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ÍNDICE
Jorge Dubatti*
* Crítico, historiador y docente universitario especializado en teatro. Doctor (Área de Historia y Teoría de las
Artes) por la Universidad de Buenos Aires. Correo electrónico: jorgeadubatti@hotmail.com.
Gramma, XXVIII, 58 (2017), pp. 7-19.
© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales. Área de Letras del Instituto
de Investigaciones de Filosofía y Letras. ISSN 1850-0161.
1. Sobre los conceptos de Postdictadura y canon de multiplicidad, véase Dubatti, 2012, caps. VI y VII.
2. Creemos que debería hablarse de teatro de la Modernidad Crítica.
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de 1937 en alemán”: “Hagamos por lo tanto como ese matemático loco (?) que solía
aplicar un principio de medición diferente en cada fase del cálculo” (2009, p. 58).
En escala, a manera de muestra, la presente antología pone en evidencia que hay
ilimitados mundos poéticos, y su percepción depende de la mirada filosófica del plu-
ralismo, aquella que “acentúa la diversidad de perspectivas que nos entrega nuestra
experiencia del mundo, sin que se juzgue posible, conveniente o necesario, un proce-
dimiento reductivo que reconduzca tal experiencia múltiple a una unidad más básica o
fundamental” (Cabanchik, 2000, p. 100).
Barchilón, Daulte, Halac y Tenconi Blanco trabajan con procedimientos diferen-
tes, no proponen los mismos imaginarios ni referentes, despliegan concepciones (de
mundo, de arte, formas de comprender la función del teatro y el rol del creador) y
vínculos diversos con el pasado teatral que no pueden homogeneizarse en una misma y
única perspectiva. Justamente se trata de leer los trazos de esas diferencias.
En este contexto se clasifican las formas dramáticas de acuerdo a su relación con
el acontecimiento teatral: hay una dramaturgia pre-escénica (escrita a priori, antes e
independientemente de la escena); hay otra directamente escénica (que acontece en el
escenario); hay otra post-escénica (que surge de la notación y transformación del texto
escénico en otra clase de texto verbal). Se abandona la vieja definición reduccionista
y excluyente de “texto literario para ser representado en escena” o la identificación del
drama solo con el texto escrito y de estructura aristotélica, con la idea de contar una
historia. Otro de los grandes logros de la Postdictadura es la consideración de la drama-
turgia ya no solo como territorio literario (lo que antes se llamaba “literatura dramá-
tica”, eventualmente representable), sino como producción específica y diferenciable
marcada por el hacer teatral, que surge del riñón mismo del acontecimiento escénico,
de los cuerpos produciendo estructuras rítmicas y relatos de intensidades en el espacio.
Se suma a esto una multiplicación categorial por la consideración de la instancia
de producción: dramaturgia de autor (o de gabinete), de adaptador o versionista, de
actor, de director, de grupo o de equipo, de iluminador, etc. También se atienden ras-
gos discursivos vinculados a poéticas antes no reconocidas: dramaturgias del relato, del
circo, del teatro comunitario, de la “escena muda”, del kamishibai (teatro de papel),
del movimiento y la danza, de teatro de calle, de clown, dramaturgias performativas,
biodramáticas, de no-ficción, nuevo teatro documental, escena neotecnológica (con
relevante presencia de la tecnología en la escenotecnia), de stand up, de títeres u obje-
tos, de teatro musical, de teatro infantil, de “impro”, etc. Ya no se habla solo de puesta
en escena de estas dramaturgias, sino también de escritura escénica y de reescritura3.
La dramaturgia ya no se hace solo con modelos teatrales: se inspira en el cine, la
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la naturaleza del teatro, sobre el que parece hablar todo el tiempo Cartas de la ausente:
acontecimiento de presencia de los actores y ausencia de los personajes. ¿Qué mejor
manera de expresar la ausencia de Elvirita que poner en presencia el cuerpo de Fanego?
Lo dice el gran director mexicano Luis de Tavira de manera precisa: “El escenario es el
lugar donde todo lo que es, siempre es otra cosa. El teatro es un mirador donde todo
lo que es puede aparecer, pero sólo se reconoce cuando desaparece” (2003, p. 15). La
ausente es Elvirita y, por extensión, todo personaje, y en círculo aún más amplio, la
ficción, que acontece no en la escena, sino en nuestra imaginación.
Coherentemente con su planteo temático, la poética de Café irlandés, de Eva Ha-
lac, propone un juego de apariencias y realidad que atrapa al espectador con excelencia
teatral y narrativa, y lo sumerge (y deja) en un revelador estado de reflexión. Porque
tras su apariencia de “teatro histórico” (sobre el episodio-fuente del secuestro del ca-
dáver de Eva Perón, que detona en 1961 la investigación periodística de los jóvenes
Rodolfo Walsh y Tomás Eloy Martínez, quienes más tarde escribirán sobre el hecho
el cuento “Esa mujer” y la novela Santa Evita), y tras su apariencia de “policial negro”
(pregnante combinación de la historia de un crimen —político— con la historia de
una investigación que busca, sin éxito, desentrañar ese crimen poniendo en peligro a
los investigadores), Café irlandés es, en realidad, una obra filosófica. Pensamiento y
política van aquí de la mano, porque la preocupación central que encarna Café irlandés
radica en iluminar la tensión entre realidad y ficción, entre historia y mito, entre ver-
dad mentirosa y mentira verdadera, como materias presentes en el espesor de nuestra
existencia cotidiana y en la construcción de nuestras representaciones sobre el pasado.
Metáfora de un problema sistémico del presente mundial, consecuencia del neolibera-
lismo: la realidad usurpada por la mediaticidad, la sociedad transteatralizada, los com-
portamientos humanos determinados por la consumición televisiva de la publicidad y
los noticieros operadores de las corporaciones.
Café irlandés funciona como un observatorio del ser o no ser de la realidad y de
nuestras existencias. Hemos encontrado este mismo eje temático, con variaciones, en
otros muchos espectáculos del teatro argentino actual: 4d óptico, de Javier Daulte; Todo
y Apátrida, de Rafael Spregelburd; Fauna, de Romina Paula; Mi vida después y Me-
lancolía y manifestaciones, de Lola Arias; Cineastas, de Mariano Pensotti, también son
miradores ontológicos. Lo invariante evidencia una preocupación recurrente y com-
partida, que ha transformado el teatro en un lugar de revelación del espesor complejo
del ser: un teatro que problematiza y muestra la complejidad del acontecimiento de
lo que llamamos “realidad”, amasada con rumores, creencias y adhesiones irracionales,
ficciones y mitos, lagunas y ocultamientos, enorme desinformación, más cercana a la
narración ficticia que a la supuesta “verdad” empírica comprobable. Materia híbrida
que el buen periodismo desenmascara y que acaba coronándose en la verdad de la
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fuga potentísima: el Coronel le pide a su esposa que vuelva a representar a Eva. Mo-
mento de síntesis de sentido, de multiplicación casi metafísica. Uno siente que quien
logre interpretar todo lo que hay en esa escena podrá asomarse a una comprensión de
la Argentina.
Este “triunfo” final del arte sobre la realidad, esta capacidad del arte de transfor-
marse en enunciación metafísica de la realidad, no podría haberse sostenido como tal
sin los excelentes trabajos de los actores Guillermo Pfening (Walsh), Michel Noher
(Martínez), Guillermo Aragonés (el Coronel) y María Ucedo (la esposa). De ese triun-
fo habla también la magnífica (como siempre) escenografía de Micaela Sleigh, que
ubicaba la acción en una sala de cine estallada, con butacas de hileras rotas, escenario
y pantalla de proyección, que componían, subliminalmente, una gran máquina de
escribir, con teclas (las butacas), rodillo (el escenario elevado) y papel (la pantalla): la
máquina de Walsh y Martínez, la de Eva Halac. Café irlandés es un texto inteligente
que, como todo el mejor teatro, invita a pensar grandes cuestiones acuciantes, más allá
de la superficie de su relato y sus personajes.
Justamente, no hay forma de comenzar las reflexiones sobre Las lágrimas sino for-
mulando un conjunto de preguntas apremiantes para el teatro argentino actual. ¿Cómo
representar en escena el dolor de la Postdictadura? ¿Cómo construir hoy una poética
teatral que dé cuenta del horror? ¿La elección de los procedimientos artísticos —con
los que están compuestas las obras— encierra un sentido político y ético? ¿Hay alguno
de esos procedimientos contraindicado, irreverente, ambiguo, del que el teatro anterior
aconseje no valerse? ¿Cómo lograr que esas elecciones estéticas sean hoy un renovado
homenaje a los muertos y, especialmente, a los desaparecidos, un homenaje que trans-
forme su memoria proyectándola como legado y energía política hacia el futuro?
Los interrogantes se encadenan, llevan unos a otros, se implican y multiplican:
¿Existe hoy una crisis de la representación, o mejor dicho, una crisis de la construcción
poética que afecta específicamente a esa voluntad de “poner en teatro” el dolor? ¿Con
qué formas es posible comunicar teatralmente un acto de la memoria para activar la
memoria de los espectadores? ¿Cómo se relaciona la poética de un espectáculo, con
reglas propias, internas, con los referentes externos de la sociedad, de la historia? En
suma, ¿cómo habla la poética teatral sobre el mundo que está fuera del teatro?
Estas son algunas de las preguntas que están en la génesis de Las lágrimas, dra-
maturgia y espectáculo eminentemente conceptuales de Mariano Tenconi Blanco. A
diferencia de sus obras anteriores (Quiero decir te amo, La fiera, entre otras), en Las
lágrimas está presente más que nunca la sensación de que cada escena, cada gesto,
cada resolución están sostenidos por una red de ideas y tomas de posición frente a los
interrogantes que enunciamos. La presencia, a la vez visible e invisible, leve y saturada,
de esta red conceptual en la que Tenconi ha reflexionado durante años otorga a Las
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lágrimas un efecto de extrañamiento, que sin duda es uno de sus principales encantos
estéticos. Se percibe nítidamente un “teatro experimental”, un “teatro laboratorio”, que
quiere encarnar esas ideas en formas. Sabemos que Las lágrimas llevó muchos años de
investigación, porque esto se desprende del complejo trabajo final (el laborioso resulta-
do escénico, impecable, magníficamente interpretado por Ingrid Pelicori, Violeta Ur-
tizberea, Iride Mockert, Martín Urbaneja y Fabio Aste, junto con músico Ian Shifres),
del fechado de la obra (que en el cierre detalla las siete reescrituras, de la “1a versión:
marzo-agosto de 2009” a la “7a versión: febrero-agosto 2014”), de los agradecimientos
a los actores (que seguramente aceptaron colaborar en una búsqueda con sus múltiples
laberintos), y porque esto se refleja, además, en un brillante texto teórico escrito por
Tenconi: “Las lágrimas, un manual”4, que explicita la red conceptual.
Tenconi cuenta en Las lágrimas una historia de identidades robadas, de violencia,
genocidio, miedo y castigo, pero que, por su tratamiento lúdico y cómico, no parece
en primera instancia estar hablando del horror. Inexorablemente, Las lágrimas grita el
horror, lo transparenta por debajo de las apariencias bizarras. Y ese dolor, que se abre
camino contra toda resistencia o desvío de la representación, se descubre así multipli-
cado. Tenconi toma la idea de que en la Postdictadura, como consecuencia del quiebre
inconmensurable que produjo la Dictadura, el dolor y el horror siguen aconteciendo,
y por lo tanto, se quiera o no, fatalmente, el teatro reaviva la memoria, reabre de todas
formas la herida que no cicatriza. La idea no es nueva, es el principio que ya hemos
destacado con el concepto de “teatro de los muertos”: todo en el teatro evoca, directa
o indirectamente, la espectralidad de los que ya no están, y especialmente del trauma
que implican las muertes sin duelo, la tragedia (Dubatti, 2014).
Pero si los ausentes se hacen presentes inexorablemente en la escena de la memoria,
todas las poéticas pueden contribuir a esa vitalidad simbólica. Aquí aparece la origina-
lidad de Tenconi: hace de esta idea una herramienta para cuestionar radicalmente el
realismo. La representación ya no puede ser realista, porque, desde una mirada actual,
el realismo es poética apropiada por el capitalismo en la industria del espectáculo,
devenida en “realismo mediático”, producto de la televisión manejada monopólica-
mente por los tanques del neoliberalismo, que ha anestesiado el realismo de ficción
en una deriva falsamente costumbrista y que oculta, bajo el supuesto “realismo” de
noticieros, entrevistadores y columnistas, la labor de operadores políticos al servicio
de los intereses de una minoría. Tenconi rechaza y desplaza el realismo apropiado me-
diáticamente como expresión de la “verdad”, ese paradójico “realismo” sin realidad, y
reivindica, para la poética de Las lágrimas, otros “géneros” no realistas que, gracias a sus
convenciones incluso estereotipadas, triviales o burdas, ponen en evidencia un camino
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estético contrario al ilusionismo realista, hacen presente el dolor con mayor potencia
y sacuden de toda previsibilidad al espectador que espera realismo. Tenconi mezcla en
Las lágrimas otras formas discursivas de la televisión (la telenovela, el melodrama, la
tira publicitaria, el musical), junto con formas de comicidad bizarra, con una inflexión
lúdica de convención consciente, entre el respeto a los géneros, la parodia y el pastiche
que desemboca en una crítica feroz al realismo televisivo, porque desnuda a la televi-
sión como artificio y construcción. Un recurso homeopático: valerse de la televisión no
realista para atacar el realismo de la televisión.
¿Todo esto para qué? Para celebración de los muertos y transformación de su le-
gado. Citemos un fragmento de su “manual” inédito: “Profanar la estética es volver
a pensar los 70. La militancia, la lucha armada, los sueños. ¿Tenemos sueños ahora?
¿Queremos cambiar el mundo? ¿Queremos hacer la Revolución? ¿Qué Revolución?
[…]. La forma es el contenido: si el sueño de los militantes asesinados en los 70 era
cambiar este sistema, cambiar la realidad, sería un error entonces tomar como punto de
partida una forma de expresión que tiene a ‘la realidad’ como materia prima”.
Creemos que Las lágrimas se introduce en una senda ya abierta por espectáculos
anteriores del teatro argentino (incluso muchos de la programación de Teatroxlaiden-
tidad, que, a través de los años, fue abandonando un registro más conservador del
realismo y ampliando el espectro de poéticas de representación). El mérito de Tenconi
no radica tanto en iniciar un camino, sino en ensancharlo con potencia artística, in-
telectual e ideológica poco común. Retoma así para el teatro la consigna cortazariana
de “la revolución de la literatura”, confrontada a una “literatura de la revolución”.
Retomemos entonces una de las preguntas iniciales: ¿cómo habla la poética teatral
sobre el mundo que está fuera del teatro? Contesta Tenconi: volviendo a producir una
revolución alegre en el seno mismo de sus sistemas de representación.
Dramaturgia topológica en Clarividentes, de Daulte; observatorio ontológico en
Café irlandés, de Halac; juegos de ausencia y metateatro, convivio y tecnovivio en
Cartas de la ausente, de Barchilón; búsqueda de otros procedimientos poéticos para la
representación del horror, en Las lágrimas, de Tenconi Blanco. Pluralismo de mundos
diversos. Esperamos que el lector de Gramma pueda disfrutar de esta multiplicidad
como un tesoro cultural5.
Referencias Bibliográficas
Beckett, S. (2009). Carta de 1937 en alemán. En Disjecta (pp. 55-58). Valencia:
Pre-textos.
Bentley, E. (1982). La vida del drama. Barcelona: Paidós.
5. Tesoro incalculable que nos lleva a pensar la Postdictadura como auténtica “Época de Oro” del teatro
argentino. Véase Dubatti, 2010, pp. 403-428.
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Jorge Dubatti*
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Crítico, historiador y docente universitario especializado en teatro. Doctor (Área de Historia y Teoría de las
Artes) por la Universidad de Buenos Aires. Correo electrónico: jorgeadubatti@hotmail.com.
Gramma, XXVIII, 58 (2017), pp. 20-23.
© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales. Área de Letras del Instituto
de Investigaciones de Filosofía y Letras. ISSN 1850-0161.
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Borges: “Sólo una cosa no hay. Es el olvido. / Dios que salva el metal salva la escoria / y cifra
en Su profética memoria / las lunas que serán y las que han sido” (del poema “Everness”).
Las observaciones sobre las relaciones entre pasado, presente y futuro, la predicción y
la memoria, reenvían a la filosofía, la historia y a la lectura de Nassim Nicholas Ta-
leb. Otro epígrafe de Clarividentes pertenece a Antifrágil, de Taleb: “Quiero ser feliz en
un mundo que no entiendo. Los Cisnes Negros (en mayúsculas) son sucesos a gran escala,
imprevisibles, irregulares y con unas consecuencias de muy gran alcance que sorprenden y
perjudican a ciertos observadores que no lo han previsto y a los que llamaremos ‘pavos’”.
Dice Validia o Ana: “El futuro es tan obvio; siempre caótico y fúnebre. Pero el pasado
es impredecible y nos acecha siempre de la forma más inesperada. Y la vida es nada más
que tratar de luchar contra eso”.
Cuarto: Daulte concibe el teatro no como un vehículo transmisor de ideas, sino
como un constructor, un portador de ideas en sus mismas estructuras dramáticas y en
sus artificios. Ya lo ha teorizado Daulte en su ensayo “Juego y compromiso”: se trata de
construir dispositivos de estimulación del espectador que, lejos de repetirle explícita-
mente lo que ya sabe o de decirle lo que debe pensar, le proponen descubrir lo que está
inscripto implícitamente en las estructuras dramáticas y todavía no conoce. El teatro
encarna ideas, no las ilustra ni las explicita. El teatro no es un medio para el pensa-
miento, sino un fin en sí mismo para el descubrimiento de otras ideas que no han sido
pensadas. Daulte no cree en un teatro tautológico, al que el espectador va a refrendar
lo que ya sabe, sino que hace un teatro jeroglífico, de descubrimiento de saberes a los
que solo se accede de manera teatral. Justamente el teatro se ha vuelto útil porque per-
mite construir el sentido que la realidad se empeña en disolver. A su manera, lo cifra el
personaje de Gera hablando de su relación con el cine: “Las cosas que pasan en la vida
no las entiendo. En las películas sí. Y me sirven para pensar”.
En el marco de estas coordenadas ya conocidas, ¿cuáles son los cambios? En Clari-
videntes Daulte radicaliza la experimentación y compone una obra intensamente jero-
glífica. Vuelve más opaca la causalidad y la deriva de los acontecimientos dramáticos,
multiplica las intrigas, la duración, los planos y la cantidad de situaciones narradas, a
tal punto que, para acelerar el tiempo del discurso y separar los actos, utiliza el logra-
do recurso de las “fotos” (que permiten elipsis, saltos en la historia). Como el mismo
Daulte lo ha señalado, su estructura tiene mucho de objeto topológico, a la manera de
la Botella de Klein o la cinta de Moebius. No hay afuera ni adentro, la obra genera la
ilusión de un microcosmos autosuficiente. ¿Hay afuera y adentro del deseo, del sujeto,
del mundo ficcional?
Respecto de sus obras anteriores, todo es más barroco, cargado, y se acentúa la
metamorfosis. Clarividentes es, en términos de Taleb, un “Cisne Negro”, una pieza
autorreferente, automodélica, de estructura irregular y única, cuya comprensión solo
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Jorge Dubatti Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
puede hallarse en la indagación del sistema de sus propias reglas internas. Un mundo
paralelo al mundo, cuya organización interna es metáfora y cosmovisión del otro mun-
do, el externo, en el que vivimos. Por eso el estallido del cubo en mil pedazos marca
también el estallido (o el final) de la pieza.
En suma, Clarividentes reclama otras competencias y otras disponibilidades al es-
pectador del teatro independiente. Es celebrable que se haya estrenado en el Espacio
Callejón, que cumple sus 25 años de historia desde un presente y un futuro tan ambi-
ciosos como los que proyecta Daulte para la programación de esta sala.
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Clarividentes
Javier Daulte*
Elenco
Clarividentes se estrenó el 8 de mayo de 2017 en el Espacio Callejón con el siguiente re-
parto:
Equipo
Isa Juan Ignacio Pagliere
Jose Mauro Álvarez
Claudio Jorge Gentile
Nora, traductora Carla Scatarelli
Conejillos de indias
Mery Luli Torn
Lucía Daniela Pantano
Gera Matías Broglia
*
Dramaturgo, director y docente. Dirige la Sala Espacio Callejón, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Correo electrónico: daulteja@yahoo.com.ar.
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© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales. Área de Letras del Instituto
de Investigaciones de Filosofía y Letras. ISSN 1850-0161.
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Primera Parte
Un galpón.
Ocupando una porción del mismo, un cubo de cristal1, al que se accede a través de puertas
corredizas. Dentro del mismo, una silla y un banco largo. El resto del espacio está apenas
ocupado por un par de mesas y algunas sillas. Al fondo, una abertura que conduce a otras
zonas del galpón. Escaleras y pasarelas cruzan el espacio en diferentes direcciones2.
Isa.— Nora…
Nora.— Ahora no, Isa.
Los tres verifican que todo esté en orden. Tras un momento entra Jose con Almeida.
1. Es imprescindible que el cubo no sea tal. Se puede (tal vez se deba) resolver sencillamente a través de una
marca en el piso con una cinta blanca que delimite un rectángulo en una zona del escenario.
2. Al tratarse de un texto concebido para ser presentado en el Espacio Callejón, la propia arquitectura del
lugar (con sus balcones y escaleras) se convierte en el espacio de la ficción.
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Clarividentes (24-89)
Claudio.— ¿Quién?
Almeida.— Nadie. (Señala el lugar). Esto. Es lindo. Es… pintoresco. Y esto… (Por el
cubo) qué chiche, ¿eh?
Claudio.— Ah, sí, sí.
Almeida.— Había unas personas preguntando afuera…
Isa.— Sí, ya los hacemos entrar.
Almeida.— Me dijeron que iba a estar solo, que…
Claudio.— Sí, sí; es que son…
Jose.— Son parte de… del experimento.
Almeida.— ¿“Experimento”?
Isa.— (a Claudio). ¿Le vas explicando?
Claudio.— ¿Yo? Ah, bueno, sí, sí. (Señala el cubo). Bueno, esto… esto es una mara-
villa. Este es un cubo de cristal totalmente acustizado, dispuesto como si fuera una
cámara Gesell increíble.
Almeida.— ¿Cómo?
Claudio (entrando al cubo).— Que… de acá… no se oye nada… (Sale del cubo) de lo de acá.
Almeida.— Ajá.
Claudio.— Un poco como el cono del silencio del Agente ochenta y seis pero que
funciona. Bueno, y todo por adentro son espejos. Esto… (Golpea) está completamente
aislado de esto. (Golpea). Esto es corredizo. (Corre una mampara). Y acá también esto
es corredizo (Pero al correr la otra mampara dejamos de oírlo).
Claudio (mudo).— Todo esto acá adentro Nora.— Como ve, es completamente
son espejos. ¿Se me oye afuera? ¿O cerré? hermético. Y él no nos puede ver desde
¿Cerré todo? ¡Hola! ¿Hola? No se oye un adentro, pero nosotros sí lo podemos ver
pomo. Qué bárbaro esto. ¡Ey! ¡Ey! Esto se llega a él. De hecho se usa como estudio de
a trabar y nadie se aviva y es peor que quedarse grabación.
encerrado en una heladera. ¡Iuju! Isa.— Podemos oír lo que pasa adentro por
(Ahora audible). los auriculares. (Muestra). O lo podemos
¿Se me oye? Es re loco, es como estar solo. amplificar. (Presiona una tecla).
Bueno, igual, más o me (pierde sonido) nos se O lo podemos mutear. (Aprieta otra tecla).
entendió.
Nora abre la puerta corrediza.
Almeida.— Ah, una cámara Gesell.
Nora.— Claro. Y la puerta solo se puede abrir desde afuera.
Claudio (saliendo).— Bueno, quedó clarísimo ¿no?
