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Del muladar al laico: hacia la construcción de un lugar de

sepultura digno para los no católicos y disidentes religiosos en


Medellín (1803-1906)1
Diego Andrés Bernal Botero2

Palabras claves: Cementerios extramuros, muladares, disidentes políticos, persecución


religiosa, Cementerios laicos

Resumen:
Desde la creación del primer cementerio extramuros de Medellín en el año 1803 (vinculado
en esa ocasión a la pequeña Viceparroquia de San Benito), punto de partida para el proceso
de erección del primer Cementerio para toda la villa inaugurado el 20 de julio de 1809; hasta

1
Esta ponencia surge de la investigación “Piedra, papel y tijera: Vida y obra del tallador de lápidas, fotógrafo,
artista, constructor, arquitecto, maestro e intelectual Horacio Marino Rodríguez Márquez (1866-1931)”, cuya
coordinación académica y curatorial estuvo a cargo del profesor Juan Camilo Escobar Villegas. Un especial
reconocimiento a mis colegas del equipo encargado de la línea de investigación: “Cincel y mármol. La Familia
Rodríguez Roldán y el oficio de lo fúnebre”, de la que participamos Juan Diego Torres Urrego, Maribel Tabares
Arboleda, Juan Carlos Buriticá, Jorge Andrés Suárez Quirós y Diego Andrés Bernal Botero.
2
Comunicador Social-Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana (2005). Máster en Historia de
América: Mundos Indígenas de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, España (2012). Máster en Historia
de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín (2014). Candidato a Doctorado en Historia y Estudios
Humanísticos: Europa, América, Arte y Lenguas de la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla, España). Docente
interno del Programa de Historia y miembro de la línea de investigación en Historia Social y Cultural del Grupo
Epimeleia de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín). Secretario Permanente de la Red
Iberoamericana de Valoración y Gestión de Cementerios Patrimoniales y Vocal del Capítulo Antioquia de la
Asociación Colombiana de Historiadores.
Correo electrónico: diego.bernal@upb.edu.co.

1
la consolidación del proyecto de Cementerio Laico adjunto al Cementerio de San Pedro,
trascurrió casi un siglo de debates jurídicos, eclesiásticos y morales. En el eje de esta
discusión, estaba la necesidad de garantizarle un espacio de enterramiento digno a la
comunidad no católica (en su mayoría de origen extranjero) y, en especial, a los disidentes
políticos y religiosos que tenían sobre sí la doble condena de ser perseguidos en vida, para
luego ser discriminados tras la muerte y expuestos a su descanso final en el temido muladar.

Un proceso álgido que tuvo momentos de clímax y áspera conflictividad, pero que contó con
el apoyo de buena parte de los miembros de una sociedad que, aunque profundamente
católica, veía en las sepulturas un espacio de confluencia ante una muerte que les era común,
más allá de los colores y calores de la política y la religión.

Incluidos y excluidos: discusiones acerca de la ubicación de los cadáveres al interior de


las iglesias
A pesar de ser tema de debate a lo largo de la alta Edad Media castellana, es claro que con el
paso de los siglos las inhumaciones en las iglesias se fueron posicionando en los imaginarios
y en las costumbres tanto de las élites como de los sectores populares en la totalidad de los
territorios que conforman hoy España.

Esta situación se hizo evidente con la expedición a mediados del siglo XIII de las Siete
Partidas por parte del Rey Alfonso X, ‘El Sabio’3, en las cuales se estableció que los
cementerios debían estar ubicados cerca de las iglesias y lugares de culto, mas no convenía
permitirse la inhumación de fieles en el interior de estos recintos a no ser en casos especiales
como: “… los reyes et las reynas et sus fijos, et los obispos, et los abades, et los priores, et
los maestres et los comendadores que son perlados de las órdenes et de las eglesias
conventuales, et los ricos homes, et los hombres honrados que ficiesen eglesias de nuevo o
monasterios…”4, así como cuando se presumiera la santidad de quien fuese honrado con
dicho beneficio.

3
Gregorio López, Las Siete Partidas del sabio rey don Alonso el nono / nuevamente glosadas por el licenciado
Gregorio López. Reproducción facsimilar. de la edición de Salamanca por Andrea de Portonaris - 1555 (Madrid:
Boletín Oficial Estado, D.L, 1974), Libro XIII: de las sepulturas.
4
Gregorio López, Las Siete Partidas, Título XIII, Ley XI, 388.

2
Y es que para la época no eran desconocidos los peligros que se corrían al permitir la
proliferación de cadáveres dentro de los ‘sagrados recintos’, como lo deja en claro el propio
Monarca en la Ley II, del Título XIII Sobre las sepulturas, contenida en la Primera Partida:
“Empero antiguamente los emperadores et los reyes de los cristianos ficieron
establecimientos et leyes, et mandaron que fuesen fechas eglesias et cementerios de fuera de
las cibdades et de las villas en que se soterrasen los muertos, porque el olor dellos non
corrompiese el ayre nin matase á los vivos”5. Legislación que está en sintonía con las
conclusiones del Sínodo de León (1262-1267) donde, según las autoras Ana Hilda Duque y
Lolibeth Medina: “Se establece y ordena que ningún clérigo tenga la osadía de enterrar
dentro de la iglesia algún finado, aunque la iglesia tenga dos o tres naves”6.

Normas que fueron ineficaces frente a una práctica que tuvo como aliciente en sus primeras
etapas la creencia en la protección que brindaban las reliquias de los santos a los fieles
difuntos que reposaban en su entorno (sepulturas Ad sanctus), pero que serían
complementadas por los discursos relacionados con la intermediación benefactora que
podían hacer las imágenes sagradas a favor de los vivos y de los muertos, así como los rituales
cotidianos que tenían lugar en templos y conventos7.

Ya entrado el siglo XVII, el papa Pablo V trató de regular en 1614 el tema de las
inhumaciones, por lo que le dedicó uno de los títulos de su texto: Rituale Romanum Pauli V
Pontificis Maximi Jussu Editum, Aliorumque Pontificum Cura recognitum. Atque ad normam
Codicis Juris Canonici accommodatum, más conocido como Ritual Romano; el cual estuvo
vigente con leves modificaciones hasta la expedición del Concilio Vaticano II (1962-1965).

5
Gregorio López, Las Siete Partidas, Título XIII, Ley II, p. 382.
6
Ana Hilda Duque y Lolibeth Medina, De enterrados a fieles difuntos (Mérida: Grupo de Investigación y
Estudios Culturales de América Latina (GIECAL) – Universidad de los Andes, Serie Cuadernos del GIECAL Nº 2,
2009), 18.
7
Jacques Gélis, “El cuerpo, la iglesia y lo sagrado”, en Historia del Cuerpo Vol. 1, Georges Vigarello Ed. (Madrid:
Taurus, 2005), 27-112.

3
Gracias al análisis de este texto aportado por Ana Hilda Duque y Lolibeth Medina, podemos
resaltar cómo en el Título VI (dedicado a las exequias), en su capítulo I el Pontífice dictaba
algunas disposiciones generales:

… las sagradas ceremonias y ritos de las exequias responden a una antiquísima tradición de la
Iglesia, marcado por la piedad y los saludables sufragios por los fieles difuntos. No se debe
enterrar a nadie, sobre todo si muere de repente, sin dejar pasar un tiempo prudencial. Los ritos
exequiales deben ser realizados todos en la Iglesia a la cual pertenecía el cadáver. Es también
antigua tradición el que se celebre misa exequial por los difuntos y si son pobres no se les debe
exigir ningún estipendio8.

Esta alusión a la exigencia a efectuar todos los rituales en la iglesia a la que ‘pertenecía’ el
cadáver, puede llamar al equívoco de ver en esto una oficialización de las inhumaciones al
interior de los templos por parte del Romano Pontífice, lo cual no es cierto, pues en el número
18 de este mismo capítulo se ordenaba:

Entiérrense a los fieles en cementerios o fosas benditas. En las iglesias no se entierren sino los
cadáveres de los obispos residenciales, los abades y prelados nullíus, los romanos pontífices, los
reyes y los cardenales. Debajo de los altares no se debe colocar ningún cadáver y mientras se
remueva o exhume algún cuerpo no está permitido celebrar la santa misa. Para exhumar un
cadáver se requiere licencia del Ordinario9.

El elemento divergente en este caso, es lo que para la época (comienzos del siglo XVII) se
entendía como cementerio, que difería mucho de los espacios que posteriormente buscaron
instaurar los reformadores ilustrados a finales del siglo XVIII. Los “cementerios o fosas
benditas” contemplados por el Ritual Romano en la época de Pablo V eran en su mayoría
fosas y bóvedas (estas últimas construidas en la superficie del terreno o a modo de criptas
subterráneas), ubicadas en el atrio y el entorno inmediato del templo.

Una tensa confrontación legal y simbólica entre el ‘adentro’ y el ‘afuera’ de los templos y
conventos, en medio de un proceso en el que poco a poco la protección intramural
(patrocinada y financiada por la creencia y los pagos de los fieles) se fue consolidando. Es

8
Ana Hilda Duque y Lolibeth Medina, De enterrados a fieles difuntos, 34 (Las negrillas son nuestras).
9
Pablo V, Rituale romanum Pauli V. pontificis maximi jussu editum et a Benedicto XIV auctum et castigatum
cui ad usum missionariorum apostolicorum nova nunc primum accedit benedictionum et instructionum
appendix (Roma: Congregationis de Propaganda Fide, 1847), 170-172. Citado por: Ana Hilda Duque y Lolibeth
Medina, De enterrados a fieles difuntos, 34-35.

4
así como, por ejemplo, en el tomo publicado en el año 1729 del Diccionario de Autoridades,
primera colección lexicográfica producida por la Real Academia Española (fundada en
1713), la palabra Cimenterio está definida como: “s. m. Lugar sagrado, que hai en todas las
Parrochias, y otros Templos, fuera de las puertas de la Iglesia, en que se enterraban
antiguamente todos los Fieles; pero oy solo se entierran en él los pobres de limosna, y los
que por su devoción, y humildad eligen esta sepultura”10.

