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Frédéric Lordon

Capitalismo,
deseo y
servidumbre
Marx y Spinoza

Traducción
Sebastián Puente
L o rd o n , F ré d é ric

C a p i ta li s m o , d e s e o y s e r v i d u m b r e : M a r x y S p in o z a - l a e d . • B u e n o s A i r e s :

T in ta L im ó n . 2 0 1 5 .

176 p .; 20x14 cm .

IS B N 9 7 8 -9 8 7 -3 6 8 7 -0 4 -4

1. F i l o s o f ía . 2 . P o lít ic a . I. T í t u l o .

C D D 3 2 0 .5

U l u l o o i í i'I im I 1 ( , (/r1*-tr rt v ti'iliu h M iim < i .S'/»ók*.*í», (£) I .i R iln i<|iu‘

•'«Itiitiiin, P¡nln, ,'<UO

11 .ü I i m 4 ió n . ,Si '! ) í i i i I i .i i i I ' u c i i l r

I >ii!nn.i <Ir i iib ir r t;i: |uan P a b lo F e r n á n d e z

lu ia | ,;m d e ta p a : H u m o / / / , T o m á s íis p in a , 2 0 0 7 .

M a q i ie l.'id ó n , c o r r e c c i ó n y c u id a d o d e la e d i c i ó n : T i n t a L i m ó n

Ce.i o u v r a g e , p u b li e d a n s k c a d r e d u P r o g r a m m e , d 'a id e, à la p u b l i c a t i o n V icto ria

O c iim p o , il b é n é f i c i é d u s o u tie n d e l'I n s tit u t f r a n ç a i s d ’A r g e n t i n e , j E s ta o b r a ,

p u b li c a d a e n c l m a r c o d e l P r o g r a m a d e a y u d a a la p u b l i c a c i ó n V i c t o r i a O c a m p o ,

< lie n t a c o n el a p o y o d e l I n s t itu t f r a n ç a i s d 'A r g e n t i n e .

© 2 0 1 5 , d e lo s te x t o s , F r é d é r i c L o r d o n .

© 2 0 1 5 , d e la e d i c ió n , T i n t a L i m ó n .

w w w .t i n t a l i m o n .c o m .a r

Q u e d a h e c h o el d e p ó s i t o q u e m a r c a la le y 1 1 .7 2 3
ín d ice

Contra la explotación política de la potencia,


por Tinta Limón 7

Prólogo 17

I. H acer hacer 23
El deseo de hacer algo 23
El deseo de hacer hacer: patronazgo y enrolam iento 24
Interés, deseo, puesta en m ovim iento 26
La nuda vida y el dinero 28
La moneda relación, el dinero deseo 30
No existe la servidum bre voluntaria 33
La asim etría de la iniciativa m onetaria 38
Dom inación en todos los niveles 41
Presiones am bientales y crecim iento de la violencia
(coacción accionaria y com petencia) 43
Movilización alegre y alienación m ercantil 48
El enrolam iento com o alineam iento 52
a=0! 55
Intensificación del tem or 58
La liquidez, el fantasm a «IH deseo-am o capitalista 60
Tiranía y terror 64
II. A legres autom óviles (Asalariados: hacerlos andar) 67
A fectos alegres intrínsecos 67
Las aporías del consentim iento 71
La obed iencia alegre 77
El reencantam iento espontáneo 81
El am or del am o 87
Las im ágenes voca.ciona.les 91
El totalitarism o de la posesión de las alm as 95
G irlfrien d experience (después del don de las lágrim as) 98
El insondable m isterio del deseo enrolado 100
No hay interioridad (ni interiorización) 104
Los riesgos del constructivism o del deseo 109
A m o r fa t i capitalistis 113
El velo de los afectos alegres,
el fondo de los afectos tristes 116

III. D om inación , em ancip ación 121


La dom inación repensada para usarse
con el "consentim iento" 121
División del deseo e im aginario de la im potencia 125
La explotación pasional 128
C om u n ism o o totalitarism o
(el totalitarism o, ¿etapa últim a del capitalism o?) 137
¡E ntonces, el (re) com u n ism o! 141
Las pasiones sediciosas 149
Devenir perpendiculares 154
La d esíijación (critica de la (des-)alienación) 157
1.a historia com o descontento
(peí tu rbaciones y reconfiguraciones del paisaje de clase) 160
C om u n ism o ... ¡deseo y servidum bre! 165
"I Jiu vida hum ana" 169
Contra la explotación política tle la potencia
Por Ti ni a Lim ón

En ciertas condiciones, el deseo de las m asas p u ed e volverse coi lira m s


propios intereses. ¿C u áles son esas condiciones? [isa es lodo la cuestión.
Félix Cua l tari, 1972

1. <¡Cuán voluntaria es la servidum bre voluntaria?

El absurdo que el libertario encuentra en todo h ech o de d om in ación


se sintetiza en el escándalo del consentim iento: el carácter volu nta­
rio sin el cual n in gun a relación de servidum bre sería duradera. Es
exactam ente esta naturaleza voluntaria de la su m isión la que pro-
blem atiza C apitalism o, deseo y servidum bre. S p in o za y M arx. Se trata
de una nueva tentativa por com p rend er y criticar la co m p leja articu ­
lación en tre afectos, relaciones sociales y estru cturas h istó ricas que
perm ite relanzar, una y otra vez, los m ecan ism os de explotación en
la sociedad contem poránea.
El consentim iento se ha convertido, cada vez m ás, en representa­
ción aceptable y fundam ento legítimo de las relaciones de poder. Sean
éstas políticas (democracia) o económ icas (contrato laboral), lo que las
vuelve efectivas es su capacidad de desacoplar el dom inio de la coac­
ción. Desde este punto de vista, que es el del orden, la sociedad se
organiza a partir de proyectos fundados en el encuentro entre liberta­
des opuestas pero com plem enta lias: una libertad em presarial, capaz
de enrolar a terceros (deseo-amo), y una libertad del trabajo que, por
las condiciones de heteronom ía material creciente, se halla dispuesta
a articular su propio deseo al deseo em presarial. Al vínculo libre que
surge de esta concertación de deseos se le da el nom bre de salariado.
La fábrica de con sen tim iento resulta así inseparable de u na dis­
torsión afectiva que in hibe la correlación enl re situación de obed ien ­
cia y pasiones tristes. Contra este poder de distorsión, se alza un
cierto cruce de las filosofías críticas m odernas: la poderosa fórm ula
Spinoza-M arx. Spinoza para com prender la clave de la eficacia de la

7
d o m in ació n en los afectos y Marx para en ten d er las relacio n es socia­
les y las estructuras de la sociedad capitalista.

2. "P atronazgo” es “capturazgo”

Al en sam b lar la h ip ótesis spinoziana del deseo com o potencia hu­


m an a ju n to a la cartografía m arciana de las estru cturas del capital,
Frédéric Lordon abre una vía para retom ar el problem a de la ser­
vidu m bre voluntaria, planteado en el siglo XVI por Étierm e de La
Boétie. Pero con una torsión: despojándolo de todo residuo de una
m etafísica de la subjetividad que piensa a partir de la voluntad del
individuo libre corno sujeto de co n sen so de la servidum bre.
No se sale del punto de vista del orden sin rom per con esa creencia
en la interioridad ¡ acondicionada de un sujeto contractual. Y es esa
puerta de salida la que Lordon encuentra en la filosofía spinoziana de
los afectos según la cual el deseo es m odulado por todo tipo de afeccio­
nes, forjando hábitos y haciendo participar a los individuos de relacio­
nes sociales estructuradas. Es este desplazam iento del punto de parti­
da del individuo libre hacia el com plejo m aterial del funcionam iento
de los afectos lo que perm ite ilum inar críticam ente la capacidad del
deseo-am o (patrón) de involucrar, m ovilizar y -e v e n tu a lm e n te - entu­
siasm ar a terceros (salariado, “nuda vida”): esto es, de activar el siste­
ma de captura del deseo autónom o. El "patronazgo", dice Lordon, es
un tipo de "capturazgo” (el que se da en la em presa, distinto -a u n q u e
tal vez no tan to - del que se da por ejem plo en la universidad).
El patronazgo se rige por una represen tación del deseo en térm i­
nos de intereses: una m odificación del deseo asociado al cálculo del
o bjeto de satisfacción y al dinero com o única representación para
la generalidad de la riqueza. En efecto, lo específico del tratam iento
del deseo en la sociedad capitalista es su m ediación en la form a sa­
lario com o vía de reproducción m aterial. Esta m ediación m on etaria
constituye la clave que explica tanto el poder del proveedor de dinero
(banquero o patrón), com o la estructural dependencia del trabajo,

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fundada en su creciente falta de autonom ía m aterial por haber sido
despojada previamente.
La m oneda, en tanto que m ediación aceptada por todos, es una re­
lación social sostenida en la confianza a escala com u n itaria y expresa
de cierta m anera la potencia de una sociedad. No hay, en este aspecto,
“secreto” alguno del capital, sino técnicas de recon d ucción del deseo
hacia la m ediación m onetaria, y la dependencia dineraria se vuelve
condición de acceso al goce de la m aterialidad de las cosas.
El poder de captura que el capital despliega sobre el trabajo a través
de la m ediación dineraria predeterm ina el deseo social y condiciona su
estrategia (término que no se reduce al frío cálculo neoliberal sino que
constituye, según Laurent Bove, las posibilidades vitales del conatus
deseante) a partir de la desposesión estructural que lo heteronom iza.
Y sin em bargo, Lordon no deduce de esta polaridad un an tagon is­
m o sim ple. Al contrario, se dedica con esm ero a reco n stru ir la in trin ­
cada tram a que encadena las sucesivas dependencias, integrando las
diversas m ediaciones estratégicas que operan entre el su jeto d esean­
te y el objeto de su deseo. Este conjunto de espesas in term ed iacion es
acaba por modelar el deseo del salariado según flu ctuaciones a n ím i­
cas de esperanza y temor, volviéndolo gobernable.
Estas pasiones tristes de la dependencia resultan redobladas por la
violencia constitutiva del proceso de trabajo, que se transm ite por los
requerim ientos de la com petencia inter-em presarial. Será el desafío de
la em presa (neoliberal) convertir estas pasiones oscuras en afectos ale­
gres ampliando el abanico de m ercancías para el consum o. El conatus
del capitalismo neoliberal se juega entonces en la capacidad de las tec­
nologías del deseo de articular esta transacción de "alegrías” vía co n su ­
m o como contracara de la intensificación de los m odos de explotación.

3. Salariado más allá del salario

E n la m e d i d a e n q u e la r e l a c i ó n s a la r ia l e s to rn a d a p o r L o r d o n e n
c alid ad de fu n d .T in e n to de la s u b s u n d ó n real del d e s e o a la m o n e d a
sin reducirla a uno de sus aspectos (su dim ensión estrictam en te ju ­
rídica), nos es lícito extender su razonam iento sobre la su bsun ción
n eoliberal m ás allá de la ficción ideal del contrato capital-trabajo li­
b re m en te contraido, situación que no alcanza a explicar - n i estad ís­
ticam en te, ni en el nivel del im aginario co lectiv o - la situación del
co n ju n to de la fuerza de trabajo.
Ya en su sem in ario El n acim ien to d e la b iop olítica, M ichel Im icault
explicaba hasta qué punto el éxito del neoliberalism o se debía a su
capacidad de alinear el deseo sobre el acceso al dinero sustituyendo,
en la subjetividad del trabajador, la experiencia del salario por la del
in g reso o renta individual.
Al d escu brir los fund am entos de la su m isión en los dispositivos
de articu lació n entre estructuras y afectos, Lordon insinúa la posibi­
lidad de profundizar en la investigación sobre las form as concretas
de su je ció n que surgen al m ultiplicarse los m odos de vincular a los
su jeto s del trabajo con los proveedores de dinero.
Muy p articularm ente esto sucede en coyunturas en las que la ac­
ció n de agentes financieros juega un papel fundam ental en la pro­
m o ció n del co n su m o m ediante el m ecan ism o de la deuda. Esta in ­
d icación (que para el caso europeo ha sido trabajada por M aurizio
Lazzarato) puede resultar particularm ente productiva para explorar
los m ecan ism o s de explotación internos a los procesos de financia-
m ien to del co n su m o popular en Sudam érica.
Sea o no bajo su form a convencional-contractual, el salariado, refor­
zado por el crédito al consum o, constituye el objeto de las tecnologías
de dirección del deseo (poder de m ando y disciplinamiento) cuyo traba­
jo con siste en alinear el deseo popular sobre el m eta deseo del capital.
El capital es, en este sentido, un sistem a de enrolam iento que fija al
trabajo cada vez m ás a su condición de heteronom ía y de conversión del
deseo autónom o en deseo reconstituido por la m ediación financiera.
Al to m ar la em presa el com ando de estos m ecan ism os de d irec­
ció n , el neoliberalism o tiende a representarse el lazo social com o un
ju eg o reversible en tre finanzas y deseos, u n “delirio de lo ilim itado"
en el qu e el requisito fundam ental es una fluidez de “liquidez" casi

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perfecta. que perm ite al capí la lista salirse de los activos rápidam ente,
sin costos, realizando el ideal del m ín im o com p rom iso con el ira ba­
jo. El meta deseo del capital encuentra en la liquidez irrcstricta su
sueño de independencia intolerante y violenta ante cualquier lím i­
te o restricción externa a su estrategia. Y aunque 110 sea el tem a de
Lordon, lo cierto es que esta disim etría de las relaciones de fuerzas
exaspera, en el m u ndo del trabajo-consum o, la introducción de un
régim en de crueldad creciente.

