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Carrera de Sociología
Formación Social del Ecuador II
2018
Introducción
Dado que la historia en apariencia parecería abordar los acontecimientos más relevantes del
ser humano y todo producto o consecuencia de sus actos, ésta, también se ha encargado de
invisibilizar el horizonte histórico de aquellos que no poseen el carácter hegemónico, es
decir, la otra cara de la “realidad” no mostrada. Los indígenas han representado entonces
esa realidad de una mayoría históricamente silenciada por la minoría en el poder, esto no
quiere decir que su capacidad organizativa y reivindicativa haya sido nula, sino,
estratégicamente entendida como insignificante además de excluida bajo herramientas de
despojo, discriminación y desprecio, de ahí la importancia del análisis -de confrontación-
de la historia ecuatoriana reciente: el movimiento indígena (que en un principio abarcaría a
una mayoría de pueblos y nacionalidades indígenas y afrodescendientes) frente a una
sociedad blanco-mestiza dominante reflejada en el predominio del aparataje estatal,
disputando el ejercicio de demandas de derechos bajo la amplia tutela de un programa que
desafía y pone en evidencia los límites de la democracia, la política y la sociedad
ecuatoriana misma.
Resumir acontecimientos que radican en 500 años de resistencia y lucha indígena resultaría
de una investigación compleja y exhaustiva que no radica en el objetivo de este trabajo -
esto no significa restar importancia al vasto contexto propio- sino resaltar un hito que marca
la historia del país de forma impactante: El levantamiento indígena del Inti Raymi de 1990
que cambia por completo el panorama político, económico y social del Ecuador,
visibilizando de facto la cuestión indígena, así como la confrontación con un Estado
“moderno” implementador de ajustes estructurales, de tendencia privatizadora y sumiso a
políticas internacionales; de ahí que el movimiento indígena tenga rol protagónico mediante
propuestas que buscan el reconocimiento simbólico e institucional del Ecuador como un
país plurinacional y verdaderamente democrático (Díaz Salazar, 2011).
Breves Antecedentes
No puede explicarse el levantamiento del Inti Raymi como punto de inflexión sin
remontarse a los años 60 y 701, pues, durante este lapso se presenta la existencia de graves
problemas estructurales en el país en torno a la tenencia de la tierra y la concentración de la
propiedad agraria improductiva (Ortiz, 2011, págs. 69-70). La perspectiva de una reforma
agraria de carácter redistributivo puso en debate a las mayores fuerzas políticas y sociales
del país incluyendo al campesinado -de ahí que el primer problema radicaría en la
conceptualización de lo indígena como parte del problema campesino-, estas leyes de
reforma agraria (1964 y 1973) homogenizaron la población rural, “desapareciendo” rasgos
culturales y étnicos con el fin de construir un orden capitalista moderno afín a sus intereses
(Dávalos, 2004).
Por otro lado, a finales de los años 70 se puso en funcionamiento el Fondo de Desarrollo
Rural Marginal (Foderuma) y el Plan Nacional de Alfabetización, que dieron paso a la
población indígena más pobre para acceder a crédito y participar en elecciones (eliminando
el analfabetismo como restricción para votar). Estas políticas de apoyo a comunidades en
varias zonas indígenas del país por parte de sectores progresistas del clero católico
generarían paulatinamente las condiciones para el desarrollo de las organizaciones
indígenas (Ortiz, 2011).
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Acompañadas de factores externos, como el auge de la Guerra Fría o la renovación de la Iglesia Católica a
partir del Concilio Vaticano II (1962) y la difusión de la Teología de la Liberación que definió como
“preferentes” a los pobres, bajo un cuestionamiento directo al régimen capitalista. (Ortiz, 2011)
bien entrada la década del 80 en medio de una crisis económica como consecuencia de la
recesión en los países capitalistas desarrollados, agravándose con el endeudamiento y la
implementación en América Latina de las fórmulas neoliberales, condicionamientos del
Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) y de la globalización de
la economía -que se vería reflejada en la gestión de Febres Cordero (1984-1988)- donde los
sectores populares sintieron el impacto de los ajustes económicos y del autoritarismo
político dejando un evidente retroceso democrático, un amplio saldo negativo en materia de
derechos humanos y por ende, minimizando las demandas para profundizar la reforma
agraria y la redistribución de la tierra (Díaz Salazar, 2011).
