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Universidad Central del Ecuador

Carrera de Sociología
Formación Social del Ecuador II

Steven Garcés Fuentes

El levantamiento indígena del “Inti Raymi de 1990” y la


constitución de un nuevo actor político

2018
Introducción

Dado que la historia en apariencia parecería abordar los acontecimientos más relevantes del
ser humano y todo producto o consecuencia de sus actos, ésta, también se ha encargado de
invisibilizar el horizonte histórico de aquellos que no poseen el carácter hegemónico, es
decir, la otra cara de la “realidad” no mostrada. Los indígenas han representado entonces
esa realidad de una mayoría históricamente silenciada por la minoría en el poder, esto no
quiere decir que su capacidad organizativa y reivindicativa haya sido nula, sino,
estratégicamente entendida como insignificante además de excluida bajo herramientas de
despojo, discriminación y desprecio, de ahí la importancia del análisis -de confrontación-
de la historia ecuatoriana reciente: el movimiento indígena (que en un principio abarcaría a
una mayoría de pueblos y nacionalidades indígenas y afrodescendientes) frente a una
sociedad blanco-mestiza dominante reflejada en el predominio del aparataje estatal,
disputando el ejercicio de demandas de derechos bajo la amplia tutela de un programa que
desafía y pone en evidencia los límites de la democracia, la política y la sociedad
ecuatoriana misma.

Resumir acontecimientos que radican en 500 años de resistencia y lucha indígena resultaría
de una investigación compleja y exhaustiva que no radica en el objetivo de este trabajo -
esto no significa restar importancia al vasto contexto propio- sino resaltar un hito que marca
la historia del país de forma impactante: El levantamiento indígena del Inti Raymi de 1990
que cambia por completo el panorama político, económico y social del Ecuador,
visibilizando de facto la cuestión indígena, así como la confrontación con un Estado
“moderno” implementador de ajustes estructurales, de tendencia privatizadora y sumiso a
políticas internacionales; de ahí que el movimiento indígena tenga rol protagónico mediante
propuestas que buscan el reconocimiento simbólico e institucional del Ecuador como un
país plurinacional y verdaderamente democrático (Díaz Salazar, 2011).

Mi planteamiento se inscribe concretamente en este contexto donde los pueblos y


nacionalidades indígenas -mediados por el movimiento indígena- sufren una
transformación que se absorbe y se asienta en el ámbito de la política y los vuelve capaces
de enfrentar e incidir en las grandes decisiones del aparato estatal estructurando nuevas
relaciones de poder; por ende, mi análisis sobre ¿En qué medida el levantamiento indígena
del Inti Raymi de 1990 constituye al movimiento indígena de actor social a político? Que,
si bien las opiniones y perspectivas son diversas, en un principio esta masiva movilización
asentará la identidad necesaria que le permitirá participar activamente en la reconfiguración
del proyecto de Estado-nación ecuatoriano, así como surgir como un elemento autónomo y
reivindicador

Breves Antecedentes

No puede explicarse el levantamiento del Inti Raymi como punto de inflexión sin
remontarse a los años 60 y 701, pues, durante este lapso se presenta la existencia de graves
problemas estructurales en el país en torno a la tenencia de la tierra y la concentración de la
propiedad agraria improductiva (Ortiz, 2011, págs. 69-70). La perspectiva de una reforma
agraria de carácter redistributivo puso en debate a las mayores fuerzas políticas y sociales
del país incluyendo al campesinado -de ahí que el primer problema radicaría en la
conceptualización de lo indígena como parte del problema campesino-, estas leyes de
reforma agraria (1964 y 1973) homogenizaron la población rural, “desapareciendo” rasgos
culturales y étnicos con el fin de construir un orden capitalista moderno afín a sus intereses
(Dávalos, 2004).