4. Contra el d om inio ideal (inm anencia y libertad)

El neoliberalism o extrem a la capacidad de hacer-desear dentro de la


norm a del capital. Lordon busca en tender -re cu rrie n d o a la sociolo­
gía crítica europea • la especificidad del lazo afirm ativo e in trín seco
que el n eoliberalism o enlabia entre interés, deseo y afecto, a d iferen ­
cia de lo que ocurría con las form as previas del capitalism o, cuyas
m otivaciones eran en teram en te negativas (la coacción del h am bre), o
bien afirm ativas (el um num o lonhsla), pero exteriores.
El neoliberalism o en, m elerto, un esfuerzo por inm anentizar ple­
nam ente la interacción entie p inducción-consumo-alegría. El énfasis
puesto en la prndm ción »onsum o «leseo introduce porvez primera una
“alegría" libada a l.i vida, muy « liln n ilr .1 la sensación de “la vida está en
otra parte” propia de l.ei loim .ri ■:«» tale.1; capitalistas previas.
La hazarta neolibei .1! 1 umu:¡ir «m i hacer que los asalariados se co n ­
viertan en "auto móvile*;" al nnvit ío de la em presa. Se trata de un
poder de hacer lia» er, <om o alguna vv. lo propuso Pierre M acherey,
ensam blando la In u la fmn m liiana ile la j.;ubernamentalidad ju n to
a la leo ría ’.puio/iaiu di la piodiH <lóu de norm as a partir de la vía
inm anente de Ion ale» lu í I'm '¡plnn.'a tir encuentran las afecciones
que llevan poi nili iln y m i"i a la mu led id a desear la su m isión.
I '.n a | ii o l m i i l | .M t la \l * n | i i n i i / l a i i a , I < ti d n n |>1 <>< 11 t .1 p l a n t e a r e s t a

t 0 1 1 Vei ‘ I o n ji u i l u im l n lii h u d l i .ti m i t i n 1*1 I n d i v i d u o lili i e , p a i t i e n d o d e l

•i|||* 10 h(i | i i | i | ( m u l l í II1I11 J i l e l r 1 ||||||,|I I m i e r •i , u i «*h1J.iü f/,e H e l a d o r a s

I I
de afectos tristes (vfa coacción) o alegres (vía consentim iento). Es la
adhesión por la vía de las pasiones alegres la que se ubica com o origi­
nalidad m ism a de las técnicas de dirección de la em presarialidad n eo­
liberal. Este trabajo de adm inistración de los afectos alegres - a cargo
del departam ento de recursos hum anos constituye una dim ensión
central de la industria de los servicios y de la com unicación. Sin e m ­
bargo, tal y com o ha sido estudiado desde un punto de vista crítico
para el caso de la “sonrisa telefónica" de los cali cenlers (¿Quién h a b la ?
L u cha contra la esclavitud del a lm a en los cali cenlers, Tinta Lim ón, 2000),
estas tecnologías de la explotación del alma resultan inseparables de
una m inuciosa coacción molecular (pasiones tristes).
Aguda y profunda, esta preocupación por la inm anentización del
control y del comando sobre el deseo descuida, sin embargo, el carácter
productivo e insurgente del deseo colectivo en Spinoza (como, desde
ángulos muy distintos, lo m uestran filósofos com o Toni Negri y León
Rozitchner). La oscilación afectiva entre el amor y el temor, sobre la cual
ejerce su dominio soberano la institución neoliberal, queda incom pleta
si no se toma en cuenta lo que la potencia, corazón de la producción de­
seante. instituye como afectividad autónoma. Toda la preocupación por
describir la eficacia de las técnicas de control no vale si no sabe describir
en su centro mismo la experiencia de la inm anencia com o libertad. Lor-
don roza el asunto cuando se refiere al carácter ambivalente del miedo
eti Spinoza. Miedo os lo que siente la multitud, miedo es tam bién lo que
sii.Milm las élites ante la multitud (Balibar). Este com ponente dinám ico
del miedo jugándose tanto en la política com o en la micropolítica de
la lindad y de la producción ha ocupado, y sigue ocupando, un lugar
preponderante <mi la gestión del deseo, y nos da una clave para evitar las
descripciones en términos de una sum isión perfecta.

5. Spinoza para renovar una teoría de la explotación

In sistim o s: uno de los logros de este libro es la d econstru cción de


la m etafísica de la subjetividad -volun tad del individuo lib r e - tal y
com o la prom ueven las teorías de la felicidad neoliberal. Esta ope­
ración de desm onte se debe a la destreza con la que com bina una
cartografía sociológica actualizada sobre la base de la antropología
spinoziana de los afectos, dando lugar a una reflexión m aterialista
y política de la obediencia. A partir del constructivism o spinozista
del deseo, Lordon logra reunir sobre un m ism o plano la afección
individual, la inducción institucional y el hecho de que es la m ism a
autoafección. plural de lo social la que motiva de diversas m an eras a
los deseos particulares.
La em presa capitalista, que aspira y aprende a operar en este nivel
de autoafección de lo social, encuentra un lím ite en su propia co n s­
titución política restringida a una finalidad adaptativa; y lo hace en
el hecho de que su trabajo tiende a alinear el deseo sobre su propio
deseo am o (vía variadas técnicas de coaching). El con sen tim iento será
fijado a "u n dom inio restringido de disfrute” (im posibilidad de cu es­
tionar la división del trabajo), y la movilización afectiva de los conatu s
se realizará en función de objetivos muy definidos y delim itados.
Se trata, al fin y al cabo, de reconstruir una teoría crítica del va­
lor. m odificando a Marx a partir de la ontología spinoziana de la po­
tencia; de introducir en la teoría niarxiana del valor, que Lordon ve
com o "objetiva y substancial", la carga de subjetividad proveniente
drl spinozism o. La lucha de clases será entonces retomada a partir
de alii mai la lucha por la justicia monetaria.
Spiuoza le permite a lordon volver al concepto de explotación en el
plano inmediatamente político tras argumentar que en Marx este se ve
reducido a una categoría económica (la plusvalía)-, y postularlo com o
una teoría de la captura de la “potencia de actuar”. La explotación por
captura de la potencia adopta la forma de la desposesión de la autoría co­
lectiva (la cooperación social) a favor del nom bre individual (el patrón).
En su actualización spinoziana de la explotación de la potencia,
Lordon aprehende el carácter central que la em presa desem peña en
el plano de Li constitución política del presente en tanto que actor
p reem inente del agen iiam ien lo de potencias/pasiones eu vistas a un
proyecto determ inado. La em presa es la com unidad ( apilalisl.i.

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im u i i i om •u i i u n |t«-i|iuiinl<‘iilo < i »11111111 >J I . i <I«* l.i » o m mu i d , id «.1

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ilo il III» rir pu v.i i Ir |M'np«uiri m u n v o i i í i|,jiu .M ló u «Ir la <•111j >rt’Sil ril
l.i "/«•’. i urtiitiid". «pir sería c o m o u n a r a d i c a l i z a c i ó n y l o c a l i z a c i ó n d e
la ''tr.s jm b lh a " . I.o que la r e p ú b l i c a e s a la vida g e n e r a l , s e r í a la res
c o m u n a a la s o c i a l i z a c i ó n d e la f o r m a - e m p r e s a . S e tra ta d e la a p l i c a ­
ció n co n stitu cio n al de la d em ocracia radical a em p resas co n cretas.
Para darle inm anencia a este pasaje se h ace p reciso radicalizar
aún m ás la com prensión de la noción de explotación, ya 110 bajo el
m odelo de la sepa ración/reencuentro de la potencia (alienación),
sino en la forma de una explotación de las pasiones por la vía de un
en rolam ien to de las potencias: “la explotación pasional J ija en ca m ­
bio las potencias de los individuos a un nú m ero extraord inariam ente
restringido de objetos - lo s del d eseo-am o” (Pascal Sévérac).
I.a /mlagación de Lordon repone la ontología spinoziana de lo co ­
m ún com o base para la com p ren sión de la m aterialidad del d o m i­
nio neoliberal y com o base de una crítica que o rien te la cooperación
d eseante hacia un co m u n ism o político. En Spinoza el cam in o del
d escubrim iento de ese co m u n ism o se da a partir de la preservación
m aterial del deseo individual y del despliegue por la vía de la utilidad
co m ú n , de un com u n ism o de bienes y afectos. Sin em bargo, Spinoza
se ocupa de advertir que este m ovim iento com u n ista es tan difícil
com o raro, pues la dinám ica de lo político, bajo la que el co m u n ism o
se constituye, está atravesada por un m ar de pasiones que hace dis­
cordar a las personas entre sí. Para sortear esta advertencia realista,
l.ordon term ina por jugar su últim a carta: reivindica al T ratado p o l í ­
tico corno un p ensam iento de los agenciam ientos com u n istas, no en
un sentido utópico, sino en tanto se preocupa por los ag en ciam ien tos
cap aces de alojar y conectar m ás deseo-potencia.
WALLACE. No solamente, eso señor Fage, hace fa lla un sentido de
la empresa a partir del cual las ideas que uno pueda tener se orienten de
una manera específica
[...] es preciso que entre la Sociedad y el nuevo recluta haya una
especie de matrimonio por amor.
Michel Vinaver, La petición de empleo

Se nos informa que las empresas tienen un alma, lo cual es


seguramente la noticia más aterradora del mundo.
Gilíes Deleuze, Conversaciones

Si fu era tan fá cil m andar sobre las almas como sobre las lenguas,
lodo soberano reinaría en seguridad y no h abría poder violento. Pues
cada uno viviría según la complexión de los gobernantes, yju zg an a
según su solo decreto lo que es verdadero o falso, lo que está bien o
mal, lo que es justo e injusto. Pero [...¡■es imposible que el alm a de mi
hom bre dependa absolutamente del derecho de otro hombre. Nadir
puede transferir a los dem ás su derecho natural, es decir su Jai tillad
de razonar libremente y de ju zgar libremente todas las cosas; y
puede ser obligado a ello. Esa es la razón por la cual se considera (¡nr
un Estado es violento cuando se mete aw lm nhiuii
Spinojia, Tratado Iroltyiu) polilla»
Prólogo

El capitalism o no term ina de volverse discutible. Si el espectáculo


no fuera a veces tan repulsivo, uno casi contem plaría con adm ira­
ción la dem ostración de audacia que co n siste en pisotear hasta este
punto la m áxim a central del cuerpo de pensam iento que le sirve,
sin em bargo, de referencia ideológica ostentosa; pues es de hecho
el liberalism o, en su especie kantiana, el que ordena actuar “de tal
suerte qu e trates a la hum anidad, tanto en lu persona com o en la
de cualquier otra, siem pre y al m ism o tiem po com o un fin, y nunca
sim p lem en te com o un m e d io ".1 Por uno de esos giros dialécticos
cuyo secreto tienen solam ente los grandes proyectos de in stru m en ­
tación, ha sido declarado co n fo rm e a la esencia m ism a de la libertad
que unos fueran libres de utilizar a los otros, y los otros libres de
dejarse utilizar por los prim eros com o m edios. Ese m agnífico e n ­
cu entro de dos libertades lleva el n om bre de salariado.
La B oélie recuerda hasta qué punto el hábito de la servidum bre
hace perder de vista la condición m ism a de la servidum bre. No por­
que los h om bres "olviden’' que son desdichados, sino porque sopor­
tan esa desdicha corno un fa tu m que no tendrían m ás opción que
padecer, es decir, corno una sim ple m anera de vivir a la cual uno
acaba siem p re por acostum brarse. Los som etim ien tos exitosos son
aquellos que consigu en separar, en la im aginación de los som etidos,
los afectos tristes del som etim iento de la idea m ism a del so m eti­
m ien to -s ie m p r e susceptible, cuando se presenta d a n m f n t r .1 la

