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Contiene:

- ARL XVIII Domingo del Tiempo Ordinario C


- PAGOLA: DESENMASCARAR LA INSENSATEZ
- Domingo XVIII Tiempo Ordinario C
- Semana del 31 de julio al 6 de agosto de 2016
- 6 HOMILIAS

ARL XVIII Domingo del Tiempo Ordinario C


La verdadera riqueza es fuente de verdadera felicidad. “¡Todo es vanidad!” Exclama el antiguo
sabio de Israel que se conoce con el seudónimo de Qohelet, con una visión desencantada y amarga
de la vida, cuyo texto hoy escuchamos en la liturgia, pasaje breve pero indicativo de la lo trágico de
la existencia humana, en la que todo parece ser vanidad. Qohelet, con el término vanidad subraya
como es precaria, transitoria, casi como un soplo, la vida del hombre que se fatiga por realizar
proyectos y alcanzar metas que parecen dar seguridad y estabilidad y que en cambio dirigen
inevitablemente al tremendo paso de la muerte, que despoja de todo bien: de la sabiduría como de la
riqueza, del poder como de toda otra seguridad.

Hay quien es rico de atención y de ahorro, son las palabras del Sirácide: “Hay quien es rico a
fuerza de dedicación y ahorro, y esta es la parte de su recompensa; mientras dice: He logrado
reposo, ahora disfrutaré de mis bienes, y no sabe todavía cuánto tiempo trascurrirá, pues dejará
todo a otros y morirá” (11, 18-19). Se trata de una visión indudablemente desconsolada, que no
parece dejar espacio a la esperanza y a la alegría, pero que es también una visión muy realista y
concreta y nos hace pensar en cierta mentalidad corriente, muy difusa en nuestro tiempo, en que la
riqueza y el poder son, de hecho, valores hacia los cuales muchos orientan toda la existencia, como
si esta jamás tuviera fin.

Enriquecerse, no importa cómo, fatigarse por tener, por poseer, hasta lo inverosímil, por tener
imagen y poder, es la noticia de cada día que parece hacer soñar sobre todo a quien, carente de
sabiduría y de experiencia, no toma en cuenta y no sabe cuan frágil es la existencia y cuan amarga
es la ironía de la suerte que, en un momento trastorna los acontecimientos; recuerda Qohelet:
Porque un hombre que ha trabajado con sabiduría, con ciencia y eficacia, tiene que dejar su parte a
otro que no hizo ningún esfuerzo”; y podemos añadir, puede dilapidarla, porque no ha hecho ningún
esfuerzo. Y la historia está llena de esos ejemplos, antiguos y actuales.
Hay una insidia constante, un riesgo inexorable que acompaña todo el curso de la existencia
humana: la fragilidad y la precariedad; la vida del hombre es como un soplo, y como tal, puede ser
apagado en cualquier momento: esto no podemos ignorarlo ni olvidarlo. A este sentido de
precariedad de la vida, como de todo lo creado, sobre lo que está escrita la palabra “fin”, nos llama
la atención el pasaje del Evangelio de este domingo, donde san Lucas nos relata de una discusión
sobre un asunto de herencias en el que se incluyó a Jesús: “En aquel tiempo, uno de la multitud le
dijo: Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia. Jesús le respondió: Amigo,
¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?”; la misión de Cristo no se enfoca a causas
de poca importancia como la división de un patrimonio hereditario entre hermanos, sino en la causa
bien importante y seria de la salvación eterna de todos los hombres y de su reconciliación con Dios.

Es la comunión plena y definitiva con el Padre la verdadera razón del vivir humano, una razón
altísima que da valor a la existencia y decide la orientación que no se circunscribe a las cosas ni a
los valores temporales, sino que se abre a los eternos. Así, Jesús no entra en la discordia entre los
dos hermanos, pero les advierte, como a todos, que es de tontos dejarse dominar por el ansia de
tener, porque no son los bienes económicos los que dan consistencia, valor y sentido a la existencia;
Jesús dice: “aunque alguno esté en la abundancia, su vida no depende de sus bienes”.

Los bienes económicos, que el hombre no debe descuidar, ni agotar, son un instrumento para vivir,
medios para compartir cn justicia entre todos los hombres, medios que nos permiten mejorar la
calidad de la vida, factor no despreciable; pero son, y quedan como medios y no pueden convertirse
en fines, y mucho menos en el fin principal hacia el cual se orienta y se estructura toda la existencia.

Está esa breve parábola que el mismo Jesús relata y que llama la atención sobre la “vanidad”, de la
que al inicio escuchamos al Qohelet. Habla Jesús de un hipotético personaje, un propietario de
tierras fértiles, cuyas cosechas constituían una auténtica riqueza y que a sus ojos y en sus cálculos
podía ser notablemente aumentada, en forma de ahorrar un gran capital que le garantizara largos
años de vida resuelta y tranquila. Por eso ese hombre proyectó la construcción de nuevos graneros
en los cuales conservar y acumular las cosechas para muchos años. “También esto es vanidad y
gran desventura”, diría el Qohelet, pues ninguno sabe en qué momento intervendrá la muerte y
pondrá fin a la existencia. “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has
amontonado? Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de
Dios”, este es el comentario de Jesús al proyecto de vida del rico propietario.

Así pues: enriquecerse ante Dios, hacer de él la finalidad última de la propia vida y el eje de toda la
existencia, es lo que cuenta verdaderamente; toda otra cosa es insensatez y vanidad, pues está
destinada a acabar así como acaba nuestro vivir en el tiempo; este es el sentido de la parábola con la
cual Jesús nos exhorta a abrirnos a una visión más alta de la existencia humana, que no pasa solo
por el tiempo, pues la vida del hombre tiene su origen en Dios y a él retorna, a él que es nuestra
verdadera riqueza y nuestra completa felicidad.

San Pablo nos lo recuerda con fuerza al escribir: “Hermanos, si han resucitado con Cristo…”,
resucita con Cristo quien ha hecho de él la opción fundamental que guía y da sentido a la existencia;
quien sea inmerso en su misterio de Hijo de Dios venido entre los hombres para redimirlos; quien,
con el bautismo está injertado en él como sarmiento de la única vid fecunda que comunica vida
eterna, vida divina. Si hemos seguido a Cristo, con fe y con amor, obedientes a su palabra y
conformes a él en la muerte, una muerte para la resurrección, nuestro corazón, nuestro deseo, no
puede ser absorbido por pequeñas y pobres cosas, aunque sean aparentemente grandes y preciosas
como los bienes económicos, el poder o el éxito; no! Si hemos escogido a Cristo, hemos escogido
ese inmenso tesoro que no se compara a ningún otro bien, hemos escogido a Dios mismo.
San Pablo no exhorta: “Busquen las cosas de arriba, donde se encuentra Cristo, sentado a la
derecha de Dios: piensen en las cosas de arriba”; y no por desatender las cosas temporales que nos
son dadas para vivir y que debemos cuidar, usar y hacer producir; cuando el apóstol habla de
“arriba”, se refiere a las realidades del hombre nuevo, como nos hemos convertido en Cristo, y del
don del Espíritu que vive en nosotros si lo invocamos y lo deseamos; Espíritu que nos comunica la
gracia, la vida divina que por ahora está velada, “escondida en Cristo”, pero un día será
completamente revelada, conocida y disfrutada, cuando hayamos superado los límites del tiempo y
estemos plena y definitivamente unidos al Padre, en Cristo nuestra única y verdadera riqueza.

Fr. Arturo Ríos Lara, OFM


31 de julio de 2016

DESENMASCARAR LA INSENSATEZ
El protagonista de la pequeña parábola del «rico insensato» es un terrateniente como
aquellos que conoció Jesús en Galilea. Hombres poderosos que explotaban sin piedad a los
campesinos, pensando solo en aumentar su bienestar. La gente los temía y envidiaba: sin
duda eran los más afortunados. Para Jesús, son los más insensatos.
Sorprendido por una cosecha que desborda sus expectativas, el rico propietario se ve
obligado a reflexionar: «¿Qué haré?». Habla consigo mismo. En su horizonte no aparece
nadie más. No parece tener esposa, hijos, amigos ni vecinos. No piensa en los campesinos
que trabajan sus tierras. Solo le preocupa su bienestar y su riqueza: mi cosecha, mis
graneros, mis bienes, mi vida…
El rico no se da cuenta de que vive encerrado en sí mismo, prisionero de una lógica que lo
deshumaniza vaciándolo de toda dignidad. Solo vive para acumular, almacenar y aumentar
su bienestar material: «Construiré graneros más grandes, y almacenaré allí todo el grano
y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes
acumulados para muchos años; túmbate, come y date buena vida».
De pronto, de manera inesperada, Jesús le hace intervenir al mismo Dios. Su grito
interrumpe los sueños e ilusiones del rico: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo
que has acumulado, ¿de quién será?». Esta es la sentencia de Dios: la vida de este rico es
un fracaso y una insensatez.
Agranda sus graneros, pero no sabe ensanchar el horizonte de su vida. Acrecienta su
riqueza, pero empequeñece y empobrece su vida. Acumula bienes, pero no conoce la
amistad, el amor generoso, la alegría ni la solidaridad. No sabe dar ni compartir, solo
acaparar. ¿Qué hay de humano en esta vida?
La crisis económica que estamos sufriendo es una «crisis de ambición»: los países ricos,
los grandes bancos, los poderosos de la tierra… hemos querido vivir por encima de
nuestras posibilidades, soñando con acumular bienestar sin límite alguno y olvidando cada
vez más a los que se hunden en la pobreza y el hambre. Pero, de pronto nuestra seguridad
se ha venido abajo.
Esta crisis no es una más. Es un «signo de los tiempos» que hemos de leer a la luz del
evangelio. No es difícil escuchar la voz de Dios en el fondo de nuestras conciencias:
«Basta ya de tanta insensatez y tanta insolidaridad cruel». Nunca superaremos nuestras
crisis económicas sin luchar por un cambio profundo de nuestro estilo de vida: hemos de
vivir de manera más austera; hemos de compartir más nuestro bienestar.

José Antonio Pagola

Domingo XVIII Tiempo Ordinario (C)


(Domingo 31 de Julio de 2016)

LECTURAS
¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo?
Lectura del libro del Eclesiastés 1, 2; 2. 21-23

¡Vanidad, pura vanidad!, dice el sabio Cohélet.


¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad!

Porque un hombre que ha trabajado


con sabiduría, con ciencia y eficacia,
tiene que dejar su parte
a otro que no hizo ningún esfuerzo.
También esto es vanidad y una grave desgracia.

¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo


y todo lo que busca afanosamente bajo el sol?
Porque todos sus días son penosos,
y su ocupación, un sufrimiento;
ni siquiera de noche descansa su corazón.
También esto es vanidad.

Palabra de Dios.

SALMO Sal 89, 3-6. 12-14. 17 (R.: 1)

R. Señor, Tú has sido nuestro refugio.

Tú haces que los hombres vuelvan al polvo,


con sólo decirles: «Vuelvan, seres humanos».
Porque mil años son ante tus ojos como el día de ayer, que ya pasó,
como una vigilia de la noche. R.

Tú los arrebatas, y son como un sueño,


como la hierba que brota de mañana:
por la mañana brota y florece,
y por la tarde se seca y se marchita. R.

Enséñanos a calcular nuestros años,


para que nuestro corazón alcance la sabiduría.
¡Vuélvete, Señor! ¿Hasta cuándo...?
Ten compasión de tus servidores. R.

Sácianos en seguida con tu amor,


y cantaremos felices toda nuestra vida.
Que descienda hasta nosotros la bondad del Señor;
que el Señor, nuestro Dios, haga prosperar la obra de nuestras manos. R.

Busquen los bienes del cielo, donde está Cristo


Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas 3, 1-5. 9-11

Hermanos:
Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo
está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y
no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con
Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces ustedes
también aparecerán con Él, llenos de gloria.
Por lo tanto, hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal: la lujuria, la
impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una
forma de idolatría. Tampoco se engañen los unos a los otros.
Porque ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras y se revistieron del
hombre nuevo, aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto, renovándose
constantemente según la imagen de su Creador. Por eso, ya no hay pagano ni judío,
circunciso ni incircunciso, bárbaro ni extranjero, esclavo ni hombre libre, sino sólo
Cristo, que es todo y está en todos.

Palabra de Dios.

ALELUIA Mt 5, 3

Aleluia.
Felices los que tienen alma de pobres,
porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Aleluia.

EVANGELIO
¿Para quién será lo que has amontonado?
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 12, 13-21

Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la


herencia».
Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?»
Después les dijo: «Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la
vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas».
Les dijo entonces una parábola: «Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido
mucho, y se preguntaba a sí mismo: "¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi
cosecha". Después pensó: "Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más
grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes
bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida".
Pero Dios le dijo: "Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que
has amontonado?"
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios».

Palabra del Señor.

GUION PARA LA MISA


Guión Domingo XVIII

Entrada: La Eucaristía es el Tesoro precioso en el que se encuentra la suma de todo


aquello que hace posible nuestra bienaventuranza. Penetremos en este misterio con una fe
viva y llenos de confianza.

1º Lectura Qo 1,2; 2, 21-23


¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo?: Bendito quien confía en el Señor.

2º Lectura Col 3, 1-5. 9-11


San Pablo nos invita a buscar los bienes del cielo, donde está Cristo Jesús.

Evangelio Lc 12, 13-21


La verdadera riqueza es la del alma desprendida de todo lo terreno y afianzada solo en
Dios.

Preces

Dios, nuestro Padre, esta siempre cerca de aquellos que lo invocan. Pidamos confiados
por nuestras necesidades y por las de nuestros hermanos.

A cada intención respondemos...


Por la salud y las intenciones del Papa Francisco, para que todas sus iniciativas
apostólicas encuentren eco entre los miembros de la Iglesia. Oremos.

Por los gobernantes y por quienes ejercen el poder; para que su autoridad esté orientada
al servicio humilde y no a la ambición humana del progreso personal o sectorial. Oremos.

Para que en nuestra Patria se avive la conciencia de la sacralidad de la vida, sin la cual se
minan los verdaderos fundamentos de una sociedad civilizada. Oremos.

Para que cuantos atraviesan momentos de dificultad interior y de prueba encuentren en


Cristo la luz y el apoyo que los conduzcan a la verdadera felicidad. Oremos.

Por todos nosotros para que crezcamos cada vez más en el conocimiento de Dios y demos
testimonio de que fuera de Él nada tiene valor. Oremos.

Atiende, Padre del Cielo, las necesidades que te encomendamos y ayúdanos a nosotros
a esperar y confiar siempre en tu Providencia. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Ofertorio
Nos abandonamos en las manos de Dios, uniéndonos a Cristo en el sacrificio que da la
vida eterna. Presentamos:
+ Incienso, para que sea acepto junto a nuestra oración, y la de todos los que sufren.
+ Ofrecemos pan y vino y con ellos entregamos toda nuestra vida a Dios nuestro único
tesoro.

Comunión: Sácianos, Señor nuestro, con tu amor, y cantaremos felices toda nuestra vida.

Salida: Que María Santísima nos bendiga para que nunca nos cansemos de proclamar
nuestra fe en Cristo, el verdadero Tesoro de las almas.

Exégesis

· Alois Stöger

Desapego de los bienes


(Lc.12,13-21)

El hombre no deja de ser hombre por el hecho de seguir a Cristo; como hombre, está
amenazado por la preocupación por los bienes de la tierra. Por eso el discípulo de Jesús
debe adoptar la debida posición frente a estos bienes. Jesús se niega a hacer de árbitro en
una cuestión de repartición de herencia (Lc.12:14), pone en guardia contra la avidez y la
codicia (Lc.12:15) y con una parábola muestra cómo se asegura verdaderamente la vida (
Lc.12:16-21).
13 Díjole uno de la multitud: Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la
herencia. 14 Pero él le contestó: ¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o partidor entre
vosotros?

El derecho sucesorio judío estaba regulado por la ley mosaica. Se supone una situación
agrícola, en la cual el hermano mayor hereda los bienes raíces y dos tercios de los bienes
muebles (Deu_21:17). En el caso que se propone a Jesús, parece ser que el hijo mayor no
quiere entregar absolutamente nada. Dado que el derecho sucesorio estaba regulado por la
ley, fácilmente se recurriría al dictamen y a la decisión de los doctores de la ley. El
hombre del pueblo acude a Jesús, al que trata como a doctor de la ley, a fin de que en el
asunto de su herencia dé un dictamen y con su autoridad ejerza influjo sobre su hermano
injusto. Jesús es considerado como acreditado doctor de la ley, que se presenta y actúa
con autoridad.

Cuando el pueblo acude a Jesús con sus miserias del cuerpo y del alma, lo halla dispuesto
a socorrerle. En cambio, el hombre que se presenta con su pleito hereditario tropieza con
una repulsa. ¡Hombre! Aquí esta palabra suena áspera y dura. Jesús no quiere ser juez ni
árbitro en los asuntos de los hombres. Las palabras con que lo expresa traen a la memoria
las que fueran respondidas a Moisés cuando quiso dirimir una querella entre dos hebreos:
«¿Y quién te ha puesto a ti como jefe y juez entre nosotros?» (Exo_2:14). En su obrar se
inspira Jesús en las decisiones expresadas por la palabra de Dios en la Sagrada Escritura.
La palabra de la Escritura le muestra también los inconvenientes que tiene el constituirse
árbitro en tales asuntos.

