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GA291c1.

El Pensamiento y la Voluntad como Luz


y Oscuridad
Jun11 de cocineramatrix

Rudolf Steiner — Dornach, 5 de diciembre de 1920

English version

De todo lo expuesto ayer, aparece el mundo bajo un aspecto exclusivo cuando se le considera
como si estuviera recorrido de lo que se puede llamar el pensamiento cósmico. También se le
considera de forma exclusiva cuando se piensa que la estructura fundamental del mundo es de
naturaleza volitiva. Esta última idea es la de Schopenhauer y la anterior es la consideración de
Hegel.

Hemos visto que esta tendencia particular a considerar el mundo como un reflejo del
pensamiento evoca la naturaleza humana occidental, que se orienta más bien hacia el lado del
pensamiento. Hemos podido mostrar que la filosofía del pensamiento de Hegel tiene otra forma en
las concepciones del mundo occidental y que, en lo que experimenta Schopenhauer, vive la
tendencia que de hecho, es propia de los hombres de Oriente, lo que aparece en la preferencia
particular de Schopenhauer por el budismo, y de una forma general por la visión del mundo
oriental.

En el fondo, esta forma de ver las cosas no puede ser apreciada más que si se puede tener de
ella la visión de conjunto que ofrece la Ciencia Espiritual. Desde este punto una tal visión sintética
encaminada hacia la perspectiva del pensamiento o a la de la voluntad, aparece como algo
abstracto, y es en particular en la fase moderna de la evolución humana que se inclina hacia tales
abstracciones. Es preciso que la Ciencia Espiritual guíe a la humanidad hacia una aprehensión
concreta del mundo, a una aprehensión conforme a la realidad. Es precisamente así como
aparecerán los motivos interiores de estas exclusivas formas de ver. Lo que ven hombres como
Hegel y Schopenhauer, que son grandes espíritus, hombres geniales, todo esto existe
naturalmente en el mundo, únicamente que es preciso considerarlo en su justa perspectiva.

Hoy, en primer lugar, vamos a ver que, en tanto que hombres, hacemos en nosotros mismos la
experiencia del pensamiento. Un hombre que habla de esta experiencia del pensamiento lo ha
hecho directamente; naturalmente no podría hacerla si el mundo no estuviera impregnado de
pensamientos.

Sabemos, por otras ocasiones en que ha sido expuesto, que la organización de la cabeza
humana es tal que se halla particularmente apta para abrirse al pensamiento que viene del mundo,
ya que ella está formada a partir de los pensamientos. Por otro lado, esta organización de la
cabeza humana nos conduce a la encarnación que le precede. Sabemos que la cabeza humana es
en realidad una metamorfosis con relación a la vida terrestre precedente, mientras que la
organización de los miembros nos orientan hacia una vida terrestre futura. Por decirlo a grosso
modo: tenemos una cabeza porque los miembros de nuestra encarnación precedente se
metamorfosean en cabeza, y los miembros que tenemos ahora, con todo lo que a ellos está unido,
se metamorfosearán para dar la cabeza que nosotros llevaremos en nuestra próxima vida
terrestre. En nuestra cabeza, actualmente y sobre todo en la vida entre el nacimiento y la muerte,
trabajan los pensamientos. Estos pensamientos son al mismo tiempo la metamorfosis de la
voluntad que, durante nuestra vida anterior, actuó en los miembros. La voluntad que actúa en
nuestro miembros actuales será transformada en pensamientos en nuestra próxima encarnación.

La voluntad aparece así como la semilla, por así decirlo, del pensamiento. Lo que al principio se
convertirá en pensamiento más adelante. Si nos vemos a nosotros mismos como seres humanos
con cabezas, debemos mirar hacia atrás a nuestro pasado, porque en este pasado teníamos el
carácter de la voluntad. Si miramos hacia el futuro, debemos tener en cuenta el carácter de la
voluntad en nuestros miembros actuales y debemos decir: Esto es lo que en el futuro se
convertirá en nuestra cabeza: el pensar en el hombre. Pero continuamente llevamos ambos estos
en nosotros. Somos creados fuera del universo porque el pensamiento de una era previa se
organiza en nosotros junto con la voluntad, que nos lleva al futuro.

Lo que constituye el ser humano, por la colaboración del pensamiento y la voluntad y cuya
expresión es su organización exterior, se hace particularmente discernible cuando se estudia
desde el punto de vista de la Ciencia Espiritual.

El hombre que en su desarrollo alcanza los conocimientos que dispensan la imaginación,


inspiración e intuición ve en un ser humano no solamente la cabeza exterior visible, el ve
objetivamente lo producido por la cabeza, es decir, el hombre de pensamientos; el ve en alguna
forma los pensamientos. Para quien utiliza las facultades que son normalmente las del hombre
entre el nacimiento y la muerte, la cabeza aparece con la forma que ella tiene. Pero cuando el
conocimiento alcanza a la imaginación, a la inspiración y a la intuición, es la fuerza pensante el
fundamento de la organización de la cabeza y que proviene de encarnaciones anteriores, la que se
hace visible, si puede darse este término aunque sea en sentido figurado. Ella se hace visible de
tal forma que para explicar esta realidad, esta manifestación espiritual y psíquica, no se puede
emplear otra expresión que ésta: ella deviene como luminosa.

Cuando las personas que en ningún momento quieren abandonar el punto de vista materialista
critican tales afirmaciones, se ve enseguida en qué medida falta a la humanidad moderna el
sentido que permite comprender lo que se quiere decir al explicarse de este modo.

En la “Teosofía” y en otras obras ya he explicado que cuando a nivel de imaginación, inspiración


e intuición, se quiere percibir lo que es el hombre de pensamientos, lo que aparece no es, en
alguna forma, un mundo físico nuevo, una nueva edición de este mundo; se hace la misma
experiencia interior que la que hace nacer en nosotros la luz en el mundo físico exterior. Para
formular las cosas con precisión es preciso decir que la luz exterior suscita en el hombre una
cierta experiencia interior. Esta misma experiencia que le vale la visión de la luz en el mundo
exterior, él la tiene a nivel de la imaginación frente al elemento pensamiento de la cabeza. Se
puede decir que visto objetivamente el elemento del pensamiento es percibido como luz, o mejor
dicho, es sentido como luz. En tanto que seres pensantes nosotros vivimos en la luz. Se ve la luz
exterior con los sentidos físicos; la luz que deviene pensamiento no se ve porque se vive dentro,
porque ella “es” uno mismo. Cuando uno se separa de estos pensamientos, cuando se penetra en
la imaginación y en la inspiración uno se encuentra frente al elemento de los pensamientos y se le
percibe como se percibe la luz. Al hablar del mundo en su totalidad podemos decir que en
nosotros tenemos la luz únicamente que ella no se nos aparece en tanto que tal porque nosotros
vivimos en ella y porque al utilizarla se convierte en nuestro pensamiento. En alguna forma nos
adueñamos de la luz; esta luz que normalmente se nos aparece fuera la tenemos en nosotros.
Nuestro pensamiento es una actividad de la luz. Somos un ser de luz, pero no lo sabemos porque
vivimos en la luz. El pensamiento que desarrollamos es vida en la luz; si miramos el pensamiento
desde el exterior vemos la luz.
Representémonos ahora el Universo. De día lo vemos inundado de luz; pero imaginemos que lo
miramos desde el exterior, y ahora hagámoslo a la inversa. Al instante tenemos la cabeza humana
en la que se desarrolla el pensamiento y exteriormente vemos la luz. En el universo percibimos la
luz por los sentidos. Si salimos del universo, si lo miramos desde el exterior se nos aparecerá
como un conjunto de pensamientos. El universo visto interiormente es luz, visto desde el exterior
es pensamiento. La cabeza humana interiormente es pensamiento, vista desde el exterior es luz.