1. K u n t, F o n d e m c n l s de lu iiic t a p h y x iq iif lir i »mu i»/*, • ttll ’| ll| illn ilií,i|i»,,|> 1« pi n

lo s o p l i iq u o n " , V r i n , l *)«)/, p. lo*»

\?
co n cie n cia , de hacer ren acer proyectos de rev u elta -. Hay que tener
en m e n te este so m etim ien to laboctia.no para disponerse a volver
so b re el "n ú cleo duro" de la servidu m bre capitalista, y para m edir
su profundidad de in cru stación en a que l l o (pie, aunque muy sor­
p ren d ente, ya no sorprende a nadie: algu nos hom bres, se les llama
pal roñe», “pu eden” llevar a m u ch os otros a entrar en su deseo y a
at livarse paia el Ins.
Este "p o d er”, muy extraño si uno lo piensa, ¿les pertenece ver-
dad eram ente? Desde Marx se sabe que no: es el efecto de una cierta
co n fig u ració n de estru cturas sociales - l a de la relación salarial com o
doble separación de los trabajadores respeto de los m edios y los pro­
ductos de la p ro d u cció n -. Pero estas estru cturas no dan la clave de
todo lo qu e pasa en las organizaciones capitalistas. Se dirá que allí
está el trabajo esp ecífico de la psicología o de la sociología del trabajo,
y es verdad. Lo que sigue no tiene vocación de agregarles nada en su
propio registro, sino de hacerles u na proposición m ás abstracta de la
cual, llegado el caso, podrían extraer algunos elem entos: la proposi­
ció n de co m b in ar un estru ctu ralism o de las relaciones y una antro­
pología de las pasiones. M arx y Spinoza.
Segu ram en te estos dos ya se con o cen - p o r interpuestos co m en ­
ta d o re s-. Sus afinidades son m u ch as, lo cual no quiere decir que
estén de acuerdo en todo. Pero en cu alquier caso, ellas son su ficien ­
tem en te fuertes com o para que el ju n tarlas no nos haga correr el
riesgo del borborigm o intelectual. La paradoja tem poral con siste en
qu e si Marx es posterior a Spinoza, esto no im pide que Spinoza pue­
da ayudarnos ahora a co m p letar a Marx. Pues deducir las estructuras
(«le la m ovilización capitalista de los asalariados) todavía no nos dice
so b re (pié ‘'fu n cio n an ” las estru ctu ras. Es decir, lo que constituye m
ron m U o su eficacia - n o el fantasm a, sino el m otor en la m á q u in a -.
La respuesta spinozista es: los afectos.
La vida social no es m ás que otro n o m b re para la vida pasional
colectiva. Evidentem ente bajo form acion es in stitu cion ales que co n s­
tituyen co n sid erables d iferen cias, pero en cuyo seno afectos y fu er­
zas de deseo sigu en siend o el p rim u m m obile. R econocer su carácter

18
p rofundam ente estru ctu rad o no im pide en to n ces (lodo lo contrario)
retom ar el problem a salarial "desde las p asio n es”, para preguntar de
nuevo cóm o el pequeño n ú m ero de los individuos del capital con si­
gue poner a fu n cio n ar para sí m ism o s al gran nú m ero de individuos
del trabajo, bajo qu é reg ím en es diversos de m ovilización, y con la
posibilidad, quizás, de co n ciliar h ech os tan dispares com o: los asala­
riados van al trabajo para no d eteriorarse (=com er); sus placeres de
con su m id o res co m p en san un poco (o m ucho) sus esfu erzo s labora­
les; algunos dilapidan su vida en el trabajo y parecen sacarle prove­
cho; otros ad hieren resu eltam en te al fu n cio n am ien to de su em presa
y m an ifiestan su en tu siasm o ; un día los m ism os se vuelcan a la
revuelta (o se arro jan por la ventana).
Y es verdad: el cap italism o contem poráneo nos m u estra un pai­
saje pasional m uy enriqu ecid o y m u ch o m ás diferenciado que el de
los tiem p os de M arx. Para plantarse m ejo r en el choque frontal de
los m onolitos “cap ital’' y "trabajo ", el m arxism o h a tardado m ucho
tiem po en tom ar nota de ello - y ha salido d esp lu m ad o -. El esquem a
binario de las clases, ¿no ha sufrido consid erablem en te por em er­
gencia h istórica de los ejecutivos, esos extraños asalariados que están
m aterialm ente del lado del trabajo y al m ism o tiem po sim b ólicam en ­
te del lado del cap ital?2 A hora bien, los ejecutivos son el prototipo
m ism o del asalariado co n ten to que el capitalism o quisiera hacer
su rgir - s in tom ar en consid eración la contradicción m anifiesta que
en su con fig u ración neoliberal lo cond u ce tam b ién , por otra parte,
a experim entar u na regresió n hacia las form as m ás brutales de la
c o e rc ió n -. La idea de d om in ación no puede d ejar de ser afectada, y si
se la m an tien e bajo form as dem asiado sim p les queda desconcertada
an te el espectáculo de los dom inados felices.

2 . Ln le o ría m a r x is ta h a c o n t r a r r e s t a d o c o n s i d é r a b l e m e n t '1 an u-traa«' t ont.i m a ­


te r ia , e n p a r tic u la r p o r la in ic ia tiv a d e G é r a rd D u m é n il y D o m in u p i*- i.évy, <|iir
f o r m u la n e x p l íc it a m e n te la " h ip ó te s i s del e jc c u t i v i s m o " . V é a s e Ixiiito m ir m u rv isir
liu ca p ita lism e, co ll. " R e p è r e s ”, La D é c o u v e r te , 2 0 0 3 . V é a s e ta m b ié n | m i n e s N idrt
e t G é r a r d D u m é n il. A lt c r m a r x is m e . U n a u tre m a rx is /n r. p o u r m i n n t/r itiim Jr, m il.
" Q u a d r ig e ”, P U F , 2 0 0 7 .

10
No o b stan te, son in co n tab les los trabajo s que se han apropiado
de esta paradoja, p rin cip alm en te los de una so cio lo gía hered era
de [’ierre B ou rd ieu , cuyo co n cep to de violencia sim b ó lica ha te n i­
do p re cisa m en te la vocación de p en sar esto s cru ces de la d o m in a ­
ció n y el co n se n tim ie n to . Pero no por ello está cerrad o el obrador
(conceptu al) de la d o m in ació n cap italista. ¿Q u é sen tid o e n c o n ­
trarle, dejand o de lado los lu g ares donde alg u n o s asalariad os son
fra n ca m e n te (y activam en te) aterro rizad o s, cuando a otros parece
co n v e n irles aco m o d arse a su situ ació n , por sí m ism o s tien e n poco
que decir, p arecen a veces o b te n er au tén ticas sa tisfa ccio n es? C on ­
ten tar a los d om in ad o s com o un m edio m uy seg u ro de h acerles
olvidar la d o m in ació n es sin em b arg o uno de los tru co s m ás viejos
del arte de reinar. B ajo el efecto de las n ecesid ad es de sus nuevas
fo rm as p rod uctivas, al m ism o tiem p o que por un m ov im ien to de
so fistica c ió n de su gu bern am en talid ad , el cap ita lism o está avi­
n ié n d o se a él - y el d om in ad or ya no o frece el ro stro fam iliar del
sim p le d e s p o tis m o -.
Por supuesto que la sociología del trabajo se ha propuesto ras-
Irear los vicios y los segundos planos m enos relucientes del consen-
imiHMilo, pero no siem pre planteando la cuestión previa de saber
<*x;u lam enlo lo que quiere decir consentir. Sin em bargo, vale la pena
pl.im earla, pues de dejarla mal resuelta se corre un gran riesgo de
ver a los hechos de "con sen tim ien to " (allí donde existen) desesta­
bilizar los conceptos de explotación, de alienación y de dom inación
que la crítica, principalm ente m arxista, creía poder tener com o ele­
m entos seguros de su viático intelectual. Todos estos térm inos son
perturbados por las nuevas tendencias gerenciales que “m otivan",
prom eten "crecim ien to en el trabajo” y “realización personal”... y a
las cuales parecen a veces dar razón los asalariados. Testim onio de
ello es la relativa indigencia conceptual que conduce, a falta de otra
cosa, a repetir la fórm ula de la "servidum bre voluntaria", oxím oron
sin duda sugestivo pero que, en sí (e independientem ente de la obra
epónim a), apenas oculta sus defectos - lo s propios de un oxím oron,
cuando se trata de pasar de lo poético a lo te ó rico -.

20
Sen tirse m ovilizado o vagam ente reticente, o incluso rebelde,
co m p rom eter la fuerza de trabajo propia con en tu siasm o o a rega­
ñad ien tes, son otras tantas m aneras de ser afectado com o asalaria­
do, es decir, de estar determ inado a entrar en la realización de un
proyecto {de un deseo) que no es en principio el propio. Y h e aquí
qu izás el triángulo elem ental en el que habría que resituar el m iste ­
rio del com p rom iso para los otros (en su form a capitalista): el deseo
de uno, la potencia de actuar de los otros, los afectos, producidos
por las estru ctu ras de la relación salarial, que d eterm inan su e n ­
cu en tro . En ese lugar en que la antropología spinozista de las pasio­
n es cruza la teoría m arxista del salariado se ofrece la oportunidad
de p en sar otra vez desde el principio la explotación y la alien ación ;
es decir, fin alm en te, de “d iscu tir” el capitalism o, aunque siem p re
en el doble sentido de la critica y el análisis. Con la esperanza, ade­
m ás, de que con el tiem po, de discutible, el capitalism o acabe por
en trar en la región de lo superable.
I. Hacer hacer

El deseo de hacer algo

Spinoza llam a con atu s al esfu erzo por el cual “cada cosa se esfuerza,
tanto com o esté a su alcance, por perseverar e n su s e r " .1 La fórm ula
no entrega fácilm ente la clave de su m isterio, y aquel que la descu­
bre por prim era vez pugna en principio por figurarse en qué puede
con sistir efectivam ente la perseverancia en el ser, el tipo de acción
concreta que ella invoca o que hace hacer, las m an ifestacio n es obser­
vables a las que puede dar lugar. Sin em bargo, se darán todos los ele­
m entos para figurársela de la m anera m ás sim ple, desarrollar su al­
cance y, en efecto, verla obrando e n el m undo por todas partes - “cada
co sa ..." -. Pues el conatus es la fuerza de existir. Es, por así decirlo, la
energía fundam ental que habita los cuerpos y los pone en m ovim ien ­
to. El conatus es el principio de la m ovilización de los cuerpos. Existir
es actuar, es decir desplegar esa energía. ¿D e dónde proviene esa
energía? I Iay que dejar la pregunta al com entario ontològico. Para
saldarla decorosam ente, a m edias en la verdad y a m edias en lo dis­
cutible, y puesto que va a tratarse de cosas h u m a n a s, podría decirse:
la energía del conatus es la vida. Y esta vez lo m ás cerca posible de
Spinoza: es la energía del deseo. Ser es ser un ser de deseo. Existir es
desear, y por consecu encia activarse -a ctiv a rse en busca de sus o b je­
tos de deseo. Ahora bien, la conexión del deseo com o efectu ación del
esfuerzo en vistas de la perseverancia, y de la puesta en m ovim iento

t. Ética, III, <>, o se a É lia i. p a rte 111. p r o p o s ic ió n (>, aq u í c u la tr a d u c c ió n ele K o b e rt


M isra h i.