Por otro lado, a finales de los años 70 se puso en funcionamiento el Fondo de Desarrollo
Rural Marginal (Foderuma) y el Plan Nacional de Alfabetización, que dieron paso a la
población indígena más pobre para acceder a crédito y participar en elecciones (eliminando
el analfabetismo como restricción para votar). Estas políticas de apoyo a comunidades en
varias zonas indígenas del país por parte de sectores progresistas del clero católico
generarían paulatinamente las condiciones para el desarrollo de las organizaciones
indígenas (Ortiz, 2011).

En 1981 el Frente Unitario de Trabajadores (FUT) constituye programas obrero-


campesinos donde sus movilizaciones serían determinantes en las luchas populares hasta

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Acompañadas de factores externos, como el auge de la Guerra Fría o la renovación de la Iglesia Católica a
partir del Concilio Vaticano II (1962) y la difusión de la Teología de la Liberación que definió como
“preferentes” a los pobres, bajo un cuestionamiento directo al régimen capitalista. (Ortiz, 2011)
bien entrada la década del 80 en medio de una crisis económica como consecuencia de la
recesión en los países capitalistas desarrollados, agravándose con el endeudamiento y la
implementación en América Latina de las fórmulas neoliberales, condicionamientos del
Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) y de la globalización de
la economía -que se vería reflejada en la gestión de Febres Cordero (1984-1988)- donde los
sectores populares sintieron el impacto de los ajustes económicos y del autoritarismo
político dejando un evidente retroceso democrático, un amplio saldo negativo en materia de
derechos humanos y por ende, minimizando las demandas para profundizar la reforma
agraria y la redistribución de la tierra (Díaz Salazar, 2011).

No obstante, los indígenas durante este periodo dieron pasos fundamentales para formarse
como movimiento nacional, en 1980 se conformó la Confederación de Nacionalidades
Indígenas de la Amazonia (Confeniae) y con la Ecuarrunari (creada desde 1972) se
integraron constituyendo en 1986 como la Confederación de Nacionalidades Indígenas del
Ecuador, Conaie. Dichas organizaciones, junto a la Federación Ecuatoriana de
Organizaciones Campesinas (Fenoc) “ampliaron el escenario de luchas y demandaron la
atención a los pueblos indígenas y al campesinado con dos hechos históricos: el
levantamiento indígena del Inti Raymi en junio de 1990, encabezado por la Conaie, y la
marcha de la Organización de Pueblos Indígenas de Pastaza (Opip), en abril de 1992”
(Dávalos, 2004).

Levantamiento del Inti Raymi e Irrupción en el escenario político

Con Rodrigo Borja (1988-1992) el nuevo gobierno se preocuparía en un principio por


restablecer la convivencia democrática e institucional del país, alejándose del programa
neoliberal, procurando una gestión eficiente de la economía y el “pago de la deuda social” y
la “concertación social “como medida para calmar la evidente inestabilidad que acrecentaba
el malestar en la sociedad, no obstante, adoptó medidas neoliberales, como la
flexibilización laboral que mostraría la misma tendencia de su antecesor. (Dávalos, 2004).

Dando a notar que las posibilidades de mediación y de diálogo eran definitivamente la


opción menos viable el 6 de junio de 1990 alrededor de 35 mil indígenas estaban
concentrados en la Plaza de El Salto en Latacunga, desde donde marcharon en pasivamente
durante varios días hasta llegar al centro de la capital provincial reclamando a las
principales autoridades y presentando sus principales demandas en un documento
denominado “El Mandato por la Defensa de la Vida y por los Derechos de las
Nacionalidades Indígenas” (Macas, 2001).

Este mandato reclamaba varios aspectos: tierra, salud, vivienda, ayuda financiera y otros
derechos que lograron la aceptación de la opinión pública y circulación mediática, no
obstante, dos peticiones desequilibrarían e irrumpirían tanto en la vida política como en la
sociedad: el reconocimiento de los pueblos indígenas como nacionalidades en igualdad de
condiciones a la nacionalidad ecuatoriana o mestiza, y la declaratoria del país como un
Estado plurinacional” (Macas, 2001).