Es esta una manera de ver el Cosmos que nos puede ser extremadamente útil y fecunda si
queremos dedicarnos verdaderamente a estas cosas. La actividad pensante, la actividad del alma
se hará cada vez más móvil si aprendemos a decirnos lo siguiente: si pudiera salir de mí mismo,
como ocurre cuando me duermo, y llevar la mirada sobre mi cabeza, es decir sobre lo que yo soy
en tanto que hombre que piensa, me vería luminoso. Si saliera del universo recorrido por la luz, y
si lo mirase desde el exterior lo vería edificado por pensamientos; percibiría el mundo bajo la
forma de una entidad constituida por pensamientos.

Como vemos luz y pensamiento forman un conjunto, luz y pensamiento son la misma cosa, pero
considerada bajo diferentes aspectos.

El pensamiento que vive en nosotros es en realidad lo que nos viene del pasado, lo que en
nosotros está más maduro, el fruto de existencias terrestres anteriores. Lo que antes fue voluntad
ahora se ha convertido en pensamiento, y el pensamiento aparece bajo el aspecto de la luz.
Podemos preguntarnos: donde está la luz, hay un pensamiento; pero ¿de qué naturaleza?. Es un
pensamiento en el cual el mundo se muere constantemente. Un mundo anterior muere en el
pensamiento, o por decirlo de otra forma, en la luz. He aquí uno de los misterios del mundo.
Miremos el Universo, él está recorrido por la luz; en la luz vive el pensamiento, pero en esta luz
impregnada de pensamientos, un mundo muere. El mundo muere constantemente en la luz.

Cuando un hombre como Hegel considera el mundo lo que en verdad ve en él es su permanente


agonía. Los seres que tienen una inclinación particular por lo que se hunde, por lo que muere y se
inmoviliza en el mundo, se convierten en forma particular en hombres de pensamiento. Y en el
mundo que muere deviene lo bello. Los griegos, que eran en todo su interior entidad humana
viviente, se regocijaban a la vista de las cosas exteriores cuando la belleza brillaba allí donde el
mundo iba hacia la muerte. En la luz en la que el mundo muere resplandece la belleza. El mundo
que muere se torna bello y sólo al morir él resplandece. Es así como se tiene una percepción
cualitativa del mundo.

Con Galileo comenzó la época en la que se hizo del mundo una visión cuantitativa y hoy día se
está particularmente orgulloso de poder comprender los fenómenos naturales con ayuda de las
matemáticas, por tanto de lo que está muerto. Es cierto que Hegel, para comprender el mundo
utilizó conceptos de una sustancia más rica que la de las matemáticas, sin embargo lo que le
atrajo particularmente era lo que había madurado, lo que iba hacia la muerte. Puede decirse que
Hegel estaba ante el mundo como un hombre ante un árbol cubierto de flores. En el momento en
que se van a formar los frutos pero todavía no están allí, cuando las flores han alcanzado su
extremo desarrollo, es la potencia de la luz lo que está en activo en el árbol, es el pensamiento
llevado por la luz. Es así como Hegel veía todos los fenómenos. El consideraba la flor en su fase
última de expansión, lo que se despliega bajo su forma más acabada.

Distinta era la actitud de Schopenhauer ante el mundo. Para estudiar el impulso que le animaba
es preciso mirar algo distinto en el hombre: lo que comienza, es decir, el elemento del querer que
llevamos en nuestros miembros, el elemento de la voluntad. Pero, como ya he dicho con
frecuencia, vivimos interiormente de la misma forma que vivimos en el mundo durante el sueño,
inconscientemente. Por tanto ¿podemos de alguna forma mirar este elemento de la voluntad
desde el exterior del mismo modo que hacemos con el pensamiento?.

Tomemos la voluntad mostrándose en cualquiera de nuestros miembros y preguntémonos: ¿Cuál


es la realidad que corresponde a la luz que aparece cuando miramos el pensamiento si miramos la
voluntad desde el punto de vista de la imaginación, de la inspiración y de la intuición?. Visto con
la ayuda de la fuerza clarividente el pensamiento es sentido y vivido como luz, como luminosidad.
Cuando percibimos la voluntad con esta misma fuerza ella se torna cada vez más densa, deviene
materia.

Si Schopenhauer hubiera sido clarividente esta naturaleza de la voluntad se le hubiera aparecido


como un autómata hecho de materia ya que la manifestación exterior de la voluntad es la materia.
Percibida interiormente la materia es voluntad, del mismo modo que interiormente la luz es
pensamiento. Exteriormente la voluntad es materia de igual forma que exteriormente el
pensamiento es luz. Por esto, y como ya he dicho en exposiciones anteriores, el ser humano,
como lo hacían los místicos puede sumergirse en su naturaleza de voluntad. Aquellos para
quienes esta vía mística no es más que una farsa y que en realidad no aspiran mas que a su
bienestar y a cultivar el peor egoísmo, creen que al introducirse en sí mismos encontrarán el
espíritu; pero si van más lejos en su introducción descubrirán la verdadera naturaleza material
interior del ser humano, pues lo que hacen no es otra cosa que un descenso en la materia. A
quien se sumerge en su ser de voluntad lo que se le desvela es la verdadera naturaleza de la
materia. En nuestra época los filósofos de la naturaleza sueñan cuando hablan de las moléculas y
átomos que constituyen la materia. La verdadera naturaleza de la materia aparece al mirar en el
interior de uno mismo, como hacían los místicos; uno se encuentra entonces el otro lado de la
voluntad, que es la materia. En esta materia, por tanto en la voluntad, se desvela lo que es el
mundo en germen, el mundo que comienza.