Con su palabra se niega Jesús a intervenir para poner orden en las condiciones
perturbadas de este mundo y a decidir con su autoridad en favor de este o del otro orden
social. Su misión y la conciencia de su vocación que le da la voluntad de Dios, la dejó ya
bien establecida reiteradamente al comienzo de su actividad en Nazaret y todavía antes en
la tentación en el desierto. Ha sido enviado para anunciar a los pobres el Evangelio, para
llamar a los pecadores (Lc.5:32), para salvar a los que estaban perdidos (Lc.19:10), para
dar su vida en rescate (Mar_10:45), para traer al mundo la vida divina (Jua_10:10).

15 Entonces les dijo: Guardaos muy bien de toda avidez, pues no por estar uno en la
abundancia, depende su vida de los bienes que posee.

Toda ansia de aumentar los bienes es enjuiciada como un peligro del que han de
guardarse bien los discípulos. El ansia de poseer descubre la ilusión de creer que la vida
se asegura con los bienes o con la abundancia de los mismos. La vida es un don de Dios,
no es fruto de la posesión o de la abundancia de bienes de la tierra y de la riqueza. De
hecho, no es el hombre el que dispone de la vida, sino Dios.

16 Luego les dijo esta parábola: Un hombre muy rico tenía una finca que le dio una gran
cosecha. 17 Y discurría para sí de esta forma. ¿Qué voy a hacer si ya no tengo dónde
almacenar mis cosechas? 18 Y añadió: Voy a hacer esto: derribaré mis graneros para
edificar otros mayores; así podré almacenar allí todo mi trigo y mis bienes. 19 Y diré a mi
alma: Alma mía, ya tienes muchos bienes almacenados para muchos años; ahora
descansa, come, bebe y pásalo bien. 20 Entonces le dijo Dios: ¡Insensato! Esta misma
noche te van a reclamar tu alma, y todo lo que has preparado, ¿para quién va a ser? 21
Así sucederá con aquel que atesora riquezas para sí, pero no se hace rico ante Dios.

La narración de un ejemplo presenta gráficamente lo que se ha expresado con la


sentencia: la vida no se asegura con los bienes. El rico labrador revela su ideal de vida en
el diálogo que entabla consigo mismo: vivir es disfrutar de la vida: comer, beber y
pasarlo bien; vivir es disponer de una larga vida: para muchos años; vivir es tener una
vida asegurada: ahora descansa ¡ética del bienestar! ¿Cómo puede alcanzarse este ideal
de vida? Almacenaré: hay que asegurar el porvenir. Varían las formas de esta seguridad.
El labrador edifica graneros. ¿El moderno hombre de negocios...? La economía de este
labrador no tiene otro sentido que el de asegurar la propia vida.

La entera forma humana de proyectar flaquea. El hombre no tiene en su mano la vida


como dueño y señor. No puede contentarse con hablar consigo mismo: Dios interviene
también en el diálogo. Este hombre debería también tratar con otros hombres, pero le
importan tan poco como Dios mismo. El hombre es insensato si piensa así, como si la
seguridad de su vida estuviera en su mano o en sus posesiones. El que no cuenta con
Dios, prácticamente lo niega, y es insensato (/Sal/013/014/01). Que nuestra vida no se
asegura con la propiedad y con los bienes lo pone al descubierto la muerte. Te van a
reclamar tu alma: los ángeles de la muerte, Satán por encargo de Dios. ¡Esta misma
noche! El rico había contado con muchos años...

La riqueza que el hombre acumula para sí, con la que quiere asegurarse la existencia
terrena, no le aprovecha nada. Tiene que dejársela aquí, en manos de otros. «Muévese el
hombre cual un fantasma, por un soplo solamente se afana; amontona sin saber para
quién» (Sal_39:7). Sólo el que se hace rico ante Dios, el que acumula tesoros que Dios
reconoce como verdadera riqueza del hombre, saca provecho. El querer el hombre
asegurar nerviosamente su vida por sí mismo lleva a perder la vida, sólo quien la entrega
a Dios y a su voluntad la preserva. ¿Cuáles son los tesoros que se acumulan con vistas a
Dios?

(Stöger, Alois, El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su Mensaje,


Editorial Herder, Madrid, 1969)

Comentario Teológico
· P. Julio Meinvielle

La avaricia, esencia del capitalismo


Hay una perversidad esencial en el capitalismo, cualquiera sea su especie, pues es éste un
sistema fundado sobre un vicio capital que los teólogos llaman avaricia. Busca el
acrecentamiento sin límites de las riquezas como si fuese éste un fin en sí, como si su
pura posesión constituyese la felicidad del hombre. “Y es imposible -como enseña
textualmente el Angélico (I-II, q. 2, a.1) - que la felicidad del hombre consista en las
riquezas. Dos son las clases de riquezas, a saber: las naturales y las artificiales. Las
naturales son aquellas que remedian las necesidades naturales del hombre, tales como el
vestido, el alimento, los vehículos, la habitación y las otras cosas semejantes. Artificiales
son aquellas que de por sí no remedian ninguna necesidad natural, como el dinero, sino
que la industria del hombre la ha adoptado como medida de las cosas venales, para
facilitar el cambio. Ahora bien -prosigue el Angélico, la felicidad del hombre no puede
consistir en las riquezas naturales, ya que éstas se emplean para sustentar la naturaleza
del hombre; son medio y no fin; de donde todas las riquezas naturales han sido creadas
para provecho del hombre y colocadas debajo de sus pies, como dice el Salmista, VIII".
Con mucha menor razón puede consistir en las riquezas artificiales, ya que éstas no
tienen otra finalidad que la de servir de medio para adquirir las riquezas naturales
necesarias para la vida.
Ahora bien, (dice el Santo Doctor) si tanto las riquezas naturales como las artificiales
tienen por finalidad satisfacer las necesidades materiales del hombre, según la condición
de cada uno, su adquisición sólo es buena en la medida en que sirve para satisfacer estas
necesidades; luego su posesión y producción debe estar regulada. Si se quebranta esta
medida y se las quiere retener y poseer sin limitación ninguna, se comete un pecado
llamado avaricia, que consiste en “un deseo inmoderado de poseer las cosas exteriores"
(II-II, q.118, a. 2).
Precisamente, es esta concupiscencia del lucro la que constituye la esencia de la
economía moderna. No que la avaricia sólo haya existido en ella; siempre ha habido
avaros, y el Espíritu Santo dice por boca de Salomón que "al dinero obedecen todas las
cosas"; pero nunca como en ella, este impulso perverso que anida en la carne pecadora
del hombre se ha organizado en un sistema económico, nadie como ella ha hecho de un
pecado una babélica construcción.
Y, como la avaricia es un vicio capital con muchas hijas -según explica el Doctor
Angélico (II-II, q.118, a.8)-, el Capitalismo ha erigido consigo una prole de pecados,
sistemas que los economistas denominan leyes económicas.
“Porque, como consiste la avaricia en un amor superfluo de las riquezas, hay en ella un
doble desorden: porque, o se las retiene indebidamente, o se las adquiere en forma ilícita.
Hay desorden en su retención, en el caso de inhumanidad o de endurecimiento, cuando el
corazón no se ablanda de misericordia en presencia de los necesitados, y así el
capitalismo, como, todo avaro, cierra sus entrañas a las miserias del pobre; al capital,
monstruo anónimo con mil atribuciones y sin ninguna responsabilidad, no le interesa la
caridad, ni la piedad, ni la misma equidad, ni siquiera se cree con deberes: para con los
individuos a quienes emplea, o en todo caso este deber es del mismo orden que el que se
tiene respecto al capital máquina, a saber: un mantenimiento escrupuloso y metódico,
mientras este mantenimiento produce negocio: el paro o la desocupación cuando las
cifras lo exigen o lo prefieren". (Marcel Malcor. Nova et Vetera, Julio 1931). Hay además
desorden en la avaricia, porque se adquieren las riquezas, o con afección desordenada, o
recurriendo a medios ilícitos. Porque la avaricia engendra una "inquietud morbosa y una
febril preocupación de lo superfluo”, que hace decir al Eclesiastés, V. 9, que el avaro
nunca se hartará de dinero; y así, el capitalismo, dinámico, vertiginoso, insaciable,
emplea todos los minutos ("el tiempo es oro") para acelerar el lucro, y con él, la
producción y el consumo; la vida, es una carrera sin descanso en prosecución del oro; no
se busca la riqueza para vivir sino que se vive para enriquecerse. ¡Cuán lejos estamos de
la economía católica, regida por la procuración del pan de cada día!
La avaricia engendra, asimismo, como tantas otras hijas, la violencia, la falacia, el
perjurio, el fraude y la traición. Y el capitalismo peca de violencia, porque, con su
hambre de concentración, devora la pequeña industria y la pequeña propiedad; peca de
falacia, porque promete la liberación de todo el género humano y cada día le sumerge
profundamente en la miseria, pues a la concentración por un lado corresponde la
desolación por el otro; peca de perjurio, cuando a la falacia se une el juramento, y el
capitalismo rubrica con el crédito su engaño, como se explicará en el 4º capítulo; peca de
fraude, porque con el crédito o préstamo a interés se apodera de los ahorros del género
humano y los maneja como si fuese propietario, porque somete al obrero a la ley del
hambre, y porque asegura un consumo malo y caro; peca, finalmente, de traición, porque
aniquila a la persona humana, haciendo del hombre un mero individuo, una simple rueda
en la maquinaria gigantesca del edificio económico, porque hace añicos la familia,
hacinando en las fábricas como en tropilla a hombres y mujeres, porque destruye la
educación con la estandardización de la escuela y la supresión del aprendizaje. En
resumen, que el capitalismo es como la erupción de toda una familia de pecados, es el
reino de Mammon. Y esto se aplica tanto al capitalismo liberal como al marxista.

La economía católica

La economía, en cambio, la única economía posible, está fundada sobre la virtud que
Santo Tomás llama liberalidad, la cual nos enseña el buen uso de los bienes de este
mundo concedidos para nuestra sustentación (II-II, q.117).
¿Acaso las riquezas artificiales y naturales deben ser producidas y acumuladas porque sí?
Sin duda que no. Son cosas destinadas al provecho del hombre, para su uso; digamos la
palabra: "para el consumo". Resultan bienes y no simplemente cosas en la medida que
aprovechan o pueden aprovechar al hombre. Luego, todo el proceso económico, por la
exigencia de la misma economía, debe estar orientado hacia el consumo. De aquí una
doble falla antieconómica en el capitalismo, cualquiera sea su especie, porque se
consume para producir y se produce para lucrar. La finanza regula la producción, y la
producción regula el consumo.
Y los bienes, ¿para qué se consumen?, a sea, el proceso económico total, ¿a dónde se
orienta? A satisfacer las necesidades de la vida corporal del hombre. Y como ésta no
tiene un fin en sí, sino que su integridad es requerida para asegurar la vida espiritual del
hombre, que culmina en el acto de amor a Dios, toda la economía debe estar al servicio
del hombre para que éste se ponga al servicio de Dios.
“Santo Tomás enseña que para llevar una vida moral, para desarrollarse en la vida de las
virtudes, el hombre tiene necesidad de un mínimun de bienestar y de seguridad material.
Esta enseñanza significa, -dice Maritain- que la miseria es socialmente, como lo han visto
claramente León Bloy y Péguy, una especie de infierno; significa asimismo que las
condiciones sociales que coloca a la mayor parte de los hombres en la ocasión próxima
de pecar, exigiendo una especie de heroísmo de los que quieren practicar la ley de Dios,
son condiciones que en estricta justicia deben ser denunciadas sin descanso y que debe
esforzarse uno por cambiar" (Religion et Culture).
Santo Tomás ha expuesto en la "Summa contra Gentiles" el lugar de la economía en una
jerarquía de valores. "Si se consideran bien las cosas, dice, todas las operaciones del
hombre están ordenadas al acto de la divina contemplación como a su propio fin. Pues,
¿para qué son los trabajos serviles y el comercio, si no para que el cuerpo, estando
provisto de las cosas necesarias a la vida, esté en el estado requerido para la
contemplación? ¿Para qué las virtudes morales y la prudencia, sino para procurar la paz
interior y la calma de las pasiones de que tiene necesidad la contemplación? ¿Para qué el
gobierno civil, sino para asegurar la paz exterior necesaria a la, contemplación? De
donde, si se considera bien, todas las funciones de la vida humana parecen estar al
servicio de los que contemplan la verdad" (L. IV, cap. 37).
Mientras no se admita esta jerarquía de valores, no se habrá superado el capitalismo,
porque o se sirve a Dios o se sirve a Mammon, el dios de las riquezas.

La economía, una ética

De lo expuesto resulta que la economía es una ética (contra la concepción mecánica de


Descartes) que tiene por objeto específico la procuración de los bienes materiales útiles al
hombre; digo bienes, esto es: que respondan a las exigencias de la naturaleza humana, no
a sus caprichos o concupiscencias. De ahí que todas aquellas cosas que sobran, una vez
satisfechas las necesidades del propio estado, son superfluas y no resultan bienes si se
mantienen acumulados o se usan para satisfacer la sed de placeres. Hay obligación grave,
según determinaremos en la próxima lección, de participar de su uso a todos los
miembros de la comunidad social, para que resulten bienes útiles al hombre, esto es:
bienes materiales humanos, que sólo deben utilizarlo en cuanto conduzcan a la plenitud
racional y a la destinación sobrenatural del hombre. Debemos servirnos de la riqueza
como hijos de Dios que nos llamamos y somos.
Luego la economía es una parte de la prudencia, como enseña Santo Tomás (II-II, q. 51,
a. 3), que tiene por objeto el recto orden de las acciones humanas encaminadas a procurar
la sustentación propia o de la familia o de la sociedad.
Y como en la ley de gracia en que vivimos no puede haber virtud perfecta - según enseña
el Angé-lico - sino por la ordenación de todo a "Dios amado por encima de todas las
cosas", es necesario que la prudencia, y con ello la economía, se subordinen
perfectamente a la caridad, que es la más excelente de las virtudes, y sin la cual no puede
haber verdadera virtud.
De lo dicho resulta que "las leyes económicas no son leyes puramente físicas como las de
la mecánica o de la química, sino leyes de la acción, humana, que implican valores
morales. La justicia, la liberalidad, el recto amor del prójimo forman parte esencial de la
realidad económica. La opresión de los pobres y la riqueza tomada como un fin en sí no
están solamente prohibidas por la moral individual, sino que son cosas económicamente
malas, que van contra el fin mismo de la economía, porque este fin es un fin humano"
(Maritain, Religion et Culture, pág. 46).
De aquí la justificación de los elementos y valores económicos haya que buscarla en las
exigencias de la acción humana, y, que sea su moralidad, su moralidad intrínseca, la
condición de sus efectos benéficos para el hombre.

Trascendencia de la economía católica

No sé si habrá quedado expuesta con claridad la oposición fundamental de la economía


(porque sólo puede llamarse simplemente economía la verdaderamente humana) y la
Economía moderna o Capita-lismo. Una está fundada sobre un pecado, y la otra descansa
sobre una virtud. La una, como todo pecado, bajo maravillosos disfraces, esclaviza al
hombre, porque el que comete el pecado es esclavo del pecado, según dice el Apóstol. La
otra, humildemente, sin ostentación, le liberta, porque la verdad nos hace libres, según
enseñaba Cristo.
Si la economía moderna nace del pecado, es esencialmente perversa y nefasta. Podrá
haber en ella muchos elementos materiales buenos, pero la conformación de los mismos
es intrínsecamente satánica.
De aquí que la doctrina económica de la Iglesia, nacida de una virtud, es una doctrina que
está in-finitamente por encima de todas las otras doctrinas económicas, llámense
socialistas o liberales. No se la puede ni se la debe parangonar con ellas. No está en el
centro de ellas. Como la cima de un elevado mon-te, recoge, transcendiendo, todos los
puntos de verdad contenidos en las distintas escuelas económicas; porque, como no existe
el mal o error absoluto, así toda escuela, por desvariada que sea, tiene en su seno muchas
verdades adulteradas. El liberalismo, por ejemplo, insiste en el carácter individual de la
posesión de los bienes terrenos; el socialismo en carácter social; y el fascismo quiere
equilibrar a ambos. Pero sólo la Iglesia, que se apoya en la eternidad del cielo, puede
obtener verdadero equilibrio del hombre y de la riqueza, porque incorporada a Cristo, y
por Cristo unida a Dios, puede someter la riqueza al hombre y el hombre a Dios. El
hombre está colocado en un medio, entre las riquezas y Dios. Jamás puede gobernar. Por
esto, si no quiere venir a Dios, si rehúsa aceptar el gobierno de Dios, tendrá que caer bajo
el gobierno de las riquezas. O Dios o Mammon. No se puede servir a dos señores. Pero
tiene que servir: si rehúsa el gobierno paternal de Dios, caerá bajo la esclavitud del
becerro de oro.
Sólo hay dos economías verdaderamente opuestas: la cristiana, que usa de las riquezas
para subir a Dios, y la moderna o capitalista (sea liberal o marxista), que abandona a Dios
para esclavizarse en la riqueza. Parece que la misericordia divina, apiadada de la
espantosa suerte del hombre, que ha perdido el paraíso sobrenatural y vive en un infierno
terrestre, quiere en esta hora libertarnos de la opresión capitalista. Este es el sentido de la
crisis profunda que pesa sobre el mundo.
Pero hay dos caminos para que la liberación se realice. Porque, si entendiendo el hombre
el plan de Dios que quiere libertarnos de la opresión burguesa, de la esclavitud del oro, se
presta a los deseos divinos y, con espíritu de penitencia, renuncia a lo superfluo y para
expiar su perversa codicia aún se priva de lo necesario, el Señor, que perdonó a Nínive,
devolverá al hombre el sentido de la economía y, con ella, el sentido de la Vida. La
liberación se habrá entonces realizado en la paz del Señor.
Si en cambio no entiende el plan de Dios, o hace como si no lo entendiese, el Señor le
libertará, es cierto, pero después de purificarle en una espantosa catástrofe de terror y de
anarquía.
Meinvielle, J., Concepción Católica de la Economía, Edición de los Cursos de Cultura
Católica, Buenos Aires, 1936, p. 7-11.