23
del cuerpo, es sintéticam ente expresada por el m ism o térm in o, co-
natus. Pues el verbo conor, que le da su origen, significa “em prend er"
en el sentido m ás general de "com en zar”. Como el ím petus, tom ado
tam bién de la física del R enacim iento, el conatus designa el im pulso
que hace pasar del reposo al m ovim iento, esa energía fundam ental
que produce la sacudida del cuerpo e inicia su puesta en m archa en
busca de un cierto objeto. Lo que a la vez inventa y delim ita la varie­
dad de em presas posibles, es decir de objetos de deseo lícitos, es la
historia de las sociedades. Esto no quita que, en térm in os generales,
la libertad de em prender, en el sentido del conatus, no es otra cosa
que la libertad de desear y de lanzarse en busca de su deseo. Esta
es la razón por la cual, excepto por las restricciones que un cuerpo
social juzga bueno señalar, ella goza de una su erte de evidencia a
priori. Constatando el carácter lícito de la producción de los bien es
m ateriales, la queja em presarial, esta vez en el sentido esp ecífica­
m ente capitalista del térm ino, no cesa de echar m ano a ese fondo
para rechazar que se sujete “la libertad de em p ren d er". “Tengo un
deseo conform e a la división del trabajo y se m e im pide perseguirlo",
protesta el em presario que, invocando la libertad de em prender, no
habla m ás que de los im pulsos de su conatus. Y es verdad que, refe­
rida a la constitución ontológicam ente deseante y activa de cada ser,
y bajo las reservas hechas anteriorm ente, esa libertad es irrecusable.

El deseo de hacer hacer: patronazgo y enrolam iento

I.o qu e no es a priori es la libertad de em barcar a otras potencias en


la persecución del deseo propio. Ahora bien, la profundidad de la
división del trabajo se com bina con la am bición de los h o m b res, para
llevar generalm ente a tener que perseguir los deseos de producción
m aterial sobre una base colectiva, por tanto colab orativ a en un sen ­
tido estrictam ente etim ológico. Aquí es que nace la relación salarial.
La relación salarial es el conjunto de los datos estru cturales (los de la
doble separación) y de las codificaciones jurídicas que hacen posible
que ciertos individuos im pliquen a otros en la realización de su pro­
pia em presa. Es una relación de en rolam iento. H acer entrar potencias
de actuar terceras en la persecución del propio deseo industrial, he
allí la esencia de la relación salarial. Ahora bien, en tanto que es un
deseo, la em presa en general, y la em presa productiva-capitalista en
particular, solo se conciben legítim am ente en prim era persona y de­
ben asu m irse en prim era persona. En el fondo, la exclam ación del
em presario se reduce a un “tengo ganas de hacer algo". Muy bien,
que lo haga. Pero que lo haga él m ism o - s i p u ed e-. Si no puede, el
problem a cam bia com pletam ente, y la legitim idad de sus "ganas de
h acer” no se extiende a unas ganas de h acer hacer. Por eso un desa­
rrollo am bicioso de la em presa tal que apela a colaboracion es vuelve a
plantear de m anera absolutam ente nueva la cuestión de sus form as.
Lo que se plantea aquí es el problem a de la participación política en
la organización de los procesos productivos colectivos y de la apropia­
ción de los productos de la actividad com ú n, en otros térm inos, el de
la captu ra hecha por el sujeto del deseo-am o.
D esde la perspectiva de la captura, parece entonces que el en ro­
lam ien to es la categoría m ás general, de la cual el salariado es solo
un caso. Uno puede, sin em bargo, tener ganas de nom brar lo que
subsum e a partir de uno de sus subsum idos y llam ar patron azg o en
general a la relación bajo la cual un deseo-am o moviliza al servicio
de su em presa las potencias de actuar de los enrolados - e l jefe gue­
rrero para su conquista, el cruzado para su cruzada, el soberano para
su potencia soberana (que no es la suya, sino la de la m ultitud), el
patrón capitalista para su ganancia y sus sueños de realización indus­
trial. En un sentido absolutam ente general, entonces, el p atron azg o
es un captu razgo, cuyas m anifestaciones se pueden ver en dom inios
muy distintos al de la explotación capitalista que constituye su sign i­
ficación actual: el dirigente de ONG se apropia a título principal el
producto de la actividad de sus activistas, el m andarín universitario el
de sus asistentes, el artista el de sus asistentes, y esto por fuera de la
em presa capitalista, en busca de objetos que no tienen nada que ver
con el beneficio m onetario. No dejan de ser patrones, declinaciones
esp ecíficas clcl pailón general, captores del esfu erzo (conatus) de sus
su bord in ad os enrolados en el servicio de un deseo-am o.

In terés, deseo, puesta en m ovim iento

La captura su pone hacer que el cuerpo se m ueva al servicio de. La m o ­


v iliza ció n es entonces su preocupación constitutiva. Pues fin a lm en ­
te es algo m uy extraño que haya personas que “acep ten ” activarse
en la realización de un deseo que no es p rim itivam ente el suyo. Y
solo la fuerza del hábito - l a de la om n ip resen cia de las relaciones
patronales bajo las cuales v iv im o s- puede hacer perder de vista la
in m en sid ad del trabajo social requerido para producir el "m overse
para el otro" a tan gran escala. La identidad form al de la relación de
en rolam ien to , considerada a un cierto nivel de abstracción, no quita
en nada la especificidad de contenidos y estru cturas de sus diversas
d eclin aciones: el patronazgo capitalista tiene sus “m étod os” propios,
que no son los m ism os que los del patronazgo cruzado o del patro­
nazgo universitario. Y su m étodo propio es prin cip alm en te el dinero.
¿Pero no es esto sabido por todos?
Sin duda lo es, pero la banalidad de la experiencia a la cual rem ite
no le quita por eso ni una pizca de su profundidad. Y quizás el patro­
nazgo capitalista, a pesar de sus particularidades, tenga la propiedad
de m o strar m e jo r que n in g ú n otro con qué funciona el patronazgo
a secas. Funciona con el interés, es decir con el deseo - p u e s se po­
dría aquí parafrasear a Spinoza: interesse sive appetitus. Es el tipo de
identidad qu e a nadie le gusta.2 O m ás bien, cuyas con secu en cias
a nadie le gustan. Pues planteada la esencia d eseante del h om b re,

2 . E n p a r tic u la r a los te ó ric o s del M A U S S , el M o v im ie n to A n ti-u tilita ris ta e n C ie n c ia s


S o c ia le s , q u e s e e s f u e r z a n p o r d e m o s tr a r q u e el h o m b r e n o e s so lo s e r d e in te r é s , s in o
q u e p u e d e ta m b ié n to m a r la fig u ra del h o m o don a tor, a ltr u is ta y d e s in te re s a d o . P ara
u n a c o n tr o v e r s ia s o b re e s te te m a , v e r F r é d é r i c L o r d o n , " L e d o n tel q u 'il e s t e t n o n
q u 'o n v o u d ra it q u ’il fû t”, et F alafil, " Q u e l p a r a d ig m e d u d o n ? E n c lé d 'in té rê t o u en
c lé d e d o n ? R é p o n s e à F ré d é ric L o r d o n ”, e n D e l'a nti-u tilita risn ie. A n n iv ersa ire, bila n t;l
co n tro v erses, R evue d u M A U S S sem estrielle, n ° 2 7 , 2 0 0 6 .

26
se sigue bajo esta identidad que todos su s com p ortam ien tos deben
llam arse interesados; “¿pero qué queda del calor de las relaciones
verdaderas y de la nobleza de sen tim ien to s?”, preguntan los am igos
del don desinteresado. Nada y todo. Nada, si in sistim o s en m a n ten er
tercam ente la idea de un altruism o puro, m ovim iento fuera de sí
en el cual el sí m ism o renunciaría a todo cálculo. Todo, con tal de
que se pueda resistir un poco a la red u cción qu e com p rend e “inte­
rés" solo bajo el modo del cálculo utilitarista. El interés es la tom a
de satisfacción, es decir el otro no m bre del objeto del deseo, a cuya
infinita variedad se adapta. ¿Es posible negar que uno esté in teresado
en su deseo? Y si es im posible, ¿cóm o rechazar en ton ces el estatuto
de interés en todos los objeto s del deseo que escapan al ord en del
deseo económ ico, cóm o negar que haya in terés en el re co n o cim ien ­
to previsto de un don, en la expectativa de la reciprocidad am orosa,
en las dem ostraciones de m u n ificen cia, en el cobro de los b en e fi­
cios sim bólicos de grandeza o de la im agen caritativa de uno m ism o,
tanto com o en la contabilidad de pérdidas y b en eficios, pero “sim ­
plem ente" bajo otros m odos que los del cálculo explícito? Es cierto
que tam bién es un deseo, y p articularm ente potente, el deseo del
encantam iento, que no cesa de em p u jar el interés hacia la negación,
como si los am igos del desinterés acabaran por ser víctim as de la
reducción utilitarista que no obstante habían proyectado com batir.
Embargados por la excitante tarea de p oner un dique a la subida de
las aguas heladas del cálculo, han querido dejarles a sus en em ig o s
el nom bre de interés para el único m otivo que la teoría económ ica
y la filosofía utilitarista le habían asignado, y esto al doble costo de
validar esa designación, y por tanto de ratificar la reducción, y de re ­
nunciar por eso m ism o a la extensión de un concepto cuyas p o ten cia­
lidades m ucho m ás vastas nada justificaba abandonar.3 C ualesquiera
sean los cam inos que tom e, pasarán por todos los pró jim o s posibles
e im aginables; el esfu erzo de perseverancia en el ser co m o deseo
siem pre se persigue en prim era persona, por eso el perseguid or debe

3. V o ir F ré d é ric L o rd o n , L ’intérêt- so u v era in . Essai d 'a n th ro p o lo g ie é c o n o m iq u e sp in azistc,


co ll. "A rm illa ir e ” La D é c o u v e rte , 2 0 0 6 .
necesariam ente llam arse interesado, y esto aunque su deseo fuera
donar, socorrer, prestar atención u ofrecer su diligencia. La generali­
dad del deseo alberga entonces toda la variedad de los intereses, des­
de el in terés m ás abiertam ente económ ico, expresión históricam ente
construid a del interés tal que se refleja bajo la especie del cálculo en
unidades m onetarias, pasando por todas las form as estrategizadas y
m ás o m enos confesas del interés, hasta las form as m eno s econ óm i­
cas, e incluso las m ás anti-económ icas del in terés m oral, sim bólico o
psíquico. Ahora bien, las relaciones sociales del capitalism o extraen
de esta gam a m ucho m ás de lo que im agina la lectura sim plem ente
econ om icista, sin por ello hacer im posible ofrecer una visión concep­
tu alm ente unificada... pero con la condición, por supuesto, de dispo­
n er de un concepto unificador, por ejem plo el del conatus, esa fuerza
d eseante en el principio de todos los intereses, ese deseo-interés en
el principio de todas las servidum bres.

La nuda vida y el dinero

Es cierto, sin em bargo, que de todos los deseos con los que constituye
su gama, el capitalism o com ienza por el dinero. O m ejor dicho, la
nuda vida. La vida a reproducir. Ahora bien, en una econom ía descen­
tralizada con división del trabajo, la reproducción m aterial pasa por el
dinero. El capitalismo no inventa esta m ediación de la nada: la división
del trabajo, y el intercam bio m onetario m ercantil, que es su correlato
a partir de un cierto um bral de profundización, tienen ya siglos de
lenta progresión. El capitalism o hereda este escalonam iento de m erca­
dos form ado en el largo plazo, pero solo puede nacer verdaderamente
cerrando radicalmente las últimas posibilidades de autoproducción
individual o colectiva (a pequeña escala) y llevando a un grado inau­
dito la heteronom ía m aterial. La dependencia integral de la división
del trabajo m ercantil es su condición de posibilidad. Marx y Polanyi,
entre otros, han mostrado abundantem ente cóm o se constituyeron las
condiciones de la proletarización, particularm ente por medio del cer-

