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POLÍTICA Y RETÓRICA EN EL GUIÓN SOCIAL
DE LA VIOLACIÓN

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POLÍTICA Y RETÓRICA
EN EL GUIÓN SOCIAL DE
LA VIOLACIÓN

Prensa gráfica, discurso jurídico y


relatos de la experiencia

Florencia Gasparin

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ExLibrisTeseoPress: 6170
ISBN: 9789502916552
Política y retórica en el guión social de la violación

Compaginado desde TeseoPress (www.teseopress.com)

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Índice

Resumen............................................................................................. 9
Agradecimientos........................................................................... 13
Presentación................................................................................... 15
1. El consentimiento en cuestión ............................................. 41
2. Honor, estigma, vergüenza.................................................... 67
3. Del cuerpo y de la ciudad....................................................... 91
4. Contar, romper… sanar ....................................................... 111
Conclusiones ............................................................................... 123
Bibliografía ................................................................................... 135

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Resumen

El propósito amplio de la presente tesis ha sido el de contri-


buir a la producción de conocimiento así como el de aportar
nuevas elaboraciones críticas relativas a la violación, enten-
dida ésta como una problemática social y política. La analí-
tica que presentamos se ha centrado en la importancia clave
que adquiere la dimensión simbólica en la consideración de
dicha práctica, cuando es abordada para su estudio en una
muestra que cala en lo que puede llamarse el discurso social
de la violación. Un objeto de estudio de tales características
nos impuso la necesidad de construir un corpus discursivo
de carácter heterogéneo que, al conformarse por distintos
contextos enunciativos (mass-mediático, jurídico, testimo-
nial) nos permitiría aproximarnos a la dinámica, a la vez
regulada y contingente, en la que se traman los significados
sociales de la violación.
En lo que se refiere al enfoque teórico-conceptual y de
método, nuestro trabajo se apoya y dialoga, en primer lugar,
con la producción de las últimas corrientes de pensamiento
de los feminismos en relación con el papel del lenguaje, la
experiencia, los cuerpos, lo social y el poder (Butler, 1998,
2002; Scott, 2001; Chaneton, 2007). En particular, partimos
de la noción de “guión de la violación” propuesta por Sha-
ron Marcus (1994) que busca dar cuenta del carácter regu-
latorio del lenguaje respecto de las conductas, de la inter-
pretación de los sucesos y de las posibilidades de narrar la
violencia sexual. En nuestra tarea analítica, el planteo de
Marcus es puesto en diálogo con la conceptualización del
género como performatividad elaborada por Judith Butler.
Efecto de una repetición estilizada de normas, para Butler,
el género es el resultado de una actuación reiterada que se
encuentra constreñida por normas regulatorias preexisten-
tes que cada nueva actuación tiende a reiterar, pero nunca

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10 • Política y retórica en el guión social de la violación

de una manera idéntica. En lo que respecta a nuestro corpus,


este enfoque nos condujo a localizar y caracterizar distintos
aspectos que se juegan en el lenguaje social de la viola-
ción y su correlativa política significante, la cual involucra
tanto instancias dominantes (reproducción guionada) como
modalidades emergentes y desplazadas, dentro del ámbito
de la hegemonía cultural discursiva de género y sexualidad
(Chaneton, 2007).
En el primer capítulo, nos preguntamos acerca de
las implicancias que la categoría de consentimiento reviste
para la configuración de lo decible respecto de la violencia
sexual. El recorrido analítico toma en consideración frag-
mentos de los tres subcorpus que integran el corpus amplio.
Revisamos el modo en que la conexión establecida, en dis-
tintos segmentos discursivos, entre el dualismo someti-
miento/libertad y la dicotomía víctima/culpable constriñe
los márgenes valorativos e interpretativos de la violación.
A contrapelo de esta dualidad excluyente, el relato de las
personas afectadas conduce a cuestionar la atribución de
vulnerabilidad e indefensión que el guión de la violación
dominante dispone para las víctimas de la violencia sexual.
El capítulo dos tiene por objeto analizar el modo en que el
histórico enlace del género con el parentesco y la propiedad
–que hace de las mujeres objetos de un intercambio mascu-
lino del que no participan– pervive en la configuración de
la violación como un estigma social. Las huellas de esta liga-
zón histórica se rastrean en los antecedentes legislativos del
Código Penal Argentino y en los de los proyectos de ley que
proponen introducir la pena de castración. El análisis del
relato de las entrevistadas permite describir batallas micro-
políticas que resultan en un rechazo del estigma – cargado
de culpa y de la vergüenza- que el nombre “violación” trae
consigo. En el tercer capítulo, el análisis del discurso jurídi-
co y de la prensa gráfica nos conduce a describir el modo en
que la dicotomía interior/exterior opera como una norma
regulatoria del espacio de la ciudad y del espacio corpo-
ral. La fórmula jurídica “acceso carnal por cualquier vía”,

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vigente en el Código Penal, es analizada críticamente en sus


presupuestos e implicancias respecto de la corporalidad de
las personas afectadas por la violencia sexual. En la prensa
gráfica, analizamos dos series de noticias, publicadas en el
diario La Nación en diferentes períodos de tiempo, en las
que la mencionada dicotomía monta una distribución de
la vulnerabilidad y del peligro diferencial según el género.
En el cuarto capítulo, se analizan dos testimonios de per-
sonas (un varón y una mujer) que padecieron situaciones
de violencia sexual. El recorrido analítico nos anima a pre-
guntarnos, ¿de qué modo puede el acto de contar trastocar
los sentidos sociales que se han sedimentados en las pala-
bras? Cobran relevancia en el análisis la articulación de las
palabras con los movimientos corporales y los gestos, éstos
muestran una inusitada capacidad para alterar los sentidos
sociales reificados en el discurso. A modo de cierre, retoma-
mos el conjunto de los hallazgos obtenidos y enfatizamos
las conexiones que fueron tramándose en la analítica desa-
rrollada en los diferentes capítulos.

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Agradecimientos

En primer lugar, quiero agradecer a July Chaneton por la


permanente orientación teórica y analítica, por la cuidadosa
lectura crítica de mis trabajos y por el apoyo emocional que
me brindó en todo el proceso de elaboración de esta tesis.
Sin su generosa tarea de dirección la investigación que aquí
se presenta no hubiera sido posible. Agradezco también a
cada uno de los integrantes del equipo UBACyT que ella
dirige por las lecturas, comentarios y sugerencias realiza-
das a distintos textos que hoy integran la tesis que aquí se
presenta. A la Universidad de Buenos Aires agradezco la
beca con la que respaldó institucional y económicamente
la indagación realizada. Vaya también mi agradecimiento
a cada una de las personas entrevistadas que donaron sus
testimonios. Con Virginia Emilse Zuleta me siento profun-
damente agradecida por sus lecturas, comentarios, suge-
rencias, diálogos y, especialmente, la compañía y el afecto
que me brindó durante el proceso de escritura. Agradezco
también a mi madre, María Rosa Ludi, a mi padre, Car-
los Eduardo Gasparin y a mis hermanos Agustina Haimo-
vich y Laureano Gasparin: su cariño y ayuda constituyó
un importante sostén en distintas etapas del desarrollo de
este trabajo. En Fernanda Alvarez encontré siempre pala-
bras de aliento y gestos de confianza. Ana Sofía Stamponi,
Sebastián Stavisky, Melisa Correa, Jimena Díaz, Laura San-
chez, estuvieron acompañándome de diversas maneras en
la tarea emprendida. A Lucas Nahuel Salvitelli le agradezco
el apoyo emocional que supo darme en los últimos meses
de elaboración del texto que aquí se presenta.

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Presentación

El propósito amplio de la presente tesis ha sido el de contri-


buir a la producción de conocimiento así como el de aportar
nuevas elaboraciones críticas relativas a la violación, enten-
dida ésta como una problemática social y política. La analí-
tica que presentamos se ha centrado en la importancia clave
que adquiere la dimensión simbólica en la consideración de
dicha práctica, cuando es abordada para su estudio en una
muestra que cala en lo que puede llamarse el discurso social
de la violación. Un objeto de estudio de tales características
nos impuso la necesidad de construir un corpus discursivo
de carácter heterogéneo que, al conformarse por distintos
contextos enunciativos (mass-mediático, jurídico, testimo-
nial)1 nos permitiría aproximarnos a la dinámica, a la vez
regulada y contingente, en la que se traman los significados
sociales de la violación.
En lo que se refiere al enfoque teórico-conceptual y de
método, nuestro trabajo se apoya y dialoga, en primer lugar,
con la producción de las últimas corrientes de pensamiento
de los feminismos en relación con el papel del lenguaje, la
experiencia, los cuerpos, lo social y el poder (Butler, 1998,
2002; Scott, 2001; Chaneton, 2007). En particular, partimos
de la noción de “guión de la violación” propuesta por Sha-
ron Marcus (1994) que, como desarrollaremos más abajo2,
busca dar cuenta del carácter regulatorio del lenguaje res-
pecto de las conductas, de la interpretación de los sucesos y
de las posibilidades de narrar la violencia sexual. En nuestra
tarea analítica, el planteo de Marcus es puesto en diálogo

1 Regresaremos sobre la descripción del corpus en el apartado “Metodología y


descripción del corpus”.
2 Regresamos sobre la caracterización del enfoque en el apartado “Planteo
teórico-conceptual”

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con la conceptualización del género como performatividad


elaborada por Judith Butler. Efecto de una repetición estili-
zada de normas, para Butler, el género no es ni una repre-
sentación discursiva de una realidad exterior al lenguaje, ni
una creación discursiva ex nihilo, sino el resultado de una
actuación reiterada que se encuentra constreñida por nor-
mas regulatorias preexistentes que cada nueva actuación
tiende a reiterar, pero nunca de una manera idéntica. Según
su elaboración, es en esta apertura a la diferencia que tiene
lugar en la repetición donde residen las posibilidades de que
las normas de género instituidas resulten transformadas. En
consonancia con este planteo, lejos de todo determinismo
y esencialismo, la potencialidad política de la noción de
“guión de la violación” mora en que cada nueva actuación
puede introducir variaciones que modifiquen aquello que,
tras su insistencia, ha llegado a constituirse en una guía de
interpretación de los sucesos y de las acciones que tienden
a reforzar del padecimiento de la violación.
En lo que respecta a nuestro corpus, este enfoque nos
condujo a localizar y caracterizar distintos aspectos que
se juegan en el lenguaje social de la violación y su corre-
lativa política significante, la cual involucra tanto instan-
cias dominantes (reproducción guionada) como modali-
dades emergentes y desplazadas, dentro del ámbito de la
hegemonía cultural discursiva de género y sexualidad (Cha-
neton, 2007).

Estado de la cuestión

La problemática social de la violación fue abordada de


manera temprana y original en las contribuciones teórico-
críticas del feminismo radical norteamericano (Brownmi-
ller, 1975; Barry, 1979; Dworkin, 1976; Griffin, 1971). Cen-
tradas en el “patriarcado”, la categoría de análisis ineludible
por entonces, las autoras citadas definieron en las décadas

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de los 60s y 70s, la violación como una de las técnicas natu-


ralizadas basadas en la violencia sobre los cuerpos a través
de las cuales se legitima (por diversos procedimientos ideo-
lógicos) la, por entonces llamada, “dominación masculina”.
Puesto el foco en la denuncia de las inequidades, poco era
el margen en sus trabajos para atender tanto a las diferen-
cias entre las mujeres, como a las resistencias emprendidas
cotidianamente contra la opresión y contra las formas de
violencia de las que éstas son objeto. Signada por la vul-
nerabilidad y la pasividad, la categoría “mujer” adquiría en
esta literatura un carácter homogéneo y esencializado.
Hacia los años 80s distintos trabajos de teóricas femi-
nistas “periféricas” (afrodescendientes, latinas, lesbianas)
comenzarán a cuestionar la homogeneización presupuesta
en aquella literatura y señalarán la necesidad de considerar
la manera en que el género se trama con otras diferencias
sociales, como la clase, la orientación sexual y la etnia. La
consideración de las diferencias raciales pondrá en eviden-
cia que la violación no tiene la misma incidencia ni el mis-
mo sentido para las mujeres de color que para las mujeres
blancas, como tampoco lo tiene para los varones negros
y los blancos (Davis, 2005; hooks, 1992).3 El señalamiento
también vendrá a cuestionar lo que bell hooks denomina la
“lógica de la victimización”. Esto es, que el hecho de enfa-
tizar la unidad de las mujeres en su situación de “víctimas”
desconoce la especificidad racial de las formas de domi-
nio y opresión, a la vez que deja afuera del movimiento
feminista a las mujeres que no encajan con la imagen de
indefensión y pasividad presupuesta en dicha categoría. En
palabras de la autora,

3 En el capítulo que Angela Davis (2005) dedica a la temática de la violación en


su libro Mujer, raza y clase, la autora se ocupa de desarticular el “mito del vio-
lador negro”. Este último es un lugar común de peso en la manera en que la
problemática de la violación se articula con el racismo en la sociedad norte-
americana.

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18 • Política y retórica en el guión social de la violación

El establecer lazos como víctimas creó una situación en la


que las mujeres firmes, autoafirmativas, eran consideradas
como no teniendo cabida en el movimiento feminista. Fue
esta lógica la que llevó a las activistas blancas (junto con los
varones negros) a sugerir que las mujeres negras eran tan
“fuertes” que no necesitaban formar parte del movimiento
feminista (hooks, 1985: 45).

La crítica de la homogeneidad del sujeto “mujeres”


confluyó, hacia los años 80s, con los trabajos desarrollados
por un conjunto de autoras (entre otras, Scott, 1988, 1991,
2001; de Lauretis, 1996 y Butler, 1998, 2002, 2007) que,
como parte de la articulación efectuada entre las prácticas
y teorías feministas con los estudios del lenguaje, con el
psicoanálisis y la filosofía crítica (confluencia con el pen-
samiento postestructuralista), replantearon desde perspec-
tivas postfoucaulteanas la cuestión del sujeto del feminismo
en términos que ahora llevaban al primer plano una teoría
no-reflexiva del lenguaje, así como una mayor conciencia
acerca del carácter cultural y discursivamente producido
del género (sus diferencias), la sexualidad y, en definiti-
va, de las subjetividades sociales de cara al poder. Nuestro
proyecto se ubica en esta última perspectiva renovada del
área de estudio en cuestión: género, sexualidad, lenguaje y
poder.4 En nuestro análisis, este enfoque, no sólo habilita
la consideración de la problemática de la violación desli-
gada de toda forma de determinismo anatómico, sino que,
además, permite poner de relieve el carácter relativamente
móvil de las relaciones de poder y contribuye a iluminar las
formas de resistencias que incesantemente emergen con-
tra las relaciones de subordinación que tiende a instituir
la violencia sexual.
En nuestro país, también hacia los años 80s, junto
con el restablecimiento democrático, fue articulándose un
movimiento social de mujeres que hizo de la violencia,

4 Regresaremos sobre esto en el apartado “Planteo teórico-conceptual”.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 19

incluida en ella la problemática social de la violación, uno


de los ejes principales a los que se abocaron diversas activi-
dades de denuncia y demanda social y política.5 “Movimien-
to antiviolencia” fue el nombre con el que se hizo conocida
la confluencia de activistas y teóricas que tuvo, según señala
Silvia Chejter (1996b) –en un número de la Revista Trave-
sías dedicado a la historia del feminismo en Argentina en
los años 80s y 90s–, dos espacios nucleares de producción
y de debate: ATEM (Asociación de Trabajo y Estudio de la
Mujer, 25 de Noviembre) y Lugar de Mujer. Estos fueron
dos “puntos de reunión convocantes de casi todas las femi-
nistas de la Ciudad de Buenos Aires, el Gran Buenos Aires
y centro de atracción para las feministas del interior del
país.” (Chejter, 1996b: 27-28). Integradas en un campo más
amplio de intervenciones dirigidas contra violencias de dis-
tinto tipo (por entonces, denominadas violencia conyugal,
doméstica y familiar), las acciones desarrolladas en relación
con la problemática de la violación fueron variadas: crea-
ción de centros de asistencia, denuncia de la discriminación
imperante en el sistema judicial6, reclamo de reformas jurí-
dicas (Chejter, 1996b).
En el ámbito de las modificaciones legales, la demanda
dio sus frutos hacia fines de los años 90s con la sanción
y promulgación de la ley 25.087 que modificó el Códi-
go Penal en lo relativo a los delitos sexuales.7 A partir

5 Entre otras cuestiones, los esfuerzos de este movimiento también se dirigie-


ron hacia la consecusión de la reforma de la Ley de Patria Potestad, la despe-
nalización y/o legalización del aborto y la aprobación del Divorcio Vincu-
lar.
6 Describe Chejter (1996b: 33-35) que hacia 1983 el intento de violación y la
muerte de Adriana Mabel Montoya fue el motivo de la creación del “Tribu-
nal de Violencia contra la Mujer”. Este “Tribunal” fue el fruto de una articu-
lación de tres organizaciones feministas (ATEM, OFA, Libera). Entre las
actividades que llevaron adelante, se privilegiaron las “acciones de denuncia
y agitación” (afiches reclamando justicia, denuncia de otros casos de viola-
ción que habían quedado impunes), conducentes a visibilizar la discrimina-
ción sexista en el accionar del sistema judicial.
7 Regresaremos sobre esta reforma en el capítulo dos y en el capítulo tres de la
presente tesis.

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de entonces, diversos trabajo se ocuparon de analizar los


alcances y límites de la modificación legal, como también
de brindar orientación respecto de la realización de denun-
cias y demandas judiciales en el nuevo escenario jurídi-
co (Rodríguez, 2000; Hercovich, 2002; Petracci y Pecheny,
2007; Chejter y Rodríguez, 1999; Chejter y Ruffa, 2002;
Bovino, 2000). Entre las publicaciones que tematizaron la
reforma se destaca para nuestro trabajo la compilación de
Haydee Birgin (2000) Las trampas del poder punitivo. El género
del Derecho Penal. Este libro reúne dos textos, uno de Mar-
cela Rodríguez y otro de Inés Hercovich, que traman entre
sí un contrapunto que encontramos revelador respecto de
las evaluaciones de las que fue objeto la citada ley, a la vez
que proveen conceptualizaciones enriquecedoras respecto
de los efectos socio-simbólicos del derecho respecto del
género y la sexualidad, más allá del ámbito jurídico.
En la década de los 90s, también se desatacan las inves-
tigaciones de dos autoras cuya contribución fue central en
el tratamiento y puesta en discusión de la problemática
social de la violación. Nos referimos a la producción de
las sociólogas Silvia Chejter e Inés Hercovich. La prime-
ra, realizó un análisis crítico del discurso jurídico (Chejter,
1996a), así como también examinó la manera en que la
violación es tematizada en la prensa diaria (Chejter, 1994,
1995a, 1995b, 1995c). Sus estudios se dieron a conocer en
dos publicaciones centrales. El libro La voz tutelada. Vio-
lación y voyeurismo, contribuyó a evidenciar el funciona-
miento discriminatorio del sistema penal en lo relativo a
las agresiones sexuales. El análisis pormenorizado de expe-
dientes judiciales deja en evidencia que, cuando se trata
de la denuncia de una violación, la sospecha recae sobre
la persona demandante, “como si desde un principio fuera
culpable del suceso que denuncia.” (ob. cit., 1996a: 67). La
autora muestra que la maquinaria jurídica, bajo tecnicismos
de pretensiosa objetividad, pone en marcha un escrutinio
voyeurista de las “modalidades del ultraje” que desatien-
de a los efectos físicos, psíquicos, éticos y sociales que la

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agresión tiene para las víctimas y termina promoviendo una


nueva forma de vejamen, azuzada por el descrédito al que
son expuestas las denunciantes. La investigación también
provee un análisis crítico del texto del código penal que
constituyó un invaluable aporte al señalar los aspectos que
debían ser modificados para evitar que la letra de la ley
continúe promoviendo relaciones de “predominio patriar-
cal autoritario” (ob. cit.: 8). Sus estudios en prensa gráfica
se plasmaron en la publicación de una serie de informes
titulada Violencia contra las mujeres. Se presenta allí el análisis
del tratamiento mediático recibido por distintos casos de
violencia sexual, a saber, el intento de violación y muerte
de Adriana Mabel Montoya, el caso de violación colectiva
conocido como “El Pinar” y el asesinato de María Soledad
Morales (Chejter, 1995a, 1995b, 1995c). Orienta su indaga-
ción la pregunta ¿“sobre qué se habla cuando se habla de
violación” en la “prensa escrita”? (ob. cit., 1995b). A lo que
responde que la retórica mass-mediática invisibiliza la vio-
lación (nunca es ésta el tema del acontecimiento noticioso,
sino “otros conflictos que se desatan en consecuencia”) (ob.
cit., 1995a), al tiempo que despliega un “imaginario social
de la violación”, “que no sólo hace posible la práctica de la
violación sino también la justifica y legitima”. La culpabili-
zación de las mujeres agredidas sexualmente y la insistencia
en una moralidad que hace de esta forma de violencia una
afrenta contra valores como el honor, el pudor o la castidad,
son algunos de los tópicos distintivos de un discurso que,
señala la socióloga en su análisis, desconoce y deja “afuera
la voz y la experiencia de las mujeres violadas” (ob. cit.:
1).8 Estas investigaciones de Silvia Chejter, en especial su
elaboración crítica del discurso jurídico, son recuperados
en el análisis que elaboramos en la presente tesis ya que

8 Otra contribución destacable de esta autora es la edición de la Revista Trave-


sías que, en distintos números, incluyó artículos centrados en la problemáti-
ca de la violencia sexual. En el desarrollo de nuestra investigación, fue espe-
cialmente relevante la traducción y publicación temprana del texto de
Sharon Marcus.

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nos permiten dar cuenta de los efectos simbólicos perdu-


rables que la letra de la ley tiene en distintos ámbitos de la
discursividad social, aun tras las reformas legislativas.
Inés Hercovich, por su parte, llevó adelante una inves-
tigación en la que entrevistó a mujeres que padecieron
violaciones, mujeres que resistieron un ataque y mujeres
que nunca sufrieron este tipo de agresión, como también
a distintos especialistas en la temática (médicos, abogados,
psicólogos, activistas).9 A partir de sus hallazgos, la auto-
ra describe el modo en que operan lo que, inspirada en
Maffesoli, propone denominar “imágenes en bloque de la
violación sexual” (Hercovich, 1992, 1997). Según ella mis-
ma la define,

Una imagen en bloque es una representación puntual y plana


que contiene, tras de sí, de manera condensada, superpuesta
y desordenada, las imágenes múltiples y los sentidos contra-
dictorios que forman parte de una experiencia. De esta multi-
plicidad, la imagen en bloque brinda una versión inmóvil que
se presenta eternizada y que cobra la fuerza de una verdad
evidente y esencial. Ubicada por fuera de la duda actúa como
un esquema que moldea la percepción de la experiencia y
predetermina la interpretación que se hace de ella. Es eficaz
porque sirve a la necesidad que tienen los seres humanos de
refugiarse de la angustia bajo el caparazón de las certidum-
bres resistentes. (ob. cit., 1997: 113)

En particular, la imagen en bloque de la violación,


condensa “discursos dominantes acerca de la violencia, la
sexualidad y el poder en la relación entre los sexos, organi-
zados según una lógica patriarcal” (ob. cit., 1992: 65). Según
señala la autora, el carácter unidimensional, sin tiempo ni
espacio, que reviste reduce las posibilidades de defensa ante
una violación y afecta a la forma de comunicar los acon-
tecimientos vividos. La imagen en bloque, afirma, rige el

9 Si bien la autora es socióloga, en el análisis predomina una perspectiva psi-


cológica.

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silencio de las mujeres agredidas toda vez que el propio


relato de lo acontecido no se ajusta a sus prescripciones: las
mujeres callan por miedo a no ser creídas, sostiene. A partir
del análisis de los testimonios recabados, la autora describe
dos argumentaciones que son centrales en la promoción de
este silencio de las víctimas, a las que denomina, respectiva-
mente, “paradigma culpabilizador” y “paradigma victimiza-
dor”. El primero, hace de la mujer violada responsable de lo
ocurrido, al definirla como “un ser de alta capacidad erótica,
ávida de gustar a los hombres y de someterse a ellos como
estrategia para someterlos.” (ob. cit.: 75). Este argumento,
llevará a concluir que la violación sexual no existió “por la
responsabilidad que le cabe [a la víctima], al impulsar a los
hombres a actos de violencia o corrupción” (ob. cit.: 75).
En el segundo, la violación se presenta para las mujeres
como un “destino marcado por su biología y también por
su subordinación social […]. En esta trama, la distribución
del poder es casi inmodificable y condiciona a las mujeres
y hombres a perpetuarla.” (ob. cit.: 76). Ambos paradigmas
conviven en la imagen en bloque de la violación, y hacen
que “la experiencia contenida en el testimonio de las víc-
timas” sea objeto del descrédito o difícil de escuchar. Sin
embargo, pone de relieve la autora, los relatos de las mujeres
enseñan que la imagen en bloque no es “todopoderosa”. Su
ineficacia se hace evidente en la capacidad de negociación
que, según se deja oír sus testimonios, ellas despliegan aun
en situaciones de desventaja marcada. Como también en
la ironía, la burla, la parodia, la exageración en y por las
cuales el relato de lo acontecido es capaz de evadir la “cárcel
gramatical” impuesta por los paradigmas dominantes (ob.
cit., 1997: 171).10 La investigación de Hercovich es un ante-
cedente fundamental para nuestro análisis, ya que describe
diferentes aspectos del discurso social que operan como

10 Otros trabajos de la autora serán recuperados en el análisis que realizamos


al interior de los capítulos que integran la tesis.

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reglas de inteligibilidad de la violación, a la vez que pone


relieve el modo en que la experiencia narrada se resiste al
encasillamiento que estas regulaciones tienden a imponer.
Más recientemente, la dimensión simbólica de la pro-
blemática de la violación fue objeto de un renovado aná-
lisis desarrollado por la antropóloga Rita Segato (2003) a
partir de la escucha de testimonios de varones que cum-
plían condena por violación en una cárcel de Brasilia. La
autora formula un modelo explicativo de la etiología de la
violencia en el que propone entender los crímenes sexuales
como enunciados emitidos según dos ejes de interlocución.
Uno vertical, en el que el violador se dirige a la víctima
(presuponiendo una mujer genérica) y el mensaje adquiere
un carácter punitivo-moralizador. Otro horizontal, en el
que se dirige a sus pares (varones genéricos), ofreciendo
como tributo la mujer violada y solicitando el ingreso al
status de la masculinidad. En el modelo que elabora, la vio-
lación es entendida como “un acto expresivo revelador de
significados” que cobra sentido en una estructura dialógica
“entre el violador y otros genéricos, pobladores del ima-
ginario”. En este horizonte de diálogos, el delito tiene una
triple referencia. Se dirige a una mujer cuya libertad resulta
amenazante (“que se salió de su lugar”), a una comunidad
de pares ante la cual se busca demostrar la virilidad y a
unos antagonistas “cuyo poder es desafiado y su patrimonio
usurpado mediante la apropiación de un cuerpo femenino”
(ob. cit.: 32). La violación, afirma la autora, forma parte
de una estructura de subordinación signada por el género
que es anterior a cualquier escena que la dramatice y le de
concreción. Esta estructura profunda es la que rige el orden
de estatus de la masculinidad. En dicho régimen, el cuerpo
femenino constituye un tributo de sumisión, domesticidad,
moralidad y honor exigido para poder participar como un
igual en la fratría masculina. Desde esta perspectiva, la vio-
lación es la resultante de un mandato “que expresa el pre-
cepto social de que ese hombre debe ser capaz de demostrar
su virilidad […] mediante la exacción de la dádiva de lo

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Política y retórica en el guión social de la violación • 25

femenino.” (ob. cit.: 40). La propuesta de Segato constituye


un aporte sumamente valioso para nuestra elaboración, ya
que orienta nuestro análisis de las operaciones discursivas
que hacen de la violación un diálogo social de tipo mas-
culinista del que los sujetos femeninos o feminizados no
participan más que como bienes de cambio.

Planteo teórico-conceptual

Como se adelantó al inicio de esta presentación, nuestro


análisis parte de recuperar la propuesta elaborada por Sha-
ron Marcus en su ensayo “Cuerpos en lucha, palabras en
lucha. Una teoría y una política de prevención de la viola-
ción”. El texto fue publicado originariamente, en el marco
de un debate en torno a las posibilidades de articulación de
las teorías postestructuralistas con el feminismo.11 En dicho
trabajo, la autora argumenta contra las teorías objetivistas
que describen la violación como una “realidad” evidente por
sí misma y ajena a la significación, y desarrolla una concep-
tualización que lleva al primer plano el papel del lenguaje
en la problemática de la violencia sexual.
La preocupación que orienta su ensayo es cómo ela-
borar una teoría y una política de prevención de la viola-
ción que nos permita comprender esta forma de violencia
como un “proceso a ser analizado y socavado”. Es decir,
que nos habilite a “entenderla como sujeta al cambio” (Mar-
cus, 1994: 84). Y, según su propuesta, esta tarea no puede
alcanzarse “sin desarrollar un lenguaje sobre la violación,
ni sin entender que la violación es un lenguaje.” (ob. cit.:

11 Original en inglés: “Fighting Bodies, Fighting Words: A Theory and Politics


of Rape Prevention” (1992). Hay dos traducciones al español, una publicada
en Travesías. Temas del debate de la teoría feminista, Nº 2, 1994, y otra en debate
feminista, año 13, vol. Nº 26, 2002. Dado que aquí se utilizan ambas, para
facilitar la referencia, se aclara en nota al pie sólo cuando la cita corresponde
a la publicación de debate feminista, los demás fragmentos citados correspon-
den a la traducción de Travesías.

