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TEMA 2: EL PENSAMIENTO CIENTÍFICO

Aunque el hombre piensa desde que es hombre, esto es, desde hace cientos de

miles de años, el pensamiento científico, esto es, el pensamiento puramente racional, es

sorprendentemente nuevo: apenas tiene unos cuatrocientos años. Las formas del

pensamiento primitivo del hombre, que aún hoy perduran, mezcladas con el

pensamiento racional, se denominan pensamiento mítico y pensamiento mágico. El

pensamiento mítico explica los acontecimientos, en especial los grandes

acontecimientos, como el origen del mundo y del hombre, mediante relatos en los que

personajes sobrehumanos (dioses, demonios, genios, titanes, etc.) son los responsables

de la situación humana. El pensamiento mágico supone que el hombre puede asociarse

a estos seres sobrehumanos, o manipularlos realizando ciertos actos o pronunciado las

palabras adecuadas. Pertenece al pensamiento mágico la antigua creencia de que en el

mundo hay una especie de equilibrio de bienes y males, y que si se realiza algún

sacrificio, los dioses o simplemente la naturaleza retribuirán este gesto con un

beneficio. También es de filiación mágica la creencia de una causalidad irracional en la

naturaleza (objetos o acciones que traen “mala suerte”). La ignorancia y una falta de

adecuado ejercicio del pensamiento científico, sumado a la fragilidad humana, el temor

a la muerte, etc., hacen que estos mecanismos irracionales del pensamiento sean

extremadamente difíciles de erradicar, incluso entre personas que se supone “bien

formadas”.

Es verdad que puede hablarse de rudimentos de ciencia en el mundo antiguo,

pero el método científico aún no se ha conformado en su plenitud. Los sabios de la

Antigüedad admiten las más ingenuas creencias en nombre de la autoridad de maestros

prestigiosos o de antiguas obras, cuando más arcaicas más valoradas. La metafísica (1)

de pensadores como Platón y Aristóteles es tomada como una base sobre la cual

construir el conocimiento de la naturaleza, antes que la experiencia directa. Por ello

decimos que el pensamiento plenamente científico nace en el siglo XVII, con la obra de

Galileo, que se enfrenta a la autoridad de la tradición, sobre todo del gran maestro

Aristóteles. A partir de Galileo, la ciencia no aceptará ninguna autoridad como superior

a la experiencia y el razonamiento del científico.

Características de la Ciencia
A continuación, nos referiremos a las principales características de la ciencia,

siguiendo la enumeración clásica de Mario Bunge, en su obra La Ciencia, su Método y

su Filosofía.

1) El conocimiento científico es fáctico. Se atiene siempre a los hechos. Los

enunciados fácticos confirmados se llaman “datos empíricos”. Se obtienen con ayuda de

teorías y son a su vez materia prima para la elaboración teórica.

2) El conocimiento científico trasciende los hechos. Descarta algunos, produce

nuevos hechos y los explica. El sentido común se queda con el simple hecho aislado, sin

correlacionarlo con otros o explicarlo. El científico intenta ir más allá de las apariencias,

rechaza muchos hechos como irrelevantes o accidentales, controla otros o incluso los

reproduce.

3) La ciencia es analítica. Trata de descomponer todo en elementos. No se

plantea cómo es el universo en su conjunto. Trata de entender cada situación total en

términos de sus componentes. Intenta descubrir los elementos que componen cada

totalidad, y las interconexiones que explican su integración.

4) La investigación científica es especializada. Como consecuencia del

enfoque analítico de los problemas, se da la especialización. Esta especialización no

impide la formación de campos interdisciplinarios, tales como la biofísica, la

bioquímica, la psicofisiología, etc.

5) El conocimiento científico es claro y preciso. Sus problemas son distintos,

sus resultados son claros. El conocimiento ordinario, en cambio, es vago e inexacto. En

la vida diaria no nos preocupamos por dar definiciones precisas, descripciones exactas o

mediciones afinadas. La ciencia torna preciso lo que el sentido común conoce de

manera nebulosa.

6) El conocimiento científico es comunicable. No es inefable, sino expresable.

No es privado, sino público. Lo inefable puede ser propio de la poesía o de la música,

no de la ciencia, cuyo lenguaje es informativo, y no expresivo o imperativo.

7) El conocimiento científico es verificable. Debe pasar el examen de la

experiencia. La verificación consiste en poner a prueba consecuencias particulares de

hipótesis generales. Siempre se reduce a mostrar que hay o no hay algún fundamento

para creer que las suposiciones en cuestión corresponden a los hechos observados o a
los valores medidos.

8) La investigación científica es metódica. No es errática sino planeada. Todo

trabajo de investigación se funda sobre el conocimiento anterior, y, en particular, sobre

las conjeturas mejor confirmadas. La investigación procede según reglas y técnicas que

han resultado eficaces en el pasado, pero que son perfeccionadas continuamente.

9) El conocimiento científico es sistemático. Una ciencia no es un agregado de

informaciones inconexas, sino un sistema de ideas conectadas lógicamente entre sí.

