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Asfixia al aire. Muro.

La pena quiera. Piedra.

En la anterior, en antes.

Volver a la memoria con gemas

sembrado de semillas.

Entonces yermo. Tábula.

Sin antes. Sin engarce.

Sin mano que toque levemente el hilo.

Sin discurso

Sin balbuceo

Sin ojos

que enamoren o que fluyan

Sin pasto

Sin avispa

Sin peñón para tirarse al mar

de pura permanencia blanca

de corpiño carnal y flores en la testa

sonriente y distraída. En otra parte.

Sobrarle ese seno al recuerdo

y asoma por debajo

el cuadrado zapato, desgastado

de monja, que no flota. Pasar los dedos

por baranda barnizada, pulida sin rasparse.

Las uñas transparentes. Nada.

Una flor asoma a un balconcito

más o menos humilde.

La ignorancia.
La mano del bebé sobre la espalda curva, la caricia

inicial, el sesgo de la sangre

en la mejilla, esa primera manera de ser

madre. Extendida en la cama

blanca desinfectada cama sin olor

sin pasado parece.

Comer mirando un plato igualado

a la ausencia.

Tan lejos. Todavía

Balanceando el cuerpo, estopa

Pintada desde el árbol

Con soga, con figura de ángel

Con traje de satén, blanco de piedra.

Ángel balanceándose al trino

Pájaro sin fuente

Sin agua

Sin posesión ninguna sobre el mundo.

Desasido de estopa, satén.

Blanco que chirria desde la soga ennegrecida

Y parda. Oficio, la tiniebla.

Sobre el pasto, ahuyenta la posible

Esconde. Miente.

El musgo misterioso

El que crece. El que tapa.


Abrazarse a la parte más tibia de los hijos.

Abrazarse.

Y volver sobre mí. Dos veces.

Más.

Más veces volver sobre ese incendio.

Sobre esa incandescencia inacabada.

Entrar al cuarto de ellos, tocar apenas

el hoyo de la almohada, la tibieza

de los rostros dormidos.

Y al salir, verla

ahí sobre la mesa

tan cercana, tan múltiple

Mirándome

Con los ojos helados

Acusando

Haciéndome al abismo.

Hacinándome a mí.

Y mañana en el viento

de vuelta la mañana.

De vuelta la bandera

Trapo

Pedazo, jirón

Viento que brota

Tela que se agita

Mañana

Habrá barcos que salgan

Igual al abandono
Mentira, dijo. Sueño, era. No, mentira.

Fábula. Puede ser. Fábula.

Entonces.

Hilo.

Liba.

Hilo escuece bajo una sombra apenas

Bajo unas hojas que se mueven quedas.

Puede.

Bajo las copas de la arena fría.

Los hundidos pies en el silencio.

El acompañamiento.

No puedo.

Oh! No se sabe. Canta el sabiá.

En la tarde. Canta así. Gorjea.

Siempre el entendimiento. No.

Fabula. Hila con ese hilo extraído

desde antes, desde ningún sitio, viene.

Piensa, es igual, de costado comenta.

Pero no es igual.

La sustancia es distinta. La materia

apela a la forma distinguiéndola

entre siglos de penumbra. No.

No es cierto. La luz es otra. La luz

Debe ser cierta, pero nunca es la misma.

No la libélula. No la soga incambiada.

El hilo breve.

Inmenso que no queda.


En la arena mojada.

En la salada costa.

El tumefacto cuerpo

amenaza volver.

Mueve asquerosamente lo hilos

las antenas articuladas patas

grises costras de sal de milenaria especie

traspapelado en fondo olvidado

de luz. Parece

putrefacto y no.

Apenas hilo, filamento rígido

Parece imposible y no. Vuelve sí

sobre la arena húmeda

Crepuscular helada sobre el agua

Hay un recuerdo

Late, sobre el filo del mundo

Late ahora,

Animal

Amenaza
Ceja levanta y bota

papel en polvorosa.

Ceniza apenas, deja.

No.

Quiso la fragua respirando lento

Vidrios astillas para sangre

Siempre puede.

Siempre ese poco de soledad, momento

para vidrio, clavel del aire sobre la cabecera

de la cama. Tapiz.

Salpica. Vena

Violeta tinta corre sobre el mineral del viento

Queda. Mancha. Continua sobre el lienzo.

Pero no. Hueco.

Hueco. Ruido a hueco. Hueco.

Torbellino lleva. Ansía hueco.

Vuela. Se va. Nada.

Nada.
Ahora vacío abre toda la tela.

Espacio lleva. Conlleva con lo negro

que junta

lo indistinto tiñe.

Arpa, para esquina silenciosa donde colgar

el saco, la chaqueta arrugada.

Humor, en venas esporádicas ardiendo

En levantisco humo, incendio de la noche.

¿Y qué querías?

El peso de la pluma arrinconando

el vicio ventana pegajosa televisión al piso reventada

contra el imaginario suelo. Arranca la pared

hacia la nada. Hacia la sola nada.

Queda. ¿Qué queda? Sucio silencio cierra la bolsa

plástica

envuelve, conserva en castidad difusa

pervertida

Para la noche inerme.

Para los bichos de la insomne.

Para los brotes de los brazos trémulos.

Para la angustia. Ésta.


¿Era la misma? Nunca. Ésa.

Nada. Quiso.

Risa eleva. Noche húmeda eleva.

Chusma gira. Vulgo acusa.

No. Mi reina. No.

Oro nieva testa dulce de frutales.

Almíbar. Almizcle para el rito

Zapatos con cordones bajo la quieta, sucia

muda silla de espanto.