Santos Padres
· San Agustín

El desapego de las riquezas


(Lc 13,13-21).

1. No dudo que quienes teméis a Dios oís con temor su palabra y con gozo la ponéis por
obra para esperar ahora y recibir después lo que prometió. Acabamos de oír el mandato
de Cristo Jesús, el Hijo de Dios. Quien nos da órdenes es la Verdad, que ni engaña ni es
engañada; oigamos, temamos, precavámonos. ¿Qué nos manda? Os digo que os
abstengáis de toda avaricia. ¿Qué significa de toda avaricia? ¿Qué quiere decir de toda?
¿Por qué añadió de toda? Hubiera podido decir: «Guardaos de la avaricia». Pero le
correspondía a él añadir de toda y proclamar guardaos de toda avaricia.

2. El Evangelio nos indica por qué dijo esto, que fue como la ocasión que dio origen a
este sermón. Cierto individuo interpeló al Señor contra un hermano suyo que había huido
con todo el patrimonio y se negó a darle la parte que le correspondía. Os dais cuenta de
cuan justa era su causa. No pretendía arrebatar lo que no era suyo; sólo pedía los bienes
que sus padres le habían dejado. No otra cosa pedía al acudir al Señor como a un juez.
Tenía un hermano malvado, pero contra ese hermano injusto había encontrado un juez
justo. ¿Debería perder esta ocasión en causa tan buena? Por otra parte, ¿quién iba a decir
a su hermano: «Da a tu hermano su parte», si Cristo no lo hacía? ¿Iba a decirlo otro juez a
quien el hermano raptor y más rico tal vez hubiera corrompido con dádivas? Este
hombre, miserable y despojado de los bienes paternos, habiendo encontrado tan buen
juez, se acerca a él, le interpela, le ruega y expone su causa en pocas palabras. ¿Qué
necesidad tenía de palabrería cuando hablaba a quién podía ver también el corazón?
Señor, dice, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. El Señor no le contesta
«Que venga tu hermano»; ni le envió a decirle que se presentase, ni en su presencia dijo a
quien le había interpelado: «Prueba lo que has dicho». Pedía la mitad de la herencia;
solicitaba la mitad, pero en la tierra, y el Señor se la ofrecía toda en el cielo. Le daba el
Señor más de lo que pedía.

3. Di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. La causa es justa y su exposición


breve. Pero oigamos al juez y maestro. Hombre, le dice; hombre, tú que tienes por cosa
grande esta herencia, ¿qué eres sino hombre? Hacerlo algo más que hombre: he aquí lo
que deseaba el Señor. ¿Qué pretendía hacer de más a quien deseaba apartarle de la
avaricia? ¿Qué más le quería hacer? Os lo diré: Yo dije, sois dioses y todos hijos del
Altísimo. He aquí lo que deseaba que fuera: contar entre los dioses a quien no tiene
avaricia. Hombre, ¿quién me ha constituido en divisor entre vosotros? Tampoco San
Pablo, siervo de Cristo, deseaba para sí este oficio, cuando decía: Os ruego, hermanos,
que digáis todos lo mismo y no haya entre vosotros cismas. Y a quienes al amparo de su
nombre dividían a Cristo, decía: Cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, yo de
Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo. ¿Es que acaso está dividido Cristo? ¿Por ventura fue
crucificado Pablo por vosotros? ¿O es que vuestro bautismo fue en el nombre de Pablo?
Ved, pues, cuan perversos son los hombres que quieren que exista dividido quien no
quiso ser divisor. ¿Quién, dice, me ha constituido a mí en divisor entre vosotros?

4. Pediste un favor, escucha ahora el consejo: Yo os digo: guardaos de toda avaricia.


Quizá tú tildes de avaro y codicioso a quien va en busca de lo ajeno; yo te digo más: «No
apetezcas codiciosa o avaramente ni siquiera tus propios bienes». Este es el significado
de de toda. Guardaos de toda avaricia, dice. ¡Gran peso éste! Si tal vez es a personas
débiles a quienes se impone, pídase que quien lo impone se digne otorgar las fuerzas. No
ha de tenerse por cosa leve, hermanos míos, el que nuestro Señor, Redentor y Salvador,
que murió por nosotros, que dio su sangre como precio de nuestro rescate, que es nuestro
abogado y juez, diga: Guardaos. No es cosa ligera. Él sabe de qué inmenso mal se trata;
nosotros, que no lo sabemos, creámosle, Guardaos, dice. ¿Por qué? ¿De qué? De toda
avaricia. «Guardo lo mío, no robo lo ajeno». Guardaos de toda avaricia. No sólo es avaro
quien roba lo que no es suyo, sino también quien guarda lo suyo avaramente. Si de esta
forma es inculpado quien guarda lo suyo con avaricia, ¿cuál será la condena del que roba
lo ajeno? Guardaos, dice, de toda avaricia, porque no consiste la vida del hombre en tener
abundancia de las cosas que posee en este mundo. El que almacena mucho, ¿cuánto toma
de ello para vivir? Tomando y en cierto modo separando mentalmente lo que necesita
para vivir, considere para quién deja lo restante, no sea que, quizá al guardar para tener
con qué vivir, acumule con qué morir. Atiende a Cristo, atiende a la Verdad, atiende a la
severidad. Guardaos, dice la Verdad. Guardaos, dice la severidad. Si no amas la verdad,
teme al menos la severidad. No consiste la vida del hombre en la abundancia de las cosas
que tiene. Cree a Cristo, que no te engaña. ¿Dices tú lo contrario? «La vida del hombre
consiste en lo que tiene». Te engañas a ti mismo; él no te engaña.

5. Del hecho de haber pedido su parte el interpelante, sin deseo de tocar la ajena, se
originó el que en esta frase el Señor no dijera sólo: «Guardaos de la avaricia», sino que
añadiese: De toda avaricia. Aun esto era poco. Le propuso un ejemplo tomado de cierto
rico a quien sus campos habían producido una gran cosecha. Hubo un hombre rico a
quien sus campos habían proporcionado éxito. ¿Qué significa: Le habían proporcionado
éxito? Que la finca que poseía le produjo una extraordinaria cosecha. ¿De qué magnitud?
Tan abundante que no tenía dónde colocarla. Por la abundancia se convirtió rápidamente
en estrecho, siendo ya desde antes avaro. ¡Cuántos años habían transcurrido y, no
obstante, le habían bastado sus graneros! Pero tanto trigo había cosechado que no le
bastaban los graneros que antes eran suficientes. Y el miserable cavilaba no sobre cómo
repartir lo que había recogido en exceso, sino sobre cómo guardarlo. Y a fuerza de pensar
encontró una solución, que le hizo tenerse por sabio. ¡Cuán prudente fue en pensarlo y
cuan sabio en descubrirlo! Pero ¿qué fue lo que le pareció de sabios? Derrumbaré los
graneros antiguos y haré otros nuevos más amplios y los llenaré, y diré a mi alma. ¿Qué
dirás a tu alma? Alma mía, tienes muchos bienes almacenados para muchos años,
descansa, come, bebe y banquetea. Esto dijo a su alma el sabio inventor de esta solución.

6. Y Dios, que no desdeña hablar con los necios, le dijo... Quizá alguno de vosotros diga:
« ¿Cómo habló Dios con un necio?» ¡Oh hermanos, con cuántos necios no habla ahora
cuando se lee el Evangelio! ¿No son necios quienes lo escuchan cuando se lee y no obran
en consecuencia? ¿Qué dice el Señor? Al avaro que se había tenido por sabio debido a la
invención de tal proyecto le llamó Necio. Necio, que te tienes por sabio; necio, tú que
dijiste a tu alma: Tienes abundancia de bienes almacenados para muchos años. Hoy se te
exigirá tu alma. Hoy se te reclamará el alma a la que dijiste: Tienes muchos bienes; y se
quedará sin bien alguno. Sea buena despreciando estos bienes para que cuando la llamen
salga segura. ¿Hay alguien más estúpido que el hombre que desea tener muchos bienes y
no quiere ser él bueno? Eres indigno de tenerlo tú que no quieres ser lo que deseas tener.
¿Por ventura quieres tener una finca mala? No, por cierto; la quieres buena. ¿O acaso
quieres tener una mujer mala? No, la quieres buena. O, para concluir, ¿quieres poseer una
casita mala o zapatos malos? ¿Por qué, pues, sólo quieres tener el alma mala? En esta
ocasión no dijo a aquel necio que soñaba vanidades, que construía hórreos, ciego para ver
el estómago del pobre; no dijo: «Hoy será arrojada a los infiernos tu alma»; no le dijo
nada de esto, sino: Se te exigirá. No digo adónde irá tu alma; lo único cierto es que,
quieras o no, saldrá de este lugar donde le reservas tantas cosas. ¡Oh necio!, pensaste en
llenar nuevos y más amplios almacenes, como si no hubiera más que hacer con las
riquezas.

7. Quizá aquél no era aún cristiano. Oigámoslo, hermanos, nosotros, a quienes por ser
creyentes se nos lee el Evangelio, que adoramos a quien nos dijo estas cosas y llevamos
su señal en el corazón y en la frente. Interesa sobremanera saber dónde lleva el hombre la
señal de Cristo, si sólo en la frente o en la frente y el corazón. Oísteis lo que decía hoy el
santo profeta Ezequiel; cómo Dios, antes de enviar al exterminador del pueblo malvado,
mandó delante a quien había de sellar diciéndole: Vete y señala en la frente a quienes
gimen y se afligen por los pecados de mi pueblo que se cometen en medio de ellos. No
dijo que se cometen fuera de ellos, sino en medio de ellos. Pero gimen y se duelen y por
ello son señalados en la frente, en la frente del hombre interior, no en la del exterior. Pues
hay una frente en el rostro y otra en la conciencia. A veces, cuando se toca la frente
interior, se ruboriza la exterior, enrojeciéndose por el pudor o palideciendo por el temor.
Luego el hombre tiene una frente interior; en ella fueron sellados los elegidos para evitar
el exterminio, pues aunque no corregían los pecados que se cometían en medio de ellos,
se dolían y ese mismo dolor los separaba de los culpables. Estaban separados a los ojos
de Dios y mezclados a los de los hombres. Son señalados ocultamente para no ser
dañados abiertamente. A continuación se envía al exterminador y se le dice: Vete,
extermina, no perdones ni a pequeños ni a grandes, ni a mujeres ni a varones; pero no te
acerques a quienes tienen la señal en la frente. ¡Cuán gran seguridad se os ha dado,
hermanos míos, a vosotros que gemís en este pueblo y os doléis de las iniquidades que se
cometen en medio de vosotros, sin cometerlas vosotros!

8. Para no perpetrar esas iniquidades, guardaos de toda avaricia. Os diré más todavía.
¿Qué significa de toda avaricia? Es avaro por lo que respecta a la sensualidad aquel a
quien no le basta su mujer. Incluso a la idolatría se llamó avaricia, porque es avaro, en lo
que toca a la divinidad, aquel a quien no le basta el único Dios verdadero. Pues ¿quién se
procura muchos dioses sino el alma avariciosa? ¿Y quién hace falsos mártires sino
también el alma avariciosa? Guardaos de toda avaricia. Amas tus cosas y te jactas porque
no vas en pos de las ajenas. Advierte el mal que haces no oyendo a Cristo que dice:
Guardaos de toda avaricia. Amas tus bienes; no usurpas lo ajeno; son fruto de tu trabajo;
los posees con justicia; resultaste ser heredero; te lo dio alguien porque lo habías
merecido. Navegaste, afrontaste peligros, no defraudaste a nadie, no juraste en falso,
adquiriste lo que Dios quiso y lo guardas ávidamente, al parecer con buena conciencia
porque no lo adquiriste por malos caminos y no te preocupan los bienes ajenos. Pero
escucha cuántos males puedes hacer a causa de tus bienes si no obedeces a quien dijo:
Guardaos de toda avaricia. Suponte, por ejemplo, que llegas a ser juez. Puesto que no
buscas lo ajeno, no te dejas corromper. Nadie te dará un regalo diciéndote al mismo
tiempo: «Juzga contra mi enemigo». «No lo haré», sería tu respuesta. ¿Cómo podría
convencérsete a hacerlo, a ti, hombre que no buscas lo ajeno? Pero advierte el mal que
podrías cometer en defensa de tus bienes. Quien te pide que juzgues mal y que sentencies
a su favor y en contra de su enemigo, es quizá un hombre poderoso y con sus calumnias
puede hacer que pierdas tus bienes. Contemplas su poder e influencia; piensas en ella y
también en tus bienes que guardas y amas; no precisamente en los que poseíste, sino en
los que se apoderaron de tu corazón. Atiendes a esta atadura tuya por la que no tienes
libres las alas de la virtud y dices en tu interior: «Si ofendo a este hombre tan poderoso en
este mundo, levantará contra mí una calumnia, seré desterrado y perderé cuanto tengo».
Entonces juzgarás mal, no por buscar lo ajeno, sino por conservar lo tuyo.

9. Preséntame un hombre que escuchó a Cristo, preséntame un hombre que oyó con
temor: Guardaos de toda avaricia. Y no me diga: «Yo soy un hombre pobre, plebeyo,
mediocre, vulgar, ¿cuándo he de esperar yo llegar a ser juez? No me preocupa esa
tentación cuyo peligro has puesto ante mis ojos». Ve que también digo al pobre lo que
debe temer. Te llama el rico y todopoderoso para que digas en favor suyo un falso
testimonio. ¿Qué has de hacer en tal circunstancia? Dímelo. Tienes unos buenos ahorros;
trabajaste, los adquiriste y los has conservado. Él te insta: «Di en mi favor un falso
testimonio y te daré tanto y cuanto». Tú que no buscas lo ajeno dices: «Lejos de mí tal
cosa; no busco lo que Dios no quiso darme, no lo recibo, apártate de mí». « ¿No quieres
recibir lo que te doy? Te privo de lo que tienes». Ahora pruébate, examínate. ¿A qué me
miras? Entra en tu interior, mírate dentro, examínate interiormente. Siéntate al lado de ti
mismo, ponte en tu presencia y extiéndete sobre el potro del precepto de Dios,
atorméntate con el temor y no te halagues. Respóndete. ¿Qué harás si alguien te amenaza
de esa forma? «Te arrebato lo que con tanto trabajo adquiriste si no profieres un falso
testimonio en favor mío». Dale este testimonio: Guardaos de toda avaricia. « ¡Oh siervo
mío, a quien redimí e hice libre te dirá el Señor; a quien siendo siervo adopté por
hermano, a quien injerté como miembro en mi cuerpo, escúchame: 'Que te arrebate lo que
adquiriste; no te privará de mí'! ¿Guardas tus bienes para no perecer? ¿No te dije:
Guardaos de toda avaricia?»

10. Veo que te turbas, que dudas. Tu corazón, como una nave, es azotado por las
tempestades. Cristo duerme; despierta al durmiente y no padecerás la enfurecida
tempestad. Despierta a quien nada quiso tener aquí y tendrás íntegramente a quien llegó
por ti hasta la cruz y cuyos huesos fueron contados por los burlones cuando, desnudo,
pendía del madero, y guárdate de toda avaricia. Poco es guardarse de la avaricia del
dinero; guárdate de la avaricia de la vida. ¡Espantosa y temible avaricia! A veces el
hombre desprecia lo que tiene y dice: «No proferiré falso testimonio». « ¿Te atreves a
decirme que no lo proferirás? Te quitaré lo que tienes». «Quítame lo que tengo, pero no
me privarás de lo que llevo dentro». En efecto, no había quedado empobrecido quien
dijo: El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Como a Dios le agradó, así se hizo; sea,
pues, bendito el nombre del Señor. Desnudo salí del vientre de mi madre, desnudo
volveré a la tierra. Desnudo por fuera, vestido, por dentro. Desnudo por fuera de vestidos
que se pudren, pero vestido por dentro. ¿Con qué? Vístanse de justicia tus sacerdotes.
Pero, una vez despreciado lo que posees, ¿qué harías si te dijese: «Te daré muerte»? Si
has escuchado a Cristo, respóndele: « ¿Darme muerte? Es preferible que tú des muerte a
mi carne, antes de que yo la dé a mi alma con la lengua mentirosa. ¿Qué has de hacerme?
Matarás mi carne, y mi alma quedará libre y al fin del mundo recibirá la misma carne que
despreció. ¿Qué has de hacerme? Sin embargo, si yo dijese un falso testimonio en favor
tuyo, con mi misma lengua me daría muerte, pues la boca que miente mata al alma». Tal
vez no digas esto. ¿Por qué? Porque quieres vivir. ¿Quieres vivir más de lo que Dios ha
fijado para ti? ¿Te guardas en este caso de toda avaricia? Dios ha querido que vivas hasta
el momento en que este hombre se acercó a ti. Quizá te va a dar muerte haciendo de ti un
mártir. No tengas la avaricia de la vida y no tendrás la eternidad de la muerte. ¿No veis
que la avaricia nos hace pecar cuando deseamos más de lo ordinario? Guardémonos de
toda avaricia, si queremos gozar de la sabiduría eterna.

SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón 107, 1-
10, BAC Madrid 1983, 747-57

Aplicación

· P. Alfredo Sáenz, S.J.


· San Juan Pablo II
· S.S. Benedicto XVI
· P. Gustavo Pascual, I.V.E.
. S.S. Benedicto XVI

P. Alfredo Sáenz, SJ..

EL ABANDONO EN LA PROVIDENCIA

La parábola del rico necio y sus graneros tiene una acuciante actualidad. ¡Cuántos son los
que viven como aquel hombre, que sólo piensan en tener más y más —en aquel caso, más
graneros—, en insaciable carrera con la muerte que los acecha! Aquel rico no preparó
graneros permanentes, sino caducos, y lo que es más necio, prometiéndose una larga
vida. Bien decía San Atanasio que si uno viviera como si hubiese de morir todos los días,
cosa nada ridícula dado que nuestra vida es incierta por naturaleza, si uno así viviera,
ciertamente no pecaría, ya que el temor extingue el atractivo de la mayor parte de las
voluptuosidades; y, al contrario, el que fatuamente se promete una larga vida, aspira in-
coerciblemente a aquellos placeres.

La parábola que estamos comentando coincide perfectamente con las palabras de


Cohélet, hijo de David, que escuchamos en la primera lectura: "¡Vanidad, pura vanidad!
¡Nada más que vanidad!... ¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que
busca afanosamente bajo el sol? Porque todos sus días son penosos, y su ocupación, un
sufrimiento; ni siquiera de noche descansa su corazón. También esto es vanidad". Tal es
la actitud del hombre que vive enfrascado en la inmanencia, que ha puesto en esta tierra
su morada permanente, que niega la existencia ultraterrena soñando sólo con el "paraíso
en la tierra". Hombre pobre y vacío, siempre fatigado y nunca saciado, aspirando
permanentemente a nuevos y más amplios graneros.

No deja de resultar aleccionador lo que al término de la parábola que hemos leído, sigue
diciendo Jesús. Si bien es cierto que dichas palabras no se incluyen en la perícopa de hoy,
nos parece que constituyen su mejor comentario, máxime que es el mismo Cristo el que
habla: "No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con
qué os vestiréis... Mirad los pájaros del cielo, ni siembran ni cosechan; no tienen bodega
ni granero, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros que las aves!". Y más
adelante: "Fijaos en los lirios, cómo ni hilan ni tejen. Pero yo os digo que ni Salomón en
toda su gloria se vistió como uno de ellos... Así pues, vosotros, no andéis buscando qué
comer ni qué beber, y no estéis inquietos. Que por todas esas cosas se afanan los gentiles
del mundo; y ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de eso. Buscad más bien su
Reino, y esas cosas se os darán por añadidura".

Esto parece demasiado poético, y hasta algunos han creído ver allí una peligrosa
exhortación a la holgazanería. Mas lo que Cristo quiere fustigar es la solicitud excesiva,
la "inquietud" que trae consigo la voracidad de las riquezas, origen de males innu-
merables. En el corazón de cada cual hay un señor sentado: o allí se sienta Cristo o, si no,
el dinero. El uno nos invita al desprendimiento de las cosas, el otro nos incita a atesorar.

Es cierto que todos venimos a la vida con cierto desasosiego. El desasosiego no se puede
suprimir. Se lo puede, en cambio, convertir en una de tres cosas: o en inquietud religiosa,
la cual es buena y espuela de salvación eterna; o en angustia demoníaca, la cual es
pésima; o en solicitud terrena, la cual es mala y nos aparta de Cristo. La solicitud terrena
es la más común, es, en cierto modo, natural; y el mundo moderno, que se cierra a lo
sobrenatural, está como sumergido en ella. En este mundo de la tecnocracia, un mundo de
confort, afincado en la tierra, todo debe estar "asegurado"; hay "seguro" para todas las
cosas. También las concepciones políticas hoy dominantes se mueven en ese mismo
ambiente: el capitalismo es una concreción sociológica de la avaricia en los ricos; el
socialismo es una concreción sociológica del resentimiento en los pobres. Porque la
"solicitud terrena" puede dominar tanto a los ricos sin Cristo como a los pobres sin
Cristo.

Poderoso caballero es don Dinero, decía el poeta español. ¡Cuántos se han esclavizado en
busca de tesoros terrenos! ¡Cuántos han hecho del "negocio" el alma de todas sus
acciones! ¡Cuántos viven con su corazón exclusivamente puesto en los bienes
temporales! El tiempo es oro, reza un refrán nefasto. Y bien, amados hermanos, el Señor
nos dice hoy, a través de la parábola del rico necio, que no podemos conciliar el amor
apasionado de los bienes de la tierra con el amor de Dios. No podemos servir a dos
señores.

Con facilidad la pasión del dinero puede irse apoderando del alcázar de nuestra alma.
"Son los gentiles del mundo los que se afanan por esas cosas", nos dice el Señor. Da pena
ver a un hombre, creatura llena de nobleza y dignidad, imagen de Dios, semejante a los
ángeles, a la zaga de unos billetes más, juguetes de niño. En el fondo, no son cosas
verdaderas, no traen la abundancia sino la indigencia, porque crean en nosotros un mayor
número de necesidades, siempre más y más grandes graneros, siempre más. En realidad,
el hombre es tanto más rico cuanto de menos cosas necesita para quedar satisfecho. Señal
de que su riqueza es interior. Para las cosas eternas hemos nacido. Nos deshonramos
sobremanera consumiendo nuestro deseo de infinito en cosas perecederas.

No hemos sido creados para comer, beber y vestirnos, sólo preocupados por la coyuntura
del futuro. Hemos sido creados para agradar a Dios y alcanzar así la felicidad eterna. Ni
fuimos hechos para el mañana receloso de nuestra desconfianza, sino para el hoy
generoso de nuestra entrega. Si a la hierba del campo, que hoy es y mañana no es, así la
trata Dios, ¿cómo podrá olvidarse de nosotros, amados hermanos? No vivamos, pues,
excesivamente ansiosos; ocupémonos, sí, en los asuntos de nuestra vida cotidiana.
Nuestro trabajo es un deber de estado e incluso un medio de santificación. Tenemos el
deber de hacer fructificar a la tierra. Pero no lo hagamos con congoja, ni con espíritu de
avaricia. Cuán fácilmente invertimos el orden de Dios. Él nos dice: No os afanéis parlas
cosas terrestres, y nosotros no nos cansamos de anhelarlas con pasión. Él nos dice:
Buscad las cosas celestiales, y nosotros apenas nos interesamos por ellas. Recapacitemos
hoy cuánto ponemos de afán por las cosas de esta vida, y cuánto decaimiento tenemos por
las cosas eternas.

Inquietamos en exceso constituye una suerte de injuria a la Providencia de Dios. No se


preocupa en demasía por el alimento del viaje quien ha sido llamado a un espléndido
banquete; ni quien se encamina a la fuente de vida eterna se interesa morosamente por la
bebida del camino. Somos peregrinos. No hagamos como aquel hombre que habiendo
sido desterrado por sólo dos meses a un lugar apartado, construyó en ese lugar un lujoso
palacio. Así es el hombre que se dedica a atesorar en este mundo. Tales tesoros, por
valiosos que parezcan, están a merced de la polilla, de los ladrones y, en última instancia,
de la muerte. Si nuestro cuidado son sólo riquezas de la tierra, si como el necio del
evangelio decimos: "Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa,
come, bebe y date buena vida", necesariamente nuestro corazón se volverá terreno.
Porque donde está el tesoro, allí está el corazón.
El evangelio de hoy es una incitación a la confianza en la Providencia, al abandono en las
manos de Dios. En ocasiones, podemos sentimos perdidos, como un chico que en el
tumulto de la gran ciudad inadvertidamente se ha soltado de la mano de su padre; como
un pajarito sacudido por el huracán y enceguecido por los relámpagos. En esos momentos
trágicos, confiemos rotundamente en Dios, o, como recomienda San Pedro, "confiadle
todas vuestras preocupaciones pues él cuida de vosotros". Confiemos en ese Señor que,
contra toda esperanza, dio un hijo a Abraham en su senectud; en ese Señor que cuando
vio a su pueblo acosado por los egipcios, supo abrirle un camino en el mar; en ese Señor
capaz de caminar sobre las crestas del mar enfurecido. Dios conoce mejor que nosotros
nuestras necesidades más apremiantes. Él quiere solucionarlas: es Padre. Puede hacerlo:
es Todopoderoso.

Pronto nos acercaremos a recibir al mismo Señor que nos ha hablado por este espléndido
evangelio, al mismo Señor que nos impulsa al abandono en la Providencia divina.
Pidámosle, según nos lo recomendó el Apóstol en la segunda lectura de hoy, que ya que
hemos resucitado con El, busquemos seriamente las cosas de arriba, aspiremos a las cosas
de lo alto, no a las de la tierra. Levantemos, pues, los corazones, como la liturgia de la
Misa nos exhorta a hacerlo antes de introducimos en el canon o gran plegaria eucarística.
Que nunca coloquemos fuera de Cristo nuestra suficiencia. Que nuestras almas destilen
despreocupadamente el rocío refrescante de los lirios del campo y se dirijan hacia Él con
la ligereza confiada de los pajaritos del cielo.

(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo C, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1994, p. 234-
238)

San Juan Pablo II

En el conjunto de las lecturas de la liturgia de hoy está contenida una profunda paradoja,
la paradoja entre “la vanidad y el valor”. Las primeras palabras del libro del Cohelet
hablan de la vanidad de todas las cosas; en cierto sentido, de la vanidad de los esfuerzos,
de las actividades del hombre en esta vida, de la vanidad de todas las criaturas en cierto
modo; de la vanidad del hombre, él también una criatura a pasar y a la muerte.

En este Salmo que cantamos en la liturgia de hoy, escuchamos, inmediatamente después,


el elogio a lo creado. Por otra parte, ese elogio es un lejano eco primogénito contenido en
todo el Génesis, del elogio a la creación: cuando Dios dijo que toda su obra fue un bien, o
más aún, vio que fue un bien del hombre, creado a su imagen y semejanza, dijo que era
muy bueno. Vio que era muy bueno. Por tanto nos encontramos ante un interrogante:
¿por qué la vanidad y por qué el valor? ¿Qué relación los une entre sí? La respuesta, al
menos la principal, se encuentra en el Evangelio que hemos leído hoy. No se trata de dar
un juicio sobre lo creado. Se trata del camino de la sabiduría. No olvidemos que el
Génesis es, ante todo, un libro (tengo presente sus primeros capítulos). Es pues un libro
sobre el mundo, en cierto sentido un libro-manual teológico sobre la cosmología y la
creación. El libro del Cohelet, en cambio, es un libro sobre la sabiduría. Enseña cómo
vivir. Y lo que dice Cristo en el Evangelio de hoy es una prolongación de esa sabiduría
del Antiguo Testamento. Cristo habla a través de ejemplos y parábolas: habla del hombre
que ha limitado el sentido de su vida a los bienes de este mundo. Los ha poseído en tan
cantidad que ha tenido que construir nuevos graneros para poder contenerlos todos. El
programa de la vida, pues, es acumular y usar. Y a esto debe limitarse la felicidad. A un
hombre así, Cristo le contesta: “necio, esta misma noche pedirán tu alma”.

Si has interpretado así el sentido del valor, entonces se volverá contra ti la ley de la
vanidad. Y ésta es ya una respuesta. No se trata, pues, de juicio sobre el mundo, sino de
sabiduría del hombre; de su manera de actuar. Es necesario establecer, en la propia vida,
una jerarquía de valores. Cristo, a través de todo lo que ha dicho y, sobre todo, a través de
todo lo que Él ha sido, a través de todo el misterio pascual, ha establecido la jerarquía de
valores en la vida del hombre.

En la segunda lectura de hoy, San Pablo enlaza precisamente con esta Jerarquía cuando
dice que debemos buscar lo que está en lo alto. Por tanto, el hombre no puede encerrar el
horizonte de su vida en la temporalidad; no puede reducir el sentido de su vida al
usufructo de los bienes que le han sido concedidos por la naturaleza, por la creación, que
lo rodean y se encuentran también dentro de él. No puede encerrar así la primacía de su
existencia, sino que tiene que ir más allá de sí mismo. Estando hecho a imagen y
semejanza de Dios, debe verse a sí mismo en un lugar más alto y debe buscar para sí
mismo un sentido en aquello que está por encima de él.

El Evangelio contiene la verdad sobre el hombre porque contiene todo aquello que está
por encima del hombre y que, al mismo tiempo, el hombre puede alcanzar en Cristo
colaborando con la acción de Dios que actúa dentro del hombre. Este es el camino de la
sabiduría. Y sobre este camino de la sabiduría se resuelve la paradoja entre la vanidad y
el valor; la paradoja que a menudo vive el hombre.

Muchas veces el hombre es propenso a mirar su vida desde el punto de vista de la


vanidad. Sin embargo Cristo quiere que la veamos desde el punto de vista del valor, pero
teniendo siempre cuidado de utilizar la justa jerarquía de valores, la justa escala de
valores.

Y cuando la liturgia de hoy, junto con la palabra aleluya, nos recuerda también la
bienaventuranza “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de
los cielos”, resume en ella ese programa de vida.

Cristo ha exhortado al hombre a la pobreza, a adquirir una actitud que no le haga


encerrarse en la temporalidad, que no le haga ver en ella el fin último de la propia
existencia y no le haga basar todo en el consumo, en el goce. Un hombre así es pobre en
este sentido, porque está continuamente abierto. Abierto a Dios y abierto a estos valores
que nos vienen de su acción, de su gracia, de su creación, de su redención y de su Cristo.
Es éste el breve resumen de los pensamientos encerrados en la liturgia de hoy;
pensamientos siempre importantes. Nunca pierden su significado; permanecen
perpetuamente actuales.

En cierto sentido buscábamos siempre una contestación a la pregunta: ¿qué quiere decir
ser un cristiano? ¿Qué quiere decir ser un cristiano en el mundo moderno?: ¿ser cristiano
cada día, siendo, al mismo tiempo, un profesor de universidad, un ingeniero, un médico,
un hombre contemporáneo y, antes aún, un o una estudiante?

¿Qué quiere decir ser cristiano? Y descubriendo este valor y, sobre todo, este contenido
de la palabra “cristiano” y el valor congénito en ella, encontrábamos también la alegría.
No sólo un consuelo inmediato, sino una afirmación continua. Y aquí encuentra su
afirmación una respuesta a la pregunta sobre si vale la pena vivir. Con tal comprensión de
la jerarquía de valores vale la pena vivir. Y vale la pena esforzarse y padecer, porque la
vida humana no está libre de ello.

En esta perspectiva vale la pena esforzarse y padecer, porque “Bienaventurados los


pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”.

“Así se formaba la Iglesia en sus comienzos, así empezó a formarla Cristo mismo, y así
ella se formaba gracias al ministerio de los Apóstoles y de sus Sucesores, y así se forma
aún hoy. Construid la Iglesia en esta dimensión de la vida de la que sois partícipes”.

(Castelgandolfo, 3 de agosto de 1980)

S.S. Francisco p.p.

Hoy en la liturgia resuena la palabra provocadora de Qoèlet: «¡Vanidad de vanidades;


todo es vanidad!» (1, 2). Los jóvenes son particularmente sensibles al vacío de
significado y de valores que a menudo les rodea. Y lamentablemente pagan las
consecuencias.

En cambio, el encuentro con Jesús vivo, en su gran familia que es la Iglesia, colma el
corazón de alegría, porque lo llena de vida auténtica, de un bien profundo, que no pasa y
no se marchita: lo hemos visto en los rostros de los jóvenes en Río. Pero esta experiencia
debe afrontar la vanidad cotidiana, el veneno del vacío que se insinúa en nuestras
sociedades basadas en la ganancia y en el tener, que engañan a los jóvenes con el
consumismo.
El Evangelio de este domingo nos alerta precisamente de la absurdidad de fundar la
propia felicidad en el tener. El rico dice a sí mismo: Alma mía, tienes a disposición
muchos bienes... descansa, come, bebe y diviértete. Pero Dios le dice: Necio, esta noche
te van a reclamar la vida. Y lo que has acumulado, ¿de quién será? (cf. Lc 12, 19-20).

Queridos hermanos y hermanas, la verdadera riqueza es el amor de Dios compartido con


los hermanos. Ese amor que viene de Dios y que hace que lo compartamos entre nosotros
y nos ayudemos.

Quien experimenta esto no teme la muerte, y recibe la paz del corazón. Confiemos esta
intención, la intención de recibir el amor de Dios y compartirlo con los hermanos, a la
intercesión de la Virgen María.

