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Dubet, F. El declive de la institución, 2002, GEIDSA.

Capítulo 2: La decadencia del programa institucional

En las últimas décadas, la imagen de las instituciones se desestabilizó:

-Estética más funcional y despojada.

-Reificación del modelo institucional reducido a una voluntad de poderío y normalización: programa
institucional desencantado -> astucias de dominación y de poder.

-Se impuso la imagen de hospicio y de cárcel.

-Rastros o segmentos del programa institucional: gran cantidad de prácticas y de símbolos se alejan de
ella paulatinamente. Los elementos que se descomponen están inscritos en el proyecto mismo de la
modernidad.

-Lo homogéneo y coherente, se desarticula ante nuestra mirada. Ej. las murallas de los santuarios se
desmigajan ante el ímpetu de las demandas sociales.

Se trata de una modernidad tardía y no postmodernidad: no hay una ruptura con el programa
institucional, sino una prolongada implosión surgida en la modernidad.

La decadencia del programa institucional proviene de la exacerbación de sus contradicciones latentes.

La heterogeneidad de principios:

-La fuerza del programa institucional radicaba en creer y hacer creer en la homogeneidad de los
valores y de los principios, lo denominado como monoteísmo.

Ej. Escuela Republicana: bajo el imperio de la libertad, la integración nacional… Sus actores no veían
contradicciones entre los principios -> horizonte de reconciliación fuera del mundo. Nadie es ingenuo,
pero se hacía ostentación de pensar que las dificultades halladas no subyacían a las contradicciones
mismas de los objetivos, sino, que se trataba de una mera serie de obstáculos.

Los docentes nunca afirman que la selección de los mejores, la promoción de todos, la defens de la
cultura, etc., son objetivos contradictorios: ni siquiera contradicciones filosóficas, sino de principio,
prácticas.

Dubet afirma que estamos bajo la égida de la ambivalencia: deseamos plasmar valores contrapuestos
y peor aún, no sabemos que esos valores son opuestos. Se pasa de una cultura de símbolos a una de
signos.

El final de los monopolios:

La mayor parte de las instituciones perdieron su monopolio, de ahí, la conciencia de vivir en un


mundo abierto, desgarrado, pluralista. En los últimos 30 años: aparecen competidores y su público ya
no es cautivo (de las instituciones).

El monopolio de la iglesia sobre lo universal, fue abatido por la escuela republicana, la cual buscaba
darle a los niños un mundo más amplio que trascendiera las culturas de clase, las tradiciones locales y
familiares. Pero en la actualidad, los niños cuentan con muchas herramientas para acceder a universos
culturales distintos a los dados.
La mencionada pérdida del monopolio crea un sentimiento en particular: pérdida de legitimidad e
influencia. Lo que ganan en poderío, se pierde en reconocimiento. “Los actores de las instituciones se
sienten incómodos por un poderío que sin cesar los lleva a justificarse y del que se sienten vagamente
culpables”: se sienten culpables porque gozan de poder sin legitimidad.

La decadencia de la idea de sociedad:

La mencionada disgregación institucional, no sólo tiene lugar en el campo filosófico: responde a la


pérdida de vigor de una representación -> de la sociedad.

Sociedad: equilibrio inestable, establecido entre intereses contradictorios, identidades singulares,


fuerzas objetivas del mercado -> en este contexto, somos menos proclives a percibir la integración
social como producto de la acción de las instituciones. La idea misma de sociedad, deja de parecer
indispensable para analizar la vida social.

Idea de sociedad (sociología clásica): complementariedad, superposición de integración social e


integración sistémica.

Integración social (Durkheim): la coordinación de las acciones individuales se realiza para compartir
una cultura en común.

Integración sistémica (Spencer): la unidad de la vida social es producto de mecanismos objetivos,


impersonales, ej. dinero, mercado, poder., independiente de un acuerdo entre individuos.

El programa institucional es fundamental cuando se supone que ambos mecanismos, remiten uno a
otro y se refuerzan mutuamente. Cuanto menos se perciba a la sociedad como una máquina, menos
lugar tiene el programa institucional. (esto es de la página 69, esta medio incompleto porque no
entendi nada)

El predicamento de la organización

Organización y legitimidad:

-Programas institucionales modernos: construidos como burocracias, construcciones racionales de


reglas y roles, puestos en funcionamiento por actores impregnados por un ethos (contrario a pathos)
común, por una vocación.

-Burocracias simples, livianas, con finalidades claras, homogeneidad de profesionales que compartían
la misma vocación.

-Principal factor de debilitamiento del programa institucional: retroceso de ese modelo burocrático y
vocacional, y el desarrollo de organizaciones complejas, abiertas a su entorno. Se trató de un
verdadero cambio que incide sobre la legitimidad y la forma de trabajo sobre los otros.