Sería precisamente dentro de los parámetros planteados que el movimiento indígena de


manera organizada y eficiente desafía la estructura misma de la democracia proyectada por
el Estado, es decir “desvaneció aquella imagen mental, parte constitutiva del sistema
político, y terminó la desintegración de la figura de los sujetos-indios, aquel calco de la
ciudadanía ecuatoriana proyectada en una segunda escena político-jurídico desprovista de
reconocimiento, sin legalidad ni legitimidad, que requiere mediadores políticos” (Moreano,
1993). Ese levantamiento creó un hecho político que se mostraba ya fisurado, puso en tela
de duda la propuesta del Estado nacional y la sociedad civil blanco-mestiza que a modo de
reacción mostró su descontento, reflejando el severo racismo tanto en la sociedad civil
como en el sistema político (Gacía Serrano, 2001).

Conforme el movimiento indígena se declaraba fuera del juego político, pues veían en este
la posibilidad de perder lo consagrado a la vez que dentro del Estado se introducía el
problema de la gobernabilidad como medida de sustitución y opacamiento a la petición de
plurinacionalidad, el rol discursivo indígena cambiaría por completo cuando en abril 1992
la Organización de Pueblos Indígenas de Pastaza (Opip) en abril de 1992, pugnó por la
legalización de sus territorios, su reconocimiento y titulación, además de la
autodeterminación que le fue parcialmente concedida, así la lucha no se limitaba a
plurinacionalidad como una medida de igualdad cultural y territorio como un espacio de
mero trabajo sino a ambos conceptos como formas de reconocimiento de vida social,
política y económica, formas inclusivas que no encajaban dentro del fracaso del modelo
neoliberal que con Durán Ballén (1992-1996) que “reafirmó de manera agresiva las bases
del modelo neoliberal y un alineamiento con la política exterior estadounidense además de
alianzas con empresas extranjeras”2 (Díaz Salazar, 2011).

Culminando en la negociación de la Ley Agraria liderado por Conaie que impactó en la


dinamización del movimiento social para enfrentar las políticas del Gobierno y la oposición
a las reformas neoliberales con resultados importantes, como el triunfo en el plebiscito
convocado por el Gobierno sobre la privatización de la seguridad social, el petróleo y la
eliminación del derecho a la huelga3.

La fuerza del “nuevo” actor político

El dinamismo social y la praxis política generada en los primeros años de la década del 90
y los últimos del gobierno de Durán Ballén marcaría el terreno para la conformación, en
1996, del Movimiento Unidad Plurinacional Pachakutik-Nuevo País como vehículo político
del movimiento indígena para la participación estrictamente política -al contrario de la
electoral-que años antes se habían abstenido de participar dentro de la lógica de la política
oficialista4. (Macas, 2001)

Los triunfos y reconocimientos, parecían consolidarse hasta que en las elecciones


presidenciales triunfó Abdalá Bucaram, desarrollando una agenda neoliberal, amedrentando
y aislando sistemáticamente al movimiento Pachakutik (que una vez más se negaba a
participar con el oficialismo) no obstante, y, aprovechando divergencias, el Movimiento
Popular Democrático (MPD), propuso una alianza más amplia, aprovechando “que las

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Para entonces, se había instaurado una demanda contra la Texaco en Nueva York a nombre de pobladores
campesinos e indígenas de la Amazonía afectados por la actividad de dicha empresa. La demanda cayó como
un balde de agua fría en la agenda del gobierno y el embajador en Washington y el propio canciller se
encargaron de desacreditar y restar validez a dicha acción, aduciendo incluso razones de seguridad nacional y
de soberanía. (Dávalos, 2004)
3
Para (Ortiz, 2011, pág. 80) las reformas del gobierno de Durán Ballén fueron desfavorables a los pueblos
indígenas originando al menos tres procesos: la paulatina retirada del Estado de las áreas rurales; un proceso
de contrarreforma agraria orientado al mercado de tierras y la marginalización de pequeños y medianos
productores agrícolas..