Esta conexión entre las ideas puede calificarse de orgánica, en el sentido de que la

sustitución de cualquiera de las hipótesis básicas produce un cambio radical en la teoría.

10) El conocimiento científico es legal. Busca leyes del pensamiento, de la

naturaleza y de la cultura, y las aplica. Hay leyes de hechos y leyes según las cuales se

puede explicar otras leyes.

Los hechos culturales han sido legalizados en menor medida que los naturales,

en parte debido al prejuicio de que los hechos humanos no pueden ser sometidos a la ley

o que sólo las relaciones numéricas merecen ser llamadas leyes científicas.

11) El conocimiento científico es predictivo. La predicción es una manera

eficaz de poner a prueba las hipótesis; pero también permite controlar los

acontecimientos. En contraste con la profecía, la predicción científica se funda en leyes.

La predicción científica se caracteriza por su perfectibilidad antes que por su

certeza.

12) La ciencia es falible, y por consiguiente capaz de progresar.

13) La ciencia es útil. La utilidad de la ciencia es una consecuencia de su

objetividad. Sin proponerse necesariamente alcanzar resultados aplicables, la

investigación los provee a la corta o al la larga. Pero además de ser útil por sus

beneficios técnicos, la ciencia es útil porque crea el hábito de adoptar una actitud de

libre y valiente examen, acostumbrando a la gente a poner a prueba sus afirmaciones y a

argumentar correctamente.

La Incorporación de los estudiantes a un enfoque científico del mundo

material. (Julia Salinas de Sandoval, CET-Revista de Ciencias Exactas de la UNT

Nº 17 Abril de 2000)

Blanché (El Método Experimental y la Filosofía de la Física, FCE, 1980,


México) y Koyré (Estudios Galileanos, S.XXI, 1980, Buenos Aires) coinciden en

afirmar que existen cuatro rasgos que separan la ciencia antigua de la nueva:

1) La superación de visiones mágicas, animistas o místicas; 2) la abstracción de

los fenómenos naturales; 3) el razonamiento hipotético-deductivo y 4) la

experimentación. Cada uno de estos aspectos había sido desarrollado en alguna medida

por civilizaciones antiguas (hindú, árabe, griega). Mérito (y escándalo) de Galileo es

unificarlas en una nueva estrategia para conocer, explicar y predecir los fenómenos de la

naturaleza.

1) Los griegos reconocen a la inteligencia humana como herramienta apta para

entender los fenómenos naturales. Euclides desarrolla su geometría y Arquímedes

surge como un notable precursor de la aplicación del conocimiento racional,

matemático, a los problemas de la vida cotidiana.

2) Galileo describe los fenómenos naturales en lenguaje matemático, en

términos de relaciones cuantitativas entre variables que son magnitudes (es decir,

susceptibles de ser medidas). Hasta entonces las matemáticas no parecían vincularse con

los problemas prácticos. En la Ciencia Nueva se reemplaza el espacio concreto por el

espacio abstracto de la geometría euclidiana. Toda la riqueza y heterogeneidad de los

fenómenos naturales es reemplazada por modelos abstractos (intelectuales, no

inmediatamente sensibles) y generales (los hechos singulares son considerados como

casos de pautas generales) de la realidad. Estos modelos son representaciones

simplificadas que sólo tienen en cuenta algunas de las variables intervinientes, y algunas

de las relaciones entre esas variables.

Galileo se ubica “fuera de la realidad” al trabajar con planos absolutamente lisos

y duros y cuerpos absolutamente esféricos y rígidos, al acometer el estudio puramente

geométrico del caso “simple” del cuerpo abstracto en el espacio geométrico (y no del

cuerpo concreto en el espacio real). Galileo busca la ley matemática que expresa la ley

de la naturaleza y logra enunciar la ley de la caída de los cuerpos (la primera ley de la

física clásica).

3) En la Ciencia Nueva la hipótesis es un enunciado conjetural (que permite

deducir otros enunciados) cuya validez es controlada por su correspondencia con los

hechos reales. Las hipótesis son puntos de partida sobre cuya validez nunca puede
tenerse certeza. El conocimiento de la naturaleza es siempre provisorio. Aún cuerpos

teóricos con gran poder explicativo y predictivo se han visto cuestionados de raíz

(revisión einsteniana de las hipótesis básicas de Newton).

En física se acepta además la coexistencia de modelos teóricos alternativos para

un mismo ámbito de fenómenos naturales (dentro de la óptica, las teorías geométrica,

electromagnética, cuántica). La pertinencia de uno u otro modelo se establece a partir

del contexto de aplicación específico.

La Ciencia Antigua

La ciencia antigua está representada fundamentalmente por la cosmofísica

aristotélica, tal como se la comprendía en la Edad Media.

