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Anarquismo

Incluso Rousseau, quien creía en la inocencia natural del hombre, pensó que
en último término la vida sin un gobierno sería intolerable. Con todo, algunos
pensadores anarquistas han tratado de oponerse a esta conclusión. El
anarquista ruso, Piotr Kropotkin, sostuvo una concepción parecida según la
cual todas las especies animales, incluida la humana, progresan mediante el
«apoyo mutuo». Ofreció tal concepción como alternativa a la teoría de la
evolución de Darwin, según la cual la evolución es fruto de la competición.
En opinión de Kropotkin, las especies más aptas son aquellas que están
preparadas para la cooperación. Kropotkin fue capaz de ofrecer pruebas
impresionantes de cooperación en el reino animal, y otros anarquistas han
sostenido —a todas luces, correctamente— que hay una lista interminable de
ejemplos de cooperación no coercitiva entre los humanos. Muchos filósofos
y científicos sociales han aceptado que incluso unos agentes sumamente
egoístas tenderán a desarrollar patrones de conducta cooperativa, incluso por
razones puramente egoístas. A largo plazo, la cooperación es mejor para cada
uno de nosotros. En un estado de guerra que es dañino para todos, unas
criaturas racionales autointeresadas aprenderán finalmente a cooperar.
Sin embargo, tal como Hobbes habría prontamente señalado, por
muchos indicios que haya sobre cooperación, y por muy racional que esta
cooperación pueda ser, existe todavía una gran cantidad de pruebas sobre la
existencia de competición y explotación, situaciones que muchas veces
parecerán ser también racionales. Y, al igual que sucede con una manzana
podrida, una pequeña cantidad de conducta antisocial puede extender sus
efectos perniciosos a través de todo lo que toca. El temor y la sospecha
corroerán y desgastarán una gran cantidad de cooperación espontánea o
evolutiva.
El anarquista tiene la posibilidad de responder que no hay tales
manzanas podridas. O, si las hay, puede insistir en que ello se debe a los
gobiernos: como sugiere Rousseau, nos hemos corrompido y ablandado. Los
anarquistas critican que propongamos la creación de un gobierno como
remedio a la conducta antisocial, cuando generalmente los gobiernos son
causa de esta misma conducta.
De todos modos, la idea de que el estado es la fuente de todas las
formas de lucha entre los seres humanos parece ser excesivamente optimista.
En realidad, la tesis parece socavarse a sí misma. Si todos somos buenos por
naturaleza, ¿por qué ha aparecido el estado opresivo y corruptor? La
respuesta más natural es decir que unos pocos individuos astutos y
codiciosos han logrado ocupar el poder mediante la utilización de distintos
medios vergonzosos. Pero entonces, si estos individuos existían antes de que
el estado apareciera, tal como debe ser según la teoría en cuestión, no es
verdad que todos seamos buenos por naturaleza. Por consiguiente, confiar
hasta tal punto en la bondad natural de los seres humanos parece utópico en
extremo.
De ahí que la mayor parte de anarquistas serios ofrezca otra respuesta.
La ausencia de gobierno no significa que no pueda haber formas de control
social de la conducta individual. La presión social, la opinión pública, el
temor a una mala reputación, hasta incluso el rumor pueden hacer sentir sus
efectos sobre la conducta individual. Los que se comporten de una forma
antisocial serán desterrados. Además, muchos anarquistas han aceptado la
necesidad de la autoridad de los expertos en la sociedad. Algunas personas,
por ejemplo, saben mejor que otras cómo cultivar alimentos y, por lo tanto,
es de sentido común aceptar su juicio. No sólo eso: en un grupo del tamaño
que sea, son necesarias unas estructuras políticas para coordinar la conducta
a medio y largo plazo. Por ejemplo, cuando haya un conflicto internacional
una sociedad anarquista también necesitará generales y disciplina militar.
Puede que en tiempos de paz también debamos aceptar la opinión de los
expertos y obedecer las reglas sociales. Los anarquistas afirman que estas
reglas y estructuras no equivalen a un estado porque permiten que el
individuo decida no participar: de ahí que sean voluntarias de una forma en
que ningún estado lo es. Como veremos en el próximo capítulo, el estado
reclama el monopolio del poder político legítimo. Ningún sistema social
anarquista «voluntarista» pide nada semejante.
Sin embargo, la existencia de personas antisociales que rechazan
participar en la sociedad voluntaria coloca al anarquista ante un dilema. Si la
sociedad anarquista se niega a tratar de reprimir la conducta de estas
personas, entonces corre el peligro de caer en una situación de conflicto
violento. Pero si obliga a estas personas a respetar las reglas sociales,
entonces, en la práctica, se convierte en algo indistinguible de un estado. En
resumen, tan pronto como la imagen anarquista de la sociedad se hace más
realista y menos utópica, también se hace más difícil diferenciarla de un
estado liberal y democrático.
Al final, tal vez simplemente nos falte una explicación de cómo sería
una situación pacífica, estable y deseable en ausencia de algo muy parecido
a un estado (con la excepción de las explicaciones antropológicas de las
pequeñas sociedades agrarias).

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