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Su primera lista para las elecciones de ese año incluía candidatos de diversa procedencia social y logró 8 de
los 82 escaños en el Congreso, entre éstos, los dirigentes indígenas Luis Macas, presidente de la Conaie, y
Miguel Lluco, dirigente de Chimborazo (Dávalos, 2004).
medidas del gobierno empezaron a generar reservas en importantes segmentos de las élites
empresariales” (Gacía Serrano, 2001). Construyendo una coalición con los sindicatos, las
organizaciones barriales urbanas, de mujeres y estudiantes, denominada Frente Patriótico
de Defensa del Pueblo, logrando que el Congreso destituya al presidente por causa
constitucional de incapacidad mental y recibiendo como parte de las negociaciones
promesas para convocar una Asamblea Nacional Constituyente (Ortiz, 2011).

Con el presidente designado por el mismo Congreso, Fabián Alarcón Rivera, se creó
oficialmente el Consejo de Planificación y Desarrollo de Pueblos Indígenas y Negros
(Conpladein), para cumplir con las promesas hechas al movimiento social que había sido
pieza clave para la destitución de Bucaram y que para entonces ya conformaba la tercera
fuerza política del país, del mismo modo iniciaría el proceso para la convocatoria a una
Asamblea Constituyente que abriría un espacio de debate sobre un nuevo modelo de Estado
así como el rediseño del sistema político y económico (Gacía Serrano, 2001).

Pero para enero del 98 se reunió una “Asamblea Nacional Constituyente elegida por
votación popular pero controlada por el sistema de partidos y las élites de poder” (Ortiz,
2011). Funcionando en forma paralela al Congreso amplió significativamente los derechos
y garantías ciudadanas, pero, consolidando también al modelo neoliberal con la adopción
de medidas como la apertura al capital privado de los sectores estratégicos de la economía y
creando un marco jurídico para la reducción Estatal, reducido a cumplir funciones de
reorganización política interna, dotación de servicios públicos y recaudación tributaria
(Dávalos, 2004). Frustrando “las propuestas del movimiento indígena y los movimientos
sociales5 sobre el Estado plurinacional y pretensiones de transformar parte del sistema
político y económico” (Ortiz, 2011). Marcando significativamente el espectro político que
resurgiría con más fuerza en años posteriores, desarrollados gracias a la experiencia
adquirida durante la década de los noventa que si bien culminó en una constitución que
respondía nuevamente a los intereses de las élites políticas y económicas reconocería la
imposibilidad de separar la cuestión indígena y la incursión como actor político de la
dinámica del Estado.

5
No obstante, la Constitución dio apertura en los artículos 83 y 84 a una codificación parcial de los derechos
colectivos reconocidos en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, OIT. (Ortiz, 2011)
Conclusiones generales

El levantamiento indígena de 1990 en perspectiva funciona como un instrumento para


visibilizar la realidad del Ecuador, los pueblos indígenas y la promulgación de su propio
programa significaba en aquella época un severo retroceso hacia el camino de la
“iluminación” política o del sistema de democracia moderno, tanto para intelectuales como
para los propios partidos políticos6, no obstante, “fueron planteamientos absolutamente
asentados en paradigmas propios de la sociedad andina y muy actuales que retaron a la
modernidad desde el presente” (Fernández Llásag, 2013).

En otras palabras, pusieron en cuestión lo que pocos se atrevían a cuestionar -más que al
sistema político incapaz de cooptar demandas- al Estado como ente que se manejaba por
fuera de la sociedad civil, excluyéndola de sí misma.