La teoría aristotélica partía de los datos del sentido común y realizaba una

elaboración sistemática muy coherente (aunque no matematizada). La concepción


aristocratica:

1) establece una separación entre el mundo terrestre y el mundo celeste;

2) concibe la materia terrestre como mezcla de cuatro elementos. Los objetos

celestes están constituidos por un quinto elemento, el éter;

3) cada elemento tiene un “lugar natural”: el más alto es el fuego, luego siguen

el aire, el agua y la tierra;

4) hay un movimiento “natural”, que es rectilíneo, y lo realizan los cuerpos para

alcanzar su “lugar natural”; el “estado natural” de los objetos es el reposo;

5) el “movimiento forzado” desplaza objetos a lugares que no son “naturales”;

6) los cuerpos celestes realizan un movimiento circular alrededor del centro del

universo: la Tierra;

7) niega el vacío y el movimiento en el vacío; para realizar un movimiento se

necesita la resistencia del medio.

La Ciencia Nueva atacó estos principios, pero la relatividad y la cuántica

llevaron más allá la revisión del conocimiento del mundo.

Aunque la relatividad contradice la imagen tradicional del espacio y el tiempo,

el cuestionamiento ataca a la intuición sensible pero no a los grandes principios

reguladores del pensamiento. La objetividad de las medidas se confirma en un lugar

superior. El determinismo se refuerza.


La cuántica, en cambio, afecta profundamente las estructuras mentales y ataca

convicciones no solo epistemológicas (referidas a la índole del conocimiento del

mundo) sino también ontológicas (referidas a la índole del propio mundo natural). El

principio de incertidumbre (Heisemberg) pone en evidencia que el proceso de

medición es siempre una interacción que modifica aquello que se observa.

La complementariedad de la onda y el corpúsculo impone la asociación

de dos concepciones que se excluyen según la representación habitual, y cuestiona el

principio de identidad.

El principio de permanencia también es puesto en tela de juicio cuando se dice

que la onda no tiene realidad física y que el corpúsculo pierde su individualidad en el

curso del tiempo.

La relatividad y la cuántica profundizan el cuestionamiento (iniciado por la

física clásica) a un conocimiento sobre la naturaleza basado en el sentido común y las

experiencias sensoriales.

¿Está ese saber antiguo erradicado de nuestras aulas?

Los enunciados de la cosmofísica aristotélica parecen adaptarse mejor a la

experiencia sensorial, cualitativa, inmediata, no científica. Tales, por ejemplo, los del

geocentrismo, diferencias absolutas entre “arriba” y “abajo”, la oposición entre reposo y

movimiento, etc.

Este tipo de ideas reaparecen en los estudiantes y hasta en algunos docentes. Es

lo que se llama “física del sentido común”. Podemos dar ejemplos en diferentes ramas

de la física.

Mecánica. Los estudiantes suponen que la duración de la caída de un cuerpo

es inversamente proporcional al peso del cuerpo, y consideran absolutos a determinados

sistemas de referencia. Suponen que las leyes clásicas deben regir también en lo

inmensamente grande y en lo inmensamente pequeño.

Termodinámica. Conciben al calor como un fluido que intercambian los

cuerpos.

Electromagnetismo. Asignan comportamientos de fluido a la intensidad de

corriente y rechazan, por ininteligible, la idea de un campo sin soporte de materia Óptica.
Llegan a creer que rayos surgen de los ojos del observador. Tienen
dificultades para concebir la naturaleza dual de la luz.

Podemos concluir que la instrucción habitual no erradica esas ideas y es incapaz

de proporcionar una adecuada comprensión de las leyes y de los conceptos científicos

básicos.

Ciencia básica, ciencia aplicada y técnica

(Mario Bunge)

Tomemos un físico que estudia las interacciones entre la luz y los electrones, en

particular el efecto fotoeléctrico, principio de la célula fotoeléctrica (o fotovoltaica).

Esta persona hace ciencia básica, sea teórica o experimental, si lo único que se propone

es enriquecer el conocimiento humano de las interacciones entre la luz y la materia. En

el laboratorio contiguo otro físico estudia la actividad fotoeléctrica de ciertas sustancias

particularmente sensibles, con el fin de comprender mejor cómo funcionan las células

fotoeléctricas, lo que a su vez podrá servir para fabricar dispositivos fotoeléctricos más

eficaces. Este investigador hace ciencia aplicada (teórica o experimental) porque aplica

conocimientos obtenidos en investigaciones básicas. Desde luego, no se limita a aplicar

conocimientos existentes: lejos de esto, busca nuevos conocimientos, pero más

especiales, puesto que no se refieren a la interacción de la luz y la materia en general,

sino entre luz de ciertos colores y materia de ciertas clases.

Pasemos ahora de los laboratorios científicos a los industriales. El laboratorio

industrial no produce ciencia sino técnica, es una fábrica de técnicas. Por ejemplo, en él

acaso encontremos también a un investigador que estudia células fotoeléctricas, pero ya

no tan sólo para saber cómo funcionan, sino también para diseñar una batería de células

fotovoltaicas, montada sobre un satélite artificial que se mantenga encima de una

ciudad, para proveerla de energía eléctrica. Esta persona no es un científico sino un

ingeniero (de alto nivel, por supuesto) y, como tal, su morada está puesta sobre

artefactos útiles. Para él la ciencia no es un fin, sino un medio.