-Cada vez se concibe en menor medida el trabajo sobre los otros como el conferimiento de una forma
técnica y profesional a una vocación.

-Desde los años 70: profesionalización creciente. Ej. Se prolongan los estudios, se eleva el nivel
académico para acceder a un empleo, etc. Las técnicas psicológicas se erigen como un intento de
racionalizar lo dado por contado por la vocación (justicia, compasión…) Se refuerza entonces, lo
jurídico y reglamentario.

-Lo dicho no significa que desaparece la vocación, sino que va a chocar contra constricciones técnicas
y profesionales cada vez más fuertes.

-Espiral de certificación constante.

-Dubet afirma que los profesionales suelen apoyar este movimiento. En todos los casos, la
profesionalización produce un desplazamiento de la legitimidad. La legitimidad “sagrada” se inclina
ante una legitimidad racional.

-También ahora toma un importante papel la eficacia del trabajo efectuado: a través de procedimientos
de evaluación y de control, que demuestren la mencionada eficacia.

-Se construyen métodos de medida de la realización de los objetivos. Ej. medida del nivel de los
alumnos, evaluación de los exámenes, cantidad de medidas sociales, etc. Seguimiento de la eficacia y
no del desarrollo del trabajo: trabajador imputable por los resultados de su acción y no por su ética. Se
dota de mayor autonomía pero a la vez, está más condicionado: se intenta saber qué produce.

Las políticas públicas:

La soberanía se fragmenta y recae la responsabilidad de colaborar con la resolución de un problema


cuyo centro de definición está en manos del centro, sobre los actores políticos, agentes profesionales,
etc. Los problemas y los actores: interconectados -> deben ajustarse en función de tareas comunes.
Las burocracias entonces, fueron fuertemente sacudidas: deben entenderse con asociaciones rivales,
comportarse como actores políticos, etc.

La descentralización lleva a que el trabajo social participe por completo en toda una serie de políticas
públicas, incluso, no vive más que de ese compromiso.

Ej. Los porteros deben definir casos, proponer procedimientos, todo un conjunto de actividades cuyo
peso no recaía sobre ellos, que el programa institucional solía cumplir.

Las cadenas jerárquicas se acortan, la polivalencia es la regla, se intensifica la presión del cliente y del
usuario.

Se sufre entonces la decadencia de un programa institucional identificado con una burocracia


protectora, estable, legítima… Los profesionales del trabajo sobre los otros, manifiestan un apego a la
definición weberiana de la burocracia: institucionalización de la Razón y de reglas universales.

Los públicos tomados como meta:

La mencionada delegación de responsabilidades, hacia la periferia, trasciende el mero cambio de


gestión, se trata de un retroceso en la imagen universal del programa institucional.

En el mundo católico y en el mundo republicano francés (principalmente) los programas


institucionales se construyeron a partir de un público abstracto, universal. Ej. Todos los pobres, todos
los enfermos, todos los niños (no impedía discriminaciones). No obstante, actualmente la imagen del
público al que apuntan las instituciones se fraccionó, en un objeto de políticas específicas.
Ej. Decretos municipales de prohibición para los niños de edad menor a 13 años de estar en espacios
públicos sin sus padres a partir de las 11. Se limita a los barrios “sensibles”: apunta a determinados
niños en determinados barrios. Se desliza paulatinamente hacia una lógica de adaptación a los
públicos y a los casos.

Entonces: profesional -> rol más específico y no universal.

Las metas se tornan inciertas y requieren de gran pericia técnica, para poder gestionar la multiplicidad
de dispositivos. Desde luego, las distintas medidas y múltiples metas, provocan la formación de
especialistas y acentúan la estratificación entre las corporaciones y los grupos profesionales.

Todos estos cambios, no pueden considerarse como simples transformaciones técnicas que sólo
afectan al contexto y condiciones de trabajo, van más allá que sencillas mutaciones.

Prioridad: ajuste recíproco de los actores, definición de los problemas, gestión, resolución (pocos
casos). Se pasa del léxico de la voluntad a -> léxico de la regulación inteligente y adaptada.

Los programas institucionales se vuelven aparatos encargados de activar políticas conjuntas. Al ser
conjuntas: resultados siempre problemáticos. Los actores se sienten responsables pero no culpables
(las consecuencias de su acción escapan de su control). La decadencia entraña una separación entre el
poder y la autoridad: la autoridad legítima, se vuelve un recurso de poder entre otros. La autoridad no
está garantizada como un componente de su estatuto, deben construirla a partir de sus recursos:

Se aumenta la paradoja mencionada anteriormente: cada vez se sienten menos legítimos y menos
reconocidos, mientras crece su poder e influencia sobre el destino de los individuos.

Se trata del final del respeto al que ellos pensaban tener. Se sienten obligados por la sociedad: se
exigen balances, que se expliquen.

