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I. ANTECEDENTES.

1. LEGISLACIÓN INTERNACIONAL.

La revisión de la normativa internacional relativa a la prevención y represión del


lavado de activos permite constatar, entre otros aspectos de técnica jurídica,
que en sus textos se incorporan preceptos concernientes a la terminología que
será empleada a lo largo de su estructura normativa. Dada la ratificación de
estas convenciones internacionales por el Estado peruano y su cualificación
como «derecho interno» (de acuerdo a lo previsto en el artículo 55 de la
Constitución), su conocimiento es indispensable a fin de emplearlo como
referente interpretativo tanto de los tipos legales de lavado de activos —
previstos en el DLeg. 1106 y la ley 27765 (en cuanto esta sea aplicable a casos
aún en procesamiento)— como de los mecanismos procesales dirigidos a su
investigación y juzgamiento, con el objeto que dichas funciones —fiscales y
judiciales— sean efectuadas dentro de parámetros constitucionales y
convencionales.
Con respecto al objeto material del lavado de activos, la Convención de Viena
de 1988 (artículo 1, literales p y q) sostuvo que debe entenderse por «bienes»
a los activos de cualquier tipo, corporales o incorporales, muebles o raíces,
tangibles o intangibles, y los documentos o instrumentos legales que acrediten
la propiedad u otros derechos sobre dichos activos. Por su parte, con relación a
los «productos», señaló que estos son los bienes obtenidos o derivados —
directa o indirectamente— del tráfico ilícito de drogas y de precursores
(actividades cuya incriminación es propuesta por dicha convención a los
Estados parte).

La preocupación internacional por ampliar la incriminación del lavado de activos


procedentes de delitos especialmente graves, distintos al narcotráfico y
vinculados a la delincuencia organizada transnacional y la corrupción, motivó a
los Estados a suscribir sendas convenciones intergubernamentales dirigidas a
la prevención y represión de este fenómeno delictivo. Con relación al objeto
material, la terminología empleada por la Convención de Viena de 1988 es
precisada tanto por la Convención de Palermo de 2000 (artículo 2, literales d y
e), como por la Convención de Mérida de 2003, en dos aspectos relevantes.

En primer lugar, el origen delictuoso de los bienes o productos no se limita al


tráfico ilícito de drogas y de precursores, sino que se amplía a actividades
delictivas graves e idóneas para generar activos susceptibles de ser objeto de
blanqueo. En segundo término, cuando los dos primeros señalan que por
producto de delito «se entenderá los bienes de cualquier índole», pretenden
formular una definición lo suficientemente amplia para abarcar a toda «ventaja
económica» procedente de la actividad delictuosa para fines de decomiso6.
Asimismo, se ha buscado reconocer. a los bienes sustitutivos como provecho
idóneo para ser considerado objeto material del delito de lavado de activos.

Con relación al «delito fuente», la inicial comprensión sobre que este debía p

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