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26 • Política y retórica en el guión social de la violación

81-82). Su indicación parte de considerar que la experien-


cia de la violación, como toda experiencia social, nunca es
ajena a los modos en que la nombramos y la representa-
mos: las narraciones circulantes y las palabras que utiliza-
mos para dar cuenta de las situaciones de violencia sexual
son constitutivas del modo en que éstas existen socialmen-
te. Siguiendo este señalamiento, la autora propone definir
la violación como un hecho lingüístico, más precisamente,
“como una interacción ‘guionizada’ (scripted) que se lleva a
cabo en el lenguaje y que puede entenderse en términos
de masculinidad y feminidad convencionales” (2002: 68)12.
Esta definición, afirma, “puede dar cuenta tanto de la fre-
cuencia de la violación como de su posible prevención.”
(ob. cit., 1994: 85).
El “guión de la violación”, sostiene, se nutre de los rela-
tos regulatorios de género prevalentes en nuestra cultura y
adopta la forma de una “gramática” que incita a los sujetos
a reconocerse en posiciones que resultan favorables a la
ocurrencia de la violencia sexual:

…solicita que las mujeres nos coloquemos como violables


y en peligro y temerosas e invita a los hombres a ubicarse
como legítimamente violentos y con derecho a los servicios
sexuales de las mujeres. (ob. cit.: 85-86)

Los relatos disponibles socialmente actúan como una


“grilla de inteligibilidad” que condiciona y limita las posi-
bles reacciones y valoraciones que los actores tienen de
los escenarios de violencia sexual y de sus conductas. Sin
embargo, y aquí reside la potencialidad política de la metá-
fora, este “guión” no posee una eficacia exhaustiva en la
dirección de la escena. Como señala Marcus,

12 Cita extraída de debate feminista, año 13, vol. 26.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 27

Definir la violación como una representación guionizada es


habilitar un espacio entre el guión y la actriz que nos puede
permitir reescribir el guión, quizás a través de rehusar tomar-
lo en serio y tratarlo como una farsa, quizás a través de resis-
tir la pasividad física que nos prescribe adoptar. (ob. cit.: 88)

Guión y actuación mantienen en este planteo, no sólo


un vínculo ineludible, sino también una distancia insalva-
ble. De manera tal que, si los discursos sociales dominantes
organizan los cuerpos –y, con ellos, también las acciones
y la interpretación de los sucesos– de maneras acordes a
la efectuación de la violación, no llegan nunca a determi-
narlos completamente.
En el recorrido analítico que presentamos, adquieren
relevancia variable, en los distintos capítulos, algunos
aspectos señalados por Marcus en su descripción de esta
grilla de inteligilidad que designa “guión de la violación”.
Un primer elemento, es lo que la autora denomina “pola-
rización genérica de la gramática de la violencia”. Se refie-
re al dualismo que caracteriza al cuerpo masculino como
capaz de manejar armas, de transformarse él mismo en un
arma y de beneficiarse de la ignorancia respecto de su pro-
pia vulnerabilidad, mientras que define el cuerpo femenino
como universalmente vulnerable, carente de fuerza e inca-
paz de defenderse. En nuestro análisis este señalamiento
nos anima a preguntarnos, ¿cómo narrar la propia capa-
cidad de supervivencia y hacer creíbles las estrategias de
auto-preservación si la gramática del género prevé que los
sujetos femeninos ocupen la posición de individuos vulne-
rables y/o vulnerados? ¿Cómo dar cuenta de la agresión
padecida cuando ser visto como un varón supone mostrar
el propio cuerpo como invulnerable? ¿Negociar la preser-
vación de la propia vida puede ser también una forma de
cuestionar las normas de género que solicitan a las muje-
res que se posicionen como frágiles y a los varones como
invencibles?

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28 • Política y retórica en el guión social de la violación

Otro componente del libreto dominante de la violación


señalado por Marcus, que es explorado en nuestra inda-
gación, es la definición de las mujeres como objetos apro-
piables, bajo cuya órbita, la violación queda caracterizada
como una forma de usurpación de “los derechos de la pro-
piedad de un hombre por otro” (ob. cit.: 95). En nuestra
indagación recorremos el modo en que esta caracterización
se trama en el discurso jurídico local y buscamos dar cuenta
de los rechazos e impugnaciones a los efectos subjetivos
que promueve. Emergen entonces, distintos aspectos vin-
culados en este núcleo problemático: la consideración de
la violación como una afrenta contra el honor y la estima
pública, el enlace del género con el parentesco, la vergüenza
y la estigmatización social de la que son objeto las per-
sonas agredidas.
Finalmente, un señalamiento de la autora que nos per-
mitió profundizar en nuestra tarea de análisis se vincula con
la “demarcación entre el adentro y el afuera de la violación”,
en términos del espacio geográfico y del espacio corporal.
Considerar críticamente este aspecto requiere, como ella
advierte, no sólo revisar las contradicciones espaciales que
alertan “a las mujeres a no salir fuera de la casa debido a
un posible ataque de violación”, mientras que “la mayoría
de las violaciones ocurren dentro de las casas de las muje-
res”, sino también desnaturalizar las metáforas que trazan
“el mapa de las divisiones espaciales externas e internas en
el cuerpo femenino a través de la metáfora de la violación
como invasión”. (ob. cit.: 96) En nuestra indagación, el tener
presente esta cuestión nos animó a regresar críticamente
sobre la codificación jurídica de la violación como “acce-
so carnal por cualquier vía” y a interrogarnos sobre sus
supuestos acerca de la corporalidad de las personas agredi-
das. A su vez, en el análisis de distintos segmentos del corpus
de prensa gráfica masiva, describimos el modo en que se
trazan divisiones espaciales entre el interior y el exterior
del espacio urbano y del espacio doméstico que distribuyen
el peligro y la vulnerabilidad de manera diferencial según

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Política y retórica en el guión social de la violación • 29

el género. Esbozamos, entonces, algunas consideraciones


particulares respecto de la manera en que el discurso de la
violación se articula con las demandas de seguridad ciuda-
dana en la sociedad argentina contemporánea.
En la analítica propuesta, la caracterización del dis-
curso social de la violación como un ámbito donde –en la
reiteración guionada– tiene lugar tanto la fijación como la
alteración de las normas sociales instituidas, enlaza con la
conceptualización del género como “repetición estilizada
de actos en el tiempo” elaborada por Judith Butler. Efecto
de la sedimentación de normas sociales que no son elegidas
sino siempre impuestas –dado que preceden a nuestra exis-
tencia social como sujetos generizados–, la posibilidad de
transformación del género reside, siguiendo el planteo de
la autora, en que depende de la reiteración para mantener
su vigencia. Es la propia ineficacia de las normas lo que
anima “el intento angustiosamente repetido de instalar y
aumentar su jurisdicción.” (Butler, 2002: 333) Allí se alojan
las posibilidades de resignificación y/o subversión.
Entre los diferentes textos en los que esta autora desa-
rrolla y describe los procesos sociales y discursivos en y por
los que tiene lugar la reapropiación subversiva de las codi-
ficaciones dominantes relativas al género y la sexualidad,
para nuestra tarea analítica, ha resultado particularmente
relevante el libro publicado en español bajo el título “Len-
guaje, poder e identidad”. En dicho texto, Butler enfoca su
análisis en los actos de habla hirientes y se pregunta por
la capacidad injuriante de las palabras y las potencialidades
subversivas que entraña su invocación. Las respuestas que
brinda dirigen la atención hacia la historicidad sedimenta-
da “que se ha vuelto interna al nombre” (Butler, 2004: 65)
y la potencialidad que los enunciados tienen para romper
el contexto en que se han generado (ob. cit.: 236).13 En la
presente tesis, esta propuesta es recuperada para analizar el

13 En esta elaboración la autora articula la teoría de los actos de habla de John


Searle con la teoría de la interpelación de Althusser.

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30 • Política y retórica en el guión social de la violación

modo en que el nombre “violación” puede funcionar como


un apelativo injuriante y, a la vez dar, lugar a una “respuesta
inesperada que abre posibilidades” (ob. Cit.:17).
La perspectiva que orienta el análisis se completa con
la elaboración conceptual-analítica de Chaneton (2007) res-
pecto del lenguaje como práctica significante en la que se
debate la producción de las subjetividades generizadas. A
partir de una articulación entre la conceptualización del
discurso, el sujeto y el poder elaborada por Michel Foucault,
la posterior elaboración y apropiación que de ella hicie-
ran las teóricas feministas postestructuralistas, y la teoría
de la hegemonía desarrollada en los Estudios Culturales
Británicos y en los trabajos analítico-conceptuales sobre el
discurso social de Marc Angenot, la autora propone que:

La fuerza disciplinaria y cohesionante de la hegemonía debe


también considerarse, en la analítica, “encarnando” en suje-
tos sociales, que dicen y hacen las diferencias de género de
acuerdo con una práctica subjetivante, que no se presenta
fija, cerrada y anticipable, sino abierta a la contingencia. (ob.
cit.: 11-12)

Como hemos señalado anteriormente, el énfasis de este


planteo en la apertura a la contingencia nos ha animado a
localizar y describir, en los distintos contextos enunciativos
considerados, tanto las formas de reproducción, como las
ocasiones de resistencia o desplazamiento respecto de las
formas dominantes del discurso social de la violación.
Estas propuestas teórico-conceptuales conducen de
manera global el planteo y la analítica que llevamos ade-
lante en la presente tesis. Otras autorías y formulaciones
que incidieron en el desarrollo del análisis son indicadas en
los distintos capítulos.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 31

Metodología y descripción del corpus

En cuanto al método, hemos recurrido, con distintos énfa-


sis, a elementos del Análisis del Discurso. En el nivel enun-
ciativo, se aislaron y caracterizaron posiciones de sujeto
generizadas y modalizaciones del enunciado, atendiendo a
su variedad de funciones pragmáticas. En el nivel narrativo,
se localizaron y elaboraron comparativamente descripcio-
nes y actantes. En el nivel argumentativo, se relevaron y
analizaron argumentos, premisas y topoi. En particular, esta
última categoría se destaca en la pesquisa desarrollada. La
noción –que puede remontarse hasta la
Retórica de Aristóteles y a su descripción de los lugares– da
cuenta de distintas “premisas de carácter general”, sobre-
entendidas con frecuencia y comúnmente admitidas por
los interlocutores, que operan como sustento subyacente
de distintos encadenamientos argumentativos (Perelman:
2006: 146-147). En lo que respecta a nuestra investigación,
los topoi analizados remiten a premisas, la mayoría de las
veces no enunciadas explícitamente, que reproducen las
inequidades de género y tienden a legitimar el ejercicio de
la violencia sexual.
Estas herramientas de método informaron el análisis
del corpus discursivo amplio construido que, dado el enfo-
que teórico-conceptual antes descripto, es de carácter hete-
rogéneo y está integrado por los siguientes tipos de dis-
curso:
• Discurso de la prensa gráfica masiva. Para construir
este subcorpus realizamos un relevamiento extenso de
crónicas y notas de opinión publicadas La Nación y
Página/12 entre los años 2003 y 2010. A partir de
esta muestra amplia de artículos, identificamos tres
momentos estratégicos respecto de la tematización de
la violación y extrajimos, de cada uno, una muestra
más breve de publicaciones. A saber, consideramos los
meses posteriores al intento de violación y asesinato de

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32 • Política y retórica en el guión social de la violación

Lucila Yaconis (de mayo a agosto de 2003), el período


en el que tuvo lugar una de las denominadas “olas de
violaciones” en Zona Norte de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires (fines de 2008 y comienzos de 2009)
y el momento en que cobró protagonismo mediáti-
co la polémica desatada a partir del caso conocido
como “General Villegas” –nombre de la localidad don-
de tuvieron lugar los acontecimientos– (mayo de 2010).
En este último caso, incluimos un breve segmento de
discurso televisivo reproducido por Canal 26.
• Discurso jurídico. Este subcorpus está integrado por
dos clases de discurso jurídico: el Código Penal y fun-
damentaciones de proyectos de ley. Consideramos la
redacción del Título III de la Segunda Parte del Código
Penal Argentino inmediatamente anterior y posterior a
la Ley 25.089/99 denominada Ley de “Delitos contra la
Integridad Sexual de las Personas”. Además, incluimos
las fundamentaciones de cinco proyectos de ley que
proponen incorporar la castración (quirúrgica y/o quí-
mica) como pena accesoria a la privación de la libertad
en los casos de condenas por delitos contra la integri-
dad sexual presentados en las Cámaras de Diputados y
de Senadores de la Nación. Este conjunto de proyectos
reúne la totalidad de propuestas legislativas relativas a
dicha pena presentadas en las Cámaras Nacionales has-
ta 2010. A saber, se consideraron los proyectos presen-
tados por el senador Carlos Maglietti de la Unión Cívi-
ca Radical (Provincia de Mendoza)14 y por los dipu-
tados Lorenzo Pepe del Partido Justicialista (Provincia
de Buenos Aires)15, Elsa Lofrano del Partido Justicia-
lista (Provincia de Chubut)16, Irene Bösch de Sartori
del Frente para la Victoria (Provincia de Misiones)17,

14 Expediente Nº 2686-S-1996
15 Expediente Nº 4181-D-1997
16 Expediente Nº 8010-D-2002
17 Expediente Nº 6797-D-2005

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Política y retórica en el guión social de la violación • 33

Carlos Alberto Sosa del Partido Renovador (Provincia


de Salta)18. La introducción de las fundamentaciones de
estos proyectos de ley estuvo motivada por el hecho de
que estas propuestas legislativas, que se reiteran perió-
dicamente (sin llegar a ser debatidas ni sancionadas),
permiten dar con consideraciones respecto del géne-
ro y la sexualidad que encontramos relevantes para
nuestro análisis.
• Discurso testimonial. Para construir este subcorpus rea-
lizamos entrevistas con cinco personas que padecieron
situaciones de violencia sexual (tres mujeres cis, una
mujer trans y un varón cis19 ). Las entrevistas fueron
realizadas entre diciembre de 2010 y agosto de 2013.
Se consideraron relatos de personas de diferente iden-
tidad de género, a fin de atender a la posible emergen-
cia de variaciones en el modo en que las normas de
género imperantes en el discurso social de la violación
afectan a y son negociadas en la configuración de las
subjetividades generizadas. En cuanto a la selección de
los testimonios, no se anticipó como requisito para la
realización de la entrevista saber en qué consistió o
cómo era designada la experiencia de violencia sexual

18 Expediente Nº 3746-D-2007
19 Siguiendo a Nayla Vacarezza (2013: 5), utilizamos el término “mujer trans”
para referimos a una “posición identitaria que se ubica en disidencia respec-
to de las exigencias sociales que impone el ‘sexo’‘/género asignado según los
criterios biologicistas dominantes”, mientras que recurrimos a los términos
“mujer cis” y “varón cis” para nombrar a personas cuya identidad de género
coincide con el “sexo”/género asignado al nacer. Respecto de estos términos,
Julia Serano (2011) señala: “‘Trans’ singnifica ‘enfrente’ o ‘en el lado opuesto
de’, mientras que ‘cis’ significa ‘del mismo lado de’. Entonces, si alguien que
ha sido asignado a un sexo al nacer pero se identifica y vive como un miem-
bro del otro sexo es llamado ‘transexual’ (porque ha cruzado de un sexo a
otro), alguien que vive y se identifica con el sexo al que fue asignado al nacer
es llamado ‘cissexual’”. Nuestra traducción, en el original: “‘Trans’ means
‘across’ or ‘on the opposite side of’, whereas ‘cis’ means ‘in the same side of’.
So if someone who was assigned one sex at birth, but comes to identify and
live as a member of the other sex, is called ‘transsexual’ (because they have
crossed from one sex to the other), then the someone wholives and identify
as the sex they were as signed at birth is called a ‘cissexual’.”

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34 • Política y retórica en el guión social de la violación

padecida. Partimos de considerar que la asignación del


nombre “violación” a una situación de violencia sexual
implica un proceso de negociación de sentidos socia-
les que merece ser analizado.20 En lo que refiere a la
pertenencia socio-económica de las personas entrevis-
tadas, cabe señalar que la misma es variable. Su acti-
vidad económica y nivel de formación es diverso: una
profesional universitaria, una empleada sin escolari-
dad secundaria finalizada, un empleado con escolari-
dad secundaria completa, una empleada con estudios
de nivel superior en curso y una trabajadora por cuenta
propia con escolaridad secundaria sin finalizar.

El corpus amplio así construido integra discursos en


los que los procesos de normalización se muestran pre-
dominantes (como el mass-mediático y el jurídico) y otros
(como el discurso testimonial) más favorables para acceder
por medio del análisis a la emergencia de negociaciones y
alteraciones respecto de las normas sociales que tienden a
regular lo decible respecto de la violencia sexual.21 Además,
de tener en cuenta estas características, en la decisión res-
pecto de la composición de cada uno de los subcorpus se con-
sideraron las siguientes particularidades correspondientes
a cada uno de los discursos.
El discurso mass-mediático reviste particular interés
para nuestra indagación en tanto produce y reproduce
narrativas de la violación en las que adquieren predominio
determinados sujetos (víctimas y victimarios) escenarios y
modalidades de ejercicio. Siguiendo a Verón (1989), consi-
deramos a los medios de comunicación como “máquinas de

20 El problema de la nominación de la violencia será objeto de análisis en el


desarrollo de la presente tesis.
21 Señalar estos rasgos característicos no supone desconocer que la ley tam-
bién puede llegar a ampliar los horizontes de lo posible, así como un testi-
monio puede ser la instancia de reificación de patrones moralizantes y
reproducir los sentidos dominantes impuestos por las normas de género
instituidas.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 35

producción de realidad social”, para nuestra investigación,


partícipes de la configuración de lo socialmente decible
respecto de la violencia sexual. Tomar este discurso como
objeto de análisis implica abandonar el punto de vista de la
re-presentación, para analizar el modo de producción de la
violación como acontecimiento mediático.
El discurso jurídico, en particular los proyectos legisla-
tivos y la legislación penal, constituyen una vía relevante de
acceso a la construcción social del discurso de la violación,
en tanto son una instancia en la que se plasman, negocian
e instauran definiciones respecto de qué actos (y bajo qué
condiciones) configuran un delito que el sistema judicial
cataloga como violación, así como también se fija la pena
que le corresponde. Como se pone de relieve en el análisis,
estas definiciones jurídicas, se sustentan sobre presupuestos
y topoi relativos a las diferencias de género y a la sexua-
lidad que tienen una incidencia social en una dimensión
simbólica que excede los márgenes institucionales y admi-
nistrativos. Como señala Rodríguez (2000: 146), aunque no
se traduzca inmediatamente en “la dimensión directa y con-
creta de los actores sociales” el discurso jurídico tiene una
efectividad simbólica que “no por ello resulta menos influ-
yente en la provocación de conductas y valoraciones.”
En lo que respecta al discurso testimonial, como
han señalado las teóricas feministas postestructuralistas, la
experiencia no remite a un “‘hecho en bruto’ o ‘simple reali-
dad’” (Scott, 2001: 51), sino que es el efecto de “complejos y
cambiantes procesos discursivos” que atañen a la constitu-
ción de las subjetividades sociales (Scott, 2001; de Lauretis,
1992; Haraway, 1995). En el relato en primera persona,
quien narra construye su experiencia y se construye a sí
misma/o en un procesos que no sólo recupera los relatos
socialmente disponibles sino que, de maneras impensadas,
también los contesta, resiste o transforma. Si lo que cuenta
como violación se encuentra constitutivamente ligado con
los discursos sociales circulantes que vuelven socialmente

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36 • Política y retórica en el guión social de la violación

inteligible la experiencia, contar la violencia padecida puede


ser la ocasión para que los márgenes que estos discursos
instauran se fijen, o bien se amplíen y/o modifiquen.
El período considerado en la conformación del corpus,
toma como punto de partida la reforma del Código Penal
introducida por la ley 25.087 promulgada en el año 1999.
Acontecimiento de peso en la configuración del debate teó-
rico y social respecto la problemática de la violación, la
relevancia de aquella modificación reside en que no sólo se
presentó como una reconsideración global de la manera en
que los delitos sexuales son codificados penalmente, sino
que también constituyó, como anticipamos en el estado de
la cuestión, una ocasión de apertura hacia las demandas
que las teóricas y activistas feministas venían promoviendo
desde la investigación y el trabajo en el movimiento social.
Sin embargo, el resultado obtenido no satisfizo el conjun-
to de las expectativas de quienes fueron sus promotoras.
La ley finalmente promulgada fue objeto de evaluaciones
diversas y encontradas. Este es uno de los motivos por los
cuales se nos impuso la necesidad de considerar este pro-
ceso como punto de partida en la conformación del corpus.
Las divergencias y debates que allí se abrieron plantearon
desafíos e interrogantes que aún hoy mantienen vigencia.
A su vez, como ya hemos adelantado e intentamos mostrar
en la analítica que se desarrolla en esta tesis, la importancia
de considerar la citada reforma penal reside en la inciden-
cia social que tiene la letra de la ley más allá del ámbito
legislativo y judicial. Los argumentos y el vocabulario legal
impregnan otras manifestaciones de la discursividad social
y dejan huellas que perduran en el tiempo y reiteran valo-
raciones y presupuestos. En la analítica que presentamos en
esta tesis intentamos dar cuenta de la relevancia de estas
persistencias, como de las alteraciones que respecto de ellas
se producen en el discurso social.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 37

Presentación de los capítulos

La elaboración comparativa de los hallazgos obtenidos en


el análisis de cada uno de los subcorpus considerados nos
permitió arribar a la elaboración de cuatro capítulos que
focalizan en diferentes aspectos del discurso social de la
violación. En ellos se describen y analizan algunos elemen-
tos, partícipes del lenguaje socialmente instituido acerca de
la violación, que, siguiendo a Marcus, podemos caracterizar
como componentes de un “guión social de la violación”.
En el primer capítulo, titulado “El consentimiento en
cuestión”, nos preguntamos acerca de las implicancias que
la categoría de consentimiento reviste para la configura-
ción de lo decible respecto de la violencia sexual. El análisis
toma en consideración materiales discursivos extraídos de
los tres subcorpus que componen el corpus discursivo amplio,
a saber, el Código Penal argentino anterior y posterior a la
reforma introducida por la ley 25.087, la polémica mass-
mediatica surgida a raíz del caso conocido como “General
Villegas” y fragmentos de testimonios individuales. En el
análisis de estos materiales textuales adquiere centralidad
la revisión crítica de la “polarización de la gramática de
la violencia”. El recorrido analítico revisa el modo en que
la conexión que los discursos dominantes establecen entre
el dualismo sometimiento/libertad y la dicotomía víctima/
culpable termina configurando estas posiciones como alter-
nativas excluyentes. Esta exclusión dicotómica configura un
marco que estrecha los márgenes valorativos e interpre-
tativos de la violación, constriñendo aquello que requiere
ser puesto en palabras en la experiencia narrada de quienes
han padecido esta forma de violencia. A contrapelo de esta
construcción excluyente, el relato de las personas afectadas,
conduce a cuestionar el dualismo y la atribución de vulne-
rabilidad e indefensión que el guión de la violación domi-
nante dispone para las víctimas de la violencia sexual.

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38 • Política y retórica en el guión social de la violación

El capítulo dos, que lleva por título “Honor, estigma,


vergüenza”, tiene por objeto analizar el modo en que el
histórico enlace del género con el parentesco y la propiedad
-que hace de las mujeres objetos de un intercambio mas-
culino del que no participan- pervive en la configuración
de la violación como un estigma social. Las huellas de esta
ligazón histórica se rastrean en los antecedentes legislati-
vos del Código Penal Argentino y en los de los proyec-
tos de ley que proponen introducir la pena de castración.
El análisis del relato de las entrevistadas, permite descri-
bir batallas micro-políticas que resultan en un rechazo del
estigma –cargado de culpa y de la vergüenza– que, dada
la sedimentación de esta historia en el lenguaje, el nombre
“violación” trae consigo.
En el tercer capítulo, titulado “Del cuerpo y de la ciu-
dad: la violación como ‘acceso’ a un territorio”, analizamos
el discurso jurídico y el mass-mediático con el objetivo
de describir el modo en que la dicotomía interior/exterior
opera como una norma regulatoria del espacio de la ciudad
y del espacio corporal. La fórmula jurídica “acceso carnal
por cualquier vía” actualmente vigente en el Código Penal
como definición de lo que legalmente se entiende por viola-
ción, es analizada críticamente en sus presupuestos e impli-
cancias respecto de la corporalidad de las personas afecta-
das por la violencia sexual. Dada esta fórmula, la violación
se configura como una invasión y el cuerpo como el espacio
interior donde ésta se lleva a cabo. En la prensa gráfica,
analizamos dos series noticiosas diferentes publicadas en el
diario La Nación, en las que la dicotomía interior-exterior
monta una distribución de la vulnerabilidad y el peligro
diferencial según el género. La primera, tiene como pun-
to de partida al intento de violación y asesinato de Lucila
Yaconis (2003), la otra reúne distintas noticias que fueron
agrupadas bajo lo que se denominó una “ola de violaciones”
en zona norte (2008-2009). En la primera, el espacio de la
ciudad se contrapone con los espacios-no urbanos, unos se
muestran como vulnerables y los otros como amenazantes.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 39

En la segunda, es el espacio de la casa el que se constru-


ye como seguro y el exterior, la calle, lo que se muestra
peligroso. En ambas, estas dualidades espaciales prevén una
distribución geográfica de los sujetos amenazados y del
riesgo que es diferencial según el género.
En el cuarto capítulo, que lleva por título “Contar, rom-
per… sanar”, analizamos dos testimonios de personas (un
varón y una mujer) que padecieron situaciones de violencia
sexual que no recibieron el nombre violación desde un pri-
mer momento. En un caso, este nombre llegó a fijarse con
la experiencia de violencia padecida dos años más tarde de
que esta ocurriera; en el otro, la palabra “violación” se vin-
culó con lo sucedido por asociación de los acontecimientos
con un caso de resonancia mediática. El recorrido analí-
tico de las entrevistas nos anima a preguntarnos: ¿qué es
lo que sucede al contar la violencia sexual sufrida?, ¿cuáles
son los efectos subjetivos que promueve dar el nombre de
“violación” a la experiencia padecida?, ¿de qué modo puede
el acto de contar trastocar y poner en movimiento los senti-
dos sociales que se han sedimentados en las palabras? En el
análisis cobran relevancia los movimientos corporales y los
gestos, éstos muestran una inusitada capacidad para alterar
los sentidos que se muestran reificados en las palabras.
A modo de cierre, retomamos el conjunto de los hallaz-
gos obtenidos para elaborarlos, de manera integrada, con
un mayor grado de abstracción. Allí, buscamos sintetizar
los elementos caracterizados que pueden describirse como
partícipes de un guión dominante de la violación e inten-
tamos subrayar las contestaciones e impugnaciones a las
formas discursivas instituidas que fueron surgiendo en el
transcurso del análisis.
Un estudio como el presentado espera ser un aporte
en el trabajo de deconstrucción de las narrativas que legiti-
man el ejercicio de la violencia sexual y, por su intermedio,
contribuir a reducir los espacios en los que el miedo a la
violación se presenta como un límite a las posibilidades de
desarrollo de la propia vida.

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1

El consentimiento en cuestión

…la cuestión de la ética surge precisamente en los límites de


nuestros esquemas de inteligibilidad…
(Judith Butler, Dar cuenta de sí mismo)

¿Qué es una violación? Si la respuesta a esta pregunta


se busca en el discurso jurídico, tras poco avanzar en la
pesquisa es inevitable dar con la categoría de consenti-
miento. Trátese de violación, abuso sexual o estupro1, en
el Código Penal Argentino, la falta de consentimiento o la
imposibilidad de consentir libremente es lo que distingue
un encuentro sexual de un delito.2 El mencionado criterio
definitorio no limita su alcance al campo de la aplicación de
la ley penal, también en otros ámbitos de la discursividad
social, el consentimiento se muestra como un topos recu-
rrente cuando se trata de determinar si los hechos merecen
ser o no catalogados como violación. Tras la observación

1 Cabe destacar que en la redacción del Código Penal Argentino posterior a la


reforma introducida por la ley 25.087 no se menciona la palabra violación.
El término utilizado para nombrar este delito es “abuso sexual con acceso
carnal”. Nos ocuparemos de los modos de nombrar la agresión en capítulos
posteriores (capítulo dos y capítulo cuatro).
2 El Código Penal actualmente vigente contempla la diferencia entre falta de
consentimiento y consentimiento no-libre. Al respecto, propone Pandolfi
(1999) que “hay delito aunque la relación sea consentida si ese consenti-
miento no es libre, sino impuesto por la relación de dependencia-
prevalencia de cualquier naturaleza que la víctima tiene con el sujeto activo”
(ob. cit.: 24) Entre los factores que invalidan el consentimiento, se encuentra
la edad, “cuando se trata de una persona menor de 13 años de edad, su con-
sentimiento para el acto es irrelevante” (Villada, 2006: 25) Estas cuestiones
serán retomadas en el desarrollo de este capítulo.

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42 • Política y retórica en el guión social de la violación

de esta prevalencia, nos preguntamos: ¿cuáles son las reglas


que la retórica del consentimiento impone a la interpreta-
ción de los sucesos? ¿Qué disputas habilita y qué márgenes
fija a lo decible de la violencia sexual?
En este capítulo, nos proponemos recorrer estos inte-
rrogantes en el análisis de materiales discursivos extraídos
de los tres subcorpus que componen el corpus discursivo
amplio. En el primer apartado, revisaremos la manera en
que la categoría ingresó en el Código Penal Argentino. En
el segundo, es una polémica mass-mediática en la que el
consentimiento ocupó el centro de la escena lo que será
objeto de nuestra atención. El tercero tomará en considera-
ción fragmentos de testimonios individuales en los que se
ponen de relieve distintas maneras decir “no” en y por las
cuales las personas afectadas buscaron establecer un límite
a la violencia ejercida contra ellas.