Almeida.— Y ustedes esto lo alquilan.
Isa.— Sí, desde hace un par de semanas.
Se quedan en silencio. Sonrisas de compromiso.
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Todos expectantes ante la inminencia de la entrada de Validia, quien por alguna razón tarda en
hacerlo. Finalmente aparece. Es una extranjera. Habla un idioma imposible. Se la ve algo frágil.
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Avanza para darle la mano pero los demás le hacen entender que no puede tocarla. En ese
momento, por arriba entran los conejillos haciendo bastante barullo. Isa les llama la aten-
ción. Siguen avanzando y bajan las escaleras en silencio.
Claudio.— Bueno, no nos presentamos. (Por Nora). Bueno, ella es nuestra intérprete.
Nora.— Yo. Nora. Hola.
Claudio (a Almeida).— Yo soy Claudio. Venga, vení. Eh… Acá.
Almeida.— Tuteame.
Claudio.— Ah, sí, claro. Vení, sentate.
Claudio le indica un asiento a Almeida para que se acomode. Isa entra con los conejillos por
el fondo. Son Mery, Lucía y Gera. Están algo desorientados.
Almeida.— Gracias.
Claudio.— ¿Algo para…? ¿Un café? (A Jose). ¿Hay café hecho? (Jose asiente. A Almei-
da). ¿Un café?
Almeida.— Un café está bien.
Isa (a los conejillos).— Entren. Por acá.
Claudio (a Isa).— ¿Le servís un café?
Isa.— No hay café.
Jose.— Hay.
Isa.— ¿Desde cuándo?
Pero descubre la cafetera sobre una de las mesas. Se ocupa de servir un café.
Mientras lo hacen.
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Claudio.— ¿Eh?
Gera.— Que si nos va a pasar algo.
Isa.— No, ¿qué les va a pasar?
Mery.— Como no nos dijeron nada.
Gera.— Yo no firmé todavía.
Mery.— ¿Qué es lo que hay que firmar?
Lucía.— Yo tampoco firmé.
Jose.— Es el derecho de imagen.
Mery.— ¿Pero nos van a filmar? ¿Es un corto?
Lucía.— ¿Hay que actuar?
Isa.— No, no. Ya les expliqué.
Claudio.— Acá están los papeles. Léanlos.
Mery.— Yo soy actriz.
Lucía.— Yo también.
Gera.— Ay, yo no.
Mery.— ¿Sos actriz?
Lucía.— Bueno, no. Pero si hay que actuar, yo puedo. Me gusta. Me gustaría. A mí
todo me gusta. (Ríe).
Isa.— No hay que actuar.
Claudio.— Silencio, por favor. Vamos a empezar.
Mery.— ¿Pero qué hay que hacer?
Gera.— A mí no me explicaron nada.
Isa.— Ustedes no tienen que hacer nada.
Lucía.— Yo hago lo que me digan. Yo no tengo problema.
Gera.— ¿No oíste que no hay que hacer nada, che?
Lucía (a Gera).— Lucía me llamo. (A Isa). Bueno, si hay que hacer yo hago.
Isa.— ¡Sh! ¡Bueno! Vengan por acá.
Isa.— Entren.
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Clarividentes (24-89)
Pero Isa acaba de cerrar la mampara y las voces de los conejillos enmudecen. Siguen ha-
blando pero no se los oye.
Claudio.— Claro, sí. (A Jose). Bueno ¿enton- Mery (muda).— Con el narigón.
ces?
Lucía (muda).— Ah, yo no. ¿Vos decís que
Jose.— Yo estoy listo. ¿Nora? ese es el jefe?
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Javier Daulte Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Isa se comunica con los conejillos a través de un micrófono y los oye a través de unos auri-
culares que se acaba de poner.
Claudio.— Contador.
Jose.— (coteja).—Funciona.
Claudio.— ¿Nora?
Nora (a Validia).— ¿Joná?
Validia.— Jasum, jasum.
Nora.— Sí, estamos.
Jose.— Prevenidos. Silencio por favor. Vamos a empezar… ¡ahora!
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Clarividentes (24-89)
Empieza el experimento. Todo lo que sucede dentro del cubo donde están los conejillos de
indias ocurre en el exacto momento en que Nora traduce. Las acciones son las que las pala-
bras de Nora describen.
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Javier Daulte Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Claudio.— ¡Tiempo!
Almeida.— Fabuloso.
Validia pierde el conocimiento. Claudio e Isa la atienden. Claudio le trae un vaso de agua.
Almeida habla con Nora y Jose.
Oscuro.
Jose, Isa. Jose hace ejercicio y bebe cerveza. Isa limpia las paredes del cubo.
Jose.— En otra época hubiéramos hecho un freak show, yendo por los barrios, los
pueblos.
Isa.— Pero no estamos en otra época.
Jose.— No. Estamos en esta. ¿Querés decirme algo vos?
Isa.— No. ¿Vos me querés decir algo?
Jose.— Nada. Si mañana sale todo bien, ya arreglamos para el jueves y… ¡paf!
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Clarividentes (24-89)
Isa.— Che, boludos, cuidado con el vidrio. ¿Por qué decís que Almeida está loco?
Claudio.— Porque nos cree.
Jose.— A él le conviene. Y si nosotros hacemos las cosas bien…
Claudio.— Eso es lo raro. No entiendo por qué no lo hacemos nosotros.
Jose.— ¿Qué cosa?
Claudio.— Lo que va a hacer Almeida. ¿Qué era lo que iba a hacer?
Jose.— Especular. Es para lo que todo el mundo quiere saber las cosas con anticipa-
ción.
Claudio.— ¿Pero especular cómo? ¿En la Bolsa?
Jose.— Debe ser.
Claudio.— ¿Y por qué no lo hacemos nosotros?
Jose.— Qué sé yo. Porque es así. Alguien inventa algo y otro le encuentra utilidad.
Claudio.— Me perdí.
Isa.— Vos te perdés en un baño.
Claudio.— ¿Qué baño? Ah, tendría que ir. Al baño. Lo que yo digo es ¿de qué sirve
tener algo extraordinario si no sabemos cómo usarlo?
Jose.— Vos decís cómo hacer plata.
Claudio.— Bueno. Sí. Ponele.
Jose.— Nosotros le vamos a sacar bastante plata a Almeida.
Claudio.— Pero Almeida va a sacar más.
Jose.— Sí. Pero no somos Almeida.
Claudio.— Eso es cierto. ¿Y dónde salió?
Jose.— ¿Almeida? No sé. Apareció.
Claudio.— Nos la mandó nuestra hada madrina.
Jose.— “Validia” es nuestra hada madrina.
Claudio.— ¿Es cierto eso de que tiene un hermano que nunca conoció?
Isa.— La echaron de la casa cuando era chica, parece.
Claudio.— ¿Y por eso quedó así?
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Javier Daulte Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Claudio.— Qué guacho. (Se gira hacia Isa). ¿Qué estaba dicien…?
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Sale.
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Vuelve Jose.
Salen. Validia entra. Los mira irse escaleras arriba. Jose la ve. Se detiene un momento.
Luego sigue subiendo la escalera. Validia habla a un minigrabador.
Oscuro.
Almeida.— Estoy haciendo todo lo posible… Sí, ya estoy acá; estaba abierto… Por
supuesto que sé en el quilombo en el que estoy metido. Y la cifra también la tengo
clara. Para mañana va a estar todo listo, sí. Bueno, supuestamente. ¿Pero cuántas veces
te lo tengo que explicar? No es tan complicado, Ártur. Si uno puede saber, aunque sea
con unos segundos de anticipación los movimientos de las acciones… Sí, en la bolsa,
¿dónde va a ser? Y sí, de eso se trata. Lo que pasa… es que no sé… Esta gente es muy…
Y no sé cómo fue que caí acá la verdad. Qué sé yo. Sí, me impresionó primero, pero
puede estar todo preparado. Sí, ensayado. Y la mina esa, la extranjera, Viridia, Vladimi-
ra, no sé, no me acuerdo… Es como si hablara en un idioma inventado. Sí, yo también
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Clarividentes (24-89)
pienso eso: si llega a ser verdad… ¡juá! Y sí… No, no hablamos de plata todavía. Y,
cheques, ¿qué querés que les dé? Si no tengo un mango.
Entra Gera por el fondo. Está disfrazado de Hombre Forzudo y lleva una máscara. Almeida
no lo ve. Sigue hablando por teléfono.
Almeida (al teléfono).— No, no estoy bien. ¿Cómo querés que esté? Si todo es un de-
sastre. Y, muy angustiado, triste, preocupado. Sí, desesperado. Ojalá funcione, porque
si no… no sé qué voy a hacer. Gracias. Yo también. Chau.
Gera.— Hola.
Almeida se pega el susto de su vida. Se gira. Al ver el arma se asusta aún más. Levanta las
manos. Gera se tienta de risa. Baja el arma.
Gera.— ¡Ay, perdón! ¿Se asustó? Perdón, perdón, perdón. Es de juguete. Estaba ahí
atrás. ¿Se asustó de verdad?
Almeida.— Un poco.
Gera.— Ay, perdón. Es que llegué temprano y… Hay de todo ahí. Yo me puse esto.
Está bueno, ¿no? Como nos dijeron que podíamos hacer cualquier cosa. Ahí adentro.
(Señala el cubo).
Almeida.— Ah, sí.
Gera.— Porque ayer estuvimos medio que… ni fu ni fa. Por eso. Ya que nos pagan.
Por lo menos para tener la sensación de que hacemos algo.
Almeida.— Claro.
Gera.— ¿Usted sabe qué es todo esto?
Almeida.— ¿A qué te referís con “todo esto”?
Gera.— A todo esto.
Almeida.— Sí, sé. ¿Vos?
Gera.— No, ni idea.
Almeida.— No, digo ¿qué hacés? ¿A qué te…? ¿Sos actor?
Gera.— Ah, no. No soy actor. Bah, nada soy. No hago nada, no estudié nada. Me
mantengo en forma, eso sí. Y voy viendo.
Almeida.— ¿Qué?
Gera.— ¿Qué?
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Silencio.
Gera.— ¿Y usted… se disfrazó de millonario? (Ríe). ¡Chiste! Como para hacerlo reír
un poco, porque usted estaba recién medio que…
Almeida.— ¿Qué?
Gera.— ¿Estuvo llorando? Perdón que me meta ¿no?
Almeida.— ¿Eh?
Gera.— Es que lo vi con un pañuelo. Que se… Cuando cortó el teléfono. Yo estaba
ahí atrás y no quise interrumpir. Eso sí, no oí nada ¿eh? Nada de nada. Traté, para ver
si era algo privado. Pero no entendí casi nada. Sí algo de que estaba triste y desesperado
y que no sabía que iba a hacer con... Mal de amores. No, no, claro. Es algo privado.
Perdón. Soy un metido. Igual está muy bien llorar ¿eh? Sí, muy bien. Yo soy de llorar.
Bastante. Así como ve, le lloro que… uf. Por cualquier pavada. De la emoción, mucho.
Me gusta. Eso de ser sensible. Me gusta mucho. Perdón eh, qué manera de hablar yo.
No aprendo más.
Almeida.— Acercate.
Gera.— ¿Eh?
Almeida.— Vení. Acercate.
Gera se acerca.
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Entran los demás. Todos se saludan. Se van poniendo en actividad. Hablan entre sí. Almei-
da se aleja y habla con Nora. Gera intenta darle fin a la conversación.
Gera.— ¿Qué tengo que hacer? Digo, ¿qué tendría que hacer? Eh… ¿cómo se llama?
Yo soy Gerardo, pero me puede decir Gera. O Gerardo.
Oscuro.
Mery, Gera y Lucía dentro del cubo. Están disfrazados. Lucía de hada, Gera, como antes,
de forzudo de circo. Mery de princesa Barby. Los disfraces son muy feos. Validia en su lugar
al lado de Nora. Almeida observando como en la escena 1. Los otros ocupándose de los suyo.
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Claudio.— ¡Tiempo!
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Suena una chicharra. Dentro del cubo han quedado extenuados, confundidos. Han llorado
a mares. Validia está debilitada. Dice cosas a Nora. Nora trata de calmarla.
En el cubo hablan pero ya no se los oye. Fuera del cubo, breve silencio. Se miran entre ellos
tratando de evaluar el resultado del experimento.
Almeida, Jose y Nora salen por la pared del fondo. Dentro del cubo los conejillos tratan de
llamar la atención pero nadie parece hacerles caso.
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Isa suspira.
Isa (saliendo por el fondo).— Abriles. Yo voy a ver qué pasa allá.
Sale. Claudio abre el cubo. Mery, Gera y Lucía están en plena discusión.
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Mery.— Es ese cubo, esos espejos. Yo ayer había sentido algo. Pero hoy…
Gera (a Lucía).— ¿Tenés un teléfono vos?
Lucía.— Sí.
Gera.— Dame. Vamos a llamar a la policía.
Lucía.— Ah, pero no tengo crédito.
Claudio.— ¿Qué? No, no, no. ¿Qué policía? A ver. Lo que pasó… Es que… Están un
poco sugestionados. No es nada más que eso. Eso. Nada más.
Gera.— ¿Sugestionados?
Claudio.— ¿Desayunaron ustedes?
Lucía.— ¿Eh…?
Claudio.— Si desayunaron.
Lucía / Gera/ Mery.— No. / ¿Qué tiene que ver…? / No.
Claudio.— ¡Bueno, ahí está!
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Silencio. Desconcierto.
Breve silencio.
Claudio.— ¿Firmó?
Nora.— Quiere hacer una última prueba.
Claudio.— ¿No firmó? ¿Qué pasó?
Nora.— Es que hablando por hablar empezamos con que si eran actores…
Claudio.— ¿Quiénes?
Nora.— Los tarados estos; y empezó a sospechar; que si todo estaba preparado y…
¿Dónde fueron?
Claudio.— Ah, Isa los llevó a desayunar.
Nora.— ¿Desayunar?
Claudio.— Sí. Nora, algo raro está pasando.
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Claudio y Jose se quitan los zapatos y entran en el cubo. Nora empieza a cerrarlo. Claudio
protesta.
Pero Nora ha cerrado el cubo y ya no se lo oye. Lo vemos discutir con Jose (mudos).
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Validia asiente.
Nora.— Listos.
Isa.— Prueba número tres. Comenzamos… ahora.
Ana.— Lizzi arumse, sistera polita. Lo que traduce Nora se va produciendo den-
tro del cubo.
Nora.— El hombre tonto mira al hom-
bre alto.
Ana.— Lizzi arumse augura la razzia.
Alua arz.
Nora.— El hombre tonto se angustia y
dice algo. Claudio habla.
Ana.— La razzia renuxia la pareda.
Nora.— El hombre alto se pasa la mano
por el pelo. Jose se pasa la mano por el pelo.
Ana.— Lizzi arumse aspecta la razzia.
Nora.— El hombre tonto se acerca al
hombre alto. Claudio se acerca a Jose. Se sienta a su lado.
Ana.— La razzia, ka ratze, lizzi arumse
Nora.— El hombre alto… besa al hom- Jose besa a Claudio. Nora se desconcierta. Isa
bre tonto. también.
Ana.— Ka ratze asum.
Nora.— Lo sigue besando. El beso se prolonga.
Ana.— Ka ratze asum.
Nora.— Lo sigue besando.
Ana.— Ka ratze asum.
Nora.— Lo sigue besando. El beso se prolonga.
Ana.— Lizzi arumse distancia erijira
inzulza.
Nora.— El hombre tonto se separa y Claudio se separa de Jose y dice algo.
pregunta qué es lo que pasa.
Ana.— La razzia asheva rá.
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Nora.— Pero el hombre alto no sabe qué Jose se pone de pie. Está claramente descon-
responderle. certado.
Ana.— Lizzi arumse er la razzia augu-
rem.
Nora.— El hombre tonto y el hombre Claudio y Jose se miran.
alto se miran.
Ana.— Lizzi arumse er la razzia kzum
artata.
Nora.— El hombre tonto y el hombre
alto se entregan. Se entregan.
Ana.— Kzum artata.
Nora.— Se entregan.
Ana.— Kzum artata.
Nora.— Se entregan. Se entregan.
Ana.— Kzum artata.
Nora.— Se entregan.
Oscuro.
Luz. Foto. A medio vestir, Jose y Claudio saliendo del cubo. Los demás observan, atónitos.
Oscuro.
Luz. Foto. Almeida firmando unos papeles junto a Nora. Por encima del hombro de Almei-
da Nora mira a Isa.
Oscuro.
Luz. Foto. Jose solo viendo por donde salió Nora. Está angustiado.
Oscuro.
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Luz. Foto. Claudio solo, angustiado. Mirando por donde salió Jose.
Oscuro.
Segunda Parte
El lugar está vacío. Oscuridad. Entran Gera y Lucía. Gera chista. Espera una respuesta.
Nada. Se enciende una luz. Es el celular de Lucía. Van vestidos de negro y llevan mochilas.
Avanzan. Lucía se apoya contra algo y se enciende una luz del lugar. Gera se sobresalta.
Gera.— ¡Ah!
Lucía.— Fui yo. Perdón, fue sin querer. Es que me agarré de acá y…
Gera.— Bueno, apagá, che, que se van a dar cuenta de que entramos.
Lucía (apagando).— Si es por eso, ya se dieron cuenta.
Gera.— Y, sí…
Lucía.— ¿Prendo entonces?
Gera.— Bueno, sí, prendé, prendé.
Lucía vuelve a encender. La luz es tenue. Gera inspecciona. Le hace entender por señas a
Lucía que haga otro tanto.
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Gera.— Movámonos.
Se tratan de esconder. Hasta que oyen un chistido. Gera responde. Le vuelven a responder.
Una vez abajo Mery trata de recuperar el aliento. También va de negro y trae una enorme
mochila en sus espaldas. En sus manos trae algunos papeles y una caja de madera pequeña.
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de te metiste? Isa”. (Pone en limpio). “Nora: Nos fuimos con Almeida y Ana a la Bolsa.
¿Dónde te metiste? Isa”.
Lucía.— ¿Bolsa? ¿Qué bolsa?
Gera.— No sé, pero suena a algo en clave.
Mery.— A mí me parece que no está bien esto que estamos haciendo.
Gera.— Explicale.
Lucía.— ¿Qué cosa?
Gera.— Lo que te acabo de explicar.
Lucía.— Es que no estoy segura si estoy de acuerdo.
Mery.— ¿De qué hablan?
Lucía.— De que esto puede ser una oportunidad.
Mery.— ¿De qué?
Lucía.— Es la parte que no terminé de entender.
Gera.— Lo que yo creo es que al pituco lo están embaucando.
Lucía.— ¿“Embaucando”? ¿Qué es eso?
Gera.— Como que lo quieren estafar.
Lucía.— ¿Y por qué no decís estafar?
Gera.— Embaucar también se puede decir. Es lo mismo que estafar, que engañar,
que… No me salen más sinónimos ahora. Es como en Decisión Final.
Mery.— ¿Qué Decisión Final?
Gera.— La película.
Mery.— ¿La de los esquiadores?
Gera.— ¿Qué esquiadores? No. Esa es Misión Final. Decisión Final es una que hay
unos tipos que son de la realeza y todo transcurre en Europa pero igual es moderno.
Lucía.— ¡Ah, sí, yo la vi!
Mery.— Yo no.
Lucía.— Ah, no sabés, es divina. (A Gera). ¿Es la de la chica que tiene no sé qué pro-
blemas para hablar y se enamora de…?
Gera.— Sí, pero no es esa la parte que importa.
Lucía.— ¿Cómo que no? Si ella no se enamorara de Bradly no sospecharía de Pretty
Wild y no le revisaría el maletín.
Gera.— La parte que yo digo es la de los cocineros.
Lucía.— Ah, ¿y Dahlía no es cocinera?
Gera.— Ah, sí, eso es verdad. (A Mery). El asunto es así: hay un grupo de cocineros de
palacio que descubren un complot que hay para matar a la Infanta y robarse no sé qué
documentos. Y después el Delfín, a los tipos estos, en agradecimiento, los hace duques
o algo así. Y hasta unos diamantes les da…
Mery.— Pará pará pará un poco. ¿Por qué estamos hablando de esa… cómo es?
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Gera lo hace.
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Voz Ana.— …lo que va a pasar. Dios… Hace mucho, demasiado que perdí la capaci-
dad de sorprenderme. Y sin eso todo se me hace más y más difícil. No puedo dejar de
hacer. Pero sé lo que va a pasar y entonces no quiero hacer nada. Pero en ese momento
sé que voy a hacer algo. Lo predigo...
Voz Ana.— Sábado. Diez de la mañana. Conocí a una mujer; Nora se llama. Es dulce.
Quiere que conozca a unas personas. Dice que podemos hacer negocios juntos. Desde
hace tiem.
Vuelven a detener.
Toca el pad. Mientras oyen lo que sigue vemos a Claudio que se asoma por el fondo. No lo
notan.
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Voz Ana.— ¿Un don? ¿O una tara? Saber lo que va a pasar. Dios… Hace mucho,
demasiado que perdí la capacidad de sorprenderme. Y sin eso todo se me hace más y
más difícil. No puedo dejar de hacer. Pero sé lo que va a pasar y entonces no quiero
hacer nada. Pero en ese momento sé que voy a hacer algo. Lo predigo. Predigo que voy
a hacer algo. Y predigo que no voy a hacer nada para tratar de que no haya nada que
predecir. Y predigo que voy a mover esta mano. Y que ese pájaro se va a posar en esa
ventana. Y que se va a ir. Se fue. Mi vida es un infierno y nada tiene sentido.
//
Lunes. No sé qué hora es.
Mery (señalando la pantalla).— Mirá, esto es de ahora, de anteayer.
Voz Ana.— Creo que… creo que es él. Tiene la cara de mamá. Quizá ni siquiera sepa
que tiene una hermana. Es imposible. Es… imposible…
Voz Ana.— Empiezo a sospechar que es otra cosa. Como que lo que yo pienso es lo
que pasa. Corrijo. Lo que está adentro de mí es lo que termina pasando. Corrijo. Lo
que pasa es lo que debería pasar. Corrijo. Lo que pasa es lo que deseo que pase.
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Se oyen voces que vienen del fondo. Son Nora y Jose. Claudio se apresura a apagar la gra-
bación.
La apaga. Luego se esconde “detrás” del cubo. Se oye un helicóptero. Nora entra con una va-
lija a medio hacer. Nota el ruido del helicóptero. Jose la sigue. Están desesperados. Claudio
escucha todo escondido detrás de las paredes del cubo.
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Almeida.— ¡Caminen!
Isa y Ana entran empujados por Almeida que lleva un arma. Apunta a los que están abajo.
Empiezan a bajar las escaleras. Música. La escena continúa sin audio (supuestamente la
música está tapando las voces). Una vez abajo, Almeida, Isa y Ana, vemos al primero inte-
rrogar a punta de pistola a Ana, que niega con la cabeza; luego a Isa quien, tras una pausa,
mira a Jose y lo señala. Jose no entiende. Mira a Nora. Nora mira a Isa. Almeida se acerca
a Jose y lo encañona. Jose se pone de rodillas. No entiende qué quieren de él. Almeida carga
la pistola. Todos se sobresaltan. Claudio, escondido detrás del cubo pega un grito: “¡No, no!”.
Todos atienden. Almeida grita: “¡¿Quién anda ahí?!” Avanza hacia un costado del cubo.
Claudio da la vuelta por detrás del cubo encontrándose con todos. Almeida vuelve al frente.
Les apunta. Todos ya tienen los brazos en alto. Angustiado, Claudio también los alza.
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Oscuro.
Un momento más tarde. Ana, Isa, Carla, Claudio y Jose con las manos en alto. Almeida
sentado en una silla, con el arma.
Almeida se aleja un poco para hablar. Mientras, aún con las manos en alto, los de-
más se interpelan entre sí:
Almeida (al teléfono).— ¿Cómo?
Isa.— Nora…
¿Qué decís?
Nora.— ¿Qué hiciste? ¿Qué pasó? (A
Ay, no te oigo. Hablá más fuerte. Ana). ¡Ana! ¿Qué pasó?
