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Aspectos Socio-Culturales
Este inmenso complejo cultural corresponde a una vieja civilización, orgullosa, compleja, tan
batalladora como Europa, basada en grandes conquistas que le permitieron una larga
preponderancia a lo largo del Viejo Mundo. Europa se ha mirado repetidas veces en este
espejo, tan cercano a ella.
Sostener que el Islam nació en unos pocos años, con Mahoma, es al mismo tiempo muy
exacto y poco exacto, pero sí difícil de comprender. El islamismo es en sus principios una
conformación cultural del Cercano Oriente, una de las más antiguas (y quizá la más antigua)
encrucijada de hombres y de pueblos que haya existido en el mundo.
Como religión se aproxima al judaísmo y cristianismo en su riguroso monoteísmo, y
consideran a Jesús el más grande profeta anterior a Mahoma.
La civilización musulmana, al igual que la Occidental, es una civilización derivada, de
segundo grado. No se ha edificado sobre un tablero blanco, sino sobre una abigarrada y
dinámica civilización precedida en Medio Oriente. Su historia se abre con la interminable
historia del Cercano Oriente.
RELIGIÓN:
A principios del siglo VII nos encontramos con un mundo árabe carentes de una unidad
ideológica o religiosa. Estos árabes son, fundamental y etimológicamente, nómadas. Al sur
se encuentran los árabes «puros» y al norte los «arabizados», todos ellos unidos y
federados por el centro caravanero y religioso de La Meca.
Esta unificación simbólica se acompaña, en la realidad, de un control serio de las fuerzas
vencidas - grupos étnicos o grupos religiosos- cuya debilitación es sorprendente y
testimonia el agotamiento de las tradiciones ante la presión de una ideología universalista.
“El Islam se presenta, ante todo, como una revolución. (...) Se trata, en cambio, de una
revolución religiosa, lo cual implica que afecta, a la vez, los planos político, intelectual y
filosófico, y está centrada en una nueva apelación a la fundamental unidad de lo divino y
marcada por la experiencia inefable de la profecía; o sea de la relación directa con Dios.”
(Fossier, 1982: 184)
“El período durante el cual Mahoma reside en Medina dará lugar, en cambio, a una corriente
profética que se disciplina y se canaliza hacia la creación de un Estado, cuya estructuración
no se terminará nunca pero que constituirá el modelo ideal incierto de su legitimidad (...) En
veinte años se forja el conjunto de principios en los que se apoya una cultura, una fe y una
ley, frente a un Estado que siempre se pone en tela de juicio.” (Fossier, 1982: 184)
“El Islam, religión de la duda en la que nada puede escapar a la omnipotencia divina, se
afirma por este acto original como una religión del exilio que obliga a abandonarlo todo y a
depender únicamente de la voluntad divina.” (Fossier, 1982: 187)
La duda constituye el enemigo principal, y es un riesgo de anarquía social y de maldición
que aniquila la personalidad. Poder, facciones, familia y pensamiento religioso son los
motores de la evolución social.
Se trata de un pueblo armado, al que se reúne con facilidad, que vive en una igualdad que
traduce la igualdad fundamental de la oración. Este «modelo» sostendrá siempre la marcha
ofensiva del Islam en sus fronteras, estrechamente ligado a la «vocación» de las almas por
Dios, menos preocupado por la conversión que por la conquista, menos predicador que
defensor activo de los derechos de Dios.
“El mundo islámico de los primeros siglos medievales se define no tanto por una comunidad
de estructura económica social o técnica; sino más bien por el predominio absoluto de un
sistema de valores y de un modelo político y cultural que arrolla los «conjuntos» que le
han precedido en el espacio geográfico oriental y mediterráneo, que aniquila su recuerdo y
llega a reducir y enquistar los restos de los mismos.” (Fossier, 1982)
La sumisión (islam) a las voluntades divinas se había convertido en el principio superior que
unía no sólo a las tribus entre sí, sino también a nómadas y sedentarios. Ello no tuvo como
consecuencia la creación de una nueva sociedad, sino simplemente la de una comunidad
unida por lazos religiosos. Uno de los medios para acrecentar la cohesión entre estos
elementos aún dispares fue proporcionado por los primeros califas: la lucha contra los
infieles, la conquista de territorios griegos o persas, la consecución de un botín que,
teóricamente era repartido en partes iguales.
