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Sanación a través de la Eucaristía

(Por el P. Peter B. Coughlin)

En cada Misa rezamos, ‘…una palabra tuya


bastará para sanarme’. En las Escrituras se nos
habla a menudo de los milagros y las sanaciones,
los signos y las obras de Jesús y Sus discípulos. Se
nos anima a tener la ‘fe expectante’ de que el
mismo Jesús está continuamente atendiéndonos por
el poder y la acción del Espíritu Santo mientras los
corazones son tocados, las vidas son renovadas y
transformadas, a la gente se le da esperanza, valor
y aliento: al ver satisfechas las necesidades, las
oraciones contestadas y la fe cobra vida.

La intimidad con Dios es el beso de la presencia


de Dios en donde se revela el corazón de Dios,
donde recibimos un anticipo de la gloria, un destello
del éxtasis celestial. Somos besados por el amor de
Dios. Entramos en el lugar secreto del Altísimo, Su
presencia, y bebemos intensamente de la fuente de
Su salvación. Como el ciervo anhela el agua así
nosotros anhelamos al Señor. Abrimos nuestro
corazón a Él, le damos el primer lugar,
desarrollamos una sensibilidad especial a Su
presencia, Su misterio. Nos rendimos al Dios de las
sorpresas, le damos el control, nos adentramos
intensamente en Su presencia. Le ofrecemos una
oración real, genuina, vulnerable, sentida,
persistente. Nos acercamos a Él con un corazón
expectante, desbordado por Su presencia. Él es
nuestro Amado, la Vida misma, el que bautiza, el
Sanador, el que es completamente deseable, el
Novio celestial, Jesús.
La intimidad es la relación con otro que fluye de
una profundidad de conocimiento y comprensión
que no comparte nadie más que los dos individuos.
Exige elegir y asumir riesgos. Implica descubrirse,
revelando el auténtico tú, tu ser más interior, tus
pensamientos, sentimientos, emociones,
necesidades escondidas. Exige honradez,
transparencia ante el Señor. ¿Quién es tu Amado? El
que te invita a descubrir una profundidad de
relación que nunca soñaste que existiera. Es segura,
afirmada, secreta. Es ese lugar de relación,
conocimiento y amor de Jesús, Jesús el que sana,
libera y hace nuevo.

Más y más personas se están acercando a Jesús


en la adoración del Santísimo expuesto,
encontrando paz, intimidad, transformación y
sanación, sólo de estar en Su presencia. Por todas
partes las personas están yendo a Jesús en lo que se
llaman Misas con oración de sanación. En éstas
existe expectación y las personas son sanadas,
restauradas, curadas de sus dolencias, y liberadas
de sus depresiones, miedos y pesos mientras se
acercan a recibir oración de sanación. El Señor
puede sanar y lo hace con soberanía. Lo puede
hacer en cualquier momento de la liturgia, antes,
durante o después. En efecto, en cada Misa hay
sanación porque el Señor está siempre haciendo Su
obra.

Personalmente, he estado implicado en el


ministerio de sanación desde 1972 y he sido testigo
de incontables milagros y sanaciones a través del
ministerio de Jesús. Mi gran alegría es estar
implicado en este ministerio de sanación y veo que
mi ministerio particular es alentar la fe expectante y
facultar a las personas para orar por la sanación.

A menudo ejerzo mi ministerio por medio de la


Eucaristía predicando sobre Jesús que sana,
compartiendo algunas de las experiencias de mi
propia vida, y luego tratando algunos de los muchos
impedimentos para recibir la acción sanadora del
Señor. Entre ellos están la falta de perdón, la
sensación de indignidad, el miedo, los
malentendidos sobre el sufrimiento redentor y el
tema de ofrecerlo, la sensación de rechazo, el
centrarse en el problema más que en el Señor, y los
problemas de control.

Las personas necesitan recibir oración cuando


están preparadas para recibir, no cuando están
centradas en sus necesidades. Nos encontramos
con el Señor sanador en el misterio de la Eucaristía
y luego oramos específicamente por la sanación al
final de la celebración, una vez que nos hemos
apartado del pecado, nos hemos centrado en Jesús
y le hemos recibido en comunión. Le permitimos
que nos diga la palabra que nos sana, le damos
permiso para hacerlo.

Con frecuencia, en mi ministerio enseño a


personas a orar por la sanación de la siguiente
manera. Primero les pongo en grupos de tres y les
numero del 1 al 3. Luego le digo al nº 1 que él/ella
recibirá la oración de sanación, el nº 2 dirigirá la
oración y el nº 3 apoyará la oración. Luego le
ordeno al grupo que: el nº 1 le diga al 2 y al 3 cuál
es la necesidad de sanación; al nº 2 y 3 que pongan
suavemente una mano en el hombro del nº 1. Le
pido al nº 1 que se centre en el Señor, utilizando su
imaginación para ver a Jesús acercándose a sanarle;
dando a Jesús permiso para realizar la sanación; y
luego a recibir, no pedir, sólo recibir. El nº 3
administra el amor de Dios y un toque sanador,
apoyando la oración del nº 2. El nº 2 administra el
poder de la Palabra de Dios con autoridad. Tanto el
2 como el 3 tienen que estar abiertos a la visión o a
una palabra de aliento, profecía, o palabra de
sabiduría/conocimiento para la persona por la que
acaban de rezar. Luego después de compartir la
palabra o visión cambian de sitio hasta que cada
uno ha recibido la oración, ha dirigido la oración y
ha apoyado la oración. La oración dirigida por el 2
se centra en Jesús como sanador. Se recuerda algún
pasaje sobre la sanación, luego se le pide a Jesús
que sane a través del poder del Espíritu. Después de
esto se pronuncia una palabra de autoridad: en
nombre de Jesucristo, se sanado (liberado,
restaurado) para gloria del Padre, la bendición de la
persona y la bendición de aquellos a quienes sirven
(esto es, las razones para la sanación).

Hay muchas maneras de dirigir el ministerio de


sanación. Pero recuerda que Jesús es el que sana.
Cuanto más estemos en relación íntima más se hace
evidente el poder del Espíritu en nuestras vidas.
Cuanto más nos acerquemos a Jesús con fe
expectante más sanación recibimos por medio de la
Eucaristía.

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