Almeida (a los otros, que hablan entre ellos).— ¡Silencio! ¿No ven que estoy hablando
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por teléfono y no oigo nada? Eh… váyanse a… No, no. Ah, sí. Métanse ahí adentro.
(Señala el cubo). ¡Ahí adentro dije! ¡Vamos!
Todos.— Sí, sí. / Hay que sacarse los zapatos. / Lo que diga, lo que diga… / Va a estar
todo bien.
Todos se quitan los zapatos y se meten en el cubo. Almeida cierra la puerta. Sigue hablando
por teléfono, mientras dentro del cubo todos discuten “mudos”.
Almeida (al teléfono otra vez).— Ahí está. Mientras tanto dentro del cubo:
Ahora sí. No, es que… Ya está. Estoy Jose discute con Isa.
bien. No, no estoy bien. ¿Vos dónde es- Isa se le tira encima.
tás? Calmate y hablá claro que no te en- Claudio interviene.
tiendo nada. ¿Dónde? ¿Pero qué…? Pero Defiende a Jose.
no me jodás, justo ahora que yo… ¿Qué Le pega a Isa.
ministros? ¿Pero de qué presidencia me Nora interviene.
estás hablando? ¿Cómo que se…? ¿Pero La tiran al suelo.
está chequeado eso? ¿Ahora? ¿Pero quién Siguen discutiendo “a los gritos”.
lo está comunicando? ¿En qué canal? ¿En Isa trata de proteger a Nora. José hace otro
todos? Eh… A ver, esperá… tanto. Queda cada uno tironeando de un
brazo de la mujer.
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Almeida (al teléfono nuevamente).— Listo. Ahí prendo. Pero no llores, che. Ahí prendo
te estoy diciendo.
Sale por el fondo. Casi en simultáneo, por arriba, aparecen Gera, Lucía y Mery.
Gera asiente.
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Vuelven a amplificar. La discusión, ya comenzada dentro del cubo, vuelve a hacerse audi-
ble.
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así. Y de pronto empezaron a escucharse como unas sirenas, unas alarmas. Primero
pensé que se estaba incendiando el recinto, pero no. Era algo que venía de afuera.
Ruidos, gritos, corridas por los corredores laterales… Cuando apareció la policía y tiró
los gases recién ahí dejé de traducir. Era como si yo también hubiese estado en una
especie de trance…
Claudio.— Pará, ¿qué decís? ¿Cómo la policía?
Isa.— Sí. No sé. Algunos decían que se declaró el estado de sitio.
Todos se miran.
Jose.— Y vos creés que todo eso… tiene que ver con… No, es imposible. (Ríe, incré-
dulo). ¿Cómo podés relacionar todo eso con…?
Pero no sabe cómo continuar. Todos miran a Ana. Ana se hace la desentendida.
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Mery.— Mucho no se entiende, pero parece que estos le hicieron perder un montón
de plata al pituco. Y el gordito dice que…
Lucía.— ¿Qué gordito? Ah, sí.
Mery (señala a Claudio).— Él dice que la mujer mayor ya no tiene no sé qué poderes
que tenía.
Lucía.— ¿Poderes? ¿Qué poderes?
Mery.— Eso tampoco se entiende muy bien.
Gera.— Como que lo que ella quiere termina pasando.
Mery.— Dijeron algo del deseo más bien.
Gera.— Es lo mismo.
Mery.— No, no es lo mismo. Lo que querés es lo que sabés que querés. Y lo que deseás
es lo que no sabés que querés pero lo querés sin que te des cuenta. Lo leí en una revista.
(A Lucía). La cosa es que parece que todo es un desastre.
Lucía.— ¿Qué todo?
Mery.— Todo. Se declaró una cosa… (A Gera). ¿Cómo era…?
Gera.— El estado de sitio.
Lucía.— ¿Y qué es eso?
Mery.— Una película.
Lucía.— ¿Cómo una película?
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Se distancia de él.
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Mery.— ¿Qué?
Gera.— Las mismas palabras.
Mery.— ¿Qué mismas palabras?
Lucía.— Cuando Dahlía rechaza a Bradley. Le dice así: “No. No puedo. No puedo.
De verdad. No puedo”.
Gera.— Sí, y ahí justo es cuando la Infanta se suicida.
Se oye un disparo proveniente del fondo. Mery, Lucía y Gera se quedan en sus lugares,
atónitos. Dentro del cubo nadie oyó nada. Unos segundos más tarde aparece Almeida con
una herida sangrante en la cabeza y la pistola en la mano. Después de dar un par de pasos
tambaleantes, se desploma en el suelo.
Oscuro.
Luz. Foto. Lucía cerca del cuerpo de Almeida, mira a Gera. Mery está por abrir la puerta
del cubo.
Oscuro.
Luz. Foto. Mery termina de abrir la puerta del cubo. Los del cubo están empezando a
salir. Lucía tironea de Gera intentado convencerlo de irse.
Oscuro.
Luz. Foto. Jose, Isa, Claudio, Ana y Nora descubren el cuerpo de Almeida. Gera está
ahora junto a él, con el arma en la mano. Mery y Lucía, una al lado de la otra, detrás
de Gera.
Oscuro.
Luz. Foto. Jose, Claudio e Isa acercándose a Gera para que les entregue el arma. Lucía
y Mery hacia el fondo. Nora y Ana a un costado.
Oscuro.
Luz. Foto. Jose, Claudio e Isa más cerca de Gera que se resiste a entregar el arma.
Oscuro.
Luz. Foto. Gera subiéndose a una silla y empezando a cargar el arma. Los demás están entre
alarmados y sorprendidos.
Oscuro.
Luz. Foto. Gera de pie sobre la silla. El arma empuñada en lo alto. Mery y Lucía lo flan-
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quean, como sicarios obedientes. Todos los demás cuerpo a tierra, con las manos en la nuca.
Oscuro.
Luz. Foto. Jose, Claudio e Isa, sin camisa. Gera los castiga con una especie de fusta. Nora
sufre a un costado. Mery y Lucía vigilan. Ana y Almeida no están.
Oscuro.
Tercera Parte
El desastre me parecía tan arbitrario como los golpes y patadas de un loco enorme y
musculoso.
Patrick Leigh Fermor, Los violines de Saint-Jacques
Mery (mirando hacia arriba).— Esos aviones… (Acomodan la camilla en alguna parte).
Acá.
Lucía (apareciendo).— ¡No, no, no! ¿Por qué lo traés?
Mery.— Atrás se cortó otra vez una de las fases.
Lucía.— Acá no puede estar.
Mery.— Y está lleno de moscas, además. (A Ana). Ahí está bien. Gracias. (Ana se aleja,
sumisa).
Lucía (por la herida de Almeida).— Ay, pobre, cómo tiene eso; es un asco. ¿Vos decís
que se puede llegar a morir?
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Javier Daulte Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Mery.— Se despertó hace un rato. Le tuve que explicar todo otra vez. Lo que le había
contado antes cree que fue un sueño. Y otra vez se quedó dormido.
Lucía ha abierto el cubo. Dentro oímos las voces suplicantes de los varones. Les da agua.
Trata de cerrar, pero no puede.
Lucía.— Mery, ayudame, que esto está cada vez más duro.
Mery la ayuda a cerrar el cubo. Los hombres otra vez se silencian. Lucía mira el cubo
escorzado.
Lucía.— Yo no sé para qué corrimos esto al final. Quedó todo torcido. ¿Gerardo?
Mery.— Salió temprano a ver si conseguía algo de comida y algún antibiótico.
Lucía.— Ese se va a cada rato y me deja sola. Y encima la lleva a la otra.
Mery.— ¿Estás celosa?
Lucía.— ¿De la flaquita? ¡No! ¿Qué voy a estar celosa?
Mery.— Lucía…
Lucía.— ¿Qué pasa?
Mery.— Que… podrías tratarlos un poco mejor.
Lucía.— ¿A quiénes? ¿A ellos? Yo los trato bien. Y además, ¿ellos nos trataron bien a
nosotros? ¿No te acordás que nos pagaban una miseria y cómo nos trataban?
Mery.— Ahora todo cambió.
Lucía.— Sí. Justamente. Ahora todo cambió. (A Ana que está asomada por el fondo
desde hace un momento). ¿Qué pasa, qué mirás?
Ana.— Ya está casi listo.
Lucía.— ¿Ya? Más vale que me quede bien ¿eh? (Saliendo, a Mery). No te enojás ¿no?
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Clarividentes (24-89)
Mery.— ¿Por?
Lucía.— Que lo voy a usar yo.
Mery.— No. Si no era mío igual. Supongo que ahora no es de nadie. O de todos.
Lucía.— Ah, sí, de todos. Eso de “todos” me cuesta entenderlo un poco.
Mery.— “Todos” es… “todos”.
Lucía.— Pero todos vendríamos a ser… nosotros ¿no? Bueno, después me decís bien.
Ya vengo.
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el gobierno cayó o negoció no se sabe qué y aparentemente hay una coalición provi-
soria con otros países. Ahora si me pregunta cuáles, ni idea, porque ya le digo, no se
sabe nada ¿eh? Gera es el que sale y nos cuenta lo que se dice por ahí, y enseguida llega
una noticia que contradice la anterior, así que ya no sabemos qué pensar. Lo que sí,
hay soldados por todas partes y el toque de queda es muy estricto. Salir es de mucha
exposición porque se llevan en camiones blindados a cualquiera por cualquier motivo.
Aunque quedarse también es arriesgado, así que…
Almeida.— ¿Cómo llegué acá?
Mery.— Bueno, usted… No sé bien bien, pero creo que usted quería salvarse de algo
y ellos lo quisieron… embaucar.
Almeida (viendo a los hombres dentro del cubo).— ¿Ellos? ¿Qué les pasó?
Mery.— Es que… No se ponían de acuerdo con Gerardo y… Mire, no es fácil ¿eh? No
es nada fácil. Estamos tratando de organizarnos lo mejor que podemos. No se consigue
comida y…
Irrumpe Gera por arriba. Trae a Nora que viste lencería y está grotescamente maquillada.
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Javier Daulte Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Pero de pronto se detiene y presta atención. Advierte una voz que canta, proveniente del
fondo.
Gera.— ¿Y eso?
Mery.— Eh… Ah. Lucía.
Gera.— Ah, yo no sabía que… (Feliz). Esto es fabuloso.
En ese momento entra Lucía vestida de princesa. Ana, Mery y sobre todo Gera están im-
presionados. Gera se adelanta para recibirla y la lleva hasta su lugar en la mesa preparada
por Ana para comer. Nora y Mery también se acomodan. En muda escena, entendemos que
Gera les explica lo que está planeando.
Oscuro.
Un poco más tarde. Están terminando de comer (se trata de algunas latas de conserva). La
camilla ha servido de mesa. Están allí Mery, Lucía y Nora. Ana está levantando “los platos”.
Gera está con la laptop y los auriculares puestos. Les habla por el micrófono a los del cubo.
Entretanto, Mery y Lucía cuchichean entre ellas.
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Dentro del cubo, Jose, Claudio e Isa hacen fonomímica de las voces que han quedado gra-
badas en la primera parte de Mery, Gera y Lucía. Oímos “amplificada” aquella grabación.
Mery y Lucía reconocen sus propias voces y eso parece divertirlas. Pero los varones van algo
desincronizados. Gera detiene todo con un grito.
Vuelve a poner la grabación. Ahora los varones ejecutan la fonomímica de manera exacta.
Gera le hace una seña a Lucía que empieza a cantar una melodía. A Nora le indica con un
gesto que baile. Nora lo hace de pie sobre una silla. Mery observa todo sorprendida.
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Javier Daulte Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Mery le da a Gera con las sobras del “almuerzo”. Gera abre el cubo.
Gera (entrando al cubo, a las mujeres, por Mery).— A ver si me la hacen una linda
muñequita a Mery, así como que no es de verdad. (A los varones dentro del cubo). Muy
bien, ¿eh? Muy bien muy bien muy bien.
Se sienta en la silla y les acaricia la cabeza como si fueran perros. Les da pedazos de comida
que los hombres devoran.
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Clarividentes (24-89)
Gera (por Jose, riendo).— ¿Y a este qué le pasa? ¿Tenés algo en el ojo? Ah, cierto que fui
yo. Bueno, ya se va a ir curando eso…
Les sigue hablando y dando de a poco sobras, mientras fuera del cubo a Lucía se le ha ocu-
rrido una idea.
Lucía.— Ay, ya sé. Se me ocurrió una cosa. Vamos. (A Nora). Vos tenés la pupa ¿no?
(Nora asiente). Vamos, vamos.
Salen Lucía, Mery y Nora. Dentro del cubo, sin que Gera se dé cuenta, Isa cierra la puerta.
Silencio absoluto. Ana avanza desde el fondo. Está muy movilizada por la escena que acaba
de ver. Se acerca a Almeida que ha estado observando todo y comiendo en un rincón.
Almeida la mira extrañado. Gera les da de comer las sobras a los varones.
Almeida.— ¿Eh?
Ana se conmociona. Gera les habla a los varones y les indica que
quiere volver a ensayar el “número”.
Almeida.— ¿Cómo sabés mi nombre?
¿Vos no eras la que…? Los coloca en las posiciones iniciales.
Ana.— Yo lo había sospechado en cuanto Los hombres ejecutan las primeras líneas del
te vi. Yo… Perdón. texto. Cuando llegan al momento de “vos
Almeida.— No sé de qué estás hablando. llegás a irte de esta casa y…” los interrumpe
Ana.— Yo no entendía, no entendía y vuelve al comienzo.
nada. Me parecía imposible, un milagro, Vuelven a hacerlo, una y otra vez.
una casualidad absurda. Pero después me
empezó a pasar esto… tan… tan extraño.
(Lo mira). Yo te traje. Yo hice que vinieras.
Almeida.— ¿Qué decís?
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Clarividentes (24-89)
Almeida.— ¡Yo no vivo en una fábula! (Avanza hacia donde salieron las mujeres). ¡Yo
no vivo en una fábula!
Almeida, impotente, no sabe qué hacer. Sale, buscando una salida. Mientras, oímos una
discusión entre Mery y Lucía que viene del fondo.
Mery está disfrazada de muñeca. El maquillaje que lleva es exagerado. Viste una pollera
con amplios volados. Lucía la sigue. No ven a Gerardo dentro del cubo. Los cuerpos de Jose,
Claudio e Isa lo ocultan.
Pero Mery cree haber descubierto a Gera dentro del cubo, entre los cuerpos de los otros.
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Lucía.— ¿Gera…?
Lucía.— Está cerrada. ¿Quién cerró? (Trata de abrir). No se abre. (A Mery). Ayudame.
(Mery también lo intenta). Te dije que estaba dura. Había que ponerle el producto.
Mery.— ¿Yo tenía que ponerle el producto?
Lucía.— ¿Qué le hicieron? ¿Lo lastimaron? ¿Está muerto? ¿Qué le pasa? ¿qué tiene?
Mery.— Por el micrófono. (Va hasta la laptop y conecta).
Lucía (a Ana y Nora).— ¿Por qué nos hacen esto? ¿Qué les hicimos nosotros? ¿Por qué
nos hacen esto?
Mery (por el micrófono).— Hola… hola… hola… (Dentro del cubo parecen oírla).
Eh… ¿Me oyen? ¿Qué… pasó? ¿Qué están haciendo?
Dentro del cubo, Claudio enarbola el arma con la que entrara Gera. Afuera todos se alar-
man.
Mery (por el micrófono).— Eh… esperá. Esperá. (Vacila). Eh… (A Nora y Ana). ¿Cómo
se llama?
Ana.— ¿Qué?
Mery (por Claudio).— Él, ¿cómo se llama?
Ana.— Claudio.
Mery (por el micrófono).— Claudio, Claudio… Tranquilo. (Dentro del cubo Claudio le
habla. No lo oímos). Sí, sí… (Claudio sigue hablando). Sí, sí… (Claudio sigue hablando).
Sí, sí… Está bien, está bien.
Lucía.— ¿Qué dice?
Mery.— Muchas cosas. Y que le abramos. (Al micrófono). Vamos a tratar de abrirles. Es
que la puerta… (Claudio habla). Les vamos a abrir, les vamos a abrir. Pero antes tenés
que dejar el arma… (Pero Claudio toma a Gera del pelo y le apoya el cañón del arma en
la sien. Las mujeres se espantan). ¡No! (Le hace un gesto a Almeida para que vaya a abrir).
¡Ya abrimos! ¡Ya abrimos!
Almeida logra abrir el cubo. Los hombres lo advierten. La maraña humana se desarma.
Gera está herido. Claudio sigue sosteniendo el arma. Van saliendo Jose, Claudio e Isa.
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Claudio, vencido, cae de rodillas y deja caer el arma en el suelo. Ruidos de afuera. Como
un ejército marchando. Una sirena. Todos atienden inquietos. Lucía corre dentro del cubo
y abraza a Gera. Lo ayuda a salir de ahí. Nadie sabe qué hacer. Los perturbadores sonidos
del exterior siguen oyéndose.
Pero efectivamente, nadie sabe qué responderle. Todos están tan desconcertados y asustados
como ella.
Lucía duda. Mira a los demás. Gera, aún débil como está, le dice algo al oído a Lucía.
Mery.— Por favor… Ustedes me habían contado hasta que Dahlía renuncia al amor
de Bradley y la Infanta se suicida. (Lucía vacila). Que ella decía (por Nora) “no puedo
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Javier Daulte Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Lucía.— Después de eso Dahlía y Pretty Wild se van a vivir juntos. Pero al poco
tiempo él se da cuenta de que ella sigue amando a Bradley. Una noche, sale furioso de
la casa… (Mira a Claudio. Todos los miran) y se va al palacio con intención de matar
a Bradley. (Mira a Jose. Todos los miran. Luego Lucía mira a Nora). Dahlía tiene un
mal presentimiento y decide seguirlo sin que él se dé cuenta. Por otro lado, nadie en
el pueblo cree que lo de la Infanta haya sido un suicidio… (mira a Almeida; todos lo
miran), y como todos la querían porque siempre estaba triste, se organizó una revuelta
para derrocar al Delfín (se oye, lejano, el sonido de una muchedumbre, todos miran hacia
arriba y los costados), de quien sospechaban que había mandado matar a la Infanta para
tener control total de la corte. (Vuelve a mirar a Claudio). Entretanto, Pretty Wild llega
al palacio buscando a Bradley. (Mira a Jose). Lo encuentra al lado del fogón, envuelto
en lágrimas, mirando una fotografía de Dahlía. Al verlo así, Pretty Wild vacila y sin
querer pisa unos granos de arroz que había en el suelo y se delata. (Claudio hace un
ruido involuntario). Bradley gira la cabeza y lo ve. (Jose gira la cabeza y mira a Claudio).
Es entonces, cuando se ven cara a cara, que Pretty Wild comprende todo. Comprende
que él fue nada más que un comodín, un muñeco del amor prohibido entre Bradley y
Dahlía. (Mira a Nora). Dahlía, que se ha deslizado hasta el lugar por una puerta secreta
que solo ella y Bradley conocen, observa la escena, escondida entre los enormes sacos
de harina que se almacenan para hacer pan. (Mira a Jose y a Claudio alternativamente).
¿Vas a matarme? pregunta Bradley. A eso vine, le responde Pretty Wild. Pero ahora sé
que sería inútil. Aunque te matara ella no dejaría de amarte. ¿Qué vas a hacer entonces?
le pregunta, Bradley. Pretty Wild aprieta en su puño el arma que había traído para ase-
sinar a su rival… (Claudio mira en su puño el arma que lleva) y dice: ahora… hay que
romper el hechizo… ahora es el momento de tomar la decisión final. (Se oyen aviones
que pasan. Una muchedumbre. Todos miran hacia arriba). Mientras tanto, afuera se ve
al pueblo ingresando despavorido al palacio por las ventanas que han roto a piedrazos.
(Vuelve a Mirar a Claudio y a Jose). ¿Cuál es la decisión final? pregunta Bradley. En ese
momento Pretty Wild, levanta el arma y se vuelve hacia los sacos de harina. ¿Quién
anda ahí? pregunta. (Lucía mira a Nora. Todos lo hacen). Dahlía, envuelta en una nube
blanca de harina, sale de su escondite. Al verla, ambos hombres se estremecen. Es
imposible no pensar, así como se la ve, que no se trata de un fantasma. (Lucía mira a
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Clarividentes (24-89)
Almeida. Todos lo miran). ¿Quién sos? pregunta Pretty Wild, apuntándole con su arma.
(Lucía mira a Ana. Todos la miran). Soy yo. (Isa y Nora se miran; Ana y Almeida se miran;
Jose y Claudio se miran). ¿Quién? (Lucía mira a Gera en su regazo). Dame el arma, Pre-
tty, le ruega la mujer. Por favor, tenemos que irnos; por favor. Entonces, Pretty Wild,
con el rostro descompuesto por el llanto, mira a Bradley y Dahlía… levanta el arma…
y finalmente…
El intenso sonido de un avión que pareciera volar a muy baja altura hace que Lucía se
interrumpa. Un segundo después se corta la luz. Alguno grita, asustado. Todos se alarman.
En la oscuridad absoluta oímos las angustiadas voces de todos que se superponen.
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Javier Daulte Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Vuelve la luz.
Los ruidos los están acorralando. Pareciera que sea lo que sea lo que los amenaza está por
entrar por cualquier lugar.
Vuelve a hacerse oscuridad.
Mery.— ¡Lucía!
Lucía.— ¿Qué?
Mery.— ¿Qué más?
Lucía.— ¿“Qué más”?
Mery.— ¿Cómo termina?
Lucía.— Tenemos que irnos.
Mery.— ¿Pero adónde? ¿Adónde vamos a irnos? (Más ruidos). ¿Cuál es la decisión
final? ¡Lucía!
Vuelve la luz.
Todos están en otras posiciones. Prestan atención a Mery.
Mery mira a todos.
Mery.— ¿Qué hace Pretty Wild con el arma? ¿La mata a Dahlía? ¿O a Bradley? ¿Cómo
termina? ¡¿Cómo termina?! ¿Rompe el hechizo? Es eso ¿no? ¿Rompe el hechizo? ¿Y
quién sería Dahlía? (Por Nora). ¿Ella? ¿Vos? (Por Jose). ¿Él? (Vacila). ¿Y Bradley? (Por
Isa). ¿Él? ¿Cómo es, Lucía? ¡¿Cómo es?! ¿Y la Infanta? ¿Quién sería la Infanta? ¿Y quién
sería yo? ¿Quién soy yo, Lucía? ¿Quién soy yo?
Todos.— No, ¿qué vas a hacer? / Claudio, no. / No, por favor… / Claudio, dejá eso…
Pero finalmente todos comprenden que Claudio apunta al cubo, y hacen silencio. Claudio
dispara y el cubo estalla en miles de pedazos.
Mientras eso ocurre interminablemente, Lucía protege con su cuerpo a Gera, Nora a Isa,
Claudio a Jose, y Ana a Almeida.
Mery se protege a sí misma.
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Café irlandés de Eva Halac...(90-93)
*
Doctora en Historia y Teoría de las Artes, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
Becaria posdoctoral del CONICET en el Instituto de Artes del Espectáculo (UBA). Correo electrónico:
jimenacecilia83@gmail.com.
Gramma, XXVIII, 58 (2017), pp. 90-93.
© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales. Área de Letras del Instituto
de Investigaciones de Filosofía y Letras. ISSN 1850-0161.
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Jimena Cecilia Trombetta Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Evita, novela en la que retomaba su relación con Walsh, su cuento y el misterio del ca-
dáver. En la novela de Tomás Eloy Martínez, se barajaba la posibilidad de que el cuerpo
de Eva primero hubiese sido exiliado, apenas entrado el golpe, hacia la Embajada de
Argentina en Bonn, como consecuencia del enloquecimiento de Moori Koenig y las
profanaciones sobre el cadáver.