SUNNA: “Por otra parte, aparecen las «buenas costumbres», establecidas por el ejemplo
del Profeta y por sus «dichos», los hadices, manifestación en tono menor de la función
profética, pronunciados en Medina con motivo de la organización de la vida secular. Los
múltiples hadices serán jerarquizados en la práctica consuetudinaria de los musulmanes y,
más tarde discutidos y organizados en corpus por los primeros doctores de la ley. Estos
corpus constituirán la sunna o tradición, que sigue en importancia al Corán (Qur'an),
recitación que contiene la revelación divina, en la enumeración de las fuentes del derecho
musulmán.” (Fossier, 1982: 190)
Otras tradiciones más o menos islamizadas se reintroducen en la vida religiosa: la
circuncisión, obligatoriedad del velo femenino, la endogamia, poligamia como unión política,
que fue limitada por la doctrina a cuatro esposas.
Por debajo de los árabes estaban los mawali, consideramos musulmanes de categoría
inferior. Estos sólo debieron haber pagado el diezmo y los impuestos coránicos. Siendo
cada vez más numerosos, desempeñaban un papel cada vez más importante dentro de la
administración, participaban directamente en el servicio del imperio, y se imponían en las
ciudades como mercaderes y comerciantes.
Otros mawali, para no tener que pagar el jaray (impuesto de la tierra) abandonaron sus
tierras y fueron a establecerse en las ciudades, incrementando de este modo la masa de
neomusulmanes al mismo tiempo que la de descontentos. Sin embargo, la civilización
ciudadana favoreció a los mawali en detrimento de los beduinos.
Tras la victoria de los abbasíes, la situación de los mawali cambió hasta el punto que
finalmente desapareció la distinción entre árabes y no árabes. Pero aunque los musulmanes
no árabes habían conseguido finalmente su título de musulmanes, sin embargo, en el plano
religioso y en cierto plano social, ser de origen árabe confería una especie de nobleza aún
mayor que pertenecer a la familia del Profeta.
Luego estaban los protegidos o dimmi los cuales tenían un acuerdo de protección por el
cual obtenían derechos como el reconocimiento de su personalidad, derecho de vivir en
tierra del Islam, garantía de libertades públicas, disfrute de derechos privados, etc. Los
derechos públicos y privados sólo les eran otorgados cuando se comprometían al pago de
impuesto de la Yizya (impuesto de capacitación) y el Jaray (impuesto sobre la tierra) y a
someterse a la autoridad musulmana. La dimma era un acuerdo permanente. A la muerte
de estos, pasaba a sus descendientes. Los musulmanes se comprometían a abstenerse de
cualquier acto hostil contra los infieles y a asumir la responsabilidad de cualquier perjuicio
ocasionado ilegalmente por los musulmanes a las personas y a los bienes de los dimmi; a
proteger a éstos contra cualquier ataque procedente del interior o del exterior.
Si un hombre se convertía, dejaba de pagar estos impuestos; si la tierra no musulmana
pasaba a manos de un musulmán, el impuesto sobre esta tierra desaparecía.
De todas formas los dimmi pudieron acceder a puestos importantes de la administración del
Estado. Ello se explica por la falta de personal especializado entre los musulmanes y
también por la imposibilidad inmediata, después de la conquista, de redactar en árabe los
documentos escritos necesarios para la administración de los territorios y el cobro de
impuestos.
Aunque un gran número de dimmis participaron en la vida administrativa del Estado, la gran
mayoría vivía en el campo o ejercía en las ciudades ciertos oficios que, en principio, no
podían practicar los musulmanes, en particular los relativos al comercio del dinero. Los
dimmi pudieron ser banqueros, cambistas, comerciantes y desempeñaron un importante
papel en estos terrenos.
No puede negarse la influencia de los no musulmanes en el seno de la administración, ni
tampoco en la aparición de nuevas teorías religiosas en los siglos VIII y IX.
Los musulmanes nunca dejaron que los dimmi ignoraran su situación de inferioridad en el
seno de la sociedad musulmana y su presencia en la administración era tolerada tan sólo
por necesidad.
Las poblaciones rurales son aún peor conocidas que las urbanas y ello debido en parte a
que todos los escritores árabes eran ciudadanos y, como tales, despreciaban a los
campesinos o los ignoraban.
