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Para abordar los efectos que tiene un sistema ideológico y de valores sobre el individuo,
tal vez sea más conveniente generar el análisis con un concepto aún más abstracto y
general, el de la cultura. Toda cultura, según Wolfgang Sofsky, tiene intrínseca en su
naturaleza la pretensión de ser universal, ya que, a su modo de ver, plantea la forma
“correcta” de vivir, plantea un deber ser particular que rechazará en automático otras
formas de vida que no se ajusten a su visión. La cultura es entonces totalizante y
universalizadora, por lo que genera represión. Todo individuo que se salga de la norma es
castigado, pero aun aquellos que cumplen con las normas son gravemente violentados
por la cultura, ya que esta es normativa e impuesta al individuo desde su nacimiento, y
esto implica, como bien explica Freud en El malestar de la cultura, que deberá reprimirse
muchos de sus más íntimos deseos y necesidades, lo que causa un tremendo malestar
psicológico. Según la visión de Sofsky, lo que busca eliminar la cultura es la violencia, se
instaura todo un orden social para mantener la paz y evitar tanto la violencia entre los
hombres como la violencia que ejerce la naturaleza sobre el hombre, pero a esto agrega
Sofsky, y en mi opinión de manera brillante, que la cultura cae en un terrible paradoja, ya
que para que el orden social funcione, se debe de imponer, y esto representa un acto
violento en sí mismo. La cultura, que busca emanciparnos como especie de la violencia, es
violenta en sí misma.
Abordemos este último punto con más detenimiento. El que cada cultura decrete cual es
la forma correcta de vivir genera una serie de “tipos ideales” de comportamiento y de
características que debe tener la vida de un individuo. Pongamos un ejemplo: dentro del
canon occidental de familia está establecido que un niño debe tener una figura paterna y
una materna; en todos los casos de niños que solo poseen alguna de las 2, la sociedad les
genera un inmenso dolor, ya que dentro de su lógica cultural el individuo se encuentra
“incompleto” e incluso se plantea su situación como “trágica”. Es muy fácil caer en la
ilusión, podríamos llegar a pensar que si el niño sufre, es porque ese principio
supuestamente universal de que debe tener a ambos padres para ser una persona plena
es totalmente real, pero esto es una enorme falacia. No quiere decir que ese principio sea
universal y “objetivo”, que sea necesario que un niño sea criado por un hombre y una
mujer para que este esté sano mentalmente y feliz y logre desarrollarse con plenitud; bajo
las nuevas pautas culturales, muchos niños han crecido con solo uno de los padres, y al
desnormalizarse el principio que dictaba que tenían que forzosamente poseer a ambos, el
individuo deja de sufrir por no cumplir con los estándares. Cada cultura genera su propio
sentido común, y mientras estemos dentro de este, sin cuestionarlo, parecerá totalmente
objetivo y lo daremos por sentado.
Analicemos ahora el caso del humanismo. Este propone que la forma ideal de vida es
aquella donde el individuo logra autorealizarse en base a sus propios deseos y
convicciones, y propone esto encontrándose dentro de la ideología del liberalismo
económico, de lo cual ni siquiera es consciente. El liberalismo económico, como el
humanismo, propone como premisa máxima de la libertad individual. Tomando en
consideración todo lo dicho en los párrafos anteriores, nos damos cuenta de que este
objetivo de autorealización puede generar más sufrimiento que plenitud en la mayoría de
las personas, ya que se trata de un tipo ideal al que muy pocos logran llegar, pero el
humanismo, cegado una vez más por su ideología neoliberal, lo propone como si todos los
individuos nos encontráramos en igualdad de condiciones, lo cual está demasiado lejos de
la verdad. Esta doctrina, en apariencia tan inocente y positiva, podría ser más dañina que
beneficiosa.