Todo este preludio fue dicho en función de comprender el argumento planteado
por Café irlandés, obra escrita y dirigida por Eva Halac, que se publica en esta edición y
fue estrenada en el Centro Cultural General San Martín y luego llevada a escena en el
Teatro La Comedia durante el 2014. Rodolfo Walsh (Guillermo Pfening, luego encar-
nado por Nicolás Dominici) y Tomás Eloy Martínez (Michel Noher, luego encarnado
por Federico Lama) comienzan una relación de amistad y se encuentran en un bar, en
el que comparten sus dudas sobre el cadáver de Eva Perón, y emprenden una investi-
gación periodística con la intención de venderla a Paris Match. Todo transcurre en la
clandestinidad, bares, un viejo cine, y la casa en Callao y Santa Fe del Coronel Moori
Koenig (Guillermo Aragonés). El clima de tensión política se ancla en los escritos de
Walsh y en las bombas y atentados hacia quien, supuestamente, había estado a cargo
del cuerpo de Eva Perón. A esa trama se le suma la gradual locura y el alcoholismo
del coronel “El alemán” y su mujer (María Ucedo), quien representa a Evita para su
esposo.
Más allá de que el texto de Eva Halac no posea el deseo de delimitar en sus didas-
calias precisiones escenográficas, más que las marcas de donde se encuentran espacial-
mente los personajes, la puesta en escena contaba con una pantalla que oficiaba de
ventana. Aquella representaba la vista del departamento de Moori Koenig; daba cuenta
de las bombas caseras que se ponían en la puerta de la casa del alemán; y oficiaba de
pantalla de cine en la que se pasaba la escena del juego de ajedrez de la obra de Ingmar
Bergman El séptimo sello (1956). A su vez, yendo hacia el proscenio, se encontraban
tres espacios diferentes: el estudio de Rodolfo Walsh, el bar y el cine. Las butacas,
mediante metonimia, simulaban las teclas de una metafórica máquina de escribir. El
escenario emulaba el rodillo. Y la pantalla funcionaba como el papel. La composición
escenográfica a cargo de Micaela Sleigh brindaba un férreo espacio que afianzaba la
idea de la líminalidad entre la ficción y la realidad histórica.
A esto se le agrega lo mortuorio. La pérdida, la muerte, se filtra por todos los espa-
cios y los personajes de la obra. En el límite entre la historia y la ficción, sabemos que
los personajes que conforman la obra no están vivos en el presente en que la estamos
viendo. Asimismo, la obra se ocupa de develar el misterio del paradero del cadáver
embalsamado de Evita, y adopta una nueva representación de la muerte: hacia el final
de la obra será la esposa del Coronel la que la represente.
Así, aquí los futuros muertos hablan, pero no lo hacen contando la verdad, sino
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Café irlandés de Eva Halac...(90-93)
dando cuenta de la delicada línea entre la realidad y el mito. Mientras Moori Koenig
miente negando información, el personaje de Tomás Eloy Martínez instala nuevos
mitos que luego serán volcados en su novela tanto como las sospechas de Rodolfo
Walsh, que no logra extraer de su entrevista mayor información sobre el paradero del
cuerpo. Como decimos, la muerte en la obra se filtra por todos lados, también retoma
la vida de los personajes a partir de muertes previas, tanto es así que la clandestinidad
de Rodolfo Walsh se debe a su tarea de haber escrito Operación masacre; novela que
narraba el hecho ocurrido el 9 de junio de 1956 y que lo había impulsado a dejar su
trabajo y cambiar su identidad. Como bien se sabe, en la masacre en el basural de José
León Suárez, uno de los detenidos, Juan Carlos Livraga, había quedado vivo, noticia
de la que se enteró Walsh casualmente mientras jugaba al ajedrez. Walsh es visto en
la puesta justamente con la mente de un ajedrecista. Eva Halac observaba esa idea
planteando que
Hay algo de Walsh donde se ve que él sabía, adelantaba la jugada como todo
buen ajedrecista e igual decide jugar. Por eso yo creo que hay algo misterioso en
esa historia y que también hay un llamado en el orden de lo místico que la razón
lo revela como imposible (Gomez Diez, 2014).
Y agrega cómo, a pesar de haber prevenido a los Montoneros del peligro de la leja-
nía entre las vanguardias y el pueblo, decide tomar las armas.
En este punto vemos cómo la obra hace alusiones directas o indirectas a los hechos
históricos, pero los convierte en elementos poéticos: el film de Bergman no es más que
una muestra de ello, y las constantes referencias a la novela de Tomás Eloy Martínez
también lo serían. Además, la cercanía personal del padre de Eva Halac, Ricardo Halac,
con Tomás Eloy Martínez incorporaba a la obra un elemento de afectividad por el cual
comienza a escribir Eva, tanto es así que declaraba, para una nota publicada en Página
12, cómo ella le había comentado a los hijos de Martínez que iba a hacer lo mismo que
su padre había hecho con su novela Santa Evita: “Tomás Eloy decía que la novela era
una licencia para mentir, así que algo similar ocurre con esta historia”.
Cuestionar la historia frente a la posibilidad poética de convertirla en imaginería
teatral es proponer una mirada múltiple. En el caso de Café irlandés descansa en la idea
que cada uno de los personajes tiene sobre Eva Perón. Por esto Tomás Eloy Martínez
podía tener opiniones “políticamente incorrectas” dentro de sus parlamentos, podía
hablar de la finada para referirse a Evita, y se permitía quitarla del lugar de determina-
dos mitos, justamente jugando a crear otros. Por ejemplo, el cadáver se encuentra en
un contendor detrás del telón del cine Rialto.
Entonces, proponer la historia como material poético también habla de la ilusión,
de la posibilidad de la revolución. Ilusión anclada en el período de la Guerra Fría y que
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Jimena Cecilia Trombetta Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
se nutría de diversas figuras para sostenerse como real. Así señalaba Halac que
el deber ser de esa época, arrojarse a esas imágenes fue conmovedor, porque hoy
no existe eso sobre qué hacer, sobre como deberíamos vivir [y agrega] Evita era
una actriz, era muy joven y tuvo circunstancias muy difíciles y no sé qué recur-
sos tuvo para poder resolver. Resolvió sobre la marcha y se convirtió, si querés
también como Walsh, en un personaje que termina representado. Hay algo del
amor y de la vanidad y todo eso es lo que hacen a un ser humano y es lo que
la enriquece. Además hay que tomar distancia del mito, que en ese momento
fue un sueño colectivo. La princesa, la reina de los pobres, hay algo de todo eso
que no era una realidad, era un sueño, una emoción del pueblo y que como
emoción existió… (en Gomes Diez, 2014)
Por último, podríamos decir que esta obra que habla de la acumulación de muer-
tos en Argentina, y tangencialmente de la ficción sobre el periplo del cadáver de Eva
Perón, es productiva dentro del sistema teatral, en tanto que encontramos otras pues-
tas que retoman la curiosidad de llevar a escena a Eva Perón después de muerta o la
necesidad de volverla a la vida. En este punto pensamos, entre muchas otras, en obras
como la Diego Faturos Vos me decís que esto no es morir (2013), o Puro papel pintado,
de Francisco Lumermann (2011), ambas producidas en el período de 2010 a 2014.
Referencias Bibliográficas
Gomes Diez, C. (2014, febrero 14). Es una obra de teatro, no pretende ser un docu-
mental. Eva Halac habla de Café irlandés, su nueva puesta teatral. Página/12.
Recuperada el 14 de febrero, 2014, de https://www.pagina12.com.ar/diario/
suplementos/espectaculos/10-31339-2014-02-14.html
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Café Irlandés (94-127)
Café Irlandés
Eva Halac*
Personajes
Rodolfo Walsh
Tomás Eloy Martínez
El Coronel
La esposa del Coronel
Escena 0
Se oye el estruendo de una bomba. Al abrir la luz, vemos al Coronel en penumbras, de
uniforme, apoyado en una pared de su departamento, mirando hacia el ventanal del
living, un décimo piso a la calle en Callao y Santa Fe. Tiene a su alrededor los destrozos
de la bomba: vidrios rotos, muebles caídos, quemaduras en la pared.
Entra su esposa, viene de la calle, se quita el abrigo, apoya la cartera, sigue su ca-
mino hacia el cuarto, sin saludarlo. El Coronel se sirve un whisky, con la dificultad de
tomar la botella y un vaso de un aparador repleto de escombros.
Escena 1
Un bar de Buenos Aires, comienzos de 1961. En una mesa, con café, dos periodistas. Son
Tomás Eloy Martínez y Rodolfo Walsh. Son jóvenes, de aproximadamente 30 años.
Eloy (Leyendo papeles mecanografiados).—. “La película empieza con Boris Mitrov,
quien deja de ser un espía soviético cuando se entera que asesinaron a su hermano, y se
pone al servicio de los Estados Unidos. En Berlín, se gana la confianza de los agentes
del Kremlin…” o de la KGB…
*
Directora de teatro, dramaturga y titiritera. Correos electrónicos: evahalacteatro@yahoo.com.ar y
evaghalac@gmail.com.
Gramma, XXVIII, 58 (2017), pp. 94-127
© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales. Área de Letras del Instituto
de Investigaciones de Filosofía y Letras. ISSN 1850-0161.
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Eva Halac Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Walsh.— KGB.
Eloy.— “KGB, quienes le proponen dirigir todo el espionaje comunista desde Moscú.
En un concierto de clichés, Boris se entera de las preparaciones a las que son sometidos
los jóvenes soviéticos para pasar por americanos auténticos, y con riesgo grave de su
vida, transmite sus informes a la CIA”.
Walsh.— ¿Cómo se llama la película?
Eloy.— Secretos de contraespionaje… Es de Hollywood. ¿Sigo?
Walsh.— ¿Falta mucho?
Eloy.— Sigo: “La intención de la película es prevenir al mundo occidental sobre los
riesgos del comunismo. Pero cuando Boris llega a Moscú es el colmo de la felicidad.
Parece un folleto turístico. La gente hace cola para visitar la tumba de Lenin y Stalin
en la Plaza Roja, mientras un relator aclara que la Plaza Roja es para los rusos lo que la
Meca para los mahometanos”.
Walsh.— ¿Qué relator? ¿Es un documental?
Eloy.— No, esperá, ya termina: “Las confusiones ideológicas están agravadas por la
composición equivocada del actor protagónico y por la ineficacia de sus resortes na-
rrativos…”.
Walsh.— Ya me dieron ganas de verla. Sobre todo si leo eso en La Nación.
Eloy.— “El film todo puede ser ilustrativo, si se quiere, pero cabe sospechar que hubo
infiltraciones comunistas en el equipo que lo realizó”. (Pausa). ¿Y?
Walsh.— El chiste del final. Vos lo ponés como un chiste pero debe ser cierto.
Eloy.— Lo pongo como un chiste, porque… es una forma de cerrar la crítica, un sello
personal. Si hubo infiltrados comunistas en el rodaje, te aseguro que no me desvela.
(Mira la mesa) ¿Te comiste todas las medialunas? ¡Mozo!
Walsh.— Oíme. Me pasaron un dato.
Eloy.— Sobre qué.
Walsh.— Qué va a ser.
Eloy.— ¿Qué escuchaste?
Walsh.— Que el cadáver está en un contenedor detrás del telón del cine Rialto.
Eloy sonríe, pausa.
Walsh.— ¿Qué? … Podemos ir. No es lejos de acá. Córdoba derecho…
Eloy.— Es mentira. Lo siento, pero es mentira.
Walsh.— ¿Por qué?… ¡Lo inventaste vos!
Eloy.— Lo solté en un bar de mala muerte, para ver qué pasaba. Y picaron. Igualito.
El telón, el cine Rialto…
Walsh.— ¿Cómo hacés una cosa así y no me avisás?
Eloy.— Era inevitable. Vos investigás, preguntás, dónde, dónde… la vuelta entera
terminaba en vos.
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Café Irlandés (94-127)
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Eva Halac Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Escena 2
El Coronel y su esposa.
Sentado en una semipenumbra está el Coronel, agotado de discutir y de pensar. La esposa
junta ropa y cosas.
Esposa.— A lo de mi madre, adónde voy a ir. La nena no puede volver acá. Paso por
el sanatorio, mi madre y la nena suben al coche y nos vamos. Yo te diría que pidas un
coche más. Después de lo que pasó, no te lo pueden negar. Así yo tengo allá para ir y
venir. No vamos a cambiar de escuela ahora. Después quizá busquemos en Temperley.
Este es el recibo de la tintorería. Se lo das a Gladys: que retire dos tapados. Bueno, lo
dejo acá, arriba de la mesa. Yo voy a venir una vez por semana, siempre que tenga el
coche, claro. Al chofer le conviene, es de Banfied, me dijo. ¿Vos sabías? Años con el
mismo chofer y no sabés si tiene familia, dónde vive, si hablaras con la gente… con vos
en el auto nunca me dirigía la palabra. Ayer que me tuvo que llevar, pobre, estaba tan
angustiado… se sentía mal porque decía que estuvo todo el día estacionado en frente
y nunca vio nada, y cuando escuchó el estruendo, Ramón pensó que estábamos todos
muertos.
Coronel.— ¿Quién es Ramón?
Esposa.— Tu chofer, ¿de quién te estoy hablando?
Coronel.— Andá a saber si se llama así. Andá a saber si no fue él quien puso la bomba.
Esposa.— ¿Ramón?
Coronel.— El de chofer es un puesto estratégico. Históricamente. Cualquier coman-
do le puede haber asignado la tarea, por qué te crees que yo no le hablaba, es un chofer,
está todo el día en frente mirando entradas y salidas. Debe tener como diez hijos y la
foto de Eva Perón pegada en la pared de la cocina. Y vos andá a saber qué le contaste.
Esposa.— No sé… Ramón parecía, no parecía…
Coronel.— Ramón. Puede ser un nombre de guerra. ¿Te hizo preguntas?
Esposa.—…No… conversamos… como hace la gente.
Coronel.— ¿Te preguntó por la magnitud de destrozo de la bomba, si te ibas a vivir
con tu madre, si me emborracho, si tengo el cadáver en mi oficina? A ver, recordá.
Esposa.—…Lo de que me iba a lo de mi mamá se lo tuve que contar, qué iba a hacer,
si hasta le dije…
Coronel.— ¿No ves?
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Esposa.— ¿Pero y qué querés que haga sin auto? Al menos el auto es lo único que te
dejaron después del despido.
Coronel.— ¿Y por qué te crees? ¿A ver? Ellos también me vigilan.
Esposa.— Vos decís que Ramón… que nos espía para… ¿para quién? Recién dijiste
que estaba en un comando peronista.
Suena el teléfono. El Coronel y su esposa se miran sin animarse a atenderlo. Ella se arroja a
atender de golpe y él le coloca su mano encima, frenándola.
Esposa.— Puede ser… puede ser del sanatorio…
Coronel.— Dejame a mí. (Colgando el teléfono de mal modo. Pausa). No sé si no me
equivoqué.
Esposa.— ¿Quién era? ¿Qué te dijeron?
Coronel.— Se merecen que los traten mal. Ellos son arrogantes y no les importa.
Esposa.— ¿Era un periodista?
Escena 3
Bar. Walsh cuelga el teléfono con desconcierto. (Teléfono público del bar). Llega Eloy.
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Eva Halac Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Walsh.— Que explote la casa confirma que le pusieron una bomba. Lo demás… ¿Cin-
co minutos?
Eloy.— Toco el portero eléctrico y la voz de ella, supongo que era la esposa: “— ¿Diga?
—Tomás Eloy Martínez, diario La Nación. —No hablamos con la prensa”. Eso fue
todo. C’est fini.
Pausa.
Walsh.— ¿Cinco? Apenas un minuto…
Eloy.— Bueno…
Walsh.— No le inspiraste confianza. ¿Para qué nombraste el diario?
Pausa.
Eloy.— Me voy a la redacción.
Walsh.— ¿Ya?
Eloy.— ¡Yo tengo un trabajo!
Walsh.— Pero si llegaste recién…
Eloy.— Vine a COMPARTIR esto (Extiende unos papeles).
Walsh.— ¿Qué es?
Eloy.— La lista de desgracias. La maldición de la momia. Escuchá: Todas estas perso-
nas tuvieron que ver con la profanación. Cerca de ellos o en sus casas estuvo el cuerpo:
el Mayor Arandía mató accidentalmente a su esposa embarazada, el capitán Galarza
tuvo un extraño accidente de auto, el doctor Lerman se clavó accidentalmente una
tijera en el ojo… ves, ¿no?
Walsh.— Y al Coronel le explotó una bomba ayer en la casa.
Eloy.— Cierra el círculo, ¿no?
Walsh.— ¿Cierra? No sé… (Abre el diario, lee por encima).
Eloy.— Ah, no te pregunté… ¿arreglaste al final con Hogar y Macetas?
Walsh.— Más o menos…
Eloy.— ¿Por?
Walsh.— (Leyendo La Nación). El tipo quiere que primero yo tenga una reunión con
él… hablar, es lejísimo… ¡me tengo que ir a Escobar!… Che, te van a despedir del
diario…
Eloy.— ¿Eh? ¿Qué leíste?
Walsh.— Tu crítica. (Pausa). De La Paloma y el Gavilán. (Leyendo) “Este seudo ‘wes-
tern’ ha de haberse realizado en un día y medio, durante el descanso de filmación de
otra obra más importante. Se ve de lejos que tiene decorados ajenos y lastimosos…”.
Eloy.— ¡Los reconocí!
Walsh.— …música recortada de partituras distintas…
Eloy.— Es una película amateur de Hollywood con pretensiones, qué puedo hacer…
Walsh.— Son las que sostienen el diario con estos avisos (Le muestra el aviso de La
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Escena 4
Living.
El Coronel y la esposa.
Coronel cuelga el teléfono, bruscamente. Ella llega de la calle.
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Eva Halac Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
tros. Y uno no tendría que sufrir. Ni hacerle asco a nada. (La esposa pasa la mano por
la rajadura de la lámpara). ¡Cuidado! ¿Cómo ponés la mano justo ahí que está rajado?
¿Te querés lastimar? ¿Querés hacerme sentir peor? Yo no puedo salir. Tengo que estar
acá. Por si vuelven. Vos sabés que tengo que estar acá. ¡Cuidado te dije! ¿Qué hacés?
Esposa.— Quería ver si andaba. Se quemó la lamparita.
Coronel.— Ahora te sale sangre. Lo conseguiste. ¿Tomaste la pastilla? Quizá lo mejor
sería llamar a ese periodista.
Esposa.— ¿Por qué no podemos prender la luz?
Suena el teléfono
Coronel.— ¡No atiendas!
Esposa (Atiende).— …¿Hola? … Ah… un segundo, por favor… de La Nación…
quieren hablar con vos… es el jefe de sección, de Política… Álvarez me dijo.
Coronel.— …Pasame. Hola… qué hacés… Sí, no estamos atendiendo… sí, gracias,
pero no, prefiero que… es que me parece que no conviene… cuanto más se difunda…
y pero si hace rato que me joden con eso… yo no estoy autorizado… hace tres meses
le dije al último que me mandaron cuando tocó timbre… uno que… (A su esposa)
¿Cómo se llamaba?
Esposa.— ¿Quién?
Coronel.— Ese que tocó el timbre, de La Nación…
Esposa.— No me acuerdo… ¡Martínez!… Eloy Martínez, dijo…
Coronel.— Eloy Martínez. ¿No? Dijo que era de La Nación… Ah, mirá… Mirá qué
bien… Sí, ¡claro! La nena, bien, bien, por suerte… Gracias, viejo (Cuelga). El que vino
era de cine. Otra sección. No lo mandó el diario. Van a averiguar. (Pausa). ¿Te ponés
el vestido?
Esposa.— No. Lo único que falta.
Escena 5
Bar.
Walsh y Eloy.
Walsh.— Cinco cuerpos. Que los milicos hicieron cinco cuerpos iguales al embalsa-
mado. Para despistar. Cinco cuerpos que ahora están circulando por la ciudad y cam-
bian todo el tiempo de lugar. Cinco Evitas. Decime… ¿Cómo se te ocurrió semejante
cosa?
Eloy.— ¿Quién te lo dijo?
Walsh.— ¿Que te importa? Un pobre tipo.
Eloy.— Otro pobre tipo. Engañado. Desilusionado. ¿Y cómo sabés que fui yo? ¿Cómo
sabés que no es verdad?
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Escena 6
Living.
Esposa. Sacando los tapados de las bolsas de la tintorería.
Escena 7
Bar.
Eloy lee el diario. Llega Walsh.
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Escena 8
El Coronel y la esposa.
Ella está reparando con pegamento objetos rotos. Él está leyendo un informe que le acaban
de enviar de la SIDE.
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Coronel.— Es más fácil que tenga información él de lo que pasó acá que los nuestros.
No podés tomar alcohol con las pastillas.
Esposa.— ¿Y por qué te va a ayudar? Justo a vos. Un periodista así.
Coronel.— Porque quiere saber del cadáver. Quiere una pista de dónde está el cadáver.
Esposa.— ¿Y vos sabés? Si me dijiste que no sabés. ¿Y le dijiste que sabés?
Coronel.— Algo sé. Pero se supone que no sé. (Ella se sirve un whisky). Dejá eso…
Andate a lo de tu madre a ver a la nena. Andá al cine con Ramón. Hacé algo fuera
de acá. Dejame solo. (Bebe, y con un gesto brusco se saca algo de la boca) ¿Qué mierda?
¿Podés creer que casi me trago un pedazo de vidrio? ¡No me mata una bomba, me va
a matar un pedazo de vidrio!
Esposa.— ¿Sabés que hice? No lo vas a creer. Cuando estaba volviendo, ayer, le digo
a Ramón que necesito… que necesito un baño, que si podemos pasar por su casa para
que pueda entrar al baño.
Coronel.— ¿Eh? ¿Y por qué?
Esposa.— Y fuimos, me llevó. Linda casita, bien, arreglada… Estaba la señora coci-
nando. Y tenías razón, tenían la foto de Eva Perón en la pared de la cocina. La señora
me ofreció un té, nerviosa porque entramos sin avisar, se dio cuenta cómo miraba todo.
Coronel.— ¿¿Y??
Esposa.— Y me fui, Ramón me trajo hasta acá pero en silencio, todo el viaje. Como
antes. Como antes cuando nos llevaba a los dos.
Coronel.— Hiciste mal. Ahora vamos a tener que despedirlo. Ahora por tu culpa se
va a quedar sin trabajo.
Esposa.— ¿Por qué? Prometeme que no. Pensá… ahora ya sabemos quién es, la espo-
sa, cómo es la casa…
Coronel.— Te arriesgaste mucho, me arriesgaste a mí, mirá que sos loca…
Esposa.— Te consigo mejor información que los otros.
Coronel.— ¿Ahora trabajás para mí?
Esposa.— Pero no lo despidas… por favor… no podría soportarlo.
Coronel.— No te vayas más… vení…
Escena 9
Carrito de la Costanera. Walsh mira el río. Eloy con dos sándwiches de chorizo en la mano
terminando de hablar con el vendedor. Le da uno. Conversan mientras comen.
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una muñeca, la maquilló y la abandonó como una bella durmiente sobre una cama de
terciopelo azul, en el templo de los descamisados. ¿Y vos me decís que no somos un
pueblo artístico?
Walsh.— ¿Y nunca más la vio?
Eloy.— No… Dice que no.
Walsh.— Miente. De ahí se la llevaron. Tienen que haberlo llamado. Para mover el
cuerpo.
Eloy.— Se la llevó el Coronel. Hasta ahí llegamos.
Walsh.— (Pausa). Me llamó. Me llamó él.
Eloy.— ¿El Coronel?
Walsh.— Me dio una cita.
Eloy.— ¿En serio? ¿Así nomás? Habrá pensado que quizá le conviene… ¡Pero mirá
qué bien!
Walsh.— Quiere que le lleve las notas que le tomé a Pérez Gris en la cárcel.
Eloy.— ¿Ese quién era? ¿El asesino del abogado?
Walsh.— Uno de los asesinos de Satanowsky. Yo lo entrevisté antes de que se fugara.
Eloy.— ¿Y te guardaste algo? ¿Algo sin publicar?