Si miramos el mundo nos bañamos en la luz, y en esta luz un mundo pasado se muere. Si
posamos el pie sobre la materia firme la fuerza del mundo nos sostiene. En la luz resplandece, en
pensamiento, la belleza. En este esplendor de la belleza muere el mundo pasado. El mundo se
despliega en su vigor, en su fuerza, en su poderío pero también en su oscuridad. El mundo
venidero se despliega en las tinieblas, en el elemento material de la voluntad. Cuando un día los
físicos hablen con seriedad cesarán de extenderse, como hacen hoy, en especulaciones sobre los
átomos y las moléculas y dirán que el mundo exterior es el producto del pasado y que en su
interior no oculta moléculas y átomos sino el futuro. Cuando un día se diga que el pasado nos
aparece esplendoroso en el presente y que el pasado envuelve el porvenir, entonces se hablará
correctamente el mundo; el presente es lo que, en realidad, reposa en la fuerza de la materia; el
pasado es lo que brilla en la belleza de la luz, esta luz comprendida como el conjunto de todo lo
que se revela ya que, naturalmente, la palabra luz engloba aquí también lo que aparece en el
sonido y en el color.

El propio hombre no puede comprenderse mas que si el se concibe como una semilla de futuro
envuelta por todo lo que le viene del pasado, del aura de luz del pensamiento. Puede decirse que
el hombre, visto espiritualmente, es el pasado allí donde él resplandece en la belleza, pero a esta
aura del pasado se incorpora la oscuridad, que se mezcla a la luz venida del pasado, y le lleva
hacia el porvenir. La luz es lo que brilla viniendo del pasado, la oscuridad lo que orienta hacia el
porvenir. La luz es de naturaleza del pensamiento, la oscuridad es de naturaleza de la voluntad.

Hegel se inclina hacia la luz que se despliega en el proceso del crecimiento, en las flores en
expansión, Schopenhauer mira el mundo en el hombre, que, ante un árbol, no experimenta ningún
placer a la vista de la espléndida floración, pero que está animado del deseo de ver salir de todas
estas flores los gérmenes de los frutos; se alegra al sentir en acción la fuerza del crecimiento, y la
boca se le hace agua ante la idea de que las flores del melocotonero van a transformarse en
melocotones. Esta es, en efecto, la doble naturaleza del mundo, y no se considera correctamente
el mundo si no se le ve en su doble naturaleza, lo contrario es verlo en abstracción. Si se mira
fuera de los árboles en flor, se vive el pasado. Al contemplar la naturaleza primaveral puede uno
decirse que la actividad que los dioses desplegaron para el mundo en el pasado se revela en la
magnificencia de las flores primaverales. Al contemplar la naturaleza otoñal llena de frutos uno
puede decirse que allí comienza la obra de los dioses, una nueva obra pues los frutos que caen
van hacia el porvenir.

Se trata de no contentarse con una imagen del mundo construida por especulación sino de
aprehenderla interiormente con todo su ser. Realmente se puede, por ejemplo, captar el pasado
en la flor del ciruelo y sentir el futuro en la ciruela. Lo que se ofrece a la vista está íntimamente
ligado a lo que el pasado nos ha hecho. El sabor que se siente sobre la lengua está íntimamente
ligado con lo que renacerá en el porvenir, como el Ave Fénix crece de sus cenizas. Así se capta el
mundo por la sensibilidad.

A esta aprehensión por el sentimiento aspiraba Goethe en todo lo que quería contemplar, aspiraba
a sentir el mundo. Por ejemplo, él miraba el mundo vegetal verde y aunque no disponía de lo que
hoy puede darnos la Ciencia Espiritual, para él ese verde era algo que todavía no se había
expandido en flores, lo que en el presente viene del pasado de la planta, pues en la planta el
pasado aparece en las flores y lo que todavía no se ha hecho pasado es el verde.
Lo que es verde en la naturaleza tampoco ha sido alcanzado por la muerte (verde). Lo que está
orientado hacia el futuro viene de la oscuridad, de la sombra. Allí donde el verde se matiza de
azul, lo que hay en la naturaleza va hacia el porvenir (en el dibujo: azul).

Por el contrario, lo que nos orienta hacia el pasado es lo que hace que se abran las flores, que se
madure; es allí donde esta el calor (rojo), allí donde la luz no solamente se aclara sino que se
impregna interiormente de fuerza, allí donde ella deviene calor. Se podría dibujar el conjunto
diciendo que se tiene el verde, el mundo vegetal, y muy cerca la oscuridad, allí donde el verde se
matiza de azul. El elemento claro, lleno de calor, se le unirá de nuevo por lo alto del círculo. Es allí
donde se encuentra el hombre que tiene en sí mismo lo que el vegetal tiene en el exterior, es decir,
el cuerpo etérico que, como ya he dicho frecuentemente, tiene el color flor de durazno. Este color
aparece cuando el azul invade el rojo. Cuando se mira el mundo de los colores puede decirse que
uno se encuentra a sí mismo en el color flor de melocotón, al mismo tiempo que enfrente se tiene
el verde. Esto es lo que objetivamente ofrece el mundo de las plantas.

De un lado se tiene lo azulado, lo oscuro, y del otro lo claro, lo amarillo rojizo. Pero por el hecho
de que se está en el flor de durazno, que se vive allí no se puede percibir este color en la vida
ordinaria lo mismo que no es posible percibir los pensamientos bajo su forma luminosa. Lo que se
vive interiormente no se percibe, por eso se desdeña el color flor de melocotón y se mira
solamente el rojo que se extiende por un lado y el azul que se presenta por el otro. Es así como se
forma el espectro, el arco iris. Pero esto no es mas que una ilusión, el verdadero espectro se
obtendría haciendo un círculo con esta cinta de color, precisamente porque el ser humano se
encuentra en el flor de durazno y de esta forma puede ver el mundo coloreado desde el azul al
rojo y del rojo al azul, pasando por el verde. En el momento en que se tuviera esta perspectiva el
arco-iris aparecería bajo la forma de un círculo, de un cilindro con el perfil de un círculo.
Ya he mencionado que la visión goetheana de la naturaleza es también una visión espiritual.
Cuando se aborda a Goethe que fue un investigador en búsqueda de la naturaleza puede decirse
que aunque él no disponía todavía de la Ciencia Espiritual, estudio la naturaleza con ese mismo
espíritu. Lo esencial para nosotros hoy día es que el mundo —comprendido el hombre— es un
organismo constituido por luz/pensamiento, por pensamientos luz, materia-voluntad y
voluntad/materia, y que todo lo que se nos aparece concretamente está construido según los
modelos más diversos pero llenos de un contenido formado por estos elementos.

El Cosmos hay que considerarlo en función de la calidad para comprenderlo y no solamente


desde el punto de vista cuantitativo. En él se percibe un deterioro permanente, una muerte del
pasado en la luz y una fuerza de germinación hacia el futuro en la oscuridad. Debido a su
clarividencia instintiva los antiguos persas llamaban a este pasado, que ellos sentían morir en la
oscuridad, Aura Mazdao, y este porvenir que sentían presente en la voluntad oscura lo conocían
como Ahriman.