Este tipo de enterramiento era conocido como ‘sepultura eclesiástica’ y gozaba de todos los
atributos positivos desde el punto de vista social, moral y religioso. Situación que, por obvias
razones, terminó por configurar (por acción refleja) como el peor de los castigos el no recibir
este tipo de sepultura, lo que se constituía en el fin menos deseable para un creyente o el
escarnio más grande para un difunto y su atribulada familia.

El peso de esta sanción que era temida y pendía como una amenaza latente sobre quienes
actuaran en contra del sistema de valores de la época, forzó a que dichas exclusiones también
fueran reguladas por la misma norma superior a través de lo expresado en el Capítulo II del
Título VI:

Los no bautizados no pueden recibir sepultura eclesiástica, se exceptúan los catecúmenos en


razón de la preparación. Debe negarse también la sepultura eclesiástica, a menos que manifiesten
arrepentimiento antes de morir, a los apóstatas, herejes, cismáticos y masones. Los excomulgados
o en entredicho bajo sentencia condenatoria, los suicidas, los que mueren en duelo, los que piden
ser cremados y los pecadores públicos y manifiestos. A los que se les niega la sepultura
eclesiástica tampoco pueden decírseles misa exequial o de aniversario 11.

Esa clara connotación negativa de las inhumaciones no eclesiásticas y su vínculo con la


lejanía de los espacios sagrados, jugó un papel muy importante a la hora de la formulación
de las normativas a través de las cuales se buscó alejar los cadáveres de las iglesias y los


De la que aclaran: “Viene del Latino Coemeterium, (…) por cuya razón es más propio decir Cementério”.
10
Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Castellana, en el que se explica el verdadero sentido de
las voces, su naturaleza y calidad, con las frases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas
convenientes al uso de la lengua, Tomo II (Madrid: Francisco del Hierro, impressor de la Real Academia
Española, 1729).

Tanto al interior como en el entorno inmediato de templos y conventos.
11
Pablo V, Rituale romanum, 170-172. Citado por: Ana Hilda Duque y Lolibeth Medina, De enterrados a fieles
difuntos, 35.

5
centros urbanos. Cada ‘buen cristiano’ deseaba la protección del suelo sagrado y las élites se
disputaban los espacios de privilegio.

Esta situación conflictiva en grado sumo, obligó a los propios monarcas a dictar medidas
relacionadas con el orden de prelación y la ubicación de los cuerpos de las autoridades civiles
y eclesiásticas, de acuerdo con su condición y dignidad, al interior de los templos, tal y como
quedó reflejado en la Recopilación de Leyes de los Reynos de las Indias12 publicada en 1680.
Fue tan solo con el correr de los siglos y tras el surgimiento de las primeras corrientes de
pensamiento ilustrado en Europa, que la discusión acerca de la pertinencia o inconveniencia
de continuar con la práctica de las inhumaciones en las iglesias se reabrió de manera oficial.
Una discusión que trasladó el escenario de inclusión y exclusión al terreno de los cementerios
extramuros, pero conservando la misma connotación de dignidad e indignidad.

Hacia la creación de los primeros cementerios en la villa de Medellín


Relegada a un segundo plano durante todo el periodo colonial, la villa de Medellín que
recibió las reales cédulas relacionadas con la erección de cementerios y la prohibición de las
tradicionales inhumaciones intramuros, era una población pequeña que respondía al gobierno
de la ciudad de Antioquia.

Las primeras noticias que oficialmente llegaron a este territorio relacionadas con la
construcción de cementerios, fueron las que acompañaron la Real Cédula de 27 de marzo de
1789. Proceso que tuvo como sus más importantes protagonistas al Gobernador de la época,
don Francisco de Baraya y La Campa, y al Superintendente Eclesiástico de la Provincia, don
Juan Salvador Villa13. Quienes se encargaron de dar trámite a lo estipulado por el monarca,
enviando con prontitud sus descargos al Rey y al Obispo de Popayán.

12
Centro de Estudios Constitucionales de España, Recopilación de Leyes de los Reynos de las Indias mandadas
imprimir y publicar por la Magestad Católica del Rey Don Carlos II, Reproducción facsimilar de la edición de la
Viuda de Don Joaquín Ibarra - Madrid, 1791 (Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales y Boletín
Oficial del Estado, 1998).
13
Carta – orden al Sr. Juan Salvador Villa emitida MM RR Obispo de Popayán, Dr. Ángel Velarde y Bustamante.
Archivo Histórico de Medellín (en adelante AHM), Fondo Cabildo, Tomo 34, fs. 405-405rv.

6
Este proceso fue ampliamente revisado y transcrito en sus pasajes más trascendentales por el
Grupo de Historia de la Salud de la Facultad Nacional de Salud Pública de la Universidad de
Antioquia y publicado bajo el título Cadáveres, Cementerios y Salud Pública en el Virreinato
de Nueva Granada14. A través de este texto, es posible apreciar como el trabajo coordinado
entre estas dos autoridades, consiguió llevar hasta los pequeños curatos las inquietudes del
monarca, obteniendo muy pobres resultados en cuanto a la ubicación de recursos y
voluntades que propiciaran la aparición de los primigenios cementerios.

Fue al presbítero domiciliario de la villa de Medellín y mayordomo de la Vice Parroquia de


San Benito, don José Antonio Naranjo, a quien le correspondió el mérito de ser el primer
creador de un cementerio extramuros en este poblado, situación de la que dio noticia a través
de la relación presentada ante el Cabildo de la villa el 13 de septiembre de 1803.

Afirmaba el prelado:

… hallándome concluyendo la edificación de la insinuada Santa Iglesia, para colocar en ella la


Augusta Majestad Sacramentada, teniendo presente lo últimamente dispuesto por el Rey Nuestro
Señor (Dios legue) para mantener el mejor decoro, aseo, y buen orden en las Iglesias, el que en
estas no se sepulte cadáver alguno, edificándose al intento en las poblaciones, uno ó más
Cementerios. Cooperando quanto es de mi parte que las piadosas intensiones de nuestro benigno
Soberano tengan cumplimiento he construido en la iglesia de mi cargo un cementerio
independiente de la Iglesia, cercado en redondo con altura correspondiente como es público, con
el fin de que allí, y no en la Iglesia se hagan los Entierros, manteniendo por este medio aquella
en la mejor decencia, que de otro modo no podría lograrse, mayormente atendiendo a que su piso
en el día es de suelo pisado y sin enladrillar; en este concepto, y en el de que para la Erección de
dicho Cementerio, se necesita la licencia del Señor Vice Patrono Real y del Ilustrísimo
Diocesano, Suplico nuevamente a Vuestra Señoría para impetuarlas en orden á continuación de
este y su proveído, Informe en toda forma sobre la utilidad que resulta de la Erección de dicho
cementerio, si este se alla con las debidas proporciones, y capacidad y todo lo demás que la
justificación de Vuestra Señoría hallare oportuno en la materia por serle todo constante público
y notorio, y fecho que se le devuelva todo original para los fines indicados, para ser así de Justicia
y le imploro del noble oficio de Vuestra Señoría Etc.15.

14
Álvaro Cardona Saldarriaga, Raquel Sierra Varela, Laura Serrano Caballero y Felipe Agudelo Acevedo,
Cadáveres, Cementerios y Salud Pública en el Virreinato de Nueva Granada (Medellín: Universidad de
Antioquia – Grupo de Investigación Historia de la Salud, 2008), 157 p.

Resaltado en el original.
15
Expediente por medio del cual se concede licencia para la construcción de un cementerio adyacente al
templo de San Benito en Medellín, AHA, Fondo Colonia, Documentos Generales, Tomo 615, Documento 9764.
fs.5. (Se respeta parcialmente la ortografía del original).

7
Al parecer, los cabildantes conocían la situación y compartían las apreciaciones de Naranjo
frente a los problemas que generaba la proliferación de cadáveres en las iglesias, siendo
particularmente meticuloso su celo frente a la ubicación del nuevo cementerio, del cual
resaltaban sus condiciones y su posible eficiencia incluso en tiempos de epidemia. Sin
embargo, la solución que ofrecía el pequeño cementerio viceparroquial, lejos estaba de
resolver una problemática que aquejaba a todo el poblado. Fue así como el Síndico
Procurador de la Villa, Ildefonso Gutiérrez, se presentó ante el Cabildo el 13 de enero de
1806, efectuando una elocuente exposición a través de la que justificó la necesidad de
construir en el menor plazo posible un cementerio que cumpliera con las características
descritas en las Reales Cédulas, para lo que solicitó se nombrara una comisión que evaluara
esta petición y se determinara el sitio más propicio para estos fines.

Entre los argumentos que empleó en su discurso el Síndico Procurador, recogidos en primera
instancia por la historiadora Gloria Mercedes Arango en su artículo Los Cementerios en
Medellín 1786 – 194016*; es importante resaltar un aparte que deja percibir la situación que
se presentaba en la iglesia mayor de Medellín, la cual no debería ser diferente a la de los
demás templos principales en las villas y ciudades del Virreinato:

… el pavimento de la iglesia mayor [La Candelaria] denota en su continua humedad, y en la


textura de la tierra cuando se excava para romper sepulcros, que no transpira, ni respira otra cosa
que hálitos corruptos ocasionados por la multitud de cadáveres que en ella se han cerrado (…).
Ya para sepultar a unos es necesario sacar otros, cuyos cuerpos empodrecidos ordinariamente se
encuentran (…) Hace el espacio de seis o siete años que se está notando en esta Villa, y en sus
contornos foráneos el predominio de las calenturas pútridas, corrupciones humorales y otros
varios accidentes que en otros tiempos no se habían padecido, y en las presentes han originado
general infección (…) lo que racionalmente no puede atribuirse a otra causa que a la de los aires
(…) corrompidos (…) que se exhalan de los lugares que tienen materia corrupta, y donde se
ofrecen frecuentes concurrencias…17.