Finalmente, pasemos del laboratorio industrial a una fábrica que manufactura en

escala comercial las baterías de células fotovoltaicas diseñadas por nuestro ingeniero.

La finalidad de esta actividad es diferente de la que animaba a las actividades del

científico y del ingeniero: ahora se trata de obtener ganancias, sea para los accionistas

de la empresa, sea para la sociedad. Ni siquiera el artefacto, meta para el ingeniero, es


ahora una meta; si su comercialización no es provechosa, los dirigentes de la empresa

ordenarán a sus técnicos que diseñen artefactos de otro tipo.

Distinguir tipos de actividad no implica separarlas. Todos sabemos que lo que

empieza como investigación desinteresada puede terminar como mercancía (por

ejemplo, un televisor). En la época actual, a diferencia de las anteriores, hay un flujo

incesante de la investigación básica a la aplicada, de ésta a la técnica, y de ésta a la

economía (producción, comercialización y servicios). Si el flujo es intenso, también lo

es el reflujo. Así, por ejemplo, la industria provee, tanto a la técnica como a la ciencia,

medios indispensables tales como aparatos, instrumentos de medicina, drogas e incluso

animales de experimentación.

En suma, los cuatro sectores indicados –ciencia básica, ciencia aplicada, técnica

y economía- son diferentes pero interactúan vigorosamente. Además, estos cuatro

sectores están ligados con otros dos, que los expertos en política científica y técnica no

suelen mencionar: la filosofía y la ideología. En efecto, no hay investigación científica

sin supuestos filosóficos acerca de la naturaleza y de la sociedad, así como la manera de

conocerlas y transformarlas. Ni hay técnica sin ideología, ya que ésta fija valores y, con estos
fines

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Elogio de la Curiosidad

(Mario Bunge)

Ciencia-Técnica-Filosofía: un triángulo inverosímil pero fértil

A primera vista no se la advierte, pero la unidad de estos tres campos aparece

claramente si se los analiza lógica e históricamente.

Las técnicas tradicionales o precientíficas, tales como la talla de la piedra o la

agricultura neolítica no deben nada a la ciencia o a la filosofía. No ocurre lo mismo con

las técnicas modernas, que se fundan sobre la ciencia y tienen supuestos filosóficos. Por

ejemplo, la ingeniería civil se funda sobre la matemática y la mecánica. Sin estas

ciencias, los ingenieros nada podrían calcular y, por consiguiente, tendrían que

sobredimensionar sus diseños para no correr riesgos. Esto es lo que hacían los

ingenieros romanos, quienes incurrían en desperdicio de materiales y mano de obra.

¿Cómo se relaciona la ingeniería moderna con la filosofía? En primer lugar,


tiene supuestos filosóficos más o menos tácitos, tales como que las cosas materiales

existen de por sí, satisfacen leyes y pueden conocerse. En otras palabras, la técnica

moderna es naturalista y realista: no supone la existencia de ideas independientes

(idealismo) y capaces de actuar sobre las cosas, ni la posibilidad de milagros, o sea,

hechos que violen las leyes naturales.

Siendo realistas, quienes cultivan la técnica moderna creen en la posibilidad de

alcanzar la verdad, así sea aproximada, y por consiguiente rechazan los ataques

“posmodernos” a la objetividad.

Pero, inversamente, la ciencia influye sobre la filosofía. La mecánica clásica

engendró la cosmovisión mecanicista. El mecanicismo es una concepción del mundo,

una filosofía. Sostiene que el universo es un sistema compuesto por cuerpos que

interactúan y se mueven conforme a las leyes de la mecánica.

He aquí un fértil triángulo: mecánica clásica-ingeniería civil-filosofía

mecanicista y realista. Este triángulo dominó el pensamiento científico y técnico

durante los tres siglos que siguieron a la Revolución Científica de 1600.

Pero el monopolio de la mecánica cesó con la emergencia de la física de los

campos, hacia 1850. Con ella empezó a declinar el mecanicismo, ya que los campos de

fuerzas, aunque materiales, no son de naturaleza mecánica: no tienen masa, y por

consiguiente no satisfacen las leyes de Newton. En adelante, el paradigma mecánico

coexistió con el de la física de los campos electromagnéticos y gravitatorios.

Otro triángulo fértil fue el constituido por la química, la ingeniería química

unida a la química industrial y la filosofía correspondiente. Una idea filosófico-

científica que desempeñó un papel importante en la revolución química es que los

compuestos orgánicos no son necesariamente producidos por organismos, como se creía

anteriormente a la síntesis de la urea y otros compuestos orgánicos. Este hallazgo

debilitó considerablemente a la escuela vitalista en biología y fue el comienzo de la

bioquímica (el vitalismo sostenía que la vida era un fenómeno único, con leyes propias

y totalmente separado del mundo inorgánico).