Sabemos que en estas dos entidades cósmicas, la luz y las tinieblas, está el pensamiento que
vive y el pasado que muere en la luz, y en las tinieblas la voluntad que nace y el porvenir que se
eleva. Por este caminar ya no concebimos el pensamiento en tanto que abstracción, sino que él
deviene luz, ni la voluntad que deviene en tinieblas, en materia, identificamos el lado cálido del
espectro luminoso con el pasado, y su lado sustancial, su lado químico con el porvenir, así
abandonamos la abstracción para entrar en lo concreto.

No seamos ya más pensadores desecados, convencionales, no trabajando mas que con la


cabeza, ya sabemos que lo que piensa en nuestra cabeza es en realidad lo mismo que la luz que
nos rodea. No seamos mas que estas gentes llenas de ideas que son felices en la luz, nosotros
sabemos que en la luz reside la muerte, un mundo que agoniza, en presencia de la luz sentimos
también lo que es lo trágico del mundo. Abandonemos la abstracción, el elemento intelectual,
para penetrar en la vida ondulante del mundo. En las tinieblas tenemos el porvenir que se eleva.
En una palabra, abandonemos la abstracción para entrar en lo concreto; las formas universales
nacen ante nuestros ojos y no únicamente los pensamientos o los impulsos voluntarios
abstractos.

He aquí lo que hoy buscamos. La próxima vez buscaremos el origen del bien y del mal en lo que
ante nuestros ojos ha tomado una forma concreta, es decir, el pensamiento hecho luz y la
voluntad hecha tinieblas. Del mundo interior pasaremos al Cosmos y allí buscaremos de nuevo las
causas del bien y del mal no en la abstracción ni en el dominio de la religión abstracta. Después
de haber comenzado por asir el pensamiento en su naturaleza luminosa y la voluntad en su oscuro
devenir, veremos que se llega a un conocimiento del bien y del mal.

Traducido por Mercedes Arnaldes

GA291c2. La conexión de lo natural con lo moral-


psíquico. Viviendo en Luz y Peso. La vida en la
luz y en la gravedad
Jun12 de cocineramatrix

Rudolf Steiner — Dornach, 10 de diciembre de 1920

English version

En nuestras últimas exposiciones hemos tratado la posibilidad de ver en el mundo de la


naturaleza por una parte, lo que en cierta forma está ligado a la moral, a la vida del alma, y por
otra hemos tratado de ver en la vida del alma lo que está presente también en el dominio natural.
Es esto precisamente lo que plantea a la humanidad moderna un inquietante enigma.

Cuando el hombre aplica al universo las leyes naturales y considera el pasado, no debe decirse
únicamente que todo lo que nos rodea ha salido de una nebulosa original cualquiera, por tanto de
algo puramente material y que de alguna forma se ha diferenciado, metamorfoseado, y de ahí han
nacido las criaturas de los reinos mineral, vegetal, animal y por supuesto el hombre. Todo esto
aparecerá al final del mundo bajo una forma diferente a la del comienzo, pero en un estado físico
puro. Entonces la moral que nació en nosotros, nuestros ideales, se desvanecerán y serán
olvidados; no habrá más que un gran cementerio material y en este estado físico terminal todo lo
que había sido la evolución del alma en el hombre habrá perdido su sentido pues no era más que
una especie de burbuja de jabón. La única realidad será lo que se desarrolló físicamente a partir
de una nebulosa original diferenciándose con fuerza para dar a luz las criaturas y que retornará a
continuación a un estado indiferenciado bajo la forma de escorias.

Semejante visión a la que debe llegar aquel que honestamente (honestamente frente a sí mismo)
se adhiere al punto de vista del mundo materialista de la época presente, no puede en absoluto
edificar un puente entre lo físico y la vida del alma o vida moral. Si no se quiere permanecer
completamente materializado y no tener por única realidad la del mundo de los fenómenos
materiales, resulta que tal concepción debe ir siempre a buscar en alguna forma abstracta un
segundo mundo, el cual, si se admite que la ciencia no conoce más que el primero, sería
únicamente resultado de la fe. Esta fe, por su parte, piensa: “el bien que nace en el alma humana
no puede quedar sin respuesta en el mundo; es preciso que haya ciertas potencias que
recompensen el bien y castiguen el mal”.

En nuestra época hay gente que se adhieren a las dos formas de ver aunque ellas entre si no
tienen ninguna unión. Por una parte los admiten sin reserva todo lo que propone la concepción
estrictamente científica del mundo, adoptan la teoría de Kant-Laplace, la de la nebulosa original
con la perspectiva de un estado terminal de nuestra evolución donde todo serían escorias, y por
otra parte de adhieren a alguna concepción del mundo religioso según la cual las buenas obras
encuentran en alguna forma su recompensa y las malas serán castigadas. El hecho de que en
nuestra época gran cantidad de gente adopte en su alma ambas formas, viene de que en nuestro
tiempo la actividad real del alma es muy poca; si esta actividad interior estuviera verdaderamente
presente no se podría aceptar, lisa y llanamente, por una parte un orden del mundo del cual la
realidad moral está excluida, y por otra la existencia de algunas potencias que recompensan el
bien y castigan el mal.

Esta unión de una concepción moral del mundo con otra concepción física es fruto de una pereza
del pensamiento y de la sensibilidad del hombre moderno. Ya he indicado que alrededor de
nosotros percibimos, en primer lugar, los fenómenos luminosos y que en la naturaleza exterior
llevamos la mirada hacia todo lo que se nos aparece gracias a lo que llamamos luz. También he
dicho que en todo lo que es luz alrededor nuestro vemos los pensamientos universales
moribundos, pensamientos que en un pasado muy lejano constituyeron los mundos de
pensamiento de ciertas entidades, mundos de pensamiento en los cuales las entidades
universales leyeron lo que en aquella época eran los misterios del mundo. Lo que entonces eran
pensamientos hoy brilla ante nuestros ojos, son, de alguna forma, los cadáveres de los
pensamientos universales, lo que como luz resplandece ante nosotros.

Es suficiente abrir “La Ciencia Oculta” en las páginas que corresponden a este lejanísimo pasado
para leer que el ser humano tal como lo vemos actualmente no existía. Durante el período del
Antiguo Saturno, por ejemplo, no era más que una especie de autómata dotado de sentido.
También sabemos que en esta época el universo estaba habitado tal como lo está hoy,
únicamente que lo estaba por otros seres distintos al hombre pero que habían alcanzado el rango
que el hombre ha alcanzado actualmente. Los espíritus que nosotros conocemos como Arcáis o
Principados durante el Antiguo Saturno estaban en el nivel humano; estaban constituidos de
forma distinta a los hombres, sin embargo se encontraban a nivel de la humanidad. Los
Arcángeles se hallaban a nivel humano en el Antiguo Sol, y así sucesivamente.