El grupo de los campesinos de los alrededores de la ciudad que estaban siempre bajo la
dependencia directa de los funcionarios del gobierno, de los mercaderes y de los
propietarios de terrenos de cultivos suburbanos. Estos campesinos, cuya producción servía
para alimentar a la ciudad, no sólo no recibían prácticamente nada de ésta, sino que eran
explotados por los ciudadanos.
La conquista árabe no representó para el campesino no propietario mejora alguna de su
condición; se convertía en colono de las tierras que habían pasado a manos de los
conquistadores, y pagaba un impuesto similar al jaray de los campesinos propietarios.
Diversos hechos comportaron la desaparición de la pequeña propiedad agraria: la
adquisición de dominios por los negociantes y grandes comerciantes, que invertían parte de
sus beneficios en la compra de tierras; la atribución de tierras a los militares, la
concentración de tierras en grandes dominios. Entonces el campesino se ponía bajo la
recomendación de un gran propietario, se convertía en su colono, o emigraba a la ciudad.
Su condición social cambiaba, pero no mejoraba.
Por otra parte, existía una tendencia cada vez más marcada a la concentración de la
propiedad, una subordinación más estrecha de los campesinos, una agravación de su
riqueza: la burguesía mercantil, y el ejército a partir del siglo X, eran los responsables de
esta situación.
Si un campesino huía, el derecho autorizaba a perseguirlo y castigarlo. Así pues, la
condición del campesino se había degradado, la miseria había aumentado y provocó el
éxodo hacia las ciudades y la aparición del bandolerismo; se crearon numerosas bandas de
irregulares debido a la imposibilidad de vivir como no fuera robando caravanas y grandes
propiedades.
Por otra parte existían los nómadas (beduinos), frecuentemente camelleros. Estos eran
víctimas de las guerras, de los disturbios políticos que podían tener consecuencias en los
territorios que recorrían. Era bastante raro que un nómada llegara a sedentarizarse, cosa
que para él representaba la decadencia.
ECONOMÍA:
El califa podía distribuir lotes de estas tierras (sawafl) a los musulmanes que tuvieran
méritos particulares: la concesión implicaba la obligación de trabajar las tierras, era
revocable y, por tanto, no daba lugar a una propiedad plena. Permitió pronto, no obstante, la
formación de grandes dominios (dayca) en los que resultaba difícil distinguir la concesión
usufructuaria inicial de las compras sucesivas. Sin llegar a la constitución de una
aristocracia territorial, ya que el derecho musulmán establece que la herencia debe dividirse
entre los hijos, estos lotes permitieron sin duda la implantación de una clase de medianos
propietarios musulmanes.
- Comercio -
La desaparición del Imperio
sasánida y el debilitamiento
del Imperio bizantino habían
dado ya a los omeyas
grandes posibilidades
comerciales que éstos no
parecen haber aprovechado
al máximo. Los árabes se
sentían en aquellos
momentos más atraídos por
la adquisición de tierras que
por su instalación en las
nuevas regiones.
La expansión territorial y
política musulmana trajo
consigo una expansión económica tal que, en los siglos IX y X, los mercaderes musulmanes
se hallaban en cabeza del comercio mundial, desde el Atlántico hasta la India.
Los inicios de las conquistas permitieron a los árabes obtener o adquirir tierras. Por otra
parte, la conquista no cambió las costumbres económicas de los países conquistados, sólo
cambió el amo.
Damasco, que ha sido elegida como capital administrativa de la dinastía omeya (capital de
Siria), simboliza esta misma continuidad de una manera diferente. Ha heredado de la
tradición antigua y de la dominación bizantina un recinto fortificado, una red de
aprovisionamiento de agua, un acueducto, numerosas canalizaciones y múltiples depósitos
de agua de los que parten las conducciones que alimentan las fuentes, mezquitas, baños
públicos (hammáms) y casas.
Se han podido establecer las etapas de la evolución topográfica de la capital siria:
establecimiento de una red de mercados (saqs, zocos) en torno a la gran avenida con
columnas de la ciudad romana (...) finalmente, dislocación de la red de calles
perpendiculares, por obra del particularismo tribal, que puede aún vislumbrarse bajo la
nueva estructura en forma de colmena, con calles acodadas y barrios fortificados.