Movidos por el peso de las argumentaciones del Procurador, los miembros del Cabildo
rápidamente le dieron trámite a la solicitud de Gutiérrez, nombrando una comisión encargada

16
Gloria Mercedes Arango de Restrepo, “Los Cementerios en Medellín 1786 – 1940”, en Historia de Medellín
II, Jorge Orlando Melo, Ed. (Medellín: Suramericana, 1996), 717-721.
*
Es menester otorgarle el crédito a la profesora Arango de ser la primera en trabajar el tema de la historia de
los cementerios en Medellín, investigaciones desarrolladas en las décadas de 1980 y 1990.
17
Solicitud del Síndico Procurador General para la creación de un cementerio para la Villa de Medellín y
licencia del Vice-Patrono Real, AHA, Fondo Colonia, Reales Cédulas, Tomo III, Documento 158. fs.227 rv -228
(Ortografía actualizada por el autor).

8
de interrogar algunos testigos18 y a la Junta de Sanidad la inspección de los terrenos
apropiados para la ubicación del cementerio, labor de cuyos positivos resultados dio cuenta
el escribano público don José Miguel Trujillo19.

Se contaba pues con la voluntad, la necesidad y el sitio apropiado para la puesta en ejecución
de las reales normativas. Sin embargo, ni los habitantes de Medellín ni sus autoridades eran
autónomos frente a la toma de esta trascendental decisión, por lo que una vez completadas
las diligencias, debieron remitir copias del proceso al Gobernador de Antioquia, quien en su
calidad de Vice Patrono Real debía avalar las diligencias y autorizar -tal y como lo había
hecho su antecesor con el proceso liderado por el cura Naranjo-, el paso de las mismas al
Obispo de Popayán –con jurisdicción sobre la villa-, a quien, de acuerdo con los protocolos
establecidos, correspondía otorgar la bendición oficial al cementerio.

Un largo proceso que no daría resultados ni en el tiempo, ni en el espacio esperados. Las


autoridades civiles que realizaron la inspección de los predios circundantes de la villa por
delegación de la Junta de Sanidad en enero de 1806, al parecer tuvieron muy en cuenta las
características físicas de los terrenos, así como las condiciones ambientales (en especial el
régimen de vientos y la presencia de corrientes de agua) y los preceptos emitidos por el Rey
a través de sus Reales Cédulas, omitiendo el tema relacionado con la distancia entre el predio
elegido como futuro cementerio y los templos existentes en la villa, lo que hacía
económicamente inviable la propuesta, toda vez que era indispensable la erección de una
capilla que supliera esta necesidad.

El nuevo lugar seleccionado en 1808, ofrecía múltiples ventajas frente a este, dadas su
cercanía a la Plaza Mayor y a la Vice Parroquia de San Benito, aunque se omitían detalles
contenidos en el informe a favor del sitio que la Junta de Sanidad había privilegiado dos años

18
Solicitud del Síndico Procurador General para la creación de un cementerio para la Villa de Medellín y
licencia del Vice-Patrono Real, AHA, Fondo Colonia, Reales Cédulas, Tomo III, Documento 158. fs.). 228 rv –
230 rv.
19
Diego Andrés Bernal Botero, “Propuestas y debates acerca de la construcción de los primeros cementerios
extramuros en la villa de Medellín (1789-1809)” en Oficio de Historiador -Enfoques y prácticas-, Hilderman
Cardona Rodas, Ed. (Medellín: Universidad de Medellín - Capítulo Antioquia Asociación Colombiana de
Historiadores – Proantioquia, 2014), 45-59.

9
atrás, en cuanto a la prevalencia de los vientos que del norte barrían la ciudad hacia el sur, lo
que ponía al cementerio como puerta de entrada a las corrientes que, a partir de su erección,
bañarían la villa con aquellos “vapores mefíticos que exhalan las sepulturas de donde es
constante se originan las asfixias y otros achaques pestilenciales, cuyo objeto es precaverlos
con esta manufactura, o edificio de sementerio”20.

Sin embargo, la decisión estaba tomada. Fue así como el 18 de julio de 1809, el
Superintendente Eclesiástico le anunció al Obispo de Popayán que el 20 de julio bendeciría
el nuevo cementerio, del cual confirmó se había finalizado su fábrica. Acto solemne del que
solicitó posteriormente en el mes de diciembre del mismo año, se expidiera un certificado
por parte del Notario Eclesiástico de la Villa de Medellín, don Gabriel López de Arellano21.

De esta forma se puso al servicio de la villa de Medellín su primer cementerio general, el


cual tuvo una corta existencia, pero no por eso dejó de ser uno de los hitos más significativos
en el marco de la puesta en vigor de las reformas borbónicas relacionadas con la construcción
de este tipo de espacios en el contexto del Virreinato.

El San Lorenzo: ¿Un cementerio para todos?


No obstante, la existencia del primer cementerio general extramuros fue polémica desde su
inauguración. De acuerdo con la información recopilada en 1934 por don Luis Latorre
Mendoza en su libro Historia e historias de Medellín, el cementerio tardó un par de meses
más en ponerse al servicio de la comunidad: “El día 14 de septiembre de 1809, a las cuatro
de la tarde y después de verificadas las exequias en la iglesia parroquial, se dio cristiana
sepultura en este cementerio al cadáver del señor Juan José de Yarce Amézquita, siendo
pues, el primero, porque aunque desde el 20 de julio se había bendecido, como le faltaba la
puerta, hubo de demorarse ese estreno hasta septiembre”22.

20
Documentos relacionados con la creación de un cementerio para la Villa de Medellín, AHA, Fondo Colonia,
Reales Cédulas, Tomo III, Documento 158. fs.229 (Ortografía actualizada por el autor).
21
Documentos relacionados con la creación de un cementerio para la Villa de Medellín, AHA, Fondo Colonia,
Reales Cédulas, Tomo III, Documento 158. fs.236 rv. (Ortografía actualizada por el autor).
22
Luis Latorre Mendoza, Historia e historias de Medellín (1934) (Medellín: Biblioteca básica de Medellín #22,
Instituto Tecnológico Metropolitano - ITM, 2006), 87-88.

10
Una vez solucionado el inconveniente, se tiene la certeza del funcionamiento del cementerio,
el cual en 1813 fue denominado “La ciudad de las Ánimas” por el Vicario Superintendente
Lucio de Villa. Designación que más que honrarlo, hablaba de su lamentable situación, a la
cual aludían muchas de las fuentes consultadas y citadas por Monseñor Javier Piedrahíta
Echeverri23.

En 1821 se trató de mejorar la precaria situación del camposanto instalándole una capilla24,
pero pocos años le quedaban de existencia antes de su reemplazo. En su texto “Portadas de
la eternidad”. Cementerios: espacios sagrados y urbanos, Medellín, 1828 – 1933, el
historiador Bladimir Pérez Monsalve apunta lo siguiente:

El 24 de diciembre de 1824, en tiempos del coronel Francisco Urdaneta, el cabildo determinó


ante las respectivas autoridades vender el viejo cementerio. El negocio se dio al parecer, por su
estrechez y por la ubicación: cercano al casco urbano. El designado para realizar aquel negocio
fue don José María Rodríguez, quien con el dinero obtenido lo invertiría en una nueva edificación
ubicada al sureste de la ciudad, sobre una colina cercana al paraje de San Lorenzo viejo, en donde
existió la primera iglesia de su mismo nombre 25.

Fue así como se dio origen a las obras del Cementerio de San Lorenzo inaugurado el 7 de
enero de 1828. Camposanto que por más de 150 años concentró buena parte de la actividad
mortuoria de la recién nombrada capital antioqueña. Difuntos que fueron conducidos a partir
de ese momento sobre los hombros de sus familiares y en medio de los rituales funerarios a
los que tuvieran acceso, de acuerdo con su condición social, hasta lo alto del Camellón de la
Asomadera.

Pero ¿era realmente un cementerio general el que se construyó al suroriente de la joven


capital? El propio Bladimir Pérez recopiló el listado de contribuyentes que aportaron para la
construcción del ‘cementerio nuevo’ (San Lorenzo) encabezado por el coronel Francisco
Urdaneta, antiguo y futuro gobernador de Antioquia26. Una obra que surgió más por las

23
Javier Piedrahíta Echeverri (Monseñor), Monografía histórica de la Parroquia de Nuestra Señora de la
Candelaria (Medellín: Grafoprint, 2000), 330.
24
Gloria Mercedes Arango de Restrepo, Los Cementerios en Medellín 1786 – 1940.
25
Bladimir Pérez Monsalve, “Portadas de la eternidad. Cementerios: espacios sagrados y urbanos, Medellín,
1828 – 1933” (Medellín: Monografía de grado, Departamento de Historia Universidad de Antioquia, 2012),
109.
26
AHM, Fondo Concejo de Medellín, Serie Informes, Tomo 101, folios 348r. – 353r, en Bladimir Pérez
Monsalve, “Portadas de la eternidad”, Anexo 5. 159 -163 p.

11
necesidades de la ciudad y la caridad de sus habitantes, que como fruto de un proyecto que
comprometiera a las élites a la creación de un cementerio en el que aceptaran ser sepultadas,
renunciando a los privilegios heredados y vigorosamente defendidos que les garantizaban el
descanso al interior de los templos y conventos de la ciudad.

Privados de las élites, que en su mayoría rehuían aún a esta disposición final y desestimada
la posibilidad de ser sepultados en él los no católicos (así como los pecadores públicos,
suicidas, ajusticiados, neonatos no bautizados, etc.), al ser considerada ‘tierra santa’ y estar
regulada por el derecho canónigo; el San Lorenzo desde su origen acogió a los renglones más
populares de la población, lo cual lo consolidó como espacio de inhumación
(porcentualmente eran más), pero lo condenó al estigma social.

Imagen 1: Esquema de la posible ubicación de los espacios mencionados en relación con la Plaza Mayor de la
Villa de Medellín27. 1. Cementerio de la Vice Parroquia de San Benito, 2. Sitio de La Barranca, 3. Cementerio
inaugurado en 1809 (‘Ciudad de las Ánimas’ o ‘Cementerio de San Benito’) y 4. Cementerio de San Lorenzo.

