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American Pie

Sonia Chocrón

Como de costumbre, los niños berreaban en la parte trasera del coche


como cada vez que hacían largos viajes por carretera. Quedaba solamente una
barra de chocolate y Erica y Juan Pablo apetecían la golosina al mismo tiempo, y
completa.
Por eso Milena cerraba los ojos al paisaje de la Turnpike en un hermoso
día de verano en la Florida, aunque eso significara privarse de la planicie azul.
Eran sus dos hijos preadolescentes en la eterna disputa diaria, sólo que esta vez,
contenidos por los cristales de una van rentada para el último viaje que haría la
familia reunida.
Milena pensaba que era difícil que los chicos permanecieran en casa por
mucho tiempo más. Erica quería marcharse el próximo año a una universidad
norteamericana y Juanpi... quién lo sabía, aún le esperaban tres años más de
escuela, pero también terminaría por irse.
Rafael sólo conducía como si nada en derredor le disturbara. Pero
ciertamente los niños no dejaban que Milena escuchara las frases cálidas que
susurraba Carole King desde el reproductor del automóvil; así que aún con los
ojos velados, la madre tanteó el panel de los controles hasta encontrar la perilla
del volumen. La hizo girar y entonces la voz de aquella mujer invadió todo el
recinto cerrado del auto y resonó will you still love me tomorrow, en vivo, con
aplausos del público y Milena recordó su propia adolescencia llena de sueños y
buenos augurios, las patinatas de la calle ciega en diciembre, las fiestas bailables
de la preparatoria y su primera relación sexual. Carole King siempre cantaba y
tocaba su fibra de joven romántica. Por eso había preparado con esmero el
repertorio musical para el viaje a Disneyworld. Tenía la ilusión de rodar
relajada, aspirando el paisaje y rememorando la juventud que ya no tenía,
soñando con los veinte años.
Ahora estaba casada y tenía dos hijos imberbes que se abofeteaban como
un par de tontos de comedia de televisión y Rafael simplemente se quedaba
callado como cada vez que discutían, como cada vez que se amaban a oscuras,
como cuando su padre murió, como cuando lo despidieron, junto a dieciocho
mil más, de su empleo en la petrolera estatal y como cuando se hicieron trizas
las torres gemelas con su hermano Antonio dentro, en el piso 22.
De ahí que el camino no fuera lo que ella había imaginado tan solo
porque sus hijos estaban enfrascados en el duelo sin fin de los hermanos que se
aman y porque Rafael permanecía incólume y silente siempre que había algo
que decir.
Pasaron las salidas de Okechobee y Kissimee y en la siguiente estación de
servicio Rafael decidió hacer una parada para que todos fueran al baño y para
reponer la gasolina consumida durante el trayecto. Pensó que tal vez el inciso,
el paréntesis del itinerario, unos minutos para poder abstraerse, pondría fin al
barullo de los chicos y al volumen de los acordes. Tonight you’re mine/ completely.
So please…
-Veinte años de casados no es poca cosa- pensaba Rafael con orgullo.
Formar una familia, hacer un hogar y mantenerlo por tantos años era una
victoria que consideraba propia.
Erica sería muy pronto una hermosa mujer, tal vez se casaría en breve y
les daría nietos. Juanpi no era muy guapo, pero si muy inteligente. Sacaba
estupendas calificaciones en la escuela y era un destacado jugador del equipo
de béisbol. Milena seguía siendo una mujer atractiva a sus cuarenta años y él
todavía no pintaba la misma enorme barriga que tenían todos sus amigos de la
infancia.
Se introdujo en el inodoro de hombres, se bajó la cremallera y destapó su
miembro flácido. La descarga fue un alivio casi del mismo tenor que el silencio
forzado de los chicos. Cuando estuvo listo, se distrajo observando las pintas de
las paredes, le parecieron graciosas y ocurrentes, ese era uno de los talentos que
más admiraba en los demás. El era un hombre organizado, pero no demasiado
vivaz.
De momento, no le corría prisa por regresar al coche, así que las estuvo
leyendo detenidamente hasta que otro hombre entró al lavabo.