Walsh.— Algo. Y el alemán lo sabe.
Eloy.— ¿Qué busca?
Walsh.— Y… todo lo que involucre a Inteligencia del Ejército. A Quaranta, el milico
que estaba antes que él. Fue un crimen oficial. No hay nadie preso. (Mirando a la dis-
tancia) Che, esas minas te saludan.
Eloy.— ¿Dónde? (Ve la minas, saluda) ¡Chau!
Walsh.— ¿Las conocés?
Eloy.— No. Capaz te saludaban a vos.
Walsh.— A mí seguro que no. Te chorreaste. Te cayó grasa en el pantalón.
Eloy (Limpiándose).— ¡No te lo puedo creer! No sale esto, ¿no?
Escena 10
Living del Coronel.
El Coronel y la esposa.
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creen… que nosotros… merecemos… que hay algo de justicia en todo esto…
Coronel.— Ah… eso sí… viene un Justo. Vamos a recibir a uno de los Justos. (Pausa).
¿Y? ¿Te vas a quedar?
Esposa.— No sé… ¿Vos lo vas a recibir así?
Coronel.— ¿Así cómo?
Esposa.— En la oscuridad. Con una ametralladora.
Coronel.— No es una ametralladora. Es una metralleta.
Esposa.— ¿Y el uniforme? ¿Por qué que no te lo sacás? Ponete un traje.
Coronel.— Así estoy bien. Servime un whisky.
Esposa.— Voy a hacer café.
Coronel.— ¿Sabés qué? ¿Te acordás el tipo ese de La Nación que tocó el timbre?
Esposa.— ¿El de cine?
Coronel.— Ese. Lo echaron. No está más en el diario. Se quedó sin trabajo.
Esposa.— ¿Lo echaron porque nos tocó el timbre?
Coronel.— ¿Y por qué va a ser? Si era de cine…
Esposa.— ¿Te lo dijo Álvarez o Informaciones?
Coronel.— Ya no me acuerdo. Pero tiene encuentros con Walsh. Los vieron hace poco
en la costanera.
Escena 11
Calle. Llueve a cántaros. Bajo un solo paraguas, están Wlash y Eloy. Esperan que pasen los
autos para cruzar. Ruido de autos y lluvia.
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Escena 12
Casa de Tomás Eloy. Golpean puerta, Tomás abre, entra la esposa del Coronel. Está vestida
como en las novelas policiales, con piloto ajustado a la cintura, tacos altos, anteojos negros,
un pañuelo en la cabeza, como ocultando su identidad, de manera muy llamativa. Entra
con soltura. Se quita el pañuelo, los lentes…
Eloy.— Disculpe el desorden… no tuve tiempo de… (Quita unos papeles de una silla,
sacude el almohadón) Siéntese aquí. (Ella se sienta en otro lado. Se sienta él en la silla).
¿Café? ¿Algo fuerte? ¿Otra cosa? …Hago café…
Eloy se levanta, va a una supuesta cocina. Habla desde allá.
Eloy.— Tengo un café espectacular, me lo trajo de Colombia un colega de la redac-
ción, lo voy a estrenar con usted. Y mire (Aparece con la cafetera Volturno) Cafetera
Volturno ¿Las conocía? Usted pone el agua abajo, llena de café esta parte y cuando
hierve se hace vapor, es como un expreso, si le gusta el expreso, claro… Bueno… ya lo
puse… ahora hay que esperar que hierva, ¿no?
Esposa.— Fue un error venir a verlo. Discúlpeme (Se incorpora para irse).
Eloy.— No, por favor. Quédese.
Esposa.— Es que… no sé cómo hacer esto…
Eloy.— Yo… la escucho. (Ella lo mira, buscando su confianza) Por favor…
Pausa.
Esposa.— Desde que empezó todo este asunto del cadáver… Definitivamente… todo
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Escena 13
Living del Coronel.
Coronel y Walsh.
Coronel.— Esa mujer estaba desnuda en el ataúd. Tuve que llamar a unos obreros para
mover el cuerpo. Imagínese cómo se quedaron. Para ellos era una diosa. Las cosas que
le meten en la cabeza, pobre gente…
Walsh.— ¿Pobre gente?
Coronel.— Sí, pobre gente, yo también soy argentino.
Walsh.— Yo también soy argentino. Somos todos argentinos, Coronel.
Coronel.— Uno de los obreros se desmayó. Tuve que despertarlo a cachetazos. Le dije:
Maricón, ¿esto es lo que hacés cuando tenés que cuidar a tu reina? Acordate de San
Pedro, que se durmió cuando lo mataban a Cristo…
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Escena 14
Casa de Eloy.
Esposa.— Mi marido es alcohólico. Se emborrachó y dijo cualquier cosa. Y yo no
quiero que estos detalles aparezcan en una nota
Eloy.— ¿Y por qué no habla con Walsh?
Esposa.— Prefiero hablar con usted.
Eloy.— La única vez que fui a su casa me despidió por el portero eléctrico.
Esposa.— Ustedes están buscando una nota, ¿no? Algo importante, que puedan ven-
der, yo les ofrezco información… algo confidencial, robado de mi marido. La idea es
que nos dejen en paz. Pusieron una bomba, ¿entiende?
Eloy.— ¿Cómo está su hija?
Esposa.— Bien, con mi madre, mi marido no sabe que estoy acá, tengo poco
tiempo.
Escena 15
Living del Coronel.
Coronel.— ¿Me hicieron mucho daño sabe? (Se acerca al teléfono y lo cuelga. Suena.
Descuelga). Puta madre… (Toma la botella para servirse más y descubre que está vacía)
¡St!… Escuche… ahí detrás suyo hay un mueble… me abre la puertita de vidrio que
está rota y saca otra botella… No le molesta, ¿no? No quiero pedirle a mi señora…
está encerrada en el cuarto… usted me entiende… ¿Me entiende? No se quede así…
traiga la botella.
Walsh (Gira, va hacia el mueble, queda de espaldas al Coronel).— ¿Más whisky? Hay ron.
Coronel.— Havana Club. Añejo 15 años. Gran Reserva. Ya no se consigue más.
Pausa. Walsh saca la botella. Coronel mira los papeles.
Coronel.— Ahora no puedo leer. La bomba me rompió los anteojos. Un reportaje a
un asesino. Uno más. (Pausa, mira los papeles). ¿Por qué se metió con esto? Mire, yo
leí su caso anterior, el de los basurales, los fusilados. Estaba bien, muy bien, gente ino-
cente, le preocupaban los inocentes, que se mataran inocentes, como nos preocupan
a todos. ¿A quién no? ¿Pero esto? (Agita los papeles). ¿El asesinato de un abogado? ¿A
quién le importa?
Walsh.— Me interesan los asesinos. La mente criminal.
Coronel.— Los asesinos no son interesantes. Son gente vulgar. Es casi el único gran
descubrimiento de este siglo.
Walsh.— A Satanowsky lo asesinó la SIDE.
Coronel se levanta con dificultad, se tropieza, cae al piso. Walsh quiere ayudarlo, él lo re-
chaza (“Deje, estoy bien”). Coronel prende la televisión. Anda mal, cada tanto se para y la
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golpea. Puede haber una publicidad de la época, noticiero. Walsh mira un cuadro torcido
en la pared. Se acerca a leer la firma.
Coronel (Sin dejar de mirar la TV).— Es auténtico. Estaba en una de las paredes de mi
despacho. Cuando me despidieron me lo traje. Antes de que se lo lleven otros… Tengo
más… por ahí. Todos hacen lo mismo. (Walsh revisa los escombros y rescata cuadros)
Cuidado que hay vidrios… (Pausa, Walsh tiene ahora el cuadro del Gral. Márquez)…
Ese es mi suegro, Márquez, le conté. El pintor le agregó medallas. Si ve de cerca, se da
cuenta de que algunas son del Ejército de Prusia de 1778. Menos mal que se murió.
Walsh.— Coronel…
Coronel.— Ya le conté suficiente… (Sube el volumen de la TV).
Walsh.— Sí… me contó todo lo que hicieron con el cuerpo… pero no me dijo dónde
lo enterraron. (Subiendo la voz) ¡Coronel!
El Coronel mira inmóvil la TV, con un volumen muy alto. Walsh se acerca hacia él. Apaga
la TV.
Escena 16
Living del Coronel. Entra la esposa (con el piloto, los lentes negros, etc.)
Coronel.— Tardaste.
Esposa.— ¿Prendo la luz?
Coronel.— No, deja así.
Esposa.— ¿Se fue Gladys?
Coronel.— ¿Gladys es la mucama?
Esposa.— Sí.
Coronel.— ¿No se llama Esther?
Esposa.— La que teníamos antes se llamaba Esther. Renunció. La de ahora se llama
Gladys. ¿Se fue?
Coronel.— Pobre, le dije: “Hasta mañana Esther. Que pase un buen fin de semana
junto a sus hijos”. ¿Tiene hijos?
Esposa.— No.
Coronel.— Qué raro. Todas las mucamas tienen hijos. Debe ser una de ellos. El lunes
la hechás. (Pausa). ¿Cómo te fue?
Esposa.— Bien. Ahora tengo que llevarle la información.
Coronel.— Estás hermosa. ¿Trató de seducirte?
Esposa.— ¿Escuchaste lo que te dije? Ahora tengo que llevarle algo. Algo que se supo-
ne encontré en tu escritorio, bajo llave.
Coronel.— No te preocupes, es fácil. Los comunistas están llenos de fantasía. Los
vamos a distraer lo suficiente.
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Esposa.— No es comunista.
Coronel.— (Pausa). Vino el Che Guevara. Está reunido con el presidente. Es un se-
creto de Estado. Debe haber venido a preguntar por el cadáver. En cualquier momento
me llama por teléfono. ¿Te cambiás?
Esposa.— ¿Qué?
Coronel.— Ponete el vestido.
Esposa.— ¿Ahora?
Escena 17
Walsh y Eloy. Casa de Walsh.
Escena 18
Living del Coronel.
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Café Irlandés (94-127)
películas…
Walsh.— Es un cuento de hadas. Ahora esperamos que baje el hada madrina del cielo
y el príncipe vuelva del exilio. Un folletín. Toda la historia de Eva Perón es un folletín.
Eloy.— ¿Y cuál te crees que es la línea editorial de Paris Match?
Pausa.
Walsh.— Voy a hacer café.
Escena 20
Living del Coronel, su esposa continúa. El Coronel le da indicaciones acerca de cómo levan-
tar los brazos, cómo caminar, dónde hacer pausas, etc.
Simultáneo con casa de Walsh.
Esposa (Sigue, con voz natural).— “Yo, después de un largo tiempo que no tomo
contacto con el pueblo como hoy, quiero decir estas cosas a mis descamisados, a los
humildes que llevo tan dentro de mi corazón que en las horas felices, en las horas de
dolor y en las horas inciertas siempre levanté la vista a ellos, porque ellos son puros y
por ser puros ven con los ojos del alma y saben apreciar las cosas extraordinarias…”.
Escena 21
Walsh y Eloy.
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ficción no lo quiere nadie, es invendible. La gente prefiere leer los diarios, que hablan
de corrupción y asesinatos. (Pausa. Eloy saca terrones de azúcar del bolsillo del saco).
¿Llevás terrones en el bolsillo?
Eloy.— Los saco de la mesa del bar. Vos no lo hacés porque te da vergüenza. (Pausa).
¿Qué te pasa? Necesitás plata, ¿no?
Walsh.— No es eso.
Eloy.— ¿Querés que hable con Timerman?
Walsh.—No.
Eloy.— Yo, por ahora… mirá lo que soy… (Saca tres monedas del bolsillo, y más terro-
nes). Antes tenía un sueldo…
Escena 22
Living del Coronel. La esposa sigue con el vestuario, recitando.
Esposa.— “Tratan de destruirme. Saben que no trabajo para mí, no me verán jamás
buscando una ventaja personal y eso los excita. Desearían verme caer en el egoísmo y
en la ambición, para demostrar así al pueblo que en el pueblo me busqué a mí misma.
Saben que así podrían separarme del pueblo. Yo me esfuerzo todos los días por elimi-
nar de mi alma toda actitud sentimental frente a los que me piden. Nada de lirismo
ni de charlatanerías, ni de comedias. Nada de poses ni de romances. El amor no es un
pretexto literario. El amor es dar la propia vida.”
Se oyen disparos de ametralladora, el ruido de los cristales de la ventana que estallan. La
esposa del Coronel cae al piso. El Coronel dispara por el balcón.
Coronel.— ¿Estás bien?
Esposa.— Sí.
Coronel.— ¿Ramón te esperaba abajo?
Esposa.— No sé…
Coronel.— Ahora vengo. (Sale).
Escena 23
Walsh y Eloy.
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Walsh.— No es solo en el país. ¿Te das cuenta? Es un espíritu que recorre el mundo.
China, Vietnam, Argelia, Cuba… ¿No sentís que estás viviendo la Historia?… No
alcanza con escribir… ¡¡Uno debería tener varias vidas, una para trabajar, otra para
escribir y otra para cambiar el mundo!!
Eloy.— Este café es intomable. ¿Tenés leche?
Escena 24
Living del Coronel.
Ella sigue con el vestido de Evita. Entra el Coronel y se dirige al balcón, luego busca larga-
vistas, vuelve al balcón.
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Escena 25
Cine. Butacas. Se proyecta El Séptimo Sello, de Bergman. La proyección está avanzada.
Eloy está sentado. Entra esposa del Coronel.
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Escena 26
Casa de Walsh.
Walsh solo, mira por la ventana. Suena el teléfono. Atiende. Cortan.
Escena 27
Living del Coronel
El Coronel sentado en el sillón, abatido, con la metralleta, pegado al teléfono. Parece estar
así hace mucho. Su esposa lo mira, de pie frente a él.
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Y… Walsh, sí… vino acá porque… esperá… (Agarra el cable y se encierra a hablar a
una habitación. Se escucha al Coronel hablando por teléfono, ella inmóvil en el medio del
living) No, viejo, esto que me trajo a mí no salió publicado nunca… No… sí, estuvo
acá, pero… no, ¡se lo pedí yo!… ¡Se lo pedí yo!… Se oye mal… el tipo anda en otra
cosa… porque quiere saber de la finada… ¡De la finada!… y qué sé yo, es periodista,
andará sin laburo… ¿Y yo qué le voy a decir?… No, ya te dije… lo tengo acá… ¡son
cuatro páginas donde Pérez Gris deja bien clarito que la SIDE maneja una patota de
asesinos a sueldo!… bueno, che… ¿y qué teléfono no está pinchado? (Ella decide de
pronto salir de ahí). Esto no es noticia para nadie… pero a vos te manda en cana… yo
por ahora lo tengo controlado… pero… la estamos pasando mal… por eso es que te
pido… ¿Quién? ¿Cuándo? (Entra en el living, arrastrando el cable, le habla a ella que
estaba a punto de irse). ¿Vos hablaste con Quaranta? (Sin soltar el teléfono, la sacude).
¿Vos llamaste a Quaranta? (Ve que tiene abrigo y cartera). ¿Te ibas?
Esposa (Descubierta).— Fue hace mucho, apenas pasó la entrevista y veía que vos… le
pedí por tu traslado… lo hice por nosotros…
Coronel.— ¿Sabés lo que me dijo? “¡Ya me extorsionó tu mujer con lo mismo!” ¿Vos
te das cuenta lo que hiciste?
Esposa.— Yo pensé… pensé… como nunca más hablaste de eso… vos me habías
contado lo que querías hacer con los reportajes que te trajo el periodista, pero después
te emborrachaste, no te importó más, pensé, no sé… que te había agarrado como un
espíritu de camaradería… y… ahora… (Llora) ¡Con todo lo que tuvimos que pasar!
¡No es justo!
Coronel.— Y ahora no te querés ir. Te querés quedar en el país con el periodista, ¿no?
Esposa.— …No…
Coronel.— Sos una pobrecita. Te acostaste con él cuando fuiste a la casa. Te recitó un
poema y te sacaste la ropa, desesperada. Das lástima.
Esposa.— Esperá… estás inventando…
Coronel.— Dios mío… no lo puedo creer… cómo pude ser tan idiota de pensar que
vos… No entendés… Y ahora… ¿vos sabés cómo me hiciste quedar con este tipo?
(Descubre que estuvo gritando con el tubo del teléfono en la mano.) ¡Uy! (Habla con deci-
sión) ¿Quaranta?… Colgó.
Esposa.— Escuchame…
Coronel.— Ya no sé quién sos.
Esposa.— ¿Yo?
Coronel.— ¿Vos leíste los papeles que te di no? Los leíste antes de dárselos a Eloy
Martínez en el cine.
Esposa.— …No.
Coronel.— Los leíste y por eso lo llevaste a ver una película de Bergman. Para que se
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Escena 28
Walsh y Eloy leyendo los papeles del sobre que la esposa del Coronel le dio en el cine.
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Escena 29
Walsh y Eloy.
Walsh en el bar, con un whisky. Llega Eloy.
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Escena 30
Living del Coronel.
Esposa está metiendo cosas en una valija.
Coronel (Busca el vaso, que dejó bajo el sillón, se levanta a buscar otro, revisa).— Todos
los vasos sucios… le dije a esta… Gladys, Esther, como mierda se llame, todos los vasos
sucios. ¿Sabés que me dice? ¡Es el polvo de la explosión! ¡Ja!… te dije que la echaras.
No me hiciste caso. (Pausa). Cuando yo era chico, las mujeres iban detrás de los uni-
formes. Se derretían con los uniformes. Ahora se calientan con periodistas, mariquitas
que hablan de cine. Lumpenaje. ¿Sabés qué? Hablé con Poroto Botana. Voy a escribir
en Crítica.
Esposa.— Lo van a cerrar.
Coronel.— Sí, pero antes escribo yo, voy a estar en las últimas ediciones de Crítica.
Voy a ser periodista.
Esposa.— ¿Le puedo pedir a Ramón que me lleve? Por favor… estoy muy cargada…
125
Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Café Irlandés (94-127)
Coronel.— Olvidate de Ramón, negrita. Ya te dije. Desde ahora vas a ir y venir siem-
pre en el tren. Como el pueblo. (Golpean). Y ahora qué pasa. (Sale a abrir la puerta).
Escena 31
Casa de Walsh.
Walsh y Eloy.
Escena 32
Living del Coronel.
Coronel (Volviendo con una torta en una bandeja).— Regalo de la esposa de Ramón,
que se preocupa por vos. No mires raro. Ya la revisaron abajo. Es un bizcochuelo con
dulce de leche.
Esposa (Saliendo, cargada de bolsas).— No voy a ir en el tren con eso.
Coronel.— Y no vayas… vení… quedate conmigo…
Se oye el portazo.
Escena 33
Casa de Walsh.
126
Eva Halac Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Final
Walsh cierra la puerta. Mira por la ventana. Comienza a llover. Suena el teléfono. Lo
deja sonar. Se corta solo. Entonces abre el cajón de su escritorio. Encuentra un objeto
envuelto en diarios. Abre el envoltorio. Es un revólver. Lo amartilla y coloca sobre el
escritorio, al lado de la máquina de escribir. Coloca un papel blanco. Escribe.
Coronel
Simultáneamente, el Coronel se ha quitado su uniforme. Ahora tiene un traje, de civil.
De arriba de un ropero saca una máquina de escribir, la sopla y sale polvo. Coloca un
papel blanco. Escribe.
Apagón
127
Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Cartas de la ausente, de Ariel Barchilón...(128-130)
Facundo Beret*
Ariel Barchilón nació en San Juan, en el año 1957. Licenciado en Letras, periodista,
narrador y dramaturgo, ha estrenado ya más de una veintena de obras teatrales de su
autoría y otras tantas en las que ha oficiado de supervisor dramatúrgico. Dentro de su
producción, han sido generados con becas dos textos dramáticos cuya escritura fue
supervisada por el maestro Mauricio Kartún; uno de ellos fue una versión del clásico
de la literatura nacional del siglo XIX Una excursión a los indios ranqueles; el otro lleva
por título Paisaje después de la batalla y fue gestado gracias al apoyo del Fondo Nacional
de las Artes.
El texto dramático que aquí presentamos lleva por nombre Cartas de la ausente.
Definido por el autor como “un breve tratado sobre la ilusión del amor”1, fue llevado
a la escena por Mónica Viñao en el año 2014. Se estrenó en el mes de mayo en la Sala
Orestes Caviglia del Teatro Nacional Cervantes, ubicado en la ciudad de Buenos Aires,
Argentina. Con iluminación de Jorge Pastorino, musicalización de Diego Fischerman
y vestuarios diseñados por Graciela Galán, la puesta, sencilla, recreaba el ámbito pedi-
do por el autor en las indicaciones iniciales para la puesta en escena: “Recinto amplio,
de techos muy altos, donde se ve una puerta de hoja doble que da a un patio con
naranjos. Muebles oscuros y lustrosos, una mecedora, una victrola, una radio, un reloj
de péndulo, un gran espejo y retratos de marco oscuro con antepasados adustos”. El
espectador ingresaba a la sala y percibía una disposición detallada que semejaba la
galería de una casona antigua, con muebles a tono, que denotaba una concepción de
teatro realista desde lo sensorial, sin estridencias.
Daniel Fanego compuso brillantemente a Elvirita, una mujer viuda y solitaria. Sus
facciones marcadamente huesudas, junto con el pelo desaliñado, complementaban un
trabajo actoral detallado en la transformación de su cuerpo masculino en gestos, mi-
*
Licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Investigador UBACyT, AICA y IAE. Correo
electrónico: facu-b@live.com.ar.
Gramma, XXVIII, 58 (2017), pp. 128-130.
© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales. Área de Letras del Instituto
de Investigaciones de Filosofía y Letras. ISSN 1850-0161.
1. Todas las citas están tomadas del programa de mano de la obra.
128
Facundo Beret Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
radas y acciones propias de una señora “hija de italianos, de 55 años o más, heredera
de un mercadito de barrio” que pedía el texto preescénico. Al respecto, Mónica Viñao
detalla en el programa de mano que “la metamorfosis ocurre únicamente cuando las
palabras cobran vida y toman cuerpo. Entonces lo invisible se hace visible”. Es posible
asegurar, entonces, que gran parte de la creación de este personaje se dio con esa cor-
porización del texto, elemento real que se da en el acontecimiento convivial que es el
teatro, sin negar el brillo que el texto mismo tiene como pieza literaria autónoma del
acontecimiento, como ente poético.
Por otro lado, Vando Villamil encarnaba a Rufino, un expresidiario que intercam-
biaba cartas de amor con Luli, la hija de Elvirita. Con respecto a la elección de este
elemento como sostén de la prehistoria del texto, Barchilón comenta también en el
programa de mano: “Antes, cuando se escribían cartas de amor, las palabras eran bur-
bujas que transportaban sentimientos. Para los amantes, el tiempo y el espacio sólo
podían ser superados por un papel escrito, donde unos trazos dibujaban un alma en la
otra. La espera de una carta era un tiempo de gestación que creaba el amor en los co-
razones ausentes”. Así, la ausencia corporal de ese otro al que se escribía no implicaba
en modo alguno la imposibilidad o la pérdida del sentimiento amoroso, sino que más
bien lo alimentaba, como el viento alienta a las llamas de fuego a crecer. El amor entre
Luli y Rufino se vuelve posible a partir de esa premisa fundamental.
No obstante, poco después del comienzo, a través del diálogo entre los protagonis-
tas, el espectador —y, por consiguiente, también el lector— sabe que Luli ha fallecido:
Rufino—. Gracias. (Pausa). La verdad que hice un viaje tan largo para a ver a
Luli, y… No sé… La noticia me dejó… (Se le humedecen los ojos. Trata de disi-
mular) Usted me dijo que tenía una carta de ella para mí...
Elvirita—. Ah, sí. (Silencio).
Rufino—. Yo sé qué es muy triste para usted.
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Cartas de la ausente, de Ariel Barchilón...(128-130)
mezquinará información sobre Luli, evitando hablar de su muerte y mostrar sus fotos.
En esta oposición, si se quiere, se centra el argumento de la obra.