1.1. Consentimiento y resistencia en el discurso


jurídico

El concepto de consentimiento fue incorporado explícita-


mente en el Código Penal Argentino a partir de la reforma
introducida por la ley 25.087.3 Antes de la modificación, el
artículo 119 referido a la violación y al estupro establecía:

3 En lo relativo a los Delitos Sexuales, el Código Penal Argentino ha sido obje-


to de numerosas reformas. La particularidad que tuvo la reforma impulsada
por la Ley 25.087 fue que introdujo un cambio significativo en la conceptua-
lización del bien jurídico tuteado. Las acciones que antes eran catalogadas
como delitos contra la honestidad pasaron a definirse como delitos contra la
integridad sexual de las personas. Impulsada por insistentes y prolongadas
demandas del movimiento feminista, en muchos aspectos el resultado obte-
nido no conformó las expectativas de quienes la promovieron. Algunas de
esas limitaciones serán evaluadas aquí, otras serán revisadas en el capítulo
2.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 43

Será reprimido con reclusión o prisión de seis a quince años,


el que tuviere acceso carnal con persona de uno u otro sexo
en los casos siguientes: 1. cuando la víctima fuere menor de
doce años; 2. cuando la persona ofendida se hallare privada
de razón o de sentido, o cuando por enfermedad o cualquier
otra causa no pudiere resistir; 3. cuando se usare de fuerza o
intimidación (Código Penal Argentino)4

En aquella redacción, la enumeración de condiciones


bajo las cuales el “acceso carnal”5 configuraba un delito (ser
menor de 12 años, de estar impedida de resistir, o bien,
cuando concurría el uso de la fuerza o la intimidación por
parte del agresor) no incluía ninguna referencia explícita a
la ausencia de consentimiento. Sin embargo, señala Chej-
ter (1996a), el concepto era tenido en cuenta y constituía
un factor de peso en la jurisprudencia. Tras el análisis de
numerosos fallos judiciales, la autora sostiene que, bajo la
mirada de los jueces:

…las situaciones intimidantes con o sin armas, en situaciones


claras de acorralamiento –bajo amenaza indudable y com-
probada–, dejan de ser decisivas para convertirse en un mero
dato a valorar, como uno más, a título casi burocrático, pues
lo que importa es verificar el no consentimiento (ob. cit.:
41-42).

Esta interpretación judicial delineaba una trampa difí-


cil de evadir por parte de las personas agredidas. Dado
que el consentimiento se definía no en función del acuer-
do, sino “en virtud de la ausencia de datos que confirmen
el desacuerdo” (Rodríguez, 2000: 153), lo que se requería
para demostrar la existencia del delito no eran elemen-
tos que demostraran el forzamiento o la amenaza ejerci-
da por el agresor, sino la evidencia del rechazo sostenido
por la denunciante. Para que una violación sea considerada

4 Citado en Chejter,1996a:159.
5 Revisaremos algunas de las implicancias de esta denominación en el capítu-
lo 3.

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44 • Política y retórica en el guión social de la violación

auténtica se le exigía a la víctima que “presente las huellas


que hagan incuestionable su resistencia ‘tenaz y constan-
te’” (Hercovich, 1992: 68).6 Bajo este marco interpretativo,
el hecho de que, finalmente, “la propia voluntad haya sido
superada por el empleo de la fuerza o la amenaza de daño
físico” (Rodríguez, 2000: 153) dejaba siempre un margen
para la sospecha respecto de si la repulsa manifestada había
sido lo suficientemente firme. “Una mujer honesta habría
luchado hasta la muerte para proteger su virtud.” (ob. cit.:
153), parecía ser el lema que orientaba a los jueces en el
dictado de sus fallos.
La reforma modifica las condiciones que el Código
Penal fija para que un acto sexual constituya un delito. A
partir de entonces, el primer párrafo del artículo 119 pasa a
establecer lo siguiente:

Será reprimido con reclusión o prisión de seis meses a cuatro


años el que abusare sexualmente de persona de uno u otro
sexo cuando ésta fuera menor de trece años o cuando mediare
violencia, amenaza, abuso coactivo o intimidatorio de una
relación de dependencia, de autoridad o de poder, o, apro-
vechándose de que la víctima por cualquier causa no haya
podido consentir libremente a la acción.7

La nueva formulación no menciona la resistencia, en


cambio, hace explícita la referencia al consentimiento. La
condición de “no poder resistir” ha sido sustituida por la de
“no poder consentir libremente”. ¿Cómo evaluar este cam-
bio? ¿Cuáles son sus implicancias? Un contrapunto reve-

6 Como describe Chejter (1996a) en su análisis de fallos judiciales, estas prue-


bas debían ser empíricamente comprobables: gritos, arañazos, ropas desga-
rradas, lesiones apreciables, vaginas desgarradas, etc. [...] El relato de la resis-
tencia, para la Justicia, se reduce a datos verificables que pueden ser
sometidos a peritaje de los técnicos forenses. [...] (ob. cit.: 43-44)
7 No analizaremos la totalidad de las modificaciones introducidas por este
párrafo, sino que nos centraremos en la diferencia que acarrea la referencia
que allí se realiza al consentimiento. Respecto de las demás modificaciones
puede consultarse: Pandolfi, 1999; Villada, 2006; Tenca, 2001; Donna, s/f.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 45

lador respecto de las opiniones encontradas que suscita la


modificación se trama entre las consideraciones de Marcela
Rodríguez (2000) e Inés Hercovich (2000, 2002). Rodríguez
(2000), quien evalúa positivamente el cambio introducido
por la ley, señala que el nuevo texto evita que los jueces
recaigan en “cuestiones tales como si la víctima ofrecía sufi-
ciente resistencia al ataque” (ob.cit.: 153). Hercovich (2002),
por su parte, que observa el cambio con reserva y des-
crédito, se pregunta: “¿Cómo entender esta desconcertante
fórmula que agrega el calificativo de ‘libre’ a un concepto
cuya definición misma lo rechaza?” (ob.cit.: 15) La objeción
parte de considerar que, por definición, consentir es

…ceder […] manteniendo cierta reserva, rechazo, distancia


con el acto. Implica una renuncia al propio deseo a cambio
de algo más valorado en ese momento que aquello a lo que se
debe renunciar. (ob. cit.: 16)

Desde su perspectiva, la nueva formulación reitera el


problema que presentaba la redacción anterior: el atributo
“libre” adosado al consentimiento instaura una ficción jurí-
dica que vuelve a ignorar lo que, sintéticamente, podemos
nombrar –recuperando palabras de Chejter (1996a)– como
“los factores coercitivos que lo condicionan” (ob. cit.: 36).
Sometimiento y la libertad, sostiene la autora, “son polos
extremos e ideales entre los cuales nos movemos perma-
nentemente, sin habitar jamás en ellos de modo completo”.
(Hercovich, 2002: 14). En su planteo,

…términos como ‘autonomía’, ‘autodeterminación’, integri-


dad’ desconocen que la primigenia condición sexuada de los
seres humanos nos hace dependientes de otro al que esta-
mos sexualmente orientados y que nos es imprescindible. E
ignoran, también, que desacreditan sin miramientos las solu-
ciones de compromiso, desprolijas, que constituyen la vida
cotidiana de mujeres y varones. (ob. cit.: 14).

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46 • Política y retórica en el guión social de la violación

Nos interesa enfatizar esta apertura crítica para poner-


la en relación con el cuestionamiento realizado por Judith
Butler (2010) respecto de la posibilidad de entender el con-
sentimiento –o el no-consentimiento– como “un acto dis-
creto que un individuo ejecuta y que se basa en la pre-
sunción de un individuo estable”.8 Desde su perspectiva,
consentir –como todo acto– expone al sujeto a una trans-
formación imprevisible de la que él mismo no puede nunca
dar cuenta cabalmente. De manera que las acciones ten-
dientes a fijar un límite a la voluntad ajena, las formas de
decir “no” o los modos de rechazar aquello que no quere-
mos, no se ajustarían nunca a la univocidad e invariabilidad
de una clausula contractual, ni emergerían como el resulta-
do de una deliberación consciente y racional. Sin renunciar
a la posibilidad de distinguir un encuentro mutuo de un
acto de avasallamiento, el señalamiento conduce a interro-
garse por aquello que el dualismo libertad/sometimiento
tiende a excluir del terreno de lo inteligible.
En las páginas que siguen nos abocaremos a recorrer
distintas contravenciones a las que este dualismo regulato-
rio (libertad/sometimiento) se expone en el discurrir social.
Distintas formas de resistencia –rechazo, evasión, repulsa–
que las personas afectadas ejercen contra la violencia pade-
cida irán poniéndose de relieve en este recorrido que tendrá
por objeto de análisis fragmentos discursivos extraídos de
una polémica mass-mediática y de testimonios personales.

8 Traducción propia. En el original: “as a discrete act that an individual per-


forms and so draws upon the presumption of a stable individual” (Butler,
2010: 2)

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Política y retórica en el guión social de la violación • 47

1.2. El topos del consentimiento en una polémica


mass-mediática

En este apartado nos abocamos al análisis de una polémica


que se desató en mayo de 2010 en General Villegas, una
pequeña ciudad del interior de la provincia de Buenos Aires,
cuando el padre de una adolescente (catorce años) denunció
la existencia y circulación de un video en el que se mostraba
a tres varones adultos abusando sexualmente de su hija.
La carátula de la causa judicial que se inició a partir de la
denuncia fue “corrupción de menores y difusión de material
pornográfico”. A partir de la declaración de la adolescen-
te ante los peritos, el fiscal propuso cambiarla por “abuso
sexual agravado”, cambio que implicaba la imposición de
penas mayores en caso de que se arribara a una condena.
En oposición a esta redefinición, un grupo de vecinos de
la ciudad se movilizó en defensa de los tres varones impu-
tados, sosteniendo que la acusación era injusta. La movili-
zación animó un debate que ocupó numerosas páginas en
los principales matutinos del país e incontables minutos en
los canales televisivos de alcance nacional.9 El análisis que
aquí presentamos se apoya en dos fragmentos discursivos
extraídos de la polémica10: una breve declaración televisada

9 Página/12 publicó desde el 08 de mayo al 13 de junio noticias relativas al


caso con una frecuencia casi diaria. La Nación mantuvo una frecuencia simi-
lar, con una interrupción entre el 22 de mayo y el 06 de junio, momento en
el que el caso volvió a adquirir publicidad durante varios días.
10 Amossy (2011) distingue entre a) el discurso polémico que puede atacar a un
blanco en una situación de discurso monogenerado (no hay diálogo directo
entre los oponentes); b) el intercambio polémico, que consiste en una interac-
ción cara a cara en la cual dos adversarios entablan un encendido debate e
intentan destruirse uno a otro; y c) la polémica, que designa un corpus, el con-
junto de intervenciones antagonistas sobre una cuestión determinada en un
momento determinado.

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48 • Política y retórica en el guión social de la violación

que brindó la esposa de uno de los imputados mientras


encabezaba la movilización11 y una nota titulada “Las cosas
por su nombre” publicada en Página/1212.
Antes de adentrarnos en el análisis, encontramos per-
tinente considerar las particularidades que reviste el géne-
ro discursivo “polémica”, dado que son ellas las que hacen
especialmente fructífera esta construcción mass-mediática
para el estudio del problema que nos ocupa.
Lucha discursiva entre discursos incompatibles cuyo
objetivo es la reducción al silencio (“muerte” discursiva) del
adversario (Kerbrat Orecchioni, 1980; Felman, 1979)13, el
discurso polémico tiene la propiedad de tensionar al máxi-
mo los márgenes de lo decible. Respecto de este potencial,
Angenot (1998, 2010) sostiene que los discursos en rela-
ción polémica permiten avizorar no sólo los márgenes que
se entablan entre los discursos antagónicos, sino también
aquellos que delimitan el terreno dentro del cual ‒en un
determinado estado del discurso social‒ se libran los com-
bates discursivos. De acuerdo con el planteo del autor,

…todo debate se desarrolla sólo apoyándose sobre una tópica


común a los argumentadores opuestos. En toda sociedad, la
masa de los discursos ‒divergentes y antagonistas‒ engendra
[…] un decible global más allá del cual no es posible ‒salvo
por anacronismo‒ percibir lo […] “aún-no-dicho” (ob. cit.,
1998: 23). 14

11 La declaración fue tomada por varios medios de comunicación de manera


simultánea y transmitida en noticieros de diferentes canales televisivos.
También fue reproducida por programas de televisión que recuperan con
humor y sarcasmo las noticias transmitidas durante la semana en otros pro-
gramas, como es el caso de TVR (Televisión Registrada), transmitido por Canal
13 los días sábados de 22.00hs a 24.00hs. Cfr. https://goo.gl/cbHPPW
12 Página/12 es un diario de alcance nacional que tiene una larga trayectoria en
la consideración de la “perspectiva de género”. Cuenta con periodistas espe-
cializados en la temática que escriben regularmente en el cuerpo del diario y
con un suplemento especial (Las 12) que se publica una vez por semana.
13 El adjetivo “polémico” deriva del griego polémikos, “relativo a la guerra”.
14 Cursivas en el original.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 49

Siguiendo este señalamiento, la polémica se presenta


como un campo productivo para emprender la indagación
propuesta, porque constituye una vía de acceso a los “esque-
mas de inteligibilidad” regidos por la tópica dominante.
Pero, atendiendo a la propuesta del autor, su potencial heu-
rístico no se agota allí. Desde su perspectiva, los límites
discursivos de lo enunciable que la tópica dominante deli-
nea no obturan completamente la emergencia de elementos
que resultan impensables desde el punto de vista de la hege-
monía. En El discurso social, el autor propone que “[t]al vez
habría que hablar de utopismos para calificar lo que emerge
pero carece de topos, de una técnica de expresión sólida y de
credibilidad” (ob. cit., 2010: 68). Los “utopismos” designa-
rían lo que escapa al campo de credibilidad establecido por
la hegemonía discursiva.15
Tomando como punto de partida esta caracterización,
en el análisis de la polémica que desató el caso conocido
como “General Villegas”, nos preguntamos: ¿cuáles son los
márgenes que esta categoría impone a lo decible respecto
de la violación?, ¿qué es lo que este topos excluye del terreno
de la inteligibilidad?
El día 13 de mayo de 2010, vecinos de General Villegas
se movilizaron tras la consigna: “Apoyemos a las 3 víctimas
de esta injusticia. Toda un ciudad sabe la verdad.” En la
primera fila de la movilización, sosteniendo la bandera que
hacía visible el lema, marchó la esposa de uno de los varones
imputados. Al ser entrevistada para la televisión la mujer
declaró lo siguiente:

Me parece injusto que pase todo esto, que este hombre [por
el fiscal] difame tanto a estos chicos. Y esto no es la primera
vez que pasa, hay muchos casos, hay muchos más videos y la

15 Para hacer referencia a este mismo problema, en Interdiscursividades el autor


emplea el término “heteronomía”. Propone designar así a aquellos hechos
discursivos que se sitúan fuera de la aceptabilidad y la inteligibilidad insti-
tuidas (Angenot, 1998: 38).

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50 • Política y retórica en el guión social de la violación

gente lo sabe ¿te das cuenta? La gente que nos acompaña, por-
que sabemos lo que es esta nena entre comillas, porque ya no
es más una nena, hace tiempo que dejó de ser una nena. 16

La declaración dota de contenido a la “verdad” que


el cartel presenta como un “secreto a voces”. Desmiente
los dichos del fiscal, a la vez que desacredita la acusación
realizada y quita responsabilidad a los varones imputados,
invirtiendo las posiciones de acusados y víctima. Estas ope-
raciones simultáneas, de falsificación-refutación y afirma-
ción, características del discurso polémico (Kerbrat Orec-
chioni, 1980; Angenot, 1982), se materializan en distintos
argumentos que analizamos a continuación.
El primero, consiste en presentar la denuncia como
una “difamación”, encuadrando el problema en el marco
de la “opinión pública”. Difamar consiste en “desacreditar
a alguien, de palabra o por escrito, publicando algo contra
su buena opinión y fama”.17 El discurso pone en el centro
de la escena la reputación de los varones involucrados: es
ésta la que debe ser “defendida” contra el ataque y, al mismo
tiempo, la que deslegitima la acusación. En este sentido,
la movilización misma se presenta como un argumento,
en tanto constituye una manifestación pública de la buena
opinión que los jóvenes le merecen a sus “vecinos” y fami-
liares. El argumento se complementa con la “mala fama”
asignada a la adolescente. La alusión “sabemos lo que es esta
nena, entre comillas”18 solicita la complicidad del audito-
rio para completar el contenido soez del discurso que el
enunciado insinúa: la referencia, en términos denigratorios,

16 Entrevista realizada a la esposa de Mariano Piñero el 13 de mayo de 2010.


Disponible en: https://goo.gl/QWtGhf
17 Diccionario de la Real Academia Española, vigésimo segunda edición. Dis-
ponible on line, URL: https://goo.gl/8Sx5ff
18 Las cursivas son nuestras.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 51

a su conducta sexual. La insinuación adquiere su eficacia


injuriante en el eco discursivo que convoca sin explicitar
(Sperben y Wilson, 1978).19
El segundo argumento, apela a una particular “regla
de justicia” que podemos denominar “regla de impunidad”
(“esto no es la primera vez que pasa…”).20 Lo que la mujer
reclama es que, si en casos similares los varones no han sido
juzgados ni condenados, tampoco lo sean en éste. No pone
en cuestión la efectiva ocurrencia de aquello que fue denun-
ciado, sino que demanda el mantenimiento del statu quo.
El tercero, consiste en una operación de reencuadre.
Los argumentos del fiscal a cargo de la investigación y del
abogado de la parte acusatoria se centraron en la edad de la
joven involucrada y su correlativa incapacidad para consen-
tir. A su vez, algunos periodistas que manifestaron públi-
camente su condena a los agresores, utilizaron el término
“nena” para referirse a la adolescente agredida.21 “Nena” es,
por tanto, un apelativo utilizado por el discurso adverso,
que es retomado para ser puesto en cuestión. Las comillas
dichas marcan el distanciamiento al tiempo que señalan
la impugnación.22 La minoridad de la mujer afectada (“ser
una nena”) es puesta en duda por medio de la insinua-
ción referida a su conducta sexual, el estatuto de minori-
dad se presenta como dependiente de las prácticas sexuales.

19 Esta afirmación fue reformulada en otra declaración de la misma mujer


cuando un periodista le preguntó si ella no estaba enojada con su marido.
Como respuesta a esta pregunta ella afirmó: “Sí, me enojé pero ya está. No
hubo violación, si fuera así la violó todo el pueblo. Ella se les anda regalando
a todos y él es hombre” (Tessa, Sonia.28 de mayo de 2010. “Fuenteovejuna lo
hizo”. Página 12. Suplemento Las 12. Disponible en: https://goo.gl/MMB5jg.)
Retomamos el problema de la definición de la violación como una infamia y
su vinculación con la honra en el capítulo dos.
20 De acuerdo con Perelman y Olbrechts-Tyteca (1989: 340), “la regla de justi-
cia exige la aplicación de un tratamiento idéntico a seres o a situaciones que
se integran en una misma categoría”.
21 Al tratarse de una menor de edad, los medios de comunicación no pueden
difundir el nombre y apellido de la persona agredida.
22 Sobre la función de distanciamiento y puesta en cuestión de las comillas cfr.
Authier (1981).

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52 • Política y retórica en el guión social de la violación

Simultáneamente, los varones son calificados como “chi-


cos”, designación que tiene por efecto minorizarlos. El dis-
curso invierte las posiciones de agresores y de víctima e,
implícitamente, asigna a esta última la responsabilidad por
lo acontecido.
Una de las respuestas que obtuvo la movilización en la
prensa gráfica fue una nota que lleva por título “Las cosas
por su nombre”, publicada en Página/12 bajo la firma de
Mariana Carbajal, una periodista especializada en temáti-
cas de género. El título anticipa el carácter responsivo del
artículo, al adelantar que se pondrán en cuestión los térmi-
nos en los que se ha planteado el problema. En el segun-
do párrafo se puede leer un cuestionamiento directo a los
dichos de “los vecinos”23 movilizados:

No hay consentimiento. Aunque la niña haya accedido


supuestamente en forma voluntaria, a los 14 años no se puede
consentir con absoluta libertad una relación sexual con tres
adultos: a esa edad no se conoce ni se puede conocer las
consecuencias y derivaciones que puede tener un encuentro
de esa clase.24

Es posible caracterizar como “analítico” (Toulmin,


2007) el argumento que aquí se esgrime, ya que el mismo
busca sustento en la definición legal del consentimiento
(apela a la edad y a la minoridad). El fragmento puede leer-
se como la contracara del argumento central esgrimido en
defensa de los varones imputados. Si en el discurso que
defiende a los varones, la niña es excluida del estatus de
minoridad (“ya no es una nena”) porque ha “consentido”
otras relaciones sexuales ‒y, como consecuencia de ello, se
la considera también consintiente en la relación con los tres

23 En el capítulo tres revisamos algunas de las implicancias que reviste la cate-


goría “vecinos” en el discurso social de la violación.
24 Carbajal, M. (22 de mayo de 2010). “Las cosas por su nombre”. Página/12,
Sociedad. Disponible en: https://goo.gl/Zrj9EL

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Política y retórica en el guión social de la violación • 53

varones‒, en este discurso, se la caracteriza como menor y,


por tanto, por definición, incapaz para consentir ese tipo
de relaciones.
En su contraposición, ambos discursos se sustentan en
un topos común: que ser menor implica la incapacidad para
consentir relaciones sexuales. Si resumiéramos la polémi-
ca en la oposición de las proposiciones “consintió” o “no
consintió”, lo que sustenta cada una de estas afirmaciones
son los presupuestos subyacentes relativos a la condición de
minoridad de la mujer involucrada. La convergencia des-
taca la “tópica común” que sostiene “a los argumentado-
res opuestos” (Angenot, 1998). Cabe preguntarse, entonces
¿qué es lo que esta tópica común excluye?, ¿qué es lo que no
puede ser dicho dentro de los límites discursivos del topos
del consentimiento?
Como mencionamos en la presentación del caso, los
dichos de la adolescente fueron cruciales en la redefinición
de la causa judicial que dio origen a la polémica. Luego de
escuchar su relato, el fiscal solicitó el cambio de la carátula
y demandó penas mayores para los imputados. Según tras-
cendió en la prensa, un elemento central en su declaración
fue el siguiente enunciado: “No tenía otra salida: si quería
irme no hubiera podido”.25
El enunciado es contundente y preciso. Sin embargo,
no se opone ni coincide con ninguno de los discursos anta-
gónicos analizados: no afirma ni niega haber consentido
un encuentro sexual. Si el topos del consentimiento es el
que traza la distinción entre los discursos en pugna (“con-
sintió”/“no consintió”) y el que demarca el terreno en el
que transcurre el antagonismo, podemos preguntarnos, ¿es
dable pensar la declaración de la adolescente como aquello
que Angenot (2010) denomina “utopismo”, es decir, como
un desvío crítico con respecto a un elemento de la hegemo-
nía del discurso social?

25 “Si quería irme, no hubiera podido”. (13 de mayo de 2010). Página/12: Socie-
dad. Disponible en: https://goo.gl/YDqPqo

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54 • Política y retórica en el guión social de la violación

La crítica feminista ha señalado que la exclusión de


ciertos sujetos es constitutiva de la figura legal del con-
sentimiento, y que ésta hunde sus raíces en las teorías del
contrato fundacional del liberalismo moderno (Pateman,
1980). En este sentido, Butler (2011: 419-420) advierte que
el término consentimiento se basa en ciertas estructuras
del liberalismo político según las cuales, “los individuos se
presentan como seres intencionales y volitivos que, sobre
todo, tienen la capacidad de entrar en contratos tanto de
naturaleza política como económica”.26 Según estos postu-
lados, el consentimiento presupone el trazado de una fron-
tera entre sujetos plenamente intencionales y volitivos, y
otros que, excluidos de esa categoría, no son considerados
capaces de contratar ni de consentir. Pero, ¿qué ocurre si
se pone en cuestión el presupuesto sujeto intencional y
consciente como agente del consentimiento sexual? ¿Qué
sucede si las fronteras que distinguen el consentimiento y
la coerción no son diferenciables tan claramente?, ¿es aún
posible distinguir una acción impuesta de una acción a la
que se accedió?
El enunciado de la adolescente señala el punto en el
que esta distinción puede y debe efectuarse (“no tenía otra
salida”). Sin embargo, aquellas palabras evitan situar el pro-
blema en el marco del consentimiento, postulado como
resultado de una decisión autónoma, racional, consciente y
volitiva. Si la negación “no tenía otra salida” destaca la coac-
ción padecida y los márgenes de acción que ésta impuso, el
condicional contrafáctico “si quería irme no hubiera podi-
do” imposibilita reducir el problema a la falta de consenti-
miento sexual, como también impide remitirlo a la mani-
festación de una voluntad plena bajo la cual tendría lugar
el “consentimiento libre”. El enunciado habilita un espacio
discursivo en el que ella misma y su acción se sitúan más

26 Nuestra traducción. En el original: “individuals are cast as deliberate and


volitional beings who, importantly, have the capacity to enter into contracts
of both an economic and political nature”.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 55

allá de las posiciones que le fueron asignadas en el marco de


la polémica: ni incapaz de consentir y, por tanto, absoluta
víctima; ni “provocadora” y siempre consintiente.
Cabe considerar, entonces, que atender a la compleji-
dad que emerge de sus palabras requiere suspender la toma
de partido por una u otra de las posiciones que la postulan,
de una parte, como plenamente responsable y, de la otra,
como completa víctima, para considerar el problema desde
un lugar no previsto por estos términos. Implica disponer
una escucha que “es muy diferente de la que asume o bien
[…] que el sujeto tiene una relación totalmente clara y trans-
parente con el deseo y la elección, o que es incapaz de hablar
y que la ley debe hablar en su lugar” (ob. cit.: 421)27. Ni
elección completamente autónoma, ni absoluta sumisión,
la acción de la adolescente no se ajusta a los estándares
previstos por el dualismo. Su enunciado ‒difícilmente tra-
ducible a los términos jurídicos o morales del debate en
torno al consentimiento o su ausencia‒, podríamos propo-
ner, suscita un desacomodo, aunque más no sea momen-
táneo, de la tópica dominante que establece los márgenes
de lo argumentable.

1.3. Más allá del consentimiento: subversiones


impensadas

La indagación emprendida continúa, en este apartado, con


el análisis de testimonios de personas que han padecido
situaciones de violencia sexual. El relato en primera per-
sona pone en escena distintas maneras de resistir a la vio-
lencia. Diversas formas de negociación emprendidas bajo

27 Nuestra traducción. En el original: “is very different from the one that either
assumes in libertarian fashion that the subject has a fully lucid and transpa-
rent relation to desire and choice or that the subject is unable to speak, and
that the law must speak in his or her place.”

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56 • Política y retórica en el guión social de la violación

amenaza, riesgo de muerte o abuso de autoridad desacomo-


dan los presupuestos y consensos tácitos que la categoría de
consentimiento arrastra consigo.

1.3.1. La supervivencia
Abba tiene 32 años.28 Es una mujer trans que ejerce la pros-
titución. En la entrevista son numerosas las narraciones
de distintas situaciones de violencia padecidas durante sus
jornadas de trabajo. Citamos a continuación un fragmento
del relato de una de ellas:

Y ahí, bueno, una de las veces que me fui a trabajar, ahí paró
un chico […] y bueno, arreglamos, salimos y empezó a andar
con todo con el auto, empezó, a empezó a agarrar una ruta,
y en la ruta me dijo bueno, vos acá perdiste, ahí donde me
dijo vos perdiste, yo ya ahí me di cuenta que no solamente
me iba a hacer algo sexual, sino que seguramente me iba a
robar […], y yo le dije como que estaba enferma, para que
se cuidara, […] yo le dije, bueno, vos me vas a violar, pero
yo estoy enferma, así que vos fijate, yo porque yo me quería
preservar y me quería, que, que sí, yo sabía ¿viste? que había
perdido, y bueno, entonces, se cuidó.

El marcador discursivo “bueno” da la clave de la nego-


ciación que debió enfrentar. En su función pragmática, este
lexema adquiere valores de “aceptación, asentimiento, con-
sentimiento y concesión”. Cabe entonces preguntarse, ¿qué
es lo que ella acepta, asiente, consiente o concede? “Había
perdido”, se encontraba en una situación de desventaja que
ya no podía revertir. Entonces, ella acepta que va a ser
violada.

28 Los nombres que se utilizan para referir a las personas entrevistadas son fic-
ticios. Su identidad se preserva por motivos de confidencialidad. Al
momento de la entrevista, Abba reside en la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 57

Sin embargo, en su relato se escucha un “pero” que


funciona como un llamado de atención. El contrargumen-
tativo señala los límites de su aquiescencia. Si aceptaba que
ocurriera algo que se le presentaba como inevitable, eso
no significaba que estuvieran agotadas sus posibilidades de
acción. Si ya no podía impedir que él la forzara a mante-
ner un encuentro sexual, aún estaba a tiempo de sortear
otros riesgos: ¿cómo hacer para “perder” lo menos posible?,
¿cómo evitar males mayores?, ¿cómo proteger la propia vida
(“cuidarse”) en una situación de vulnerabilidad extrema y
bajo una relación desigual de fuerzas? La aceptación de la
violencia ejercida contra ella (“bueno vos me vas a violar”) es
seguida por una estrategia de autoprotección. Podía evitar
contraer una enfermedad de transmisión sexual. Para ello,
Abba construye un personaje: hace creer al agresor que el
contacto sexual con ella es riesgoso. La puesta en escena le
permite disminuir el costo del ataque y reubicar los térmi-
nos de lo que tiene para perder y lo que quiere resguardar
(“yo me quería preservar y me quería”).
Esta capacidad de negociar bajo condiciones extrema-
damente desiguales para resguardar la propia vida se pone
de relieve, también, en otras dos entrevistas con mujeres
cis. Una de ellas fue agredida cuando era una niña, la otra,
cuando era una adolescente. Ambas realizaron la denuncia
judicial de lo acontecido. Este último elemento compartido
da lugar en sus relatos a un nuevo escenario de vulneracio-
nes y a nuevas formas de resistencia.
A la edad de 10 años, Lorena29 fue interceptada por
un desconocido en la vía pública y llevada hacia una habi-
tación donde el hombre la mantuvo retenida tras amena-
zarla con un arma. En la entrevista, ella narra cómo en ese
escenario aterrorizante fue capaz de orientar su conducta
con el fin de sufrir el menor daño posible y de evitar que
el ataque continúe:

29 Al momento de la entrevista, Lorena tiene 30 años. Vive en la zona norte del


conurbano bonaerense. Es estudiante de nivel terciario.