28
cam iento de Jas tierras com unales (endosares), no dejando m ás posibi­
lidades, después de haber organizado el despojo m ás com pleto de los
hom bres, que la venta de la fuerza de trabajo sin cualidad.
Uno se avergüenza un poco de tener que recordar evidencia tan
trivial, y sin em bargo es necesario, en tanto que las fabricaciones con­
tem poráneas a base de "enriquecim iento del trabajo”, de “gerencia-
m iento partidpativo”, de “autonom ización de las tareas” y otros pro­
gram as de “realización personal”, acaban por hacer olvidar esta verdad
primera de la relación salarial, que es en prim er lugar una relación de
dependencia, una relación entre agentes en la cual uno de ellos posee
las condiciones de la reproducción material del otro, y que ese es el
fondo inamovible, el segundo plano perm anente de todo lo que podrá
elaborarse por encim a. Sin reducirla a ello, la relación salarial no es
posible m ás que haciendo de la m ediación del dinero el pasaje obli­
gado, el punto de pasaje exclusivo del deseo basal de la reproducción
material. Como no cesan de experim entarlo un gran núm ero de asala­
riados, todos los "p lanos" sucesivos que la relación salarial capitalista
ha sabido m ontar para enriquecer su decorado, planos de los intereses
m ás refinados en el trabajo -p ro greso , socialización, “realización", et­
c é te ra -, pueden desm oronarse a cada instante dejando únicam ente de
pie el trasfondo indestructible de la dependencia material, fondo bruto
de am enaza lanzada sobre la vida nuevam ente desnuda.
Si la m ediación del dinero es el punto de pasaje obligado, la de­
pendencia del proveedor de dinero está in scrita desde el principio en
las estrategias de la reproducción m aterial, y com o su dato m ás fun­
dam ental. Ahora bien , en una econ om ía capitalista, hay solo dos pro­
veedores de dinero: el em pleador y el financista. Para el asalariado
será el em pleador - m á s tarde eventualm ente el banquero, pero m ar­
ginalm ente y sobre la base de la fe en u na capacidad de reem bolso
adosada a una rem u n eración preexistente. Llevada a su grado último,
la heteronom ía m aterial, es decir la incapacidad de asegurarse por sí
m ism o los requisitos de su reproducción com o fuerza de trabajo (y
sim plem ente com o vida), y la necesidad de pasar por la división del
trabajo m ercantil, vuelven imperativo el acceso al dinero, y hacen del

29
d inero el objeto de deseo cardinal, aquel que condiciona a todos, o
a casi todos los dem ás. "El dinero se ha vuelto el resu m en de todos
los b ien es", escribe Spinoza en uno de los raros pasajes en los que
evoca la cu estió n económ ica, “porque habitu alm en te su im agen ocu ­
pa por entero el espíritu del vulgo, puesto que ya no se im agina casi
n in g u n a esp ecie de alegría que no esté acom pañada por la idea del
d inero com o cau sa”.'4 No se vaya a creer, por lo tajante de su fórm ula,
que Spinoza se excluye del destino co m ú n :5 an tes de dedicarse a su
filosofía, ten ía que pulir lentes. Ciudadano de las Provincias Unidas
en la cúspide de su potencia económ ica, está b ien ubicado para saber
qu é m u tacio n es inducen, en el régim en de los deseos y de los afectos
colectivos, la profundización de la división del trabajo y la organiza­
ció n de la reproducción m aterial sobre una base m ercantil: el dinero,
en tanto que m ediación cuasi exclusiva de las estrategias m ateriales,
“resu m en de todos los b ie n e s”, se ha convertido en el objeto de m e-
tadeseo, es decir en el punto de pasaje obligado de todos los dem ás
d eseos (m ercantiles).

La m oneda relación, el dinero deseo

Se n o s presenta incid en talm ente la oportunidad de hacer una dife­


ren cia conceptual entre dos térm inos, la m o n ed a y el din ero, espon­
tán eam en te captados com o equivalentes y sin que nadie vea qué
utilidad tendría desdoblarlos -¿ p o r qué dos palabras para una cosa?
Pepita O uld-Ahm ed, una de las prim eras en cu estion ar verdadera­
m e n te esa diferencia léxica, ve en ella solam en te el efecto de apro­
p iaciones d isciplinarias distintivas: el dinero para los antropólogos
(y los sociólogos), la m oneda para los econ om istas, y fin alm en te una
sim p le variación de perspectiva sobre lo qu e sigue siendo en lo fu n ­

4 . lütica, IV, a p é n d ic e , c a p itu lo X X V I I I .


5 . Y s e liar.'i u n a d ife re n c ia e n tr e la " g e n te c o m ú n ”, q u e n o e s c a p a a las n e c e s id a d e s
d e la r e p r o d u c c ió n m a te ria l a tra v é s d el in te r c a m b io m o n e ta r io , y el "v u lg o ", d e fin id o
p o r 4*1 h e d i ó d e q u e 311 e sp íritu est/i "í/M /m im n ifr"o c u p a d o p o r la im a g e n del d in e ro .

30
dam ental un solo y m ism o o b jeto .6 Se puede no obstan te con tin u ar
el análisis y cualificar conceptualm ente esa “variación de perspccl iva"
haciendo de la m oneda el n om bre de u na cierta relación social y del
dinero el n om bre del deseo qu e nace b ajo esa relación.
El aporte decisivo de los trabajos de Michel Agüeita y Andró
O rléan7 ha consistido en deshacer las ap rehen sion es su stan ciales
(un valor intrínseco) o funcionales (el m edio cóm odo de los in ter­
cam bios) de la m oneda, para ver en ella tma rdcu ión social, in stitu ­
cionalm ente equipada, y de una com plejidad sem eja n te a la qu e tie­
ne la relación social “capital''. La moneda 110 es valor en sí, sino el
operador del valor. Es sobretodo li inda m entalm en te el efecto de una
creencia colectiva en la eficacia de su poder liberatorio, puesto que
para aceptar el signo m onetario, cada uno encuentra su argum ento
en el hecho de que los otros lo acepten igu alm ente y recíprocam en te.
La producción de esta aceptación com ú n de un signo, en definitiva
perfectam ente arbitrario, puesto que está desprovisto en el fondo de
todo valor intrínseco, constituye la cu estión m onetaria por excelencia.
Así pues, hay que sacar a la luz la naturaleza esen cialm en te fid u c ia r ia
ile la m oneda, tal que ha perm anecido durante un largo tiem po en ­
mascarada por las ilusiones del fetich ism o m etálico, para darse cu en ­
ta de que, fuera de todo carácter sustancial, es fu n d am en talm en te
de orden relacional, es decir, a la escala de la sociedad en tera, una
relación social. L is in stituciones m o n etarias no tienen otra fun ción
m ás que producir y reproducir la relación social de recon ocim ien to
y de confianza com partidas8 que, cerrada sobre un sign o cualquiera,
lo establece com o m edio de pago universal aceptado. La m oneda solo
es (re)producida o destruida con dicha relación. Es por eso que, lejos

6 . P c p ila O u ld -A lim e d , "M o n n a ie d e s a n th r o p o lo g u c s , a r g e n t d e s ¿» co n clu iste » : .1 < lia


c u n le s ie n e n B a u m a n n E ., B a z in I... O u ld -A h in e d P ., I’ lié lin a s 1\, S e lin i M „ S o Ik ‘1
R ., (d ir.), L 'a rgcn t des a nth ro p o lo gu cs, la n w n n a ic des ccon o m istcs, l.'l l.trm.iM m 1, /OOH
7. M ich el A g lietta e t A n d ré O rlé a n . La wiulancir de la m o n n a ir, P U I : . 1 11 m i »/mui» n i
tre v io lm ccet conjiancc, O d ile Jaco b , 2 0 0 ? ; ( d i r ) l u in oiin n ir siMtvi'roim 1 >*lilr I n ••!>,
8 . S o b re las f o r m a s d e co n fian '/.a ii»i>n<’ia ila y » 11« .11 n i .1 •mi«!. u iu iltn im i.ilei., ven
B ru n o T h é r e t, “La m o r m a ie a ti p r is iu e «le ¡u«n « iltie;; *l*lu*i <1 «I* m i |o u i il'li mí m i I lu 'i r i
B. (d ir.), Im m o n n a ic d cv u ilée p a r ws 1 iivm, ÍM lllonu <!•• I'l I I I 1’Sí», .'<>»1 ,'

<I
de ser reducible solam ente a las interacciones bilaterales, se im pone
(cuando se im pone) con la fuerza de una soberanía, a la escala de la
com unidad entera cuya potencia colectiva expresa de cierta m an era.9
El dinero es la moneda captada desde el lado de los sujetos. Si
la m oneda es el medio de pago com o relación social, el dinero es la
m oneda com o objeto de deseo - e s e “resum en de todos los bienes
cuya idea acom paña com o causa casi todas las alegrías”. El dinero es
la expresión subjetiva, bajo la especie del deseo, de la relación social
m onetaria. La relación social produce la aceptación com ú n del signo
m onetario y constituye por ello, desde el punto de vista de los indivi­
duos, un objeto de deseo - o de m etadeseo, puesto que el equivalente
general es ese objeto particular que da acceso a todos los objetos de
deseo (m ateriales). H ace falta entonces el trabajo de la relación y de
todo su arm azón institucional para proveer a la econom ía del deseo
estructurado por la m ercancía de uno de sus atractores m ás potentes.
Se ve bien tanto la diferencia com o la com plem entariedad de los re­
gistros analíticos respectivos de la m oneda y del dinero, m ecan ism os
sociales e institucionales de producción de una creencia-confianza
colectiva por un lado, sideración del deseo individual por el otro. Y
sin duda 110 hay que descalificar uno de los puntos de vista en base
al otro, sino m antenerlos a am bos para abarcar por com pleto el o b ­
jeto m onetario, exactam ente de la m ism a m anera en que Bourdieu
rechazaba la falsa antinom ia del objetivism o y del su b jetiv ism o ,10 el
prim ero que no quiere con ocer más que las estructuras co n sid eran ­
do despreciables a los agentes, que se suponen m eros soportes pasi­
vos, el segundo que ignora las estructuras con el argum ento de que
no habría nada m ás aparte del sentido vivido de los individuos, y a m ­
bos igualm ente incapaces de pensar la expresión de las estructuras en

9. S o b re la id ea d e la so b e ra n ía d e la m o n e d a co rn o m a n if e s ta c ió n d e la p o te n c ia de
la c o m u n id a d : F ré d é ric L o rd o n e t A n d ré O rlé a n , “G e n è s e d e l'fitat el g e n è s e d e la
m o n n a ie : le m o d è le d e la potentiel m u ltitu d in is" , en C itto n Y . et L o rd o n F ., S p in o z a
et les sciences sociales. De la p u issa n ce de la m u ltitu d e à l ’éc o n o m ie des ajfecls. E d itio n s
A m ste rd a m , 2 0 0 8 .
10 . P ie r r e B o u rd ie u , Choses dites, É d itio n s d e M in u it, 1 9 8 7 .

32
una vía lo que solo se puede tener por otra’"11 - “Soy bello, por tan ­
to deben tem erm e, soy fuerte, por tanto deben am arm e”42- y que,
por ser despótico, el deseo-am o capitalista no sale de su orden? Esto
significaría olvidar que “la unidad que no depende de la m ultitud es
tiranía”43 de igual modo. Esta "no dependencia”, que no es eviden­
tem ente una "no-relación", puesto que el soberano-tirano - e l uno
de “la unidad”- es siem pre el patrón de la m ultitud y el captador de
su potencia, esta "no dependencia”, entonces, tiene el sentido de la
im posición unilateral del deseo del uno sobre la m ultitud, el en rola­
m iento ya sin ningún m iram iento, la su m isión a una buena voluntad
dom inante “independiente”, que se pone en m archa sin lím ite ni
idea alguna de com prom iso -C alíg u la llam a a los patricios "querida"
y los hace correr alrededor de su lech o.44 Las ganas de ridiculizar no
entran en el deseo patronal capitalista que, desde este punto de vista,
efectivam ente no sale de su orden, puesto que sus instrum entaliza-
ciones de los enrolados responden siem pre al m ism o y único fin de
la acum ulación; pero el grado inédito al cual lleva la ignorancia de la
m áxim a kantiana de no utilizar al prójim o com o m edio, y el proyecto
de la subordinación sin lím ite de los prójim os a los requisitos de su
em presa, son claram ente, bajo esta definición de “la unidad in d ep en ­
diente", los ín d ices de un devenir tiránico.
La adopción patronal de la fantasía de la liquidez, la búsqueda del
perfecto aju ste instantáneo a sus requisitos de deseo-am o, se co m ­
binan con el alza indefinida de los objetivos de productividad para
poner a los enrolados bajo tensiones inauditas, en un contexto en el
cual el trasfondo de un desem pleo de m asas y el debilitam iento de
las reglas del licénciam iento vuelven perm anente la am enaza a la
reproducción m aterial. La licuefacción de la fuerza es efectivam en­
te el proyecto del deseo-am o capitalista en la época neoliberal, pro­
yecto de volver al volum en del em pleo global tan fluido, reversible y

4 1 . Jbid.
4 2 . Ibui. .
4 3 . P a s ca l. P en sé es, M14,
4 4 . A lb ert C a m n s , C a lía n la , co ll. " F o lio " , C íalliiiiarrl, l')7 2 .