Si llevamos nuestra mirada hacia un muy lejano pasado podemos decirnos que de igual forma
que nosotros recorremos ahora el mundo como seres pensantes estas entidades también lo
recorrieron como seres pensantes y con el carácter de hombre. Pero lo que en ellos vivió en otro
tiempo se ha convertido en pensamiento universal exterior, y lo que vivió en su interior bajo forma
de pensamientos y no pudo ser percibido más que desde el exterior como su aura luminosa, es
ahora visible en el mundo que nos rodea, aparece en los fenómenos luminosos como mundos de
pensamiento que mueren. La oscuridad juega su papel también entre los fenómenos luminosos y
lo que en ella tiene lugar frente a la luz es lo que, en el lenguaje del alma y del espíritu, se puede
llamar la voluntad o también, en una perspectiva oriental, el amor.

En el universo vemos una parte del mundo que luce, si se le puede llamar así; pero este mundo
iluminado, siempre transparente para los sentidos, no lo veríamos si en él no se hiciera perceptible
la oscuridad, y es en esta oscuridad que lo impregna donde vamos a buscar la voluntad que vive
en nosotros. El mundo exterior puede ser considerado como una armonía entre luz y oscuridad;
nuestro propio ser interior tal como aparece en el espacio puede ser también considerado como
constituido de luz y oscuridad. Es únicamente por nuestra propia consciencia que la luz es
pensamiento, representación, y la oscuridad es en nosotros la voluntad que se hace bondad y
después amor.

Con esto nos formamos una concepción del mundo en la cual lo que está en el alma no es
solamente psíquico y lo que está en la naturaleza no es solamente material; una concepción en
cuya perspectiva lo que está en la naturaleza es el resultado de la vida moral del pasado y en la
que la luz está constituida por los mundos de pensamientos que mueren. De esto resulta para
nosotros que los pensamientos que llevamos en nosotros, son, en cuanto a su fuerza, surgidos de
un pasado, pero estos pensamientos los penetramos constantemente en la voluntad que se eleva
del resto de nuestro organismo.

Lo que llamamos pensamientos puros son vestigios de un antiguo pasado impregnado de


voluntad. Por tanto lo que llevamos en nosotros está orientado hacia un lejano porvenir y el primer
germen de lo que se prepara en nosotros brillará manifestado exteriormente en este lejano
porvenir. Los seres que mirarán el mundo a partir de la Tierra tal como lo hacemos nosotros ahora
se dirán:

“A nuestro alrededor resplandece la naturaleza, ¿por qué brilla de esta forma a nuestros ojos?”.

Y la respuesta será:

“porque los hombres cumplieron de cierta forma los actos y lo que ahora percibimos a nuestro
alrededor es el fruto de los gérmenes que los seres terrestres llevaron en sí mismos”.

Podemos comportarnos como cabezas abstractas y prosaicas, podemos analizar como los físicos
la luz y sus manifestaciones, podemos analizar todo esto fríamente como hombres de laboratorio
y este trabajo producirá muchas cosas bellas e interesantes, pero de esta forma no adoptaremos
frente al mundo exterior la actitud de un ser humano completo; solo seremos un ser humano
completo frente al mundo exterior si podemos sentir lo que nos aparece en la aurora, en el
firmamento celeste, en la planta verde, si podemos vivir interiormente lo que percibimos en la ola
que brama, pues la luz no es solamente lo que el ojo percibe; empleo aquí la palabra “luz” para
designar todas las percepciones sensoriales.

¿Qué vemos en todo lo que percibimos a nuestro alrededor?. Un mundo que ciertamente puede
elevar nuestra alma y que en cierto sentido se revela a nuestra alma como lo único que tiene
sentido ante nuestros ojos. Frente a este mundo no somos seres humanos completos si lo
analizamos con la sequedad de los físicos. Por el contrario, para ser seres humanos completos es
preciso que nos digamos que lo que aquí brilla, lo que allí resuena, es la forma última de lo que
hace muchísimo tiempo, en un muy lejano pasado, los seres humanos elaboraron en su alma; a
estos seres les debemos un reconocimiento. En este momento ya no dirigimos al mundo la mirada
seca del físico, sino que lo miramos llenos de gratitud frente a las entidades que digamos durante
millones de años, durante el Antiguo Saturno, vivieron en hombres como hoy vivimos nosotros
también en hombres y que pensaron y sintieron de tal forma que hoy son un mundo magnífico que
se despliega a nuestro alrededor. Este es el importante fruto de una concepción del mundo hecha
de realidades y que nos conduce a considerar el mundo no solo con una mentalidad fría y seca,
sino como criaturas plenas de reconocimiento hacia los seres que en el lejano pasado produjeron
por sus pensamientos y acciones lo que para nosotros es este mundo al que la visión nos eleva.

Cuando uno se representa todo esto con la intensidad necesaria esta imagen se llena de un deber
de reconocimiento hacia los seres que en un lejano pasado fueron nuestros predecesores y
edificaron este mundo para nosotros, al mismo tiempo que nos decimos que debemos conformar
nuestros pensamientos y sentimientos con nuestro ideal moral a fin de que los seres que vengan
tras nosotros puedan elevar su mirada hacia él, un mundo que les inspire reconocimiento hacia
sus muy lejanos ancestros, aquellos que ahora, en el sentido literal del término, están presentes a
nuestro alrededor. Nosotros vemos un mundo de luz que hace millones de años eran un mundo
moral; nosotros llevamos en nosotros mismos un mundo moral que dentro de millones de años
será un mundo de luz.

