You are on page 1of 8

Suecos en Chile

(de la Colonia a la Independencia)

Este pequeño trabajo está concebido como un testimonio de gratitud hacia la nación
chilena. Mis padres, mis hermanos y yo recibimos el asilo generoso y la franca
hospitalidad de Chile cuando la violencia política de nuestra patria, Colombia, nos
obligó a buscar refugio en otras tierras. Chile fue nuestra segunda patria durante más de
veinte años, y por eso conservamos en el corazón una inmensa gratitud y un entrañable
cariño hacia esa nación y su pueblo.

Cuando comencé a preparar estas líneas, imaginaba que podría concentrar mi


atención en dos ciudadanos suecos cuyas actividades en Chile, durante el
período de la Independencia, ofrecen un cuadro bastante ilustrativo de las
relaciones entre Suecia y Chile en aquella época turbulenta. Llevaba ya
escritas dos páginas cuando tropecé con lo que he dado en llamar "El extraño
caso de los 27 Príncipes Chilenos" y como el asunto me pareció curioso e
interesante me decidí a exponerlo aquí.

El Reino de Araucanía y las armas suecas


En abril de 1705 llegó al cuartel general del Rey sueco Carlos XII, en
preparativos de su ofensiva contra Alemania después de haber puesto de
rodillas a Polonia, un emisario portador de un despacho enviado por el
ministro sueco en La Haya, Palmqvist. Por medio de este documento se
informaba al rey que un negociante inglés, de apellido Crocson, se había
presentado mostrando credenciales de representación otorgadas por 27
príncipes chilenos, quienes le habían dado la misión de iniciar relaciones
comerciales con el Reino de Suecia. Anunciaba que dos navíos "ricamente
cargados" con especias orientales y productos sudamericanos, además de 800
doblones de oro, se hallaban navegando hacia Europa y que los 27 príncipes
chilenos solicitaban autorización del rey sueco para vender esta carga en sus
dominios, indicando que no querían comerciar con ninguna otra nación y
agregando que estaban interesados en comprar de este país papel, hierro,
armas, material de guerra y "otras cosas que podrían necesitar". Se solicitaba,
para estos efectos, que los navíos en cuestión fueran autorizados a hacer
puerto en Carlburg o en Stade, o incluso en la isla de Koster, cerca de
Noruega.

Sabemos, por documentos de archivo, que el rey Carlos XII remitió el asunto
para consulta a la Secretaría de Comercio y allí, por alguna razón que
ignoramos, se han perdido los rastros de la diligencia. Si hubo o no venta de
armas, no podemos saberlo. Pero tal vez resulte más fructífero hacer una breve
reflexión sobre este curiosísimo episodio.

En verdad, no era esta la primera vez que los caciques mapuches de Chile
intentaban comprar armas en Europa para adelantar su indomable guerra
contra el dominador español. Ya a comienzos de 1614 se habían capturado a
los holandeses documentos que demostraban que ciertos negociantes de
Amsterdam estaban en trance de formar alianzas políticas y comerciales con
los jefes indígenas de la Araucanía para estos efectos. España debió luchar
durante más de dos siglos, tanto en los mares y costas como en las antesalas
de las cancillerías europeas, para neutralizar estos intentos, a veces holandeses
y a veces ingleses, de socavar su imperio colonial en la región austral. Pero lo
que resulta notable es que una empresa contrabandista inglesa, la de Mr.
Crocson, haya concebido la idea de establecer nexos comerciales y políticos
entre el Reino de Suecia y los príncipes mapuches de la Araucanía.
El momento en que este proyecto se manifestó no puede pasar indavertido. Se
libraba entonces una verdadera guerra mundial, la Guerra de Sucesión
Española. Se combatía en toda Europa, en los mares de la China y de la India,
en el Caribe y en el Pacífico Sur. Los corsarios ingleses y holandeses
acosaban a las flotas españolas en las Filipinas, frente a La Serena, en las
cercanías de Cartagena de Indias, El Callao, La Habana y Veracruz. Los
ingleses fundaban establecimientos comerciales en las costas de Nicaragua y
los holandeses proveían de armas y dinero a los indígenas Cunas y Guajiros
de la Nueva Granada. No se necesitaba ser un genio de los negocios, por
tanto, para suponer que los indómitos mapuches, guerreros invictos durante
dos siglos de combates con las huestes castellanas, podrían interesarse en
comprar algunos de los artículos bélicos que se producían en estas latitudes.