(Ángelus, Plaza San Pedro, domingo 4 de agosto de 2013)

P. Gustavo Pascual, I.V.E.

El rico necio
Lc 12, 13-21

El Evangelio nos presenta la realidad cruda del existir terreno: “¿de qué le servirá
al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?”.
Por más dinero que tenga un hombre no puede prolongar su vida cuando llega la
muerte. Por más medicinas y médicos expertos, por más avanzada que esté la ciencia,
cuando llega la muerte estas cosas humanas manifiestan su impotencia. La plata asegura
un vivir confortable pero no un buen vivir. Por otra parte, la plata no asegura la vida. Es
la experiencia cotidiana…
El libro del Cohelet habla de la vanidad del vivir terreno. La vanidad de los
esfuerzos del hombre para adquirir sabiduría y ciencia.
El Salmista canta al Señor de la vida confesando su poder sobre ella y por otra
parte manifiesta la caducidad y cortedad de la vida humana, la cual, hay que aprovechar
obrando sensatamente.
La enseñanza de Jesús se da con ocasión de que un hombre le pide que dirima un
altercado por una cuestión de herencia. Jesús no se mete en el asunto y advierte de
cuidarse de la avaricia. Luego ilustra su enseñanza con una parábola y concluye
exhortando a buscar las riquezas celestiales.
La avaricia consiste en el deseo desmedido de poseer.
Es pecado grave cuando falta a la justicia, es decir, cuando perjudica al prójimo
reteniendo lo que le corresponde en justicia. Y, por otra parte, también es pecado si el
amor a las riquezas es tan intenso que uno no tiene reparo por tal amor en obrar contra la
caridad de Dios y del prójimo.
Aquí podemos denunciar muchas injusticias sociales respecto de la primera
gravedad señalada. Respecto de la segunda el descuido de las personas por las cosas de
Dios y del prójimo. Por un lado, el desinterés del culto a Dios y por otro, el descuido de
las necesidades del prójimo: de la propia familia y de los necesitados.
La avaricia es un pecado capital de donde nacen varias hijas: la traición, el fraude,
la mentira, el perjurio, la inquietud, la violencia y la dureza de corazón. De aquí podemos
sacar muchísimos ejemplos…
Detengámonos a considerar nuestra vida, ¿dónde tenemos puesto el corazón?
“Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
El corazón del cristiano tiene que tener por tesoro a Dios, el cielo, y para el cielo
debe trabajar.
¿Creemos que hay una vida eterna o no? Si creemos que hay vida eterna
busquemos alcanzarla. Esta vida presente es linda pero no es la definitiva. Esta vida
presente tenemos que usarla para conseguir un tesoro en el cielo.
¿Por qué tanto afán en las cosas de la tierra? Hay que pasar una buena vida aquí,
es cierto, pero sin descuidar el amor a Dios y al prójimo, sin ocuparnos y matarnos de tal
manera para tener cosas materiales que nos olvidamos de la familia, del amor
matrimonial, de la educación de los hijos, del cuidado de nuestros mayores y también de
ir a Misa, de vivir una vida cristiana.
El amor desordenado a los bienes materiales nos lleva a la vanidad y luego a la
soberbia y de allí a todos los pecados, dice San Ignacio de Loyola.
El Sabio habla de la vanidad de buscar la ciencia y la sabiduría, las cuales, son
encomiables. ¡Cuánto más vano será buscar los bienes materiales! ¡Cuántos desvelos,
cuanta preocupación para cubrir los créditos antes de fin de mes!
Vivimos en un mundo consumista que se ha dejado ganar por considerar
necesarias las cosas superfluas. No nos alcanza el dinero porque queremos tener cosas
superfluas, cosas que en verdad no son necesarias para un buen vivir, cosas vanas.
Los esposos salen a trabajar para tener un buen pasar y descuidan la educación de
los hijos. Verdaderamente hay necesidad de que los dos trabajen y dejar de educar a los
hijos. Hay que considerarlo. Quizá con menos confort pueda quedarse la esposa a criar
los hijos.
¿Qué modelos familiares estamos siguiendo?
Es verdad que se suma al consumismo la injusticia social porque no se paga lo
suficiente al empleado para que pueda vivir bien pero hay que hacer un balance de
valores: que cosas debo sacrificar o postergar y cuales no y por cuales me debo preocupar
más y por cuales debo preocuparme menos.
El Señor nos dice: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas
cosas se os darán por añadidura”. Primero debemos buscar la salvación del alma y
después las demás cosas.

___________________________________
Mt 16, 26
Qo 1, 2; 2, 21-23
Sal 89, 3-6. 12-14. 17
San Gregorio, Morales XXXI
Lc 12, 34
Mt 6, 33
P. Joege Loring, S.J.

Décimo Octavo Domingo del Tiempo Ordinario - Año C Lc 12: 13-21

1.- La parábola de hoy hace pensar.

2.- Aquel rico se prometía una buena vida por las riquezas que había acumulado, y
aquella misma noche se murió.

3.- La muerte repentina es algo que nadie se espera. Todos pensamos que vamos a seguir
viviendo, y cuando menos lo esperamos nos sorprende la muerte.

4.- Tenemos casos recientes de personas que han muerto repentinamente, bien por un
ataque de corazón bien por un accidente.

5.- La única manera de vivir tranquilos es la de estar siempre preparados. Vivir siempre
en gracia de Dios.

6.- Vivir en pecado es jugar a la ruleta rusa: puede ser que no haya bala, pero si la hay, se
acabó.

7.- La otra lección de este Evangelio es que no debemos estar apegados al dinero. Hoy se
vive un ambiente muy materialista. Todo el mundo quiere tener mucho dinero para vivir
mejor.

8.- Pero el bienestar material no da la felicidad. La felicidad es algo que está dentro de la
persona. Con dinero no se puede comprar. Lo mismo que con el dinero no se puede
comprar la paz o el amor. Y mucho menos la virtud, que es lo que nos da la felicidad.

9.- Valemos por lo que somos, no por lo que tenemos. Por eso en lugar de preocuparnos
tanto de acumular dinero deberíamos preocuparnos más de acumular virtudes.

10.- Al más allá no podemos llevarlos nada, pero podemos mandar anticipadamente
buenas obras.

Directorio Homilético
Decimoctavo domingo del Tiempo Ordinario

CEC 661, 1042-1050, 1821: la esperanza en los cielos nuevos y la tierra nueva
CEC 2535-2540, 2547, 2728: el desorden de las concupiscencias

661 Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera es decir, a la bajada
desde el cielo realizada en la Encarnación. Solo el que "salió del Padre" puede "volver al
Padre": Cristo (cf. Jn 16,28). "Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo
del hombre" (Jn 3, 13; cf, Ef 4, 8-10). Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no
tiene acceso a la "Casa del Padre" (Jn 14, 2), a la vida y a la felicidad de Dios. Solo Cristo
ha podido abrir este acceso al hombre, "ha querido precedernos como cabeza nuestra para
que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en
su Reino" (MR, Prefacio de la Ascensión).

VI LA ESPERANZA DE LOS CIELOS NUEVOS


Y DE LA TIERRA NUEVA

1042 Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del juicio
final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el
mismo universo será renovado:

La Iglesia ... sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo...cuando llegue el


tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universo
entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del hombre,
quede perfectamente renovado en Cristo (LG 48)

1043 La Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta renovación
misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta será la
realización definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza,
lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1, 10).

1044 En este "universo nuevo" (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios tendrá su morada
entre los hombres. "Y enjugará toda lágrima de su ojos, y no habrá ya muerte ni habrá
llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4;cf. 21, 27).

1045 Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del género
humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era "como el
sacramento" (LG 1). Los que estén unidos a Cristo formarán la comunidad de los
rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2), "la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9). Ya
no será herida por el pecado, las manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o
hieren la comunidad terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se
manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz
y de comunión mutua.
1046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del
mundo material y del hombre:

Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de


Dios ... en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción ... Pues
sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo
ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos
gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo (Rm 8, 19-23).

1047 Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, "a fin de
que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al
servicio de los justos", participando en su glorificación en Jesucristo resucitado (San
Ireneo, haer. 5, 32, 1).

1048 "Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no


sabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de este mundo,
deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva
morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y
superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres"(GS
39, 1).

1049 "No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar
la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia
humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que
distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin
embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad
humana, interesa mucho al Reino de Dios" (GS 39, 2).

1050 "Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, tras
haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los
encontramos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados
cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal" (GS 39, 3; cf. LG 2). Dios
será entonces "todo en todos" (1 Co 15, 22), en la vida eterna:

La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el Espíritu Santo,


derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias a su misericordia,
nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna (San
Cirilo de Jerusalén, catech. ill. 18, 29).

1821 Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le
aman (cf Rm 8,28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7,21). En toda circunstancia, cada uno
debe esperar, con la gracia de Dios, "perseverar hasta el fin" (cf Mt 10,22; cf Cc de
Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las
obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que
"todos los hombres se salven" (1 Tm 2,4). Espera estar en la gloria del cielo unida a
Cristo, su esposo:
Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado,
que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve
largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más
te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin (S. Teresa de Jesús,
excl. 15,3).

I EL DESORDEN DE LA CODICIA

2535 El apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no tenemos. Así,
desear comer cuando se tiene hambre, o calentarse cuando se tiene frío. Estos deseos son
buenos en sí mismos; pero con frecuencia no guardan la medida de la razón y nos
empujan a codiciar injustamente lo que no es nuestro y pertenece, o es debido a otro.

2536 El décimo mandamiento proscribe la avaricia y el deseo de una apropiación


inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de lo pasión
inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de cometer una
injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales:

Cuando la Ley nos dice: "No codiciarás", nos dice, en otros términos, que
apartemos nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece. Porque la sed del bien del
prójimo es inmensa, infinita y jamás saciada, como está escrito: "El ojo del avaro no se
satisface con su suerte" (Si 14,9) (Catec. R. 3,37)

2537 No se quebranta este mandamiento deseando obtener cosas que pertenecen al


prójimo siempre que sea por justos medios. La catequesis tradicional señala con realismo
"quiénes son los que más deben luchar contra sus codicias pecaminosas" y a los que, por
tanto, es preciso "exhortar más a observar este precepto":

Los comerciantes, que desean la escasez o la carestía de las mercancías, que ven
con tristeza que no son los únicos en comprar y vender, pues de lo contrario podrían
vender más caro y comprar a precio más bajo; los que desean que sus semejantes estén en
la miseria para lucrarse vendiéndoles o comprándoles...Los médicos, que desean tener
enfermos; los abogados que anhelan causas y procesos importantes y numerosos... (Cat.
R. 3,37).

2538 El décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia.
Cuando el profeta Natán quiso estimular el arrepentimiento del rey David, le contó la
historia del pobre que sólo poseía una oveja, a la que trataba como una hija, y del rico, a
pesar de sus numerosos rebaños, envidiaba al primero y acabó por robarle la cordera (cf 2
S 12,1-4). La envidia puede conducir a las peores fechorías (cf Gn 4,3-7; 1 R 21,1-29).
La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo (cf Sb 2,24).

Luchamos entre nosotros, y es la envidia la que nos arma unos contra otros...Si
todos se afanan así por perturbar el Cuerpo de Cristo, ¿a dónde llegaremos? Estamos
debilitando el Cuerpo de Cristo...Nos declaramos miembros de un mismo organismo y
nos devoramos como lo harían las fieras (S. Juan Crisóstomo, hom. in 2 Co, 28,3-4).

2539 La envidia es un pecado capital. Designa la tristeza experimentada ante el bien del
prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea indebidamente. Cuando desea al
prójimo un mal grave es un pecado mortal:

San Agustín veía en la envidia el "pecado diabólico por excelencia" (ctech. 4,8).
"De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal
del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad" (s. Gregorio Magno, mor. 31,45).

2540 La envidia representa una de las formas de la tristeza y, por tanto, un rechazo de la
caridad; el bautizado debe luchar contra ella mediante la benevolencia. La envidia
procede con frecuencia del orgullo; el bautizado ha de esforzarse por vivir en la
humildad:

¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de
vuestro hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros. Dios será alabado -se dirá-
porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los méritos de otros
(S. Juan Crisóstomo, hom. in Rom. 7,3).

2547 El Señor se lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo en la abundancia


de bienes (Lc 6,24). "El orgulloso busca el poder terreno, mientras el pobre en espíritu
busca el Reino de los Cielos" (S. Agustín, serm. Dom. 1,1). El abandono en la
Providencia del Padre del Cielo libera de la inquietud por el mañana (cf Mt 6,25-34). La
confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios.

2728 Por último, en este combate hay que hacer frente a lo que es sentido como fracasos
en la oración: desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor,
porque tenemos "muchos bienes" (cf Mc 10, 22), decepción por no ser escuchados según
nuestra propia voluntad, herida de nuestro orgullo que se endurece en nuestra indignidad
de pecadores, alergia a la gratuidad de la oración... La conclusión es siempre la misma:
¿Para qué orar? Es necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia, si se
quieren vencer estos obstáculos.

Semana del 31 de Julio al 6 de Agosto de 2016 – Ciclo C

Domingo 31 de julio de 2016


18º domingo del Tiempo Ordinario
Ignacio de Loyola, fundador (1556)

Ecl 1,2; 2,21-23: ¿Qué saca el ser humano de todo su trabajo?


Salmo 89: Señor, eres nuestro refugio de generación en generación
Col 3,1-5.9-11: Busquen los bienes de allá arriba, donde está Cristo
Lc 12:13-21: Lo que has acumulado ¿de quién será?

La 1ª lectura nos enfrenta con preguntas que todos nos hemos hecho alguna vez. El
Eclesiastés pertenece a un grupo de libros que llamamos sapienciales. La “sabiduría” es un
amplio concepto que puede englobar desde la habilidad manual de un artesano hasta el arte
para desenvolverse en la sociedad, la madurez intelectual... representa una actitud de
personas y pueblos cuya finalidad es encontrar respuestas a los grandes interrogantes y
misterios de la existencia humana.

Podemos calificar de contestatario al autor del Eclesiastés. Es una voz escéptica y


crítica, disidente frente a la tradición sapiencial que confía ilimitadamente en las
posibilidades de la razón y sabiduría humanas. El sabio Qohélet es un autor, por lo menos,
desconcertante. La pregunta que mueve toda la reflexión de su libro es ésta: “¿Qué
provecho saca el hombre de todos los afanes que persigue bajo el sol?” (1,3) y su
respuesta: vanidad de vanidades (se puede traducir también por vaciedad, sin sentido...)
todo es vanidad (1,2.17; 2,1.11. 17. 20. 23. 26; 12,8)

Éste parece un libro muy poco religioso. ¿Cómo se nos propone a los cristianos este
libro, como Palabra de Dios, con esa respuesta tan materialista, tan poco optimista...? O
esta otra conclusión: “la felicidad consiste en comer, beber y disfrutar de todo el trabajo que
se hace bajo el sol, durante los días que Dios da al hombre, pues esa es su recompensa”
(5,17) es como decir vulgarmente “comamos y bebamos, que mañana moriremos...”

El autor recorre a lo largo de su libro todas las esferas del ámbito humano: trabajo,
riqueza, dolor, alegría, decepciones, religión, justicia, sabiduría, ignorancia, el tiempo, la
muerte... buscando respuesta a su pregunta. Hagamos lo que hagamos en nuestra vida, al
final el destino es el mismo para todos los hombres: la muerte, ¿la nada? Es una pregunta
seria ¿qué pintamos aquí, en la tierra? ¿para qué vivir, trabajar, luchar, amar, pensar,
esforzarnos en la ecología, la educación, la política, los derechos humanos...? Breve es
nuestra vida sobre la tierra (Sab 2,1), la mayor parte de nuestra vida es fatiga inútil, que
pasa aprisa y vuela (Salmo 89, 10). La experiencia humana es como “atrapar vientos” una
tarea inútil y decepcionante. Viene a nuestra mente aquella otra frase evangélica: “¿De qué
le sirve al hombre ganar el mundo entero...?”.

Con el autor, el lector sigue con fruición ese recorrido por la existencia humana, por
el devenir Por mucho que nos afanemos, nada nos vamos a llevar...

En la época del destierro se empezó a desarrollar la teoría de la retribución personal y


del destino individual: el pueblo elegido profesaba una doctrina de retribución colectivista:
la bondad o maldad de un individuo tenía repercusiones en el grupo y en los descendientes.
En el contexto del exilio estas ideas van cambiando: cada persona recibía en vida la
recompensa adecuada a su conducta (2Re 14, 5-6; Jer 31, 29-30; Ez 18, 2-3. 26-27). Sin
embargo, la experiencia desmentía este principio. Después del destierro este problema
ocupa un puesto primordial en la reflexión sapiencial, y no resulta fácil encontrar una
respuesta adecuada. El libro de Job refleja vivamente este drama, apuntando distintas
soluciones, pero ninguna definitiva ni convincente: Job es invitado a entrar en el misterio
de Dios y desde ahí poder relativizar su dolor, su desesperación y pretensiones. Qohelet se
hace eco del mismo escándalo y lo amplía: aún suponiendo que el justo siempre recibiera
bienes, tal recompensa no es proporcional al esfuerzo que pone el hombre en conseguirla,
pues no da plena satisfacción a los anhelos del ser humano. Tanto Job como Qohelet se
mueven en el ámbito de retribución intramundana, no atisban nada más allá de la muerte.

No está mal que Qohélet nos recuerde el sabor de las cosas sencillas, el disfrute de las
cosas ordinarias, que también son don de Dios. En esto conectaría muy bien con la
mentalidad de la postmodernidad: presentista, del carpe diem (aprovecha el día)... No hace
falta que hagamos un esfuerzo grandísimo en salir de esta realidad temporal para encontrar
a Dios. Él es compañero cercano de todo lo que vivimos. Nos lo dice la fe. La vida tiene
sentido porque somos personas humanas, no animalitos, y en nuestros genes llevamos
escrita esa búsqueda de sentido, porque estamos hechos “a imagen y semejanza de Dios”,
un Dios creador, que se mueve, que sale de sí, que inventa, que busca.

Evangelio: la vida no depende de los bienes

Va en la misma línea sapiencial que la 1ª lectura: el ser humano busca sin descanso la
alegría y la felicidad, pero en torno a esta búsqueda planean serios peligros. Uno de ellos:
poner la felicidad en la acumulación insaciable de bienes, la codicia.