ti'»
H ace falta volver explícitam ente sobre este tipo de evidencia para
deshacer la idea de “servidum bre voluntaria”, ese oxím oron que la
época quisiera convertir en clave de lectura de la relación salarial y de
sus desarrollos m anipuladores recientes (ciertam ente) m ás inquietan­
tes. ¿Es posible decir que la tesis de La Boétie es m ejor que su título?
Si así fuera, se podría agregar que lo sorprendente es la precocidad en
la form ulación de un tema que concentra anticipadam ente todas las
aporías de la m etafísica subjetivista de la cual se nutre el pensam ien­
to individualista contem poráneo, pero tam bién la m anera práctica en
que el individuo se relaciona espontáneam ente consigo m ism o: el
individuo-sujeto se cree ese ser libre de arbitrio y autónom o de vo­
luntad cuyos actos son el efecto de su querer soberano. Si quisiera
con suficiente intensidad la liberación, podría no ser un siervo, por
consiguiente si lo es, es por falta de voluntad - y su servidumbre, al
contrarío, es voluntaria. Bajo esta m etafísica de la subjetividad, la ser­
vidum bre voluntaria está condenada a seguir siendo un enigm a inso-
luble: ¿cóm o se puede “querer” de ese modo un estado notoriam ente
indeseable? A falta de un esclarecim iento cualquiera de este m isterio,
l,i servidumbre voluntaria, que hace jugar la tensión de una aspira­
ción a la libertad que sigue inexplicablem ente quedando irrealizada,
no puede tener m ás alcance que aquel, político, de un llamado a la
sublevación de la conciencia, lo cual no está nada m al, pero en ningún
caso tiene el alcance de una com prensión a través de las causas de esa
irrealización. Una entre tantas otras relaciones de dom inación, la re­
lación salarial com o captura de un cierto deseo (el deseo de dinero de
los individuos que se esfuerzan en vistas de la perseverancia material-
biológica) expon«* en su desnudez el principio real del som etim iento:
la necesidad y la intensidad de un deseo. Para restaurar a partir de allí
la ¡dea de “servidum bre voluntaria", habría que sostener que somos
enteram ente am os de nuestros deseos... El caso de la relación salarial,
desde este pinito de vista, tiene la virtud de indicar que pertenece a los
deseos el no im ponerse en absoluto bajo el modo de la libre elección -
sino habría que hablar tam bién de servidum bre voluntaria a propósito
de aquel al que se le ha puesto una pistola sobre la sien y obedecerá

34
en todo bajo el deseo (potente) de no m orir, capturado (él y su deseo)
por su raptor. Son las estructuras sociales, en el caso salarial las de las
relaciones de producción capitalistas, las que configuran los deseos y
predeterm inan las estrategias para alcanzarlos: en las estructuras de la
h eteronom ía m aterial radical, el deseo de perseverar m aterial y bioló­
gicam ente está determ inado com o deseo de dinero, que está d eterm i­
nado com o deseo de em pleo asalariado.
Pero el ejem plo del salario, ventajoso para notar la heteron om ía de
su deseo asociado, se convertiría en lo contrario si fuera relegado a su
particularidad. Nadie se esforzó m ás que Spinoza en plantear la h ete­
ronom ía del deseo com o una absoluta generalidad. El conatus, fuerza
deseante genérica y "esencia m ism a del h o m b re”, 12 es en principio,
ontológicam ente hablando, puro im pulso, pero sin d irección defini­
da. Para decirlo en los térm inos de Laurenl Bove, es un "deseo sin
o b je to ".13 ¡Los objetos a perseguir le llegarán muy rápido!, pero todos
designados desde afuera. Pues el deseo es contraído por el encuentro
con las cosas, sus recuerdos y todas las asociaciones susceptibles de
ser elaboradas a partir tic* esos acontecim ientos que Spinoza llam a
ajixdon cs. "El deseo -d ic e toda la prim era definición de los a fe c to s -
es la esencia m ism a del hom bre en tanto que es concebida com o de­
terminada a hacer algo por tina afección cualquiera de sí m ism a ". La
fórmula es tan oscura com o la de la perseverancia en el ser, y sin
em bargo dice exactam ente lo que hace falta entender: la esen cia del
hom bre, que es potencia de actividad, pero por así decirlo genérica, y
com o tal intransitiva, fuerza pura de deseo pero que no sabe todavía
qué desear, no se convertirá en actividad m ás que por el efecto de una
afección antecedente - u n algo que le sucede y la m o d ifica -, una afec­
ción que le designará una dirección y un objeto sobre los cuales e je r­
cerse in concreto. Resulta de allí una inversión radical de la concepción
ordinaria del deseo com o tracción por un deseable preexistente. Es
m ás bien el em puje del conatus lo que inviste las cosas y las instituye

12. Ética, III, d e fin ició n d e tos a fe c to s I.


1 3 . L a u re n t B ove, " E d u q u e , p a rtie I II ". en P ie r r e -F r a n ^ o is M o re a u e t C h a rle s R a m o n d
(d ir.), L ecturcs d e S p in o z a , E llip s e s, 2 0 0 6 .

35
com o objetos de deseo.14 Y estos investimientos están enteram ente
determ inados por el juego de los afectos. Una afección -a lg o que ad­
v ie n e -, un afecto - e l efecto en uno, triste o alegre, de la a fecció n -, las
ganas de hacer algo que de allí derivan -p oseer, huir, destruir, per­
seguir, etcétera: la vida del deseo elabora a partir de esta secuencia
e le m e n ta l-. Elabora las m ás de las veces por el juego de la m em oria
y de las asociaciones. Pues las afecciones y los afectos que resulta­
ron dejan h uellas,15 más o m enos profundas, m ás o m enos m ovibles,
dado que las antiguas alegrías o tristezas contam inan por conexión
nuevos objetos de deseo16 - ¿ n o se enam ora Swarm de Odette por la
sola razón de que le recuerda a una delicada encarnación de un fresco
de Botticelli? Y cuando el deseo no pasa de un objeto a otro por aso­
ciación y rem em oración, circula entre los individuos que se inducen
unos a otros a desear por el espectáculo mutuo de sus im p u lsos,17 y
esto m en o s en relaciones estrictam ente bilaterales que a través de
m ediaciones esencialm ente sociales, de donde por otra puede salir
una en o rm e variedad de em ulaciones de deseo: m e gusta porque a él
le gusta, o: si a él le gusta, entonces m e gusta m enos, o todavía m ás,
o... ¡lo detesto precisam ente porque a él le gusta! (como es sabido, el
gusto de un grupo social puede ser el m al gusto de otro, y por tanto el
deseo de perseguir de unos, el deseo de evitar de los otros).
Pero la exploración de las infinitas circunvoluciones de la vida
pasional según Spinoza es una cuestión en sí m ism a ,18 cuyo punto
verdaderam ente im portante aquí es subrayar la profunda helerono-

M . Ética, III, 9 , esc o lio .


15. S o b r e la im p o rta n c ia del c u e rp o m a rc a ble, del c u e rp o q u e re tie n e h u e lla s (w stigiu)
c o m o s o p o r te d e la m e m o r ia , y s o b r e la c a u sa lid a d vestigial d e la vida a fe ctiv a , la o b ra
d e r e fe r e n c ia e s la d e L o ren zo V in c ig u e r ra , S p in o z a et le sig n e. G a iès e de l'im a g in a tio n ,
c o ll. " â g e c la s s iq u e ”, V rin , 2 0 0 5 .
1 6 . tilica, III, 1 5 , c o ro la rio : " P o r el so lo h e c h o d e q u e h e m o s c o n s id e r a d o tm o b je to al
m is m o tie m p o q u e é r a m o s a fe cta d o s p o r u n a aleg ría o p o r u n a triste z a , cu y a ca u s a
e f i c i e n te sin e m b a r g o n o era él, p o d e m o s a m a rlo » o d ia rlo ”.
17. tilica, III, 2 7 .
1 8 . V o ir A le x a n d re M a th e ro n , In d iv id u el c o m m u n a u t é c h e z S p in o z a , co ll. “ Le s e n s
c o m m u n ”, M in u it, 1 9 8 8 .

3G
m ía del deseo y de los afectos - a m erced de los encuentros pasados
y presentes, disposiciones a rememorar, ligar e im itar formadas a lo
largo de trayectorias biográficas (sociales). Y sobre todo: nada, abso­
lutam ente nada que sea del orden de una voluntad autónom a, de un
control soberano o de una libre autodeterm inación. Al hom bre se le
im pone su vida pasional, y está encadenado a ella, para m ejor o para
peor, al azar de los encuentros alegrantes o entristecedores, cuyas cla­
ves, es decir la com prensión por las causas reales, siem pre le faltan.
Por supuesto que Spinoza escribe una Ética, y traza una trayectoria de
liberación -q u e no llega, por cierto, a ninguna resolución decisoria
que tom ar.19 Pero son poco num erosos los em ancipados - ¿ s e ha e n ­
contrado uno alguna vez? Para el com ún, el título de la cuarta parte
de la Ética anuncia sin am bigüedad sus intenciones: De la servidum bre
h u m an a, o de la fu e r z a de los afectos. Y lo m ism o h ace la prim era frase
de su prefacio: “Llamo Servidum bre a la im potencia hum ana para
dirigir y para reprim ir los afectos; sometido a los afectos, el h om bre
efectivam ente no depende de sí m ism o, sino de la fortuna...”. El or­
den fortuito de los encuentros y las leyes de la vida afectiva a través
de las cuales esos encuentros (afecciones) producen sus efectos, h a ­
cen del hom bre un autómata pasional. Evidentem ente, todo el pen­
sam iento individualista-subjetivista, construido en torno de la idea
de la voluntad libre com o control soberano de sí, rechaza en bloque
y con sus últimas fuerzas este veredicto de heleroriom la radical. Es
precisam ente este rechazo lo que se expresa, poi anticipación en 1.a
Boétie, por cuasi-incorporación m los coutem poi.m eos, en la idea de
"servidum bre voluntaria", puesto que luei.i de l.i coacción dura de la
sum isión física, uno solo podría de).use alai habiéndolo "querido"
en más o en m enos y aunque ese qu eier esté condenado a seguir
siendo un m isterio, Contra esta aporia insoluble, Spinoza propone
un m ecanism o de la alienación lolalm.en.te distinto: las verdaderas ca­
denas son las de nuestros afectos y nuestros deseos. La servidumbre
voluntaria no existe. Solo hay servidum bre pasional; pero es universal.

10. P ascal S é v é ra c, Le d ev en ir a c t i f c h e z S p in o z a , I-Io n o ré C h a m p io n , 2 0 0 5 .

37
I ii iinlilM'fl (.1 i lr til luí» /.i

<t»it h n< <•KtiU'l «1« l.t |hi.<-vfi« n« i.i i i i.i 11-1 i;il biológica S(*a vivida
li.t|u 1 1 ind.In .!<■ l.i mi.iii túii". <» de l.i miui|>omÍ( ión", y por lauto en
i ti|mni ,i <«mi l.r tonalidades que luibiliMlnuMite se le atribuyen al im-
I •( i In« t <li-icMiiir y mi transporte, indica solam en te las restricciones
q ue opcM esponl.Vueamente la experiencia com ú n y, conceptual-
nuMite hablando, no sustrae a dicha necesidad del ord en del deseo:
nos eslorzam os efectivam ente hacia los objetos juzgados útiles a
nuestra reproducción, y alcanza para convencerse con ver qué encar­
n izam iento ponen en ello los hom bres, llegando hasta la violencia
cuando sucede que esos objetos faltan (penuria grave, catástrofe n a­
tural, etc.). El enrolam iento salarial se apoya enton ces, segu ram ente,
sobre este deseo prim ero: el em pleador que ocupa en la estructura
social del capitalism o la posición de proveedor de dinero tiene la lla­
ve del deseo basal, jerárq u icam ente superior, condición de todos los
otros -so b re v iv ir-, y por definición los tien e bajo su dependencia.
Se objetará que la situación estratégica de dependencia es m ucho
m ás sim étrica, puesto que el em pleador tam b ién aspira a un cierto
o bjeto de deseo que detenta el em pleado: la fuerza de trabajo. La
fuerza de trabajo m ás que su fuerza de trabajo, pues el desequili­
brio entre el núm ero de los em pleadores y de los em pleados (por el
propio hecho de que la producción es colectiva) vuelve fungible, al
m en o s por grupos de com p etencias, la fuerza de trabajo; y desde el
punto de vista del em pleador, esta de a q u í (esta fuerza de a q u í) servirá
lo m ism o que a q u ella de allá. Por eso la fungibilidad que perm ite al
em pleador pescar fuerza de trabajo en la población indiferenciada
de los em pleables es el prim er elem ento que reduce a m odestas pro­
porciones la sim etría formal del capital y del trabajo bajo su relación
de m utua dependencia. El segundo co n ciern e a su s capacidades res­
pectivas para so sten erse sin el otro. Cuál de los dos puede diferir
m ás tiem po la obtención de su objeto de deseo, d eterm ina cuál qu e­
dará bajo la d om inación del otro. Ahora bien, com o lo atestiguan la
rareza y la precariedad de las rebeliones salariales, el capital es el