Lo cierto es que hay muchas capas más de significación, puesto que Elvirita co-
quetea con Rufino, que se siente incómodo y en más de una oportunidad remarca su
intención de irse, pero la promesa de mayor información acerca de Luli lo mantiene
atado hasta el final. El texto trabaja en ambos personajes el tema de la soledad. Bar-
chilón afirma en el programa de mano: “Para un cuerpo privado de amor, situado a la
intemperie de la sociedad, sólo queda el amor al amor, la ilusión del enamoramiento”.
En ese sentido, el amor constituye un ente fantasmático y posibilita la construcción
de acontecimiento poético en varios sentidos. Por un lado, Elvirita, en su soledad,
participa en la creación de una ficción para atrapar a ese hombre con el que no puede
concretar su fantasía erótica. Por otro lado, el hombre otrora encerrado alimenta la
ilusión que, de algún modo, lo mantuvo vivo y conectado con el afuera de la celda
donde estaba. En la poética de Cartas de la ausente, el amor siempre es un devenir, se
mantiene vivo como promesa de algo imposible, es puro futuro.
De modo que esta ausencia que es la muerte no aparece presentada, ni mucho me-
nos representada, sino a través de la propia conciencia de su carácter de promesa. Esto
invita al espectador a rellenar el vacío con su elocuencia. No hay forma de saber quién
es Luli, ni cómo es, ni qué sucedió con ella, sino a través del discernimiento sobre los
elementos presentes en la puesta. E incluso es posible preguntarse si los dichos finales
de Elvirita con respecto a lo acontecido son realmente fidedignos, o se superponen con
la ilusión, con la necesidad de afecto puesta de manifiesto. Si no le creemos, la muerte
de Luli sigue siendo un misterio para el espectador, tanto como el ocultamiento de
sus causas. Pero si le creemos, igualmente queda la ausencia marcada por el vacío de
alguien que se estaba esperando y no llega, del amor esperado que no existe y de una
posibilidad de encuentro que se trunca.
Barchilón dice al respecto: “El amor es rudo, es áspero, debe lidiar con el mundo
activamente, con dificultades, límites, decepciones”. De algún modo, Cartas de la ausente
recuerda este doble carácter del amor: en su realidad concreta, se ve dificultado de con-
creción y, en el plano de lo ideal, es puro, “no padece la fugacidad de la carne, ni los obs-
táculos de las diferencias” que existen —de hecho— entre los protagonistas de esta obra.
En ese sentido, esta obra invoca uno de los grandes problemas de las relaciones hu-
manas, el de la fantasía en el encuentro (simbólico o real) con el otro. Pues, de alguna
manera, como indica el autor, “aunque sepamos que se paga un precio muy alto por las
ilusiones de amor, los solitarios comemos —una y otra vez— de ese pan imaginario, y
volvemos a beber del agua que en lugar de saciar la sed, la multiplica”.
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Ariel Barchilón Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Cartas de la ausente
Ariel Barchilón*
Personajes
Elvirita: Hija de italianos: de 55 años o más, heredera de un mercadito de barrio.
Rufino: Exguapo de comité: de 40 años o más, achinado, parco, oscuro.
Tres puertas: una da a la calle; otra, a la cocina; y la última, que permanecerá siempre
cerrada, a un dormitorio.
Al principio, un instante la escena vacía en la que se destaca la mecedora y la luz del atar-
decer que entra por la puerta del jardín.
Luego, la voz cantarina de Elvirita.
Elvirita (En off ).— Venga por aquí, señor Rufino. Pase, adelante, pase. (Elvirita entra
al comedor y se detiene mirando hacia el zaguán) No haga cumplidos, por favor, señor
Rufino. Pase. Con confianza. (Entra Rufino con una pequeña maletita en su mano. Se
saca el sombrero en señal de respeto. Se lo ve muy apocado y tímido) Deje su maleta ahí.
Permítame su sombrero, por favor. (Elvirita lo cuelga en un perchero) Venga, quiero
*
Licenciado en Letras, narrador y dramaturgo. Correo electrónico: arielbarchilon@gmail.com.
Gramma, XXVIII, 58 (2017), pp. 131-152.
© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales. Área de Letras del Instituto
de Investigaciones de Filosofía y Letras. ISSN 1850-0161.
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Cartas de la ausente (131-152)
mostrarle algo. (Se acerca a la mecedora y la mueve apenas para que se balancee) Luli se
sentaba aquí. Le gustaba sentir la luz del atardecer y cantar. (Pausa) ¡Qué pena que
usted nunca la haya escuchado!
Rufino.— Ella me contó en algunas cartas que cantaba. Claro… no es lo mismo…
Elvirita.— No. Qué pena. (Pausa) No tenía buena voz, pero ponía tanto sentimiento.
Rufino.— Ajá.
Elvirita.— ¿Qué le ofrezco? ¿Café, té, algo fresco?
Rufino.— Un vaso de agua, por favor.
Elvirita.— Debe estar cansado del viaje.
Rufino.— Un poco. (Pausa).
Elvirita (Le sirve de una jarra).— Aquí tiene. Agüita fresca.
Rufino.— Gracias. (Bebe. Tiempo).
Elvirita (Repentinamente brusca).— ¿A qué vino?
Rufino.— Bueno… (Un poco cortado) Ya le dije por teléfono…
Elvirita.— Disculpe, señor Rufino. No quise ser descortés. ¡Usted siempre va a ser
bienvenido!
Rufino.— Gracias. (Pausa) La verdad que hice un viaje tan largo para a ver a Luli, y…
No sé… La noticia me dejó… (Se le humedecen los ojos. Trata de disimular) Usted me
dijo que tenía una carta de ella para mí…
Elvirita.— Ah, sí. (Silencio).
Rufino.— Yo sé qué es muy triste para usted.
Elvirita.— No. No es eso. (Pausa) Bueno, sí. La carta debe estar en su cuarto. (Silen-
cio). Lo que pasa es que no puedo entrar. (Contiene las lágrimas) Todo me la recuerda.
Rufino.— No es necesario… Digo… Puedo entrar yo, si usted me lo permite, y sacar
la carta…
Elvirita (Cambia de tema).— ¿Piensa quedarse mucho?
Rufino.— Unos días. No sé muy bien.
Elvirita.— Tenga cuidado. Esta ciudad se ha transformado en una Babel.
Rufino.— Esa carta es muy importante para mí.
Elvirita.— Sí, claro. Ella me habló tanto de usted. Creo que se había enamorado. Yo
le decía: ¿Cómo te vas a enamorar de unas palabras escritas en un papel? Pero ella…
(Silencio, se emociona) ¿Quiere tomar más agua?
Rufino.— Sí, gracias.
Elvirita (Le sirve).— Sírvase.
Rufino.— Muy amable, gracias.
Elvirita.— No volví a entrar más en su cuarto. No puedo. Es más fuerte que yo. (Trata
de reprimir la emoción) Hacen seis meses ya.
Rufino.— Comprendo.
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Elvira entra.
Elvirita.— Tome.
Rufino.— Gracias. (Pausa). Qué lindos se ven los naranjales.
Elvirita.— Sí, la pobre Luli no podía verlos…
Rufino.— ¿Por qué?
Elvirita.— El accidente… Sus ojos… ¡Pobrecita! (Pausa) ¡Me daba tanta angustia que
yo pudiera ver y ella no! ¿Sabe lo que hacía? ¡Me vendaba los ojos!
Rufino.— No entiendo.
Elvirita.— Para andar por la casa me los vendaba. Quería sentir lo mismo que Luli.
Me sentaba aquí con ella a escuchar y a oler. Era una manera de estar más cerca, ¿com-
prende? (Se corta, pudorosa) Perdone. No debería contarle estas cosas.
Rufino.— Ella nunca me dijo que…
Elvirita.— ¡Claro, no! Nos pareció que a usted…
Rufino.— Otra mentira piadosa.
Elvirita.— Llámelo así si quiere. Pero para Luli, usted era la persona más importante
del mundo. Los años que sobrevivió fueron gracias a sus cartas.
Rufino.— Necesito saber si ella… Si ella…
Elvirita.— ¿Qué?
Rufino (Muy pudoroso).— Si ella me…
Elvirita.— ¡Con toda el alma! Créame. Lo amaba más que a nadie en el mundo. (Pau-
sa). ¿Y usted a ella?
Rufino.— Demasiado, doña Elvirita.
Elvirita.— Ya lo sé. Leí cada una de sus cartas, muchas veces.
Rufino.— ¿Pero a quién?
Elvirita.— ¿Cómo?
Rufino.— Digo… ¿A quién amaba ella?
Elvirita.— ¡A usted, por supuesto!
Rufino.— Yo también escribí muchas mentiras piadosas. (Silencio). Oculté muchas
cosas.
Elvirita (Desconcertada).— Ah. Pero… Sus sentimientos… ¿Eran verdaderos?
Rufino.— Sí, claro. Si soporté todos estos años de encierro fue porque estaba…
Elvirita.— Eso es lo que cuenta, ¿no? (Silencio).
Elvirita.— Oiga cómo cantan. A Luli le hacía tan bien escucharlos. A esta hora yo la
traía a esta hamaca para que escuchara los pajaritos.
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Elvirita sale. Rufino se queda solo, de pie, en la sala. Se lo ve incómodo, nervioso. Saca un
papel muy manoseado del bolsillo. Lo mira. Lo desdobla.
Elvirita (Entra. Trae una bandeja con una botella de licor y dos copitas).— Bueno, aquí
está el licor de naranja.
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Brindan. Solo bebe Elvirita. Rufino se lleva la copa a los labios, pero no la prueba.
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Querida Luli:
sé que esta será mi última carta
y deseo que brille como un papel de sueños
y alumbre tu soledad a fuerza de palabras.
Querida Luli:
solo tengo para vos este último aliento.
que te escribo con sangre en un papel de sueños,
que dice adiós, amor, y para siempre:
adiós.
Rufino (Se le llenan los ojos de lágrimas).— Tiene razón. Son lindos versos. (Pausa).
Los encontré escondidos en el ruedo de este pantalón. Libertario los había escondido;
nunca se los mostró a nadie. Ni siquiera a mí.
Elvirita.— ¿Y por qué no los leyó?
Rufino. (Niega, humillado, con la cabeza. Esquiva la mirada)
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Ariel Barchilón Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
para los ricos, y los restos, las partes fuleras, se colocaban en envases baratos, para los
pobres. ¿Sabe lo que hizo Libertario Villegas?
Elvirita.— ¿Qué?
Rufino.— Convenció a los otros peones que hicieran al revés. En las latas de lujo
ponían los pescados fuleros y en las baratas los mejores. (Sonríe tímidamente) Por su-
puesto que los descubrieron y los echaron. Así era él. ¿Se da cuenta? (Sonríe).
Largo silencio.
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Elvirita.— ¡Qué torpe! ¡Discúlpeme! (Pausa) ¿Sabe una cosa? (Pausa. Él la mira, sin
contestar) Luli también le dejó un regalo.
Rufino.— ¿La carta?
Elvirita.— No. (Se saca un anillo del dedo y se lo da) Era de ella. Me pidió que se lo
diera como recuerdo. (Le extiende la mano con el anillo).
Rufino.— (Lo mira emocionado. No lo agarra).— Disculpe… No… No puedo acep-
tarlo.
Elvirita.— ¿Por qué?
Rufino.— Es demasiado valioso. (Muy perturbado) Mejor, no.
Elvirita (Sus ojos se llenan de sombras).— Rechazar un regalo es desprecio.
Rufino.— ¡No! ¡No! No lo desprecio, no. Al contrario: es de oro, vale mucho.
Elvirita.— No es de oro. Parece. Es de fantasía. Tómelo. (Pausa. Rufino lo toma, acon-
gojado) Luli soñó con usted antes de morir. (Pausa) Se quedó dormida aquí (señala la
hamaca), pobrecita, mientras escuchaba el canto de los pajaritos en el jardín. (Pausa)
Estaba en una especie de desierto blanco y el sol del atardecer hacía que su cuerpo
proyectara una sombra muy larga. Entonces apareció usted y sin mirarla, le pisó la
sombra. Ella dice que sintió la dulzura con que usted apoyó su pie descalzo y que eso
que usted hizo, pisar su sombra, significaba que se habían comprometido uno al otro
para casarse. Tenía los ojos llenos de lágrimas cuando me lo contaba, pobre ángel.
Silencio.
Rufino.— Yo también una vez soñé que Luli entraba a mi celda y me daba una llave.
Yo creí que era la llave de la puerta de mi celda e intentaba abrirla pero ella me decía
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Cartas de la ausente (131-152)
que no, que esa llave, era para otra cosa. Yo le preguntaba qué abría pero ella se quedó
en silencio y no me dijo nada.
Elvirita.— Qué hermoso sueño. (Le ofrece el anillo).
Rufino (Lo toma).— Gracias.
Elvirita.— Luli se hubiera sentido feliz.
Rufino (Intenta ponérselo en el dedo).— Es muy chiquito para mis dedos.
Elvirita. (Ella empieza a llorar).
Rufino.— ¿Qué le pasa? (Pausa) ¿Dije algo incorrecto?
Elvirita (Ella trata de contener las lágrimas).— No… No… ¡Perdón! Discúlpeme un
minuto. (Sale).
Rufino se queda solo, desconcertado. Mira el anillo, le da vueltas. Luego va hasta la hamaca
donde se sentaba Luli y la mueve. De golpe, en un impulso, Rufino se decide. Toma su ma-
letita y se dirige a la puerta de entrada. En ese momento vuelve a entrar ella con una caja.
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Elvirita.— ¡Vamos, hombre! Es algo divertido. Cierre los ojos, por favor.
Rufino.— Nunca cierro los ojos. En el penal aprendí a dormir con los ojos abiertos.
Elvirita.— ¿Qué?
Rufino.— En la puerta de la celda había un pequeño orificio. Siempre había un ojo
ahí, vigilándome, ¿me interpreta? Cuando a uno lo vigilan tanto, se acostumbra a no
cerrar los ojos.
Elvirita.— Aquí no corre peligro. ¿O desconfía de mí? (Pausa. Rufino esquiva la mira-
da) Dígame: ¿Usted piensa que puedo hacerle algo malo?
Rufino.— No, doña Elvirita.
Elvirita.— Bueno, cierre los ojos, entonces.
Elvirita.— No haga trampa, eh. (Va hasta la victrola y pone un disco. En el aire se escu-
chan los acordes de un tango. Rufino abre los ojos, desconcertado. Ella, radiante) ¿Le gusta?
(Rufino asiente con la cabeza) Me la compré a poco que murió Doménico. ¡Yo siempre
deseé tanto tener una victrola! Pero él era muy avaro. Me tenía así. ¡Cortita! Cuando
falleció, pobre de él, fui y me la compré. A Luli le encantaba. (Pausa, escuchan el tango)
¿No le gustaría… digo… no le gustaría sacarme a bailar?
Rufino (Brusco).— ¡No!
Elvirita (Desilusionada).— Ah, qué pena. Hace tanto que no… Por eso… Yo pensé
que… (Suspira) ¡Ah! ¡Una tiene tantos sueños sepultados!
Rufino.— ¿Qué?
Elvirita.— Nada. Tonterías de mujer.
Rufino.— No. Diga, por favor.
Elvirita.— Mi marido fue un hombre tan aburrido. Lo único que repetía todo el tiempo
era: “Hay que agachar el lomo y trabajar”. Eso era lo único que sabía hacer, ¿comprende?
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Cartas de la ausente (131-152)
Rufino.— No.
Elvirita.— Cuando nos casamos yo tenía 17 años y él 43. Yo estaba llena de sueños.
Quería divertirme, bailar, conocer gente, vivir.
Rufino.— Ah.
Elvirita.— No solo usted ha estado en una prisión.
Rufino.— Soy muy torpe.
Elvirita.— ¿Qué?
Rufino.— Tengo miedo de pisarla.
Elvirita.— ¿De qué habla?
Rufino.— De bailar. Si quiere… Pero va a tener que llevarme usted.
Elvirita.— ¿Lo dice en serio?
Rufino.— Y, sí.
Elvirita.— Está bien. Voy a poner el disco desde el comienzo. ¡No! ¡No! Mejor espere.
Espere un segundo. (Sale).
Rufino se queda solo. Vuelve a tener un ataque de tos más fuerte. Cuando lo supera, va hasta
donde cuelga su sombrero, se lo pone y se dirige a la puerta de salida. En ese momento entra
Elvirita, vestida con un vestido blanco, radiante.
Elvirita (Posa para él y le sonríe como Luli).— ¿Y? ¿Qué le parece? ¿Le gusta?
Rufino (Sombrío).— Ella me prometió en muchas cartas que cuando yo viniera a verla
se iba a poner…
Elvirita.—…un vestido de raso blanco. (Pausita) ¿Le gusta?
Rufino.— Es hermoso. Pero… usted no es Luli.
Elvirita.— ¡No me mortifique, por favor! Esperé este momento durante tantos años…
Rufino.— Yo también, pero yo venía a ver a Luli.
Elvirita (Furiosa).— ¡Deje de hacerse el ciego! ¡¿No se da cuenta?! ¡Yo soy Luli!
Rufino.— No. Usted es la mamá de Luli.
Elvirita.— ¡No! ¡Yo soy ella! ¡Cada uno de mis poros es Luli! ¡Cada gesto, cada latido,
cada pedacito de mi piel es Luli!
Rufino.— ¿Usted lo dice por eso de los gestos que se aprendió de memoria?
Elvirita (Aúlla, angustiado).— ¡No! ¡Luli nunca existió!
Rufino.— Eso no es verdad.
Elvirita.— Yo inventé a Luli para parecerle más interesante, Rufino.
Rufino.— ¡Cállese! Yo conozco muy bien a Luli y no es como usted. Ella… Ella me
convirtió en otro hombre.
Elvirita.— ¡Fui yo! ¡Yo soy Luli! ¡Yo!
Rufino.— No. Yo la conozco muy bien y ella no es como usted.
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Ariel Barchilón Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Silencio.
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Cartas de la ausente (131-152)
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Ariel Barchilón Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Rufino tiene un ataque de tos. Saca un pañuelo y escupe en él. Luego lo dobla.
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Cartas de la ausente (131-152)
Elvirita.— Sí, va a ser lo mejor. (Pausa). Vaya nomás. Y hágase ver por un médico.
Rufino (La saluda con la cabeza).— Gracias. (Pausa). Buenas noches.
Elvirita.— Buenas noches.
Rufino sale.
Elvirita queda sola, inmóvil, un instante. Luego va hasta la hamaca de Luli y se sienta.
Una tenue luz de luna entra por el ventanal.
Silencio.
Rufino golpea la puerta suavemente.
Elvirita pone el disco en victrola. Se miran. El acercamiento es tímido y torpe, pero final-
mente se toman y comienzan a bailar, a bailar, a bailar, hasta que la escena se congela.
La luz de luna permanece un instante, iluminándolos, y luego se extingue.
Oscuridad final.
152
Mariana Gardey Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Mariana Gardey*
El realismo es algo muy difícil de manejar. Yo entiendo que no existe eso. Existe, sí, una voluntad de
representar cosas que más o menos compartimos y creemos que es la realidad. Después, las interpre-
taciones son profundamente subjetivas, más en el arte. Entonces de alguna forma quien se propone
hacer un relato realista ya está de movida proponiendo un engaño. Yo nunca quise hacer relato
realista. Sí lo que quise hacer son relatos bien explícitos desde el inicio, eso no creo que sea un relato
realista. Es la voluntad de explicitar algo y ver hasta dónde se puede llegar. Arrancar diciendo: “Yo
soy fulano de tal, hijo de desaparecidos, a mi mamá la torturaron y la violaron” y a partir de ahí
estirar la cuerda y ver hasta dónde llega. Entonces sí aparecen otras dimensiones e intervienen los
géneros en la medida en que nuestra propia subjetividad está atravesada por los géneros. Los géneros
literarios no están solamente en los manuales, o en las películas que vemos, sino que están dentro
nuestro. Es más, muchas veces leemos la realidad como si fuera un género literario.
Félix Bruzzone, entrevista “Narrar la ausencia”, de Martín Jali
153
Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Las lágrimas, de Mariano Tenconi Blanco...(153-158)
la “Conquista del Desierto” y, sobre todo, la última dictadura militar, con sus rebotes
en el presente.
La polémica identidad nacional argentina ha sido definida por diversos autores
(Ezequiel Martínez Estrada, Aníbal Ponce, Ricardo Rojas, Héctor P. Agosti, entre
otros) y grupos culturales (Florida y Boedo, el martinfierrismo, los hispanistas y los
rosistas). La política antiindigenista llevada a la práctica por Sarmiento y sucesivos Go-
biernos —que se traduce en la eliminación de la población autóctona y en las facilida-
des de ingreso al país ofrecidas a los inmigrantes, principalmente europeos— creó un
mosaico complejo de nacionalidades dentro del común crisol argentino, corporizado
en la antinomia de la civilización europea y la barbarie americana. Para los conquista-
dores, los indios fueron extraños a la nacionalidad en formación y solo representaban
el remoto pasado precolombino, ajeno al nuevo ritmo de la historia. Por razones po-
líticas circunstanciales, las jóvenes burguesías rioplatenses fingieron alguna vez, frente
al enemigo común español, la solidaridad de sus aspiraciones con los intereses reales
del indio aborigen. Pero se trataba entonces de atraer para la revolución el concurso de
sus brazos armados o de evitar la irrupción de sus malones. Y esa actitud de “simpatía”
hacia los indios —mientras se aguardaba el momento de “conquistar el desierto” y
arrojarlos de sus tierras— se impuso para enfrentar a la Iglesia, que los fanatizaba para
sí. La cultura argentina se generó en la violencia del mestizaje, aunque dentro de nues-
tro argentinismo nos sentimos todos profundamente europeos. Pero el conquistador
ha fracasado en imponer las formas huecas de la civilización trasplantada. Condenados
a vivir sin historia, sin precisar nunca los rasgos de nuestra fisonomía, creamos una cul-
tura artificial, falsa. La Argentina no es sujeto de la historia: no hay historia nacional,
sino etnología o, en otras palabras, la historia de los pueblos que no tienen historia.
El debate ideológico sobre la identidad nacional fue un paso previo a la postulación
de transformaciones revolucionarias que abarcarían el continente. La postulación de
la independencia es consecuencia del conflicto nunca resuelto entre padres e hijos. El
hijo desconocido por su padre se subleva contra él: esta es la razón de la mayoría de
las revoluciones.
Un momento clave en la historia de la identidad argentina fue la dictadura militar
entre 1976 y 1983, caracterizada por la tortura y desaparición sistemática de 30 000
argentinos cuyo pensamiento político era “enemigo del Estado”, la acción de convertir
en anónimas a las víctimas, la figura del “desaparecido”, la red de centros clandestinos
de detención, el robo de bebés, y luego el discurso de la memoria, activada por las na-
rrativas de las víctimas. En el caso de los desaparecidos, la falta del cuerpo imposibilitó
la realización de los rituales de luto: no había un muerto al que se le pudiera rendir
culto. Ellos no estaban ni vivos ni muertos, pero vivos y muertos al mismo tiempo. En
un principio la alusión al desaparecido iba unida a la idea de búsqueda, pero a medida
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que pasaron los años, los familiares fueron haciéndose a la idea de que sus desapare-
cidos podían estar muertos, por lo que se generó la necesidad de encontrar el cuerpo
para dar fin a la búsqueda. En algunos casos la ratificación de la muerte, a través de
exhumaciones e identificaciones, significó sacar a la persona de la categoría de desapa-
recido. En otros, el desaparecido continuó siendo una figura liminal que hace referen-
cia tanto a la muerte como a la vida. La falta del cuerpo y la imposibilidad del ritual no
permiten un reconocimiento social de la muerte. El estado de camaradería, presente
en la posición liminal de los desaparecidos, permite lazos de unión entre los familiares,
que los constituye como grupo específico de lucha y refuerza vínculos de solidaridad
entre ellos. Pero a la vez, esta camaradería no permite distinción: las Madres de Plaza de
Mayo comenzaron en 1986 un proceso de definición política que ellas llamaron la “so-
cialización de la maternidad”: cada una se sintió madre de todos los desaparecidos, por
lo que abandonó la foto de su hijo particular y rechazó la exhumación de los cuerpos.