Esta forma de sentir el universo es la que nos conduce a una concepción del mundo llena de
valor. Una visión incompleta del mundo conduce a toda clase de ideas, conceptos y teorías, pero
no satisface plenamente al hombre pues le deja vacío en cuanto a su sentimiento. Quien
honestamente se preocupe del mundo sabe que no debe dejarse arrastrar por la decadencia,
pues puede entrever una escuela y una universidad en el futuro donde los humanos no entrarán
simplemente a las 8 de la mañana con una especie de indolencia, de indiferencia, y saldrán a
mediodía con la misma indolente indiferencia, todo lo más un poco más orgullosos de ser algo
más sabios. No es así, uno puede orientar su mirada hacia un porvenir que nos muestra como
aquellos que salgan de la escuela a mediodía la abandonarán llenos de sentimientos hacia el
Universo; por otro lado, el saber transmitido habrá despertado en sus almas un sentimiento hacia
el devenir del mundo, un sentimiento de reconocimiento frente a un pasado en el curso del cual
unos seres habrán dado forma a la naturaleza que les rodea; y además un sentimiento de la gran
responsabilidad que nos incumbe por el hecho de que nuestros impulsos morales engendrarán
mundos en el porvenir.
Uno puede creer que la nebulosa original es una realidad y también las escorias futuras, y que
por otra parte los seres se crean en el dominio moral de las ilusiones que crecen en ellos mismos
como un sueño. Pero la fe no dice más y sin embargo debería decirlo si ella fuese honesta.
Debería decir: “si, la sanción se hace realidad: tus pensamientos se convierten en luz visible. El
orden moral del mundo se manifiesta. Lo que en un tiempo fue orden moral en otro tiempo se
convierte en orden físico y lo que en cualquier tiempo es orden físico en otro fue orden moral del
mundo. Toda sustancia moral está destinada a pasar a lo físico. El hombre que ve el espíritu en la
naturaleza ¿tiene necesidad de una demostración suplementaria del orden moral?. No, en la
naturaleza, a través de la cual se transparenta el espíritu está incluida la justificación del orden
moral del mundo. Es a tal imagen a la que uno se eleva cuando considera al ser humano en la
plenitud de su humanidad.

Como punto de partida tomemos un fenómeno del que cada día hacemos todos la experiencia.
Sabemos que la entrada en el sueño y en la vigilia reposan sobre el hecho de que el hombre se
separa con su Yo y cuerpo astral de sus cuerpos físico y etérico ¿qué significa este hecho para el
Cosmos?. Representémonos como los cuerpos físico, etérico, astral y el yo están unidos durante
la vigilia; luego representémonoslos separados durante el sueño. ¿Qué diferencia hay para el
Cosmos entre estos dos estados?. En el estado de sueño vivimos interiormente la luz,
experimentamos qué es el mundo de los pensamientos que mueren, el mundo del pasado. Se
está entonces inclinado hacia una receptividad que hace percibir al espíritu caminando hacia el
porvenir. El hombre no tiene hoy día mas que una percepción difusa de todo esto, pero ello no
cambia para nada los hechos. Lo que ahora nos importa es que, en ese estado, somos receptivos
a la luz.
Cuando nos introducimos de nuevo en nuestro cuerpo nos hacemos interiormente, en nuestra
alma que también se introduce en el cuerpo, receptivos no de la luz sino a la oscuridad. Pero este
hecho no tiene solamente un aspecto negativo, sino que nos hacemos receptivos a algo más;
mientras que en el sueño somos receptivos a la luz, en la vigilia lo somos a la gravedad. Esto no
significa que entonces pesen nuestros cuerpos; al introducirnos en el cuerpo nos hacemos
interiormente, en nuestra alma, sensibles a la gravedad. Durante el sueño el hombre no percibe
con su consciencia normal actual lo que él vive en la luz; en el estado de vigilia él no percibe que
vive en la gravedad. La experiencia fundamental del hombre dormido es la vida en la luz; en ese
estado no es sensible a la gravedad, en alguna forma se ve libre de ella. Vive sin peso en la luz.

Todo esto se revela a la investigación espiritual de la forma siguiente. Cuando se está elevado al
nivel de conocimiento de la imaginación se puede ver el cuerpo etérico de una planta. Al
observarlo se tiene la experiencia interior de que ese cuerpo la eleva constantemente. Por el
contrario, al observar el cuerpo etérico de un hombre se le verá pesado, incluso con la facultad de
representación imaginativa se tiene este mismo sentimiento. A partir de esto se viene a reconocer
que el cuerpo etérico del hombre transmite esta pesantez al alma cuando esta se halla unida a él.
Pero esto es un fenómeno primordial suprasensible. Al dormir el alma vive en la luz, por tanto en
la ligereza. En la vigilia el cuerpo es pesado y este peso se transmite al alma. Esto es algo que se
transmite también a la consciencia. ¿En qué consiste el momento del despertar?. Cuando
dormimos no nos movemos, la voluntad está anulada. También lo están las representaciones pero
esto es sólo por la anulación de la voluntad que no se sirve de los sentidos. El fenómeno
fundamental es la paralización de la voluntad. ¿Cómo se anima ella de nuevo?. Por el hecho de
que el alma siente la pesantez que le transmite el cuerpo. Esta unión con el alma es lo que
engendra en el hombre terrestre el fenómeno de la voluntad, y en el hombre la voluntad cesa
cuando se halla en la luz.

Aquí tenemos las dos fuerzas cósmicas, la luz y la gravedad, las dos grandes fuerzas que
contrastan en el Cosmos, es decir, luz y gravedad son dos realidades cósmicas opuestas.
Representémonos el planeta: la gravedad atrae hacia el centro, la luz parte del centro y va hacia el
Universo. La luz nos la representamos inmóvil pero en realidad ella se aleja del planeta. Quien se
represente la gravedad como una fuerza que atrae hacia la Tierra, a la manera de Newton, piensa
de una forma sensiblemente materialista, pues se representa algo así como un demonio sentado
en el centro de la Tierra y que atrae la piedra hacia él. Se habla de una fuerza de atracción cuya
existencia nadie puede probar ya que no existe más que en tanto que representación. En la
civilización occidental se tiende a representar todo lo que existe, bajo el aspecto de una realidad
sensorial. Para quien quiera estar más cerca de la realidad basta con admitir que la luz y la
gravedad son dos fuerzas cósmicas de sentido contrario.

Muchas cosas que conciernen al hombre reposan sobre lo que acabo de decir. Al considerar los
hechos cotidianos del dormir y el despertar nos decimos: al dormirse el hombre abandona el
campo de la gravedad para penetrar en el de la luz, y cuando él ha vivido bastante tiempo en el
campo de la luz siente un vivo deseo de dejarse captar de nuevo por la gravedad; retorna a ella y
se despierta. Constantemente él oscila entre la vida en la luz y la vida en la pesantez, entre la
vigilia y el sueño. Cualquiera que afine suficientemente su sensibilidad podrá sentir esto
directamente, podrán vivir personalmente este ascenso de la gravedad a la luz y el retorno a la
pesantez de la vigilia.

