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Ensayo: Historia de la educación en valores

Materia: Marco Filosófico, Legal y Organizativo del Sistema Educativo


Mexicano

Docente: Mtra. Alicia Rubí Lima Rizado

Alumno: Rafael Claudio Moreno Quirós

Xalapa, Ver. 07 de agosto de 2015


Ensayo

Historia de la educación en valores

El presente ensayo, esboza un conjunto de ideales y perspectivas morales, desde el


siglo XVI hasta el siglo XIX, mismas que se presentan en la lectura proporcionada.

Durante el lapso en mención, se ha vivido una reforma de costumbres que incluyen


todos los aspectos de la vida desde la educación hasta la organización social; con
cambios en actividades tanto laborales, como lúdicas, artísticas, religiosas, higiénicas,
etc.

Los utopistas sabían que a través de su obra, reflejo e inspiración de los distintos
cambios que estaban sucediendo, podían contribuir a transformar y mejorar las cosas y
las costumbres de nuestro mundo.

Así como Campanella concibe en su Ciudad del Sol un método didáctico para que sus
alumnos aprendiesen paseando por las murallas que rodeaban la ciudad, ya que en
ellas debían estar escritos y dibujados todos los saberes, así también conozco
profesores y tuve el gusto de ser alumno de algunos de ellos, quienes realizan viajes –
para aprender – de las vivencias, de los tópicos que en turno se estudiaban,
preparándonos con ideales que algunos si logramos tener, claro, ideales palpables,
aquellos que se pueden lograr. De igual manera, como docentes tenemos en nuestras
manos la obligación de despertar el interés en nuestros alumnos para fijarse metas, y
guiarlos en lo posible para que ellos puedan alcanzarlos.

Muy evidente la importancia de la educación y más la de valores en el mundo utópico.


Se busca que el individuo tome una conciencia que no puede desarrollarse
completamente sin la presencia de la comunidad.

Los valores que la educación moral debe fomentar más profusamente son la igualdad,
la solidaridad y el respeto. El compromiso de la igualdad propicia una participación
significativa, comprometida y activa, mismas que redundan en el bien común; la
solidaridad no es algo que deba imponerse sino que ha de surgir de forma natural como
consecuencia del proceso educativo. Respetar a los otros como iguales supone
comprometerse con su bienestar. Los demás valores también son de suma importancia,
sin embargo los utópicos serán valores que deriven de los mencionados anteriormente.

Los utopistas hicieron algo que sin duda contribuyó a la optimización de los sistemas de
gobierno: soñar un mundo mejor en el que las formas de vida se habían de transformar

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positivamente en beneficio del conjunto de la sociedad, desapareciendo las injusticias
sociales.

Las propuestas y el reto que nos plantea la literatura utópica de los siglos XVI y XVII,
continúa siendo un irrenunciable punto de referencia para todos nosotros ya que ellos
soñaron, en medio de las dificultades del momento, un mundo presidido por la justicia,
la solidaridad y el respeto mutuo.

El tránsito del siglo XVI al XVII se caracteriza por una crisis generalizada de los
modelos culturales a mantener y a transmitir y, por tanto, de aquello que deba constituir
el objetivo de la formación humana: la problematización de los valores europeos frente
a los descubrimientos americanos, el choque entre humanismo y reforma, la verdad de
la razón o de la escritura, las nuevas pautas culturales y religiosas y la proliferación de
un pensamiento libertino y escéptico muestran la desorientación en que vive el hombre
europeo de la época.

La tarea reformadora va asociada a la nueva ciencia y a un nuevo marco cultural de


valores a transmitir, mismo que exige una reorientación de la currícula docente
tradicional.

Célebre comparación de la filosofía a un árbol, cuyas raíces son la metafísica: el tronco


es la física y las ramas que surgen de ese tronco son todas las otras ciencias que se
reducen a tres principales: la medicina, la mecánica y la moral, ésta como el último
grado de la sabiduría.

El entendimiento opera por intuición y deducción ciñéndose siempre al criterio de la


evidencia. Las disciplinas matemáticas son el paradigma de este proceder y por eso
son consideradas por Descartes como la materia docente por excelencia para el cultivo
del intelecto.

El fomento de la capacidad intelectiva frente al poder de la imaginación será el único


instrumento educativo posible para alcanzar la perfección del ser humano. Su
justificación será formulada por Spinoza en los estrictos términos del determinismo
natural psicológico: los afectos más fuertes vencen a los más débiles; la afección
producida por la actividad intelectiva es más fuerte que cualquier afecto meramente
pasivo; cuanto más activo es el entendimiento más se desvanece la fuerza de las
pasiones y de la imaginación; la máxima potencialidad del intelecto implicará
automáticamente el cese de toda pasividad y, por tanto, la perfección humana o
beatitud.

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Dado que el desarrollo íntegro de nuestra naturaleza no depende para nada de la
voluntad, la educación del entendimiento es ipso facto educación moral: conocer las
ideas claras y distintas permite formular juicios verdaderos, quien juzga bien elige bien,
y quien elige bien escoge siempre el bien superior.

No hay verdadero y auténtico crecimiento espiritual si no hay autodesarrollo. La


enseñanza no puede ser mero aprendizaje de fórmulas o datos pasivamente
aceptados, sino que habrá de consistir en que cada uno los “recree” desde sí mismo,
con lo cual propiamente ya no los “recibe”, sino que los encuentra en él mismo como
resultado de su propia actividad.

Sin una educación moral pertinente no se puede esperar un comportamiento social, ni


político propio de una sociedad madura.

Es necesario que la persona aprenda a someter sus impulsos a la razón, porque


dominar las pasiones es el único procedimiento que tiene el ser humano para asegurar
el bien común, de acuerdo a Hobbes, éste es el único aval para una convivencia
pacífica. La virtud y la tolerancia serían el resultado de la educación de la conciencia.
En otras palabras: la educación en valores solamente podía darse a través de la
educación de la razón.

El hombre natural – que no es social por naturaleza – acaba por transformarse en un


auténtico hombre social, preparado para vivir junto a los demás individuos. La
socialización puede entenderse como un proceso de moralización gracias al cual se
pasa del egoísmo inconsciente del estado de naturaleza al orden moral del estado
social.

Por otro lado, no es la razón quien proporciona el conocimiento del bien e inspira la
voluntad firme de realizarlo, sino el sentimiento, la conciencia, la voz del alma humana,
la que nos conduce a amar lo bueno y a aborrecer lo malo. Pero la conciencia no está
reñida con la razón ya que ambas se complementan en el orden moral: la conciencia
como impulso hacia el bien es innata pero para que se desencadene es necesario
poseer la idea del bien que es lo que da la razón de modo que, en la dinámica de todo
acto moral, concurren tres factores: la conciencia para amar lo bueno, la razón para
conocerlo y la libertad para elegirlo.

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