27
Mapa de Medellín para 1791, AGN, Sección mapas y planos, Mapoteca, Referencia 256 A (Intervenido por
el autor).

12
Y es que ni las mismas autoridades republicanas que pretendían impulsar y consolidar el uso
generalizado de los cementerios, se mostraban lo suficientemente firmes como para que la
práctica de las sepulturas intramuros, le abriera paso a la entrada en vigor de las nuevas
normativas. Fue así como el propio Bolívar recién instalado en su condición de dictador tras
la Ley Fundamental de 1828, expidió un Decreto mediante el cual rehabilitó la posibilidad a
los religiosos de ser sepultados en las iglesias28, el cual derogó en parte los rigurosos términos
del Decreto firmado por él mismo el 15 de octubre de 1827, a través del cual dejaba en firme
las normativas borbónicas y exigía su obligatorio cumplimiento29.

Otro de los temas de discusión para la época, era la ubicación de las tumbas de aquellos
extranjeros que, hallándose de manera legal en el territorio colombiano, al fallecer se
encontraban inhabilitados para ser sepultados tanto en los templos, como en los nacientes
cementerios extramuros, que conservaban su condición de camposantos católicos. Una de las
primeras urbes en tomar medidas al respecto fue Bogotá, ciudad en la que en diciembre de
1829 los encargados del gobierno civil donaron los terrenos para la construcción del
Cementerio Inglés.

Don Enrique Ortega Ricaurte en su texto Cementerios de Bogotá, presentó así dicha
circunstancia:

La municipalidad de Bogotá, teniendo en consideración que los abnegados, sufridos y valerosos


soldados de la Legión Británica, del Batallón Numancia y los Húsares Rojos entraron a compartir
las penalidades, reveses y los triunfos de nuestra lucha de emancipación. (…) y en fin que fue
merced a ese valioso contingente como pudo el Libertador emprender la prodigiosa campaña de
1819, aniquilando en Boyacá la dominación española. (…) hizo entrega material al Coronel don
Patrick Campbell, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la Gran Bretaña ante el
Gobierno de Colombia, de un lote de terreno para cementerios de los súbditos ingleses, residentes
en esta capital30.

Con una población extranjera en crecimiento, fruto del proceso de industrialización de la


minería del oro en Antioquia, Medellín esperó hasta la década de 1840 para enfrentar el
problema de la sepultura para los extranjeros que no profesaran el culto católico. Para ese

28
Decreto de 13 de agosto de 1828, en Hanns Dieter Elschnig, Cementerios de Venezuela (Caracas: Tipografía
Cervantes, 2000), 30.
29
Decreto de 15 de octubre de 1827, en Hanns Dieter Elschnig, Cementerios de Venezuela, 29.
30
Enrique Ortega Ricaurte, Cementerios de Bogotá (Bogotá: Editorial Cromos, 1931), 31-32.

13
entonces, el Dr. Pedro Uribe Restrepo, había reunido a cincuenta caballeros de las familias
más prestantes de Medellín “y les hizo ver que el Cementerio San Lorenzo, que se había
creado en enero de 1828, era el único existente y, además, era estrecho y feo. Fue así como
después de realizar varias reuniones decidieron fundar un cementerio por acciones”31.

Surgió así en 1842 el proyecto de un nuevo cementerio para las élites, ubicado en el extremo
norte de una ciudad que apenas había logrado traspasar con timidez el límite impuesto por la
quebrada Santa Elena, por lo que la distinguida clientela de este campo santo, tuvo que
transformar antes en carreteable el antiguo camino que conectaba a Medellín con Hato Viejo,
dándole paso al futuro camellón de Bolívar o, como quedó plasmado en el plano elaborado
por don Hermenegildo Botero en 1847, el camino “al Cementerio Nuevo”32.

Imagen 2: Detalle del plano de Medellín elaborado por don Hermenegildo Botero en 1847, en el que aparece
referenciado con la F el Cementerio San Lorenzo y al costado izquierdo la indicación del camino que conducía
al ‘Cementerio Nuevo’ (el actual Cementerio San Pedro).

31
Fundación Cementerio de San Pedro, El rito de la memoria (Medellín: Colección Crónicas del Regreso IDEA,
2002), 29.
32
Hermenegildo Botero, “Medellín en 1847. Según plano del Dr. Hermenegildo Botero”, en La ciudad:
Medellín en el 5º cincuentenario de su fundación. Pasado – presente – futuro [edición facsimilar reducida],
Agapito Betancur (Medellín, Instituto Tecnológico Metropolitano, 2003), 134.

14
Sin ahondar mucho en este espacio inaugurado en 1845, pues es el eje de otro de los artículos
de este trabajo colectivo, es importante citar al colega investigador del tema de cementerios
David Esteban Molina, quien aclaraba en su tesis doctoral: “En realidad sólo hasta 1871 este
cementerio tomará el nombre de cementerio San Pedro; hasta ese momento sólo se le
designaba como el ‘Cementerio Nuevo, de particulares o de San Vicente de Paul’; siendo
conocido, asimismo, como el ‘cementerio de los ricos’”33.

Los cementerios como nuevo escenario de confrontación política y religiosa


Si bien para la creación del futuro Cementerio de San Pedro no se presentaron mayores
dificultades, pese al elevado número de socios que se vincularon desde su fase inicial, el
contexto político nacional atravesaba uno de sus momentos más álgidos. Tras superar la
Guerra de los Supremos (finalizada el mismo año en que se dio inicio al proyecto funerario),
la Nueva Granada fue testigo del surgimiento de los partidos Liberal y Conservador,
herederos directos de muchas de las facciones preexistentes, pero que terminaron por
agregarle un elemento adicional a la tradicional lucha política: la religión.

Fue precisamente Tomás Cipriano de Mosquera, uno de los más polémicos y polifacéticos
personajes de este periodo, el encargado de sancionar la ley que prohibió taxativamente las
inhumaciones en los templos y conventos de la Nueva Granada el 2 de junio de 184634. Una
normativa varias veces pospuesta, pero que el caudillo caucano logró imponer pese al
descontento de los curas de muchas localidades, quienes seguían enterrando intramuros y
promoviendo la ‘necesaria protección divina hacia los fieles’, pues lo contrario les afectaba
su economía, a la par de poner en jaque el ‘vínculo espiritual’ entre la Iglesia y el Estado35.


A cargo del colega y amigo Juan Diego Torres Urrego, coordinador académico del Cementerio Museo San
Pedro, con quien he tenido el gusto de trabajar por muchos años. Gracias a su constante labor investigativa y,
de manera especial, a sus esfuerzos en torno a la formación de mediadores, el Cementerio San Pedro cuenta
hoy con un amplio equipo de trabajo multidisciplinar, que poco a poco ha sacado a la luz los hechos y
personajes que hacen parte de su historia.
33
David Esteban Molina Castaño, “Tumbas de indignos: cementerios no católicos en Colombia (1825 – 1991)”
(Medellín: Tesis de Doctorado en Historia Universidad Nacional de Colombia – Sede Medellín, 2013), 449.
34
Bladimir Pérez Monsalve, “Portadas de la eternidad”, 41.
35
Ana María Martínez de Sánchez, “El discurso ilustrado: ¿Secularización de la sepultura?”, en Memorias V
Congreso Argentino de Americanistas 2004 (Buenos Aires: Sociedad Argentina de Americanistas, 2004), 213-
240.

15
A partir de ese momento, la lucha política entre conservadores (aliados de la Iglesia Católica)
y los liberales (grandes promotores de los procesos de secularización), tuvieron tres grandes
escenarios alternativos de confrontación: la prensa, las instituciones educativas y los
cementerios. La dirigencia antioqueña, cercana desde sus orígenes a los líderes del partido
Conservador (principalmente de don Mariano Ospina Rodríguez, hijo adoptivo de estas
montañas), así como profundamente católica; desde los orígenes de las luchas partidistas de
mediados del siglo XIX, tomó la mayoría de veces partido por las fuerzas conservadoras, lo
que la llevó a sendas derrotas militares y políticas, como fue el caso de las guerras de 1851 y
186036.

En medio de estas turbulencias políticas, el mismo Tomás Cipriano de Mosquera firmó el 20


de julio de 1860 el “Decreto de Tuición de Cultos”. Por medio de esta disposición del
presidente transitorio de la Confederación Granadina, ningún ministro podía practicar las
funciones del culto sin autorización del poder ejecutivo. Esta misma normativa fue
reproducida por los constituyentes de Rionegro, lo que generó más adelante el destierro del
tercer Obispo de Antioquia, don Domingo Antonio Riaño, quien se vio obligado a salir hacia
el vecino país del Ecuador, donde fallecería37.

Pese a estas circunstancias tan adversas, los cementerios de Medellín, tanto el San Lorenzo
como el ‘San Pedro’, lograron mantenerse al margen de los procesos de secularización
forzosa que afectaron a los de otras regiones. Sin embargo, el propio Pedro Justo Berrío, uno
de los más icónicos dirigentes conservadores del estado soberano de Antioquia, fue quien
reintrodujo la discusión en torno a la creación de un espacio laico para la inhumación digna
de extranjeros y disidentes políticos en la ciudad.

Según don Isidoro Silva, autor del Primer Directorio General de la ciudad de Medellín para
el año de 1906:

36
Fernando Botero Herrera, Estado, nación y provincia de Antioquia: guerras civiles e invención de la región,
1829-1863 (Medellín: Hombre nuevo editores, 2003).
37
Gonzalo España (Compilador), Los Radicales del siglo XIX: escritos políticos (Bogotá: El Áncora Editores,
1984).

16
“El afán de secularizar aspectos de la vida religiosa y servir a la comunidad se reflejaría en la
fundación de numerosos cementerios en el país o en su defecto, en la adquisición de terrenos
aledaños de los católicos, como en el caso de San Pedro, que debido al estado de ruina que
amenazaba, dio pie para que, en 1871, el presidente del Estado de Antioquia, Pedro Justo Berrío,
estimulara a la Sociedad Central de Fomento una reunión con los accionistas de dicho
cementerio”38.