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58 • Política y retórica en el guión social de la violación

…el tipo éste me preguntaba cada cosa que hacía si me gusta-


ba, y yo pensaba, mirá, vos decís, ¡qué supervivencia una nena
de diez años!, y yo pensaba: si le digo que no, me va a pegar,
si le digo que sí, va a seguir, entonces, le digo más o menos.
[Mueve la cabeza hacia un lado y entorna un poco los ojos.]
Todo eso lo iba pensando mentalmente, para adentro, cómo
iba a pasar, cómo iba a pasar este, ese mal trago.

Al recordar, la entrevistada se sorprende de su compor-


tamiento (“mirá vos, ¡qué supervivencia una nena de diez
años!”): mueve a la admiración la calma que mantuvo frente
al peligro, aún ante una demanda de la que nada sabe a
su edad –“imaginate que yo lo único que sabía, hasta ese
momento del abuso, era que las nenas se hacían señoritas”,
ha dicho momentos antes en la entrevista–. En ese contex-
to de peligro e incertidumbre, ella trama astutamente los
medios para sobrevivir y evitar males mayores (“todo eso lo
iba pensando mentalmente”). De manera similar a como lo
hiciera Abba, su estrategia (no necesariamente consciente,
de allí el asombro) fue poner en escena un personaje. En
este caso, uno que dice y hace lo que, ella supone, puede
apaciguar o, al menos, no enardecer aún más al agresor.
Ana30, otra joven que también fue capturada en la calle
por un desconocido, cuenta del siguiente modo cómo logró
escapar de la situación:

Tenía rejas por todos lados, no había manera de salir de esa


casa. Entonces, nada, tuve que hacer lo que él me dijo porque
si no, obviamente, el chabón me amenazó, de acá no salís viva,
me dijo, hacé lo que te digo, porque de todas formas de acá
no salís viva. En un momento, sí me ahorcó para matarme
y después como que se arrepintió. Y no me hizo nada, pero
tampoco me hizo sentir que no me iba a hacer nada, como
que todo el tiempo me estuvo amenazando y así me tuvo
tres horas. […] Me dice bueno, acordate que esto era parte

30 Al momento de la entrevista, Ana tiene 20 años. Vive en la Ciudad Autóno-


ma de Buenos Aires. Está terminando el secundario y trabaja como emplea-
da doméstica en casas particulares.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 59

del trato, me dice si vos querés seguir trabajando acá volvé


el lunes yo te voy a contratar, era esto nomás, me dice. Yo
obviamente, qué iba a volver, ¡hijo de puta! Y yo le decía sí, yo
el lunes vuelvo. Yo lo único que quería era que me largue. Sí,
yo el lunes vuelvo [con tono irónico].

Como Lorena, que supo responder “más o menos” a


cada pregunta formulada por el atacante, para conjurar la
muerte y recuperar la libertad, Ana portó una máscara de
sumisión y sostuvo el inverosímil acuerdo propuesto por el
agresor. En este caso, aceptar una relación laboral de la que
ella no obtendría más que sufrimiento. En el contexto de
la entrevista, el relato deja oír que aquella imagen de sí no
estuvo exenta de dobleces. El tono irónico con el que evoca
su promesa de regresar exhibe la distancia mantenida con
el papel representado: mostrarse disciplinada fue lo que le
permitió burlar a quien buscaba someterla y escapar.
La niña y la adolescente, una vez conducidas al encierro
mediante el engaño y la amenaza de muerte, adaptaron
su conducta al papel que les estaba siendo asignado en el
libreto que los atacantes propugnaban. Ese fue el modo que
encontraron para salvaguardar su integridad física. En pala-
bras de Hercovich (1992: 81), bajo condiciones de desigual-
dad extrema, lograron “hacer jugar en sentido favorable
para sí las reglas impuestas por el agresor”. Podemos leer
en sus palabras una actuación subversiva, una ejecución a
contrapelo, del papel previsto por la “gramática generizada
de la violencia”. Como propone Marcus (1994), este com-
ponente del guión de la violación prevé para las mujeres
una posición de fragilidad e indefensión y las caracteriza
como tendientes a aceptar la voluntad impuesta por los
varones, mientras que asigna a los sujetos masculinos los
atributos de invulnerabilidad e invencibilidad. Los relatos
de estas jóvenes dejan entrever una actuación que altera las
posiciones y los resultados previstos por esta gramática. La
sumisión y la aceptación mostradas no fueron favorables

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60 • Política y retórica en el guión social de la violación

al ejercicio de la violencia y a la imposición de la voluntad


ajena, sino piezas en una estrategia que les permitió evitar
mayores sufrimientos y huir.
Sin embargo, esta capacidad de supervivencia, de la que
ni ellas mismas sabían que eran capaces, las conducirá, en
otro escenario, a una trampa difícil de sortear: haber sobre-
vivido sin sufrir daños físicos visibles las volverá sospecho-
sas cuando se presenten a denunciar la violencia padecida.

Y ahí me atiende este doctor que le dice a mi vieja delante


mío que yo no estaba violada porque no tenía ninguna lasti-
madura, ni nada. (Ana)
…¿esto será cierto?, ¿no será que vos te fuiste con un novie-
cito por ahí y estás inventando todo esto? Y yo me acuerdo
que no le contesté nada, porque era… tenía diez años [con
tono de pena]. (Lorena)

Las dudas e imputaciones que, según narran las muje-


res, fueron esgrimidas por las personas encargadas de
tomar la denuncia, nos conducen a preguntarnos: ¿cuáles
son los presupuestos acerca de la violación que orientan
la evaluación de credibilidad del relato de las víctimas?
Aunque mínima y asumida en las condiciones más des-
favorables, la negociación que supieron mantener parece
no coincidir con el comportamiento esperable. Persiste y
se reactiva la vieja lógica jurídica que hacía de las prue-
bas físicas de la resistencia un criterio de verdad. Para dar
crédito a lo que escuchan, los funcionarios buscan golpes,
carne desgarrada, daños que Ana y Lorena lograron evitar
al mostrarse dóciles y no oponer resistencia física direc-
ta. ¿Cómo es que sobrevivieron al ataque sin que hayan
quedado heridas visibles en sus cuerpos?, parecen pregun-
tarse las autoridades. Y la respuesta que elaboran es que
la denuncia busca ocultar una relación sexual voluntaria-
mente asumida. Desde la perspectiva de la narrativa domi-
nante, la negociación bajo coacción es interpretada como
consentimiento (Chejter, 1996a: 39), indefensión y fragili-
dad son elevadas a condición de legitimidad de la palabra

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Política y retórica en el guión social de la violación • 61

de las denunciantes. La mentira imaginada (que las mujeres


consintieron al encuentro sexual que denuncian) muestra la
pervivencia en el sistema judicial del funcionamiento des-
cripto por Silvia Chejter (ob. cit.: 143) en su análisis de
expedientes judiciales: “denunciar una violación convierte a
la persona que lo hace en objeto de sospecha.” El descrédito
borra de plano lo que los segmentos de testimonio ponen
de relieve: que bajo amenaza y coacción “aceptar que el otro
haga lo que tienen ganas de hacer” (Hercovich, 1997: 66)
puede ser una forma de resistir a algo que se considera más
costoso que la violación. Como sintetiza Inés Hercovich
“en el paradigma culpabilizador la violación no existe. […]
Si sobrevive es porque consiente y, entonces, ¿de qué se
queja?” (ob. cit.: 70)31
Se deja entrever allí un juicio moralizante que pesa
sobre la conducta de las mujeres: el comportamiento sexual
voluntariamente asumido es deshonroso. Una operación
que se pone de relieve en el relato de Ana cuando describe
el trato recibido por parte del personal médico encargado
de revisarla al realizar la denuncia:

…como que, ni siquiera sabía si era virgen o no. Y yo era


virgen, encima. Y yo le había dicho a mi vieja. Y mi vieja eso
al menos me creía por suerte. A pesar de que siempre me
había dicho que era una puta y todo eso. Pero le dice, ¿cómo
no se da cuenta?, mi hija sí, ella está diciendo la verdad. Y
al toque la quisieron convencer en el hospital y en la clínica,
que tal vez yo estaba mintiendo, que capaz que como no me
había cuidado y era mi primera vez que capaz que entonces
estaba mintiendo… (Ana)

La sospecha de los médicos se sostiene sobre una moral


sexual que hace de la virginidad un criterio valorativo del
acto y de la persona. Condición de la existencia del delito y
de la fiabilidad de la denunciante, la conducta sexual de las
mujeres agredidas es sometida a examen “para determinar

31 Negritas en el original.

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62 • Política y retórica en el guión social de la violación

si se trata de víctimas apropiadas” (Rodríguez, 2000: 146)”.


El descrédito nos recuerda la frase “imposible violar a una
mujer tan viciosa” con la que Virginie Despentes (2012: 29)
abre el capítulo de Teoría King Kong en el que se ocupa de
la violación. Esta expresión constituye, podemos señalar, la
contracara necesaria de “la vieja creencia de que una mujer
virtuosa no puede ser violada o no participa en situaciones
que la dejen expuesta a un ataque sexual.” (Rodríguez, ob.
cit.: 153). El juicio se apoya sobre el mismo presupuesto que
subyacía en los argumentos esgrimidos por los “vecinos” de
General Villegas en defensa de los abusadores, un principio
moralizante que contó con respaldo legal hasta 1999: la
redacción del Código Penal Argentino anterior a la reforma
introducida por la ley 25.087 establecía, en su artículo 120,
que “sólo podía ser estuprada la ‘mujer honesta’, es decir,
aquella que no tuviera experiencia sexual (el Código de
Tejedor hacía referencia a la ‘mujer virgen’)” (Tenca, 2001:
6).32 Años más tarde de que fuera eliminada dicha cláusula,
la escena relatada da cuenta de que, como sostiene Rodrí-
guez (2000), el sistema jurídico opera “en una dimensión
simbólica […] influyente en la provocación de conductas y
valoraciones” (ob. cit.: 146), cuyos efectos exceden el ámbito
legislativo y judicial.
En el apartado que sigue, el análisis del relato de otra
entrevistada nos permitirá recorrer nuevas aristas del pro-
blema que aquí nos ocupa. La pregunta respecto del consen-
timiento nos conducirá allí a indagar acerca de la manera
en que el rechazo y el dolor ajeno pueden llegar o no a
ser percibidos.

32 Volveremos sobre esta cuestión en el capítulo 3. Comenta Donna (s/f) res-


pecto de este requisito: “‘mujer honesta’ era la que no había tenido acceso
camal con un hombre, voluntariamente”. (ob. cit.: 111).

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Política y retórica en el guión social de la violación • 63

1.3.2. Los moldes de la sensibilidad


Al momento de la entrevista, Carla33 tiene 30 años. En su
adolescencia, mientras estaba pasando unas vacaciones en
el pueblo donde vivía su tía, tuvo que enfrentar una situa-
ción de violencia sexual ejercida por un joven allegado a
sus familiares. En la entrevista, ella describe de la siguiente
manera el modo en que tuvo lugar la agresión:

Y nos ponemos a ver la tele y bueno, yo estoy viendo la


televisión, cualquier cosa estaban pasando, estoy viendo la
televisión y el chico empieza ahí como a darme besos en el
cuello, en la cara y yo lo miraba así como no entendía de qué
iba, ha bueno, ok, sí besos, está bien, pero no había química
para mí, no había un momento que propiciara el acercamien-
to.[…] Entonces me besa y yo así como que me arrimo al lado
contrario y pongo cara así de incomodidad y digo ya se le
va a pasar y sigue besándome e insistiendo y quiere como
abrazarme, y yo le digo no, no, déjame, quiero ver la televi-
sión, estoy viendo la tele. Y él se va y pone música, y es como
que pone el ambiente, no hay una atención a lo que yo estoy
diciendo, es que no quiero estar contigo, quiero ver la tele.

En este segmento del testimonio se describe el pasaje


de un encuentro amistoso a la imposición de un vínculo
sexual por la fuerza. El vuelco de los acontecimientos es
brusco, casi no toma tiempo: sólo unos instantes transcu-
rren entre que ella hace saber su negativa al contacto sexual
y que él regresa tras haber puesto a reproducir una canción
que modifica profundamente la escena. La melodía ope-
ra como un embrague. Para él ya no importa si necesita
recurrir a la fuerza para imponer su voluntad sobre quien
ha hecho explícito su rechazo tanto en palabras (“y yo le
digo no”) como en gestos (tomando distancia, exhibiendo

33 Reside en la zona oeste del conurbano bonaerense. Es originaria de un país


del Norte de América del Sur. Es periodista y está realizando sus estudios de
postgrado. Otros fragmentos de su testimonio serán citados y analizados en
capítulos posteriores.

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64 • Política y retórica en el guión social de la violación

malestar en la mirada y en el rostro). Bajo el influjo de la


música, el encuentro amistoso transmuta en erótico y la
negativa se torna una incitación. Entonces, el avasallamien-
to se funde con la sensualidad y se impone la “filosofía del
‘no’ significa ‘sí’” (Estrich, 2010: 82). Como si marcara el
ritmo de la violencia, la música va a determinar tanto el
comienzo como el fin de la agresión.
Y el tipo va pone una música horrible, todavía la odio,
la escucho y me remueve el peor momento de toda mi vida,
sin duda. Y el tipo viene, se viene con toda la actitud segura
de que fue aceptado, de que fue invitado además y de que
en el momento de esa pregunta de aceptación o de con-
sensuación mutua, si existe la palabra, yo le dije que no. Ya
había pasado ese momento en que yo le dije no quiero nada
contigo, yo quiero ver la televisión, mi interés está puesto
allí. Sin embargo él regresa como si la respuesta hubiese
sido positiva, ya sin camisa, y viene y se me lanza y me
somete directamente. Me somete por las manos acá arriba
de mi cabeza y empieza a quitarme la ropa rápidamente así
[chasquea con los dedos como marcando el ritmo acelera-
do] […] y claro, fue muy rápido también, fue un momento,
yo recuerdo estar escuchando la misma canción cuando él
comenzó a cuando terminó, ¿entiendes?, estaba terminando
la canción, quizás unos minutos, nada. Porque siento que su
excitación a mi rechazo y a mi resistencia era tal que el tipo
no pudo, no pudo, no pudo continuar.[…] Y bueno, el tipo
termina y se levanta así como si nada y ¡me ve por primera
vez en todo el proceso!, me ve, que estoy llorando, me ve
que estoy mal, que estaba así temblando como una hoja páli-
da, agarrándome de las tiritas del brasier, así horrorizada. Y
me dice, pero ¿por qué lloras?
Con el final de la canción, todo llegó a su fin. Junto
con el último compás se desvaneció el escenario montado y,
con él, la potencia del atacante (“no pudo, no pudo, no pudo
continuar”). En la reconstrucción de la escena que hace Car-
la, se puede advertir que, para el joven que la violentó, la
música cumplió una doble función, que podemos resumir

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Política y retórica en el guión social de la violación • 65

recuperando los términos que Inés Hercovich (1997) utili-


za para describir la “glosa culpabilizadora”34: “trasfigura la
escena macabra en paisaje erótico” y “trivializa el sufrimien-
to hasta hacerlo desaparecer.” (ob. cit.:68).
Siguiendo la narrativa de la entrevistada, esta opera-
ción se pone en evidencia en el hecho de que recién cuando
la música dejó de sonar comenzó a hacerse perceptible para
el agresor el sufrimiento que había causado (“me ve por
primera vez, en todo el proceso”, “Y me dice, pero ¿por qué
lloras?”). El asombro exhibido en la interrogación “¿por qué
lloras?” da cuenta de que ni la negativa recibida ni el daño
impuesto habían sido advertidos hasta entonces. Los acon-
tecimientos se suceden como si la música hubiese sostenido
un adormecimiento de los sentidos que permitió avasallar
el cuerpo ajeno y volvió al agresor insensible respecto de la
reacción que su trato brutal acarreaba. Ninguna voz, nin-
gún gesto que contraviniera la escena romántica montada
consiguió ganar su atención. La música no sólo avivó un
guión de comportamiento estereotipado, sino que, a la vez,
impuso un marco que limitó la sensibilidad.
“Se puede percibir una vida a través de todos los senti-
dos, si es que se puede percibir en realidad”, sostiene Judith
Butler (2010: 81) en Marcos de Guerra, en un planteo que
nos invita a interrogarnos acerca de la manera en que se
moldea la sensibilidad. Cabe preguntarse, entonces: ¿cuáles
son los marcos interpretativos que hacen posible percibir
el deseo o la negativa del otro? La pregunta requiere alte-
rar el modo en que habitualmente se plantea la cuestión
del consentimiento: no se tratar ya de revisar el compor-
tamiento de la víctima (si manifestó o no y de qué manera

34 Como desarrollamos en el estado de la cuestión, Hercovich (1992, 1997)


describe dos argumentaciones que conducen a afirmar, a quienes las esgri-
men, que “la violación sexual no existe”. Las denomina, respectivamente,
paradigma culpabilizador y paradigma victimizador. El primero, al que
referimos aquí como “glosa culpabilizadora”, hace de la mujer violada res-
ponsable de lo ocurrido. El segundo, presenta a la violación como un des-
tino marcado por la biología y por la subordinación social.

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66 • Política y retórica en el guión social de la violación

su negativa), sino de considerar las condiciones que hacen


posible el encuentro sexual y, como contrapartida, aquellas
que propician el ejercicio de la violencia.
Esta reformulación del punto de vista puede ser leída
en concordancia con la alteración léxica que se produce
en el relato de la entrevistada: la “consensuación” desig-
na una acción comunicativa diferente del consentimiento.
La novedosa palabra deja en evidencia las limitaciones del
vocabulario existente y produce una ampliación inusitada
de los márgenes de lo decible. La “consensuación”, no se
reduce a una propuesta unilateral (alguien que propone y
otro que acepta o rechaza), ni a un acuerdo deliberado y
explícito; no resulta ni de la aceptación forzada ni el de la
deliberación racional. Designa un “momento” que requiere
una apertura responsable hacia el otro.
*
Los segmentos discursivos que fueron analizados en
este capítulo nos condujeron a poner en cuestión aquella
premisa que, en el discurso jurídico, se presentaba como
evidente, según la cual, lo que define a la violación es la
falta de consentimiento. La aparente univocidad de la afir-
mación tuvo que ser desandada y, entonces, pudo dejarse
oír la multiplicidad de ecos discursivos que ella encierra.
Según lo recorrido, intentar responder a la pregunta ¿qué es
una violación? requiere ir más allá de fórmulas prefijadas.
El esfuerzo por encontrar criterios que permitan distinguir
entre una violación y un encuentro sexual deseado, parece
requerir la suspensión de toda fórmula para dar lugar a la
ineludible interrogación ética frente a la que nos sitúa el
dolor ajeno (y propio).

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2

Honor, estigma, vergüenza

La violación ha estado ligada con el honor desde sus formas


más tempranas de penalización jurídica. En el Código Penal
Argentino, hasta la reforma introducida en 1999 por la ley
25.087, las agresiones sexuales figuraban bajo el título “deli-
tos contra la honestidad”, término este último que, como
afirma Chejter (1996a), “indudablemente está relacionado
semántica y significativamente al honor, aún cuando estos
delitos se diferencien entre sí porque unos se manifiesten
en acciones y otros en palabras.” (ob. cit.: 13-14)
La diferencia no conmueve lo que tienen en común.
Rectitud, probidad, recato, decencia, pudor, pero también
dignidad, fama, respeto son algunos de los sentidos que la
raíz latina honos reúne. Ambos comparten sus efectos: pro-
vocar una mácula que deja a las personas afectadas expues-
tas al desprecio público. Es la estima social, la reputación (lo
que se dice) y la imagen de sí (lo que se ve), lo que resulta
“empañado” por las palabras o los actos deshonrosos. Pero,
en el caso de los “delitos contra la honestidad”, no era sólo,
ni principalmente, la valoración pública de quien padeció la
agresión en su propio cuerpo la que se consideraba daña-
da. Una compleja ligazón del género con el parentesco y
la propiedad, cuyas raíces puede remontarse muy lejos en

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68 • Política y retórica en el guión social de la violación

la historia, hacía que fuera la honra de los varones alle-


gados a la víctima lo que se estimaba objeto de la injuria
(Chejter 1996a).1
¿Persisten estas valoraciones en el discurso social? ¿De
qué modo? ¿Pueden los juicios moralizantes implicados en
ellas revertirse en actos de justicia que deshagan el estigma
y la mácula que el nombre violación arrastra consigo? En
este capítulo nos proponemos revisar el modo en que esta
historia sexista y androcéntrica que liga el género, el paren-
tesco y la propiedad se consolida en el discurso social, a la
vez que buscamos atender a los desafíos e impugnaciones
que el relato de la violencia padecida plantea a estas reglas
moralizantes. La indagación se lleva a cabo en el análisis
de los antecedentes legislativos del Código Penal Argentino,
en los fundamentos y antecedentes de los de los proyec-
tos de ley que proponen introducir la pena de castración
para los condenados por delitos sexuales, y en fragmentos
discursivos extraídos de dos entrevistas a mujeres que atra-
vesaron experiencias de violencia sexual que recibieron el
nombre de violación.

2.1. Fama y propiedad en el Código Penal

Al recorrer el modo en que la violación ha sido penalizada


en Europa en el Antiguo Régimen, Vigarello (1999) señala
respecto del juicio que recaía sobre la mujer violada:

Pero el daño que sufre nunca es el suyo propio […]. La


ofensa que se le hace afecta inevitablemente también a su
tutor: “La injuria causada a la mujer es como si se le infligiera
al marido”. Así se explica la tendencia del juez a no perder

1 Como adelantáramos en la presentación, en este análisis retomamos el seña-


lamiento de Marcus respecto de los efectos regulatorios de la caracteriza-
ción de la violación como una forma de usurpación de “los derechos de la
propiedad de un hombre por otro” (Marcus, 1994.: 95).

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Política y retórica en el guión social de la violación • 69

demasiado tiempo con la víctima, a deslizarse desde la mujer


a aquellos de quienes depende, los padres, el tutor, el marido
[…]. (ob. cit.: 76)

En el contexto local, al analizar el origen de la rúbrica


“Delitos contra la honestidad”, Silvia Chejter (1996a)
remonta esta cuestión hasta las Partidas de Alfonso el Sabio,
del siglo XIII, en las que, según cita y comenta, podía leerse:

“Robando algún ome alguna mujer buida de buena fama o


virgen, o casada, o religiosa, o yaciendo con alguna de ellas
por fuerza, si lo fuera provado en juicio debe morir por ende”.
[…] Es posible que la mención de mujer ‘buida de buena fama’,
en las Partidas, aludiera a una mujer de la cual se “fabulara
bien”, que no era “infame” […]. La mujer podía ser deshon-
rada, pero correspondía al hombre reparar el daño. Si tenía
éxito su honor estaba a salvo, pero no el de la mujer, que no
tenía compostura ya que había sido mancillada para siempre
[…] habiendo sufrido una suerte de corrupción de la que no
podía reponerse. (ob. cit.: 13)

Si para las mujeres agredidas las únicas salidas posibles


eran el “convento o la muerte” (Chejter, 1996a: 50), para
los varones, en cambio, la venganza o el enfrentamiento a
muerte (duelo) constituían posibles vías de reparación de la
infamia.2 Cabe señalar que, en Argentina, hasta ya entrado
el siglo XX, el Código de Honor hizo del duelo una forma
“razonable” de tomar venganza frente a las injurias sexuales.
Como afirma Sandra Gayol (2008), “fundida en la sexuali-
dad, la honra […] necesitaba del duelo para evitar el crimen”
(Gayol, 2008: 212). Arreglo de “cuentas” entre varones –el
agresor y los allegados a la víctima (parientes, responsables

2 Madero, Marta (2001). El duellum entre la honra y la prueba según las Siete
partidas de Alfonso X y el comentario de Gregorio López. En: Cahiers de lin-
guistique hispanique médiévale. N°24, 2001. pp. 343-352. De acuerdo con el
planteo de esta autora, el duelo no reviste sólo un carácter vindicativo sino
que adopta también valor de veredicción: no es sólo una venganza, sino
también una forma de prueba y dictamen judicial.

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70 • Política y retórica en el guión social de la violación

o marido)–, la mujer no participaba ni era beneficiaria de


esta práctica masculina. Ella constituía el medio a través del
cual circulaban el honor y la demostración de la hombría.
La cuestión recuerda el señalamiento de Gayle Rubin (1986)
en su clásico artículo “El tráfico de mujeres: notas sobre la
‘economía política’ del sexo”: “la mujer es el conductor de
una relación, antes que partícipe en ella.” (ob. cit.: 110).
Esta lógica del intercambio, en la que el género se trama
con relaciones de propiedad sobre los cuerpos, estuvo ins-
cripta de manera ostensible en el Código Penal Argentino.
No sólo en la rúbrica “Delitos contra la honestidad”, que
delineaba el marco global de interpretación de la ley penal,
sino también al interior del articulado del Título III de la
Segunda Parte del Código Penal. Constituían clara muestra
de esta perspectiva el ya referido artículo 1203, que fijaba
a la honestidad de la persona afectada (interpretada en la
doctrina como “inexperiencia sexual”) como condición de
existencia del delito de estupro (Tenca, 2001; Donna, s/f), y
el artículo 132, que eximía de pena al agresor que se casa-
ra con la mujer violentada.4 Ambos dejaban en evidencia
que lo que se buscaba proteger con la ley penal no era a
la mujer sino su valor en el “mercado de bienes matrimo-
niales”. Como señala Chejter (1996a) en su análisis, bajo el
paradigma de la “honestidad”,

3 Trabajamos el contenido de este artículo en la versión del Código Penal


anterior a la reforma introducida por la Ley 25.087 en el capítulo 1.
4 El artículo 132 del Código Penal establecía que: “En los casos de violación,
estupro, rapto o abuso deshonesto de una mujer soltera, quedará exento de
pena el delincuente si se casare con la ofendida, presentando ella su consen-
timiento, después de restituída a casa de sus padres o a otro lugar seguro.”
Esta cláusula excluía la posibilidad de que se considerara violación al sexo
forzado durante el matrimonio. La historia jurídica de este principio puede
remontarse, como bien señala Andrea Dworkin (1976: 28), hasta el Antiguo
Testamento. En Deuteronomio 22: 28-29, puede leerse: “Si un hombre se
encuentra casualmente con una joven virgen que no esté comprometida
para casarse, y la obliga a acostarse con él, y son sorprendidos, el hombre le
pagará al padre de la joven cincuenta monedas de plata, y además se casará
con la joven por haberla deshonrado.”

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Política y retórica en el guión social de la violación • 71

La mujer vejada nunca vale por sí misma, nunca es el bien


protegido o tutelado. Siempre está en representación, en el
lugar de algo o alguien que es el implícitamente reconocido
como verdaderamente afectado (ob. cit.: 50).

Esta conceptualización penal hace que el daño sufrido


por la víctima se vuelva subsidiario de otro que ocupa el
centro de la escena: la degradación de la honra de los varo-
nes ligados con ella. Como señala Vigarello (1999), “Hay una
consecuencia singular: el dolor de la víctima no se tiene en
cuenta prioritariamente.” (ob. cit.: 76).
La Ley 25.087, promulgada el 7 de mayo de 1999, se
propuso modificar esta lógica subyacente a la redacción
penal y buscó introducir una formulación que contemple la
experiencia de las mujeres agredidas (Chejter, 1996a; Her-
covich, 2000; Rodríguez, 2000). Entre otras modificaciones
tendientes a la obtención de este fin, se cambió la rúbrica
“Delitos contra la honestidad” por la de “Delitos contra la
Integridad Sexual de las Personas”, al interior del articulado
se suprimieron “todas las referencia a la honestidad y al
estado civil de las víctimas” (Rodríguez, ob. cit.: 152) y se
eliminó la mencionada exención de pena del artículo 132.5
Pero, la evaluación respecto de la capacidad de la nueva

5 La nueva redacción del artículo 132 introdujo la figura del avenimiento,


aplicable en los casos en que hubiere una comprobada relación afectiva pre-
existente entre la víctima y el imputado. “En su nueva redacción, el art. 132
permite que si la víctima es mayor de dieciséis años tenga la posibilidad de
proponer un avenimiento con el imputado. El tribunal puede excepcional-
mente aceptar la propuesta que haya sido formulada libremente y en condi-
ciones de plena igualdad, cuando en consideración a la especial y comproba-
da relación afectiva preexistente, considere que es un modo más equitativo
de armonizar el conflicto con mejor resguardo del interés de la víctima. En
tal caso, la acción Penal queda extinguida.” (Tenca, 2001: 218). Esta figura
fue derogada en 2012 (Ley 26.738), luego de que Carla Figueroa fuera asesi-
nada por su pareja tras un avenimiento, que se produjo casamiento median-
te. Dado que esta figura no exigía como condición el matrimonio, el hecho
de que el mismo se llevara a cabo, dejó entrever la persistencia de las valora-
ciones morales que se suponían erradicadas en la nueva redacción penal.
Respecto de la figura del avenimiento hubo evaluaciones favorables a la mis-
ma. Cfr. Alberto Bovino (2005).

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72 • Política y retórica en el guión social de la violación

redacción penal para alcanzar el objetivo propuesto no ha


sido unánime. Las limitaciones no tardaron en ser señaladas
por legisladores, comentaristas y críticos (Pandolfi, 1999;
Tenca, 2001; Villada, 2006; Donna, s/f; Hercovich, 2002).
En el mismo debate parlamentario que condujo a la sanción
de la norma se señaló que “la palabra integridad, en segun-
da acepción referida a lo sexual significa virginidad, y la
palabra íntegro, también en segunda acepción, significa rec-
to, probo, intachable” (Pandolfi, 1999: 20)6. Posteriormente,
en un cuestionamiento cercano a esta objeción, Hercovich
(2009) se pregunta y comenta:

¿Querrá entonces ‘integridad sexual’ decir ‘virgen’, como


antaño la palabra honestidad? Más aún. Aplicada a perso-
nas, ‘integridad’ es sinónimo de “honestidad, honradez, rectitud,
condición de insobornable”. Gracias a estos juegos semánticos,
henos aquí devueltos, como por arte de la ideología, al cora-
zón del paradigma culpabilizador. (ob. cit.)7

El señalamiento advierte que, más allá de la intención


de legisladores y legisladoras, las valoraciones morales
implícitas en la categoría de honestidad persisten en la nue-
va denominación.8 Los criterios valorativos moralizantes y
culpabilizantes de las víctimas se reiteran. Eco del senti-
do, la honestidad se deja oír en la nueva redacción penal.
¿Cuáles es la relevancia de esta persistencia? ¿Cuáles son
sus alcances?
Si bien no nos ocuparemos aquí de las implicancias
que pueda tener esta reverberación en la aplicación judicial
de la ley, sí nos interesa dar cuenta de sus resonancias en
otros segmentos del corpus discursivo considerado. Adop-
tando como punto de partida la consideración del carácter
performativo del lenguaje, “ese poder que tiene el discurso

6 Discurso del senador Yoma recuperado por Pandolfi (1999).


7 Cursivas en el original.
8 También señalan esta valoración implícita en el término “integridad” Tenca
(2001), Villada (2006), Donna (s/f).