De inmediato se sacudió su miembro y regresó la cremallera del jean a su
lugar, se lavó las manos y salió. Afuera le esperaban ya sus hijos y su esposa,
dentro de la van.
Pagó el combustible por adelantado en la cabina y cuando regresaba a su
auto, un hombre joven lo interceptó inesperadamente.
Era el otro individuo del lavabo, un ser anónimo y sin rostro que también
acaba de orinar.
-Hermano, necesito dinero-
Era inquietante. Parecía no haberse aseado en días. Y sin embargo, su
aspecto era gentil.
Ajena, Milena se miraba en el espejito retrovisor, los labios bien
delineados y carnosos y tres arrugas sutiles en su frente de tanto contraer el
ceño dentro de casa.
-En serio, hermano. Es de vida o muerte. Debo poner gasolina a mi auto
o si no, no llegaré jamás-
Milena sintió el peso de una oquedad invisible, descomunal, sobre su
hombro derecho y tuvo que alzar la mirada con urgencia. Topó con dos ojos
azules espesos y difíciles. Continuó por la línea divisoria de una nariz aguileña
y terminó en la perilla rala y sin afeitar del hombre que estaba junto a su
esposo.
Rafael le hizo caso omiso al desconocido pero se percató a la perfección
del matiz impaciente del joven y, al mismo tiempo, de su ánimo burlón. Lo
esquivó sin disimulo y fue hasta su coche. Introdujo la manguera y activó el
llenado. Pero ya era demasiado tarde.
Erica y Juan Pablo no hablan. Mascullan una barra de baberuth, y sólo
permanece el zumbido de las nueces que se quiebran tercas. Milena se
sobrecoge por el repaso que el desconocido le desparrama a la distancia a través
de la transparencia de la ventanilla. Una mirada temeraria, impertinente, fálica.
Los chicos trituran la golosina, las mandíbulas incesantes. En medio del
silencio, cada bocado del chocolate se desliza sobre muelas y lenguas
empalagadas. Se adhieren, se retuercen, resuellan.
-“Ma” ¿Qué miras?- pregunta Juanpi con la boca inundada. Intuye
perfectamente a quién mira.
Pero Milena lo disimula mientras presiona por segunda vez play.
Is love I can be sure of/ tonight.
El extraño mantiene los ojos sembrados en el rostro de ella, así que el
hombre decide avecinarse a la mujer para verla de cerca. I want to know when the
morning light.
Desde la manguera y su aroma hondo a carburante, Rafael rastrea la
efigie de su esposa con pavura. Mira al hombre llegar hasta la ventanilla de su
mujer, percorrerla desde el rostro hasta sus muslos y hablar sin emitir sonido
alguno.
Milena lo observa a través del vidrio, lo mismo que Juanpi y Erica. Sus
músculos bien sembrados, el tono dorado de su piel joven. Los ojos azulísimos,
los dientes perfectos. Entona los labios con cada palabra exagerada, se regodea
en las vocales, las extiende, y oprime las consonantes.
-Necesito gasolina para ir a visitar a mi mami-
Repite, aúlla, para-ir-a-visitar-a-mi-maaa-miii
Los tres dentro del auto sienten miedo, pero Milena mucho más porque
su aprensión es diferente. El suyo es el temor a lo que se desea, como cuando
bailaba muy guarecida con algún chico en las fiestas de la pubertad y deseaba
más. Una mano deslizándose desde dentro de su falda, unos dedos
interceptando botones y arrullando sus pechos, un espesor en la vagina, un
latido impaciente.
Trata de mirarlo de nuevo, de convencerse de sus malas intenciones pero
sólo atisba sus dientes súbitos, sus propios sueños olvidados de adolescente y
las pestañas de él negras como el pentagrama musical. A Milena le duelen los
ojos.
El orificio oscuro de un revolver se posa sobre el trasluz en un abrir y
cerrar de ojos. Erica comienza a llorar y desde afuera, prendido a la manguera,
Rafael observa. Hace el amago de acercarse al criminal pero retrocede ante el
agujero amenazador del arma.