De esta reunión, que tuvo lugar en la Iglesia de San José, surgió una comisión encargada de
la redacción de un nuevo reglamento para el cementerio, que pasó a llamarse oficialmente
San Pedro, el cual entró en vigor el 1º de junio del año 1871. A partir de esta normativa, se
abrieron las puertas para la creación del cementerio laico39 o, al menos, para concebir un
espacio apto para las inhumaciones no ceñidas al ritual católico.

Siguiendo el hilo de este proceso, quizás fue la Guerra de 1876 la que propició la más
profunda crisis en materia de los espacios de sepultura en Antioquia. Fue así como tras la
derrota de los ejércitos y la dirigencia conservadora:

La Convención Constituyente del Estado Soberano de Antioquia, integrada por liberales


radicales, decretó mediante la ley 16 del 10 de octubre de 1877, “sobre propiedad y
administración de cementerios”. En el artículo primero acordó que éstos eran posesión de los
distritos y que su administración dependía de las Corporaciones Municipales, siempre y cuando
cumpliesen con los fondos costeados por las rentas de fábrica, donación, limosnas u oblaciones
de los fieles; asimismo, los cementerios fundados por iniciativa privada serían administrados por
la entidad que lo creó dando uso perpetuo a los herederos. La intervención de la autoridad pública
en estos recintos de carácter privado se limitaba únicamente, en hacer presencia efectiva en
asuntos de posesión, salubridad e investigación de episodios criminales 40.

Esta disposición legislativa puso en jaque el control de la Iglesia Católica sobre los
cementerios que regentaba de manera ininterrumpida en Medellín desde su creación, como
era el caso del San Lorenzo y los ubicados en las jurisdicciones de sus principales parroquias:

38
Isidoro Silva L., Primer directorio general de la ciudad de Medellín para el año de 1906 [Edición facsimilar]
(Medellín: Biblioteca Básica de Medellín, Instituto Tecnológico Metropolitano, 2003), 138, citado por: Bladimir
Pérez Monsalve, “Portadas de la eternidad”, 42.
39
Bladimir Pérez Monsalve, “Portadas de la eternidad”, 42.
40
Registro Oficial, No. 281, Medellín, 24 de diciembre de 1878, p. 657, Artículo 363, Colección Periódicos de
la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia, en Bladimir Pérez Monsalve, “Portadas de la eternidad”,
43.

17
Belén y Aná (el actual Robledo). El caso del San Pedro era diferente, pues se garantizaba su
total autonomía, con la única prerrogativa de ser vigilados por las autoridades civiles en
materia de salubridad y el cumplimiento de la ley.

La puesta en vigor de esta nueva normativa en el primer semestre de 1878, enfrentó a la


Corporación Municipal con la ciudadanía a la que pretendía defender, con el claro
protagonismo y liderazgo de sacerdotes como Rafael María González, cura titular de la
parroquia de Aná41. Los descontentos feligreses marcharon el 1º de marzo manifestando:

…su desacuerdo por la expropiación de los cementerios católicos de todas las parroquias, que
fueron edificados por y para la comunidad católica, que serían transferidos al distrito. Por ello,
pedían a la corporación exonerar a dicho colectivo para administrar su camposanto y a cambio
de ello, sostener un cementerio laico que albergara a difuntos de otras confesiones para que se
“evitara todo motivo de colisión y de disgusto entre las autoridades civiles y eclesiásticas”42.

De acuerdo con las fuentes trabajadas por Bladimir Pérez, la Corporación Municipal no se
dejó amedrentar y mediante el acuerdo reformatorio del 15 de marzo de 1878, estableció el
cargo de inspector de cementerios: “Función que recaía en el celador de policía del distrito
con libre facultad de la entidad para nombrar y remover a dichos funcionarios. Esta
institución asumiría todo lo concerniente a los cementerios y definiría funciones específicas
para tal deber, entre ellos, cuidar los edificios, enseres y demás cosas para dicho
establecimiento”43.

Aunque la inestabilidad política que caracterizó esos años en Antioquia impidió que se
avanzara de manera significativa en las reformas acometidas44, a los líderes liberales que


Uno de los grandes vacíos en la historiografía relacionada con el tema de los cementerios, es el estudio de
los llamados ‘cementerios parroquiales’, es por esta circunstancia que solo se anotan estos dos, de los cuales
se tiene la absoluta certeza de su existencia para la década de 1870.
41
Javier Piedrahíta Echeverri (Monseñor). La aldea de Aná, el occidente del Río Medellín. (Medellín: Taller
tipográfico Universidad Pontificia Bolivariana, 1973). Este lugar no se debe confundir con el “Sitio de Aná”,
vinculado con la denominación que en el siglo XVII tenía el espacio al que fue trasladado el poblado que daría
origen a la “Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín”. Como lo mencionamos algunas líneas atrás,
la parroquia de Aná corresponde a la que luego pasaría a conocerse como la parroquia de Robledo.
42
AHM, Fondo Concejo Municipal, Serie Comunicaciones, Tomo 219 (II), Folio 799r, en Bladimir Pérez
Monsalve, “Portadas de la eternidad”, 44.
43
Registro Oficial, Medellín, 15 de marzo de 1878, p. 502. Artículos del 1 al 6. Colección Periódicos de la
Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia, en Bladimir Pérez Monsalve, “Portadas de la eternidad”, 44.
44
Luis Javier Ortiz Mesa, Obispos, clérigos y fieles en pie de guerra: Antioquia, 1870-1880 (Medellín:
Universidad de Antioquia, 2010).

18
gobernaron en este periodo se les debe el primer intento de integrar los cementerios con la
administración pública (y no solo con la religiosa), prohibiendo en el Código General de
Policía establecido en diciembre de 1878: “el entierro de personas que por causa de muerte
violenta o repentina no cumpliesen las 24 horas requeridas por disposición reglamentaria y
sobre todo, por precauciones higiénicas. Esta medida, estaba a cargo del guardián del
cementerio quien a su vez daría noticia al jefe municipal, previa autorización de este
último”45.

La Regeneración y la creación del monopolio eclesiástico sobre las sepulturas


Pese a lo novedosas y útiles que podrían parecer en la actualidad estas medidas, poco alcance
tuvieron en Antioquia tras el fracaso y caída de los gobiernos liberales (tanto los radicales,
como los moderados). Y es que en los Estados Unidos de Colombia los vientos políticos
estaban cambiando drásticamente al finalizar esta década de 1870, cerrándose abruptamente
el ciclo del ‘Olimpo Radical’, fruto de las divisiones y disputas que los propios radicales
generaron al interior del partido Liberal, abriéndole las puertas al abogado cartagenero Rafael
Núñez y sus propuestas de `Regeneración’.

Fue así como actuando en primera instancia como líder de los ‘liberales independientes’,
Núñez alcanzó la presidencia en abril de 1880, dando inicio a un importante cúmulo de
reformas políticas, legales y administrativas, las cuales se vieron amenazadas por lo corto del
periodo presidencial (2 años) y que chocaban además con el impedimento legal de la
reelección inmediata, proscrita en la Constitución de Rionegro de 1863.

Dividida a partir de ese momento entre las facciones del radicalismo y el ‘nuñismo’, la
hegemonía liberal que gobernó por más de 20 años se desmoronó tras la muerte natural del
presidente Francisco Javier Zaldúa (promovido por Núñez) en diciembre de 1882. Este hecho
imprevisto, forzó al cartagenero a pactar una alianza con facciones conservadoras para
enfrentarse a los radicales y ganar las elecciones de 1884. Aires de guerra comenzaban a

45
Registro Oficial, Medellín, 24 de diciembre de 1878, No. 281, p. 657, en Bladimir Pérez Monsalve, “Portadas
de la eternidad”, 47.

19
soplar por el suelo colombiano, los cuales dejaron para los anales de la historia a la Guerra
de 1885, como uno de los conflictos más decisivos en medio del tempestuoso siglo XIX.

El encuentro fatídico para los liberales tuvo lugar al frente de la población de El Banco, donde
se libró la Batalla de La Humareda. Un confuso hecho bélico que tuvo lugar el 17 de junio
de 1885, en el que, a pesar del triunfo de las fuerzas liberales, fue tal la mortandad y tan
significativas las pérdidas, que el radicalismo resignaría toda posibilidad de triunfo,
consolidándose así el gobierno de Núñez, quien tuvo el camino despejado para avanzar en su
proyecto de constitución46.

Un nuevo país surgió tras el conflicto, el mismo que fue descrito por Jaime Jaramillo Uribe
en su Manual de Historia de Colombia de la siguiente manera:

Golpeada de muerte la rebelión de 1885 tras el combate de La Humareda, desde el balcón de la


casa presidencial Núñez proclamó: “la Constitución de Rionegro ha dejado de existir”. Reunido
un Consejo de Delegatarios con el objeto de expedir la nueva Constitución, el presidente Núñez
les dirigió un mensaje en el que dio las pautas que debían seguir para la organización estatal: “En
lugar de un sufragio vertiginoso y fraudulento, deberá establecerse la elección reflexiva y
auténtica; y llamándose, en fin, en auxilio de la cultura social los sentimientos religiosos, el
sistema de educación deberá tener por principio primero la divina enseñanza cristiana, por ser
ella el alma Mater de la civilización del mundo”47.

Tras años de limitación en sus poderes tradicionales, heredados del régimen colonial, la
Iglesia Católica retornó a cobrar revancha sobre los antiguos partidarios del radicalismo
liberal, así como contra los moderados que perdieron todo tipo de participación en el
gobierno. Núñez selló su triunfo con la proclamación el 5 de agosto de 1886 de una nueva
Constitución, en la que ratificó de manera tajante su pacto con la iglesia, anotando en su
articulado: “la Religión Católica, Apostólica, Romana, es la de la nación: los poderes
públicos la protegerán y harán que sea respetada, como esencial elemento del orden
social”48. La jurisdicción de la Iglesia trascendió a partir de ese momento los aspectos

46
Rodrigo Llano Isaza, Historia resumida del Partido Liberal Colombiano (Bogotá: Fundación el Libro Total,
2009), 56 - 62.
47
Jaime Jaramillo Uribe, Manual de Historia de Colombia. Historia Social, Económica y Cultural, Vol. II, Siglo
XIX, Capítulo XII (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1982), 376-377.
48
Jaime Jaramillo Uribe, Manual de Historia de Colombia, 376-377.