A Jesús, como Maestro, se le acercan dos hermanos en litigio y le suplican que ponga
orden, que haga justicia. Jesús sabe ponerse en su sitio: él no ha venido al mundo como
juez jurídico, legal. Va más allá de lo externo: “Él sacará a la luz los pensamientos íntimos
de los hombres” (Lc 2, 35b), va a la raíz de los problemas, que está en el corazón del ser
humano. Para Él es más importante desenmascarar la codicia que nos domina, que hacer
valer los derechos de cada uno. Con lo primero, se conseguirá lo segundo.

Sus palabras son magistrales: “eviten toda clase de codicia, porque aunque uno lo
tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida”. Jesús no invita al conformismo. Lo
primero es la justicia, querida por Dios, predicada por Jesús: que todos tengan pan,
educación, techo... fruto de la comunión, de la solidaridad, nuevo nombre de la justicia, eso
es el Reino, la Nueva Humanidad. Pero puede ocurrir que cuando tengamos lo justo, lo que
nos corresponde como hijos y hermanos, ambicionemos más. Este codicia nunca nos
permitirá ya descansar. Es muy difícil ya decirse a uno mismo: “Hombre, tienes muchas
cosas guardadas para muchos años, descansa, come, bebe, pásalo bien...” normalmente, no
hay quien detenga ya el dinamismo de la codicia. Hay que estar alerta. ¿Hasta dónde llegar
en la acumulación de bienes?

La codicia de unos pocos o de unos muchos impide el desarrollo de los pueblos. Y


llama la atención la medida actual de la codicia en el mundo: el economista Branko
Milanovic, del Banco Mundial, da a conocer que «el 1% más rico de la población del
planeta posee casi la mitad de todos los activos personales. Este selecto grupo, especifica el
economista, está integrado en un 12% por estadounidenses, y entre un 3% y un 6% por
británicos, japoneses, alemanes y franceses». Milanovic aclaró también que «el 1% de las
personas más ricas del mundo vieron aumentar sus ingresos reales en más de un 60% en
dos décadas (de 1988 a 2008). El 8% de las personas que disponen de mayores fondos en el
mundo obtiene hasta el 50% de todos los ingresos del planeta».

Según un informe de la OCDE (mayo 2013), el 10% más rico de las sociedades de los
países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) tenían
9,5 veces más ingresos que el 10% más pobre en el 2010 respecto al 2007, cuando los
ingresos de los ricos eran 9 veces superiores a los de los pobres. Más: la crisis ha acelerado
la brecha entre ricos y pobres en los países que integran esa organización. Las
desigualdades aumentaron más entre 2007 y 2010 que en los 12 años precedentes.

Pero en 2016 tenemos una humanidad sumida en la desigualdad mayor de su historia:


85 personas tienen una riqueza equivalente al patrimonio de la mitad pobre de la
humanidad. Y el 1% más rico de la población, en este año 2016, está superando su propio
récord patrimonial, traspasando la barrera psicológica del 50% de la riqueza del mundo: se
ha hecho con la mitad de los bienes del mundo (y continúa creciendo); la otra mitad queda
a repartir para todo el resto de los humanos, el 99% de la población mundial. Vivir para
creer.

La palabra de Jesús en el Evangelio de hoy no puede quedar reducida a una


consideración de la necesidad personal individual de «no ser avaro o codicioso»... Hoy ha
de ser aplicada también a la situación planetaria, de la estructura económica mundial, de un
mundo que sigue y sigue acentuando sus diferencias, la desigualdad, la brecha entre pobres
y ricos. Todavía hay quienes alimentan recelos respecto al concepto de «pecado
estructural»... En definitiva, no hay que discutir de literatura, o de «cuestión de nombres».
La teología de la liberación tiene muy claro que el pecado -¡y las virtudes!– pueden ser no
sólo personales/individuales, sino también sociales, estructurales. Ya sabemos que las
estructuras «no son personas que cometan pecados», nadie es tan ingenuo que confunda
eso. Lo que queremos decir es que el mal, el pecado, con frecuencia se corporifica, toma
cuerpo, en las estructuras sociales, de modo que impone la posibilidad y la facilidad para un
tipo de actitudes y de actos perversos, pecaminosos, más allá de las voluntades y las buenas
intenciones personales. La Utopía, el Mundo nuevo, el Sumak Kawsay –¡el Reino de Dios!,
como la llamaba Jesús–, no estará realizado cuando esté en todos los corazones (personales,
individuales), sino cuando tome cuerpo también en estructuras que lo hagan posible,
realizable, verificable.

La respuesta cristiana es «vivir como Jesús»: vivir confiados en las manos del
Padre/Madre Dios, buscando el Reino-Utopía como lo más principal. «Lo demás vendrá
por añadidura». El verdadero enriquecerse es amasar una única fortuna: la del amor, el
favorecimiento de la vida, el descentramiento de sí mismo en favor del centramiento en el
amor, las buenas obras con los más pequeños y desfavorecidos (Mt 6,19).

En torno a la segunda lectura

La intención de la carta a los cristianos de Colosas es afirmar la supremacía de


Jesucristo por encima de toda realidad cósmica, terrena o supraterrena. Algunos pretendían
introducir en la comunidad ideas filosóficas sobre el mundo de los poderes angélicos, y
unas prácticas ascéticas inspiradas en ritos mágicos y mistéricos que confundían y
amenazaban con destruir el misterio de Cristo entre los creyentes. Por eso, en el Himno
Cristológico de 1,15-20 se presenta a Jesús como Señor de toda la creación y único
salvador del mundo, revelación perfecta de la sabiduría divina, escondida durante siglos,
pero revelada ahora en el Hijo, fuente de vida espiritual para el ser humano, de quien
recibimos la plenitud. Es un himno, una poesía, poesía religiosa, una «reflexión» libre, un
ejercicio creativo de belleza, que da rienda suelta y expresión a una vivencia «religiosa» y,
por tanto, afectiva, estética, fruitiva... como tantas otras experiencias humanas. No hay que
equivocarse y confundir este género literario con un tratado ontológico-metafísico-
dogmático.

En ese contexto de pensamiento, el bautismo introduce al cristiano en la posesión ya


presente de la salvación, no como algo conseguido de manera estática, sino en movimiento,
en progreso, dinámico, y «en combate». El bautismo nos une a Cristo y nos hace participar
de sus riquezas: “fuimos sepultados con Cristo y luego resucitados por haber creído en el
poder de Dios que lo resucitó de entre los muertos” (2,12). Muertos y resucitados con
Cristo debemos buscar lo que Cristo buscó, las cosas de arriba.

Dicho esto sobre esta segunda lectura, hay que añadir una nota crítica para los fieles y
los predicadores más críticos. Este fragmento de la carta de Pablo deja un especial de boca
agridulce, pues junto a la atracción espiritual que producen en conjunto sus palabras, sus
imágenes dejan una profunda insatisfacción: arriba/abajo, los bienes de arriba/los bienes de
abajo, aspirar a los bienes de arriba y no a los de la tierra... Ese claro dualismo de fondo,
esa esquizofrenia espiritual que quiere hacernos creer que estamos en esta tierra (abajo)
desterrados, caídos de nuestro verdadero mundo, el mundo de arriba, al que tenemos que
aspirar a volver, en el que seremos de nuevo manifestados en gloria tras nuestra muerte... es
una visión de fondo, un supuesto que se cuela en las palabras de Pablo como «de rondón»,
sin siquiera ser mencionado, como una evidencia de fondo que ni siquiera hay que
tematizar y discutir... Muchas personas con mentalidad realmente «de hoy», se sienten mal
ante estos textos, y muchas veces ni siquiera pueden reaccionar en el nivel consciente,
porque no descubren contra qué palabras explícitas podrían reaccionar, pero siguen
sintiéndose mal.

Textos que ya van para dos milenios de antigüedad, y que llevan dentro -como una
droga escondida no declarada- el platonismo del ambiente helenista en el que fueran
concebidos y expresados, no son buenos para vehicular un mensaje que ha de ser entregado
en la rapidez de una liturgia que no permite mayores aclaraciones hermenéuticas. Tal vez
mejor sería no abordarlos cuando no van a ser bien abordados. Pero en todo caso, los
oyentes actuales tienen derecho a que los predicadores inteligentes digan una breve palabra
que les tranquilice ante posibles malestares interiores. El mismo Pablo, misionero
apasionado, sería el primero que hoy se quejaría de que sus palabras no sean purificadas del
dualismo platónico que él mismo respiró en su ambiente helenista pero que hoy es
absolutamente inaceptable en nuestra visión moderna y eco-céntrica.

Para la revisión de vida


¿Te produce satisfacción tu trabajo? ¿Encuentras sentido en lo que haces y vives? ¿Cómo
vives tus afanes en el trabajo, en todo lo que realizas a lo largo del día?

¿Qué haces para despojarte del hombre viejo: el egoísmo, la envidia, la mentira... y
revestirte de las actitudes de Jesús: bondad, amor, misericordia, comprensión...? ¿Cómo
vas renovando en ti la imagen de tu creador día a día?

¿Te sientes apegado a tus bienes, pocos o muchos, los que tengas...? ¿Qué quieres hacer
con ellos? ¿Cómo puedes hacerte rico en Dios?

Para la reunión de grupo


- Leer no sólo el texto propuesto en la Liturgia para este Domingo, procurar leer algo más
del libro de Qohélet y compartir las respuestas personales al problema que se plantea el
autor: ¿qué saca el hombre de todo su trabajo, de los afanes con que trabaja bajo el sol?
¿Pensamos que la vida es vaciedad sin sentido? ¿Qué sentido damos a nuestra vida?

- El dualismo platónico (un mundo de arriba y otro de abajo, uno espiritual y otro terrenal,
esa aspiración hacia el mundo de arriba espiritual huyendo del mundo de abajo
material...), ¿forma parte del cristianismo, o es sólo un elemento cultural helenista en el
que nos viene envuelto el mensaje de Pablo? ¿Se puede ser cristiano y no ser platónico ni
dualista? ¿Se puede expresar el mismo mensaje con otras imágenes, y con negación
explícita del dualismo?

- La Agenda Latinoamericana’2016 tiene como tema central el del al desigualdad


económica del mundo actual. 40 autores, latinoamericanos principalmente, reflexionan
sobre este hecho y nos pasan su palabra profética. Sus textos son de sólo dos páginas, para
ser fácilmente debatidos en grupo como punto de partida para la reunión comunitaria.
Puede ser recogida en latinoamericana.org/digital

Para la oración de los fieles


- Para que todos los que formamos la Iglesia, vivamos con fuerza nuestro bautismo, lo
renovemos cada día y vayamos despojándonos de la vieja condición humana y sus
actitudes, roguemos...

- Movidos por el Espíritu de Jesús pidamos fuerza para no dejarnos llevar por la codicia,
antes bien promovamos la justicia, el compartir. Que sepamos afanarnos por acumular los
bienes que merecen la pena y que nos hacen más felices a nosotros y a los que nos rodean.
Roguemos...

- Que el Señor nos conceda un corazón dócil a su Palabra, como el de María nuestra
Madre, que pone por obra aquello que escucha, roguemos...

- Por los que más sufren entre nosotros, por cualquier motivo: hambre, persecución,
enfermedad, mentira... que puedan contar con nuestro apoyo y ayuda desinteresada,
roguemos...

- Siempre es necesario pedir a nuestro Dios nos regale el don de la paz: a cada persona, a
cada grupo, familia, a las naciones. Que sea posible la superación de las guerras, los
odios, divisiones entre los humanos, por medio del diálogo, el entendimiento, la
mansedumbre y la práctica de la justicia, roguemos...

Oración comunitaria
- Líbranos Señor de toda codicia.
Concédenos Señor un corazón sencillo,
que no ambicione más allá de lo que necesitamos
que sepa agradecer lo que ya tenemos,
lo que cada día nos regalas Tú y nuestros hermanos.
Confesamos que sólo Tú eres nuestro verdadero tesoro,
Y en tus manos amorosas queremos vivir confiados.
Que no nos cansemos de vivir así, buscando primero y ante todo el Reino.
Padre, que tu Espíritu nos haga cada vez más amantes de la Vida y del Amor que la
favorece.

Lunes 1 de agosto de 2016


Alfonso Ma. de Ligorio, fundador (1787)

Jr 28,1-17: Ananías, el Señor te ha enviado


Salmo 118: Instrúyeme, Señor, en tus leyes
Mt 14,13-21: Denles ustedes de comer

La imagen del pan que se toma, se bendice, se parte y se reparte sigue siendo la
propuesta de Jesús que se solidariza con las personas hambrientas. Resulta interesante que
Mateo sitúe su “multiplicación de los panes”, inmediatamente después de “la comida de
muerte” que provee Herodes a sus invitados, en donde es asesinado Juan el Bautista. Mateo
señala la tentación de la comunidad de querer asociarse con las comidas que dan muerte en
lugar de vida, precisamente al querer “despedir a la gente hambrienta” que posiblemente
podría morir en el camino. Sin embargo, Jesús y sus comidas de vida nos retan a
involucrarnos con la comunidad diciendo: “Denles ustedes de comer”. No se puede ser
seguidor de Jesús si no se está totalmente involucrado en la vida de las personas. “La
multiplicación del pan” no sucede utilizando “magia”. Los “milagros de Jesús”, al igual que
la Eucaristía, necesitan del compromiso social de sus seguidores. Es necesario que la
comunidad vea, juzgue y actúe. Cuando las personas seguidoras de Jesús se involucren en
la vida precaria y vulnerable de la comunidad, entonces todo mundo, sin lugar a dudas,
podrá “comer y saciarse”. ¿A quiénes doy yo de “comer”?

Martes 2 de agosto de 2016


N. S. De los Ángeles (Costa Rica); Eusebio de Vercelli, obispo (371)

Jr 30,1-2.12-15.18-22: Por la muchedumbre de tus pecados te he tratado así


Salmo 101: El Señor construyó Sión, y apareció en su gloria
Mt 14,22-36: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?

Jesús obliga a su comunidad que ha sido saciada a “embarcarse al otro lado”, a la


región de Genesaret, en donde radican legiones de enfermos. Misteriosamente, la
comunidad en vez de “embarcarse” con Jesús, se embarcan con sus miedos y prejuicios.
Pedro (representante de la comunidad), es símbolo de la misión cerrada, de la que necesita
milagros extraordinarios, como “caminar sobre las aguas”. La fe de Pedro es incompleta,
porque sigue atada a un judaísmo nacionalista y cerrado sin comprender, que el Dios de
Jesús, es un “Dios comunitario” y abierto a todos los pueblos. Cuando nuestra comunidad,
iglesia, o misión, es motivada por el miedo, el prejuicio, o la falta de fe, para entender las
palabras de Jesús de: ¡Animo soy Yo” no nos extrañe que en vez de anunciar Buenas
Nuevas, a todas las personas y a todas la culturas, sea el miedo el que domine nuestro
discurso religioso. No podemos confesar que ¡Jesús es el hijo de Dios! Si no somos capaces
de abrazar, celebrar y sanar a todas las personas. ¿Me dejo llevar por el miedo o el qué
dirán’?

Miércoles 3 de agosto de 2016


Pedro Julián Eymard, fundador (1868)

Jr 31,1-7: Con amor eterno te amé


Interleccional Jr 31: El Señor nos guardará como pastor a su rebaño
Mt 15,21-28: ¡Mujer, qué grande es tu fe!

El encuentro de Jesús con la Cananea resulta escandaloso no solo porque se trata de


una mujer, sino porque sus palabras y acciones son los requisitos del discipulado que él
requiere. Jesús cruza la frontera judía y se introduce a territorio pagano. Esta mujer es
motivada por una fe más grande que la de los discípulos varones; ella sabe que el Dios de
Jesús, no es solo para la “oveja perdida de Israel”, sino para toda la gente que al igual que
ella, sea capaz de gritar, y postrarse a los pies del “Hijo de David”. Ante la fe de la mujer,
Jesús no tiene más remedio que reconocer, que efectivamente, el Dios de Israel no
discrimina a nadie a causa de la raza, genero o etnia. Esta mujer es símbolo de la fe puesta
en acción. Esta mujer, representa a todas las mujeres de todos los tiempos, que a pesar de
ser discriminadas y excluidas se saben amadas, queridas y aceptadas por el Dios de Jesús.
¿Me siento amada y querida por Dios?

Jueves 4 de agosto de 2016


Juan María Vianney, sacerdote (1859)

Jr 31,31-34: Haré una alianza nueva, y no recordaré sus pecados


Salmo 50: Oh Dios, crea en mí un corazón puro
Mt 16,13-23: Tú eres Pedro, y te daré las llaves del Reino de los cielos

Con el anuncio del “Reino de Dios”, Jesús comienza una comunidad alternativa ajena
a todo tipo de poder. Es a esta comunidad alternativa, sin pretensiones de lujo ni de poder,
que Pedro como representante está llamado y convocado a servir. Pedro como discípulo
tiene que aprender que no basta con confesar a Jesús como Mesías sino que tiene que
servirlo y seguirlo en el camino a la cruz. Pedro como representante de la comunidad
alternativa de Jesús tiene que abandonar la falsa idea de poder y de su Mesías nacionalista.
Una vez que Jesús anuncia no solamente su muerte, sino la muerte de toda la persona que
quiera seguirle, Pedro, el que fue llamado primero a seguirlo, es el primero que hace el
“papel de Satanás” al querer separar y “bloquear” a Jesús de su camino y de su cruz. ¿Te
adhieres y agregas a la comunidad alternativa que propone Jesús, o sirves de “piedra de
tropiezo” a la misma?