Hablemos ahora de la técnica de la administración de empresas. Esta técnica

utiliza conocimientos tomados de la matemática, de la psicología, de la sociología y de

la economía. La administración de empresas supone que la acción humana no sólo es


cognoscible sino también programable hasta cierto punto. Esto confirma la tesis

filosófica de que el método científico es aplicable al estudio de la acción humana así

como al perfeccionamiento de organizaciones sociales. Obviamente, esta tesis se opone

a la filosofía según la cual todo lo humano escapa al método científico.

Consideremos ahora el aspecto moral de la ciencia y de la técnica. No haya

ciencia sin conciencia moral: el fraude científico es una falta moral. Pero puede haber

técnica sin moral, como lo muestra el diseño de armas como las bombas nucleares. Los

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técnicos enfrentan problemas morales porque el uso de los artefactos y procesos que

diseñan pueden dañar a otros seres humanos. Y los problemas morales son estudiados

por la ética o filosofía moral.

Los ejemplos que hemos estudiado bastan para probar que la ciencia, la técnica

y la filosofía, no son estamentos aislados entre sí, sino componentes de un sistema.

En particular, muestran que la filosofía adoptada por una rama de la ciencia o de la

técnica puede estimularla o inhibirla.

El Macaneo

En Argentina macana es sinónimo de disparate, tontería o contratiempo. Quien

piensa o dice macanas es un macaneador.

Todos los pueblos subdesarrollados son hospitalarios al macaneo. Esto se debe

al bajo nivel cultural y, en particular, a la enseñanza que favorece la memorización y

desalienta el pensamiento crítico. Pero sería errado creer que el Tercer Mundo es el

máximo fabricante de macanas. Sólo es el máximo consumidor de macanas fabricadas

en los países avanzados. Recuérdese que la astrología, la interpretación de los sueños, la

cartomancia (así como otras formas de “adivinación”), la parapsicología, y el

posmodernismo fueron inventados en el Viejo Mundo.

Que exista la industria de la macana no es sorprendente. Lo que sorprende y

alarma es que esta industria crezca en lugar de decrecer a medida que avanzan la ciencia

y la técnica.

Aunque éste parece ser un fenómeno mundial, es particularmente visible en

países como Francia, EUA, Rusia y la Argentina, que en otros tiempos se enorgullecían

de su racionalismo y cientificismo.
Un buen indicador de la industria del macaneo es la lista de conferencias

públicas que se imparten en una ciudad en un día dado. Hace medio siglo el público de

Buenos Aires asistía a conferencias serias y tenía pocas ocasiones de escuchar a

macaneadores profesionales en público. En aquellos tiempos la mayoría de los

macaneadores profesionales se reunían en sociedades cerradas o atendían

individualmente en su gabinete, cobrando la consulta. Hoy se exponen al público para

ablandar las mentes y promover el negoio.

Tengo a la vista la lista de conferencias públicas anunciadas en la Nación para

hoy. Son 29, de las cuales por lo menos 21 son macaneo puro. He aquí algunos de los

títulos más llamativos: “¿Existe el aura humana?”, “Poltergeist”, “Relaciones con el

Infinito”, “Biosinergia, la ciencia de la transformación”, “¿Cuál es el misterio de la

tecnología dianética?”, “El éxito personal a través de Júpiter y Saturno”.

¿Es de extrañar que en un momento dado el hombre más poderoso del gobierno

argentino fuese un delincuente apodado “El Brujo”, autor de una docena de libros de

astrología?

¿Qué decadencia cultural! Casi todas las conferencias públicas que se impartían

hace medio siglo versaban sobre física o genética, literatura o historia, problemas

políticos o económicos. Y no había negocio detrás de ellas: se impartían con deseos de

enseñar o, en el peor de los casos, pro vanidad, nunca para enganchar.

¿A qué se debe el florecimiento actual de la industria del macaneo? Supongo

que a una conjunción de circunstancias: la decadencia de las iglesias tradicionales, los

cambios drásticos en los sistemas de valores y códigos de conducta, la incertidumbre

causada por los avances técnicos y por las depresiones económicas cada vez más

frecuentes, y el temor a la ciencia, que es vista a menudo como la principal causa de los

problemas que nos aquejan.

Hasta aquí hemos tocado solamente el macaneo popular. Hay otro, quizás más

peligroso: es el que se lleva a cabo en las universidades. El ejemplo más reciente de este46

macaneo es el movimiento llamado posmoderno. Nadie sabe a ciencia cierta en qué

consiste. Lo único claro es que se caracteriza por el llamado pensamiento débil

(Vattimo), que se precia de ser anticientífico. O sea, es irracional, y por lo tanto

premoderno.
El “deconstruccionismo” es un exponente típico del posmodernismo literario.

Es una construcción del crítico literario y pretendido filósofo Jacques Derrida.

Los deconstructivistas creen que todo cuanto existe es un texto, y se ocupan de

analizar textos a su manera. Según ellos, vivir es leer e interpretar textos.