20
meramente espirituales, para comenzar a abarcar funciones públicas y administrativas, tales
como la educación, la salud, el registro público… ¡Y el control de los cementerios!

Reaparecía y se posicionaba la figura de los cementerios laicos y los muladares . Espacios


de exclusión a los que estaban condenados todos aquellos que por su condición social o moral
(delincuentes y pecadores públicos); sus concepciones religiosas, políticas e intelectuales
(protestantes, librepensadores, masones y liberales radicales) o por las circunstancias
específicas del momento de su muerte (suicidas, neonatos sin bautizar, inconfesos en pecado
mortal, etc.); no merecían, de acuerdo con el punto de vista de los jerarcas de la Iglesia, ser
inhumados en los camposantos, razón por la que eran confinados en estas áreas específicas o
sepultados en las afueras de los cementerios49.

Debates y controversias en torno a la creación de un Cementerio Laico para Medellín


Decir que el advenimiento de la Regeneración golpeó con fuerza el proceso de reformas
liberales que se adelantaba en Antioquia, además de ser exagerado, resulta muy engañoso.
Como hemos podido ver en los apartados anteriores, los vínculos entre la dirigencia
antioqueña y la Iglesia Católica eran muy fuertes, así como mayoritario el peso del partido
conservador, el cual si bien en la práctica no estaba gobernando (Núñez y sus aliados habían
creado el Partido Nacional), estaban lo suficientemente consolidados en Antioquia como para
disfrutar del poder de las mayorías y una relativa paz política.

Sin embargo, el que la alianza conservadores – Iglesia contara con el peso suficiente para
gobernar, no significaba que los liberales antioqueños estuviesen dispuestos a quedarse sin


Esta denominación proviene de un concepto muy antiguo. De acuerdo con el Diccionario de Autoridades de
1734 (Tomo IV), “MULADAR. s. m. El lugar o sitio donde se echa el estiercol o basúra que sale de las casas.
Algunos le llaman Muradal, y aunque es más conforme a su origen, por estar regularmente fuera de los muros,
yá más comunmente se dice Muladar. Latín. Sterquilinium”. Tras la aparición de los cementerios extramuros
a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, este concepto se trasladó a los espacios ubicados ‘en la trastienda’
y fuera de los muros de los ‘camposantos’, donde eran sepultados quienes no eran admitidos en sus espacios
consagrados. Privado de su uso cementerial, en la actualidad el Diccionario de la lengua española considera a
un muladar como el “Lugar o sitio donde se echa el estiércol o la basura de las casas”.
49
Diego Andrés Bernal Botero, “El descanso de los libres: apuntes para una reseña histórica del Cementerio
Libre de Circasia”, en Cenotafio: relatos, análisis y evocaciones en torno a los cementerios de cinco municipios
del Eje Cafetero Colombiano, David Esteban Molina Castaño (Coordinador) (Manizales: Colciencias -
Universidad Nacional de Colombia, sede Manizales, 2011), 135-149.

21
voz y renunciar a muchos de los proyectos en los que creían y por los que habían luchado
arduamente tanto desde los procesos electorales, los campos de batalla… y el periodismo.
De esta manera, el 22 de marzo de 1887 salió a circulación por primera vez en Medellín El
Espectador, fundado por don Fidel Cano Gutiérrez, bajo la premisa de ser un “Periódico
político, literario, noticioso e industrial”.

Es precisamente a través de las páginas de este diario, que buscaremos hacerle un


seguimiento a las iniciativas y debates en torno a la creación de un cementerio laico como el
que funcionó a un costado del Cementerio San Pedro. Labor que es posible gracias al
significativo y generoso esfuerzo de nuestro colega historiador Jorge Andrés Suárez Quirós,
quien hace parte del equipo al frente de esta investigación en torno a la figura y obra de don
Horacio Marino Rodríguez. A él le debemos la lectura, colección y digitalización de muchas
de las notas que presentaremos a continuación. ¡Para él mi más sincero y afectuoso
agradecimiento!

La historia de El Espectador ha sido turbulenta y plagada de dificultades. Su primer periodo


en circulación abarcó poco más de tres meses entre el 22 de marzo y el 8 de julio de 1887,
cuando fue ordenado su cierre por primera vez, en esa ocasión por orden del gobierno central.
En este lapso, uno de los temas más polémicos que abordó fue el del ‘Espiritismo’,
sirviéndole de plataforma de divulgación al Centro Espírita de Medellín50, que buscó
defenderse a través de las páginas de este medio de los ataques que recibía desde otros
periódicos como La Voz de Antioquia51, así como dar a conocer algunos de los puntos más
relevantes de sus creencias52 y sus puntos de controversia con la doctrina católica53.

Condenado El Espectador al silencio por todo lo que restaba del segundo semestre de 1887,
es a través del Semanario de avisos y variedades que conocemos que la Junta Directiva del
Cementerio de San Pedro contemplaba ampliarse hacia el norte: “siempre que se solicite un

50
Hahneman, El Espectador, Medellín, 10 y 15 de mayo de 1887, p. 21 y 26.
51
Pedro P. Salazar Euse, La Voz de Antioquia #109, 31 de marzo de 1887, época II, Serie VI.
52
Veritas, El Espectador, Medellín, 17 de junio de 1887, número 24, p. 59.
53
Veritas, “Cristianismo y espiritismo”, El Espectador, Medellín, 5 de julio de 1887, número __, p. 69, sección
remitidos.

22
número suficiente de locales en esa parte. Al efecto las personas que deseen comprar locales
allí, pueden dirigirse al Presidente de la Junta, señor Julio M. Restrepo”54.

Uno de los hitos más importantes que inscribiría al año 1887 en la historia e historiografía
colombiana, fue la firma en Roma del Concordato con la Santa Sede el 31 de diciembre,
siendo los signatarios por el estado colombiano el general Joaquín F. Vélez, en su calidad de
embajador, y por la Santa Sede el Secretario de Estado, cardenal Mariano Rampolla. Sin
embargo, antes de que los ecos del nuevo tratado se dieran a conocer con todo el despliegue
por el territorio colombiano, el 10 de enero de 1888 el periódico El Espectador logró regresar
a las calles, gracias al decreto sobre libertad relativa de prensa expedido por el general José
Eliseo Payán Hurtado, quien había asumido por segunda vez la presidencia ante los
quebrantos de salud de Núñez.

En esta segunda etapa del medio informativo, el vínculo entre Fidel Cano y la familia
Rodríguez se hizo más evidente, siendo Melitón Rodríguez Roldán uno de los anunciantes
de su tercera edición, exponiéndole a su clientela que su agencia funeraria permanecía abierta
al público y ofreciendo una amplia clase de servicios, a pesar de su reciente nombramiento
al frente de la “administración y dirección de la fábrica de cigarrillos establecida en esta
ciudad por los señores Uribe, Merizalde & Compañía”55.

Sin embargo, no había transcurrido un mes de esta nueva etapa del periódico, cuando la
censura volvió a tocar a las puertas de don Fidel Cano, esta vez por vía eclesiástica. Fue así
como el 4 de febrero de 1888, el Obispo de Medellín Bernardo Herrera Restrepo ordenó:
“Ningún católico de nuestra Diócesis puede, sin incurrir en pecado mortal, leer, comunicar,
transmitir, conservar o de cualquier manera auxiliar el periódico titulado El Espectador,
que se publica en esta ciudad”56, argumentando que en muy repetidas ocasiones el medio
había atacado los dogmas y prácticas de la Iglesia Católica.

54
Semanario de avisos y variedades #270, 14 de julio de 1887, trimestre XXIII, año VI.
55
Melitón Rodríguez Roldán, El Espectador, Medellín, 13 de enero de 1888, número __, p. 76.
56
El Espectador, Medellín, 7 de febrero de 1888, número __, p. 107.

23
Aunque por disposición del prelado, el Decreto debía ser promulgado en todas las iglesias de
la Diócesis y leído para conocimiento de la feligresía “en dos días de fiesta y en todas las
misas que en estos se celebre”; fue el propio Fidel Cano quien lo publicó en El Espectador
en su edición del 7 de febrero. El periódico liberal aceptó así el reto del Obispo, continuando
en circulación, pero haciendo sospechosos a quienes lo leían, discutían y, obviamente,
publicaban en él.

Uno de los posibles clientes que perdió El Espectador, pudo ser el Cementerio de San Pedro,
cuya junta había publicado poco antes del veto eclesiástico, un nuevo anuncio relativo a la
venta de locales57. Sea esto cierto o no, llama la atención como al reportar la muerte y sepelio
de don Enrique Haeusler, el periódico anotó:

“El cadáver del finado fue conducido ayer a las 8 por los numerosos estimadores de este y su
digna familia de la casa mortuoria al Cementerio del Norte. Descansen en paz y rodeados de
respeto los despojos de este hombre honrado y bondadoso, cuya larga vida fue tan útil para
Antioquia, y reciban los deudos de Mr. Hausler (sic) nuestro sentido pésame por la gran pérdida
que acaban de hacer”58.

Dos elementos son muy importantes de resaltar de esta breve nota. En primer lugar, la vaga
alusión al Cementerio de San Pedro, al que llaman ‘Cementerio del Norte’, y el que se afirme
que el cadáver del distinguido alemán fue trasladado en compañía de amigos y familiares de
la casa mortuoria al cementerio, sin mencionar su paso por alguna de las iglesias de la ciudad
o se nombre a algún prelado que presidiera alguna ceremonia fúnebre.