En cuanto al robo de bebés, eran los hijos de las víctimas secuestradas y llevadas a
prisiones clandestinas. Esos chicos también fueron capturados, y las mujeres embaraza-
das eran mantenidas vivas hasta que daban a luz. Cerca de 200 niños nacieron en cau-
tiverio, y otros desaparecieron junto a sus padres; muchos fueron dados en adopción a
familias de militares o vinculadas a ellos. Las Abuelas de Plaza de Mayo se organizaron
para descubrir el destino de sus nietos, habiendo restituido la identidad de 122 hasta
abril de 2017, cuando se encontró al hijo de Iris García Soler y Enrique Bustamante,
nacido en la ESMA en julio de 1977, durante el cautiverio de su madre. El problema
de los chicos desaparecidos por razones políticas es tan serio que afecta la conciencia
universal y debe resolverse en su totalidad. Esto requiere las siguientes medidas: restau-
rar la identidad biológica del niño, reunirlo con su familia biológica y tomar distancia
de la relación con quienes lo criaron si estos eran conscientes de su origen. La dificultad
más desafiante que vienen enfrentando las Abuelas es localizar a los nietos en manos de
oficiales militares. Los chicos ya han vivido muchos años con sus secuestradores. Los
jueces son reacios a reunirlos con sus familias biológicas, porque creen que los jóvenes
son demasiado grandes para cambiar de hogar, argumentando que su vínculo emocio-
nal con quienes los han criado es muy fuerte para romperlo. Aun si esos individuos
no son sus padres biológicos, el tiempo que ya pasaron juntos los volvió sus “padres
reales”. El caso más reciente y notorio ha sido el de Guido Montoya Carlotto, hijo de
Laura Carlotto y Walmir Montoya, apropiado en 1978 por el matrimonio Hurban
bajo el nombre de Ignacio, y recuperado en agosto de 2014. La situación de los niños
desaparecidos en manos de familias militares es considerada uno de los problemas más
angustiantes que resultaron de la dictadura militar.
En Las lágrimas se refieren el robo de la tierra a los indios, el consiguiente robo de
la identidad real —que nunca pudo ser— a los blancos, y la distorsión de la identidad
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sonajes y hechos históricos reales en tramas que retratan usos y costumbres de la época,
guerras, conspiraciones, la lucha del pueblo, las hazañas de los héroes, la legislación de
sus ideales y la formación nacional. Como complemento de ese componente histórico
esencial, y de acuerdo con los lineamientos del género de las telenovelas latinoamerica-
nas que señala Nora Mazziotti (2006), a través de la inserción de personajes ficticios,
se elaboran subtramas interconectadas con historias de amor, celos, intrigas, traición,
la lucha del bien contra el mal, el “drama de reconocimiento” —o revelación de la
identidad— y el final feliz. Ejerciendo la naturaleza emocional del elemento dramático
y la esfera de lo doméstico, las telenovelas históricas describen y reflexionan en detalle
sobre momentos y circunstancias personales de los héroes favoreciendo su historia pri-
vada, su dimensión humana, individual, su versión intimista.
En Las lágrimas, la tensión entre melodrama y comedia activa el potencial subver-
sivo de ambos géneros. Tenconi Blanco hace uso del carácter transgresor de la risa, que
renueva el tratamiento de temas serios despojándolos de prejuicios y de solemnidad.
La identidad, los desaparecidos, el robo de bebés, la Conquista del Desierto, el amor,
el lesbianismo, el travestismo, el capitalismo, el régimen de la ficción, y la política son
tematizados en la trama principal, y algunos de esos temas se refuerzan en la subtrama
de la telenovela filmada, que se llama Las lágrimas. Lo mismo sucede con la acción; esa
subtrama replica, en otro periodo histórico, el patrón de la historia de la trama princi-
pal: secuestro, identidad desconocida, aparición de la verdadera familia. Los personajes
de este melodrama cómico grotesco son Libertad, una heroína joven, bella, tonta y
virgen, estrella de telenovela de quien todos y todas se enamoran, pero que está en
pareja lésbica sin sexo; Victoria, su novia machona; Edith, la directora de la telenovela,
alcohólica y discapacitada en silla de ruedas, que simboliza la Argentina; Marcelo, un
obstetra provinciano, asistente de dirección en el canal; y el villano Acevedo, un militar
devenido en director del canal de TV, personaje símbolo del horror y del capitalismo. A
su vez, algunos de ellos duplican su identidad al interpretar los roles de la telenovela en
proceso, que se va grabando en el estudio de televisión. La música forma parte sustan-
cial en la obra: ciertos personajes cantan su canción, que tematiza algún sentido de la
identidad; la música electrónica, negación del capitalismo (“la estrella es la multitud”),
es protagonista en la fiesta de cumpleaños de Libertad; se escucha y baila una balada
pop, que es tema de la telenovela Las lágrimas. El género del melodrama histórico re-
mite, en la trama central de Las lágrimas, al pasaje de “desaparecido” a “muerto” (Ema)
o “vivo” (Edith) de algunos personajes o sus parientes, al secuestro de mujeres emba-
razadas y sus bebés, al descubrimiento de vínculos familiares desconocidos entre un
grupo de víctimas de la última dictadura militar, y al castigo reparador de la injusticia.
Y en la subtrama de la telenovela que se va filmando durante la obra, refiere el rapto de
una cautiva blanca por los indios durante la Conquista al Desierto, a la revelación de
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Referencias Bibliográficas
Agamben, G. (2005). Profanaciones. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.
Mazziotti, N. (2006). Telenovela, industria y prácticas sociales. Bogotá: Norma.
Tenconi Blanco, M. (octubre 2015-marzo 2016). Las lágrimas, un manual. Dramate-
atro, (1-2), 251-254.
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Las Lágrimas
Primer Acto
Escena 1
Estudio de televisión vacío. Quizás ni siquiera notamos aún que es un estudio de televisión,
es un espacio vacío y ya. La única luz que hay emana de la velita encendida en una tor-
ta. Quien sostiene esa torta con estoico afecto es Victoria Acevedo. Pasará varios segundos,
minutos quizás, sosteniendo la torta. Parece que va a abandonar, pero no. Así varias veces.
Finalmente el amor vence y aparece la homenajeada, o eso creemos, ya que Victoria Acevedo
comienza a entonar el remanido Happy Birthday. Quien ingresa es Libertad. Su hermo-
sura hubiera justificado sostener la torta por siglos.
Victoria.— Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz, que los cumplas… Ro mi
*
Dramaturgo y director de teatro. Correo electrónico: mtenconiblanco@gmail.com.
Gramma, XXVIII, 58 (2017), pp. 159-210.
© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales. Área de Letras del Instituto
de Investigaciones de Filosofía y Letras. ISSN 1850-0161.
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Libertad sopla.
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Aparece un joven.
Victoria.— ¿Sí?
Marcelo.— Busco a Edith.
Victoria.— ¿Para qué?
Marcelo.— ¿Vo’ so’j una actriz? ¿La Libertá’ Lux?
Libertad.— Ahí tenés.
Victoria.— ¿Ahí tengo qué?
Marcelo.— Marcelo me llamo.
Libertad (riendo desmesuradamente, queriendo ser protagonista).— Sos re gracioso,
Marcelo.
Victoria.— Ay, me tenés harta.
Libertad.— ¿Qué te enojas, nena? ¿Quién te habló a vos? Tema uno tema dos, ay mirá,
tema tres no hay.
Marcelo.— Me espera la señora Edith.
Libertad.— ¿Te espera Edith?
Marcelo.— ¿Ustedes la conocen?
Libertad.— ¿Si la conocemos?
Victoria.— Dejá de preguntar lo mismo que él dijo. A Edith la conocemos muy bien.
Libertad.— Sí. Muy bien.
Victoria.— Como a una madre.
Libertad.— Edith es un fantasma.
Marcelo.— ¿Cómo que e’j un fantasma?
Victoria.— Vos no sos de Buenos Aires, ¿no?
Libertad.— Ay, sabés boluda que yo lo pensaba desde hoy, ¿de dónde es, de dónde es?
Pero después pensaba que como mi mente está toda mal capaz que soy yo que estoy
imaginando que habla raro y habla re normal.
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Mariano Tenconi Blanco Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Libertad haciendo de cautiva, amordazada y maniatada. Aun así es bella y dan ganas de
ser valiente y rescatarla. Oímos sus pensamientos. No; oímos los pensamientos de su perso-
naje.
Libertad.— El sol cortaba la tarde como mayonesa mal batida. Yo me paseaba toda
con mis cabellos dorados. Soy bella, lo sé, y saberme bella me da mucha confianza.
Hice silencio. Silencio mental. Dejé simplemente de pensar. Raras manías las mías, de
señorita, de señorita crecida, cuando me relajo toda en mi mismo cuerpo suavemente,
sin saber por qué, me gusta como esconder mi mano dentro de mis enaguas, más den-
tro, descubrir mis órganos interiores. Y entonces yo tan concentrada que ni noticias
del batifondo, y en cuanto abro los ojos veo un carnaval carioca de bestias equinas y
humanos en carnes. De un tirón un indio me arrancó la mano que estaba en mis intes-
tinos y me llevó como camino al cielo. Mientras volaba olí su torso, negro como barro,
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duro, lubricado, con olor a pasto y mate y carne y bosta. Mientras me elevaba algo de
mí, de mis adentros profundos, algo líquido se expresaba. Como un aceite o una leche
de cabra. Sentía que mi corazón se enderretía por entre mis patas. “Te measte, china”,
me dijo mi indio. Yo, Remedios del Valle, me quedé muda toda. Solo me agarré de su
pecho de lija. Un poco este negro me gustaba. Nahuel Huequé soy yo, me dijo. Y como
soy soñadora me imaginé siendo señora de Huequé. Ojalá lleguemos a la toldería y me
viole toda el Nahuel Huequé este, pensé. Ya estoy en edad. Pero no. Aquí estoy sola y
atada y casta. Se está haciendo desear el indio histérico. Yo sé que le gusto toda. Soy su
cautiva favorita.
Edith.— ¡Corte!
Muy bien, querida.
Libertad.— La verdad, Edith, es que yo no entiendo esto que estoy haciendo, pero
como que me identifica, ¿sabés?
Edith.— A mí también me identifica.
Libertad.— Soy huérfana yo, Edith. ¿Sabía eso usted? Un pasado triste, llevo.
Edith.— ¿Sos huérfana?
Libertad.— Sí. No, en verdad no. No del todo. O en verdad sería que sí. Tengo unos
padres, pero sé que no son mis padres y no sé quiénes son mis padres, no sé cuál sería
la palabra para eso.
Edith.— Para eso hacemos ficción. Para cambiar nuestra realidad.
Marcelo.— ¿Para eso?
Edith.— ¿Usted qué se mete?
Libertad.— Sí, callate vos, nuevo, que no sabes nada. Viva la ficción.
Hoy es mi cumpleaños, ¿sabían?
Marcelo.— Feliz cumpleaños.
Edith.— Cállese.
Libertad.— Así que esta noche voy a hacer una fiesta.
Marcelo.— ¿Esta noche?
Libertad.— En mi casa. No. En mi casa no. En la casa de Victoria.
Victoria.— Ah. Bueno. Bárbaro.
Marcelo.— Qué divertido.
Libertad.— ¿Vienen?
Marcelo.— Sí, claro.
Libertad.— ¿Edtih?
Edith.— Yo ya no hago esas asquerosidades, querida. ¿Andar con gente, festejando
cosas?
Libertad.— Como usted quiera. Tampoco quiero que sienta que la estoy así, digamos,
pinchando.
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Victoria.— Edith, necesito reunirme ahora con vos. Acevedo quiere vernos.
Libertad.— Ay, si viene Acevedo seguro son problemas y a mí ya como que no me da
más el cuerpo ya.
Edith.— Yo ya te expliqué que no me gusta ese tipo de gente, y vos me dijiste que no
tenías problemas con eso. Perdón que sea tu padre.
Victoria.— No importa que sea mi padre. El tema es que es el director del canal, la
telenovela es un éxito, ¿cómo le explico que la directora no lo quiere conocer?
Edith.— Decile que estoy muy ocupada, que soy una discapacitada, no lo sé.
Victoria.— Pero, Edith, no podés hacerme esto.
Edith.— Victoria, yo te prometo que cuando terminemos de grabar la novela yo te voy
a explicar todo y vos vas a entender bien.
Ambas se retiran.
Libertad comienza a colocarse el nuevo vestuario.
Marcelo se le acerca.
Libertad.— Qué te pasa que me mirás así, estás re crazy vos, Marcelo, me parece.
Me estoy cambiando, yo.
Marcelo.— Claro, no. Te tené’ que poner el disfraz nuevo, te dejo tranquila.
Libertad.— No se le dice disfraz, se le dice vestuario.
Marcelo.— ¿Por qué?
Libertad.— Porque no nos disfrazamos, o sea, disfrazarse se disfraza, no sé, Súperman.
Marcelo.— ¿Y qué diferencia hay con Superman? Él tiene doble identidad. Una de
héroe, otra de persona normal. Y él en verdad ni siquiera es esa persona, Clark Kent,
porque él es de otro planeta, o sea que su verdadera identidad no es ni Superman ni
Clark Kent, sino que/
Libertad.— ¿Superman me decís? Soy una chica yo. Ay, sos un loco bárbaro, Mar-
chelo, vos.
Marcelo.— No me gusta Marchelo.
Libertad.— No me gusta tututú. Entraste, así, me viste desnuda…
Marcelo.— Es que a mí no me da vergüenza una mujer desnuda, porque también soy
obstetra.
Libertad.— ¡¿Obstetra?!
Marcelo.— Sí.
Libertad.— No sé qué es eso.
Marcelo.— Obstetra.
Libertad.— Obstetra.
Marcelo.— Partera.
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Libertad se coloca como en pose de parto. Se coloca un objeto entre sus piernas; un pañuelito,
por ejemplo.
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Láx, exhalamo’.
Libertad.— Re, fuh. Lax, fuh.
Marcelo.— Ahora empezamo’j a pujar. Cuatro o cinco vece’ por contracción. Vamos,
mami. Pujamo’. (La toma de la mano).
Pujamo’.
Libertad.— Fuh
Marcelo.— Pujamo’.
Libertad.— Fuh.
Marcelo.— Pujamo’.
Libertad.— Fuh.
Marcelo.— Pujamo’.
Libertad.— Fuh.
Marcelo.— Vamos, mami. (Se agacha hasta la entrepierna de Libertad).
Libertad.— El pañuelito es el bebé.
Marcelo.— Vamos.
Libertad.— Fuh.
Marcelo.— Vamos, mami.
Libertad.— Ahí está. Muah. Muah. Llora. Jugá conmigo.
Marcelo.— Felicitaciones, mami.
Es un hermoso…
Libertad.— Niña.
Marcelo.— Es una hermosa niña.
¿Cómo se va a llamar?
Libertad.— Romina.
Marcelo.— Romina, qué lindo.
Libertad.— No, no es lindo nombre. Pero al menos esta Romina no es adoptada.
Marcelo.— Libertad, digo Romina. Yo tengo que hablar con vos. Tengo cosas impor-
tantes, para decirte. De tu vida. Y de mi vida.
Libertad.— ¿Nos conocemos de otra vida, Marcelo, nosotros?
Marcelo.— No. De esta vida.
Libertad.— Ay, sos un poco lindo, Marcelo.
Marcelo.— Eh, no, sí, gracia’, vos también.
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Electroshock en tu corazón.
Explotemos los dos.
Quiero morir con vos.
Tu cuerpo es un avión.
Estallemos los dos.
Quiero morir con vos.
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Acevedo.— Buenas.
Victoria.— Hola, papá.
Él es Marcelo, el nuevo asistente de dirección.
Acevedo.— ¿Cómo estás, Marcelo?
Marcelo.— Buen día, señor.
Acevedo.— Qué educados los traen ahora.
Victoria.— Y sí.
Acevedo.— Podés tutearme, campeón.
Marcelo.— Dale.
Acevedo.— Dale, me dice. Le das la mano te toma el codo. Un fenómeno, Marcelito.
Bueno, esperamos a la directora para empezar la reunión, ¿no?
Victoria.— Edith se tuvo que ir de apuro, papá. Queda Marcelo en su representación.
Acevedo.— ¿Cómo que se tuvo que ir? Nunca la puedo conocer a esa mujer. Es un
absoluto fantasma.
Victoria.— ¿Querés café?
Acevedo.— No, no. Vamos a lo nuestro, mejor. ¿Vamos a lo nuestro? Contestame vos.
Marcelo.— Vamo’j a lo nuestro.
Acevedo.— No sos de acá. ¿Es de acá él?
Victoria.— No. Es santafesino.
Acevedo.— San-ta-fesino. Qué lindo Santa Fe.
Marcelo.— Soy de un pueblito.
Acevedo.— ¿Qué pueblito, che?
Marcelo.— Los Laureles se llama.
Acevedo.— Como el himno. (Canta). Sean eternos los laureles, que supimos conseguir…
¿En qué estábamos?
Marcelo.— ¿De qué?
Acevedo.— Me cae bien este, Victoria. Es muy gracioso. ¿Por qué no lo trajeron antes?
Victoria.— Bueno, papá, ¿hablamos?
Acevedo.— Hija, hay que recortar gastos.
Victoria.— ¿Recortar? Pero nos está yendo bárbaro.
Acevedo.— A los auspiciantes no les cierra. Y nosotros estamos gastando mucho. Por
eso hay que terminar Las Lágrimas pronto.
Marcelo.— ¿Y por qué no le gusta a lo’j auspiciante’?
Acevedo.— Apa, miralo. Tiene preguntas para hacer. A los auspiciantes no les gusta
esta ficción porque no es como es la vida de la gente. Si yo pongo una tira con un
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pelotudo enamorado de una boluda, los dos vestidos como en la calle, hablando como
en la calle, la ficción y la vida real de los pelotudos que la ven es la misma, entonces la
ficción desaparece. Y ahí, ahí, cuando la ficción desaparece, ahí aparece el consumo, y
los auspiciantes. Nosotros acá le vendemos a la gente que el mundo siga siendo como
es. Nosotros vendemos la idea del capitalismo. Nosotros somos el capitalismo, hija, a
ver si lo entendés. Esto que estoy diciendo es muy inteligente, pibe.
Victoria.— No me parece.
Acevedo.— Es así, hijita. Manda el dinero. Manda el vil metal. ¿O no, campeón?
Marcelo.— ¿O no?
Acevedo.— Qué gracioso es. (Entra Libertad, esplendida). ¡Libertad! Estás radiante.
Libertad.— Gracias, Leopoldo.
Acevedo.— La estrella de la televisión argentina.
Libertad.— Ay, tenés cada cosa, mirá. Leopoldo, hoy es mi cumpleaños.
Acevedo.— No sabía nada. Feliz cumpleaños.
Victoria.— Yo, si no me necesitan más, me voy a hacer cosas importantes, que tengo
que, hacer.
Acevedo.— Vaya nomás.
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Acevedo la toma del brazo y la intenta besar. Ella lo frena justo. Para colmo de males, acto
seguido aparece Marcelo en calzoncillos, con su pantalón antes manchado, ahora empapa-
do, en la mano.
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Libertad.— Vil realidad, vil pesadilla. Abofetearme debo. Acaso así despierte. Quizás
todo esto es falso. (Se autocachetea). No. No lo es.
Oh, siento pasos. Pasos de varón. ¿Será mi indio? Oh, enloquecí. Llamarlo “mi indio”.
Su sola preocupación por mí fue prevenirme del orine. Cómo idealiza una. Si me quie-
re metérmela, me voy a hacer la que no que no. Que se mee él ahora. Negro boludo.
Oh, pasos, pasos. Sí. Sos vos. Hola, indio. Acá estoy, sí. Cautivita y sola. A ver. Ahí.
Oh. Oh. Ayuda. Ayudaaa.
Marcelo (en off).— Dejá de gritar. Va a entrar la Cacique Lebián.
Libertad.— ¿Una cacica?
Identidá es la conciencia que una persona tiene de ser eia misma y distinta a las demá.
Libertad.— Señora Cacique, yo no la estaría comprendiendo.
Edith.— Su identidá, gurisa, no es la que usted conoce. Entiéndame bien claro, gurisa:
usté debe entenderme bien claro. Sus supuesto padre o progenitore son unos imposto-
re, niña, debe saberlo usté. Niña, ha sío robá usté de sus verdadero padre auténtico. Su
madre, gurisa, su madre no es su madre.
Libertad.— Oh, esa vieja bruja. Ya lo sabía, ya lo sabía. Yo soy buena.
Edith.— Gurisa, en arte copia y original valen lo mismo porque todo arte es copia,
pero en cuanto a las madre la cosa va bien diferente. Remedios: yo soy su verdadera y
auténtica madre.
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Libertad.— Oh, es increíble. Mi madre es madre india. Y yo, yo soy una india.
Edith.— Tus padre no’jan robao la hija y no’jan robao las tierra y me han robao las
pierna’. Soy una madre del dolor. Te amo con tanto ardor que viviré sin rencor. Cami-
naré, tengo valor.
Dame un beso sanador. (Libertad la besa a Edith con sincero afecto, en la mejilla).
Mira hija, qué alentador. (Edith se para de la silla y camina).
Es el milagro del amor.
Edith va saliendo.
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Ni Asia, ni Europa,
ni los Estados Unidos.
Mejor ser argentino.
Los mejores vinos.
Los picos andinos.
Los mejores ejemplares femeninos.
Apagón
Segundo Acto
Escena 2
Elegante departamento donde viven Victoria y Libertad. La decoración tiene objetos de
buen gusto y muchas cosas kitsch y camp, puestas con ingenuidad por Libertad y releídas con
ironía posmoderna por Victoria. Una buena combinación, diríamos, de no ser porque el
aire se corta con un cuchillo, como dicen los que usan esa frase para describir una situación
silenciosa e incómoda.
Victoria ordena un poco el living, entra comestibles y bebidas, o nada de eso. Las dos están
preciosas, pero Libertad mucho más. El aire se corta con un cuchillo.
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Libertad.— Sí.
Victoria.— Qué mal te está pegando este cumpleaños. Saturno.
Libertad.— ¿Saturno? ¿Sos vidente ahora?
Victoria.— Astróloga, sería.
Libertad.— ¿Sos astróloga?
Victoria.— No. Pero lo que dije fue propio de la astrología. Y Saturno es un planeta.
No una idea. Un planeta que tarda entre 27 y 30 años en dar la vuelta. Yo creo que los
planetas pueden modificar a los seres que viven en esos planetas.
Libertad.— Qué interesante.
Victoria.— Qué irónica.
Libertad.— Será Saturno que me vuelve irónica, de pronto.
Victoria.— Vos creés en Dios, así que no podés hablar.
Libertad.— Creo en Dios porque Dios existe. Por eso creo en Dios.
Victoria.— Rezale a tu Dios para que venga algún invitado, entonces.
Libertad.— Te voy a pegar.
Victoria.— ¿Qué decís?
Libertad.— Que te voy a pegar.
Victoria.— No. No te saqués.
Libertad.— Vos me sacás. Es tu culpa.
Victoria.— Estás muy alterada.
Libertad.— No hables más de mí. Te lo prohíbo.
Victoria.— Romina.
Libertad.— Romina mi orto. Romina mi orto.
Victoria.— Besame. Vení. Dame un beso.
Libertad.— Estás loca.
Victoria.— Sí. Estoy loca. Estoy loca por vos.
Libertad (riendo).— Ay, me da risa. Qué cursi.
Victoria.— No sé de qué te reís.
Libertad.— ¿Qué?
Victoria.— No te aguanto.
Suena el timbre.
¿Quién es?
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Le abre.
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Libertad baila. Marcelo la mira. Se queda cerca de Victoria, como buscando conversación.
Entonces Marcelo y Victoria bailan y conversan.