Representémonos ahora algo distinto: el hombre es un ser unido a la Tierra entre el nacimiento y
la muerte, y esto es debido a que su alma, durante la vida entre el nacimiento y la muerte, ansía la
gravedad y cuando ha vivido un tiempo en la luz retorna a la pesantez. Cuando el alma entra en
un estado en el que ya no desea la pesantez el hombre sigue cada vez más a la luz. Pero él la
sigue hasta un cierto límite y cuando llega al extremo periférico del universo ya ha consumado
todo lo que la pesantez le dio entre el nacimiento y la muerte y siente de nuevo el deseo
nostálgico de reencontrarla; él reemprende entonces el camino de una nueva encarnación.
Durante este período entre la muerte y un nuevo nacimiento, hacia la medianoche de la existencia,
el hombre experimenta la nostalgia; los otros cuerpos celestes también y cuando él atraviesa sus
esferas en su ruta hacia una nueva existencia actúan sobre él según su pesantez. En su camino
de retorno el hombre se encuentra sucesivamente en diferentes situaciones que podríamos
caracterizarlas con el siguiente ejemplo:

Al retornar a la Tierra el ser humano aspira a vivir de nuevo en la pesantez terrestre. En primer
lugar atraviesa la esfera de Júpiter de la que emana una pesantez de tal naturaleza que colorea de
un cierto gozo el deseo de reencontrar la gravedad terrestre. Después el ser humano pasa por la
esfera de Marte, siempre aspirando a encontrar la pesantez terrestre e interiormente animado de
un cierto gozo. Marte actúa entonces sobre él con su pesantez y, en alguna forma implanta en el
alma la actividad precisa para penetrar en su campo, para sacar provecho de su próxima
existencia entre el nacimiento y la muerte. Después el ser humano atraviesa la esfera de Venus. A
la nostalgia teñida de gozo y de fuerza viene a unírsele una comprensión llena de amor por las
tareas de la existencia.

Hemos hablado de las distintas gravedades que emanan de los cuerpos celestes, y hemos
establecido una unión con lo que puede vivir en el alma. Nuestra mirada se dirige entonces hacia
el espacio cósmico y tratamos de ver el carácter moral que se extiende físicamente en el espacio.
Sabemos que en la gravedad vive un elemento de voluntad y también sabemos que la voluntad se
opone a la luz, por tanto podemos decir: de Marte emana la luz, de Júpiter emana la luz, de Venus
emana la luz, y las fuerzas de gravedad son al mismo tiempo modificadas por la luz. Sabemos que
en la luz viven los pensamientos cósmicos agonizantes y que en las fuerzas de gravedad viven los
gérmenes de voluntad de los mundos en devenir. Todo esto colma a las almas mientras viven en el
espacio. Miramos el mundo bajo un aspecto físico y al mismo tiempo le consideramos bajo su
aspecto moral, pero lo uno y lo otro no existen juntos y es únicamente en razón de los límites de
su espíritu que el hombre se inclina a decir que por un lado está lo físico y por otro lo moral. Esto
no son más que diferentes aspectos de una realidad única. El mundo que evoluciona en dirección
a la luz evoluciona también en dirección contraria. Un pleno orden universal lleno de sentido se
revela en el orden universal natural.

Es preciso ser claro sobre un punto: no se accede por la vía filosófica a una tal manera de ver el
mundo sino penetrando progresivamente y aprendiendo a espiritualizar los conceptos de la física
por medio de la Ciencia Espiritual; de esa forma el mundo se “moraliza” a sí mismo. Cuando se
aprende a ver más allá del mundo físico el mundo en el que esto físico ha desaparecido, donde lo
espiritual está presente, entonces se reconoce la presencia de la realidad moral.

Partiendo de ciertas representaciones determinadas personas podrían evocar en su alma, muy


sabiamente, lo que acabo de decir, aunque esto sea extraño a la forma de pensar de la mayor
parte de la gente. Tenemos, pues esta línea que no es una elipse sino que se distingue de ella
porque es un poco menos amplia de curva (la elipse sería la línea de puntos en la figura de la
izquierda. Pero esto no es más que una variante particular de esta misma línea que cuando se
modifica la ecuación matemática, puede adoptar la forma de lemniscata (figura derecha). Es la
misma una que otra[1].
una vez voy por aquí y me cierro aquí … bajo ciertas condiciones no voy a la parte superior de
esta manera, —sino por aquí—, y vuelvo, cerrando en la base. Pero la misma línea tiene otra
forma. Si comienzo aquí, aparentemente debo cerrar aquí también; ahora debo dejar el nivel, el
espacio, debo cruzar aquí y regresar aquí.

Ahora debo dejar espacio nuevamente, continuar aquí y cerrar en la base. La línea solo se
modifica un poco; estas no son dos líneas, sino solo una; también tiene solo una ecuación
matemática; es una línea simple, solo me he ido del espacio. Si continúo con esta demostración,
surge otra posibilidad: simplemente puedo tomar esta línea (Lemniscata es una figura como un 8),
pero también puedo representarla de modo que la mitad quede en el espacio; viniendo aquí —
debo dejar espacio y terminarlo así: aquí está la otra mitad, pero fuera del espacio ordinario, no
adentro. También está allí. Y si uno desarrollara este método de percepción que los matemáticos,
si lo hicieran, ciertamente podrían hacer hoy, uno llegaría a la otra concepción —dejar espacio y
regresar a él. Eso es algo que corresponde a la realidad. Por cada vez que emprendes algo,
piensas: antes de que lo hagas, sales del espacio, y cuando mueves tu vuelves otra vez. En el
medio, estás fuera del espacio: entonces estás en el otro lado.

Es preciso desarrollar por completo esta representación del otro lado del espacio pues así se
aborda también la representación de la realidad suprasensible y se llega sobre todo a la
representación del elemento moral en su realidad. Es por esto que en la actual concepción del
mundo no puede representarse más que muy difícilmente el elemento moral en su realidad ya que
las personas quieren únicamente representarse todo en el espacio, determinar la medida, el peso,
el número, mientras que en verdad podría decirse que la realidad sale en todo momento del
espacio y a continuación vuelve a él. Hay gente que dice al representarse el sistema solar y en el
interior los cometas, que éstos aparecen, después describen una gigantesca elipse y reaparecen
mucho tiempo después. Esto es inexacto en muchos cometas. En realidad los cometas aparecen,
después se van, se disgregan, desaparecen pero se vuelven a formar y reaparecen y describen
líneas que no vuelven más. ¿Y por qué?. Porque los cometas salen del espacio y regresan a él
desde otro lugar. Todo esto es posible en el Cosmos.

Mañana volveremos con estas consideraciones pero ya no les atormentaré mas con las
representaciones que he expuesto durante los últimos diez minutos, pues sé que ellas son
extrañas a los pensamientos que a gran número de ustedes les son familiares. Sin embargo es
preciso que a veces mencione cómo la Ciencia Espiritual, tal como la cultivamos aquí podría tener
en cuenta los pasos más científicamente elaborados si se presenta la ocasión, por si existiese la
posibilidad de penetrar de espíritu lo que hoy día se practica con ausencia total de éste en las
llamadas ciencias exactas. Pero desgraciadamente esta posibilidad no existe, y en particular
ciencias como las matemáticas se practica hoy día la mayor parte del tiempo de una forma que
excluye totalmente el espíritu. Como lo he señalado recientemente en una conferencia pública
celebrada en Basilea, la Ciencia Espiritual está conducida provisionalmente a hacerse conocer
entre profanos cultivados, cosa que le reprochan mucho los que quieren ser eruditos. Si los
sabios no fueran tan perezosos cuando se trata de consideraciones espirituales la Ciencia
Espiritual no tendría necesidad de ser expuesta únicamente a los profanos cultivados, pues ella
puede servirse de las nociones científicas más elaboradas y hacerlo con una perfecta precisión,
pues tiene consciencia de la responsabilidad que le incumbe.