En fin: ya no puede describirse el programa institucional como un orden regular y como una
burocracia.

El actor contra el sujeto:

El actor no es el sistema:

-El programa institucional postula un principio de continuidad, entre socialización y subjetivación,


disciplinas y autonomía. Actualmente, la mencionada cadena no funciona: ya no se cree en ella.

-Se dejó de definir a la modernidad como la unidad entre el actor y el sistema: sino, progresiva
separación entre acción social y subjetividad individual.

Para algunos sociólogos...

-Creciente complejidad de la división de trabajo + débil coherencia de roles que deben asumir los
individuos = distancia entre motivaciones y acciones esperadas. Unidad subjetiva del actor: debe
construirla él mismo, debe interpretarse como consecuencia de la descomposición de la clásica
imagen de sociedad.

-Individuo: incierto, fragmentado, forzado a lógicas opuestas, no arraigado a una provisión


homogénea de valores, identidades -> diseminado y descentrado. Presionados a justificaciones y
construcciones continuas.
Para otros sociólogos…

El problema esencial es el de la socialización cognitiva.

… COMPLETAR (p. 83)

La relación invertida:

La cadena de socialización se invirtió. Dubet lo explica a través del ejemplo de la religión:

-El catecismo y las escuelas religiosas ya no pretenden imponer verdades eternas a niños pequeños.
Ahora hay esperanza de que los dogmas, se elijan a partir de un espíritu crítico y de una libertad. La
enseñanza religiosa entonces, es más tardía.

-Se esfuerza por dar respuesta a una demanda de fe y creencia: el creyente pasó del estatuto de fiel al
de laico, a quien el sacerdote debe dar explicaciones. Se crean nuevas prácticas religiosas cuyo eje son
la comunidad emocional y la demanda de seguridad, ej. grupos pentecostales, comunidades
carismáticas.

-Respecto al ámbito educativo: ninguna pedagogía pretende dirigirse a una tabula rasa: se insiste
sobre la actividad y creatividad de los alumnos. Se recuerdan los derechos de los alumnos y que la
relación pedagógica confronta individuos y no solo roles y seres provistos de razón: la socialización
se dirige a sujetos a quienes considera ya presentes, el deber de la institución es reconocerlos.

Dos individuos:

La afirmación del sujeto siempre queda de manifiesto es un aspecto doble:

1. SUJETO ÉTICO: las instituciones deben respetarlo y devolverlo a sí mismo. Deben reconocer
la especificidad de las situaciones, trayectorias, culturas, libertades de los individuos (autores
de sus propias vidas).
2. SUJETO EGOÍSTA: consciente de sus intereses. Debe comportarse como un usuario/cliente de
las instituciones. Los alumnos y sus parientes: consumidores de bienes escolares con facultad
de poder elegir qué cursos seguirán sus hijos.
La promoción de la doble figura, desestabiliza profundamente el programa institucional en la medida
en que principalmente es un tipo de relación social.

El final de un encanto:

La maquinaria para reducir lo trágico ya no funciona bien, las operaciones han dejado de ser
simbólicamente eficaces.

El primero de los desencantamientos es la disciplina: ahora se reduce a una función social. Mera
resistencia ante la crisis, anomia, violencia, etc. Los profesionales la consideran una necesidad
enojosa, no se someten de buena gana. Se transforma en un problema: debe ser percibida como justa.

La autoridad dejó de ser natural y sagrada: requiere un trabajo de justificación permanente, o debe
reposar sobre un carisma personal, un atractivo individual: no hay nada más aleatorio que la atracción
y más fatigoso que la justificación.

El programa institucional supone que los actores están motivados porque su personalidad está
construida en torno a vocaciones y valores. Sin embargo, cuanto más se separa el actor y el sistema,
más se diferencia el individuo social y el sujeto: motivación problemática -> nunca los profesionales
del trabajo sobre otros han resaltado tanto la necesidad de motivar a los objetos de su trabajo. Para
motivar a los demás, hace falta motivarse a uno mismo, comprometer la personalidad y convicciones
propias. Todos estos profesionales, concuerdan en que el trabajo es cada vez más agotador: ya no
entran en las instituciones armados de sólidas motivaciones.

Siglo XX: mayor riesgo por el influjo del programa institucional -> neurosis

Siglo XXI: la neurosis se reemplaza por la depresión, enfermedad de la libertad y de la obligación de


motivarse por sí solos, impuesta a los individuos.

Es decir: se pasa de la represión excesiva de los deseos al de la ausencia del deseo (cansancio surgido
de la obligación de ser un sujeto, de la obligación de motivarse).