Estos profesores de oscuridad sostienen que, puesto que nada existe fuera de

algún texto, la verdad objetiva no existe, y no hay que intentar representar el mundo.

Más aún, sospechan de toda teoría, no porque sepan que nuestras teorías acerca del

mundo son imperfectas, sino porque creen que toda teoría es ilusoria y represiva. Así

como los macarthystas veían comunistas debajo de cada cama, los deconstructivistas

ven el “poder” detrás de cada idea, aunque sea matemática. Lo ven pero no prueban que

esté allí.

No me pida el lector que explique en qué consiste reconstruir un texto, porque

no he logrado comprender lo que escriben Derrida y sus amigos. Pero al menos sé que

el deconstruccionismo no ayuda a comprender el mundo ni, aún menos, a arreglarlo. En

efecto, para comprender o cambiar el mundo hay que enfrentarlo y estudiarlo en serio,

en lugar de limitarse a escribir textos incomprensibles para pasar por profundo.-

El Pensamiento Mágico en el Mundo Moderno

La magia consiste en pensar o hace algo pretendidamente sobrenatural, esto es,

algo que escapa a las leyes naturales. Por ejemplo, levitar, matar clavando alfileres en

un muñeco, mover dados con la mente, leer el futuro en hojas de té.

Tanto la magia como la religión afirman la existencia de entes no naturales. Pero

mientras la religión piensa lo sobrenatural como prerrogativa de la deidad, la magia

pone lo sobrenatural al alcance del hombre o, mejor dicho, de aquellos privilegiados que

han aprendido los trucos adecuados.

Lo mágico es la versión secular del milagro divino. Los magos son sacerdotes

seglares, y sus clientes son a menudo feligreses desilusionados de la religión. Una

ventaja que ven en los magos por sobre los sacerdotes es que aquéllos prometen

conseguir algo aquí y ahora, no en el más allá y en el porvenir.

Otra ventaja de los magos es que no se interesan por la moral, desconocen la

diferencia entre el bien y el mal, la virtud y el pecado. Además, cobran honorarios pero

no imponen penitencias humillantes.


El mago es una especie de técnico pero sus técnicas, a diferencia de las del

ingeniero, contradicen a la ciencia.

En las naciones modernas o en vías de modernización casi todos nos jactamos de

ser racionales, prácticos, y a veces incluso de obrar conforme a la ciencia o a la técnica.

Pero de hecho muchos de nosotros razonamos a menudo de modo mágico y cumplimos

ritos mágicos, a veces sin advertirlo. Por ejemplo, a veces creemos que lograremos algo

con sólo desearlo fervientemente (voluntarismo), interpretamos sueños, acudimos a

brujos, creemos rumores fantásticos, tocamos madera, etc.

¿A que se debe el pensamiento mágico? Hay quienes dicen que todos somos

naturalmente irracionales no es verdad, como lo muestran los ejemplos del científico y

del técnico, e incluso del pequeño empresario, que casi siempre toman decisiones

racionales cuando se trata de problemas concretos y bien circunscriptos.

Otros se encogen de hombros y sostienen: “En algo tenemos que creer”. De

acuerdo: el escepticismo radical o sistemático implica el inmovilismo y lleva a la

desesperación. Pero no hay porqué creer en lo absurdo o en lo imposible. 47

Al parecer, la ocupación es un factor determinante de la superstición. Cuando le

reproché a un exitoso corredor de bolsa el que llevara una pata de conejo en el bolsillo,

admitió que se trataba de una superstición, pero agregó que la pata lo tranquilizaba. Y

agregó: “Todos los individuos que ejercen profesiones riesgosas son supersticiosos. En

particular lo son los especuladores de bolsa, los pilotos de línea y las prostitutas. Lo son

porque están en gran medida a merced de factores sobre los que no ejercen control”.

A primera vista esta explicación es plausible. Pero a poco que se reflexione salta

el contraejemplo: el político poderoso que consulta al brujo o al astrólogo. Es claro que

el defensor de la hipótesis que comentamos podrá defenderla diciendo que cuanto más

poderosa es la persona, tanto menos segura se siente. Tal vez, pero no olvidemos la raíz

más profunda del pensamiento mágico: la ignorancia de la ciencia y de la técnica.

¿Cuántos políticos han tenido un entrenamiento científico o técnico riguroso? Y, ¿cómo

suelen enseñarse la ciencia o la técnica, si no como una colección de reglas o de

operaciones comprendidas sólo a medias?

Un ejemplo de Pseudociencia: la Teoría del Diseño Inteligente

La teoría del Diseño Inteligente es sólo un disfraz de la vieja creencia en el


Creacionismo. Los creacionistas sostienen que el mundo fue creado por Dios en seis

días, hace seis mil años, tal como se observa en el presente. Niegan, por lo tanto, toda

evolución, tanto biológica como geológica.