Almizcle para el gozne de mi puerta

Alada y frutas, flores sobre la testa

Nevada. Oro. Cabeza mía.

Mirra entre la pana.

Reina. Mía.

¿Seremos? De zapato, dijo.

Monjas de a tres. Pájaro oscuro esconde.

No sé. Cómo saberlo. Brota. Viene.

Ojos de luz, amigos para el llanto.

Fuente trae. No, hábitos no. Soledad lleva.

Cueva en la frente trama gruta silencio

Sepulcro sobre el miedo vence en flor.

Pasionaria que arranca.

Vuelve flor. Princesa. Seda para cubrir.

Chal para el fleco viento entre junquillos

Junto al lago. Fleco para la tarde

Desolada del frío. Rumor, para el oculto rostro

Y seda para el pecho dulce madre


De encaje. Encordada de trinos.

Inclinada. Madona.

Conserva, dice. Pasan trajes en bolsas de plástico

con cierre por los rieles. Estiradas.

Expuestas con sonrisa. Iguales. Recortadas.

No surca el infinito. No propia piel del asno.

No cutis que deviene. No almizcle

Que se funde. No. No quiero.

Conserva de portada. Guarda, niña. Atesora tu seda.

Nostalgia del juncal

pegada risa en papel de prosodia. Monas,

no. Madroño enardecido. Rosa de coágulo.

Amapola de viento, satén para las ramas.

Viento entre las altas hojas, entre las copas claras

entre la sombra mía. Viento entre el viento:

seremos mariposa.

Viento, quiero.

Quieto. Vacilante ocelote de ojo pardo

Y bombín para este asombro. Cósmico.

Figúrate. Figura

Escapemos por el riel alto de paja brava

Y cortadura. Qué risa loca. Marisol. Maribí.

Laguna. No.

Vapor antiguo con sordo resoplido y ola.

Que tapa. Se mueve. Los alineados aparejos

esperan bajo bancos grasientos. Marisol. Maribí.

Qué risa loca. No dejarte pegar en recortada


foto en blanco, bikini. No dejes. No. Cobra

Cabra embiste Cobra enróscate Serpiente muerde dos

Veces. Marca la garganta y come, Arácnida, Magnífica.

Estalactita. Piedra labrada

de sí, aire absoluto. Columna.

En la tarde. En la noche. Columna.

Humo rígido. Gota cambiada a greda, a pasta

a pura permanencia. Permanecer.

Entonces.

Muñecos de crin al aire de azafrán.

Ruido de encaje, carruajes, que se van. Que llegan.

Muñequitos a cuerda, animales profundos que laten

y que esperan. El automóvil en la carretera que se desliza

rápido. El infinito pozo, la cicatriz en el único vientre

atravesado. Semillas secándose em paños de franela. Los postes

que se evaden. Y la crin,

de relleno.

Muñecos en su sitio. Prolijos. Ordenados.

Es importante el orden. La distancia.

La ayuda que el orden suministra. Saber qué después del dos

Inevitablemente vendrá el tres. Es importante estar tranquila.

Ver las hojas cómo se ponen moradas en el cerco sin echarse a

llorar. Es importante poder ver cómo se parten los centenarios

tilos en las tormentas del otoño. Cómo vuelan


bellísimas, las hojas amarillas.

La propiedad de cada cosa que se vuela y se arranca y

Cae

Por sí misma, con ese sólo ensimismamiento.

Convertirse. Hacia el sitio elevar púrpura helada elevar

El rocío en carretas insomnes. Pájaro desguarecido

que gorjea para la impenetrable sed

del día. El diamante que funde y el corazón

como piedra engarzada que maldice.

Los restos. Los escarnios. Caminos lacerados

y vaivén. Aire en los ramos. Violetas. Rubí.

Rosa. Canteras infinitas como nácar sobre toscas

grutas, entre crecidas rudas neblinosas.

Dos hojas ahumadas tapan ese pájaro asfixiado,

remoto. Y el astro, tan glorioso. Y la inconmensurable

Bóveda. Celeste.

Sacude en agobiado pecho el leve pájaro

el espanto del ojo con velo carmesí, el temblor

fijo. Levanta la enagua con el ruido de hinojos,

de rosas del desierto entre la escarcha que dejó la noche.

Ayuda pide, salir de ese recinto

Precintado. ¿Qué espejo quieto que refleje esa figura

Cóncava de dientes inconstantes? ¿Qué fuente brota

De tan dichosa alma, partida, subjetiva de sí, volando acaso?


No alcanza. Y si lo espero. No.

El fijo sitio. Obtuso. Las groseras paredes.

Como holocausto. Qué vas a hacer si violeta es

la sangre de los días, el celo arrinconado, la roja

flor que no quiere otra cosa y lo proclama.

Poner los frascos al lado de la cama en fila india

para ir reconociendo los olores. Usar todo el posible

pasado para eso. Olvidarse de dios.

De los amados. Tratar por el olfato.

Azafrán. Esmeralda. Escorbuto. Maní.

Nos deja boqueando sin aire, tragando saliva y enfrentándonos a la precariedad de nuestro
quehacer entre tanto reyezuelo convencido de su grandeza. Pero es esta misma precariedad, esta
extrañeza, esta pariedad la que le entrega el poder descarnado de la mirada […] Nada la sustenta,
nada la ampara, nada la explica. Ha de armarse su propia tradición que la acoja, ha de suplir la falta
de corporeidad por una escritura en el borde, alaridosa, a punto de desintegrarse.

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