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Ana tiene 31 años. Es enfermera.

No sólo desde que estudió Enfermería en la universidad,


sino desde muy niña: su padre era alcohólico y diabético, y Ana fue su cuidadora hasta su
muerte, cuando ella tenía 23 años. Ana, desde la adolescencia, ha buscado parejas a quienes
cuidar, como aprendió a hacerlo con su padre: hombres alcohólicos, hombres infantiles,
hombres inestables. Está casada con Marcelo, quien cumple con esas tres características.
Pero hoy, a sus 31 años, Ana es madre de Benjamín, un pequeño de 3 años, y me dice: “Me
cansé de ser la cuidadora de quien no me corresponde. Sólo quiero cuidar al Benja. Perdí mi
infancia y mi adolescencia siendo la enfermera de mi papá, y no quiero desperdiciar mi adultez
siendo la enfermera de mi marido. Me siento sobrecargada...".
La escucho con atención y le digo: "Siento que hoy, frente a mí, estás renunciando
oficialmente al rol que has desempeñado durante toda tu vida: no quieres seguir sintiendo y
creyendo que debes ser la enfermera del mundo para sentirte valiosa y querida...".
Ana solloza y mira la caja de pañuelos. Se los ofrezco. Después de unos minutos en silencio,
me pregunta: "Si esta renuncia me duele y me caigo, ¿tú me puedes cuidar?". Le sonrío y le
señalo: "Tienes todo el derecho a dejar de cuidar a los demás y empezar a permitir que otros
te cuiden...". Ana suspira. Varias veces. Yo siento como si en cada suspiro Ana estuviera
botando un enorme peso alojado por años en lo más profundo de sus entrañas.
Y tú, ¿a qué rol sobrecargado necesitas renunciar?
(Datos y contextos modificados por confidencialidad)

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