No obstante, los indígenas durante este periodo dieron pasos fundamentales para formarse
como movimiento nacional, en 1980 se conformó la Confederación de Nacionalidades
Indígenas de la Amazonia (Confeniae) y con la Ecuarrunari (creada desde 1972) se
integraron constituyendo en 1986 como la Confederación de Nacionalidades Indígenas del
Ecuador, Conaie. Dichas organizaciones, junto a la Federación Ecuatoriana de
Organizaciones Campesinas (Fenoc) “ampliaron el escenario de luchas y demandaron la
atención a los pueblos indígenas y al campesinado con dos hechos históricos: el
levantamiento indígena del Inti Raymi en junio de 1990, encabezado por la Conaie, y la
marcha de la Organización de Pueblos Indígenas de Pastaza (Opip), en abril de 1992”
(Dávalos, 2004).
Este mandato reclamaba varios aspectos: tierra, salud, vivienda, ayuda financiera y otros
derechos que lograron la aceptación de la opinión pública y circulación mediática, no
obstante, dos peticiones desequilibrarían e irrumpirían tanto en la vida política como en la
sociedad: el reconocimiento de los pueblos indígenas como nacionalidades en igualdad de
condiciones a la nacionalidad ecuatoriana o mestiza, y la declaratoria del país como un
Estado plurinacional” (Macas, 2001).
Conforme el movimiento indígena se declaraba fuera del juego político, pues veían en este
la posibilidad de perder lo consagrado a la vez que dentro del Estado se introducía el
problema de la gobernabilidad como medida de sustitución y opacamiento a la petición de
plurinacionalidad, el rol discursivo indígena cambiaría por completo cuando en abril 1992
la Organización de Pueblos Indígenas de Pastaza (Opip) en abril de 1992, pugnó por la
legalización de sus territorios, su reconocimiento y titulación, además de la
autodeterminación que le fue parcialmente concedida, así la lucha no se limitaba a
plurinacionalidad como una medida de igualdad cultural y territorio como un espacio de
mero trabajo sino a ambos conceptos como formas de reconocimiento de vida social,
política y económica, formas inclusivas que no encajaban dentro del fracaso del modelo
neoliberal que con Durán Ballén (1992-1996) que “reafirmó de manera agresiva las bases
del modelo neoliberal y un alineamiento con la política exterior estadounidense además de
alianzas con empresas extranjeras”2 (Díaz Salazar, 2011).
El dinamismo social y la praxis política generada en los primeros años de la década del 90
y los últimos del gobierno de Durán Ballén marcaría el terreno para la conformación, en
1996, del Movimiento Unidad Plurinacional Pachakutik-Nuevo País como vehículo político
del movimiento indígena para la participación estrictamente política -al contrario de la
electoral-que años antes se habían abstenido de participar dentro de la lógica de la política
oficialista4. (Macas, 2001)
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Para entonces, se había instaurado una demanda contra la Texaco en Nueva York a nombre de pobladores
campesinos e indígenas de la Amazonía afectados por la actividad de dicha empresa. La demanda cayó como
un balde de agua fría en la agenda del gobierno y el embajador en Washington y el propio canciller se
encargaron de desacreditar y restar validez a dicha acción, aduciendo incluso razones de seguridad nacional y
de soberanía. (Dávalos, 2004)
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Para (Ortiz, 2011, pág. 80) las reformas del gobierno de Durán Ballén fueron desfavorables a los pueblos
indígenas originando al menos tres procesos: la paulatina retirada del Estado de las áreas rurales; un proceso
de contrarreforma agraria orientado al mercado de tierras y la marginalización de pequeños y medianos
productores agrícolas..
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Su primera lista para las elecciones de ese año incluía candidatos de diversa procedencia social y logró 8 de
los 82 escaños en el Congreso, entre éstos, los dirigentes indígenas Luis Macas, presidente de la Conaie, y
Miguel Lluco, dirigente de Chimborazo (Dávalos, 2004).
medidas del gobierno empezaron a generar reservas en importantes segmentos de las élites
empresariales” (Gacía Serrano, 2001). Construyendo una coalición con los sindicatos, las
organizaciones barriales urbanas, de mujeres y estudiantes, denominada Frente Patriótico
de Defensa del Pueblo, logrando que el Congreso destituya al presidente por causa
constitucional de incapacidad mental y recibiendo como parte de las negociaciones
promesas para convocar una Asamblea Nacional Constituyente (Ortiz, 2011).