Marinos, aventureros, naturalistas


Muchos otros suecos tuvieron contacto directo con Chile y los chilenos, antes
de la independencia. Aquí solamente me limito a mencionar los casos más
interesantes.

Varios marinos suecos, al servicio de los ingleses o de los holandeses llegaron


a las costas chilenas durante los siglos 17 y 18. Por ejemplo, el teniente de
navío Axel Lagerbjelke (1703-1782) desembarcó en las costas de Coquimbo
en 1724, lo cual le valió conocer por dentro las cárceles españolas.
Peter Berg, nacido en Uppsala, fue capturado por los españoles hacia 1760, en
la región austral, se integró a la sociedad chilena, se casó con una criolla y
llegó a ser alcalde de San Felipe. Dejó descendencia que vive hoy radicada en
Chile, una parte de la cual dio forma criolla al apellido Berg cambiándolo por
Beri.
Las historias de estos pioneros de los contactos sueco-chilenos son
apasionantes, pues en la mayoría de los casos establecieron vínculos con la
población local, pese a las prohibiciones expresas de la corona española.
Algunos llegaban movidos por el afán de aventuras, otros por el interés del
lucro en prospecciones mineras o en comercio clandestino y otros, en fin, por
la pasión de los descubrimientos científicos. Se puede aquí recordar que el
botánico Daniel Solander (1733-1782) visitó la Patagonia en 1769 y obtuvo
autorización para realizar sus excursiones científicas allí.

El gran negocio de la independencia


Igualmente apasionantes son las aventuras de don Mateo Arnaldo Hoevel,
quien en realidad se llamaba Mathias Arnold Hävel cuando arribó a
Talcahuano, en noviembre de 1805, a bordo de una nave contrabandista
norteamericana: la fragata "Grampus". Aduciendo averías y la necesidad de
repararlas, los contrabandistas acostumbraban en aquellos años obtener
permiso de entrada en puertos españoles "por razones humanitarias" y
aprovechaban la ocasión para vender sus mercancías. El "Grampus" intentó,
pues, vender su carga, pero las autoridades locales actuaron con rapidez,
confiscaron el barco y la carga y encerraron en la cárcel a la tripulación. No
contaban con el señor Hoevel, quien además de tener el título de sobrecargo
era enérgico, audaz y muy simpático. Tenía entonces la nacionalidad
norteamericana, aunque declaraba con orgullo que su nación de origen era
Suecia. En efecto, había nacido en Gotemburgo en 1773.

Hablaba una cantidad de idiomas, incluido el español, y sin duda debía hablar
muy bonito, pues con sus argumentos obtuvo su propia libertad y la de toda la
tripulación contrabandista. Viajó más tarde a España y logró la devolución del
navío "Grampus" y una indemnización completa por la carga. Se estableció
luego en Santiago, en cuyas cercanías compró un fundo (predio agrícola) con
las ganancias obtenidas en sus manejos comerciales.

En septiembre de 1810 participó en las reuniones y juntas que prepararon el


histórico pronunciamiento del día 18, que daría lugar a la formación de la
Primera Junta. Escribió entonces un informe detallado al presidente
norteamericano, Madison, ofreciendo sus servicios como mediador
diplomático en funciones consulares. Obtuvo el cargo y se desempeñó en él
con habilidad, produciendo beneficios para el comercio norteamericano, para
los círculos comerciales chilenos y para él mismo. Su fortuna crecía pareja
con su renombre. En marzo de 1811 presentó al gobierno chileno una
propuesta formal del gobierno de los Estados Unidos para establecer
relaciones más estrechas y duraderas.
Solicitó entonces y obtuvo la nacionalidad chilena. Fue el primer extranjero
nacionalizado por el nuevo estado. Realizó la importación de la primera
imprenta y todos sus accesorios, así como del papel necesario para su
funcionamiento en gran escala. En esa imprenta se publicó el primer periódico
del país, La Aurora de Chile, en cuyas páginas escribió el mismo Hoevel,
siendo encargado también de las traducciones de los artículos extranjeros.
El historiador Pereira Salas, biógrafo de Hoevel, ha dicho que a veces "el
negociante Hoevel estaba primero que el patriota Hoevel". Axel Paulin, cuyo
excelente libro sobre destinos suecos en Sudamérica (Svenska öden i
Sydamerika) todavía no ha sido superado, acepta este juicio e insinúa un
cierto reproche contra Hoevel. A mí me parece, sin embargo, que la
Independencia de las colonias españolas en América fue necesariamente un
proceso impulsado por quienes tenían mucho que ganar en él, y por tanto no
deben verse las actividades comerciales y las patrióticas como recíprocamente
excluyentes sino, por el contrario, como indisolublemente entrelazadas y
armonizadas en el proceso de gestación de la nueva nación.

En 1812, los Estados Unidos remplazaron a Hoevel en sus cargos consulares,


enviando al célebre Poinsett. Ese mismo año se casó nuestro personaje con
una dama criolla, doña Catalina Echánez.

Durante la Reconquista Hoevel fue capitán de milicias y participó en la


defensa de Santiago, lo que le valió ser aprisionado por los españoles y
confinado a la isla de Juan Fernández. Sus bienes fueron confiscados. Su
cautiverio duró casi dos años. A comienzos de 1817 los Estados Unidos
iniciaron las presiones para obtener su libertad. Los triunfos subsiguientes de
los patriotas en Chacabuco primero, y luego en Maipo, trajeron nuevos días de
prosperidad para este sueco chilenizado.

Fue nombrado intendente de Santiago y jefe del Tribunal de Alta Policía por
el gobierno republicano. Pronto se hizo impopular, porque prohibía las
aglomeraciones de vendedores ambulantes, ponía multas a quienes tiraban
basuras en la calle, castigaba a quien dejara perros muertos en la vía pública.
Insistía en que los habitantes de Santiago debían comportarse como los
ciudadanos de Estocolmo y otras extravagancias por el estilo.

Peor aún. Le parecía un escándalo que un templo se construyera en mitad de


la calle, interrumpiendo la circulación, sin respetar la línea de la avenida.
Pretendió, en consecuencia, que el famoso templo de San Francisco fuera
cambiado de lugar. Los vecinos de Santiago de Chile dieron su opinión sobre
el asunto, de manera que el señor Hoevel se tuvo que ir de la intendencia y el
templo de San Francisco se quedó donde estaba, y donde todavía se encuentra
en la actualidad: estorbando el tránsito en la Alameda, la principal avenida de
la capital.
Pero la República necesitaba de sus servicios. O'Higgins le encargó la tarea de
suministrar los equipos y vituallas de la Expedición Libertadora del Perú. Lo
hizo con su eficacia habitual y ganando también con ello mucho dinero. Fue el
proveedor único de los cañones, fusiles, uniformes, correajes, municiones y
víveres de la expedición. Los barcos de la Expedición Libertadora quedaron
muy bien surtidos y la bolsa del ciudadano Hoevel engordó con unos cuantos
millones de pesos fuertes.

Debía suponerse que nuestro héroe se aseguraba con esto una vejez apacible y
próspera. Pues no. Todo esto le produjo un mortal ataque de apoplejía el 13 de
agosto de 1819.