Mientras que las víctimas tienen una mayor necesidad de ser respaldadas cuando pasan una prueba,
los profesionales del trabajo sobre los demás, reivindican que se les ayude para no ceder a la
depresión: todos sufren, quienes sufren y quienes ven ese sufrimiento:

¿Cómo soportar el sufrimiento cuando no puede hacerse mediar la distancia con él y sólo parece un
escándalo, cuando ya no tiene sentido moral ni metafísico, todo lo que en última instancia parecía
soportarlo?

La experiencia del trabajo sobre los otros:

La mayor parte de los actores viven la decadencia del programa institucional como:

-Una crisis: para los que se hallan situados en la base de las organizaciones.

-Un cambio radical: para los dirigentes.

Dubet considera que hay que escapar de esta doble imagen para proponer categorías de análisis que
permitan describir el trabajo sobre los demás.

Principio general de análisis: todo lo que el programa institucional estaba en condiciones de ligar se
separa paulatinamente, haciendo aparecer lógicas de acción cada vez más autónomas. No puede
definirse entonces, el trabajo sobre otros plenamente como una vocación y un rol. El trabajo perdió su
unidad. Por eso, Dubet prefiere hablar de experiencia social y no de rol, ya que depende del trabajador
recomponer la unidad.

Pueden derivarse de lo dicho tres grandes lógicas (se corresponden con los 3 niveles de acción que el
programa institucional era capaz de confundir o encadenar):

1. EL CONTROL SOCIAL:
El trabajo sobre los otros consiste en atribuir un rol y esperar que el otro se comporte según el rol
dado.

El profesional se erige mientras da ese rol, como un agente y encarnación de la institución: él es su rol
y demanda a otros ser lo que se le atribuye. La relación con los otros pretende ser objetiva, es decir:
“no soy yo quien les habla, es un conjunto de reglamentos y de disciplinas objetivas”. Debe tratarlos
no como personas particulares sino como alumnos (en el caso de la educación). Dubet afirma que
genera agresividad: nadie quiere ser reducido a una categoría.
2. EL SERVICIO:

Trabajador = experto, entonces: debe llevar a cabo tareas técnicas (educación, cuidados médicos,
distribución de expedientes administrativos…) -> centro de la formación. Se complementa con un
conjunto de competencias que obedecen al desarrollo mismo de la organización (actividades
conjuntas, organizar el trabajo, conocer los procedimientos, etc.)

El problema es el surgimiento de una demanda social que no tenía entidad alguna en el programa
institucional. Hace falta entonces, elaborar nuevas ofertas.

3. LA RELACIÓN:

Se define el trabajo sobre los otros como: mera relación entre individuos, un encuentro aleatorio que
involucra a dos personas.

Profesional: definido por sus cualidades personales, convicciones, atractivo, paciencia… Esto crea la
diferencia y confieren al trabajo su componente humano. Es la dimensión más rica, noble, secreta,
menos reconocida, más emparentada con la vocación, entendida como:

“Forma de compromiso profundo de la subjetividad en una actividad, como una forma de autenticidad
y de realización de uno mismo”.

-Coherencia en este contexto: muy débil. Los actores adaptan diversos puntos de vista y las rupturas
son frecuentes. De esta manera, la experiencia profesional se orienta a evitar cometer errores y no
tanto a alcanzar objetivos.

-Se realizan pruebas constantes sobre las lógicas de los colegas, para ajustarse a ellas y
complementarlas (no entrar en conflicto). Sin embargo, los profesionales trabajan según distintos
principios de justicia y viven en múltiples esferas normativas.

-Subyace la lógica de un principio de igualdad: cada cual debe ser tratado en función de lo que tiene
derecho. El ciudadano desea una igualdad fundamental:

En el sistema postinstitucional, el control se efectúa en función de la igualdad esperada y no tanto en


nombre de los valores, moral.

-La lógica del servicio está regida por un principio de mérito: el usuario tiene derecho a ciertos
servicios en función de su mérito, su posición, sus performances. El usuario quiere ver reconocidos
sus méritos en el acceso a bienes escasos: diplomas, ayudas sociales, recursos médicos.

-La relación se suele orientar hacia el reconocimiento: no es una norma de justicia objetiva, universal,
mensurable. Varía de individuo a individuo. Es una norma exigente ya que tiene la función de reducir
las tensiones entre la igualdad fundamental de todos los individuos y sus desigualdades de
desempeño.

Dubet aclara que lo dicho, se trata de una ficción teórica: una manera de construir herramientas. No se
trata entonces de una descripción de la realidad. El modelo que él plantea, es una depuración -> deja
de lado muchos temas y problemas, por ejemplo: la feminización de las instituciones (mundo de
hombres a mundo de mujeres). El programa institucional es una herramienta: permite comparar
experiencias de trabajo. Planteó de esta manera, la paulatina fractura del programa institucional. A
partir de las experiencias más cercanas al modelo inicial, busca llegar a las más alejadas.

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