Los científicos se comportan frente a todo esto de una forma bien extraña. Tenemos, por ejemplo,
un sabio-—del que recientemente he hablado en una conferencia publica— que aparentemente,
había oído hablar de la Escuela Waldorf y también leído en “Novedades de la Escuela Waldorf” mi
discurso de inauguración de la Escuela, así como algún otro artículo. En este discurso de
inauguración nombré a un pedagogo que figuraba en la misma orla que este sabio. Los señores
que tan frecuentemente reprochan a la Antroposofía de sugestionar a las gentes, o de conducirlas
a la autosugestión, de pronto se sienten hipnotizados cuando oyen que se cita a alguien que es
uno de sus hermanos en espíritu. Nuestro sabio se mostró entonces muy atento. Lo que se realizó
en los cursos de Dornach le pareció, aparentemente muy asfixiante, y no pudo por menos que
escribir lo siguiente: “Durante los cursos universitarios de los antropósofos en Dornach, junto a
Basilea, que tuvieron lugar en el otoño de este año, se ha formulado la esperanza de que de este
lugar partirán grandes y fuertes ideas que inaugurarán una nueva evolución de nuestro pueblo y le
insuflarán de una nueva vida. Quien ha descubierto el verdadero valor de las bases morales de
este movimiento no puede compartir esta esperanza, a menos que ellas sean sometidas a un
examen crítico, lo que querrían inspirar las líneas que preceden”.

¿Con qué sentido fueron escritas estas “líneas que preceden”?. Los cursos universitarios deben
ser controlados siempre en su base ética, sometidos a un examen crítico, pues ello debe tener
algo que ver con lo que tal personaje declara, con el bajo nivel moral. En su artículo que él titula
“herejía ética” comienza así: “En los tiempos de nivel moral más bajo que ha conocido el pueblo
alemán, es doblemente necesario mantener los grandes jalones de la moral tal como Kant y
Herbart los han propuesto y no eliminarlos en favor de tendencias relativistas. Entre los primeros
deberes que nos imponen la decadencia de todas las nociones morales es preciso contar con lo
que expresan las siguiente palabras de barón de Stein: Un pueblo no puede permanecer fuerte
más que con la práctica de las virtudes que le han hecho grande.

Este hombre sitúa la decadencia de las nociones morales de la guerra y encuentra algo digno de
ser resaltado: “Lo particularmente deplorable es que un escrito del guía de los antropósofos en
Alemania Dr. Rudolf Steiner, haya contribuido a esta decadencia pues no es posible negar el
idealismo básico de este movimiento que aspira a la interiorización del individuo —esto está
sacado de algunos artículos aparecidos en “Noticias de la Escuela Waldorf”, ni que en su plan de
la tripartición del cuerpo social no pueden encontrarse ideas sanas y propias para favorecer la
felicidad del pueblo. En su libro “La Filosofía de la Libertad” (Berlín 1918) su individualismo
adquiere una forma excesiva hasta el punto de poder conducir a la disgregación de la
colectividad, y por esta razón, es preciso combatirle”.

Vean Vds. “La Filosofía de la Libertad” ha sido escrita en 1918 bajo la influencia de la decadencia
moral que la guerra provocó. El no había leído más que la última edición y con tan poca precisión
que no vio de cuando databa el libro, es decir que fue escrito en un tiempo en que, como él decía,
todavía no estaba cuestionada la decadencia moral. He aquí hasta donde llega la conciencia
profesional de estos educadores de la juventud, pues nuestro hombre no es solamente profesor
de filosofía sino también pedagogo; no se limitaba a enseñar en la universidad sino que instruía a
los niños. El mismo estaba tan bien informado que creía que la “Filosofía de la Libertad” había
sido escrita en 1918, por tanto creía fácil dar su opinión sobre la finalidad de este libro.

Rememoremos un poco: la “Filosofía de la Libertad” apareció en 1893 y como es natural las ideas
que ella contienen nacieron en esa época. Admitido esto ¿qué sentido pueden tener las siguiente
palabras, que constituyen el punto culminante del artículo: “Estos hombres libres, según el Dr.
Steiner, ya no son hombres; todavía sobre la Tierra ellos pertenecen al mundo de los ángeles; es a
esto donde les ha conducido la Antroposofía”.

He aquí con que consciencia nuestros eruditos escriben en la actualidad. Con igual conocimiento
un doctor en teología escribió que aquí se ha construido una estatua del Cristo de nueve metros
de altura y que arriba tiene rasgos luciféricos y abajo lleva marcas de bestialidad; esto contradice
el hecho de que esta estatua del Cristo tiene una cara puramente humana, ideal y que abajo ella
no es más que un bloque de madera informe. Por otro lado este doctor no dice que estos
informes le han sido facilitados ya que él jamás se encontró delante de la estatua.

Dejando a un lado estos ataques se puede proponer una pregunta: ¿Qué clase de teólogos son
estos?, ¿qué clase de cristianos?, ¿qué clase de educadores que tienen semejante relación con la
verdad y la sinceridad y de qué naturaleza es una ciencia que trabaja con ese espíritu de verdad y
sinceridad?. Semejante ciencia es la que hoy día desde las cátedras y los libros, es la que hoy
vive la humanidad.

Entre todas las tareas que le incumben la Ciencia Espiritual debe también purificar nuestra
atmósfera espiritual de todas las miasmas de la falsedad y la mentira que reinan no solamente en
la vida exterior sino que también ganan los dominios de la ciencia desde donde se extienden
devastadoramente en la vida social. Es preciso encontrar el valor de hacer luz sobre todas estas
cosas, pero para ello hay que entusiasmarse con una concepción del mundo que lance de verdad
un puente entre el orden moral y el orden físico del mundo, que pueda considerar al sol luminoso
también como una concentración de pensamientos cósmicos declinantes y ver en esto que desde
las profundidades de la Tierra brota la promesa que subsistirá en el porvenir, un germen que
colmara el mundo de su naturaleza de voluntad.

Traducido por Mercedes Arnaldes y Gracia Muñoz.

[1] [Dr. Steiner estaba aquí describiendo en la pizarra las tres variaciones de la curva de Cassini.
Uno de ellos es similar a una elipse, el segundo a una figura de ocho (Lemniskate) el tercero se
compone de dos partes separadas. -Ed.]

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