La teoría del Diseño Inteligente nació con el Discovery Institute de Seattle, un

centro conservador que abrió sus puertas en 1990, y que cuenta entre sus fundadores a

Bruce Chapman, director del Departamento de Censo de Estados Unidos durante el

gobierno de Ronald Reagan (1981-1989). Los seguidores de esta línea sostienen que el

darwinismo no puede explicar mecanismos tan complejos como la estructura de las

células, que sólo pueden ser obra de un “diseñador inteligente”. Dadas las “lagunas” que

achacan al darwinismo, proponen que los libros de texto hagan un “análisis crítico” de

la teoría de la evolución, que debería presentarse “como una teoría más”, y no como una

verdad incuestionable. Esta propuesta tuvo gran éxito en los círculos más conservadores

del país. La dura lucha entre creacionistas y evolucionistas había tenido un punto de

inflexión en 1987, cuando la Corte Suprema de Estados Unidos prohibió enseñar el

creacionismo en biología, dado su carácter pseudocientífico. Ante tal derrota era

necesario un cambio de estrategia. De allí el nuevo movimiento del “Diseño

Inteligente”, que se autocalifica como “agnóstico”. Este movimiento tuvo su primer

éxito cuando en las escuelas de Dover, Pensilvania, comenzó a enseñarse en 2004 su

doctrina como alternativa al darwinismo. También en 2004 el Consejo de Educación de

Kansas aprobó la enseñanza del Diseño Inteligente. Once padres de familia

denunciaron la situación, y, al final de un largo juicio, el juez Jones concluyó que “es

inconstitucional enseñar la teoría del Diseño Inteligente como alternativa a la de la

Evolución en las clases de ciencias en las escuelas públicas, por violar la cláusula

constitucional que establece la separación de la iglesia y el Estado. Este veredicto

frustró las expectativas de los grupos conservadores, que querían llevar la enseñanza del

Diseño a todos los estados de la Unión. El final de este proceso trajo a la memoria al

llamado “juicio del mono”, llevado a cabo en Tenesee en 1925. En aquella ocasión, la

Corte del estado sentenció al profesor John Scopes a pagar una multa por violar una ley

que declaraba ilegal enseñar cualquier teoría que negara la historia de la creación divina

del hombre.

El juicio fue popularizado por el cine con la recordada película “Heredarás el


Viento”.

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El Bien, el Mal y la Razón León Olivé

Las tradiciones científicas como guías para la distinción entre ciencia y

pseudociencia

Una tradición científica incluye un sistema de conceptos, tesis y principios

metodológicos que establecen el rango de problemas que se consideran como legítimos

problemas de la disciplina, y por consiguiente como los problemas que vale la pena

discutir, y establecen también los criterios para aceptar propuestas de solución a estos

problemas, como propuestas admisibles. Las tradiciones establecen estándares para el

tratamiento de los problemas en tres aspectos:

1) Con respecto a los problemas que una disciplina pretende resolver, la

tradición establece los tipos de problemas que se consideran legítimos.

Esto implica un reconocimiento del objeto de estudio y de los medios y técnicas

adecuados para tratar con él.

El problema entre evolucionistas y creacionistas es que chocan precisamente en

el carácter de los problemas de fondo que hay que explicar. Para la tradición

evolucionista la evolución es un hecho, constatado por muy diversas observaciones, y el

problema es cómo explicarla. Los creacionistas disputan que la evolución sea un hecho.

Pero, a diferencia de la biología evolucionista, los creacionistas no tienen ninguna

tradición científica a la cual recurrir.

2) La tradición establece también los conceptos fundamentales mediante los

cuales se han de entender los problemas que se aceptan como legítimos. Darwin hizo

una de las más notables aportaciones a la tradición en la biología evolucionista

estableciendo el mecanismo de la selección natural para explicar la evolución de las

especies. Precisamente el concepto de “selección natural” es uno de los centrales enla

tradición que Darwin ayudó a forjar y que se ha desarrollado ampliamente. Esto no

significa que la teoría quede estática, pero las modificaciones se hacen por referencia a

los conceptos que ya ha establecido la tradición. Los creacionistas son ajenos a esa

tradición y tienen la suya propia, que nunca ha alcanzado el reconocimiento de

científica por parte de otras comunidades con tradiciones que sí son socialmente
reconocidas como científicas, por otras comunidades y por el resto de la sociedad.

3) Las tradiciones también establecen estándares con respecto a las técnicas de

investigación, a los métodos y a los fines.

Por ejemplo, una tradición puede considerar suficiente para aceptar una teoría el

que sea explicativa de una serie de fenómenos previamente conocidos, mientras que otra

tradición puede exigir que las predicciones abarquen fenómenos novedosos y

sorprendentes. Éste es el caso que distingue a quienes antes de 1966 aceptaban la teoría

de la deriva de los continentes, frente a quienes no la aceptaron sino hasta después de la

evidencia recopilada en 1965 y 1966, relativa a predicciones novedosas en el campo, y

que fue lo que llevó a la aceptación prácticamente unánime de la deriva de los

continentes en esos años.