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Política y retórica en el guión social de la violación • 73

para producir efectos a través de la reiteración” (Butler,


2002: 45), entendemos que la repetición no constituye sólo
una forma de fijación de normas regulatorias preexistentes,
sino que puede configurar también la ocasión en la que
aquellas resulten alteradas o transformadas. Reapropiacio-
nes inesperadas, rechazos, impugnaciones, reversión de los
valores que el discurso jurídico promueve, son algunas del
sinnúmero de posibilidades que se abren en la circulación
de la palabra de la ley en otros ámbitos de la discursividad
social. Describir esa persistencia, a la vez que atender a las
impugnaciones y reversibilidades que pueden animarse en
la iteración es lo que nos proponemos hacer en los aparta-
dos que siguen. En primer lugar, rastreamos las huellas de
la lógica del honor y de la honestidad en un conjunto de
proyectos de ley que proponen la aplicación de la pena de
castración contra los condenados por delitos sexuales. Lue-
go, el análisis del relato en primera persona de las afectadas
nos permitirá advertir el modo en que la reiteración de los
valores moralizantes promovidos por el discurso jurídico
puede dar lugar, en la narración de la violencia sufrida, a
distintas formas de rechazo e impugnación de los juicios
que dichos valores incitan.

2.2. La castración como venganza viril en los proyectos


de ley

En este apartado, analizaremos las fundamentaciones de


un conjunto de proyectos de ley que proponen introducir
la castración (química y/o física)9 como pena aplicable a

9 La denominada “castración química” consiste en la aplicación de una droga


conocida como Depro-Provera o acetato de medroxiprogesterona. El efecto
buscado con la droga es la reducción de los niveles de testosterona en el
cuerpo. La denominación de este método medicamentoso como “castra-
ción” se debe a que logra una disminución de esta hormona equivalente a la
que se produce al extirpar los testículos (Cfr. Prentky, 1997; Simpson, 2007).

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74 • Política y retórica en el guión social de la violación

los condenados por delitos contra la Integridad Sexual de


las Personas.10 Centramos la indagación en dos aspectos
de dichas fundamentaciones: los objetivos que se postulan
para la citada acción penal y los antecedentes que se presen-
tan como respaldo de la propuesta legislativa (legislación
comparada). Ambos constituirán una puerta de entrada a la
interrogación por el sentido atribuido tanto a la pena como
al delito. Reaparecen en este análisis problemas que vienen
siendo trabajados: ¿qué es lo que se considera dañado con
la violación?, ¿cuál es el bien que se busca proteger con la
sanción penal?, ¿quiénes son los protagonistas en la escena
del delito y del castigo que se configura?
En las fundamentaciones de los proyectos de ley, de
manera reiterada, encontramos la siguiente afirmación res-
pecto de los objetivos que se busca alcanzar con la pena
de castración:

El punitivo, la pena debe ser vindicativa (que tienda a la


compensación), correctiva para el criminal y ejemplar (que
sirva para que los demás se aparten de tales crímenes, es decir
disuasiva) (Irene Bösch de Sartori, Exp. nº 6797-D-05)
…que la pena determinada cumpla las condiciones de ser
vindicativa (que tienda a la compensación), medicinal (que
sirva de correctivo para el mismo criminal) y ejemplar (que
sirva para que los demás se aparten de tales crímenes). (Elsa
Lofrano, Exp. nº 8018-D-02)

“Vindicativa”, “correctiva” y “ejemplar”. Tres atributos


que se reiteran, tres funciones que la pena debería alcanzar
al mismo tiempo, cuyas implicancias respecto del efecto
previsto del castigo y de lo que se considera dañado con el
delito ameritan ser consideradas. El significado del primero
varía según si se refiere a un acto o a un discurso. “Inclinado
a la venganza”, en un caso, y “que defiende la fama y opinión

10 La descripción de los proyectos (firmantes, partidos, momentos en que fue-


ron presentados) se realizó en la presentación.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 75

de alguien injuriado, calumniado o injustamente notado”11,


en el otro. De manera que, si esta función conecta la pena
con el resarcimiento (pago, ajuste de cuentas, venganza), lo
hace de un modo que, en vínculo con el segundo significado
del término, no es ajeno a la reparación de la honra: lo que
se busca defender o reparar es la valoración social, lo que
se dice de alguien, el modo en que se lo ve. Cabe, entonces,
preguntarnos, ¿cuál es la clase de “compensación”, “resar-
cimiento” que esta pena proveería? y ¿a quién pertenece la
fama o la imagen que se busca reparar?
Para responder a estas preguntas, encontramos fructí-
fero recuperar el modelo explicativo de la violencia formu-
lado por Rita Segato (2003) en su tesis elaborada a partir
de la escucha atenta de testimonios de hombres conde-
nados por violación. La autora propone que los crímenes
sexuales pueden ser entendidos como enunciados que se
organizan en dos ejes de interlocución: uno vertical, en el
que el violador se dirige a la víctima agredida en función
de su feminidad (mujer genérica). Otro horizontal, en el
que el agresor se dirige a sus pares genéricamente mas-
culinos. En el primer eje, el mensaje adquiere un carácter
punitivo-moralizador, la violación opera “como castigo o
venganza contra una mujer genérica que salió de su lugar,
esto es de su posición subordinada”. En el segundo, la viola-
ción funciona “como agresión o afrenta contra otro hombre
también genérico, cuyo poder es desafiado y su patrimo-
nio usurpado mediante la apropiación de un cuerpo feme-
nino” y “como una demostración de fuerza y virilidad ante
una comunidad de pares, con el objetivo de garantizar o
preservar un lugar ante ellos” (ob. cit.: 33). En este eje de
interlocución, la mujer violada funciona como un botín y,
simultáneamente, como una ofrenda dirigida a los demás
miembros de la fratría masculina. El motivo del ofrecimien-
to es el de solicitar el acceso al status de la masculinidad.

11 Diccionario de la Real Academia Española, https://goo.gl/H2JF16

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76 • Política y retórica en el guión social de la violación

Tomar en consideración este horizonte de diálogos


también puede brindarnos la clave para indagar en torno
al sentido que reviste la propuesta penal de la castración
de los agresores sexuales. Si la violación opera como un
enunciado, la reacción penal ante el delito puede ser enten-
dida como una respuesta. Entonces, ¿cuál es el sentido que
reviste este particular acto responsivo? El término “emascu-
lación”, utilizado para nombrar a la práctica de mutilación
genital, puede ayudarnos a dilucidarlo.
Según su etimología, “emasculación” proviene del latín
emasculatus, y combina el prefijo ex-, “afuera, sacar de”, con
masculus, “masculino, varonil”.12 Si ante los demás varones,
la violación se configura como un desafío al orden de esta-
tus y una demostración de “hombría”, la castración vendría
a reafirmar las jerarquías existentes, privando al violador
del acceso al estatus de masculinidad pretendido. Se trataría
de una operación similar a la que, de acuerdo con la inter-
pretación de Segato, se pone en práctica con las “presiones”
que los compañeros de celda infligen a los violadores con-
denados: “No se trataría meramente de un ‘castigo’ […], sino
de algo más profundo: enunciado, hecho público y consta-
tación de la escasa virilidad del violador, de su masculinidad
frágil.” (ob. cit.: 37)
Puede leerse, en consonancia con esta hipótesis, la con-
clusión a la que arriba Beatriz Preciado al analizar los efec-
tos corporales de la “castración química”:

…los efectos secundarios de estos fármacos son la disminu-


ción del tamaño del pene, el desarrollo de pechos, la modifi-
cación del volumen muscular y el aumento de la acumulación
de grasas en torno a las caderas. Se trata de un proceso de
feminización hormonal. (Preciado, 2008: 150)13

12 Cfr. https://goo.gl/doWaZ1
13 Agradezco a Nayla Vacarezza el haberme hecho llegar este texto y señalar la
observación de la autora.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 77

La “compensación” de la pena residiría, entonces, en


privar al condenado de la masculinidad pretendida, al
“extirpar” o borrar de su cuerpo los signos de la virilidad.
Las hormonas o la intervención quirúrgica actuarían como
un código que restituye el orden y las jerarquías de géne-
ro: reafirma el binomio femenino-masculino y actualiza la
relación de subordinación entre sus componentes.
Lejos de la racionalidad abstracta del encierro, la pena
sostendría una relación cuerpo-castigo que recuerda al
“espectáculo punitivo” propio de los suplicios. Forma de
veridicción penal que hace visible la verdad del delito en el
estigma corporal del delincuente y reafirma, por este medio,
el orden vigente.14 Si aquella antigua tecnología del castigo
buscaba “reconstruir la soberanía por un instante ultraja-
da” (Foucault, 2009: 59), la castración tendría por objeto
restaurar las jerarquías de género. Allí residiría su efecto
compensatorio y ejemplar. El condenado debe “llevar, como
blasón, la marca específica del delito” (ob. cit.: 21), a fin
de que su exhibición restaure el “honor” empañado por la
acción delictiva y actúe como una advertencia para todo
aquel que ose emular al delincuente.
Esta clave de interpretación se refuerza al tomar en
consideración la legislación comparada que se nombra
como antecedente en los fundamentos de los proyectos de
ley. Más allá de sus variaciones, los cinco proyectos coinci-
den en mencionar la legislación norteamericana.

Así, existen antecedentes en California […] También la legis-


latura de Oklahoma aprobó una iniciativa de ley que autoriza
la castración química de condenados por delitos graves. (Elsa
Lofrano, Exp. nº 8018-D-02)
En algunos estados norteamericanos también aplican
la castración química… (Carlos Alberto Sosa, Exp. nº
3746-D-2007)

14 No lejos están los objetivos de veridicción que, como señala Madero (2001),
buscaban alcanzarse mediante el enfrentamiento a muerte previsto en las
Partidas de Alfonso el Sabio.

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78 • Política y retórica en el guión social de la violación

Se aplica en algunos estados de EE.UU. como California,


primer estado en legislar sobre el tema (1996), Florida (1997)
y Oklahoma… (Irene Bösch de Sartori, Exp. nº 6797-D-05)
…distritos donde se aplica la pena sugerida, tales los de
Georgia y California. (Lorenzo Pepe, Exp. nº 4181-D-97)
La reciente modificación del artículo 645 del Código Penal
del Estado de California introduce el tratamiento con aceta-
to de medroxiprogesterona, o un equivalente químico para
los casos en que haya víctimas menores de 13 años. Los
Estados de Texas, Massachusetts y Wisconsin se halla ana-
lizado –según informa la prensa la posibilidad de aprobar
cambios legislativos similares […] (Carlos Maglietti, Exp. nº
2686-S-96)

California, Florida, Oklahoma, Georgia, Texas, Mas-


sachusetts y Wisconsin, todos los estados nombrados se
sitúan al sur de Estados Unidos,15 una región en la que la
castración de los violadores reaviva una historia de jerar-
quías raciales y de género que tuvo su más cruento desa-
rrollo en el período denominado de la “Reconstrucción”.
Entonces, la simple acusación de haber violado a una mujer
blanca dirigida contra un afroamericano podía ser motivo
suficiente para que una muchedumbre enardecida apresara
al sospechoso y lo sometiera a los más diversos vejámenes.
Insultos, golpes, quemaduras, amputaciones, entre ellas, la
castración, eran parte de las torturas infligidas (Messersch-
midt, 2006; Richeson, 2009). El ritual se extendía hasta

15 California y Florida fueron estados pioneros en la instauración de la castra-


ción química. (Cfr. Scott y Holmberg, 2003; Simpson, 2007; Spalding, 1998).
La presentación de los dos primeros proyectos coincide con la aprobación
de leyes que introducen la pena de castración en los Estados Unidos. El pro-
yecto de Maglietti (1996) se presentó el mismo año en que se incorporó al
Código Penal del Estado de California el tratamiento con “acetato de
medroxiprogesterona” (conocido como castración química) para los conde-
nados por violación a menores de 13 años. Un año después, en coincidencia
con la aprobación de la “ley de castración” en el Estado de Florida, es pre-
sentado el proyecto de Pepe (1997). Esta coincidencia y la referencia en los
fundamentos a estos antecedentes legislativos, nos permite advertir la mar-
cada influencia de la legislación norteamericana en la producción y presen-
tación de estos proyectos de ley.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 79

alcanzar la muerte del acusado. Una vez inerme y mutilado,


el cuerpo era exhibido en un lugar público. La visibilidad
se amplificaba con las fotografías que los asistentes envia-
ban como postales a familiares y amigos.16 Estos actos de
tortura pública tenían lugar en el escenario de profundos
y vertiginosos cambios políticos y sociales que atravesa-
ba la sociedad esclavista sureña. La masculinidad blanca
encontraba en la castración de los varones afrodescendien-
tes una vía de resarcimiento de un orden de estatus que
sentía menoscabado, en el cual las relaciones de propie-
dad sobre los cuerpos eran un pilar fundamental. Dada la
consideración de la violación como una afrenta al honor,
la movilización de la turba de varones blancos contra el
violador no tenía por objeto vengar la violencia infligida
contra la mujer, sino restituir las jerarquías raciales y de
género. Como propone Bardaglio (1994: 754-755), en la
sociedad esclavista sureña,

…la violación era menos la vulneración de la voluntad una


mujer autónoma que el robo de su honor. De hecho, la vio-
lación traía deshonor no sólo sobre la mujer, sino también
sobre toda su familia y, principalmente, sobre el varón jefe del
hogar. Por lo que concernía a un hombre del sur, cualquiera
que agrediera sexualmente a su mujer, hija, madre o hermana,
lo agredía a él también.17

El sustrato histórico de los antecedentes penales reite-


ra la escena que dispone a las mujeres como un medio a
través del cual circulan las relaciones de estatus entre los

16 También llegaban a guardarse partes del cuerpo mutilado como suvenires


de la participación en el mitin. Crf. https://goo.gl/Rw4PQF y
https://goo.gl/XmDWTs
17 Nuestra traducción. En el original “rape was less the violation of a woman's
autonomous will than the theft of her honor. Indeed, rape brought dishonor
not only upon the woman but also upon her entire household, and the male
head of the household most of all. As far as a southern man was concerned,
anyone who sexually assaulted his wife, daughter, mother, or sister assaulted
him as well.”

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80 • Política y retórica en el guión social de la violación

varones. Su evocación indirecta en los proyectos de ley, que


llega por vía de la legislación comparada, es una muestra
más del hecho de que la lógica del honor, la propiedad y
el parentesco –que sostuvo y realimentó la penalización
de las agresiones sexuales en el Código Penal Argentino–
se reaviva en esta propuesta penal. Se deja ver, entonces,
que el objetivo de la pena no es reparar el daño sufrido
por la víctima, sino proteger y restaurar un determinado
orden de estatus generizado. Las personas que han sufri-
do la agresión sexual no ocuparían en este escenario más
que un rol subsidiario, como objetos de una disputa de la
que no son protagonistas. El análisis permitió advertir la
vigencia, en este discurso, de la lógica descripta por Segato
(2003) como hipótesis explicativa de la violación. Su fun-
cionamiento pudo señalarse tanto en el sentido atribuido a
la pena como en los supuestos subyacentes respecto de la
valoración social del delito.

2.3. Las marcas de la vergüenza

Hasta aquí la indagación ha intentado describir la insisten-


cia en el discurso jurídico del topos del honor que, regido
por una moralidad androcéntrica, hace de la violación una
afrenta contra la propiedad y la fama. En este apartado, nos
proponemos avanzar en el análisis de fragmentos de testi-
monios de dos mujeres que fueron agredidas sexualmente.
En ellos, la lógica del honor se pone de relieve en los efectos
estigmatizantes que acarreó el público conocimiento de la
violencia sufrida. Nos preguntamos, ¿cuál es la incidencia
de este topos en la configuración de la experiencia de violen-
cia padecida desde la perspectiva de las personas agredidas?
¿Cuáles son los desafíos o desvíos respecto de la narrativa
moralizante del honor que acontecen en el relato de la vio-
lencia sexual sufrida?

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Política y retórica en el guión social de la violación • 81

2.3.1. El coraje de contar


Antes de realizar la entrevista, Carla compartió conmigo un
escrito por correo electrónico. Al enviármelo lo acompañó
con el siguiente mensaje:

Hola, no me había olvidado de ti! Estaba buscando este texto


que escribí para confesarle a mi compañero que había sido
violada en mi adolescencia, porque me daba mucha pena con-
társelo de otra manera.

La confesión es el acto de habla que ella afirma llevar a


cabo con la entrega del texto escrito a su pareja, una acción
verbal que comporta efectos de conocimiento y de verdad
respecto de sí misma y en la que la relación con el otro es
fundamental. En la entrevista, le pregunto por aquel texto
y por las circunstancias en las que lo había redactado, a
lo que ella responde:

Yo estaba muy enamorada de un hombre, […] y pues quería


que él también esté así como conociéndome en realidad,
quién era yo […], que me viera de verdad, quería darle herra-
mientas para que me viera […] pues le mandé este escrito,
porque realmente era muy difícil hablar de una violación con
un hombre y aparte un hombre que quizás por ahí yo no sabía
cómo iba a reaccionar…

Hablar, ver y verdad son los términos convergen en lo


que mueve a Carla a pasar aquel relato a su “compañero”.
Se trataba de producir y de dar a conocer una verdad sobre
sí misma que comportaba un riesgo. La aprensión frente
a la reacción que podía tener un varón (“un hombre que
quizá por ahí yo no sabía cómo iba a reaccionar”) resuena
con el topos del honor que venimos analizando hasta aquí.
Su decir podía modificar la imagen de sí misma. Su repu-
tación y la manera en que era vista estaban en juego al
poner en palabras aquello que le había sucedido. Algo que

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82 • Política y retórica en el guión social de la violación

ella ubica en el modo en que su relato había sido conside-


rado, en ocasiones anteriores, por los varones de la familia
(padre y hermano):

…y yo quería contarle a mi viejo pero en aquel momento […]


iba a significar que saliera a pegarle dos tiros a cualquiera por
allá en la calle […] Pero a mi hermano que es mi confidente,
a él si le pude decir, le dije mira, me violó una persona y fue
tal, fulano de tal. Fue la única persona que le dije quién era.
Y se quedó así, le temblaba el ojo. Se iba a matar, si hubiese
sido la misma ciudad mi hermano hace algo se puso loco, hay
un tema allí con la fraternidad y esa dignidad robada de una
hermana o de una hija…

La escena que cobra vida en la reacción de sus parientes


es la del duelo (“se iba a matar”, “se puso loco”, “pegarle dos
tiros a cualquiera”). Ese fue el modo en que ellos experi-
mentaron la violencia que había padecido. No es la empatía,
ni la voluntad de consuelo, sino la venganza el sentimiento
que se aviva con la escucha de lo acontecido. Reciben lo
que ella les cuenta como una afrenta personal. De allí que el
tema sea la “dignidad robada de una hermana o de una hija”.
Parentesco y propiedad, el topos del honor emerge como
marco regulatorio de las emociones y de los comportamien-
tos: la furia incontenible y la voluntad de venganza en el
caso de ellos (“se puso loco”, “que saliera a pegar dos tiros a
cualquiera”), el sentimiento de “pena”, en el de ella.
“Me daba mucha pena contárselo”, dice cuando refiere
los motivos de su escrito. La palabra no tiene aquí el sentido
que adquiere en el uso habitual en nuestro país. En Cen-
troamérica y las regiones aledañas –zona de la que proviene
Carla– este término se utiliza para significar no sólo aflic-
ción o dolor, sino también vergüenza. Algo sobre lo que ella
regresa más adelante en la entrevista:

Hay un tema con la vergüenza que yo creo que te sientes


avergonzada de haber sido violada, yo creo que lo hay. En
mi caso es así, yo siento, bueno, que a veces sentía pena de

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Política y retórica en el guión social de la violación • 83

esa situación, de estar como vulnerada, o… es como que tú


ves a las personas, a las mujeres, pasar por la calle y hay una
que lleva una letra escarlata: violada, ¿entiendes? Es como
la letra escarlata de… como si fueras una puta, porque te
sientes en ese… en ese, en ese punto de que no es volun-
tario lo que paso.

El segmento pone de relieve que la mirada vergon-


zante dirigida contra sí misma resulta de la decantación de
sentidos de una historia que excede largamente la expe-
riencia individual, una historia que hace de los cuerpos
de las mujeres el objeto de un intercambio del que ellas
mismas no participan. La comparación con la letra escar-
lata18 evidencia la ligazón de la vergüenza con una moral
sexista y androcéntrica. Desde esa perspectiva, haber sido
violada configura una forma de “degradación” que no es
evaluada tomando en consideración el sufrimiento de quien
la ha padecido, sino valores históricamente asociados con
relaciones de propiedad de los varones con respecto de las
mujeres.19 La vergüenza es el modo en que se graba sobre

18 Portar una letra “A” de color escarlata cosida sobre las prendas fue una for-
ma de castigo vergonzante introducida a mediados del siglo XVII en los
Códigos de las colonias puritanas de Nueva Inglaterra como pena contra las
mujeres condenadas por adulterio, un delito que llegó a considerarse mere-
cedor de la pena capital (Mays, 2004; Onishi, 1999). La novela de Nathaniel
Hawthorne (1850), La letra escarlata, llevada al cine en más de una ocasión,
hizo popularmente conocida la existencia de esta modalidad condenatoria.
El texto literario se habría inspirado en el caso de Mary Batchellor, una
mujer que, estando casada con un ministro de la Iglesia, quedó embarazada
mientras su esposo residía en otra colonia. Pero, a diferencia de Hester
Prynne (nombre del personaje protagónico de la novela) que es condenada a
llevar la letra bordada sobre la ropa, Batchellor tuvo que soportar que la
marca se grabara directamente sobre su cuerpo (Newberry, 1987).
19 Al reflexionar sobre los efectos de verdad del dispositivo político que “sub-
tiende la prohibición del aborto”, Chaneton y Vaccarezza (2011: 23-24) rea-
lizan un señalamiento que ha orientado la lectura aquí realizada. Las autoras
proponen que “[l]os enunciados funcionan como consignas que caen sobre
los cuerpos en un doble sentido: por un lado se refieren a ellos por su conteni-
do y al mismo tiempo los toman como blancos y en ello los constituyen
como cuerpos sexuales sujetos a una moralidad que resultará confusamente
transmitida. Una mitología androcéntrica y sexista insiste en informar el

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84 • Política y retórica en el guión social de la violación

su cuerpo un juicio (“como si fueras una puta”) que pen-


de como una amenaza sobre todas las mujeres (“tú ves a
las personas, a las mujeres, pasar por la calle”). De allí que
el escrito haya funcionado como una confesión, ponía en
palabras la culpabilización de la que se sentía objeto. 20
Sin embargo, la magnitud de la fuerza estigmatizante
evocada en su relato no impide que, hacia el final del seg-
mento citado, un giro impensado tenga lugar. De una mane-
ra imprevista, las palabras obligan a volver sobre lo dicho
para reubicar los acontecimientos: “en ese punto de que no
es voluntario lo que pasó”. Este enunciado reduce el espacio
en el que cabía el juicio y desplaza a la injuria del centro
de la escena. No hay lugar para la culpa ni para el castigo
cuando lo ocurrido sucedió contra la propia voluntad.

2.3.2. Palabras que lastiman como piedras


Lorena narra el modo en que, 20 años atrás del momento
en que realizamos la entrevista, recibió como un insulto
la designación “violada”. El episodio ocurrió en el ámbito
habitual de encuentro con otros niños: la escuela.

…en el colegio había dos sextos grados […], y jugábamos al


vóley y al quemado, y había rivalidades, y yo era una de las
que jugaba mejor en un equipo, era, digamos, la líder de un
grado, y del otro había otra, pero la otra era mala, la otra
piba. Y le habíamos ganado al vóley, al quemado, y la piba
se enojó, y me dijo, callate vos, si sos una violada. Así, cosas
crueles, cosas que te van marcando, […] me dijo la piba ésta,
que todavía me acuerdo el nombre y todo, Amalia, me dijo
callate vos, si estás violada, seguro tenés gusanos. O sea, el
nivel de agresión y crueldad era extremo.

medio ambiente en el cual una variedad de formas de violencia social


contra las mujeres se establecen, una y otra vez, en términos de cierta
sexualización de sus cuerpos y subjetividades.” La expresión “informar el
medio ambiente”, será recuperada en el capítulo cuatro en el análisis de
la entrevista con Martín.
20 Retomaremos el análisis de este testimonio en el capítulo cuatro.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 85

La contundencia de la agresión de la compañera del


colegio resulta similar a la de una piedra arrojada contra un
cuerpo: impacta, provoca una contusión, deja una “marca”.
Como señala Denise Riley (2005), los ataques verbales, “en
el momento en que ocurren, se asemejan a la lapidación”
(Riley, 2005: 47), lastiman como las piedras. Y, de tal mag-
nitud fueron los impactos y la huella que dejaron, que estas
palabras persisten en su memoria, aún 20 años más tarde.21
La analogía “las palabras lastiman como las piedras”,
nos conduce a considerar cuál es el estatuto de los térmi-
nos puestos en relación y qué tipo de vínculo es el que se
establece entre ellos. Para hacerlo, encontramos pertinente
revisar el significado del verbo “lastimar”, corrientemen-
te utilizado para hacer referencia a la acción de herir o
provocar un daño físico. En la búsqueda de su etimolo-
gía, hallamos que éste comparte su raíz con “blasfemar”.
Ambos provienen del latín vulgar blasphemāre, “decir blas-
femias”, “pronunciar palabras impías”, “difamar, hablar mal
(de alguien)” (Moliner, 1991). Según el diccionario etimoló-
gico de Corominas y Pascual (1980), fue en el uso que, por
una especie de eufemismo, éste llegó a adquirir su actual
significado. Frente a esta revisión etimológica, toda posibi-
lidad de dirimir entre sentidos propios y figurados, entre
usos literales y retóricos, resulta una empresa de muy difícil
concreción. Entonces, podemos comenzar a responder el
interrogante de manera negativa. Si lo que está en juego
al decir que las “palabras lastiman” es una metáfora, no es
porque exista un terreno o un tipo de herida “propio” del
cuerpo y otro “propio” del habla. Sino, más bien, porque

21 Nuestra traducción. En el original: “Verbal attacks, in the moment they hap-


pen, resemble stoning.” Sobre esta capacidad de persistencia de las palabras
hirientes, propone Denise Riley que “[e]l alcance de reverberación de una
palabra malevolente es incalculable; puede zumbar en la cabeza de quien la
escucha de una manera que excede largamente cualquier impacto que su
emisor tenía en mente.” (Riley, 2005: 57). [Nuestra traducción. En el origi-
nal: “The reach of a malevolent word’s reverberation is incalculable; it may
buzz in the head of its hearer in a way that far excedes any impact that its
utterer had in mind.”]