Milena baja la ventanilla y el hombre le sonríe con lozanía, deja al
descubierto la intimidad de su boca, su encía, su lengua irreprochable. Sus ojos
también se alegran y tres arruguitas alrededor le hacen una comparsa tierna.
-¿Quieres acompañarme a visitar a mi mami?-
Todo se detiene en la gasolinera. Los fluidos, las miradas y los músculos.
Todo menos el pánico.
Will you still love me tomorrow
Milena busca los ojos de Rafael y están allí, temblorosos y vivos, oteando
de un lado a otro sus posibilidades: el hombre tiene un revólver, apunta a su
mujer; sus hijos están dentro del auto. Y él está desarmado, literalmente, en
cuerpo y alma.
Con serenidad, Milena le entrega un billete de cincuenta dólares. El joven
lo toma y acaricia la mano de ella. Se erizan.
-Ven conmigo- le pide el joven a Milena con enorme dulzura.
-Ya tiene el dinero para la gasolina, ahora déjenos- reclama Rafael
camuflado en su esquina.
-Ven conmigo, por favor-
-No puedo dejar a mis hijos, no me pidas eso-
-Te lo estoy rogando-
Ahora Rafael está seguro de que debe actuar. Camina dos pasos pero el
inefable ojo del revólver se posa sobre su pecho sin remedio. El esposo cree que
está dispuesto a morir.
-Hermano, quédate en tu sitio- le advierte el joven con su rostro angelical
y saludable.
Rafael porfía tímidamente. Dentro del auto, los niños comienzan a gritar
de nuevo, como cuando peleaban por el chocolate. De la misma forma, con el
mismo furor que antes y que siempre.
Así que Milena sube el volumen a Carol y sella sus ojos.
You gave your love so sweetly/ tonight the light of love is in your eyes/ but will
you love me tomorrow
-Tengo cuarenta años, de qué te serviría- musita Milena aún con los ojos
cerrados, resguardándose del deseo.
-Para contarte mi vida, para bailar desnudos, para descubrirte toda, para
que me acompañes durante un largo camino a ninguna parte.
Tonight in words unspoken you said that I’m the only one/ but will my heart be
broken/ when the night meets the morning sun
Rafael no puede escuchar nada porque la King, con el torrente de su
clamor, opaca todo sonido. Trata de leer los labios de él, los de ella, pero es
inútil. Ni siquiera puede comprender la catadura de sus gestos, mucho menos
qué significa la expresión anhelante de sus aires.
I’d like to know/ that your love is love that I can be sure of/ so tell me now and I
won’t ask again
Y entonces el criminal entona la última frase, la que es crucial, la estrofa
en la que Carol descarga toda su efusión y el individuo canta y se estremece -
will you still love me tomorrow/ baby will you still love me tomorrow.
Y atardece en la Turnpike; Milena, muy queda, puede percibir la tarde
majestuosa mientras el joven guarda su revólver y conserva el billete en uno de
los bolsillos de su blue jean maltrecho, como si fuera una reliquia invalorable
junto al sabor de la oración final de Carole King; su autito rojo y mustio lo
espera. Así que se abastece de gasolina y se va sin pagar.
Milena se siente más defraudada aún que en los últimos quince años y
comienza a llorar y justo en el momento en que Rafael se dispone a abordar
nuevamente el lugar del piloto, desesperado y queriendo abrazar a su familia
salva, ahogado, Milena se desliza por el asiento de cuero rojo, clausura los
seguros y enciende el auto. Y parte.
Milena y sus dos hijos adolescentes, ahora reservados y discretos, van
por la Turnpike a toda velocidad. Les espera el viaje a Walt Disneyworld. En el
camino, a doscientas millas de un esposo desatendido, el auto bermellón y
mustio del hampón inusitado, se encuentra inerte en el hombrillo de la vía. Solo
y abandonado, como Rafael. Lo flanquean dos patrullas de policía; los agentes
no hacen otra cosa que preguntarse por cuál de los caminos llanos y verdes se
ha desvanecido un hombre.
Milena disminuye la velocidad, trata de averiguar, de ver más allá de la
distancia y de sus pupilas. Nada por ninguna parte.
Ahora Carol King no tiene competencia.

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