El creacionismo no es científico no porque deje de satisfacer determinados

criterios de cientificidad, establecidos a priori, sino porque no pertenece a ninguna

tradición científica, ni ha surgido a partir de alguna.

Cuando un cuerpo de conocimientos no pertenece a una tradición científica

entonces su carácter científico es puesto en duda. Habría que probar la cientificidad del

cuerpo de conocimientos de acuerdo a determinados estándares. Ahora bien, las

pseudociencias establecen sus propios estándares, favorables a sus pretensiones.

La demarcación o la calificación de una pseudociencia en cuanto tal, como el

caso del creacionismo en Estados Unidos, involucra tres aspectos: uno sociológico, otro

histórico y otro epistemológico.

49

El interés sociológico (en sentido amplio, cultural, económico, religioso)

proviene de la importancia de determinar el papel que la comunidad que pretende ser

científica está desempeñando, de los intereses que está promoviendo y de los fines que

pretende alcanzar.

La base histórica para calificar de pseudocientífica a alguna teoría es que no

se puede trazar una relación legítima entre esa teoría y alguna tradición científica.

La epistemológica es que las pretensiones de conocimiento no son

confiables y por ende no son aceptables, desde ningún conjunto de criterios reconocidos

por las comunidades científicas que participan en la controversia para definir el status
de la teoría problemática.

Una consecuencia de lo anterior es que una nueva comunidad científica, para

existir como tal, esto es, para que sus productos sean reconocidos socialmente con ese

carácter, requiere el reconocimiento de otras comunidades establecidas y ya aceptadas

como científicas. Así ocurrió por ejemplo en la década del 60 con la biología molecular.

Esto es lo que las pseudociencias no logran.

La broma de Sokal

Cuando alguien trata de apoyarse en teorías científicas, sacándolas de su

contexto y aplicándolas indebidamente a un contexto totalmente diferente, no se

produce ninguna analogía útil, sino más bien sinsentidos.

Esto se puso en evidencia a partir de la llamada broma de Sokal. Se trata de un

episodio que comenzó cuando la revista Social Text, auspiciada por una universidad de

Estados Unidos, publicó un artículo escrito por el profesor de Física de la Universidad

de Nueva York, Alan Sokal, en 1996.

El trabajo se titulaba “Traspasando las fronteras: hacia una hermenéutica

transformativa de la gravedad cuántica”. A pesar de lo sospechoso del título, tanto

desde el punto de vista filosófico como científico, la revista publicó el artículo porque el

autor obtenía conclusiones que pretendían tener cierta importancia en términos

culturales, filosóficos, políticos y morales, sobre la base de aparentemente serias

reflexiones acerca de algunas cuestiones especializadas de física y matemáticas.

Pero todo se trataba de una tomadura de pelo. El autor deliberadamente había

incluido en el artículo una serie de afirmaciones erróneas, y otras carentes de sentido

desde el punto de vista matemático, lo cual podía ser detectado por cualquiera con un

conocimiento de matemáticas de nivel universitario. Esto fue revelado por el propio

profesor Sokal. Al mismo tiempo que su artículo aparecía en Social Text, él publicó

otro artículo en una revista diferente, explicando la broma (“A physicist experiments

with cultural studies”, Lingua Franca, mayo de 1996).

A partir de esa broma, que tuvo consecuencias insospechadas y condujo a un

debate público que alcanzó la primera plana del New York Times, y en la que

participaron numerosos científicos, Sokal escribió junto con un colega físico el libro

Imposturas Intelectuales, publicado en francés en 1997, y traducido al español en 1999.


El libro expande lo que el profesor Sokal intentó hacer con su broma original.

Muestra que intelectuales famosos, sobre todo muchos de los posmodernos, como

Jacques Lacan, Julia Kristeva, Jean Baudrillard y Gilles Deleuze “han abusado

repetidamente de los conceptos y de la terminología científica: o bien usando ideas

científicas totalmente fuera de contexto, sin dar la menor justificación, o utilizando una

jerga científica frente a sus lectores no científicos sin ninguna consideración sobre su

relevancia o incluso su significado” (Sokal y Bricmont, 1997). El resultado de estos

dos tipos de abusos es una pseudociencia.

50

Ahora bien, a diferencia de las pseudociencias que no pueden identificarse con

respecto a alguna tradición, como el creacionismo, los autores criticados podrían

reclamar que sus trabajos tienen vínculos con respetables tradiciones. Pero el problema

está en la naturaleza de ese vínculo. Es un vínculo que se desvirtúa al traspasar los

conceptos a nuevos contextos en los que pierden su significado original y no adquieren

ninguno nuevo que tenga sentido, por lo que más bien producen confusiones.

Igual que en los otros casos (por ejemplo, el del creacionismo), las ideas o

teorías en cuestión no pasan ciertas pruebas. Aunque en el caso de las pseudociencias

señaladas por Sokal y Bricmont no se trata de pruebas de contrastación empírica, o de la

relación con alguna tradición científica, sino de un nivel más básico: de inteligibilidad

de los conceptos y las teorías, y de coherencia lógica.

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