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86 • Política y retórica en el guión social de la violación

lo que allí se juega es una confluencia, en la que el cuerpo


y el habla se enlazan en un doblez que es más que difícil
desarmar. Podemos decir, recuperando un señalamiento de
Judith Butler (2004), que lo que se pone de relieve en la ana-
logía es la vulnerabilidad del cuerpo frente al habla. Como
propone esta autora, el acto de habla es un acto corporal no
sólo porque en él está comprometido el cuerpo del hablante,
en tanto moviliza su aparato fónico y su gestualidad para
componer un enunciado, sino también porque las palabras
pronunciadas afectan al cuerpo de la persona a quien el
habla se dirige.22
Ahora bien, en este caso, ¿de qué tipo de afección se
trata? Seguir de cerca el relato de Lorena quizás pueda ayu-
darnos a dar con alguna respuesta. Las frases propinadas
por su compañera tenían un objetivo: confinarla al silen-
cio para, así, desplazarla de la arena del juego, excluirla de
aquellas disputas infantiles. Si bien la injuria no producía
un daño como el de un corte en la carne, o un golpe sobre
los músculos, es decir, una herida que podría provocar la
muerte o la incapacidad física, sí constituía, como lo advier-
te el imperativo “callate”, una amenaza para su “superviven-
cia lingüística” (Butler, 2004). Los dos enunciados ofensivos
que Lorena recuerda estaban dirigidos a degradarla, quizás
para arrebatarle los honores del triunfo, aunque, con una
diferencia. El primero ataca su posición social, su estatus
como persona digna de hablar y de ser escuchada (“callate
vos, si sos una violada”). El segundo consiste en asimilar su

22 Chaneton y Vacarezza (2011) en La intemperie y lo intempestivo. Experiencias


del aborto voluntario en el relato de mujeres y varones proponen, en un análisis
del cual la lectura que presentamos aquí es deudora, que “[l]os enunciados
funcionan como consignas que caen sobre los cuerpos en un doble sentido:
por un lado se refieren a ellos por su contenido y al mismo tiempo los toman
como blancos y en ello los constituyen como cuerpos sexuales sujetos a una
moralidad que resultará confusamente transmitida.” (ob. cit.: 23-24) [Cursi-
vas en el original]

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Política y retórica en el guión social de la violación • 87

cuerpo con la materia en mal estado (“estás violada, seguro


tenés gusanos”). El insulto parece condensar la idea de que
“estar violada” es una forma de estar “echada a perder”.
Esta última forma de degradación corporal puede
ponerse en relación con los dichos de Carla, “es como
la letra escarlata”, “te sientes avergonzada”, “vulnerada”, y
nos invita a reconsiderar la historia de la que estas pala-
bras toman su fuerza. Cabe recordar el señalamiento que
realizara Chejter respecto de las Partidas de Alfonso el
Sabio, donde se hacía mención a la violación como un acto
que afectaba a la “fama” de la mujer, tras el cual ella “no
tenía compostura”.23 Esta historia resuena en las palabras
de Amalia, la compañera del colegio de Lorena, aunque es
poco probable que a los 10 años haya leído las Partidas de
Alfonso el Sabio o el Código Penal Argentino. Su “saber” es
mucho más impreciso y a la vez mucho más generalizado.
Podemos entenderlo como una historicidad condensada en
la palabra, que se disemina junto con su uso. La capaci-
dad hiriente del acto de habla del que Lorena fue objeto se
vincula con innumerables invocaciones previas que, tem-
poralmente, exceden el momento de la enunciación. Exceso
que también se proyecta hacia el futuro, ya que las palabras
hirientes acompañarán a Lorena durante mucho tiempo.24

23 Como señala la autora, y analizamos en el comienzo de este capítulo, esta


referencia a la “fama” se tradujo en el Código Penal Argentino bajo la figura
de la “honestidad”, la cual no sólo remite a la reputación de la mujer agredi-
da, sino también al “honor” de los varones vinculados con ella (padre, mari-
do). Como mencionamos anteriormente, esta figura fue derogada tras la
modificación del Código Penal efectuada por la Ley 25.087 en el año 1999.
24 En el análisis que presentamos aquí se trata de advertir la eficacia performa-
tiva de un discurso hiriente o denigratorio, atendiendo a la doble valencia de
la subjetivación que Butler recupera de los trabajos de Michel Foucault:
“estar sujetado a” y “hacerse sujeto”. Desde esta perspectiva, la indetermina-
ción de la eficacia de los términos por los cuales un sujeto es llamado a la
existencia social, habilita la posibilidad de alterar o impugnar la subordina-
ción que pretende imponerse en y por esos mismos términos. Dice Butler
(2004) al respecto: “...puede parecer que la alocución insultante fija o parali-
za a aquel al que se dirige, pero también puede producir una respuesta ines-
perada que abre posibilidades.” (Butler, 2004: 17)

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88 • Política y retórica en el guión social de la violación

No sólo las recordará por muchos años, sino que padecerá


aquella “marca” en diferentes situaciones de su vida, por
ejemplo, al comenzar su primer noviazgo:

…volvemos al tema vergüenza, adolescencia en un colegio, mi


colegio fue bravo, porque yo después me enteraba que yo…
A los dieciséis me puse de novia, con un chico que estuve
de novia como siete años, re bueno, re buen chico, el novio
¿viste?, el primer novio, de toda la vida, […] y empecé a estar
de novia con este chico, y a él le decían, “qué se hace la seria
si…”, había un compañero del colegio […], “sí, si a esa una vez
la agarraron y se la re cogieron”, con esas mismas palabras
con las que yo lo digo, así, crudamente. Te imaginás que hoy
yo tengo treinta años y te imaginás que hoy, usar una palabra
de esas, entre charla de amigas suena medio guarango…, vos
elegís cómo hablás y con quién hablás y en qué términos pero,
y en qué momento, siempre hay un momento y un lugar para
todo, pero con respecto a esa, esa palabra de cogida, violada
[pronuncia con énfasis cada palabra], puede, puede marcar,
dejar marcas […]. Y los primeros, las primeras psicoterapias
que hacía, no podía hablar, decir ciertas cosas, no podía nom-
brar ciertas palabras, te estoy hablando de cuando era más
chica, todo gira alrededor de la vergüenza.

La marca que dejó la agresión de la compañera devino


un estigma en la reiteración de la injuria. Lo que se dice, la
difamación, fue infundiendo la vergüenza y ésta, a su vez,
se materializó en una forma de silencio: “no poder nombrar
ciertas palabras”. Si el mandato de silencio (“callate vos”) que
acompañó al insulto se impuso como una sentencia, ésta
se hizo efectiva en su repetición insidiosa en el encuentro
con otros y otras.
Pero, dada la fuerza y la insistencia con la que esta
suerte de condena se instauró, ¿es posible reaccionar contra
ella, desafiarla, cuestionarla, rechazarla? En los dos frag-
mentos del relato, las palabras de Lorena dejan en evidencia
una forma de reacción que podemos leer en sintonía con
el trabajo de oposición realizado por Carla. En el primero,
la afirmación “era mala la otra piba” seguida de la mención

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Política y retórica en el guión social de la violación • 89

de su nombre, constituye una forma de justicia que Lorena


lleva adelante para sí misma. Hacer conocido el nombre
de la persona que la agredió tiene, en el momento de la
entrevista, el efecto de posicionarla discursivamente frente
a aquella y dejar sentado el juicio que merece el hecho de
que haya llevado a cabo la citada acción hiriente: así, ubica
las cosas “en su sitio”. Si bien repite la injuria mediante la
cita, al momento de hacerlo ésta adquiere un valor dife-
rente: en su enunciación las palabras se convierten en la
materia probatoria de la maldad de aquella compañera de
colegio. En el segundo fragmento, en una operación similar,
las palabras son presentadas como prueba de la grosería
(“guarango”) de quien las pronunciara. ¿Quién debe sentir
vergüenza, entonces, podemos preguntarnos? Aquel acto de
habla adquiere un derrotero imprevisto: la injuria da lugar
a un inesperado acto de justicia.
*
En este capítulo, el topos del honor fue el hilo conductor
de un recorrido que comenzó con el análisis de las formas
históricas de penalización de la violación y arribó a un acto
de justica que sucede fuera del ámbito jurídico. Las antiguas
valoraciones moralizantes que impregnaban la penalización
de la violación mostraron su persistencia tanto en el dis-
curso jurídico como en el relato de las personas entrevista-
das. Pero, en este último caso, queremos subrayar, también
fue posible advertir que la moralidad sedimentada en las
palabras puede ser objeto de alteraciones que acontecen de
maneras imprevistas en el acto mismo de contar. El estigma
de la culpa y la vergüenza, que la lógica del honor pretendía
imborrable, puede ser removido.

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3

Del cuerpo y de la ciudad

La violación como “acceso” a un territorio

Este capítulo tiene por objeto describir el modo en que


el binomio interior/exterior opera –en distintos segmentos
del corpus discursivo construido– organizando una particu-
lar manera de definir qué es una violación. En el Código
Penal Argentino, analizamos el tecnicismo “acceso carnal
por cualquier vía”, que segmenta el cuerpo de las personas
agredidas (Chejter, 1996a) y lo codifica como un territo-
rio invadido. En el discurso de la prensa diaria masiva,
describimos la manera en que la dualidad interior/exterior
modela una narrativa de la violación que privilegia deter-
minados espacios, protagonistas y modos de ocurrencia de
las agresiones sexuales. El recorrido parte del señalamiento
de Sharon Marcus (1994) respecto de la relevancia de revi-
sar críticamente las metáforas de la violación como inva-
sión espacial y corporal, dado que, según advierte, estas
figuras no hacen más que reiterar jerarquías e inequida-
des de género.

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92 • Política y retórica en el guión social de la violación

3.1. Las “vías” de “acceso” a la carne: el cuerpo que


delinea la letra de la ley

“Acceso carnal por cualquier vía” es la fórmula técnica con


la que el Código Penal Argentino distingue un abuso sexual
de una violación.1 En términos de la historia de su inscrip-
ción en el discurso jurídico, la expresión puede dividirse
en dos partes. Mientras la definición “acceso carnal” fue
introducida por primera vez en la legislación penal argenti-
na en 1921 (Tenca, 2001), la aclaración “por cualquier vía”,
en cambio, es reciente. Se incorporó tras la reforma pro-
movida por la Ley 25.087, en 1999.2 El objetivo de este
agregado fue saldar una cuestión largamente discutida por
los comentaristas jurídicos: si el sexo oral (fellatio in ore)
forzado constituye o no “violación”.
Sin embargo, la especificación no logró resolver las
divergencias. Aún luego de la reforma, las interpretaciones
continuaron siendo encontradas. Valgan como una muestra
de la persistencia del desacuerdo los siguientes comentarios
elaborados con posterioridad al cambio penal:

No es nueva la discusión doctrinaria respecto a qué parte


del cuerpo de la víctima debía ser penetrada (aunque fue-
ra parcialmente) para que se considerara “acceso carnal” o
“inmisión” (de acceder, de entrar, de ingresar). Creemos que
la diferencia fue superada por la reforma de 1999, ya que al
mencionar “por cualquier vía” la ley refiere al menos a las
tres modalidades clásicas de contenido expresamente sexual.
(Villada, 2006: 119)

1 La definición figura en el tercer párrafo del artículo 119 del Código Penal:
“La pena será de seis a quince años de reclusión o prisión cuando mediando
las circunstancias del primer párrafo hubiere acceso carnal por cualquier
vía.” Cabe señalar que la palabra violación no figura explícitamente en el
Código, sin embargo, entre los comentaristas jurídicos hay acuerdo respec-
to de que “acceso carnal” refiere a violación (Villada, 2006; Pandolfi, 1999;
Tenca, 2001).
2 Nos ocupamos de otros aspectos de esta modificación penal en los capítulos
anteriores.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 93

…hemos demostrado que la expresión “acceso carnal” no


contempla de ningún modo la fellatio in ore […] el agregado
“por cualquier vía” aparece como sobreabundante o aclarato-
rio de lo que no cabe duda: la expresión refiere solo al coito
vaginal y anal. (Tenca, 2001: 87)

Mientras que Villada sostiene que la reforma es clara


al señalar que la fellatio in ore forzada constituye “viola-
ción”, Tenca opina lo contrario y afirma que la modificación
penal no altera lo que para él es indidudable, esto es, que
sólo cabe caracterizar como “violación” al “coito vaginal y
anal”. Sin pretender resolver aquí la cuestión, encontramos
fructífero recuperar el debate para interrogarnos acerca de
la definición corporal que instaura esta particular expre-
sión jurídica.
Metáfora adormecida (Perelman y Olbrechts-Tyteca,
2006: 625) que ya no se percibe, tanto “acceso” como “vía”
son términos que, semánticamente, están relacionados con
la circulación espacial. “Acceder”, al igual que “ingresar” o
“entrar” a un sitio, implica atravesar determinados límites.
La definición condensa una analogía según la cual el cuerpo
se configura como un espacio interior cerrado y la viola-
ción como el ingreso forzado al mismo. En esta disposición
corporal, las “vías” serían los espacios propicios para entrar,
las zonas donde aquello que separa el interior del exterior
se vuelve permeable. Resulta sugerente a este respecto lo
sostenido por Pandolfi (1999), un comentarista del Derecho
Penal que toma partido en el citado debate proponiendo
que la boca no constituye una “vía” de “acceso carnal”. El
especialista afirma:

… detrás de una boca cerrada (lo que obviamente no ocurre


con las otras dos) hay dos mandíbulas apretadas, con nada
menos que treinta y dos dientes, lo cual entraña un potencial
medio de defensa de terribles consecuencias para el agresor
(la posibilidad de apretar las mandíbulas y provocar una tre-
menda herida en el pene de aquél mordiéndolo), circunstan-
cia ésta que no se presenta en las otras vías. (ob. cit.: 49)

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94 • Política y retórica en el guión social de la violación

En el comentario del autor, la diferencia entre unas


“vías” y otras reside en la variable permeabilidad que exhibe
cada una de ellas. En su descripción, la boca es caracterizada
como una región corporal que, si bien se encuentra abierta
al exterior, puede ser cerrada y, además, agrega, añadiendo
un tono belicista a su explicación, cuenta con los “medios
de defensa” apropiados para repeler potenciales ingresos.
Por lo tanto, afirma este doctrinario, no corresponde con-
siderarla como equivalente en vulnerabilidad a las otras
dos (vagina y ano).
El modo en que este comentario presenta la cuestión
resuena con la lógica moralizante de la sospecha que recae
sobre las personas agredidas, de la que nos hemos ocupa-
do en los capítulos anteriores (en el análisis del topos del
consentimiento y en el del honor). En este caso, el recelo
supone que, contando con los medios de defensa apropia-
dos, si hubo “acceso” en la boca es porque la víctima lo
permitió, entonces, sugiere este estudioso de la ley, no hubo
“violación”. Pero, además de esta valoración moral, el citado
comentario reviste interés para nuestro análisis porque deja
en evidencia lo que, a pesar del desacuerdo, mantiene en
común con los demás comentarios doctrinarios citados. No
sólo concuerda con aquellos en la consideración del cuerpo
como un espacio interno que requiere ser protegido por
barreras defensivas, sino también en la fragmentación que
hace de sus “partes” conductos de ingreso. Las diferencias
entre las posiciones terminan por mostrar aquello que es
común a la perspectiva jurídica. Como señala Silvia Chejter
en su análisis crítico del Derecho Penal, para el discurso
jurídico, el cuerpo de la mujer vejada “es un vacío, pues es
un orificio de acceso en torno al cual el discurso jurídico
organiza su representación de la violación”. (Chejter, 1996a:
33) Cabe agregar, siguiendo los señalamientos realizados
por esta autora, que los términos en los que se plantea el
debate entre los juristas se circunscriben

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Política y retórica en el guión social de la violación • 95

…a un modelo de sexualidad falocéntrica, intrusiva y con un


sujeto activo y otro pasivo: más aún limitada a una sexualidad
activa, la mujer ultrajada es el fragmento de cuerpo donde
se perpetra un ataque a otra cosa que no es ella. (ob. cit. 34)3

Tal como se puede entrever en los comentarios citados


el desacuerdo que unos y otros mantienen no se centra en
el daño provocado a la víctima, sino que lo que se proponen
establecer es qué ha hecho el “miembro viril” del agresor
(¿ingresó al cuerpo?, ¿por dónde lo hizo?).
Esta crítica de la definición penal coincide con las
indicaciones que Sharon Marcus (1994) ha realizado res-
pecto de lo que caracteriza como uno de los elementos
que componen el “guión de la violación”. Al respecto, la
autora afirma:

El guión de la violación describe a los cuerpos femeninos


como vulnerables, violables, penetrables y heridos; […] carac-
teriza a la sexualidad femenina como espacio interno, a la
violación como invasión de este espacio interno, y a las polí-
ticas anti-violación como los medios para salvaguardar este
espacio interno del contacto con cualquier cosa externa a él.
(Marcus, 1994: 96)

Siguiendo estas observaciones, cabría considerar la


existencia de un enlace de sentido entre la definición cor-
poral presupuesta en la fórmula “acceso carnal”, que hemos
analizado, y las propuestas de “prevención de la violación”
que impulsan el cercamiento y la implementación de barre-
ras físicas como medidas tendientes a evitar los ataques.
Buscando atender a la caracterización de este enlace, en los
apartados que siguen describimos el modo en que la metá-
fora de la violación como invasión opera en otros segmen-
tos del corpus discursivo considerado. Nos ocupamos del
modo en que el discurso de la prensa gráfica masiva cons-
truye a la ciudad y a la casa como espacios que requieren ser

3 Negritas en el original.

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96 • Política y retórica en el guión social de la violación

cercados para evitar las violaciones. En consonancia con la


configuración corporal establecida por el discurso jurídico,
los relatos de la prensa masiva caracterizan las zonas de
contacto con el exterior como espacios donde la vulnerabi-
lidad y la exposición al peligro se acrecientan.

3.2. Adentro es seguro, afuera es peligroso

En este apartado, el análisis se ocupa de dos series de


noticias publicadas tanto en la edición impresa como en
la edición on-line del diario La Nación en dos períodos de
tiempo diferentes: los meses posteriores al intento de vio-
lación y asesinato de Lucila Yaconis en el año 2003, y los
últimos meses de 2008 y los primeros de 2009, en los que
tuvo lugar lo que se conoció como una “ola de violaciones”
en barrio Norte. La indagación pone el foco en el modo
en que la reiteración y el enlace de unas noticias con otras
va dando forma a una narrativa de la violación que reviste
particularidades y similitudes. En un caso, la conexión esta-
blecida entre distintos episodios delictivos converge en la
configuración del espacio de la ciudad como un territorio
asediado por delincuentes que provienen del exterior. En el
otro, la similitud entre las crónicas publicadas delinea una
narrativa mass-mediática que caracteriza al espacio de la
casa como una zona segura, mientras que describe a la calle
y a las zonas de contacto con ella como regiones donde el
peligro se acrecienta.

3.2.1. Cercar la ciudad para prevenir las violaciones


El 22 de abril de 2003, la prensa dio a conocer el intento
de violación y asesinato de Lucila Yaconis. La adolescente
fue encontrada sin vida en el barrio porteño de Núñez,
cerca de las vías del tren. Durante los días subsiguientes
al hallazgo, el caso fue objeto de atención mediática. Tan-
to la exhumación de sus restos como la movilización de

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Política y retórica en el guión social de la violación • 97

familiares y vecinos bregando por el esclarecimiento de los


hechos y la condena del asesino tuvieron cobertura en dis-
tintos medios gráficos y televisivos. Pero, lo llamativo de
este episodio –y lo que hizo a este caso objeto de nuestra
atención– es que el “asesinato de Lucila Yaconis” continuó
mencionándose y siendo recordado en los medios masivos
de comunicación mucho tiempo después, llegando a con-
vertirse, con el transcurso de los años, en un emblema de
las demandas de medidas represivas frente a la denominada
delincuencia urbana.4
Esta vinculación, que se irá construyendo y reforzando
a lo largo del tiempo, comenzó a delinearse a poco de
trascendidos los sucesos. El 13 de mayo de 2003, algunas
semanas más tarde de que el asesinato adquiriera estado
público, una nota publicada en La Nación, que llevó por títu-
lo “Temor en la zona norte de la capital por la inseguridad”,
mencionó el episodio entre un conjunto de hechos delic-
tivos de índole muy diversa. En el primer y en el segundo
párrafo, puede leerse:

Sienten que los delincuentes pueden sorprenderlos en cual-


quier momento y lugar: cuando corren por los bosques de
Palermo, entran en un comercio o a comer en un restaurante,
y hasta cuando caminan por la calle. En las últimas semanas
ha crecido la preocupación de los vecinos de la zona norte de
la Capital ante una serie de hechos delictivos.
La lista incluye el crimen de Lucila Celeste Yaconis, el
secuestro de un empresario y de su hija en el parque Tres
de Febrero, dos robos sucesivos a la embajada de la Repúbli-
ca del Paraguay y el asalto al restaurante Bella Italia, entre
otros hechos. Pero también deben citarse asaltos a la salida

4 Colaboró con la persistencia del caso en los medios de comunicación masiva


la actividad que llevó adelante la madre de la adolescente, Isabel Yaconis,
con la fundación “Madres del dolor”. La fundación está integrada por
madres de jóvenes que murieron en diferentes episodios de violencia, cuyas
muertes no se han esclarecido en sus casusas y/o no han obtenido una reso-
lución en el marco del sistema judicial. Respecto de la asociación:
https://goo.gl/D8w3vU

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98 • Política y retórica en el guión social de la violación

de cajeros automáticos, en comercios y en la vía pública,


según denunciaron vecinos de Recoleta, Palermo, Belgrano y
Núñez, durante una recorrida realizada por LA NACION.5

El “crimen de Lucila Yaconis” (intento de violación


seguido de muerte) es ubicado junto al “secuestro de un
empresario”, “dos robos a la embajada República del Para-
guay”, “asaltos a la salida de cajeros automáticos”. En este
agrupamiento, la violación cuenta como uno más entre los
variados hechos de “delincuencia” que componen el macro-
relato de la “inseguridad”. Se trata de una narrativa global
que tiene por protagonistas a “los vecinos”, sujeto político
que en las últimas décadas desplazó a otros actores en las
demandas frente al Estado (pueblo, ciudadanos, trabajado-
res, etc.) y cuya configuración identitaria encuentra en el
espacio geográfico su eje vertebrador. Trátese del barrio,
de la manzana o, como un este caso, de una “zona” de la
ciudad, “vecinos” son quienes habitan uno mismo territo-
rio.6 De manera implícita, la categoría traza una frontera
que, en este caso, distribuye geográficamente a víctimas y
victimarios de los delitos: unas habitan la ciudad, los otros
provienen del exterior.
En lo que respecta a la serie noticiosa que aquí nos
ocupa, la frontera semántica que la categoría “vecinos” ins-
taura resulta fortalecida por la localización espacial de los
acontecimientos delictivos. Si los hechos listados en la noti-
cia citada ocurren en sitios de circulación de personas y

5 La Nación, 13 de mayo de 2003, “Temor en la zona norte de la Capital por la


inseguridad”, edición impresa. Disponible en: https://goo.gl/De2AjG
6 En la crónica citada, su protagonismo se pone de relieve no sólo en el conte-
nido (nivel del enunciado), sino también en el punto de vista que organiza el
relato (nivel de la enunciación). En el primer párrafo, la ausencia de marcas
de discurso referido tiene por efecto hacer convergir la perspectiva del
narrador con la de los protagonistas de la historia. Como toda focalización
narrativa, ésta “exige al lector adoptar idéntica posición o perspectiva”
(Klein, 2009: 62), fomentando en la lectura la empatía con los sentimientos
de temor y la preocupación que se infunden en la anticipación de un posible
ataque.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 99

de bienes, en la sucesión de crónicas que tendrán al caso


Yaconis como antecedente, el contexto predominante de las
agresiones serán las vías del tren y sus terrenos aledaños.
Espacio de comunicación con el exterior de la ciudad –por
allí llegan diariamente a la capital masas de personas pro-
venientes del conurbano bonaerense–, las vías y sus alrede-
dores son caracterizadas como una zona limítrofe, donde el
roce con lo ajeno, con lo que viene de afuera, es postulado
como la causa del peligro. Esta construcción se pone de
relieve en la publicación del 16 de mayo,

En esa zona, muy transitada a cualquier hora del día pero


que parece encaminada a convertirse en una nueva tierra de
nadie, la chica fue abordada por un hombre que circulaba en
bicicleta que la amenazó de muerte. Vanos fueron los intentos
de resistencia o los gritos de auxilio que la policía no escuchó
por no hallarse en el lugar. El delincuente tuvo tiempo sufi-
ciente para llevar a su víctima por la fuerza por el interior del
parque Thays, o junto a la reja y el alambre que lo circundan,
hacia las vías del tren, situadas en la parte posterior para
concluir con la incalificable agresión sexual.
Tanto el alambrado que rodea a la reja del parque como el
cerco de alambre que separa la calle posterior de las vías están
rotos. En varios lugares es posible atravesarlos con sólo pasar
la pierna por encima, pues ya fueron vencidos varias veces.
Junto a las vías, en el terraplén del ferrocarril, la víctima fue
sometida sexualmente, dijeron a LA NACION fuentes allega-
das a la investigación.7

“Tierra de nadie”, la expresión con la que se caracteriza


a la zona donde ocurrieron los ataques, condensa un con-
junto complejo de sentidos sociales ligados con la apro-
piación territorial, el enfrentamiento armado y la falta de
autoridad. Si en el léxico colonialista se utilizó para desig-
nar los terrenos sobre los que ninguna persona ni estado

7 La Nación, 16 de mayo de 2003, “Una joven fue asaltada y violada a pocos


metros de Callao y Libertador”, edición impresa. Disponible en:
https://goo.gl/wUKBVv

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100 • Política y retórica en el guión social de la violación

poseía titularidad jurídica reconocida, a partir de la primera


guerra mundial, en el vocabulario bélico, la frase pasó a
designar la zona que media entre dos trincheras enemigas.
Extendida a otros ámbitos de la vida social, nombra a los
espacios en los que la autoridad encargada de hacer cum-
plir las normas está ausente o no es reconocida. Dado este
campo de sentidos, la violencia sexual deviene un problema
de gobierno territorial: el espacio urbano pasa a ser el eje
tanto de la definición del problema como del diseño de las
estrategias para revertirlo.
En relación con este modo de nombrar el espacio, llama
la atención en la crónica la mención de un dato que, en
un primer momento, resulta desconcertante respecto de la
conexión que mantiene con los sucesos narrados: el mal
estado en el que se encuentran los cercos colindantes del
parque y de las vías. El señalamiento motiva a preguntar-
se, ¿qué es lo que estas barreras debían mantener aislado?
Párrafos más adelante, bajo el subtítulo “Quejas reiteradas”
es posible dar con la respuesta:

Del otro lado del alambrado y las vías se encuentra la Villa 31,
donde se sospecha que se refugian algunos delincuentes que
se dedican a robar a los transeúntes que recorren el parque,
pasean sus perros o hacen aerobismo.8

El motivo de las “quejas reiteradas” de los “vecinos”


es que no pueden caminar, correr o pasear por las calles.
La causa señalada es que el cerco que separa el barrio de
la villa es permeable, deja pasar a quienes, desde su pers-
pectiva, no deberían atravesarlo. La circulación se preten-
de garantizar clausurando determinada zona de la ciudad
mediante barreras físicas que mantengan separados a los
“delincuentes” de los “vecinos”. El discurso anima la cons-
trucción de una suerte de prisión al aire libre. Detrás de los

8 La Nación, 16 de mayo de 2003, “Una joven fue asaltada y violada a pocos


metros de Callao y Libertador”, edición impresa. Disponible en:
https://goo.gl/Sjo4LH

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Política y retórica en el guión social de la violación • 101

muros habitarían sujetos sobre los que recae una sospecha


que opera como condena (“encasillados como peligrosos”)
y que, en confluencia con la narrativa de la inseguridad,
se corresponden con los sectores más desfavorecidos de la
sociedad (Beltrame, 20013).
Esta construcción narrativa de las zonas colindantes
con las vías del ferrocarril como regiones favorables a la
ocurrencia de violaciones se va fijando en la reiteración
y, con ella, van delineándose determinadas características
esperables para víctimas y victimarios. A comienzos del
mes de agosto, en una noticia titulada “Protesta por una
ola de ataques sexuales”, que se encadena con esta serie,
puede leerse:

Luego de dos violaciones y un abuso deshonesto de tres jóve-


nes de 15 años ocurridos en los últimos días en terrenos y gal-
pones linderos a las vías del ex ferrocarril Sarmiento, más de
2000 vecinos de Haedo, en el partido bonaerense de Morón,
se movilizaron anoche para pedir más seguridad. […]
Pero los vecinos reunidos ayer en Rivadavia y Estrada
no sólo se manifestaron para pedir el esclarecimiento de los
abusos sexuales de los últimos días: además exigieron una
mayor presencia policial en las calles porque afirmaron que
la zona se convirtió en tierra de nadie y que a cualquier hora
del día hay asaltos.
Para los residentes, el gran problema son unos terrenos
de 12 hectáreas que lindan con las vías del ex ferrocarril
Sarmiento donde, aseguran, hay cerca de 100 vagones aban-
donados donde se esconden los delincuentes.9

A pesar de que se trata de otra línea ferroviaria y de


que los hechos no transcurren en la Ciudad de Buenos
Aires sino en el conurbano bonaerense, la caracterización
de la situación resulta muy similar a la descripción brin-
dada en la noticia publicada en mayo: las vías del tren, los

9 La Nación, 6 de agosto de 2003, “Protesta por una ola de ataques sexuales”,


edición impresa. Disponible en: https://goo.gl/Vc4WhA

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102 • Política y retórica en el guión social de la violación

“delincuentes” “escondidos” en un terreno colindante con


ellas, la falta de presencia policial, la zona devenida en “tie-
rra de nadie”. También aquí la violación es agrupada junto
con robos y asaltos y es convertida en un delito más entre
los variados que aquejan a “los vecinos”. Como en las ante-
riores crónicas, se establece un vínculo entre este episodio
y el asesinato de Yaconis. Esta conexión se exhibe al final
de la crónica, en una lista que presenta a ese intento de
violación como el primer caso en una línea temporal que
recoge distintos sucesos de violencia sexual:

24 de junio – Coghlan: una joven de 17 años fue atacada


cuando regresaba del colegio. El delincuente la obligó a subir
a su auto, la llevó hasta cercanías de la estación ferroviaria
Coghlan y cerca de allí habría abusado sexualmente de ella.
31 de mayo – Saavedra: un individuo sorprendió por la
espalda a una joven peruana de 26 años a la que obligó a cami-
nar junto con él, aparentemente con intención de violarla.
15 de mayo – Retiro: una joven de 19 años, de nacionalidad
uruguaya, esperaba el colectivo, en las avenidas del Liberta-
dor y Callao. Un sujeto la amenazó con un arma, la llevó hacia
las vías del ferrocarril y abusó de ella.
21 de abril – Núñez: la joven de 16 años Lucila Yaconis fue
atacada por un individuo en las cercanías de su casa, en una
zona con escasa iluminación donde las vías del ex ferrocarril
Mitre se unen con la calle Vilela, en el barrio porteño de
Núñez. Intentó abusar de ella y luego la mató.

La composición gráfica de la lista exhibe el efecto regu-


latorio que promueve el enlace de los episodios. La reitera-
ción de la fecha, seguida de la ubicación geográfica (nombre
del barrio) en el encabezado de cada párrafo induce en la
lectura una sensación de continuidad y regularidad en el
acontecer de los ataques. Si la noticia no incluye una esta-
dística, el efecto de la disposición de los datos es similar al
de aquella: fija un patrón en la ocurrencia de las agresiones
sexuales. Promueve una escansión regular del tiempo y del
espacio, que se trama con datos sobre las víctimas y las cir-
cunstancias en las que tuvieron lugar los ataques: mujeres

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Política y retórica en el guión social de la violación • 103

jóvenes que transitan solas por la ciudad, esperan colectivos


o caminan, son atacadas en cercanía de las vías del tren.
La caracterización confluye, con los anteriores elementos
analizados, en la composición de una distribución del peli-
gro que hace de los espacios abiertos y de las zonas de
frontera, donde la ciudad se pone en contacto con el afuera
no-urbano o no-urbanizado, el escenario privilegiado de
los ataques sexuales.
En la serie de noticias analizada, el conjunto de los
elementos contribuye a componer una caracterización de la
violación como forma de invasión. A saber, el enlace trama-
do entre las agresiones sexuales y otros delitos callejeros, el
protagonismo de “los vecinos” como sujetos afectados por
la violencia, la insistencia en la necesidad de reforzar los
cercos que separan al “barrio” del exterior, la reiteración
de las vías del tren y sus terrenos aledaños como escenario
de las agresiones sexuales, la descripción de las zonas de
circulación y transporte público como espacios peligrosos.
Dado este conjunto, para prevenir los ataques sexuales, se
demanda la vigilancia y el cercamiento, dos formas de limi-
tar la circulación de determinados sujetos, señalados como
peligrosos, a fin de garantizar la de otros, que se construyen
como vulnerables.
En el aparatado que sigue, la serie de noticias que
analizamos nos permite indagar en una variante de esta
construcción discursiva. En este nuevo enlace noticioso,
la distribución del riesgo mantiene similares coordenadas
(interior seguro/afuera peligroso), pero cambia el lugar en
el que se traza la frontera con el afuera amenazante: lo que
ahora se recomienda cercar no son determinadas zonas de
la ciudad, sino el espacio de la casa.