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Victoria sube la música. Suena la canción de Las Lágrimas, una pegadiza balada pop, en
la aguda voz de Libertad.
No conozco mi pasado.
No recuerdo mi pecado.
Y no tengo derecho para amar.
Victoria, Libertad y Marcelo bailan. Edith hace unos movimientos con su silla que se
aproximan a alguna forma de baile. Esto dura un rato, claro. En ese rato, Marcelo baila
desesperado, toma un poco de vino, mucha agua, suda mucho. Victoria oficia de disc jockey,
retoca temas, volúmenes, etc. De pronto, Marcelo sale corriendo.
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Libertad.— Capaz que Victoria le metió una pastilla. Ella siempre toma pastillas.
Edith.— Pastillas, ¿cuáles?
Libertad.— Éxtasis creo que es de esas de que toma ella.
Edith.— ¿Cocaína ya no se usa más?
Libertad.— Sí, se usan todas. Pero ella prefiere de esas, en pastillas.
Edith.— Yo en una época andaba con pastillas encima.
Libertad.— Ay, ¿vos te dabas, Edith?
Edith.— De cianuro.
Libertad.— ¿Qué es eso? ¿Veneno?
Victoria (desde el baño).— No. Adentro, Marcelo. En el inodoro.
Edith.— Mmm, sí.
Libertad.— ¿Y por qué?
Marcelo (desde el baño).— ¡Buaaaah!
Edith.— ¿Esa doble cassettera?
Libertad.— Me la regaló Victoria.
Edith.— Qué hermosa. (Se emociona). Yo tenía una igual. ¿Puedo poner un cassette?
Libertad.— Sí. Elegí uno y lo ponemos.
Edith.— Este.
Libertad.— Bueno.
Marcelo (desde el baño).— ¡Buaaaah!
Edith.— Yo andaba con pastillas de cianuro porque yo tenía piernas, y una vida in-
olvidable.
Libertad.— Wow, quiero saber, Edith.
Victoria (desde el baño).— La puta que lo parió. Te vomitaste todo.
Libertad.— Uy, pobre Marcelo. Y Victoria. Contame, Edith.
Edith.— Mi vida.
Libertad.— ¿Qué?
Edith.— Mi vida voy a contarle. Mi vida entera.
Libertad.— “Mi vida entera”, fah.
Edith.— Resulta que yo nací en el seno de una familia de inmigrantes rusos que vino
a la Argentina.
Libertad.— ¿Rusos?
Edith.— No interrumpa todo el tiempo, ¿quiere?
Libertad.— Sí, sí, sí.
Edith.— Mis abuelos eran rusos que, recién llegados, se convirtieron en trabajadores ru-
rales. Y todo se desarrollaba de manera normal, o lo que sería de manera normal teniendo
en claro el parámetro de normalidad de la Argentina, hasta el día en que mi madre quedó
embarazada. Porque luego de nueves meses de dulce espera, en el parto murió mi padre.
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por mis piernas. Si usted los viera a los osos, a los tigres, todos con el revólver afuera de
la cartuchera cuando yo pasaba con falda corta.
Libertad.— Ay, Edith, ¿es necesario?
Edith.— Yo era hermosa, no sabe, un sueño hecho realidad era. Sí, lo digo así, cursi,
cuando la belleza es mucha, las palabras no alcanzan, debería saberlo, usted es hermo-
sísima, Libertad.
Libertad.— Ya sé que soy linda. Usted también es una linda señora, Edith.
Edith.— Una noche, con el circo, estábamos en el Sur, en la Patagonia, en Ushuaia,
el fin del mundo, o en Siberia, no importa, donde usted quiera, nevaba, o no, no ne-
vaba, ya había nevado. Imagínese esa noche. Yo era joven. Y caminaba. Imagínese. Las
piernas. El caminar. El contoneo. Imagine. Pasé por la jaula de un oso viejo. Mami,
me dijo. ¿Cómo?, le dije. Mami. Me lo dijo de nuevo. Chupame la concha, le dije. Y
lo tomé como un indicio. Me fui del circo.
Libertad.— Pará, Edith. ¿Me estás diciendo que te habló un oso?
Edith.— Me puse soñadora, no había un oso. Entienda algo, por favor le pido.
Libertad.— Sí. Yo me creo todo. Yo re creo Edith, ¿sabés qué?, en Dios.
Porque si no mirá la edad de los papas. Viven mil años. Eso es re Dios. ¿Usted es —
como se dice— creyente?
Edith.— Sí, Libertad. Yo soy creyente. De hecho, después de que me fui del circo, me
hice monja.
Libertad.— Posta, Edith, qué historia de vida.
Victoria (desde el baño).— Sacate la ropa y quedate a un costadito, que yo voy a lim-
piar el piso y después te ayudo a cambiarte a vos.
Marcelo (desde el baño).— Bueno.
Libertad.— ¿Y qué hacías? Digo, siendo monja.
Edith.— Apretaba el rosario así, así, lo apretaba, así, hasta que me sangraran las ma-
nos. Para una mujer, la sangre es amor.
Libertad.— Como cuando te viene.
Edith.— Yo no tenía la regla cuando estaba en el convento. Sería la gracia de Dios.
Libertad.— ¿Cómo?
Edith.— Preste atención, quiere.
Libertad.— An sorry, an sorry.
Edith.— Qué inocentita, mi amor, tan crédula.
Libertad.— Sí, yo te creo todo. Soy actriz.
Victoria (desde el baño).— Vení que te limpio y ponete esto.
Marcelo (desde el baño).— Sos buena conmigo, Victoria.
Edith.— Yo también soy actriz. Y bailarina. ¿Qué me mira? Las piernas me mira.
Libertad.— Basta Edith, no te miré las piernas.
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Aparece Marcelo, vestido con ropa que presumimos de Victoria. Su look pasó del travestismo
al androginismo.
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Marcelo se va.
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Apagón.
Escena 3
Departamento. Mañana.
Libertad va y viene armando un bolso.
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Suena el timbre.
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do vos tenía’ poco tiempo de nacida. Y vo’ fuiste dada en adopción. Mi mamá era la
hermana de esa mujer, de tu mamá. Nosotros somos primo’, Libertad.
Libertad.— ¿Primos, vos y yo? Nada que ver. ¿Por qué la mataron? ¿A mi mamá?
Marcelo.— Tenían un grupo que hacía tareas de espionaje. Las Mucamas Revo-
lucionarias.
Libertad.— ¿Qué más sabés?
Marcelo.— Algunos nombre’.
Libertad.— ¿Yo cómo me llamo?
Marcelo.— No, no sé.
Libertad.— ¿Libertad?
Marcelo.— Capaz que sí. Capaz que no. Mi madre también fue asesinada. Perdón que
te lo cuente todo así, viste, pero de alguna forma tenía que hacerlo.
Libertad.— Esperá.
Marcelo.— ¿Qué?
Libertad.— No estoy para andar besándome con nadie. Si no sé quién soy, como que
no puedo, digamos, así, amar, amar.
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Suena el timbre.
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Suena el timbre.
Libertad.— Ay, otra vez ese timbre y la puta madre. ¿Quién es ahora?
Victoria (desde detrás de la puerta).— Soy yo, Libertad. Menos mal que estás todavía
porque me olvidé las llaves.
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Libertad.— Se lo dijo.
Marcelo.— Sh.
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ella, y hubiera hecho cualquier cosa que ella me pidiera. Y hoy, tantos años después,
también lo haría. Esta mujer lideraba un grupo de mujeres que buscaban ser empleadas
domésticas en casas de tipos poderosos para hacer tareas de espionaje. Las mucamas
revolucionarias se hacían llamar.
Libertad.— Yo quiero ser una mucama revolucionaria.
Edith.— Ella me contó esto y me convenció de ayudarla para hacer espionaje de las
actividades de mi marido. Empezamos revolviendo papeles, pero después ya era ir a
lugares, poner micrófonos, dar direcciones de colegas. Éramos un James Bond de les-
bianas. Hacíamos cualquier cosa por “la causa”; incluso nos dejábamos fornicar por mi
marido. Este militar, este atleta de la maldad pero también del sexo, nos embarazó a las
dos. Ella hacia todo porque la política era su causa. Yo lo hacía porque ella era mi causa.
Yo pensaba, ¿no?, mi vida ahora tiene sentido. Será una locura, defiendo una causa
política que considero imposible, defiendo un amor que considero imposible, pero ahí
estaba yo, feliz de tener —al menos— una hipótesis de sentido. Pero todo volvió a la
normalidad, o a lo que era la normalidad en mi vida: el más puro horror. Porque mi
marido nos descubrió, a las dos. Nos descubrió teniendo sexo, a las dos, embarazadas.
Libertad.— ¡Impresionante!
Marcelo.— Libertad.
Edith.— Mellizas en distinto vientre teníamos.
Libertad.— ¿Cómo?
Victoria.— Libertad.
Edith.— Era hermoso. Las dos madre-y-padre de las dos niñas. Pero mi marido nos
encerró a ambas. Sí. Se enteró lo de nuestro espionaje y nos encerró a las dos en los
lugares donde él y sus amigos encerraban a la gente como nosotras. Entonces fuimos
convictas, las dos, embarazadas. Unidas como hermanas, unidas por nuestros vientres,
pero también nosotras separadas. Las dos encerradas, encarceladas, como dos heroínas
preñadas, como dos guerreras con niña adentro, fuimos separadas.
Libertad.— Oh, qué triste.
Edith.— Mi amada Ema y yo dimos a luz, la misma noche, a nuestras mellizas. Fue
hermoso. Parir fue como hacer el amor. Solo que, luego de eso, como mi marido no
sabía que el hijo de Ema era suyo, ella fue brutalmente asesinada. A mí me iban a dejar
viva hasta que diera a luz al bebé que se iba a quedar con él, con el padre, y luego me
matarían. Mi marido puso a un soldado joven y obediente a cuidarme durante esos
nueve meses. Nada malo podía pasarme a mí. Después de ese tiempo, naciste vos y
fuiste arrancada de mis brazos. Hasta ahora nunca más te vi. Como mi hija, nunca más
te vi. Yo fui amputada dos veces: por mi hija y por mi otra hija, ya que para nosotras
ambas hijas eran de ambas madres. Entonces, esa doble amputación, me amputó las
piernas. Una madre sin hijas es una madre sin piernas.
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Todos lloran.
Se abrazan Victoria y Edith. Libertad y Marcelo se suman a abrazarlas.
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Victoria canta.
Apagón.
Tercer Acto
Escena 4
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Salen Victoria y Marcelo. Entra Libertad, vestida de india, actuando, actuando muy bien,
demostrando cuán equivocados están quienes atan el talento a la inteligencia. Edith actúa
con ella, en su ya clásica Cacique.
Edith.— Escúcheme, Remedios, con atención como si fuera un poco meno boba de
lo que desafortunadamente ya un poco usté e. Vamos hacé una misión importante de
suma importancia. Nosotro tenemo que matar tipo que, si no matamo, nos va matar a
todos nosotros indio y destruir esta hermosa tierra, y esta tierra vasta destruida por los
prósimo doscientos año como mínimo. Yo lo leí esto en la yerba mate. Este hombre se
llama Roca Julio. Su plan es que él va matar indios todo y después repartí tierra. Así
el país va viví de esportá fruto de esas tierra y los indio vanasé esplotado por siempre.
Entonces mejor nosotros lo tenemo que matar a él y listo. Nos vayudá indio tonto pero
bueno, su hermano el Nahuel Huequé.
Entra, lleno de timidez y sentido del ridículo, el actor que hace del cacique Nube Roja, que
no es otro que el propio Marcelo.
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Edith.— No, no, no. Decilo como si estuvieras actuando, que es lo que estás haciendo.
Marcelo.— Hola, Remedio. Viste qué facha tiene el Nahuel Huequé.
Libertad.— Es usted un hombre fuerte, lo asumo.
Edith.— Dígalo como excitada, Libertad.
Libertad.— ¿Con él?
Edith.— Sí. Con él.
Libertad.— Es usted un hombre fuerte, lo asumo.
Marcelo.— Qué linda so vo, gurisa. No te haga, dame un besito, sabé.
Libertad.— Pero usted es hijo de la Cacique Lebián también.
Marcelo.— Indio puede casarse con hermana, gurisa.
Edith.— Puede, sí. Puede. Pero vamo a nuestra misión, el levante otro día.
Marcelo.— Cacique Lebián, yo tengo lastrategia como diceusté pa’matá al tipo ese el
Roca Julio.
Marcelo chifla.
Aparece Victoria disfrazada de caballo (máscara de caballo, cuatro patas, eso).
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En determinado momento, el noble y revolucionario animal vuela por los aires. Es una
explosión hermosa, justiciera, contradictoria y de ficción (lo que no puede hacerla sino aún
más hermosa).
Corte a Marcelo/Nahuel y Libertad/Remedios sentados en el piso como en un día de cam-
ping, sonrientes, felices, falsos.
Marcelo.— Gurisa, Remedio hermosa la vida, bombón, ahora que la yegua Edith ha
mataol Roca Julio, ahora la vida, mi amó, mi amó de mi vida, ahora vale la pena vivir
la vida.
Libertad.— Muy falso salió, Edith.
Edith.— Estuvo bien, Marcelo. Siga.
Marcelo.— Remedio, te queré casá conmigo.
Libertad.— Sí, Nahuel Huequé, sí. Quiero. (Se abrazan. Marcelo propone un beso que
Libertad rechaza).
Edith.— ¡Corte!
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Le da el arma a Edith.
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Acevedo.— Mirá qué suelto que está. El actor. Está más suelto, ¿no?
Victoria.— Entró en confianza.
Acevedo.— ¿Actúa bien? ¿Lo viste, vos?
Victoria.— Sí, sí. Es bueno.
Acevedo.— Te quiere, eh. Ella no habla bien de nadie. ¿No te gusta a vos?
Victoria.— Basta, papá.
Acevedo.— ¿Cuándo me vas a presentar a un novio?
Victoria.— Ya está.
Acevedo.— Bueno, yo te quise ayudar, campeón.
Victoria.— Traigo la comida y sirvo.
Pedí pasta porque sé que es lo que más te gusta, papá.
Acevedo come fideos, pan, bebe vino. Marcelo también. Las mujeres nada, o un poco, como
para disimular.
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Acevedo.— Sí, sí, entender entiendo. Hablar poquito. Poquiño. Falar. Muy bien estos
fideos, hija. Espectaculares.
Victoria.— Es una estrella de la televisión brasileña.
Acevedo.— Ah. Un gusto conocerla, señora.
Edith.— Muito prazer.
Se dan la mano.
Acevedo.— Aryenchina, señora, es un buen país. Buon país. La política acá, aquí, es
un problema.
Si la gente no sabe quién es el mejor matemático, ¿por qué vas a saber quién es el mejor
para gobernar el país? Ojo, igual la democracia es el mejor sistema, melior sistema.
Democracia. Melior. Suiza. Eso es un país. En Suiza la gente no sabe quién es el Pre-
sidente.
Edith.— Democracía. Melhor sistema.
Acevedo.— Eso. Melior sistema. Democracía. Mirá cómo falo. (A Marcelo). Falar es
hablar.
Marcelo.— Sí, sí. Falo.
Acevedo.— ¿Vos falás?
Victoria.— ¿Vos hablás de democracia?
Libertad.— No hablemos de política en la mesa, chicos. Stop.
Acevedo (gesticulando).— Eu pensó, eu falo, que democracia, melior sistema, porque
cada uno, ten, lo que mereseu.
Edith.— ¿Democracía tem a ver com o mérito, entao?
Victoria.— También hay formas de democracia más interesantes, que están en los
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Edith lo apunta. Se la ve segura. No tiene miedo, o no parece tenerlo (lo cual es incluso
mejor que no tenerlo).
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¿Dinero quiere?
Tranquila.
Podemos darle lo que quiera.
Eso es.
Tranquila.
Libertad.— ¡Dale!
Acevedo.— Tranquila. Tranquila, Libertad. La señora está un tanto alterada, pero es-
tamos hablando bien. Yo puedo manejarlo.
Libertad.— ¡Dale!
Victoria.— Callate de una vez, Libertad.
Libertad.— Basta. No me retes todo el tiempo.
Acevedo.— Señora, tranquilícese.
(Con el pan en la mano). Mire, yo voy a dejar esto en la mesa, y usted deje el arma y
hablemos.
Mire. ¿Ve? Ahí lo estoy apoyando.
Sígame. Haga lo mismo.
Apoye el arma en la mesa. Despacio. Conversemos.
Victoria.— No hay nada que conversar.
Acevedo.— ¿Qué está pasando?
Victoria.— Ya sé que esa mujer es mi mamá, hijo de re mil puta.
Acevedo.— ¿Qué decís?
Libertad.— Hijo de puta.
Victoria.— Sabemos lo de la empleada doméstica. Sabemos todo.
Acevedo.— ¿Quién te dijo todas esas mentiras, hija?
Libertad.— Dispará. ¡Dispará!
Victoria.— ¿Por qué hiciste lo que hiciste?
¿Por qué, papá? ¿Por qué?
Marcelo.— Dale, Victoria. No te vas a poner melodramática a esta’j altura’.
Libertad.— Dispará de una vez, Edith.
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Edith.— Sí. Ese era mi nombre. Ana María. Edith, eh, bueno, me lo puse después.
Acevedo.— Ana María, Victoria, Libertad. Seamos una familia. Por favor, sepan per-
donarme. Eran años difíciles. Puedo pagar de alguna manera por mis errores. Pero no
me maten. Déjenme vivir. Déjenme hacerme cargo de mis errores y aprender.
Victoria.— Vamos a matarte, papá.
Libertad.— ¡Dispará la puta madre de una vez!
Marcelo.— ¡Dispará, Edith!
Libertad.— Ana María se llama ahora.
Edith.— Marcelo, encintalo a la silla, por favor.
(A Libertad). Vos, querida, calmate un poquito, a ver. (A Marcelo). La boca también.
No te vamos a matar.
Libertad.— ¿Cómo no lo vamos a matar? Dame el arma a mí, Edith.
Libertad toma el arma. Marcelo busca atajarla. Victoria se queda como en la retaguardia.
En la otra mano, Libertad no suelta su copa de vino.
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cuerpo!
Marcelo.— Están las do’ descontralada, Edith, ayudame un poco.
Libertad.— Listo: nos arruinaste la vida. Te voy a matar. (Le apunta a Acevedo).
Marcelo.— No, Libertad.
Marcelo se tira encima de Libertad. Victoria, no sabemos por qué, también se tira. Libertad
se resiste y se le dispara el arma. Se cae al piso. Grita. El balazo no le pega a nadie.
Marcelo la ayuda a levantarse. Victoria se queda con el arma.
Edith canta.
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Epílogo
Escena 5
Un tiempo después.
Departamento. Otra vez.
En la mesa, Victoria. No hace nada, o hace algo. Da igual.
Timbre.
Abre la puerta.
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Timbre.
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Le toma la mano.
¿Cómo se va a llamar?
Edith.— Sí.
¿Cómo se va a llamar?
Libertad.— Se va a llamar… se va a llamar…
Apagón final.
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Autores Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Autores
Ariel Barchilón. Hijo de José y Paulina, padre de Alegría, compañero de vida de Al-
bana. Nació en San Juan. Vive en Buenos Aires. Ama las islas del Tigre. Es licenciado
en letras, dramaturgo y narrador. Estrenó más de veinte obras de teatro, entre las que
se destacan Cartas de la ausente, Paisaje después de la batalla, Los impunes, Ya no está de
moda tener ilusiones, El miembro ausente, Oratorio por un país en sombras, Salvavidas
de plomo y Canto de amor contra la muerte. Muchas de ellas recibieron importantes
premios nacionales e internacionales. Sus piezas integraron ciclos teatrales como Tea-
troxlaidentidad I, II y IV, Ciclo Nueve II y III, Género Chico, y las cinco ediciones
de Proyecto Puentes. Ha recibido becas de dramaturgia del Instituto Nacional de Teatro
y del Fondo Nacional de las Artes. Algunas de sus piezas fueron estrenadas en España,
Italia, Chile, Uruguay y Cuba. Desde hace muchos años, coordina talleres de drama-
turgia en el estudio de Mauricio Kartun, en la carrera de Dirección Teatral de la Uni-
versidad Nacional de Artes y en el Postgrado de Dramaturgia de la misma institución.
Es el coordinador del Taller Hijos del Rigor, que, por cuarto año consecutivo, pone en
escena el festival Dos veces bueno. Coordina también la editorial cooperativa Cero Ala
Izquierda, que edita las obras escritas y estrenadas en su taller de dramaturgia.
Javier Daulte. Dramaturgo, guionista, director, docente teatral y novelista. Fue fun-
dador e integrante del grupo Caraja-jí. Ha recibido más de un centenar de distin-
ciones nacionales e internacionales; entre ellas, el Premio Konex de Platino (2011)
y el ACE de Oro (2012). Entre sus piezas dramáticas, se cuentan Criminal, Gore,
Bésame mucho, 4D Óptico, ¿Estás ahí?, Nunca estuviste tan adorable, La felicidad, Pro-
yecto vestuarios, Personitas y Clarividentes. Ha dirigido textos de otros autores con
singular éxito: Baraka, de María Goos; Un dios salvaje, de Yasmina Reza; Lluvia
constante, de Ket Huff; Espejos circulares, de Anny Baker; Filosofía de vida, de Juan
Villoro; Amadeus, de Peter Shaffer, y Novecento, de Alessandro Baricco. Entre 2006
y 2009, fue director artístico de la Sala Villarroel de Barcelona. Desde 2015 dirige
la Sala Espacio Callejón. En 2017 publicó su primera novela: El circuito escalera.
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Autores
Para televisión, escribió Fiscales, Para vestir santos, Tiempos compulsivos y Silencios de
familia.
Eva Halac. Nació en Buenos Aires, estudió actuación en la escuela de Agustín Alezzo
y Ciencias Políticas en la Universidad de Buenos Aires. Escribe y dirige teatro. Estrenó,
de su autoría, Sánchez Bulevar, Café irlandés, La voluntad, teatro a distancia, Español
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Autores Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
Jimena Trombetta. Doctora en Historia y Teoría de las Artes por la Facultad de Filo-
sofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Becaria posdoctoral de CONICET.
Actualmente es co-coordinadora del Área de Investigaciones en Teatro y Artes Es-
cénicas del Instituto de Artes del Espectáculo de la UBA. Forma parte del grupo de
Investigación CIyNE y del grupo de investigación teatral perteneciente al AICA. Ha
escrito para revistas especializadas artículos relacionados con el cine y el teatro. Integra
el jurado de Premio Teatro del Mundo.
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Normas Editoriales
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Normas Editoriales Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
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Gramma, Año XXVIII, 58 (2017) Normas Editoriales
Notas al pie Times New Roman, tamaño 10. No deben usarse san-
grías. Se enumeran en el orden que aparece en el manus-
crito en números arábigos. Se ubican a pie de página.
No se destinan para las referencias de las citas textuales,
que, en cambio, van al final del texto. Limitar el número
de notas a un mínimo indispensable para el desarrollo
del artículo.
Referencias No se debe confundir con la Bibliografía. Se indicarán
en hoja separada. No habrá Bibliografía General, sólo se
listarán en orden alfabético las referencias bibliográficas
de las citas textuales realizadas.
Apéndice Cada uno, en página separada
Se solicita hacer referencias a otras fuentes de información dentro del texto con
el fin de evitar las notas al pie. Todas las citas (en cualquiera de sus formas) deben tener
una correspondencia exacta con las entradas consignadas en la Lista de Referencias; al
tiempo que no deben incluirse, en esta última, las entradas que no se correspondan con
las citas dentro del artículo. Existen diversos modos de realizar la cita:
216
Normas Editoriales Gramma, Año XXVIII, 58 (2017)
encerrados en corchetes […]. En cuanto a las citas extensas, con omisiones de co-
mienzo o final de oración, deberán indicarse con puntos suspensivos solamente. A
continuación se presenta un caso en el que hay una elipsis en el interior de la cita,
y la omisión del final de la frase:
217