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-La carrera que le ha llevado a la élite mundial del ajedrez la inició usted en 1992 con
un viaje a España que le cambió la vida. ¿Suele recordarlo muchas veces?
-Esas cosas nunca se olvidan. Silvio me consiguió dos torneos en España, uno en
Elgoibar y otro en Oviedo. Y nos vinimos para aquí. Yo tenía 16 años. Fue un viaje muy
largo, de unos 4.000 kilómetros porque entonces no se podía cruzar Yugoslavia. Íbamos
en un viejo Citroen BX. La verdad es que pasamos mucho frío y mucho cansancio,
sobre todo Silvio que iba al volante y conducía desde las siete de la mañana hasta las
diez de la noche. Yo iba como un zombie.
El largo viaje
-Y allí inició su legendario periplo por España. 25.000 kilómetros jugando torneos y
más torneos.
-Sí, jugué todo el circuito. Me acuerdo que gané 6 torneos seguidos: Benidorm, Orense,
San Fernando, Jerez de la Frontera, Santa Marta... El sexto no me acuerdo. Para mí fue
muy importante. Subí muchos puntos Elo y conocí a gente que me ayudó mucho. Me
gustaría que cites a Miguel Ángel Muela, el presidente de la Federación Vasca, a Josu y
Juan Carlos Fernández, a Andoni Madariaga, a César Pérez... Seguro que me olvido de
alguien.
-La vida de un jugador de abiertos es un poco bohemia. Pero lo nuestro era distinto.
Nosotros éramos muy serios y ambiciosos. Nuestra idea era subir de nivel y salir de los
'open'. Y trabajamos mucho para conseguirlo.
-Seguro. A mí me cuesta mucho estar solo. Para mí es fundamental entrenar con otra
persona. Para mejorar entrenando solo tienes que ser un fanático del ajedrez y yo no lo
soy.
-No, no lo soy. A mi me encanta el ajedrez. Me encanta poner Internet y ver las partidas
on-line. Pero no soy un fanático. No lo soy en el sentido de que no vivo obsesionado por
el ajedrez.
El dedo en la llaga
-No hay una receta. Supongo que hacen falta muchas cosas: talento, capacidad de
trabajo, capacidad de concentración... Y lo más importante: la memoria.
-Es usted un jugador muy apreciado por el público. Se valora mucho su juego, que sea
combativo, inconformista, que no suela ir a las tablas fáciles.
-A veces me perjudica jugar así. Yo juego para ganar y a veces arriesgo demasiado. De
cara los espectadores es muy bonito, pero en ocasiones me hubiera venido mejor ser
más conservador porque mis rivales, sabiendo como soy, me esperan.
-No. Como dicen los rusos, el que no arriesga no bebe champán. Pero a veces igual
necesito ser un poco más prudente para que no me corten la cabeza. Porque a este nivel,
cuando arriesgas demasiado te cortan la cabeza.
-Al reves. En el ajedrez no hay perdón, estás obligado a ser cruel. Si ves la más mínima
debilidad en un jugador, tú también intentas aprovecharla. Todos vamos a poner el
dedo... ¿Como se dice? ¿En la herida?
-En la llaga.
-Eso, en la llaga. Yo el otro día le encontré una debilidad a Adams y le gané. Pues bien,
Kasparov hizo lo mismo. Fue directo. ¿Pam!
-Me falta un poco. A veces debería ser más pragmático, jugar con más paciencia y no
tanto para el público.
-No. Lo que me ocurre es que, cuando veo una jugada interesante, aunque me de cuenta
que es arriesgada, me lanzo a ella. Y claro, a veces me complico y pierdo. Debería
controlarme más.
-De ahí que guste usted tanto a los organizadores de torneos y a los aficionados.
-¿Cómo vive las derrotas? Se lo pregunto porque, en general, los ajedrecistas suelen
sufrir mucho cuando pierden, como si la derrota tuviera algo de humillación.
-Lleva usted casi una década entre los diez mejores del mundo...
-Sí, desde 1996. En marzo de aquel año gané un torneo muy fuerte en Amsterdam. Gané
a Kasparov y a Anand y subí mucho. Desde entonces no he salido del top 10.
-Las dos cosas son difíciles.Yo tuve una temporada de crisis. Cuando te metes entre los
10 mejores, te entran dudas. ¿Qué haces? Ir para arriba, pero arriba está Kasparov. Me
veía desorientado, sin confianza, con la sensación de que había llegado a mi techo.
Ahora lo llevo mejor. Tengo confianza en llegar más arriba.