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104 • Política y retórica en el guión social de la violación

3.2.2. “Instale cerrojos y trabas”


Hacia finales de 2008 y comienzos de 2009, otra serie noti-
ciosa “marcó” al barrio Norte de la capital como la zona de
las agresiones sexuales.10 En el conjunto de noticias que la
componen, llamó nuestra atención una nota que llevó por
título “Medidas de prevención del ataque sexual”.11 Publi-
cado el 2 de diciembre de 2008 en la edición on-line del
diario, este artículo periodístico establecía un vínculo (link)
con una crónica de la edición impresa que llevó por título
“Creen que son dos los autores de violaciones en Barrio
Norte”12. En sus reenvíos mutuos, ambas publicaciones tra-
man una determinada escena de las agresiones sexuales que
nos interesa revisar.
La crónica publicada en la edición impresa, es ilustrada
por dos fotografías (tal como se observa en el documento
disponible en el archivo digital on line del diario):
http://servicios.lanacion.com.ar/archivo/2008/12/02/
017/DT
Las imágenes muestran a una mujer transitando frente
a la entrada de un edificio. En la de la izquierda, un varón,
cuyo aspecto es el de alguien que brinda un servicio (un
repartidor o un cartero), aguarda frente al portero eléctrico.
A primera vista, las tomas parecen ser casuales y el hecho
de que los cuerpos hayan sido alcanzados por la cámara
se deja ver como algo azaroso. Sin embargo, al avanzar en
la lectura, se advierte que su posición se corresponde con
el modo en que ocurrieron los ataques. En el cuerpo de la
crónica puede leerse:

10 El inicio de la serie puede señalarse en noviembre del mismo año con la


publicación de la crónica que llevó por título “Un tercer intento de violación
habría ocurrido en Recoleta el fin de semana” (La Nación, 25 de noviembre
de 2008, edición on-line. Disponible en: https://goo.gl/M8US8V)
11 La Nación, 2 de diciembre de 2008, “Medidas de prevención del ataque
sexual”, edición on-line. Disponible en: https://goo.gl/oKnKBy
12 La Nación, 2 de diciembre de 2008, “Creen que son dos los autores de viola-
ciones en Barrio Norte”, edición impresa. Disponible en: https://goo.gl/
Mv7G7S

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Política y retórica en el guión social de la violación • 105

Según los investigadores, las jóvenes atacadas [en] los edifi-


cios habrían sido blanco de un sátiro que las abordó cuando
ingresaban en el hall haciéndose pasar por un propietario,
intentando abrir la puerta con una llave o hablando por el
portero eléctrico.13

Siguiendo la metáfora del blanco podría decirse que


las mujeres, fotografiadas, se encuentran en el centro de la
mira. Ellas están pasando justo frente al sitio donde se con-
cretaron los hechos, expuestas a que el agresor las alcance
en cualquier momento. La posición del varón que espera
a ser atendido coincide con la del victimario, que aguar-
da a que alguna potencial víctima se disponga a trasponer
la puerta para atacarla. Personaje mitológico, embaucador
y de insaciable apetito sexual, la designación del agresor
como un “sátiro” afecta también a la caracterización de
las víctimas: presas indefensas, vulnerables al engaño, que
caen en una trampa cargada de lascivia. En la composición
que se trama entre las fotografías y el texto, el espacio de
tránsito entre el interior y el exterior se muestra como la
zona del peligro.
En la edición on-line, una distribución similar del ries-
go se percibe en las prescripciones de cuidados que se listan
en la nota “Medidas de prevención del ataque sexual”.

• En la casa, no deje puertas o ventanas abiertas. Ins-


tale cerrojos y trabas para sus aberturas. No abra
la puerta a ningún repartidor o empleado de ser-
vicio sin verificar previamente su identificación, y
si desconfía de la validez de la credencial, llame a
la empresa. Si la llaman por teléfono equivocado,
nunca dé su nombre y número de teléfono. Cuando
sale, deje una luz prendida. No entre si al regre-
sar encuentra la puerta de su casa o departamento
abierta, y llame a la policía.

13 La Nación, 2 de diciembre de 2008, “Creen que son dos los autores de viola-
ciones en Barrio Norte”, edición impresa. Disponible en: https://goo.gl/
ow51nb. Los corchetes son nuestros.

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106 • Política y retórica en el guión social de la violación

• En el exterior, no transite por lugares solitarios u


oscuros. Si siente que la siguen, vaya hacia otras
personas. Llame la atención, y si es necesario, grite.
Si un auto se le acerca y la llaman, aléjese. No acepte
que la lleven, aunque sea tarde, llueva o haga frío.
Mire fijamente a quien le habla. Muestre que no es
una víctima fácil.14

Las instrucciones suponen probables escenarios de la


agresión sexual, en los que, como si se tratara de variaciones
de un único libreto, se reiteran los protagonistas y la posi-
ción que éstos ocupan: un agresor desconocido ataca a una
mujer adulta, ya sea porque él traspone las fronteras que
resguardan el espacio del hogar o porque ella ha abandona-
do el espacio cerrado de la casa. La sugerencia es la clausura
(cerrar, trabar, no abrir, no dejar entrar): el espacio cerrado
es sinónimo de protección; el exterior-abierto, de riesgo.15
Si en el apartado anterior analizábamos el modo en que
el “barrio” se configuraba como una región invadida por
agresores sexuales (provenientes de la villa, del conurbano
bonaerense o de barios aledaños, variaciones del afuera del
espacio urbano/urbanizado), en las crónicas que componen
esta serie, la zona a ser resguardada es el espacio doméstico.
Interior seguro/exterior peligroso, el dualismo se reitera,
con la diferencia de que el cercamiento no se propone a
nivel del barrio o de la ciudad, sino que es la casa lo que
tiene que cerrarse como una trinchera para repeler posibles
ataques. No importa donde se trace la división (si en la

14 La Nación, 2 de diciembre de 2008, “Medidas de prevención del ataque


sexual”, edición on-line. Disponible en: https://goo.gl/KKsxiq
15 Ninguna recomendación alerta acerca de qué hacer si el atacante es un con-
viviente, familiar, amigo, novio o alguien con quien se ha concertado una
cita. Como veremos en el apartado que sigue, esta construcción de la viola-
ción como algo que acontece en lugares abiertos, con desconocidos, será
puesta en cuestión en el relato de una mujer entrevistada. Será para ella un
descubrimiento las violaciones también ocurren en contextos familiares, y
esto la conducirá a romper con una narrativa que encontraba ya preestable-
cida.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 107

ciudad con respecto a la periferia o en la casa con respecto


a la calle), el exterior siempre es una zona de riesgo y lo que
viene de allí es amenazante.
Esta construcción se refuerza en el transcurso del año
2009 con nuevas publicaciones, de las que citamos algunos
fragmentos que dan cuenta de esta insistencia:

El hecho sucedió durante la madrugada de ayer, cuando


un delincuente ingresó por el balcón del edificio situado en
Guatemala 6094, en la zona conocida como Palermo Holly-
wood. (9/1/2009)16
Una adolescente de 16 años denunció que fue violada ante-
anoche en los bosques del parque Tres de Febrero […]. El
otro caso, que se conoció ayer, sucedió en la madrugada del
domingo pasado […], la prima de la adolescente fue hasta
un quiosco y, en un descuido, dejó abierta la puerta de la
casa, según confiaron directivos de Avivi a LA NACION.
(27/2/2009)17
Una de esas violaciones, relataron, ocurrió en noviembre
pasado en la calle Tres de Febrero y Núñez, a tres cuadras de
la comisaría 35a. “Por la noche, una mujer fue violada por un
hombre que ingresó en su habitación, luego de haber trepado
por el balcón, en un primer piso, al utilizar la cortina de un
negocio lindero como escalera”, dijo Yeannes.
El otro hecho ocurrió en la esquina de Pico y Avenida
del Libertador, cuando dos parejas jóvenes salían de un edi-
ficio. (28/2/2009) 18
La hija de Cecilia tiene 9 años y vive en Núñez. Hasta la
semana pasada, sacaba a pasear al perro todas las tardes. Sin
embargo, desde que su madre se enteró de un nuevo caso de
violación a pocas cuadras de su casa, le prohibió salir a la calle
sola. “Esto es tierra de nadie. La nena no sale más”, aseguró
Cecilia a lanacion.com. […]

16 La Nación, 9 de enero de 2009, “Violan a una joven belga en Palermo”, edi-


ción impresa, p. 13. Disponible en: https://goo.gl/yXdJhy
17 La Nación, 27 de febrero de 2009, “Denuncian dos casos de abuso sexual”,
edición impresa, p. 13. Disponible en: https://goo.gl/4i5jp3
18 La Nación, 28 de febrero de 2009, “Afirman que en los últimos 4 meses hubo
dos violaciones más en Núñez”, edición impresa, p. 25. Disponible en:
https://goo.gl/U8o6EA

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108 • Política y retórica en el guión social de la violación

Romina, otra vecina de la zona, afirmó: “Es bastante des-


agradable lo que está pasando. […] Salgo porque no me queda
otra”. (2/3/2009)19

Ingresar y salir, son verbos de movimiento que denotan


un trayecto y que tienen como especificidad el entrañar, de
manera prominente, un límite (perpendicular al trayecto)
que mide el cumplimiento del evento.20 La particularidad
que reviste el empleo que se hace de ellos en estos fragmen-
tos es que el límite que instalan en el discurso distribuye la
vulnerabilidad y el peligro de manera diferencial según el
género. Las mujeres están seguras al interior de las casas,
franquear los límites del espacio doméstico las expone a
la amenaza de violación. Los agresores sexuales asedian
estas fronteras, prestos a transponerlas. A dicha distribu-
ción espacial responden la prohibición de “salir” de una
madre a su hija (“la nena no sale más”) o la voluntad de una
“vecina” de limitar su propia circulación en el espacio exte-
rior (“salgo porque no me queda otra”). La histórica división
espacial que asigna los sujetos femeninos al espacio domés-
tico y los sujetos masculinos al espacio público, converge
con la “gramática genérica de la violencia” que, tal como
Marcus (1994) la define, caracteriza a las mujeres como
vulnerables e indefensas, y a los varones como invencibles
y agresivos. Esta lógica regula la particular distribución del
riesgo en el espacio geográfico urbano que las crónicas

19 La Nación, 2 de marzo de 2009, “Temor entre los vecinos de Núñez por


varios casos de violaciones”, edición on-line. Disponible en: https://goo.gl/
7mzNs1
20 Se trata de verbos télicos. Como indica Paris (2008): “Los verbos de este
esquema denotan Eventos, es decir, contribuyen a constituir descripciones
semánticas télicas. La especificidad de este grupo reside en que un Límite
(Lm) exterior y perpendicular al Ty [trayecto] determina sus puntos extre-
mos. En este sentido el elemento que mide el cumplimiento del Evento es
Lm.”(p. 6) La propuesta de Paris, que nos interesa retomar aquí, es que “en
consecuencia, el Ty en estos verbos es obscurecido por el rol de Lm, que
sobresale como el constituyente central.” (p. 6) Según la clasificación habi-
tual, (Martínez Fuentes, 2004), se trata de verbos de cambio locativo con
traspaso.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 109

citadas delinean: las violaciones ocurren cuando son tras-


puestos los límites que cercan y mantienen a resguardo
los cuerpos femeninos. Resuenan con esta disposición del
peligro, los presupuestos analizados en la fórmula jurídica
“acceso carnal”. La violación ocurre en las zonas que son
permeables al contacto con el exterior y, para evitarla, se
demanda el cierre de las “vías” de ingreso.
*
La dicotomía interior/exterior funciona en ambos dis-
cursos como una premisa que da sustento a relatos, jui-
cios y prescripciones que adquieren un carácter normativo.
En la ley penal, la fórmula jurídica “acceso carnal” estable-
ce lo que debe entenderse como una violación. El análisis
intentó mostrar los efectos regulatorios que este tecnicismo
jurídico –de pretendida objetividad y autoevidencia– tie-
ne respecto de la configuración corporal. Fragmentado en
distintas partes, signadas diferencialmente por la vulnerabi-
lidad, el cuerpo de la persona vejada es caracterizado como
un espacio interno y la violación, como el ingreso forza-
do al mismo. En las narrativas mass-mediáticas, el análisis
de la caracterización de la violación como una forma de
invasión permitió describir sus efectos regulatorios sobre la
distribución del peligro y de la vulnerabilidad en el espacio
urbano. En las crónicas analizadas, las zonas de contacto
con el exterior se construyen como regiones de riesgo y
para evitar la violación lo que se promueve es la clausura.

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4

Contar, romper… sanar

De maneras que podemos caracterizar como impensadas,


y por medios que no son sólo verbales, en los fragmentos
discursivos considerados en este análisis, el acto de contar
exhibe la capacidad cuestionar los sentidos de la violación
sedimentados en las palabras. El análisis pondrá de relieve
que los gestos también colaboran con la tarea de deshacer
–y hacer de un modo diferente– los relatos establecidos.

4.1. Lo que cambia al nombrar una violación

En el transcurso de la entrevista, Carla1 recuerda el momen-


to en el que el nombre “violación” se ligó con una agresión
que había padecido. Fue en el marco de una conversación
con un amigo, un muchacho que estaba interesado en ser
su novio. Entonces, sintió la confianza para contar, por
primera vez, algo que le había sucedido dos años antes,
cuando tenía 17 años. Ella relata de la siguiente manera
aquella conversación:

Hasta que conocí a un amigo, que no éramos novios, ni nada,


pero él quería ser mi novio, y estaba así como pretendiéndo-
me. Y nos hicimos muy buenos amigos y entonces le conté
a él, fue la primera persona a quien le conté. Le dije mira,
me pasó esto, esto, un tipo me agredió así, ta, ta. Y bueno,

1 Ya hemos analizado otros fragmentos de su testimonio en los capítulos


anteriores.

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112 • Política y retórica en el guión social de la violación

él me dijo, bueno, fuiste violada. Fue un descubrimiento, fue


un momento de, ¡¿en serio?! ¡¿yo?!, o sea, yo soy una señorita
de su casa, con todas las comodidades, con…, estee… siempre
tuve lo mejor. O sea, no éramos millonarios, pero mis viejos
siempre se esforzaron en que sus hijos tuvieran lo mejor. Así
que no era una cuestión que distinguiera de clase o de raza de
ningún tipo era una cuestión que le podía pasar a cualquiera
de cualquier edad y, entonces, me doy cuenta de que… ¡fui
violada! ¡Imagínate! Y esto fue qué te digo, un par de años
después de que sucediera, dos años después.

La elocución “fuiste violada” no funcionó solamente


como un enunciado constatativo o descriptivo. Si aquel acto
de habla ‒que podría sintetizarse en la designación “tú, vio-
lada”‒ tuvo por efecto un “descubrimiento”, éste consistió en
la emergencia de algo que hasta ese momento no estaba allí,
de algo que hasta ese instante no existía. Fue una manera de
“darse cuenta” porque dio lugar a una forma de contarse a sí
misma diferente a la que había conocido hasta ese momen-
to. De allí el asombro que manifiesta (“¡¿en serio?! ¡¿yo?!”).
Sin explicitarla, la designación ligaba con ella una his-
toria que resultaba extraña para la manera en que se veía a
sí misma. “Eso no es algo que le ocurre a las ‘señoritas de su
casa’” parece ser una sentencia que hasta entonces trazaba
una línea que distinguía entre ella y las “otras”, aquellas
mujeres a las que “eso” les podía pasar. Sin embargo, aho-
ra, esa línea comenzaba a palidecer. El “territorio seguro”,
que estaba delimitado tanto por diferencias de clase (“con
todas las comodidades… siempre tuve lo mejor”) como por
paredes, puertas y ventanas ‒aquellas que cierran el espacio
históricamente asignado a las mujeres, la “casa”‒, mostraba
sus fisuras. El relato de la violación como algo que les ocu-
rre a “las que andan por ahí”, circulando por un espacio que
no es el propio de (ni el apropiado para) las “señoritas” no
conseguía mantener su firmeza. El proceso desatado inicia-
ba movimientos orientados en varias direcciones. Como en
un camino sinuoso e incierto, los sentidos se seguían y se
abandonaban, se mantenían y se desviaban. Las palabras se

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Política y retórica en el guión social de la violación • 113

anudaban y desanudaban con el nombre recibido. Si algu-


nos viejos relatos sexistas parecían imponerse sobre Carla y
sobre su cuerpo, otros se desarticulaban.
En el diálogo que mantenemos, tras la pregunta acerca
de qué fue lo que cambió a partir de aquella conversación
con su amigo, ella dice:

Fui víctima mucho tiempo, después de eso, después de que


este amigo me da como la palabra del nombre de lo que había
pasado, era víctima, era como ¡hay pobrecita yo!, alguien me
violó, pobrecita, soy frágil, esto me pasó porque no me pude
defender, porque no pude resistir el ataque de un hombre
[con tono de lástima]. Qué se yo, es decir, había un autorre-
proche muy fuerte, una flagelación ahí de sí, soy una inde-
fensa y cualquiera me puede hacer daño. ¡Y no!, ya pasó el
tiempo, no hay nada de eso en el espíritu […] Pero sí creo que
durante mucho tiempo fui víctima porque al oír la palabra
dices bueno, si alguien me violó, entonces pobre de mí, pobre
de mí. Y durante mucho tiempo fue así.

En un primer momento, el nombre arrastró consigo


todo un conjunto de palabras, tonos e imágenes que cons-
truyeron una escena y delinearon los personajes que la
habitaban: “víctima”, “pobrecita”, “pobre de mí”, “frágil”,
“indefensa”, “no me pude defender”, “no pude resistir el
ataque de un hombre”, “cualquiera me puede hacer daño”,
“lástima”. Señala Inés Hercovich (1997), que

hay palabras como violación […] que contienen muchas otras


palabras. Este tipo de palabras hacen surgir en quienes las
intercambian figuras imprecisas, sin volumen ni tiempo, que
sirven de base para el entendimiento. Dudosas certidumbres,
fortalecidas por consensos añosos y generalizados, son su
materia. (ob. cit.: 112)

En el relato de Carla, como eslabones de una cadena,


que se enlazan y se siguen unos a otros, el nombre “violada”
vino acompañado de la palabra “víctima”. Y ésta, a su vez,
de calificativos que movilizan afectos (“frágil”, “indefensa”,

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114 • Política y retórica en el guión social de la violación

“pobrecita”), entre los que la lástima y la conmiseración


predominan. El efecto resultante fue una debilitante mezcla
de “autorreproche y flagelación”: culpa y castigo confluían
en la definición de sí misma como incapaz de defenderse.
La fuerza estigmatizante de la palabra violación que, en
el segundo capítulo de la presente tesis, puso de relieve
el testimonio de Lorena –al describir el momento en que
recibió el apelativo “violada” como un insulto–, se advier-
te ahora en lo efectos que acarrea asignar ese nombre a
la experiencia. Darle el nombre violación a lo acontecido
reavivó la larga e insistente historia que hace de esta forma
de agresión una mácula injuriante. Recuperando la metáfo-
ra propuesta por de Lauretis (1996: 19), la palabra pareció
haberse adherido al cuerpo de la enunciadora “como un
vestido de seda mojado”.
Sin embargo, el relato pone de relieve que la histo-
ricidad de la denominación no se agota allí. Ésta también
se juega en la posibilidad de que, en el transcurrir y en la
reiteración, aquellos sentidos convocados que arriesgaban
a consolidarse resulten desafiados, que el vínculo que los
une resulte debilitado. “Ya pasó el tiempo y no hay nada
de eso en el espíritu”, afirma la entrevistada con respecto
al efecto de victimización padecido. El enunciado destaca
la potencialidad que entraña la apertura temporal del acto
de habla hiriente: con el paso del tiempo las palabras pue-
den perder su capacidad de lastimar. En su “reverberación”
(“durante mucho tiempo fue así”) no sólo se reactualizan
aquellos “relatos añosos”, sino que éstos también se exponen
a inciertas e imprevisibles vicisitudes.
Entre estos sucesos imprevistos, la entrevistada men-
ciona que, a partir de haber asignado aquel nombre a lo
acontecido, comenzaron a perder su solidez algunos relatos
que hasta ese momento se mostraban como evidentes:

…en mi colegio por ahí te decían mira, hay que tener cui-
dado, hay que ser precavido, no hablar con desconocidos en
la calle, ta, ta, ta. Pero lo ponían en un espectro en el que

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Política y retórica en el guión social de la violación • 115

tú no te imaginas que va a pasar en una situación familiar,


¿me entiendes?, o sea te lo ponen como que te va a pasar
en un parque si estás sola estudiando. Y, no, ¡no!, ni siquiera
pasa por ahí, es supremamente difícil, […] que te violen en
un espacio público a que te violen en el entorno familiar o
amistoso, es mucho más probable y es mucho mayor el cui-
dado que tienes que tener allí. Entonces, ese era mi malestar,
porque no solamente estaba molesta con mi familia, si te
pones a pensar, estaba molesta con un sistema de vida y con
la forma en que hemos criado a los hombres, ¿entiendes?, que
ha, yo quiero esto, lo tomo, ¡no!, ¡no!, si yo te estoy diciendo
que no, no puedes tomarlo, es otro ser humano, no es una
cosa, entonces también me molesta eso, aún hoy me molesta
eso, trabajo por eso…

La agresión que ella padeció no coincidía con la narra-


tiva escolar ni tampoco, podemos agregar, con la narrativa
prefigurada en el discurso de la prensa masiva analizado en
el capítulo anterior: no ocurrió en la calle o en el parque, ni
fue perpetrada por un desconocido. Tuvo lugar en la casa
de un familiar y fue ejercida por un pariente político. La
nominación habilitó la apertura de una grieta, una fisura
en lo que hasta ese momento se mostraba como clausu-
rado. Todo un edificio discursivo comenzó a tambalearse.
Y, en ese movimiento, el malestar, las críticas, la oposición
encontraron un lugar. Ya no resultó aceptable la caracteri-
zación de la violación como algo que les ocurre sólo a las
mujeres que circulan por el espacio público, ni tampoco el
discurso que configura a esta forma de violencia como una
prerrogativa masculina. Haber vinculado la palabra “viola-
ción” con aquel doloroso episodio ocurrido cuando tenía 17
años la condujo, entonces, a desarmar aquellas “imágenes”
culpabilizantes que, de tan gastadas, parecían estar fuera
del tiempo. Al recibir aquel nombre, no sólo sucedió que
los sentidos dominantes de la violación se adhirieron a su
experiencia y a su cuerpo, sino que también comenzaron
a ser cuestionados. Tanto aquel relato que define a la vio-
lación como una amenaza o un castigo para las mujeres

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116 • Política y retórica en el guión social de la violación

que transgreden ciertos límites espaciales, como aquel otro


que construye el cuerpo femenino como frágil y vulnera-
ble, perdieron su consistencia. El consenso que convocaban
comenzó a desvanecerse. En el transcurso de ese proceso,
resultó impugnado el universo simbólico que alimentaba
su sentimiento de vergüenza, aquel en el cual las mujeres
constituyen objetos apropiables. Su expresión “aún hoy me
molesta eso, trabajo por eso” da cuenta de una reelabora-
ción en el presente de aquel sentimiento humillante y dolo-
roso, en una actividad que es, a la vez, reactiva y afirmativa.
Al tiempo que rechaza aquel “sistema de vida” –todo un
universo de narrativas, valores, normas y mandatos–, se
afirma a sí misma y a su capacidad de acción. Cabe seña-
lar que Carla, al momento de la entrevista, trabaja como
periodista y activista social. En ambas tareas, se ocupa de
cuestiones relacionadas con la violencia contra las mujeres.
A partir de su testimonio, podemos preguntarnos si esta
actividad no constituye una forma de agencia que –aunque
más no sea parcialmente‒ emerge del seno mismo de la
injuria de la que ha sido objeto.
Pero, el conjunto de impugnaciones y cuestionamien-
tos avivado al contar no se agota allí. En el relato que la
entrevistada hace de la reacción que tuvo al día posterior a
la agresión, podemos dar con una forma resistencia que se
lleva a cabo de una manera mucho menos voluntaria,

Y al día siguiente, cuando por fin me levanto y veo que


¡todavía! no ha llegado nadie, agarro una silla de plástico así
[levanta los brazos en gesto de levantar una silla] y la par-
to contra el piso, así ¡tang!, ¡tang! [agita los brazos como si
golpeara la silla contra el piso]. Y fue mi primera reacción
orgánica con respecto a eso, quería destruir algo, ¿entiendes?,
quería romper algo que no fuese yo, justamente eso, exterio-
rizarlo y alejarlo de mí, y creo que esa fue la única manera
de sanar, exteriorizarlo, contárselo a… bueno, primero a mi
hermana, luego a mi mamá, luego a mi hermano. Y bueno,
todo un proceso, ¿entiendes?

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Política y retórica en el guión social de la violación • 117

En el fragmento citado, las palabras y los movimientos


corporales (levantar y agitar los brazos) ponen en escena
una descomposición: la silla, impulsada violentamente con-
tra el resistente material del piso, estalla en pedazos. Las
onomatopeyas que acompañan el gesto (tang, tang) hacen
audible la fuerza del impacto. Pero, si en aquel acto iracun-
do algo se rompió, los efectos de esa “reacción orgánica” no
terminaron en la destrucción de la silla. Junto con el objeto,
el cuerpo de Carla se deshace como mero paciente del daño,
para recomponerse como un cuerpo también capaz de ejer-
cer violencia (“quería romper algo que no fuese yo”). El
gesto se muestra como una forma de rechazar la pasividad
y de evitar que los efectos de la agresión se adhirieran a ella
misma (“alejarlo de mí”).
El desplazamiento del foco del relato de una acción
(romper) a otra (contar), destaca que, como si de ondas
expansivas se tratara, la descomposición iniciada prosiguió
en otros actos. En el transcurso de la entrevista, se advierte
que al contar también fue necesario ejercer una suerte de
fuerza destructiva. Para que pueda ser oído, el relato de su
experiencia debió producir una fisura en la apabullante y
ensordecedora masa de discursos circulantes que tienden a
fijar, de antemano, el sentido de la agresión sufrida. El gesto
de romper y el acto de contar permiten, según ella indica,
exteriorizar y, en ello, trastocar el discurso normativo que
manda a guardar en el fuero íntimo la agresión sufrida. A la
vez, cabe considerar su gesto destructivo como una forma
de desarmar la caracterización de su cuerpo como frágil y
vulnerable e incapaz de rechazar la violencia.

4.2. Hacer de sí mismo “algo distinto”

Martín tiene 35 años. Las agresiones que relata sucedieron


cuando tenía entre 12 y 13. Durante la conversación que
mantenemos, él se refiere a aquellos ataques como “abusos

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118 • Política y retórica en el guión social de la violación

sexuales”, no emplea la palabra violación para designar la


experiencia. Sin embargo, en la entrevista, los aconteci-
mientos se traman con un caso de elevada trascendencia
mediática que fue denunciado y juzgado como “violación” 2:

…estos episodios de abusos son contemporáneos con lo que


se conoció como el caso Veira. […] Bueno, nada, yo era un
varón futbolero, hincha del cuadro del cual este tipo era el
ídolo, San Lorenzo […] Y me acuerdo que yo iba a la cancha
y, de pronto, estabas en una tribuna y miles de personas se
tomaban en joda lo que estaba pasando. Eran los cánticos, era
el motivo, viste que en las tribunas se canta […] y el motivo
de cargada de una tribuna a otra, era…, es decir, la tribuna
de San Lorenzo de la cual yo formaba parte era la que se
dedicaba a agredir y a denigrar a la víctima, porque había
que defender a Veira, y las tribunas contrarias se dedicaban a
agredir a Veira pero, por supuesto, banalizando lo que estaba
pasan…, lo que sucedía. Y por eso, me acuerdo, yo, víctima,
estaba en una tribuna cantando cualquier barrabasada. Aho-
ra, lo que sí entiendo, es que eso contribuyó en mi caso, de un
mod…, […] me quedó claro cuál era el contexto ya más amplio
[…] con el que se podía enfrentar una víctima de abuso sexual,
digo, alguien, que si uno hubiese ido a buscar ayuda al mundo,
al universo de los adultos, no sé, yo lo vinculo mucho con esto
que me pasaba en las canchas, realmente la sensación de que
el mundo te iba a aplastar, en vez de ayudarte, el mundo te iba
a aniquilar. Entendiendo el mundo de un modo muy difuso,
como esto que yo sentía que vivía en una cancha de fútbol.

Si la tribuna es un sitio privilegiado para observar y


para emitir un juicio –apoyar o rechazar, afamar o denostar,
ya sea a un equipo de fútbol, a un cantante de rock o, en
este caso, a un niño que había denunciado una violación–,

2 El “caso Veira” se inició en el año 1987 con la denuncia realizada contra


Héctor “Bambino” Veira –en aquel momento director técnico del club
deportivo San Lorenzo de Almagro–, por parte de Luis José Candelmo,
padre de Sebastián Candelmo, un niño de 13 años. Candelmo denunció que
Veira había violado a su hijo. El proceso terminó con la condena de Veira
por “violación en grado de tentativa”, un delito excarcelable.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 119

Martín quedaba posicionado en un lugar muy particular.