No obstante para el mismo Fernández Llásag: “ A diferencia de quienes creen que el


movimiento indígena se convirtió en actor político a partir de 1990, hemos visto que el
movimiento indígena siempre fue un actor político muy importante, por eso también
fuertemente reprimido e invisibilizados desde la Colonia hasta la actualidad” (Fernández
Llásag, 2013).

Esta visión es correcta si se parte desde el punto de vista de la lucha histórica


reivindicativa, sin embargo, el levantamiento indígena del Inti Raymi de 1990 no significa
solo una marcha nacional, sino la “visibilizacion de una agenda nacional recogida en 16
puntos denominada Mandato por la defensa de la vida y de las nacionalidades indígenas”
(Macas, 2001).

Esa propuesta que cuestiona la estructura del Estado capitalista neoliberal, dependiente y
excluyente, transforma al movimiento indígena en un nuevo actor político necesario en la
sociedad debido a que asume una funcionalidad propiamente política que “va más allá de su
base organizacional y a través de una nueva discursividad y praxis política busca expresar

6
Ni los antiguos mediadores, tal como el Partido Comunista, la iglesia católica o los protestantes que
estuvieron presentes hasta la más o menos década de los setenta representando a los indígenas, en el
levantamiento del noventa están ausentes de todo protagonismo, dejando al movimiento indígena como
protagonista (Fernández Llásag, 2013).
un sentimiento social que ya no encaja en el discurso ni la práctica política decadentes del
sindicalismo ni de los partidos políticos tradicionales” (Díaz Salazar, 2011)

Ni el Estado en sí mismo no había alterado desde su formación original su fundamental


principio uninacional de carácter homogéneo basado en principios de la ideología del
mestizaje racial y que aplicaba la represión en la esfera de la lucha política, de ahí que una
vez que entra en disputa la cuestión las demandas de plurinacionalidad y territorialidad la
incapacidad del Estado para comprender el surgimiento del movimiento indígena como
fuerza orgánicamente opositora lo lleva a cometer un error de conceptualización
trasladando las demandas indígenas a la esfera de la gobernabilidad y la etnicidad.

La discusión, sin embargo, era más compleja según Alejandro Moreano pues: “en tanto
tendía a definir la línea política del movimiento indio: perspectiva global, reivindicaciones,
formas de lucha y organización, alianzas, etc. Las distintas posiciones se mostraban
excluyentes, contradictorias e incluso antagónicas. La llamada concepción "etnicista”
postulaba posiciones de afirmación y exclusión que, en nombre del carácter cultural
irreductible dela comunidad, llegaba hasta a postular una suerte de formación de 'guetos”
o reservaciones indias. La denominada visión 'clasista" dejaba a un lado toda la historia
nacional y la cultura de los indios” (Moreano, 1993).

El levantamiento indígena de 1990 va a poner fin a la discusión sobre la compleja


problemática indígena y su múltiple carácter, como movimiento étnico y social a la vez.
Ese múltiple carácter es, a la vez, expresión del proceso histórico silenciado sino
minorizado y de la compleja condición de segregación del orden social y traslado a la
esfera política (Moreano, 1993).

En fin, esta es la práctica que el movimiento indígena le ha propuesto a la sociedad y al


Estado ecuatoriano en la actualidad para edificar la democracia participativa y verdadera.
Una sociedad y Estado plurinacional debe estar fundamentada bajo el consenso
democrático y no por la decisión de una minoría social, como ha sucedido a lo largo del
Estado republicano, además la oposición al juego político oficialista y la confrontación sin
tapujos aunque como estrategia política ha dado resultados novedosos que se traducen en la
inclusión política de líderes indígenas y de movimientos que se estructuran a partir de la
remembranzas de la década de los noventa, no significa bajo ningún motivo que no ha
existido fallas ni sesgos propios del ejercicio del poder político, a pesar de esos
inconvenientes, efectivamente la historia del Ecuador quedó marcada en una nueva
perspectiva, la de los que constantemente fueron vencidos del movimiento indígena que se
transformó a sí mismo.
Bibliografía
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