38
que tiene tiempo para esperar. La fuerza de trabajo individual debe
reproducirse todos los días. El cierre de su acceso al dinero le resulta
rápidam ente fatal y solo puede ser com batido por la organización de
form as de solidaridad salarial. Entonces, se puede m uy b ien co n s­
tatar fo rm a lm en te que para producir cualquier cosa los qu e aportan
m áquinas no tienen m enos necesidad de los qu e aportan trabajo que
estos últim os de los prim eros, pero toda la situación estratégica real
instalada por su relación, tal com o está determ inada por las estru c­
turas sociales del capitalism o, distorsiona la sim etría p rim era convir­
tiéndola en dependencia, y por consigu ien te en d om inación.
En lo que respecta a la distribución de los agen tes en los lugares
de capitalistas y de asalariados en el seno de la estru ctura social capi­
talista, se decide muy anticipadam ente, y aquí tam b ién a través de la
cu estión estratégica del acceso al dinero. El capitalista, proveedor de
dinero del asalariado, necesita él tam bién en co n trar su propio pro­
veedor, e incluso en proporciones m u cho m ás im p ortan tes, puesto
que debe prefinanciar todo el ciclo de producción (fondo de m anio­
bra). El proveedor de dinero del capitalista es el banquero. Pero el
banquero solo provee una palanca lim itada, es decir un co m p lem en ­
to de endeudam iento que se añade a un stock de capital propio ya
constituido. Es la capacidad para buscar financia« ion y para reunir
u na base de fondos propios lo qu e .selecciona a los "< andidatos” a
la posición de capitalista, resultando bastante m.il elegida la idea de
candidatura, por otra parte, puesto que allí donde se lu la precisa­
m ente de m ostrarse apto para el m lclunto, aquello-, (pie .;olo dispo­
n en de su fuerza de trabajo y solo t i enen .»< >e-u> .ti dun-m i¡t",pncs d«*
venderla, están desde el inicio fuera de compet en« 1.1 Si .-■«• < nti ende
por “finanzas" el con ju nto de los hhh. mi s i no*; que peimii * ti .t mi
agente (tem poralm ente) gastai i i i .'i n de lo «pie |',ma. e*¡ 11 ■apa. id.id
de acceder al dinero bajo el modo no- sal. mal «le la:> fiiun. -. e. lo que
designa al posible capitalista. La «hieren« la l i md a m e n l a l p,i:;a poi e|
hecho de que, m ientras que el m odo ,s al.mal del .m e s o al ilmeu» ak-
efectúa bajo'la especie del flujo, es dei ii en i . ml i dades que penmt«-n
reproducir la fuerza de trabajo en nn plazo cercano pero no peí mt l en

i*)
ver m ás allá de ese horizonte tem poral lim itado, el modo financiero
del acceso al dinero se efectúa bajo la esp ecie del stock, es decir con la
esperanza de franquear el um bral crítico del proceso de acum ulación
a través de la valorización autosostenida (el capital que crece por sí
m ism o debido a su capacidad para extraer excedente); y en ton ces,
m ás que al dinero sim ple, a lo que el capitalista tien e acceso privile­
giado es al capital-dinero.
El Antoine D oinel de Los 400 golpes, que buscando los m edios
para su reproducción m aterial después de haber roto con la fam ilia
y la escuela considera por un breve in stante lanzarse a los negocios,
le da a su com pañero de fuga el resum en fulgurante de las restric­
cio n es a un devenir capitalista: "E s cuestión de guita para em pezar";
proposición sintética en la cual se expresa, bajo la form a de la apues­
ta estratégica ("es cuestión d e..."), la restricción del acceso al dinero,
poro ex ante, bajo la forma decisiva del ad elan to m onetario (“para
em p ezar”), es decir com o stock de capital-dinero, y no ex post, com o
rem uneración de una fuerza de trabajo que co n su m e el dinero en
reproducirse y no puede ver m ás allá. Bien conciente de la necesidad
de disponer previam en te de ese stock, y partiendo de nada, A ntoine
Doinel considera robar uno de los m u ebles del padre de su co m ­
pañero para convertirlo en (capital-)dinero, estableciendo en ton ces
esa conexión del stock previo y del robo inicial, y descubriendo, en
la práctica para él y bajo la form a del develam iento para nosotros, la
violación originaria de la acum ulación primitiva. Para decirlo a la
m anera de una cuasi-tautología, o a través de una m etáfora balística,
"lan zarse” a los negocios requiere de un lanzam iento, es decir de un
aporte inicial (de dinero/de energía) que haga traspasar el um bral
crítico - e l equivalente capitalista de la velocidad de liberación. De allí
resulta una desigualdad fundam ental en lo que concierne a la capa­
cidad social de los individuos para perseguir un deseo de hacer capi­
talista. Solo aquellos que disponen de la iniciativa m onetaria bajo la
form a de un stock (de dinero) pueden consagrarse a ello y com binar
la realización de cosas con su reproducción m aterial, a veces junto
a la constitución de una fortuna. Los dem ás perm anecen atados al

40
horizonte del deseo basal, a la coacción de su reproducción sim ple,
deseo que condiciona todo pero que no cuenta, puesto que no es m ás
que el prerrequisito para la persecución de todos los dem ás deseos
juzgados superiores en su realización, com o si el orden del deseo
(desde el punto de vista de los individuos) solo com enzara verdade­
ram ente m ás allá de la satisfacción de ese deseo basal, cuya única
solución socialm ente ofrecida consiste en el enrolam iento salarial.

D om inación e n todos los niveles

El paisaje de la dom inación es sin em bargo m enos sim ple de lo que


sugiere el antagonism o bipolar cuyo análisis hacía Marx. Pues el cara
a cara entre un patrón propietario y una m asa de proletarios dirigi­
dos por algunos capataces ha dejado lugar a estructuras de em presas
cada vez m ás estratificadas a causa de la profundizado!) de la divi­
sión del trabajo y de la especialización internas. La cadena jerárquica
cuenta con un núm ero co n stan tem en te crecien te de niveles inter­
medios que difractan la relación de dom inación principal en una
miríada de relaciones de dom inación secundarias. En cada nivel de
la cadena se en cu entran agentes que viven la relación salarial en el
modo am bivalente subordinado-subordinante, puesto que cada uno
está bajo las órdenes al m ism o tiem po que tiene bajo sus órdenes.
Por eso la form a canónica de la relación, que opone un dom inante
(o un pequeño núm ero de dom inantes) a la m asa de los dom inados,
estalla en una im bricación de dependencias que dibuja una suerte
de gradiente cu asi continuo de la dom inación. Si la tesis de La Boétie
vale infinitam ente m ás que su título, es precisam ente en este m o­
m ento que lo dem uestra m ejor. Pues una vez m encionada la idea de
un habitus de la servidum bre que, por lento acostum bram iento, co n ­
duce a los pueblos a vivir su su m isión com o una condición ordinaria,
La Boétie in siste ante todo en el juego de las cadenas de dependencia
a lo largó de las cuales los individuos, por separado, son m anlrnid os
a causa de sus intereses. D esde el soberano, y n ti.ivés de ( ira d o s
» oiitY'iiii It «m1 ilr mii I:m>i (111i.n|<ifi d<* tíinj;,(if¡ ;»t u s iv o s que llegan hasta
It ni nivih-N i n.vt h.i|Mi: tlr i,i jri.iiq u l.i h<>< íal, descienden favores y ven-
l,i|.in, .1 nirinulo vilalon. »*i» <*l h«*itiulo sim bólico y existencia! en los
«••ifi.iluN m.ift aitón, en el senlldo m aterial en los estratos m ás bajos.
I.o <|in* l..i Moélie hace visible es enton ces una estructura jer á rq u ica
tic la wn>idnmhn:, y es dilicil concebir que su subversión pueda estar
al alcance de una “voluntad'' cualquiera, puesto que en cada uno de
sus escalones se eje rce una dom inación que es tanto m ás in ten sa por
cu anto que el dom inante local está él m ism o dom inado y acorralado
por su propia dependencia. A im agen y sem ejan za de la sociedad
entera de La Boétie, que converge hacia el soberan o que es la fuente
ú ltim a del favor, y es m antenid a en todos sus escalones por los ju e­
gos del deseo-interés, la gran em presa es un lam inado jerárquico
que estru ctura la servidum bre pasional de la m ultitud salarial según
un gradiente de dependencia. Cada uno qu iere, y lo que quiere está
condicionado por el aval de su superior, qu ien a su vez se esfuerza
en vistas de su propio querer, al cual su bordina a su subordinado,
cadena ascendente de dependencia a la cual corresponde una cadena
d escend ente de instru m entalización.
Podría decirse que Norbert Elias, a su m an era, es un continuador
de La Boétie. En cu alquier caso, la idea de cadenas de dependen­
cia tien e u n lugar absolu tam ente central en su p en sam ien to. De su
p rolongam iento y de su in tensificación , expresiones de la profun-
dización de la división del trabajo y de la “d en sificació n ” de la vida
social, es que n acen las principales in citaciones a regular los co m ­
p o rtam ientos individuales, a disuadirlos de ced er a las explosiones
co léricas violentas, a guiarlos hacia la co n ten ció n y el cálculo: pues
ro m p er ruidosam ente es ahora el m edio m á s seguro de perder los
b ien es codiciados -p u e s to que significa rom per con aquel o aquellos
por los que pasa la búsqueda de esos b ie n e s -. El com p rom iso y el ar­
b itraje intertem poral son los esquem as de acció n len tam en te in co r­
porados por aprendizaje en este nuevo contexto relacional caracteri­
zado por el estiram iento de las m ediaciones estratégicas. "M ediación
estratég ica’' significa aquí que el cam in o desde el su jeto deseante

'12
hasta el objeto deseado es cada vez m eno s directo, y que pasa por
interm ediarios cada vez m ás n um erosos, cada uno de los cuales debe
ser halagado, o al m enos bien tratado. Hay que cuidarse adem ás de
com prender la idea de estrategia en un sentido abiertam ente reflexi­
vo y calculador -ev id e n te m en te tam poco hay que ex clu irlo -, Pero si
se decide llam ar estratégico al con ju nto de las acciones concatenadas
para llegar a un fin deseado, es preciso conceder entonces que estas
concatenaciones pueden p erfectam ente ser el producto de m aneras
de hacer incorporadas hasta el punto de ya no ser reflexionadas y de
operar bajo m odos cuasi autom áticos - l o que Bourdieu llam a el ha-
b itu s-. Por estratégico hay que entend er entonces, m ás fu n d am en ­
talm ente, la m ism a lógica del deseo y el conjunto de las m an eras en
que se abre sus cam inos, procedan estas m aneras del cálculo cuida­
doso o bien de la conducta por afecto s;20 y Laurent Bove no com ete
ninguna contradicción al hablar de "estrategias del con atu s”,21 aún
cuando la filosofía spinozista rom pe radicalm ente con el m odelo de
la decisión calculadora soberana (al tiem po que es bien capaz de in ­
cluirla com o uno de sus casos muy particulares, que por otro parte
de ningún modo deroga, co n trariam en te a una lectura superficial, la
lógica de con ju n to de la vida pasional).