La época abbasí fue la del triunfo económico musulmán. La intensa actividad desarrollada
en las ciudades y en las rutas comerciales, la abundancia de riquezas del mundo musulmán
fue debido al total dominio del Mediterráneo y de la parte occidental del océano índico, a la
transferencia de la capital a Bagdad que creó una corriente de intercambios y de atracción
entre las zonas mercantiles.
Bagdad se convirtió en centro de distribución de mercancías hacia Oriente Medio. Ciudades
como ésta llegaron a reunir una plebe que subsistían gracias a las migajas de los ricos. Esta
afluencia de población resultó totalmente desproporcionada en relación con la importancia
económica real de la ciudad. Ésta desempeñó un papel de señuelo sobre individuos que las
condiciones de vida en el campo convertían en desterrados y que esperaban encontrar en
las ciudades los medios de subsistencia indispensables.
Este comercio alcanzó una considerable amplitud porque, una vez concluida la conquista, el
Imperio abbasí dispuso de recursos naturales enormes de materias primas que pudo vender
o intercambiar con productos de los países extranjeros. Un pequeño comercio local de
intercambios de productos de primera necesidad, y un comercio de gran escala basado en
productos de lujo (incluso esclavos), materiales para la actividad industrial (ejército, marina,
construcciones) o en productos fabricados en el Imperio y luego exportados (tejidos,
productos metalúrgicos).
También creó diversos procedimientos de pago: letras de cambio, cheque, operaciones
bancarias; el préstamo y la hipoteca con compromisos establecidos con la ley coránica.
Se introdujeron otros productos que alcanzaron un rápido éxito: el más célebre fue el papel,
creado en China. Existían también industrias de menor influencia como la alfarería,
cerámica, jabonería, perfumería, refinado de la caña de azúcar, etc. cuya finalidad era el
aprovisionamiento del mercado interior.
Desde el comienzo del califato abbasí, los focos de cultura y de ciencia se hallaron situados
en las ciudades. Basra y sobre todo Bagdad fueron los más importantes. Si estas ciudades
desempeñaron tal papel fue porque allí vivían quienes, por su riqueza pudieron ayudar a
escritores, poetas y sabios.
A los árabes se les unieron los iranios, los hindúes, que aportaron nuevas ideas y temas
literarios, cristianos, médicos y traductores de obras griegas, paganos reconocidos y
tolerados contribuyeron al desarrollo de las ciencias astronómicas, porque su culto se
basaba en los astros. Como consecuencia, se produjo un perfeccionamiento de las
matemáticas.
En Filosofía se trata de una larga corriente de pensamiento que hay que situar tanto en el
tiempo como en el espacio. Son cinco nombres fundamentales: Al-Kindi, Al-Farabi, Avicena,
Al-Gazali y Averroes. Este último es el más importante por las inmensas repercusiones de lo
que en Europa se llama el averroísmo.
Esta Filosofía sí que es unitaria: desesperadamente encuadrada por el pensamiento griego
por un lado y la revelación coránica por el otro. Debe sus tendencias racionalistas evidentes
pero no exclusivas a Grecia y a la inclinación islámica por la ciencia.
La influencia griega da unidad y cohesión interna a la filosofía musulmana.
“Admiradores de Aristóteles, los filósofos árabes se ven limitados a un eterno diálogo entre
una revelación profética como la del Corán y una explicación filosófica humana como la
griega, exigiendo continuamente la revelación y la explicación en una angustiosa
controversia, mutuas concesiones entre la Razón y la Fe”. (Braudel, F. 1989: 79)
● Fossier, R. “La Edad Media. Formación del mundo medieval 350-950” Editorial
Crítica, 1988. Barcelona, España.
● Fossier, R. “La Edad Media. El despertar de Europa 950-1250” Editorial Crítica,
1988. Barcelona, España.
● Fossier, R. “La Edad Media. El tiempo de las crisis 1250-1520” Editorial Crítica,
1988. Barcelona, España.
● Cahen, C. “Oriente y Occidente en tiempos de las cruzadas” Fondo de cultura
económica, 1989. Ciudad de México, México.
● Duby, G. “Atlas histórico mundial” Larrouse Editorial, 2007. Barcelona, España.
● Kinder “Atlas histórico mundial. De los orígenes a la revolución francesa” AKAL,
2007.
● Laroui, A “El Islam árabe” Edicions 62 S. A., 1984. Barcelona, España
● Heers, J. “Historia de la Edad Media” Editorial Labor, S. A., 1984. Barcelona,
España.
Bibliografía complementaria: