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Este pequeño trabajo está concebido como un testimonio de gratitud hacia la nación
chilena. Mis padres, mis hermanos y yo recibimos el asilo generoso y la franca
hospitalidad de Chile cuando la violencia política de nuestra patria, Colombia, nos
obligó a buscar refugio en otras tierras. Chile fue nuestra segunda patria durante más de
veinte años, y por eso conservamos en el corazón una inmensa gratitud y un entrañable
cariño hacia esa nación y su pueblo.
Sabemos, por documentos de archivo, que el rey Carlos XII remitió el asunto
para consulta a la Secretaría de Comercio y allí, por alguna razón que
ignoramos, se han perdido los rastros de la diligencia. Si hubo o no venta de
armas, no podemos saberlo. Pero tal vez resulte más fructífero hacer una breve
reflexión sobre este curiosísimo episodio.
En verdad, no era esta la primera vez que los caciques mapuches de Chile
intentaban comprar armas en Europa para adelantar su indomable guerra
contra el dominador español. Ya a comienzos de 1614 se habían capturado a
los holandeses documentos que demostraban que ciertos negociantes de
Amsterdam estaban en trance de formar alianzas políticas y comerciales con
los jefes indígenas de la Araucanía para estos efectos. España debió luchar
durante más de dos siglos, tanto en los mares y costas como en las antesalas
de las cancillerías europeas, para neutralizar estos intentos, a veces holandeses
y a veces ingleses, de socavar su imperio colonial en la región austral. Pero lo
que resulta notable es que una empresa contrabandista inglesa, la de Mr.
Crocson, haya concebido la idea de establecer nexos comerciales y políticos
entre el Reino de Suecia y los príncipes mapuches de la Araucanía.
El momento en que este proyecto se manifestó no puede pasar indavertido. Se
libraba entonces una verdadera guerra mundial, la Guerra de Sucesión
Española. Se combatía en toda Europa, en los mares de la China y de la India,
en el Caribe y en el Pacífico Sur. Los corsarios ingleses y holandeses
acosaban a las flotas españolas en las Filipinas, frente a La Serena, en las
cercanías de Cartagena de Indias, El Callao, La Habana y Veracruz. Los
ingleses fundaban establecimientos comerciales en las costas de Nicaragua y
los holandeses proveían de armas y dinero a los indígenas Cunas y Guajiros
de la Nueva Granada. No se necesitaba ser un genio de los negocios, por
tanto, para suponer que los indómitos mapuches, guerreros invictos durante
dos siglos de combates con las huestes castellanas, podrían interesarse en
comprar algunos de los artículos bélicos que se producían en estas latitudes.
Hablaba una cantidad de idiomas, incluido el español, y sin duda debía hablar
muy bonito, pues con sus argumentos obtuvo su propia libertad y la de toda la
tripulación contrabandista. Viajó más tarde a España y logró la devolución del
navío "Grampus" y una indemnización completa por la carga. Se estableció
luego en Santiago, en cuyas cercanías compró un fundo (predio agrícola) con
las ganancias obtenidas en sus manejos comerciales.
Fue nombrado intendente de Santiago y jefe del Tribunal de Alta Policía por
el gobierno republicano. Pronto se hizo impopular, porque prohibía las
aglomeraciones de vendedores ambulantes, ponía multas a quienes tiraban
basuras en la calle, castigaba a quien dejara perros muertos en la vía pública.
Insistía en que los habitantes de Santiago debían comportarse como los
ciudadanos de Estocolmo y otras extravagancias por el estilo.
Debía suponerse que nuestro héroe se aseguraba con esto una vejez apacible y
próspera. Pues no. Todo esto le produjo un mortal ataque de apoplejía el 13 de
agosto de 1819.
Graaner hizo una excursión en las zonas mineras del Norte Chico y escribió
un informe al gobierno chileno, tan bien concebido, que obtuvo una concesión
minera para él mismo y varias ventajas para eventuales mineros suecos que
pudieran llegar al país. Esto lo entusiasmó hasta el punto de que decidió
adelantar su viaje de regreso, eligiendo la ruta del Pacífico. Por desgracia,
agobiado por una hepatitis adquirida en latitudes tropicales, murió en plena
navegación, a la altura del Cabo de Buena Esperanza.
Cuando el conocido viajero Carl Edward Bladh llegó a Chile, en 1821, varios
compatriotas suyos residían allí ocupados en negocios, prospecciones mineras
u otras empresas lucrativas. Entre ellos se puede nombrar al comerciante
Gustaf Dahlström, de Estocolmo, al marinero Petter Elis, pintoresco nativo de
Karlskrona que se estableció en Valparaíso y cambió su nombre a Pedro
Eliseo.
Estocolmo, 1998.
(c) Carlos Vidales
Revisado y corregido, 2010