Los cánticos se emitían desde la masa de cuerpos masculi-
nos reunidos en la tribuna, y él, al unísono con la multitud,
como varón partícipe del ritual futbolístico, profería tam-
bién aquellas burlas. En esta acción, su visión se componía
con una mirada que le era, a la vez, propia y ajena. Simul-
táneamente, se sentía, jurado y juzgado, emisor y potencial
objeto del desprecio y la denigración colectiva. La alter-
nancia del uso de construcciones personales e impersonales
(“yo iba a la cancha”, “de pronto estabas”, “en las tribunas se
canta”, “el contexto con el que se podía enfrentar una vícti-
ma”, “si uno hubiese ido…”, “esto que me pasaba”, “el mundo
te iba a aplastar”, “esto que yo sentía”) dan cuenta del modo
en que se produce el pasaje de una posición a la otra. El
tránsito acontece sin cesuras, como si se tratara del discu-
rrir entre los pliegues de una misma superficie: la distinción
entre el interior y el exterior se encuentra desdibujada.
Con aquellos cantos, se le imponía una grilla de legibili-
dad que él mismo replicaba sobre sí. Entonces, comprendía
de qué modo podía llegar a ser considerada la agresión que
había sufrido y qué clase de evaluación podía recibir él mis-
mo, en tanto objeto de aquel ataque. La sensación que evoca
es de abandono (no encontrar ayuda) y de amenaza (“el
mundo te iba a aplastar, el mundo te iba a aniquilar”). Hacer
saber lo que le había pasado comportaba el riesgo de ser
doblegado, ser rebajado hasta quedar reducido a la nada, es
decir, perder toda estima y quedar expuesto a la humillación
y al sojuzgamiento.3 Ése era el costo que, él percibía, tendría
que pagar por hacer pública la agresión sexual sufrida.

3 Respecto de la humillación como padecimiento de una fuerza aplastante,


que doblega, cabe recuperar el señalamiento que Chaneton y Vaccarezza
(2011) realizan sobre la etimología de la palabra “humillar”. “‘Humillar’ sig-
nifica ‘abatir el orgullo’ (o ‘reducir a una posición inferior a uno ante la pro-
pia mirada y la de los otros’), pero sólo de una manera figurada. Porque la
acepción original, la que se vincula con la historia etimológica, no se relacio-
na con la ‘interioridad’ (el ‘alma’, podemos decir) sino que tiene al cuerpo
mismo como objeto. ‘Humillar. (Del latín humiliare) tr. Inclinar o doblar una

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120 • Política y retórica en el guión social de la violación

El enunciado que cierra el fragmento (“entendiendo el


mundo de un modo muy difuso, como esto que yo sentía
que vivía en la cancha de fútbol”) destaca que aquellas
expresiones denigratorias y agresivas urdían los hilos de
una densa trama que resultaba “difusa”, no tanto por su
vaguedad, sino, sobre todo, por estar esparcida, propagada.
Eso que él sentía en la cancha de fútbol, no se circunscribía
a los límites del estadio de juegos, sino que informaba todo
un “medio ambiente”. Se trataba del “mundo” de los varones
del que él participaba y al que aspiraba a integrarse. En ese
universo masculino, las alternativas no parecían abundar.
Sin importar de qué lado de la tribuna se estuviera, ni con
qué equipo se simpatizara, ante la publicidad de una agre-
sión sexual padecida por un varón, lo que podía hallarse
eran burlas y desprecio. En el complejo proceso de verse,
simultáneamente, como sujeto y objeto de la denigración
Martín advertía que, para ser considerado un par entre los
demás varones, era mejor guardar silencio sobre lo que le
había sucedido, callar respecto de la violencia de la que
había sido objeto. Obtener un lugar en ese espacio viril,
requería negar la propia vulnerabilidad. La prefijada con-
figuración de los cuerpos masculinos como cuerpos ame-
nazantes e imbatibles, no dejaba lugar para que pudiera ser
compartida la violencia sufrida, ni para exhibir el dolor que
ésta le había causado.
Largos años le llevó romper el mutismo que, de este
modo, se impuso.4 En el transcurso de la entrevista, narra de
la siguiente manera el momento en el que decidió comenzar
a contar aquello que le había pasado:

parte del cuerpo, como la cabeza o la rodilla, especialmente en señal de


sumisión y acatamiento’. Para mayor evidencia: la raíz de ‘humiliare’ es
‘humus’, tierra, suelo.” (ob.cit.: 23)
4 Según relata en la entrevista, contó las agresiones sufridas, por primera vez,
diez años más tarde que éstas ocurrieran.

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Política y retórica en el guión social de la violación • 121

…con este tema del abuso que cada vez me molestaba de un


modo más fuerte, fue que finalmente llegué como, como a
permitirme y a decidir, decir, bueno, tengo que asumir esto,
tengo que afrontarlo, tengo que hacer algo [mientras habla
golpea con un dedo sobre la mesa, ritmando y dando énfasis a
cada una de sus afirmaciones], algo distinto a tratar de seguir
reprimiéndolo, a tratar como de negármelo a mí mismo, de….
Y bueno, [tono de énfasis, inhalación como tomando impulso
para continuar] no sé bien cómo, pero una vez, hablando con
un amigo, logro ponerlo en palabras.

La repetición verbal (“tengo que…”, “tengo que…”, “ten-


go que…”), el gesto que la acompaña (golpes sobre la mesa
ritmando y dando énfasis a cada afirmación), el tono de
voz (énfasis) y la respiración (marcando el ritmo de cada
enunciado y hacia el final tomando aire como una prepa-
ración para acometer con una acción) ponen en escena el
esfuerzo requerido. La decisión de “hacer algo” no fue sen-
cillamente “tomada” de una vez, sino que debió reiterarse,
una y otra vez, hasta alcanzar el impulso necesario para
“ponerlo en palabras”.
“Finalmente llegué […] como a permitirme”, dice. En
las palabras se advierte que las fuerzas que debió enfren-
tar no eran completamente externas ni tampoco totalmente
internas, sino que constituían una especie de afuera que lo
habitaba. Sus golpes, pequeños martillazos que se estampan
contra la madera de la mesa, suenan como el retumbar de la
insistencia requerida para abrir, al interior de sí mismo, un
intersticio que él pudiera ocupar de una manera diferente.
Contar era una manera de darse un margen de acción que,
hasta ese momento, se había negado. La tarea era ardua por-
que requería desarticular, al menos parcialmente, el modo
de ser varón que hasta ese momento conocía y encarnaba.
“Permitirse” no consistía simplemente en “hacer algo”, sino
que lo que ponía en juego era la posibilidad de “hacer” de sí
mismo “algo distinto”.
*

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122 • Política y retórica en el guión social de la violación

En este último segmento de nuestro recorrido analíti-


co, se puso de relieve que el riesgo de contar el padecim-
miento de una violación reside en que, como señala Butler
(2004), las palabras pueden llegar a penetrar en los miem-
bros, a modelar los gestos, a “hacerte doblar la espalda” (ob.
cit., p. 255). Entonces, poner en movimiento los sentidos
sedimentados en las palabras, puede requerir algo más que
decir. Hacer el gesto de destruir un objeto, impostar el tono
de la voz, machacar insistentemente una superficie, tomar
impulso en la propia respiración, son acciones que, en el
acto de contar, exceden al lenguaje verbal y despliegan una
imprevista capacidad para trastocar la aparente evidencia y
solidez de los sentidos que las palabras movilizan. Contar
se muestra como un acto que puede actualizar relatos ya
gastados de tanto reiterarse, a la vez que puede constituir
la ocasión para subvertirlos. Al narrar la violencia pade-
cida puede tener lugar lo que Butler llama un “momento
subversivo de la historia” o la apropiación de las “normas
para oponerse a sus efectos históricamente sedimentados”
(Butler, 2004: 255).

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Conclusiones

La analítica desarrollada en los capítulos antes presentados,


relativa a una muestra compuesta por tres tipos de discur-
sos sociales (legislativo, mass-mediático, testimonial), exhi-
be la insistencia de puntos de vista, argumentos y relatos
cuyos efectos estigmatizantes y subordinantes encuentran
sustento en una larga historia de reiteraciones. La fuerza
discursiva que revisten hace de ellos componentes de una
grilla de inteligibilidad dominante que regula las posibi-
lidades de interpretar, razonar y percibir los sucesos que
reciben el nombre de violación. En esta tesis, los entende-
mos como parte de lo que, según propusimos en nuestro
planteo teórico-conceptual, Sharon Marcus (1994) denomi-
na “guión social de la violación”. A la vez, nuestro análisis
dejó en evidencia que estas fuerzas discursivas regulatorias
no son inquebrantables. En el andar de los relatos, emergen
formas de narrar y caracterizar la violencia sexual que, de
modos subrepticios y negociados, son capaces de impugnar
los estigmas y de contravenir el sometimiento.
En el primer capítulo, la pregunta ¿qué es una vio-
lación? fue el punto de partida para desandar la premisa
jurídica según la cual, lo que define a una violación es la falta
de consentimiento. A partir del análisis, la aparente univo-
cidad de esta afirmación tuvo que ser desandada. La lectura
crítica de la manera en que el consentimiento opera en
distintos segmentos del corpus discursivo considerado, puso
en evidencia que esta categoría encierra una multiplicidad
de ecos discursivos que promueven juicios y valoraciones
morales respecto del comportamiento de las personas que
han padecido una violación. El consentimiento fue caracte-
rizado, entonces, como un topos argumentativo, cuyo fun-
cionamiento e implicancias nos abocamos a describir.

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124 • Política y retórica en el guión social de la violación

Una de las resonancias de este lugar común es la sos-


pecha de la que son objeto las personas agredidas sexual-
mente. La relectura de distintos trabajos críticos feminis-
tas sobre la ley penal y la jurisprudencia (Chejter, 1996a;
Rodríguez, 2000; Hercovich, 2002) nos permitió rastrear las
huellas de este recelo en los antecedentes del actual Códi-
go Penal Argentino. En la redacción previa a la reforma
introducida por la Ley 25.087, el descrédito de quienes se
presentaban a denunciar una violación encontraba susten-
to jurídico en el criterio esbozado por el par de catego-
rías resistencia-consentimiento, el cual definía a una y otra
como opuestos excluyentes. El dualismo actuaba como un
criterio de veredicción a la hora de juzgar el relato de las
personas agredidas. Bajo su régimen, para que los dichos de
las denunciantes fueran creídos, se exigían pruebas físicas,
daños visibles que den cuenta de la fuerza ejercida por el
agresor para concretar el ataque sexual. La exigencia partía
de la presunción de que la persona vulnerada había accedi-
do a la relación sexual que estaba denunciando como for-
zada. Toda vez que no hubiera marcas físicas que probaran
la resistencia, se suponía el consentimiento. La complejidad
del problema reside en que, si bien la reforma del Código
Penal buscó modificar este escenario, retirando la palabra
resistencia de la letra de la ley, la sospecha volvió a instalarse
con la introducción de la fórmula “consentimiento libre”.
Como señala Hercovich (2002), cuyo planteo retomamos
en nuestro desarrollo, la nueva cláusula penal instaura una
ficción jurídica que continúa ignorando los factores coer-
citivos que condicionan el consentimiento. Una vez más,
la letra de la ley viene a obturar la consideración de las
“soluciones de compromiso” y las paradojas a las que se
enfrentan las personas agredidas sexualmente: entre ellas,
que aceptar ser violada puede ser una forma de evitar daños
físicos y preservar la propia vida. Cabe señalar, que la rele-
vancia de estas negociaciones y el recelo con el que son
evaluadas en los escenarios judiciales se volverá a poner
de relieve al considerar distintos relatos de personas que

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Política y retórica en el guión social de la violación • 125

sufrieron agresiones sexuales. En esta revisión crítica, pro-


pusimos relacionar el planteo de Hercovich con el modo
en que Judith Butler problematiza el consentimiento sexual.
El enlace entre ambos desarrollos nos permitió dar lugar
a una serie de cuestionamientos que subrayan la necesidad
de reconsiderar críticamente el dualismo libertad/someti-
miento. La observación de Butler destaca que la figura legal
del consentimiento presupone un sujeto volitivo y racional,
e invita a preguntarse: ¿qué ocurre si la acción de aceptar
o rechazar un encuentro sexual no es el resultado de una
deliberación racional?, ¿cómo habilitar una perspectiva que
permita atender al hecho de que, lejos de ser quien con-
duce la acción, el sujeto que “consiente” se expone, en ese
acto, a una transformación de la que no puede dar cuenta
cabalmente?
La necesidad de explorar críticamente el dualismo
libertad/sometimiento presupuesto en la categoría de con-
sentimiento, también se puso de relieve en el análisis de
la polémica mass-mediática movilizada por el caso conoci-
do como “General Villegas”. En aquel contexto, fueron las
palabras con las que la adolescente agredida intentó dar
cuenta de lo que le había pasado las que contribuyeron a
desarmar la dualidad excluyente. Ni elección completamen-
te autónoma, ni absoluta sumisión, su acción no se ajustaba
a los estándares previstos por el dualismo. La tarea analítica
pudo mostrar la confluencia de la mencionada dicotomía
libertad/sometimiento con una moral sexual que somete a
examen la conducta sexual de las mujeres como requisi-
to para probar la existencia del delito. Moralidad que las
palabras de la joven venían a poner en entredicho: su decir
dejaba en suspenso la toma de partido entre las posiciones
de absoluta víctima o provocadora y culpable.
Estos hallazgos dialogan con el análisis de fragmentos
de testimonios tomados entrevistas con tres mujeres agre-
didas sexualmente (dos mujeres cis y una mujer trans), cuyos
relatos muestran que la violación no acontece en un escena-
rio en el que las opciones posibles se dividen en ser libre o

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126 • Política y retórica en el guión social de la violación

someterse. Al contar el modo en que lograron preservarse a


sí mismas y escapar de la situación de violencia padecida, las
entrevistadas despliegan formas variables de negociación
frente a la acción impuesta por los agresores. Sus narracio-
nes muestran que cuidarse y buscar la manera sobrevivir
son acciones que pueden tener lugar aún en situaciones
donde la relación de fuerzas es de extrema desventaja. A la
hora de denunciar lo acontecido, esta capacidad de auto-
preservación hará recaer sobre ellas el juicio moralizante:
se reavivará la vieja lógica jurídica que exigía marcas físicas
como prueba de la ausencia de consentimiento y de la exis-
tencia del delito. Su capacidad de negociación se volverá,
entonces, un motivo de suspicacia (“¿no se habrá ido con un
noviecito?”, “sos una puta”). Como sucediera con los dichos
de la adolescente agredida en el caso de General Villegas,
estos relatos dejan en evidencia la valoración que la lógi-
ca del consentimiento reserva para la conducta sexual de
las mujeres. El análisis de una cuarta entrevista (con otra
mujer cis) nos conduce profundizar la crítica del dualis-
mo libertad-sometimiento desde una perspectiva diferen-
te. En el transcurso del diálogo mantenido, la entrevistada
pronuncia un vocablo inexistente en el léxico vigente. “El
momento de la consensuación” es la manera en que ella
nombra la instancia de “pregunta mutua” sobre la posibili-
dad de mantener un encuentro sexual. La innovación léxica
señala aquello que no puede ser cercado bajo los límites de
la deliberación racional, ni reducido a una propuesta unila-
teral. Como hicieran los dichos de la adolescente agredida
en General Villegas, la novedosa palabra abre un espacio
discursivo que no tiene cabida dentro de los límites promo-
vidos por la grilla de intelegibilididad jurídica. A partir de la
descripción, en el discurso de la entrevistada, del modo en
que la relación sexual impuesta es construida por el agresor
como un encuentro romántico, nos preguntamos ¿de qué
manera los marcos sensibles promovidos por los discursos
circulantes pueden favorecer el avasallamiento del cuerpo
ajeno y obliterar la percepción del sufrimiento? La pregunta

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Política y retórica en el guión social de la violación • 127

anima un cuestionamiento ético que demanda ir más allá


de los límites fijados por los esquemas de inteligibilidad
disponibles. No se trata de indagar acerca de lo que hizo
o dejó de hacer la persona agredida, sino de analizar los
modos en que se configuran los marcos de sensibilidad que
hacen posible el ejercicio de la violencia.
En el segundo capítulo, recorrimos la ligazón que la
violación mantiene con el honor. Rastreamos las huellas de
este enlace en la historia de la penalización jurídica de los
delitos sexuales. En el contexto local, hasta la sanción de
la Ley 25.087 en el año 1999, la definición de los delitos
sexuales como “delitos contra la honestidad” –heredera de
las Partidas de Alfonso el Sabio– incorporaba al Código
Penal Argentino una penalización de los delitos sexuales
que encontraba sustento en una trama de valores androcén-
tricos. En esta trama, el género se encontraba ligado con el
parentesco y anudado con relaciones de propiedad sobre los
cuerpos. Se tejían en ese enlace vínculos de los que las muje-
res no participan más que como bienes de intercambio. Bajo
este marco jurídico, el bien protegido por la ley penal no era
la persona afectada, sino la honra de los varones ligados con
la víctima y, en coincidencia con el efecto moralizante pro-
movido por el par resistencia-consentimiento, la ley hacía
de la conducta sexual de las personas agredidas un criterio
de valoración de la existencia del delito. Sólo se consideraba
punible la violencia sexual ejercida contra las denuncian-
tes cuya reputación las hiciera merecedoras del atributo
de “honestidad”. Con la intención de modificar esta lógica
masculinista, la Ley 25.087 cambió la rúbrica del Título III
de la Segunda Parte del Código Penal por la de “Delitos
contra la Integridad Sexual de las Personas” y suprimió
todas las referencias a la honestidad y al estado civil de las
víctimas al interior del articulado. Sin embargo, más allá
de la intención de legisladores y legisladoras, las valoracio-
nes morales implícitas reingresaron con la nueva denomi-
nación: como ha señalado críticamente Hercovich (2009),
la palabra “integridad” remite a la condición de virgen y,

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128 • Política y retórica en el guión social de la violación

aplicada a las personas, es sinónimo de honestidad. Rever-


beración del sentido, persistencia de históricos valores sedi-
mentados en las palabras, que continuamos indagando en
otros segmentos del corpus discursivo considerado.
El análisis de los fundamentos de los proyectos de ley
que proponen la pena de castración para los condenados
por delitos contra la integridad sexual de las personas, nos
permitió desentrañar la insistencia de la lógica del honor
y la honestidad: la castración se configura en el discurso
legislativo como una venganza viril cuyo objetivo no sería
reparar el daño sufrido por la víctima, sino restaurar un
orden de estatus generizado (Segato, 2003). En la escena de
castigo promovida por esta propuesta penal, las personas
agredidas no ocuparían más que un rol subsidiario, como
objetos de una disputa de la que no son protagonistas.
Dado el problema del honor, los relatos en primera
persona nos permitieron advertir que la narración de la
experiencia sufrida puede hacer de la reiteración de los
valores promovidos por el discurso jurídico la ocasión de
emergencia de fisuras en la moral dominante. En dos testi-
monios de mujeres se advierte que, animados por la historia
que la palabra violación arrastra consigo, los sentimientos
de culpa y vergüenza recaen como estigmas sobre ellas. Sin
embargo, esta mácula insidiosa –que tiene efectos sobre lo
que se puede decir y sobre la imagen de sí–, es revertida en
el relato de maneras que caracterizamos como imprevistas.
En un caso, la culpa es removida al ubicar los acontecimien-
tos en el sitio que les corresponde: algo que sucedió contra
la propia voluntad. En el otro, la fuerza injuriante de la pala-
bra “violada”, recibida como un insulto, da lugar a un acto de
justicia que redirige la condena hacia quienes han proferido
el agravio. En ambos casos, la lógica del honor, que prevé
que las mujeres violadas queden marcadas por una mancha
imborrable resulta cuestionada en su eficacia.
En el tercer capítulo, se analiza el modo en que el
binomio interior/exterior opera, en dos segmentos del cor-
pus discursivo considerado –el Código Penal Argentino y

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Política y retórica en el guión social de la violación • 129

la prensa gráfica masiva–, configurando lo que se define y


describe como una violación. El estudio crítico de la fór-
mula “acceso carnal por cualquier vía” nos permitió señalar
los efectos regulatorios que este tecnicismo jurídico reviste
respecto de la caracterización del cuerpo de las personas
agredidas. Dada dicha definición de la violación, la cor-
poralidad de quien denuncia un ataque sexual deviene un
espacio interno, cuyas partes hacen las veces de hendidu-
ras por las que acceder a él. Retomamos en este punto
un debate irresuelto entre los doctrinarios jurídicos: si la
fellatio in ore constituye o no “acceso carnal”. Nuestra revi-
sión de estos planteos permitió destacar que la cuestión
jurídica se formula desde un punto de vista androcéntrico,
el cual reduce la violación a un problema de traspaso o
de vulneración de fronteras: lo que los juristas tratan de
dilucidar es qué zonas del cuerpo son propicias para que
el “miembro viril” acceda al espacio corporal interno de
la persona agredida. La reflexión sobre los comentarios de
especialistas del derecho nos permitió destacar que, en este
debate, como sucediera con el topos del honor, nuevamente,
el discurso jurídico desatiende el sufrimiento de las perso-
nas denunciantes y redirige hacia ellas las sospechas. Den-
tro del mismo capítulo, la caracterización de la violación
como una forma de “ingreso” forzado a un espacio interno,
resonó con dos series de noticias publicadas en La Nación
en períodos de tiempo diferente (2003 y 2008-2009). En la
primera de estas series, que se inicia en mayo de 2003, se
destacó el protagonismo de los “vecinos”. Ellos se presentan
como los principales afectados por las agresiones sexuales y
como los promotores de distintas medidas de seguridad. La
configuración identitaria de este sujeto colectivo se apoya
sobre una delimitación geográfica y está signada, según deja
entrever nuestra lectura, por una particular pertenencia de
clase (entre los caracteres idiosincráticos del ser “vecino” se
destacan hábitos consumo y recreación que demandan con-
tar con determinada capacidad adquisitiva). Dichas mar-
cas identitarias contrastan con las que son asignadas a su

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130 • Política y retórica en el guión social de la violación

antagonista: los sujetos clasificados como peligrosos perte-


necen a los sectores más desfavorecidos de la sociedad y
habitan fuera del barrio y/o de la ciudad. Dada esta carac-
terización, las zonas de riesgo están constituidas por los
espacios limítrofes o de contacto con el afuera no urbano o
no-urbanizado y, para prevenir los ataques, se promueve el
cercamiento y la vigilancia. Lo que se intenta lograr con las
mencionadas acciones de control es mantener separados y
distinguir a vecinos-vulnerables de extranjeros-peligrosos.
En la segunda serie de noticias considerada, que abarca los
últimos meses de 2008 y los primeros de 2009, describimos
cómo se delinea una estrategia de prevención de las agre-
siones sexuales que promueve el cercamiento del espacio de
la casa y propone limitar el tránsito de las mujeres por el
espacio abierto de la ciudad. La histórica división espacial
que asigna los sujetos femeninos al espacio doméstico y
los sujetos masculinos al espacio público, converge en estas
crónicas con la “gramática genérica de la violencia” (Mar-
cus, 1994) que caracteriza a las mujeres como vulnerables
e indefensas y a los varones como invencibles y agresi-
vos. Esta misma lógica organiza una distribución espacial
del miedo y del peligro: las mujeres deben sentirse seguras
en el interior de la casa, los varones pueden transitar sin
riesgos por el espacio abierto de la ciudad. De conjunto,
el desarrollo del tercer capítulo permitió señalar los efec-
tos regulatorios promovidos por la caracterización de la
violación como una forma de invasión. Referida a la cor-
poralidad de las personas agredidas, esta definición, tiene
por efecto limitar y obliterar las posibilidades de percibir el
sufrimiento que ellas padecieron. Al aplicarse como criterio
de distribución del peligro en el espacio urbano, refuerza
el miedo y promueve el encierro de quienes se construyen
como potenciales víctimas de la violencia.
En el cuarto capítulo, el análisis de dos testimonios (de
una mujer cis y de un varón cis) pone de relieve la capacidad
del acto de contar para abrir cuestionamientos a los senti-
dos sociales de la violación que se muestran prevalentes y

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Política y retórica en el guión social de la violación • 131

que infunden, en quienes padecieron una agresión sexual,


sentimientos de vergüenza, humillación y miedo. Conflu-
yen en estos relatos distintos elementos que fueron objeto
de nuestra atención en capítulos anteriores. Los dos testi-
monios desatacan el deshonor asociado con la violación y
dejan entrever el valor diferencial que éste reviste según el
género. Para Carla, lo que predomina es la victimización y
la culpabilización de sí misma respecto de lo acontecido. A
Martín, la burla y el desprecio manifestados por el colec-
tivo de varones reunido en una cancha de fútbol le hacen
saber cuál era el trato que podía esperar si hacía conocer
la agresión padecida. En ambos casos, el relato exhibe la
capacidad de desafiar estos juicios estigmatizantes. El tes-
timonio de Carla muestra cómo dar el nombre de viola-
ción a una experiencia puede movilizar todo un universo
de sentidos y trastocarlo. La nominación de la experiencia
se destaca, entonces, como una ocasión en la que, a la vez
que se avivan juicios sexistas sedimentados en las palabras,
emergen maneras inesperadas de entenderse a sí misma y
de reconsiderar la violencia padecida. El acto de nombrar
contradijo la narrativa que caracteriza al hogar como un
espacio seguro y a la violación como algo que sucede con
personas desconocidas y en espacios abiertos. También fue-
ron cuestionadas las marcas de clase y las prescripciones
morales que acarreaba aquel gastado relato. Eso no les pasa
a las “señoritas de su casa” era el lema que hasta entonces
organizaba su manera de juzgar los acontecimientos, es por
eso que la palabra no encajaba con la experiencia propia.
Una vez que el nombre “violación” se inscribió como un
rótulo sobre lo acontecido, esa premisa debió ser cuestio-
nada. En el relato de Martín, el autoritarismo de un modelo
de masculinidad que se le presentaba como único lo había
llevado a “guardar silencio” sobre la agresión sufrida. Lo
que lo movió a callar fue la amenaza de ser expulsado del
mundo varonil del que se sentía partícipe. En ese mundo,
no era aceptable mostrarse dañado, débil, necesitado de
ayuda. Habilitar un espacio para la narración de la propia

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132 • Política y retórica en el guión social de la violación

experiencia, requirió, entonces, impugnar la distribución de


la vulnerabilidad prevista por el modelo de la masculini-
dad imperante y quebrar los límites del modo de ser varón
que hasta entonces había aceptado como “correcto”. Debió
poner en cuestión, la “gramática genérica de la violencia”
(Marcus, 1994), cuyo funcionamiento en otros tipos de dis-
curso habíamos descripto en capítulos anteriores. Así fue
cómo, al poner en palabras frente a otros su experiencia,
este varón se vio movido a “hacer” de sí mismo algo distinto.
El análisis de estos testimonios mostró que contar la vio-
lencia sexual padecida es un acto verbal que afecta al cuerpo
de quien lo asume no sólo porque requiere la movilización
de su aparato fónico y de su gestualidad, sino, también, por-
que las palabras suscitan efectos corporales. Hablar sobre lo
ocurrido conlleva el riesgo de que el peso de las palabras
termine por fijarse sobre el propio cuerpo: estigmatizándo-
lo o doblegándolo con el peso de la denigración. El desa-
rrollo expuesto en este último capítulo destaca que remover
esas marcas corporales puede requerir movilizar algo más
que las palabras. Entonces, los gestos, los movimientos, la
respiración, el ritmo de la elocución, devienen herramientas
de una batalla micropolítica en la que se debate la manera
de mostrarse y de verse a sí mismo/a.
*
En conclusión, la analítica desarrollada en esta tesis
permitió describir líneas discursivas que, dada su insisten-
cia, movilizan acuerdos tácitos y valoraciones que se mues-
tran como autoevidentes, a la vez que destacó la capacidad
de las palabras para romper estos marcos prefijados. Como
hemos señalamos anteriormente, siguiendo a Butler, la his-
toricidad de las palabras reside no sólo en su capacidad para
avivar sentidos establecidos, sino también en su constante
apertura hacia usos imprevistos. Una ironía, una burla, un
gesto, un tono de voz, una pausa o una aceleración en lo que
se dice pueden alterar el significado de lo dicho y dar lugar
a una subversión de lo que hasta ese momento se mostraba
como ineludible. En este espacio abierto por la enunciación

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Política y retórica en el guión social de la violación • 133

a la emergencia de lo inesperado, los relatos de las personas


afectadas pusieron en escena alteraciones respecto de las
narrativas que pretendía fijar el sentido de su padecimiento.
Se logró describir, entonces, el modo en que tiene lugar
aquello que fuera señalado al inicio de nuestro planteo: el
“guión de la violación” no dirige nunca completamente la
escena que busca regular.
El trabajo de investigación presentado dejó señalados
algunos aspectos en los que cabría profundizar en nue-
vas investigaciones. En primer lugar, cabe destacar que la
inclusión de testimonios de personas de diferente identidad
de género mostró la riqueza y la necesidad de avanzar en
un estudio de tipo comparativo, que permita describir las
implicancias diferenciales que la problemática de la vio-
lación reviste según el género de las personas afectadas.
Por otra parte, la indagación realizada mostró la relevan-
cia de profundizar en el estudio de la manera en que la
problemática de la violación converge y se enlaza con el
discurso de la seguridad ciudadana. Consideramos que allí
se abre un núcleo problemático que amerita ser considera-
do en trabajos específicos. En tercer lugar, una dimensión a
explorar en mayor profundidad son los efectos de sentido
que emergen de la articulación del lenguaje verbal con los
movimientos corporales. En nuestra investigación, atender
a dicho enlace se mostró como una actividad fructífera para
describir la manera en que los sujetos reelaboran su propia
experiencia y, en ese proceso, configuran y reconfiguran los
sentidos sociales circulantes. Entendemos que profundizar
en el estudio de dicha articulación redundaría en un valio-
so aporte, tanto en términos de ampliación del campo de
conocimientos sobre la temática como de producción de
nuevas aproximaciones metodológicas.

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