Con el presidente designado por el mismo Congreso, Fabián Alarcón Rivera, se creó
oficialmente el Consejo de Planificación y Desarrollo de Pueblos Indígenas y Negros
(Conpladein), para cumplir con las promesas hechas al movimiento social que había sido
pieza clave para la destitución de Bucaram y que para entonces ya conformaba la tercera
fuerza política del país, del mismo modo iniciaría el proceso para la convocatoria a una
Asamblea Constituyente que abriría un espacio de debate sobre un nuevo modelo de Estado
así como el rediseño del sistema político y económico (Gacía Serrano, 2001).
Pero para enero del 98 se reunió una “Asamblea Nacional Constituyente elegida por
votación popular pero controlada por el sistema de partidos y las élites de poder” (Ortiz,
2011). Funcionando en forma paralela al Congreso amplió significativamente los derechos
y garantías ciudadanas, pero, consolidando también al modelo neoliberal con la adopción
de medidas como la apertura al capital privado de los sectores estratégicos de la economía y
creando un marco jurídico para la reducción Estatal, reducido a cumplir funciones de
reorganización política interna, dotación de servicios públicos y recaudación tributaria
(Dávalos, 2004). Frustrando “las propuestas del movimiento indígena y los movimientos
sociales5 sobre el Estado plurinacional y pretensiones de transformar parte del sistema
político y económico” (Ortiz, 2011). Marcando significativamente el espectro político que
resurgiría con más fuerza en años posteriores, desarrollados gracias a la experiencia
adquirida durante la década de los noventa que si bien culminó en una constitución que
respondía nuevamente a los intereses de las élites políticas y económicas reconocería la
imposibilidad de separar la cuestión indígena y la incursión como actor político de la
dinámica del Estado.
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No obstante, la Constitución dio apertura en los artículos 83 y 84 a una codificación parcial de los derechos
colectivos reconocidos en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, OIT. (Ortiz, 2011)
Conclusiones generales
En otras palabras, pusieron en cuestión lo que pocos se atrevían a cuestionar -más que al
sistema político incapaz de cooptar demandas- al Estado como ente que se manejaba por
fuera de la sociedad civil, excluyéndola de sí misma.
Esa propuesta que cuestiona la estructura del Estado capitalista neoliberal, dependiente y
excluyente, transforma al movimiento indígena en un nuevo actor político necesario en la
sociedad debido a que asume una funcionalidad propiamente política que “va más allá de su
base organizacional y a través de una nueva discursividad y praxis política busca expresar
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Ni los antiguos mediadores, tal como el Partido Comunista, la iglesia católica o los protestantes que
estuvieron presentes hasta la más o menos década de los setenta representando a los indígenas, en el
levantamiento del noventa están ausentes de todo protagonismo, dejando al movimiento indígena como
protagonista (Fernández Llásag, 2013).
un sentimiento social que ya no encaja en el discurso ni la práctica política decadentes del
sindicalismo ni de los partidos políticos tradicionales” (Díaz Salazar, 2011)
La discusión, sin embargo, era más compleja según Alejandro Moreano pues: “en tanto
tendía a definir la línea política del movimiento indio: perspectiva global, reivindicaciones,
formas de lucha y organización, alianzas, etc. Las distintas posiciones se mostraban
excluyentes, contradictorias e incluso antagónicas. La llamada concepción "etnicista”
postulaba posiciones de afirmación y exclusión que, en nombre del carácter cultural
irreductible dela comunidad, llegaba hasta a postular una suerte de formación de 'guetos”
o reservaciones indias. La denominada visión 'clasista" dejaba a un lado toda la historia
nacional y la cultura de los indios” (Moreano, 1993).
Díaz Salazar, H. (2011). El movimiento indigena como actor social a partir del
levantamiento de 1990 en el Ecuador: Emergencia de una nueva institucionalidad
entre los indígenas y el Estado entre 1990-1998. Quito: UASB.
Fernández Llásag, R. (2013). Movimiento Indígena dek Ecuador a partir del siglo XX:
visibilizando el resurgir, sus avances y retrocesos. En B. d. Santos, & A. G.
Jiménez, Justicia indígena, plurinacionalidad e interculturalidad en Ecuador (págs.
83-156). Quito: Fundación Rosa Luxemburgo.
Gacía Serrano, F. (2001). Plítica, Estado y movimeinto indígena. Indiana número 17-18,
69-81.
Macas, L. (2001). Diez años del levanamieno del Inti Raymi de junio de 199. Un balance
provisional. En P. Dávalos, "Yuyarinakuy". Digamos lo que somos antes de que
otros nos de diciendo lo que no somos. Quio: ICCI.