Viernes 5 de agosto de 2016


Basílica de Santa María la Mayor

Nah 1,15; 2,2; 3,1-3.6-7: ¡Ay de la ciudad sangrienta!


Interleccional Dt: Yo doy la muerte y la vida
Mt 16,24-28: ¿Qué precio pagará un hombre por su vida?

Ante tanto discurso religioso de “cargar” cruces, resulta a veces peligroso predicar las
exigencias de la cruz, que propone Jesús: “Si alguno quiere venir detrás de mi, ... tome su
cruz y sígame”. Como hemos trivializado y romantizado el significado de la cruz, nos hace
bien recordar que en el siglo primero la persona crucificada era vista como maldita por
Dios. Los ciudadanos romanos estaban exentos de este terrible suplicio. Si el nombre de la
cruz provocaba pavor: ¿Por qué la propuesta tan radical de Jesús? ¡Porque en la cruz de
Jesús, Dios se ha solidarizado con todos los crucificados de todos los tiempos! Hoy al igual
que en tiempos de Jesús, la cruz anuncia esperanza y vida cuando se carga con valentía y se
asumen los valores del evangelio. La cruz en manos de los poderosos causa miedo y
muerte, para los seguidores de Jesús, la cruz se transforma en vida, al descubrir que Dios
sigue siendo crucificado en la persona desaparecida, en la persona indígena, en la mujer
abusada y en todas las personas que siguen fielmente al Dios de la Vida. ¿Cómo llevo yo la
cruz de Jesús?

Sábado 6 de agosto de 2016


Transfiguración del Señor

Dn 7,9-10.13-14: Su vestido era blanco como nieve


Salmo 96: El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra
2Pe 1,16-19: Esta voz del cielo la oímos nosotros
Lc 9:28b-36: Moisés y Elías hablaban de su muerte

Lucas presenta a Jesús, en la misma línea de los profetas del Antiguo Testamento. No
hay contradicción entre esos grandes enviados de Dios para liberar a su pueblo y Jesús. Al
contrario, ellos conversan con Jesús y nos presentan al Hijo amado, a quien la comunidad
tiene que escuchar, en los momentos de gloria y también en los de agonía. Pedro toma la
palabra y quiere permanecer, pero Jesús lo reta a bajar y seguir el camino que culminara en
otro monte, el Calvario. La persona que sigue a Jesús no puede quedarse en los momentos
de gloria, sino debe abrazar la Cruz. Ambos montes son parte de la vida de la comunidad,
no se puede ser discípulo de Jesús quedándose solamente en el Tabor, escuchando: “Este es
mi hijo muy amado”. Es necesario subir al Calvario para escuchar también, la voz
desgarradora de: “Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado”. ¿Qué voces privilegias
en tu encuentro con Dios? ¿Descubres a Dios en el sufrimiento?

6 HOMILIAS
1.- ¡DIOS! ¡TESORO A LA VISTA!

1.- En cierta ocasión murió un hombre profundamente creyente. Durante toda su existencia
intentó llevar una vida sencilla y sin estridencias. Cerró los ojos al mundo con la misma
serenidad con la que los mantuvo abiertos ante los muchos acontecimientos que se le
presentaron en su caminar. Desde siempre le preocupó querer y disfrutar aquello que hacía.
Y, por ello mismo, antes de presentarse ante Dios les dijo a los suyos: “temo que Dios
pueda decirme que no estuve suficientemente pendiente de Él”.

2.- Cuando se presentó ante Dios, el hombre creyente, dijo: “perdóname si mis fuerzas las
dediqué más a lo material que hacia lo espiritual”. Dios le contestó: “¿Cómo puedes decir
eso amigo mío?”. “Cada mañana cuando despertabas me ofrecías tu trabajo. Después de
realizarlo me dabas las gracias por la fuerza que yo te inspiraba. Cuando, a final de mes, te
correspondían con el sueldo, supiste dejar una parte aunque fuera muy pequeña, para las
necesidades de los otros. En varias ocasiones, y por tu posición en la empresa, tuviste
oportunidad de haberte convertido en un pequeño ladronzuelo y, por si fuera poco, nunca
pudo contigo el afán de poseer o de aparentar lo que no podías alcanzar. Entra amigo y
disfruta de este gran paraíso”.

3.- Estamos metidos de lleno en este verano del 2016 y, cuando leo el evangelio de este
último domingo de julio, concluyo que la vida entera es un prolongado tiempo estival (en
unos, dura más, que en otros) donde tenemos dos opciones:

a) O dedicarnos a un simple y caduco bronceado del cuerpo (el sol achicharrante del
materialismo puro y duro)

b) O procurar un bronceado más profundo que afecte también al alma que llevamos dentro
(la brisa que de diversas maneras Dios nos sopla)

2.- ¿Cómo se broncea el cuerpo?

-Con el gel de “la codicia” nos creemos administradores y dueños de todo. Luego, cuando
discurre el tiempo, vemos que con el dinero no puede añadir ni un día más a nuestra vida o
a la salud del cuerpo.

-Con el bronceador de “la ambición” olvidamos que somos caducos y hasta nos puede
producir ceguera para lo espiritual. Pasan los años y nos damos cuenta que no llena de
felicidad el mundo de las cosas sino el mundo de Dios

-Con la loción del “trabajo como ganancia” tendremos más pero, tal vez, perderemos
muchas sensaciones necesarias para ser de verdad felices.

-Con la crema de “la riqueza” conseguiremos prestigio y relevancia social pero, cuando
nos visite la ruina, ¿nos acompañarán los que nos aplaudieron siendo ricos?

3.- ¿Cómo se broncea el alma?

-Con el gel de “la conformidad”. Amando y disfrutando de los bienes materiales que uno
tiene y, siendo consciente, que el origen de todo está en una fuerza superior: DIOS

-Con el bronceador de “la libertad” nos protegeremos del virus de la ambición de ser
dioses y de sentirnos prepotentes frente a los demás. Nos daremos cuenta que uno anda
mejor por la vida cuando sabe valorar sus propias limitaciones

-Con la loción del “trabajo como perfección” sabremos que nunca podrá más la
ocupación que el cultivo de la amistad, la oración, la fe, la espiritualidad personal, etc.
-Con la crema de “la sobriedad” no estaremos expuestos al sol del egoísmo o de la
insolidaridad. Siendo sobrios es como se consigue un camino para dar con la auténtica
riqueza de los hijos de Dios.

Todos, desde el momento en que nacemos, tenemos abierta una cuenta corriente en la gran
caja de ahorros que existe en el cielo. Una cuenta donde los ángeles administrativos van
apuntando los esfuerzos y los intentos que los creyentes vamos haciendo en la tierra para
darle brillo y bronceado celestial a nuestra vida cristiana.

Y también todos, desde el instante en que fuimos bautizados, vamos restando a esa cuenta
con la ambición y el afán de poseer, el aparentar, el acaparar o el olvido de Dios por
dejarnos arrastrar por la seducción de la riqueza.

Qué ilustradora es aquella sentencia: “no es rico quien más tiene sino quien menos
necesita”. O también aquella otra: “La avaricia es un constante vivir pobremente por miedo
a la pobreza” (San Bernardo de Clairvaux)

3.- QUÉ ME DAS, SEÑOR, A CAMBIO

De mi confianza cuando la deposito en ti


y me alejo de los que me prometes otros paraísos
¿Qué me das, Señor, a cambio?
De mi seguimiento y de mi fidelidad
de mi silencio o de mi reconciliación
de la ofrenda de mi vida o de mis esfuerzos
¿Qué me das, Señor, a cambio?
De mi fe,
aunque sea débil y hasta interesada
De mi constancia,
aunque a veces me quede por el camino
De mi audacia,
aunque en momentos piense más en mí que en Ti
¿Qué me das, Señor, a cambio?
¿Me darás, tal vez, la Vida Eterna,
frente a esta efímera?
¿Tal vez tus palabras verdaderas
en contra de las falsas que me rodean?
¿Tal vez tu mano cuando otras me abandonan?
¡Necesito que me des tanto, Señor!
Tu presencia, cuando me encuentro huérfano
Tu luz, cuando la oscuridad eclipsa mi esperanza
Tu cielo, cuando sólo veo tierra y más tierra
Tus mandamientos, cuando construyo una vida a la carta
Tu respuesta, cuando ya nadie me escucha ni me responde
¡Dame, Señor, sobre todo tu persona!
Que temo no encontrarte en la dirección por donde busco
o, tal vez, hacerme un “dios” a mi medida
Que temo encontrarte demasiado rápido
sin cambiar mis días en poco o en nada
Que temo confundirte con otros señores
y disfrazarte de comodidad y de riqueza
de orgullo y de existencia del todo fácil
Ven a mi encuentro, Jesús,
y aléjame de todo aquello que me impide ser tu testigo
de todo aquello que me aleja de tu reino
de todo aquello que me confunde y me degrada
de todo aquello que, simplemente, no eres Tú.
Amén

2.- JESÚS NO QUIERE HABLAR DE REPARTO DE HERENCIAS

VANIDAD DE VANIDADES. “Vaciedad sin sentido; todo es vaciedad " (Qo 1, 2).
Vaciedad, algo que sólo tiene apariencia, una fruta que sólo tiene cáscara; una pompa de
jabón que estalla de pronto, sin dejar rastro de su brillante colorido. Vaciedad, vanidad de
vanidades, todo es vanidad. Qohelet, el autor inspirado, se enfrenta con la vida, con el
mundo, con todo cuanto le rodea. Observa cómo nace la primavera, toda llena de verdor, de
flores, de mil pájaros que bullen y cantan llenos de vitalidad. Ve cómo el hombre nace a la
vida, cómo crece, cómo se afana, cómo está fuerte, pletórico de juventud. Pero el tiempo
sigue su paso implacablemente. Y los árboles quedan desnudos, secas y ennegrecidas sus
ramas, podridas sus hojas. Y el hombre fuerte acaba siendo un pobre enfermo de pasos
pegados al suelo. Sin que nada pueda devolverle la fuerza, sin que nadie pueda apartarle de
su absurdo caminar hacia la muerte. Vaciedad sin sentido, todo vaciedad. Pobrecito hombre
que lucha y se afana inútilmente. Sueña con alcanzar esa deslumbrante pompa de cristal
polícromo, se afana, se cansa hasta el máximo por cogerla con sus manos. Y cuando
consigue tocarla, todo se desvanece. Quedando en sus dedos ansiosos sólo un poco de
humedad viscosa, nada.

"¿Qué saca el hombre de todo su trabajo y de los afanes con que trabaja bajo el sol" (Qo
2, 22). Visión negativa, visión negra de la vida. Pero visión forzosa para el que sólo mira de
tejas abajo, para el que no consigue ver más allá de la muerte, para el que cifra su ilusión y
su afán en esta vida muerta de aquí en la tierra. Ese es el panorama lógico para el que no
cree en un Dios justo y bueno, para el que se empeña en construir un paraíso en nuestra
pobre orilla. Hay quien trabaja con destreza, con habilidad y acierto, quien consigue una
gran fortuna. Pero de poco, o de nada, le servirá. Día llegará en que todo eso se le escape de
las manos, sin poder retener nada, viendo con claridad que su esfuerzo ha sido inútil. Otro
se apoderará de cuanto él ganó, otro desparramará fácilmente lo que tan arduamente se
recogió. Sólo hay una solución para mantener vivo el deseo y la ilusión, sólo existe un
camino para que el hombre pueda llenar esta terrible vaciedad. La fe, el amor. Entonces,
con fe y por amor, sí valdrá la pena de vivir. Porque cuando las hojas caigan de los árboles,
cuando la vida huya de nuestros cuerpos, sabemos que quedará viva la esperanza de una
primavera eterna. Y el duro invierno será el preludio sereno de una juventud nueva. Sí,
después del túnel oscuro de la muerte están las praderas verdes de la eternidad, está el
abrazo sin fin de nuestro Padre Dios.

LA VERDADERA RIQUEZA. "Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la


herencia" (Lc 12, 13). La escena que nos presenta hoy el Evangelio ha venido a ser un
ejemplo típico de quienes tratan de manipular los valores de la fe en provecho material de
uno mismo. Este hombre defraudado acude al Señor para que convenza a su hermano de
hacerle partícipe en la herencia paterna. El Señor, sin embargo, se niega rotundamente a
dirimir la cuestión, prescindiendo incluso de decir si era o no justa la petición de aquel
hombre. No quiere ser árbitro ni juez entre quienes se pelean por una cuestión económica,
tan frecuente, por desgracia, en la vida de entonces y en la de ahora. En la de siempre
podemos decir, ya que siempre el hombre tiene en su ser una fuerte inclinación a defender
los propios intereses, a incrementarlos, a costa, en ocasiones, de lesionar los intereses de los
demás.

Jesús tuvo que luchar con los hombres de su tiempo, aquellos que querían sacar partido de
sus poderes y su autoridad de Mesías. Pensaban que había llegado el momento de vengarse
de los dominadores romanos, el tiempo tan esperado y deseado de iniciar la época dorada
del Reino mesiánico que devolviera, con creces, el esplendor de los tiempos de David y de
Salomón. Pero Jesús se resiste con energía, huye de las multitudes enardecidas que quieren
proclamarlo rey en Jerusalén. Cuando llegue el momento se dejará aclamar, pero no por los
poderosos sino por los niños y por la gente humilde. Por otra parte estaba cerca el momento
de su Pasión, cuando por fin se pondrá de relieve, ante el estupor de muchos, la verdadera
naturaleza de ese su Reino que no es de este mundo.

Esa actitud que nos puede parecer anacrónica en nuestros días, es sin embargo posible, y en
ciertos sectores una realidad actual. Se trata de aquellos que se empeñan en crear una
Iglesia nueva que se comprometa en el campo temporal y político, que no permanezca al
margen de la lucha por la justicia en el campo de las opciones de partido. Son también los
que mezclan al sacerdote, o al propio sacerdocio, con intereses materiales que, por muy
nobles que sean, están fuera de la misión específica de la Iglesia. O quienes acuden al cura
para que les solucione un problema de tipo material, quienes todavía no se han enterado de
lo que es un sacerdote y creen que un eclesiástico lo tiene que solucionar todo.

La codicia y la ambición ciegan al hombre, destruye en él los valores del espíritu, le llevan
a sacrificar en aras del dinero y el poder cuanto sea preciso. El Señor nos pone sobre aviso
a todos, pues todos podemos ser víctima, de uno u otro modo, de ese afán de poseer y de
mandar. Lo importante, por lo tanto, no es amasar riquezas y honores, sino ser rico a los
ojos de Dios. Sólo así podremos vivir serenos y tranquilos, sin temer ni a la muerte ni a la
vida.

3.- LO QUE DE VERDAD LLENA NUESTRA VIDA


1.- "Vaciedad de vaciedades". Esta conocida expresión tiene un valor muy actual.
Podríamos traducir por el "total sin-sentido". Esta palabra se emplea muchas veces en el
libro del Eclesiastés y el tema central del libro se encuentra expresado en ella: una reflexión
sobre lo limitado de la vida, hasta llegar al desengaño. De una fuerza destructora
impresionante, y de un realismo que nadie puede contestar, esta reflexión sobre la inutilidad
de nuestras utilidades llegará hasta el final del libro. Es ésta una realidad que ocurre a
diario. Además, recordemos que trabajar y no disfrutar, trabajar para otros, es una de las
maldiciones clásicas de la ley y los profetas. Piensa el autor que hay hombres que se
condenan a sí mismos a semejante maldición. Aunque el Qohelet no se lo llega a plantear
así, estas palabras muestran la necesidad de una trascendencia, de una apertura hacia algo
más que la limitación del hombre. La vida del hombre cerrada sobre sí misma es un
imposible. Qohelet quiere comprender el sentido de la vida, da vueltas en torno a ella
("como el viento"), pero se estrella siempre ante el muro de la muerte. Por eso su grito
desconsolado: "todo es fatiga". Porque o el hombre, ocupado en el esfuerzo de acumular,
no tiene tiempo para disfrutar, o bien es un egoísmo cerrado que no ayuda a nadie. Una de
las formas de salir de este círculo opresor será el de apagar nuestra sed fundamental
ayudando a apagar con nuestro mayor bien, que es la vida, la sed de los demás. Todo este
modo de pensar, oscuro e imperfecto, se aclarará con la luz que aporta el hecho de Jesús. La
vida adquiere nuevo sentido en la fe de Jesús.

2.- La auténtica riqueza. Hay un peligro de las riquezas: pueden esclavizar, cuando la
"mammona", nombre hebreo de las riquezas, es un falso dios objeto de adoración. Mientras
millones de personas pasan hambre, nuestra sociedad derrocha a raudales lo que otros
necesitan para vivir. Como cristianos estamos llamados a compartir lo que hemos recibido
y debemos tener cuidado, pues "no podemos servir a Dios y al dinero". Hay riquezas
carísimas y riquezas baratas. Es triste que, mientras la gente se pasa la vida llorando por no
poder alcanzar los bienes caros, se dejen de cultivar los que tenemos al alcance de la mano.
La más grande y "barata" de las riquezas es la amistad. Un buen amigo vale más que una
mina de oro. Sentirse comprendido y acompañado es mayor capital que dar la vuelta al
mundo. Alguien que nos ayude a sonreír cuando estamos tristes es más sólido que mil
acciones en bolsa. ¡Y qué barato sale tener un buen amigo!; cuesta menos que un vaso de
vino, menos que una barra de pan. Lo pueden tener los pobres y los ricos y casi les es más
fácil a los primeros. Hace falta mucho dinero para hacer un safari por África, pero no hace
falta una sola moneda para acariciar la cabeza de un perro y ver cómo levanta hacia
nosotros sus ojos agradecidos. No hace falta dinero para comprar la felicidad que
proporciona la paz interior o palpar la presencia de Dios en un momento de oración
meditativa. El amor verdadero no se compra ni se vende, como tampoco se compra la
felicidad que proporciona el hacer una obra buena en favor de un necesitado, acompañar a
un enfermo o escuchar a una persona atormentada. Nos han engañado, nos han estafado
acostumbrándonos a creer que es el dinero y el lujo la verdadera moneda de la felicidad.
Hay multimillonarios que gastan la vida en llorar por creerse pobres, que se encuentran
solos sin nadie que les quiera. ¿Dónde está la verdadera felicidad, en Dios o en el dinero?

