.
La historia del desarrollo de estas minas es tan intrigante como las más brillantes páginas de
ficción. Detrás de ello no está sólo el dinero, sino la imaginación. Las famosas minas de María
Elena estan ubicadas en el desierto. Es un área gris, desolada donde nunca llueve y un tórrido sol
quema ferozmente el desierto. La más moderna maquinaria fue instalada a un gran costo; un
ferrocarril fue construído para llevar el salitre a un puerto; el agua fue traída por cañería desde las
alturas de los Andes, y sin escatimar en gastos, y las mejores técnicas, las minas han prosperado
más allá de lo precedente (300). (Mi traducción. El puerto es Tocopilla).
Bowers tuvo un gran cariño por Chile, y su cultura de historiador lo llevó a indagar los datos que
entrega en su libro. María Elena y su historia comienza en 1924, “cuando la Guggenheim Brothers
adquiere un número importante de estacas salitreras pertenecientes a la oficina Coya Norte,
ubicadas en el Cantón el Toco,” asegura Eugenio Garcés Feliú. La construcción empezó en 1925 y
concluyó en 1926. Según Garcés, “el 22 de noviembre de ese año se inician las operaciones, con
una capacidad productiva de 600.000 ton/mét. anuales, es decir, cuatro veces superior a la
producción de Chacabuco, la planta más grande del sistema Shanks” (67). La misma empresa
norteamericana organiza la Anglo-Chilean Consolidated Nitrate Company. En 1930, la Lautaro
Nitrate Company inicia la construcción de planta y campamento de lo que será la oficina Pedro de
Valdivia, a treinta kilómetros de María Elena y cuya producción comienza en junio de 1931. En
1950 ambas compañías se fusionan bajo el nombre de Compañía Salitrera Anglo-Lautaro y en 1968
como Sociedad Química y Minera de Chile (Soquimich).