Al respecto, el propio Fidel Cano arrojó luces acerca de lo que implicaba esta alusión, cuando
en septiembre de 1891 publicó la nota “¿Cómo murió el Dr. Conto?”, relacionada con las
noticias de la muerte del célebre político liberal César Conto Ferrer, en Guatemala:

Ni en los periódicos guatemaltecos que hasta ahora hemos podido consultar, ni en una carta
bastante minuciosa que sobre el fallecimiento de nuestro eminente compatriota dirigió el Sr. Dr.
Miguel Velasco y Velasco a un caballero de Cali, pariente suyo, la cual fue publicada en el
número 560 de El Relator, hemos visto noticia alguna sobre si el Dr. Conto murió como católico
o como libre pensador; mas esa misma falta de pormenores sobre el particular, especialmente en
la carta citada, donde se refiere el trance desde que la enfermedad se presentó con caracteres de

57
El Espectador, Medellín, 27 de enero de 1888, número __, p. 79.
58
El Espectador, Medellín, 5 de mayo de 1888, número __, p. __. (Las negrillas son nuestras).

24
mortal hasta que se consumó su obra destructora, nos induce a creer lo último. Las tarjetas de
invitación a los funerales del finado, refuerzan nuestro juicio, porque en ellas se excita a
acompañar el cadáver “desde la casa mortuoria al cementerio”, y si el Doctor Conto hubiese
muerto en el seno de la Iglesia Católica, natural habría sido que un templo de esta comunión le
abriese sus puertas antes que el cementerio las suyas, y tal circunstancia no se habría omitido en
las invitaciones59.

Claramente los cementerios se habían transformado de nuevo en el escenario de las


confrontaciones políticas y religiosas, pero es destacable que, al menos en el caso de
Hauesler, el que se adoleciera de ritual religioso y acompañamiento eclesiástico (o al menos
no se hablara del mismo), no privó al finado de un lugar digno de sepultura. El asunto que
nos queda aún por esclarecer es en qué espacio del San Pedro fue inhumado y si esta sección
contaba, o no, oficialmente con la condición de área laica.

Regresando al hilo conductor de esta sección, la situación económica del medio de


comunicación de don Fidel Cano debía ser para ese entonces muy precaria, pues era evidente
la disminución en cuanto al número de anuncios que tradicionalmente colmaban su primera
página. Sin embargo, no fue una crisis financiera la que volvió a sacar de circulación al
periódico, sino una orden del ejecutivo nacional. El 27 de octubre de 1888, el presidente
designado Carlos Holguín Mallarino ordenó la segunda suspensión de El Espectador.

Largo fue el silencio que tuvo que soportar en esta ocasión este medio periodístico, pero de
acuerdo con el trabajo de grado del historiador Luis Alfonso Rendón, a comienzos de 1889
José María Muñoz y Tomás Muñoz solicitaron permiso al Concejo Municipal para construir
un cementerio colindante por el sur con el Cementerio de San Pedro60. Aunque no se tiene
claridad acerca de la fecha de la petición, sí se sabe que la respuesta emitida por la comisión
designada con este fin el 3 de junio de 1889 fue negativa, pues consideró “absolutamente
impropio para un nuevo cementerio, el lugar ofrecido por los señores Muñoces”61.

59
“¿Cómo murió el Dr. Conto?” El Espectador, Medellín, 14 de septiembre de 1891, número __, p. __.
60
Luis Alfonso Rendón Correa, “El Cementerio Universal de Pedro Nel Gómez, una solución para la inhumación
de cadáveres en Medellín, en el periodo 1933-1953” (Medellín: Trabajo de grado, Departamento de Historia
Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia, 2015), 140.
61
Cementerios, informes de una comisión, en Anales de la Academia de Medicina de Medellín, Año II, Número
5, junio 1889, citado por Luis Alfonso Rendón Correa, “El Cementerio Universal de Pedro Nel Gómez”, 140.

25
El periódico reapareció con gran dificultad el 12 de febrero de 1891. Durante los casi dos
años y medio que estuvo detenida su imprenta, el eficiente contubernio entre la prensa
conservadora y los jerarcas de la Iglesia Católica, se enfrascaron en una cruzada en contra
del espiritismo y sus seguidores. Acción en la que resultó afectada de manera especial la
familia de don Melitón Rodríguez Roldán, quien se vio obligado el 12 de abril de 1889 a
escribirle de su puño y letra una carta al Obispo de Medellín, solicitando se le dejara de
perseguir a él y a su familia, pues se les estaba poniendo en riesgo no solo su economía, sino
su propia supervivencia62.

Esta mención adquiere relevancia si se tiene en la cuenta la polémica que estalló con motivo
de la publicación de un obituario en honor de doña Dolores del Cantillo, en el que se
afirmaba: “El cadáver de la señora Cantillo fue sepultado en el cementerio laico, y su
entierro se verificó, si no estamos mal impuestos, conforme a las prácticas funerales de los
espiritistas”63.

Aunque en su momento lo polémico de la nota fue la alusión a las ‘prácticas funerarias


espiritistas’, motivo por el que don Fidel Cano se vio en la obligación de explicar a qué había
tratado de hacer referencia (dejando muy en claro, además, que él no era militante de dicha
corriente de pensamiento)64; a la par que le abrió las páginas de su periódico a doña Petronila
Hoyos de I., quien aclaró en qué consistía el sencillo ritual de acompañamiento del cadáver,
desvirtuando las fábulas que, según ella, habían creado al respecto los malquerientes del
espiritismo65.

Para nosotros lo significativo es que se mencione la existencia de un ‘cementerio laico’, el


cual podía hacer parte, de manera aún informal, del Cementerio de San Pedro, como lo

62
Carta de Melitón Rodríguez Roldán al Sr. Obispo de Medellín Bernardo Herrera Restrepo, 12 de abril de
1889. Transcripción Juan Carlos Buriticá, historiador y sociólogo Universidad de Antioquia.

Un agradecimiento especial a Juan Carlos Buriticá no solo por facilitarnos copia digital de la carta original,
sino su juiciosa transcripción, la cual no solo nos fue útil para este trabajo, sino que fue fundamental para la
investigación que acerca del espiritismo, desarrolló en el semestre 2018-1 mi alumna Geraldine Uribe.
Agradecimiento que extendemos también a nuestra buena amiga y colega Maribel Tabares.
63
El Espectador, Medellín, 7 de mayo de 1891, número 111, p. 132. (Las negrillas son nuestras).
64
Suplemento al #112 de El Espectador, Medellín, 17 de mayo de 1891, p. 130.
65
Suplemento al #112 de El Espectador, Medellín, 17 de mayo de 1891, p. 130.

26
permite pensar la nota publicada el 3 de septiembre de 1891, con motivo del sepelio del
General y empresario estadounidense Edward A. Wild:

El cadáver de Mr. E. A. Wild General del Ejército norte-americano, fue inhumado en la sección
libre del Cementerio de San Pedro, el viernes 28 del pasado mes de agosto. La ceremonia se
verificó conforme al rito evangélico y ofició en ella Mr. Touzean, ministro protestante que reside
en esta ciudad. Asistieron el señor Gobernador del Departamento y sus secretarios; el Vice-cónsul
de los Estados Unidos, señor Luciano Santamaría; varios Ministros del Tribunal Superior y
algunos otros empleados. Una compañía del cuerpo de Gendarmes hizo al cadáver del difunto los
honores militares66.

¿Se hablaba de un mismo espacio cuando se aludía al ‘cementerio del norte’ (caso Enrique
Hauesler), el ‘cementerio laico’ (caso de la señora del Cantillo) y la ‘sección libre del
Cementerio de San Pedro’ (caso del general norteamericano)? Si es así, ¿en dónde estaba
ubicada esa área? De no serlo, ¿quién construyó y de quién dependía ese espacio funerario
alternativo (del que excluiríamos, claro está, la tumba del General, ante la alusión directa al
San Pedro)?

Es evidente que aún persisten muchas dudas acerca de ese periodo, las cuales se espera
resolver en el futuro a través de una revisión exhaustiva del fondo actas de la Junta, que
reposa en las oficinas de la Fundación Cementerio San Pedro, así como de otros repositorios
que abarquen esta época.

A modo de conclusión… Horacio Marino Rodríguez y un proyecto que tal vez ‘no pudo
ser’
Se suele creer que los trabajos de corte histórico están diseñados para dar respuestas a
preguntas concretas que se formulan desde el presente. Esto es apenas parcialmente cierto,
pues todo investigador sabe qué al tratar de responder una pregunta, surgen muchas más que
desvían el curso de las pesquisas, lo que no significa para nada un retroceso, sino más bien
una oportunidad para seguir indagando acerca de un pasado que, tal y como lo es el presente,
dista mucho de ser unívoco y abarcable.

66
El Espectador, Medellín, 3 de septiembre de 1891, número __, p. 137. (Las negrillas son nuestras).

27
En este caso en particular, ante la pregunta de si Horacio Marino Rodríguez fue el encargado
de los diseños que sirvieron de base para la construcción del Cementerio Laico adjunto al
Cementerio de San Pedro, la respuesta dista de ser satisfactoria: ¡Aún no lo sabemos! En
primer lugar y como lo anotamos al final de la sección anterior, cabe la posibilidad de que al
comenzar la década de 1890 ya existiera un cementerio laico en la ciudad o que, al menos,
en el Cementerio San Pedro se hubiese habilitado un sector para la inhumación de extranjeros
no católicos (como fue el caso del general Wild) y disidentes religiosos (como la señora del
Cantillo y, posiblemente, Enrique Hauesler). Sin embargo, hay hechos que deben ser
analizados y pueden poner en duda esta hipótesis.

El 20 de julio de 1892, se firmó el convenio adicional al Concordato con la Santa Sede,


aprobado a través de la Ley 31 de ese mismo año. En el artículo 18 de esta normativa, se
determinó:

Se fundarán cementerios para los cadáveres que no puedan sepultarse en sagrado, especialmente
en las poblaciones donde sean más frecuentes las defunciones de individuos no católicos. Para
tal objeto se destinará un lugar profano, obteniéndolo con fondos municipales, y donde eso no
fuere posible, el terreno de estos cementerios se obtendrá secularizando y separando una parte
del cementerio católico, que quedará separado del no católico por una cerca67.