3.- Colocar primero lo más importante. Un conferenciante quiso sorprender a los asistentes
y apareció en la sala con una bandeja que contenía un frasco grande de boca ancha y unas
pocas piedras del tamaño de un puño. Colocó la bandeja sobre la mesa y preguntó a los
asistentes: ¿cuántas piedras piensan que caben en el frasco? Después que los asistentes
hicieran sus conjeturas empezó a meter piedras hasta que llenó el frasco. Luego preguntó:

- ¿Está lleno?

Todo el mundo lo miró y asintió. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con gravilla.
Metió parte de la gravilla en el frasco y lo agitó. Las piedrecillas penetraron en los espacios
que dejaban las piedras grandes. El conferenciante sonrió con ironía y repitió:

--¿Está lleno?

Esta vez los oyentes dudaron. Entonces sacó un cubo de arena que comenzó a volcar en el
frasco. La arena se filtraba en los pequeños recovecos que dejaban las piedras y la grava.

--¿Está lleno?- preguntó de nuevo.

--¡No! -exclamaron los asistentes.

--¡Bien! -dijo, y cogió una jarra de agua de un litro que comenzó a verter en el frasco.

El frasco aún no rebosaba.

--Bueno, ¿qué hemos demostrado? -preguntó.

Uno de los asistentes respondió:

--Que no importa lo lleno que esté tu tiempo; si lo intentas, siempre puedes hacer más
cosas.

--¡No!, -concluyó el conferenciante-. Lo que esta lección nos enseña es que si no colocas
las piedras grandes primero, nunca podrás colocarlas después.

Pregúntate ahora: ¿cuáles son las grandes piedras en tu vida?: tu familia, tus amigos, tu
salud, la solidaridad con el que está necesitado... o el dinero, el ascenso profesional, el
derroche económico....

4.- El secreto de la felicidad. Recuerda que si quieres ser feliz debes poner primero las
cosas importantes. El resto ocupará otro lugar. Está demostrado que los que tienen más
tiempo para los demás suelen ser también las personas más ocupadas. El Instituto de
Fomento de la Salud de EE. UU. ha realizado un estudio sobre el voluntariado, llegando a
la conclusión de que las personas más felices son aquellas "que se dan a los demás". Los
voluntarios declaraban que después de hacer una ayuda a un necesitado: 1) sentían más
bienestar físico; 2) tenían nuevas fuerzas morales y físicas; 3) experimentaban en su interior
un sentimiento de gozo; 4) habían obtenido una mayor estima de sí mismos.
La opción es clara: la felicidad está en saber renunciar al propio egoísmo. San Pablo en la
Carta a los Colosenses nos recuerda que debemos desprendernos del hombre viejo y buscar
los bienes de arriba. Cuando se acabe nuestra vida aquí en este mundo ¿seremos ricos o
pobres? El evangelio nos dice que aquél que comparte y es solidario es el auténtico rico
ente Dios.

4.- EL DINERO ES NECESARIO, PERO NO ES SUFICIENTE PARA


SER FELIZ

1.- Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no
depende de sus bienes… Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico para Dios. La
parábola del hombre rico, que ponía toda su confianza en el dinero y pensaba que los bienes
de la tierra le iban a hacer inmensamente feliz, es una parábola que debemos meditar hoy
todos nosotros. En la sociedad en la que nosotros vivimos es necesaria una cierta cantidad
de dinero para vivir feliz, pero, evidentemente, se puede ser muy infeliz aunque se tenga
todo el dinero del mundo. Como esto es algo evidente, no necesito poner muchos ejemplos.
La mayor parte de las personas que se suicidan no es por falta de dinero, sino porque ya no
encuentran sentido para seguir viviendo. “Lo tenía todo, pero pocas veces se le veía feliz”,
oímos que se ha dicho más de una vez para explicar el suicidio de algunas personas
famosas. Y es que la felicidad, como todos sabemos, es un estado interior de la persona, no
una circunstancia externa a la persona. El Papa Francisco, en una de sus homilías en Santa
Marta, dijo, con la espontaneidad que le caracteriza, que “el dinero es el excremento del
diablo, nos hace idólatras, nos corrompe”. Y esto nos puede afectar, en mayor o en menor
medida, a todos nosotros. Es el eterno problema entre el dinero necesario y el dinero
superfluo. San Agustín llegó a decir que el dinero superfluo es un dinero robado a los
pobres. ¿Seremos todos ladrones? Es algo que, a la vista de la parábola de este domingo,
deberemos meditar con sinceridad y humildad cristiana. Porque, ¿a quién de nosotros no
nos sobran algunas cosas que les vendrían bien a los pobres? ¡Que Dios nos coja confesaos!
Y vamos a hacer el propósito, como penitencia, de emplear el dinero superfluo en ayuda de
las personas necesitadas, así seremos ricos ante Dios.

2. ¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad! ¿Quién de nosotros no ha dicho alguna vez


esta frase? Normalmente, esta es una verdad que vamos descubriendo a medida que vamos
acumulando años en nuestra vida. Mientras somos jóvenes, y tenemos éxito, y estamos
empezando a construir una familia, o una empresa, o una amistad, no pensamos que la vida
sea vanidad. Pero también es verdad que casi todos en el camino de nuestra vida nos hemos
encontrado con más de un fracaso. Y entonces nos hemos hecho esta misma reflexión que
se hacía el autor del libro del Eclesiastés: ¿qué he sacado de tanto trabajo y de tanto
esfuerzo? Pero, como todas las frases rotundas, debemos entender esta frase con sabiduría y
moderación. Hay cosas muy importantes, y cosas menos importantes, y cosas nada
importantes. Es a estas cosas nada importantes a las que no debemos prestarles demasiada
atención y a las que, más de una vez, podemos calificarlas de vanidad. Sólo se valora en su
justa medida la salud, o el dinero, o la amistad, cuando no se tienen; entonces es cuando
vemos que, comparadas con los verdaderos valores de la vida, muchas cosas son
simplemente vanidad. La reflexión de Qohélet sobre la vanidad de este mudo en ningún
caso debe hacernos pesimistas o desentendidos, sino más prudentes y sabios.

3.- Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está
Cristo… aspirad a los bienes de arriba... dad muerte a todo lo terreno que hay en
vosotros… despojaos del hombre viejo y revestíos del nuevo. Estas palabras que dice
san Pablo a los Colosenses son palabras claras y exigentes para todos nosotros, los
cristianos. Venimos a este mundo con un cuerpo que tiene mucha inclinación al mal,
porque es un cuerpo material y materialista, apegado a los bienes de la tierra. Por el
bautismo hemos sido convertidos en hombres nuevos, con el alma revestida de gracia y
santidad, pero el cuerpo sigue estando ahí con todas sus inclinaciones y pasiones. Cada día
debemos esforzarnos para que el hombre nuevo que surgió en nuestro bautismo se parezca
un poco más a Cristo. Es muy difícil vivir como hombre nuevo, como verdadero cuerpo de
Cristo, y no lo seremos del todo hasta después de resucitados. Por eso, cada día debemos
intentar, como nos dice el apóstol, dar muerte a todo lo terreno que hay en nosotros:
impureza, pasión, codicia, avaricia, idolatría. Precisamente por eso, porque es muy difícil,
debemos también pedirle a Dios todos los días, con el salmo responsorial de este domingo,
que Él sea nuestro refugio de generación en generación.

5.- "LA AVARICIA… QUE ES UNA IDOLATRÍA"

1.- Cuando Jesús se niega a ser árbitro de una cuestión económica y dineraria está
marcando uno de los puntos más llamativos de su doctrina. En el momento que envía a sus
discípulos a predicar el Reino de Dios y les pide, asimismo, que no lleven ni alforja, ni
dinero, dibuja un panorama en el mismo sentido. Pero habrá más datos: "No podéis amar a
Dios y al dinero". El máximo punto de desinterés aparece cuando recomienda que no nos
preocupemos por lo que vamos a vestir o tener y pone como ejemplo la majestad de los
lirios del campo. Y así nos llega a nosotros un desinterés absoluto por el dinero cuando
vivimos inmersos en un mundo en que el deseo de poder económico ya ha superado todos
los demás. Sabemos, asimismo, que jamás como ahora todas las cosas se miden y se
quieren conseguir mediante el uso del dinero.

2.- En la valoración moral de muchos cristianos suele haber diferenciaciones importantes.


Hay quienes sitúan como un gran mal los asuntos sexuales, otros apuntan hacia un cierto
libertinaje total de las costumbres como el mal mayor. Cada vez hay más cristianos que
usan de los asuntos políticos como elementos de mala moral. Y así, si están en la izquierda
o en la derecha, colocarán sus postulados en forma de virtudes, y las posiciones contrarias a
la manera de pecados. Pero muy pocos, en definitiva, van a decir que el afán de
enriquecerse y la opresión económica son un gran mal. Nos han enseñado a vivir en un
mundo competitivo en que el éxito solo tiene una traducción plena en el grosor de la cuenta
corriente. Incluso hay cristianos que prefieren el mundo de la piedad personal antes que el
trabajo caritativo -amoroso- por sus hermanos. El constante y repetido mensaje de Jesús a
favor de los pobres es tomado como un modo simbólico.

3.- Cuando Dios creó al mundo y al hombre quiso que hubiera un desarrollo armónico. El
trabajo produce bienestar y riqueza. No se trata –por supuesto—de que todos vivamos en el
desierto vestidos de saco. El problema no es tener riquezas. La cuestión está en repartirlas.
En saber que hay gentes necesitadas que necesitan de nosotros. La pobreza de espíritu no
está enfrentada a la pobreza más radical. Se trata de no poner nuestro corazón junto a las
riquezas para que éstas no nos tiranicen. Hemos conocido a algún adorador del dinero.
Cuando esa pleitesía llega, la gente cambia profundamente. El adorador del dinero se hace
feroz, menos alegre y, de manera pertinaz, sólo habla de dinero hasta convertirse en un
soniquete insoportable. Y, por supuesto, también hablan de dinero, quien lo tiene y quien
carece de él. Y, sin embargo, la música es la misma. También algunos pobres sitúan en lo
más alto de su alma el ídolo del dinero con efectos muy graves para su vida.

4.- La parábola de la limosna de la viuda nos marca un buen camino de interpretación. Hay
mucha gente sin recursos que da todo lo que tiene. Y hay otra con mucho que escatima
hasta en la moneda que echa en el cestillo de misa dominical. Hay ricos que mantienen que
la Iglesia es más poderosa que ellos y que no tienen obligación de compartir ni siquiera una
moneda. El mundo de las riquezas suele tener muchas determinaciones nefastas. Los
grandes dramas familiares, el enfrentamiento a muerte --no es un eufemismo-- de familias
siempre se produce por la disputa ante una herencia.

5.- La frase que hoy nos dice Cristo es perfecta: "Guardaos de toda codicia". Es la codicia
la que cambia nuestras almas y nuestros corazones. En este mundo de hoy un cristiano va a
medir bien su posición de auténtico seguimiento al Maestro al evaluar su "enganche" con el
dinero y su nivel de codicia. Todo el entorno está lleno de adoración por el dinero. El
consumismo ha ido complicándose no solo por el deseo de tener muchas, sino además por
tenerlas de marcas con alto precio. Una de las mayores estupideces que pueden existir es
pagar el doble o el triple por algo que siendo igual que el resto "se distingue" por su
"imagen".

6.- Debemos meditar muy en serio sobre nuestra posición respecto a las riquezas y a la
codicia. Puede pasar desapercibida desde el punto de vista cristiano esa mala inclinación,
porque en pocas ocasiones se considera como pecado el mal uso de las riquezas. Y, sin
embargo, la terrible inestabilidad de este mundo surge de ahí. Los pueblos ricos explotan a
los pobres. Y los hombres ricos precarizan el trabajo de otra gente para tener más riquezas.
La oposición del cristianismo al mal uso de las riquezas o a la explotación económica no es
un invento moderno de los cristianos progresistas. Hay muchos ejemplos, pero, tal vez,
merece la pena leer en estos momentos algunos párrafos de la Carta de Santiago donde se
dice: "El jornal de los obreros que segaron vuestros campos, defraudado por vosotros,
clama, y los lamentos de los segadores han llegado a Dios todopoderoso" (Sant. 5, 4)

7.- "La avaricia que es una idolatría". Pablo lo define estupendamente en la Carta a los
Colosenses. Pocos adjetivos hacen falta ya. Es dinero es un ídolo de nuestro tiempo, que
está ahí, conviviendo con nuestras creencias y haciéndose sitio. Es muy importante que el
cristiano piense en su posición exacta respecto a las riquezas y cuál es el sitio que esas
riquezas ocupan en su corazón. Pablo habla también en esa misma frase de la Carta, de la
"impureza, la pasión y la codicia". No es cuestión de pasarlo por alto y ya dijimos en
nuestro editorial de la semana pasada que el seguidor de Cristo tiene que aceptar la castidad
que marca su estado, pero, asimismo, San Pablo enfatiza con el término idolatría --terrible
pecado para él y para su tiempo-- el de la avaricia. Tengámoslo en cuenta.

4.- El Libro de Eclesiastés habla de la vanidad y es este defecto lo que lleva mucha gente a
la persecución de distinciones y riquezas. Una vez más la liturgia dominical nos centra con
enorme sabiduría nuestro propio y deseable camino.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

EMPRENDEDORES

1.- Las lecturas de la misa de hoy, mis queridos jóvenes lectores, se complementan entre sí
y son de actualidad. En mis tiempos de enseñanza primaria teníamos unos libros destinados
a adiestrarnos en la lectura, tal como un piloto de aviación se entrena en un simulador de
vuelo. Ahora bien, el contenido de los textos de las tales antologías, siempre era didáctico.
Al leer el evangelio de hoy me he acordado del cuento de la lechera, una fábula de Esopo,
que nunca faltaba en tales manuales. La narración, pues, era de dominio público, jóvenes y
viejos, escolares y abuelos.

2.- Refiere esto: una jovencita soñadora, llevaba al mercado y en su cabeza, un cántaro con
leche. Su imaginación le llevó a suponer que vendería de inmediato su producto y que con
el dinero compraría huevos, incubados estos, nacerían gallinas, que una vez vendidas, le
permitirían comprar una cabra, después de la cabra una vaca, etc. etc… puede alargarse
cuanto queráis. Al final, por cualquier motivo baladí, nuestra protagonista movió
imprudentemente la cabeza, se le cayó el cántaro al suelo, que, evidentemente, se rompió y
se quedó ella sin continente, ni contenido. Lloró lo que queráis. Lo había perdido todo

3.- El Maestro cuenta una parábola de enseñanza parecida, pero más trágica. Su proyecto,
construir grandes almacenes y preparar su jubilación, es propio de emprendedores, actitud
hoy admirada por la gente. El infarto de miocardio que le puede suceder, es un fenómeno
tan habitual, que ya ni aparece en la sección de sucesos de la prensa. Hay que mirar
adelante, el hombre no debe enquistarse, está destinado a un futuro mejor. Es una de sus
peculiaridades. Los animales mejoran por instinto, no son capaces de planificar su porvenir.

4.- El Eclesiastés, el texto de la primera lectura de hoy, aterriza prosaicamente. Al final


nadie se puede llevar a la tumba sus ahorros, o sus bonos, o sus preferentes, nos diría hoy el
autor. El cristiano es un hombre diferente, no lo olvidéis, mis queridos jóvenes lectores.
Vive sumergido entre la ciudadanía, pero no es como los demás. Los media le estimulan a
una cosa, la vocación que emana de Dios es otra. En el mundo hay divisiones, en la vida de
Fe todo debe ser comunión. Nos han sumergido con Cristo y nos tiñeron de Él y esto se
debe notar, deben darse cuenta los otros. Se trata ahora del contenido de la segunda lectura
de este domingo.

5.- Se publican los nombres de los más ricos, de los campeones, de los afortunados. Los
cristianos de idéntica manera tenemos nuestro registro de héroes, el catálogo Guinness de
récords, se llama el Martirologio Romano que, os advierto, ni en él están todos, ni los que
están todos son mártires, ni mucho menos la mayoría son romanos. Por internet lo podéis
consultar, y os advierto que está en lengua castellana. Os lo digo porque yo lo compré
cuando se publicó en papel, fue muy caro y está redactado en lengua latina. Son
muchísimos, aunque, ya os lo he dicho, ni están todos, ni son los mejores. Simplemente son
santos, tal vez vosotros hayáis conocido a otros mejores, no lo dudo. El registro no se hizo
ni en papel, ni en la red de redes. Es una realidad oculta para muchos pero totalmente real.
Podéis escoger algunos y estudiarlos por vuestra cuenta. Aquellos que os susciten
admiración, con quienes os podáis identificar, a quienes, de alguna manera, podáis imitar.
Y hasta podréis solicitar su ayuda, que vale mucho más que un autógrafo.

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