Un agente secreto del Reino de Suecia


El 24 de noviembre de 1819, tres meses después de la muerte de Hoevel,
moría otro sueco importante: Johan Adam Graaner, oficial del Estado Mayor
del Príncipe Bernadotte y agente confidencial del rey sueco en los países del
Cono Sur. Había emprendido su primer viaje a Sudamérica en 1815, visitando
Río de Janeiro y luego Buenos Aires, donde estableció contactos con los
dirigentes del gobierno criollo. Sus relaciones con Pueyrredón fueron desde el
primer momento excelentes y esto le abrió muchas puertas: fue el único
extranjero que pudo estar presente en las deliberaciones del histórico
Congreso de Tucumán, que declaró la independencia argentina. Allí registró
con detalle las deliberaciones e intervenciones de los patriotas, mostrando
gran interés por la propuesta monárquica del general Belgrano, sobre la cual
hizo anotaciones interesantes.

Se ha dicho que Graaner llevaba el encargo secreto de sondear las


perspectivas de un régimen monárquico en el Cono Sur y las posibilidades que
tendría la candidatura de Bernadotte a ese trono. Entre los notables criollos se
le mencionaba con frecuencia como "el emisario de Bernadotte", lo cual es
muy sugestivo. A fines de 1816 inició Graaner su regreso a Suecia, trayendo
un mensaje personal de Pueyrredón para Bernadotte. El informe que preparó
entonces para su rey, escrito en francés, extenso y detallado, indica el gran
interés de la corona sueca por la apertura de relaciones comerciales con las
nuevas naciones latinamericanas.

Graaner permaneció un año en Suecia y a fines de 1817 emprendió un nuevo


viaje hacia el Cono Sur. En Argentina, los triunfos militares del general San
Martín le abrieron el camino hacia Chile. Tenía ya entonces el carácter de
agente secreto sueco, con instrucciones de revelar su misión únicamente al
negociar directamente con un jefe de estado. El Profesor Magnus Mörner,
eminente latinoamericanista sueco, ha mostrado la relación entre el gran
interés que Graaner mostró por las riquezas minerales de Chile y los deseos de
la corona sueca de obtener ventajas con la importación de minerales preciosos
de ese país.

Graaner hizo una excursión en las zonas mineras del Norte Chico y escribió
un informe al gobierno chileno, tan bien concebido, que obtuvo una concesión
minera para él mismo y varias ventajas para eventuales mineros suecos que
pudieran llegar al país. Esto lo entusiasmó hasta el punto de que decidió
adelantar su viaje de regreso, eligiendo la ruta del Pacífico. Por desgracia,
agobiado por una hepatitis adquirida en latitudes tropicales, murió en plena
navegación, a la altura del Cabo de Buena Esperanza.

Durante su estadía en Chile, Graaner fue muy asiduo de San Martín y su


familia, especialmente del suegro del Libertador, don Antonio de Escalada.
Escribió innumerables notas y apuntes, que sólo se han publicado
fragmentariamente, y de los cuales ofrezco aquí dos muestras, la primera
referida a San Martín, la segunda a don Bernardo O'Higgins.

"San Martín es un hombre de estatura mediana, no muy fuerte,


especialmente la parte inferior del cuerpo, que es más bien débil que
robusta. El color del cutis algo moreno, con facciones acentuadas y
bien formadas. El óvalo de la cara alargado, los ojos grandes, de color
castaño, fuertes y penetrantes como nunca he visto. Su peinado, como
su manera de ser, en general, se caracterizan por su sencillez y es de
apariencia muy militar. Habla mucho y ligero, sin dificultad ni
aspereza, pero se nota cierta falta de cultura y conocimientos de fondo.
Tiene un don innato para realizar planes y combinaciones complicados.
Es bastante circunspecto, tal vez desconfiado, prueba de que conoce
bien a sus compatriotas. Con los soldados sabe observar una conducta
franca, sencilla y de camaradería. Es impaciente y rápido en sus
resoluciones. Algo difícil de fiarse en sus promesas, las que muchas
veces hace sin intención de cumplir. No aprecia las delicias de una
buena mesa y otras comodidades de la vida, pero, por otro lado, le gusta
una copa de buen vino. Trabaja mucho, pero en detalles, sin sistema u
orden, cosas que son absolutamente necesarias en esta situación..."

Sobre el Libertador de Chile dice Graaner lo siguiente:

"O'Higgins... es hombre de unos treinta y dos años, de estatura


mediana, bastante corpulento, con cara redonda y rosada, que poco se
asemeja a la de los criollos en general. Su rostro no da la impresión de
un carácter firme ni apasionado. O'Higgins da la impresión de ser lo
que es, un soldado bueno, honrado y franco. Ama la comodidad,
cuando puede gozar de ella, y le repugna toda ocupación en que haya
de concentrarse, lo mismo que los problemas complicados. Por eso se
deja muchas veces convencer y acepta planes de cuyos propósitos o
maquinaciones no se ha dado cuenta muy bien. San Martín ejerce
mucha influencia sobre O'Higgins, especialmente porque éste último
está muy agradecido a su compañero de de armas argentino a quien es
deudor de su elevación política actual. Sin embargo, ahora está tratando
de independizarse de su compañero de armas argentino con gran
descontento de este último".

La muerte de Graaner en alta mar impidió que éste pudiera entregar


personalmente la carta amistosa que O'Higgins había escrito a Bernadotte de
su puño y letra. Pero la misiva llegó a su destino y hoy se encuentra en el
Archivo Nacional de Suecia. En ella, el Director Supremo de Chile expresa,
entre otras cosas: "Consolidada la independencia de estas regiones, los brazos
que ahora se emplean en la defensa de nuestros hogares se dedicarían al
fomento y cultivo de este suelo; la libertad, madre de la industria, desarrollaría
progresivamente nuestras riquezas naturales; y el comercio, que une con
vínculos poderosos los países más remotos, haría participar a la Suecia de las
ventajas que reportarán de nuestra Independencia todas las naciones".

Otros nombres de interés


Para concluir, quiero pedir disculpas por estas anotaciones tan incompletas y
ligeras. Tal vez en otra ocasión pueda dedicar más largo tiempo a seguir en
detalle la trayectoria de otros muchos suecos interesantes para la historia de la
república chilena. Cuando menos, algunas menciones son aquí
imprescindibles.

Cuando el conocido viajero Carl Edward Bladh llegó a Chile, en 1821, varios
compatriotas suyos residían allí ocupados en negocios, prospecciones mineras
u otras empresas lucrativas. Entre ellos se puede nombrar al comerciante
Gustaf Dahlström, de Estocolmo, al marinero Petter Elis, pintoresco nativo de
Karlskrona que se estableció en Valparaíso y cambió su nombre a Pedro
Eliseo.

Muchos artesanos del hierro y carpinteros reclutados por Chile para su


industria minera y la construcción de barcos, eran suecos. Bladh realizó
actividades comerciales y navieras durante siete años y luego publicó un
interesante libro titulado "Republiken Chile, åren 1821-28", impreso en
Estocolmo en 1837.

Nuestro amigo Hoevel no solamente introdujo máquinas y armas a Chile:


también importó a un sobrino suyo, Fredrik Freundt, quien trabajó para la casa
comercial Lynch, Hill & Co. en 1819 y luego se trasladó a Ecuador, donde se
dedicó al comercio y recibió de Simón Bolívar el encargo de mediar en las
negociaciones económicas entre Perú y Colombia.
La familia Nordenflycht tuvo grandes intereses mineros y agrícolas en Perú y
Chile desde 1748 hasta fines del siglo pasado, y una de sus más bonitas
mujeres, Constanza, fue durante años la amante secreta del severo ministro
don Diego Portales, organizador del Estado chileno.

El capitán Fredrik Petré acompañó a Graaner en su segundo viaje y luego pasó


con la Expedición Libertadora al Perú, donde intentó dedicarse a la minería
sin abandonar sus funciones de agente sueco. Petré nos ha dejado una
interesante descripción de Simón Bolívar.

Estocolmo, 1998.
(c) Carlos Vidales
Revisado y corregido, 2010

You might also like