Al parecer, esta noticia despertó el vivo interés de don Fidel Cano y el Dr. Pedro Restrepo
Uribe, quienes entregaron un memorial al Concejo solicitando se les autorizara la creación
de un ‘Cementerio Libre’; propuesta que defendieron a través de llamativos y contundentes
argumentos:

Siendo Medellín la segunda población de la República y ocurriendo con frecuencia en esta ciudad
defunciones de individuos no católicos, el Concejo Municipal, según la disposición de la que
dejamos copia [adicionaban la norma concordataria de 1892], está en el ineludible deber de
adquirir con los propios del Distrito el terreno necesario para fundar un cementerio laico, y sólo
en el caso de que eso no sea posible, caso en que Medellín no puede racionalmente hallarse; se
ocurrirá al expediente de secularizar una parte del cementerio católico.
En virtud de lo expuesto, podríamos limitarnos a excitar al Concejo a que cumpliese el deber
expresado, dentro del más breve término posible, pero deseosos de facilitar la ejecución de una
medida que el desarrollo de Medellín requiere a toda prisa, y conocedores de la apretada situación
fiscal en que se halla el Distrito, nos apresuramos a manifestar:
1º Que el filántropo señor Mitriades Durier tiene ofrecido el lugar apropiado para el cementerio
laico; y

67
El Espectador, Medellín, 22 de julio de 1893, número 278, p. 784.

28
2º Que el terreno (cuyo croquis acompañamos) está situado en paraje apartado de la ciudad, más
allá del Cementerio de San Pedro, en condiciones higiénicas favorables, y de acuerdo con lo
establecido por la Academia de Medicina de esta ciudad en el informe de 3 de junio de 1889,
publicado en los Anales de dicha corporación68.

La propuesta, tal y como se menciona en el ítem dos, estaba acompañada de un croquis que
en la edición del 22 de julio de 1893 de El Espectador, describían así: “El plano del
Cementerio Libre ideado y trabajado gratuitamente por los señores Melitón y Horacio
Rodríguez, reúne la sencillez a la elegancia, la severidad y la belleza, y corresponde a la vez
al objeto del edificio que se desea levantar, y a los recursos con que verosímilmente se puede
contar para ejecutar”69.

Esta iniciativa, pese a venir de parte de dos reconocidos líderes liberales, gozó del beneplácito
del Concejo, quien a través del cabildante Tomás Quevedo, aprobó de manera unánime la
siguiente resolución:

… Siendo, como son, laudables y obvios los sanos principios que informaron el memorado
mandato, y muy visibles el derecho y la justicia que asisten a los peticionarios, vuestra comisión,
estimadora ingenua de la sabia, cristiana tolerancia y del amplio espíritu de progreso que os
animan, rehúye entrar en consideraciones filosóficas y de moral ecuménica en pro de la
proyectada caritativa empresa; empresa que una vez realizada, dará a sus sostenedores el inefable
gozo que siempre ocasiona el ejercicio de toda obra de misericordia, mayormente si es de las
principales como la de enterrar los muertos. Por tanto, y en atención a que el plano presentado
por los peticionarios es perfectamente adecuado al objeto, y la localidad escogida reúne las
apetecibles condiciones higiénicas, vuestra comisión os presenta el siguiente proyecto de
resolución:
Concédase a los señores Fidel Cano, Dr. Pedro Restrepo U. y demás caballeros que firmaron el
memorial dirigido al Concejo Municipal el 14 del presente, el permiso que solicitan para formar
un cementerio en el lugar que mencionan. Deberá seguirse en su construcción en lo sustancial, el
plano presentado por los peticionarios y en su administración se observarán estrictamente las
disposiciones legales sobre la materia70.

Esta halagüeña nota fue celebrada a través de las páginas de El Espectador, a la par que se
anunciaba que “Próximamente convocaremos a las personas que han manifestado deseos de

68
El Espectador, Medellín, 22 de julio de 1893, número 278, p. 784.

Se presume que se trata de nuevo de don Melitón Rodríguez Roldán, pues su hijo Luis Melitón aún estaba
muy joven, siendo significativo, además, que se le mencione en primer lugar (a Melitón), lo que puede
interpretarse como una norma de cortesía, dándole prelación al padre sobre el hijo. Además, Horacio Marino
Rodríguez para la época ya era, en el sentido formal, ‘un señor’, toda vez que se había casado el 24 de octubre
de 1891 con doña Carlota Hauesler.
69
El Espectador, Medellín, 22 de julio de 1893, número 278, p. 784.
70
El Espectador, Medellín, 22 de julio de 1893, número 278, p. 784.

29
ayudar a la construcción del cementerio, a fin de que constituidas en junta acuerden lo
conveniente para dar pronto principio a la obra y para ponerla en vía de segura
realización”71. Junta que, a su vez, debía elegir y empoderar a otra más pequeña, que tuviese
a su cargo la recolección de los recursos prometidos y la gestión de los que se pudiesen
movilizar de manera adicional, con el fin de acelerar el proceso de compra y adecuación del
terreno (adicional al espacio donado por el señor Mitriades Durier, se debía comprar una
franja adicional, para que pudiese llevarse a cabo el diseño creado por los Rodríguez), así
como la consecuente puesta en funcionamiento del nuevo espacio funerario.

Una institución tan precisa y humanitaria como es el Cementerio Libre; puerto a donde puedan
llegar cualesquiera náufragos del mar de la existencia, sin que nadie salga a preguntarles de dónde
vienen, en qué barco navegaban, qué enseña traían en su mástil, ni siquiera qué tempestad los
entregó a las olas; hogar triste, solitario y callado, pero abierto a quienquiera que se haya llamado
hombre; verdadera casa de todos, donde la fraternidad puede ir ensayando entre los muertos el
santo abrazo con que algún día habrá de unir en una sola familia a los vivientes 72.

Tanto entusiasmo, sin embargo, contrastó con una dura realidad. El 8 de agosto de 1893,
apenas 17 días después de la publicación de este extenso especial sobre el proyectado
Cementerio Libre; el gobernador de Antioquia Abraham García Rojas, clausuró por tercera
vez al periódico El Espectador e hizo poner preso por 18 meses a su director Fidel Cano
Gutiérrez. En esta ocasión se le acusó de haber publicado el discurso que el Indio Uribe
pronunció en un homenaje a la obra del poeta Epifanio Mejía, a través del cual se buscaba
recoger fondos con que auxiliarlo en el manicomio.

Con la prisión de don Fidel Cano, el proyectado Cementerio Libre quedó parcialmente en el
olvido, retomándose tan solo la iniciativa años más adelante, pero sin alejarse del perímetro
del San Pedro. Es así como a través de las gestiones de la Junta Directiva de este tradicional
camposanto y el posible apoyo de las autoridades civiles y la ciudadanía, a finales del siglo
XIX se creó oficialmente el Cementerio Laico.

Un espacio colindante, pero separado del San Pedro, que ya aparece individualizado y
demarcado en el Plano Topográfico de Medellín elaborado en 1906 por Joaquín Pinillos y

71
El Espectador, Medellín, 22 de julio de 1893, número 278, p. 784.
72
El Espectador, Medellín, 22 de julio de 1893, número 278, p. 784.

30
Carlos Arturo Longas73, pero del que aún se desconocen la fecha exacta de apertura y los
pormenores de su diseño, por lo que es imposible negar o afirmar en este punto, si la adulada
propuesta presentada por Melitón y Horacio Marino Rodríguez fue tenida en cuenta.

Desde entonces, hasta su desaparición en la década de 1970, el Cementerio Laico del


Cementerio San Pedro acogió a decenas de extranjeros, judíos, libres pensadores, masones,
‘pecadores públicos’, suicidas y toda suerte de disidentes políticos y religiosos, los cuales
encontraron en él un refugio digno en el que, adaptando un poco las palabras de don Fidel
Cano, la fraternidad pudo “ir ensayando entre los muertos el santo abrazo con que algún día
habrá de unir en una sola familia a los vivientes”74.

Imagen 3: Detalle del Plano Topográfico de Medellín elaborado por Joaquín Pinillos y Carlos Arturo Longas
en 1906, en el que aparece ya individualizada el área del Cementerio Laico, al costado noroccidental del
Cementerio San Pedro.

73
Joaquín Pinillos y Carlos Arturo Longas, “Plano Topográfico de Medellín”, en Primer directorio general de la
ciudad de Medellín para el año de 1906 [Edición facsimilar], Isidoro Silva L. (Medellín: Biblioteca Básica de
Medellín, Instituto Tecnológico Metropolitano, 2003).
74
El Espectador, Medellín, 22 de julio de 1893, número 278, p. 784.

31
Fuentes primarias
[Carta – orden al Sr. Juan Salvador Villa emitida MM RR Obispo de Popayán, Dr. Ángel
Velarde y Bustamante], AHM, Fondo Cabildo, Tomo 34, fs. 405-405rv.

[Carta de Melitón Rodríguez Roldán al Sr. Obispo de Medellín Bernardo Herrera Restrepo],
Medellín, 12 de abril de 1889, colección personal familia Rodríguez (Transcripción Juan
Carlos Buriticá).

[Documentos relacionados con la creación de un cementerio para la Villa de Medellín], AHA,


Fondo Colonia, Reales Cédulas, Tomo III, Documento 158.

[Expediente por medio del cual se concede licencia para la construcción de un cementerio
adyacente al templo de San Benito en Medellín], AHA, Fondo Colonia, Documentos
Generales, Tomo 615, Documento 9764.

Cano, Fidel, “¿Cómo murió el Dr. Conto?”, El Espectador, Medellín, 14 de septiembre de


1891.

El Espectador, Medellín, 27 de enero de 1888.

El Espectador, Medellín, 7 de febrero de 1888.

El Espectador, Medellín, 5 de mayo de 1888.

El Espectador, Medellín, 7 de mayo de 1891.

El Espectador, Medellín, 3 de septiembre de 1891.

El Espectador, Medellín, 22 de julio de 1893.

Hahneman, El Espectador, Medellín, 10 y 15 de mayo de 1887.

32
Rodríguez Roldán, Melitón, El Espectador, Medellín, 13 de enero de 1888.

Salazar Euse, Pedro P., La Voz de Antioquia #109, 31 de marzo de 1887.

Semanario de avisos y variedades #270, 14 de julio de 1887.

Suplemento al #112 de El Espectador, Medellín, 17 de mayo de 1891.

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36

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