Presiones am bientales y crecim ien to de la violencia


(coacción accionaria y com petencia)

La arquitectura jerárquica de la dependencia s.il.iri.il .di.m iente


sensible a las presiones del entorno y la intensidad de las rel.n iones
locales de dom inación varía con la intensidad de <-gas <oa» <ioiie.s ex
teriores. Si en un prim er m om ento, y por e.vietiM oii,«oum drr.nnos
com o "exterior'’ a la presión que nace del propio véi ll<v d<- la « aden.i

20. U n 3 falsa a n tin o m ia (la tlcl 'V .'ilculo" y lo» "Jilo tí*“”) pot r\t rl< ii< i;i. V'1tur “íhinto
Passionalis (íxonomu w¡‘\ Ar.trx dr. In nt 'ii írm r. ’x>i inL , i [tnlill« .n ir «-u ¿o l I
2 1 . Laurent B o v e, ht slnitfyir <hi lonoim, AffinmiHnn ri ifuiihuui i) ir. :>/>in o : m il
‘'5 g e classique”, V rln , I »)*)(».
jerárquica, toda in ten sificació n en ese lugar desciende en cascada
a lo largo de la estructura cuyos escalon es son todos puestos su ce­
sivam ente bajo ten sión . En cada peldaño, el deseo de conservar el
privilegio de la posición solo se satisface al costo de un esfuerzo adi­
cional exigido por el peldaño superior. Suponiendo que lo demás se
m an tien e con stan te, la probabilidad de satisfacerlo dism inuye. La
co n m in ación que viene de arriba, al propagarse en el espesor de la
estru ctura, difunde por eso m ism o un afecto de tem or, esa "tristeza
in co n stan te nacida de la idea de una cosa futura o pasada cuyo resul­
tado es en cierta m edida incierto para nosotros”.22 Tem or y esperan­
za están im plicados com o segundo plano casi p erm anente del deseo
daclo que la captura no es inm ediata y el tiempo que separa del objeto
abre “n ecesariam en te” (desde el punto de vista del agente) cierta in-
certid um bre. Esta ten sión tem poral del deseo le da a la prosecución
su coloración pasional am bivalente (flu ctu atio an im i, fluctuación del
alm a, dice Spinoza), puesto que el afecto alegre de la esperanza (ob­
tener) está (lógicam ente) acom pañado por el afecto triste del tem or
(carecer). Las cond icion es externas en las cuales los individuos persi­
guen su deseo d eterm inan el balance de la esperanza y del temor, y
la tonalidad afectiva d om in ante que acom paña su esfuerzo. El deseo
del ben eficio salarial se rodea de tem or cuando la obtención de di­
cho beneficio está condicionada por estrategias de probabilidad de­
crecien te - c o m o alcanzar d eterm inad o objetivo interm edio cuya dis­
tancia parece cada vez m ás lejana. La com binación de la intensidad
sostenida del deseo -p a r a el asalariado el acceso al dinero es siem pre
im perioso y la ren u n cia no es una o p ció n - y la dificultad creciente
de sus cond iciones de realización es generadora de una tensión cuyo
principio es el afecto triste de temor. Ahora bien, com o todos los
afectos tristes, este ind u ce en el conatus un excedente de actividad
para deshacerse de él -"c u a n to m ayor es la tristeza, mayor es la po­
tencia de actuar por la cual el h o m b re se esfuerza por luchar contra la
tristeza”- . 23 Esta situación pasional, determ inada por la estructura

2 2 . Ética , I II , d e f in ic ió n d e los a f e c to s X I I I .
2 3 . Ética, III, 3 7 , d e m o s tr a c ió n .

44
general de la relación de enrolam iento salarial y por las condiciones
am bientales en las cuales se efectúa dicha relación, se im pone inape­
lablem ente al agente y le prescribe todos sus esfuerzos -desplegados
con una intensidad proporcional a la del deseo rector. Ahora bien, la
intensificación de los m ovim ientos de potencia conativa en un co n ­
texto general de dom inación y de instru m en talización tiene n ecesa­
riam ente com o correlato una elevación del nivel de violencia ejercida
sobre los otros -a q u e llo s a los que cada uno tiene la posibilidad de
dom inar/instrum ental iz a r -, tanto com o sobre sí m ism o.
El shock accionario, es decir la exigencia venida “de arriba” de ex­
traer una rentabilidad de los capitales propios incom parable con las
norm as anteriores del capitalism o fordista,2'1 ofrece un ejem plo tipo
de la propagación de violencia que puede resultar de la puesta bajo
tensión de la cadena de dependencia salarial en el seno de la organi­
zación. La brutal elevación, sim plem ente cuantitativa, de los o b jeti­
vos interm edios, e s por sí sola causa su ficiente de la in tensificación
de las relaciones de instru m entalización y de su violencia intrínseca.
La organización jerárq u ica de la división del trabajo tran sm ite el im ­
pulso de un extrem o al otro de la cadena de dependencia, a lo largo
de la cual la abstracción económ ica de la rentabilidad se convierte
en violencia concreta. El deseo rector de la rentabilidad financiera
se vuelve a expresar en objetivos/deseos interm edios para cada uno
de los peldaños, descendiendo desde el vértice hasta la base, y en el
sentido inverso el producto captado a partir de los esfuerzos asciende
para totalizarse bajo la form a del au m ento de productividad global
convertido enseguida en rendim iento para el accionista. El grado en
el cual el im pulso venido desde lo alto evita las disipaciones de en er­
gía y conserva su poder de m ov ilización al atravesar el espesor de la
organización, depende a su vez de los agen ciam ien tos internos de
esta última y de la sobred eterm inación por las cond iciones exterio­
res. Los dos tienen com o efecto, y a veces com o finalidad, elevar la

2 4 . El adjetivo "fo rd ista " ha d e c o m p r e n d e r s e aquí e n el se n tid o d el r é g im e n d e a c u m u la ­


ció n fordista (ford isrn o), c u y o c o n c e p to h a sido d e sp e ja d o p o r la te o ría d e la R e g u la ció n .
V o ir R ob ert Boyer, T h éo rie d e là R égu latio n, coll. “R e p è re s ", La D é co u v e rte . 2 0 0 4 .

45
»nució 11 al fracaso, y partir de allí au m en tar el temor, por tan lo la
polen« i.i de actuar reactiva desplegada por los individuos. Es el caso,
por ejem p lo , de esas tran sform acion es gerenciales cpie quiebran las
posibilidades de resistencia colectiva y arrojan a los asalariados a ob­
jetivos agobiantes bajo coacciones de vigilancia individual (reporting)
sin escapatoria, o que organizan la com p eten cia interna y precarizan
a los individuos por m edio de la am enaza de la descategorización, e
inclu so del despido. Es igualm ente el caso del contexto com petitivo
externo que agrega su propia contribu ción a todos esos efectos agudi­
zando todas las luchas de perseverancia. La em presa en su con ju n to
lu cha por m an ten erse y, bajo el deseo de sus directivos, los p rim e­
ros interesados, "se im p o ne” el grado de m ovilización exigido por la
necesidad de resistirse a ser aplastados por los com petidores. Pero
ella puede tam bién exportar sus propias coaccion es y sacar partido
de la com p etencia en la que entran las otras em presas situadas bajo
su dependencia: sus subcontratistas. Pues al igual que el interior
de la organización constituida com o cadena jerárquica, el exterior
de las relaciones interem presas se estru ctura según cadenas de de­
pendencia económ ica. La violencia de las relaciones de dom inación
que pasan por las relaciones de su bcontratación no se queda atrás
respecto de la violencia de las dem ás relaciones econ óm icas, com o
lo saben por conocim ien to práctico los directivos de las firm as de
segund o rango que solo viven de en con trarse bajo la órbita de uno
o algu nos grandes clientes. Relación m ercan til pura (a d iferencia de
la relación salarial cuyo derecho esp ecífico se ha construid o precisa­
m e n te en ruptura co n el derecho co m ú n de los contratos), la relación
de su bcontratación, puesta bajo tensión com petitiva, arroja a las or­
ganizacion es unas contra otras con una violencia que es el reflejo
de las apuestas vitales que im plican para ellas la conservación de
su s grandes contratos. En una ilustración casi canónica del conatus
co m o esfuerzo de perseverancia en el ser, las organizaciones luchan
aquí por no desaparecer. Se trata de la intensidad que ellas pueden
p oner en esto - l a hipóstasis de la organización (“ellas") rem ite de
h echo en prim er lugar al conatus de los d irectiv o s-.

46
Violencia interna y violencia externa no cesan en tonces de p en e­
trarse m utuam ente. Por un lado, la em presa tomada en relaciones
de com petencia agresivas retraduce esta coacción externa en m ovi­
lización interna, pasando la lucha co n las dem ás organizaciones por
la puesta bajo tensión de sus propios asalariados. Y por otro lado, la
puesta bajo tensión interna conduce a aquellos asalariados que pue­
den hacerlo, a activar la puesta bajo ten sión externa, así por ejem plo
los departam entos de "com p ras” que transm iten al afuera su propia
coacción de aum ento de productividad - a este respecto hay que escu ­
char el testim onio de un antiguo directivo de PyM E,25 cuya lengua se
libera después de haber conseguido un. retiro precoz y privilegiado, y
que cuenta los procedim ientos de sus clientes, que envían a propósito
a los cuadros jóvenes, recién reclutados y recién instalados, tanto m ás
vulnerables, por ende m ás dispuestos a ejercer la violencia eco n ó m i­
ca, para exigir, con una brutalidad de la cual este testigo conserva un
recuerdo traum ático, rebajas de precio que realizan la con fiscación
a favor del subcontratante de casi la totalidad de los aum entos de
productividad del subcontratista. ¿Pero quién no conoce hoy en día
los torm entos de los subcontratistas de la gran distribución o de los
agricultores enfrentados a la industria agroalim entaria? De esta m a­
nera, los agentes individuales o colectivos, tomados por relaciones de
dependencia y puestos en la situación de tener que defender in tereses
vitales - la supervivencia económ ica para las em presas, la superviven­
cia en el em pleo para los asalariad os- son lógicam ente conducidos
a intentar extem alizar por todos los m edios la mayor parte de! es­
fuerzo que se les dem anda trasladando la coacción a lodos aquellos
que dependen de ellos. Todos estos datos de estructura - l a coacción
accionaria, la com petencia, las desregulaciones del m ercado de traba­
jo, las transform aciones gerenciales de la o rg an izació n - tienen por
efecto m odificar la situación pasional de los agentes y la intensidad
con la cual luchan por sus objetos de deseo. La violencia se propaga
entonces a lo largo de las cadenas de dependencia tanto intra com o

2 5 . M a m o nd iu lisa lion , d o c u m e n ta l d e G ilíes P e r r e t, D V D Les F ilm s d u p a r a d o x c , ?()<)<>.

<11
m l e n ’mpt es. i s, transportada por la radicalización de las apuestas a
l.m :«* riilnMil.ni loa agentes a causa de la intensificación de las
l>if‘Ninin*N .tmlMeiili'H, y .'»rgún la im placable lógica t|i 10 <|uiere (|tie las
violriu i.ii» r|n» u l.ir ; s«\m proporcional«'« a las violen« ias sufridas.

M ovilización alegre y alienación m ercantil

Si la cuestión es la m ovilización, en el sentido m ás literal de saber qué


hace m over a los cuerpos, es decir qué es lo que induce a las energías
de los conatus a hacer esto o aquello y con qué intensidad, hay que
adm itir que el paisaje pasional del capitalism o es m ucho más diverso
de lo que acaba de m ostrarse de él. Captarlo en toda la variedad de
sus afectos 110 es necesario solam ente por una su erte de moral del
análisis, sino sobre todo para la com prensión de las causas que hacen
perdurar al capitalism o -d e l cual de cierto modo podría decirse que
tam bién m anifiesta una (sorprendente) tendencia a perseverar en su
ser... Si los asalariados se atienen a la relación de enrolam iento que
les im pone la estructura social y obedecen a requerim ientos produc­
tivos cada vez m ás altos, no es solam ente bajo el efecto de la coacción
y de la violencia organizacional, sino tam bién porque a veces en cu en ­
tran en ello una cierta retribución - e s decir, m otivos de alegría.
Evidentem ente en dicha retribución entra, com o su p rim er ele­
m ento, la satisfacción del deseo basal, el de la reproducción m aterial
a través del acceso al dinero en u na econom ía m onetaria con división
del trabajo. Encubierto por el hábito, y dism inuido por todas sus pe­
nosas contraprestaciones, la obtención del salario no deja de ser el
m om en to alegre de la relación salarial. Hay que tom ar el concepto
de “alegría” con una cierta frialdad analítica, es decir d esem barazán­
dolo de todas las ideas de arrebato, de plenitud o de algarabía con la
que co m ú n m en te lo asociam os. La alegría es susceptible de todas las
intensidades, a veces m uy bajas, asociadas a cosas muy ordinarias,
o incluso puede estar perdida en un com plejo de afectos m ás a m ­
plio en el que resulta d ifícilm en te aislable, hasta el punto de pasar

48
inadvertida. Despojada de todas sus connotaciones de efervescencia
y de entusiasm o, se puede p erfectam ente decir que la obtención del
dinero que perm ite la satisfacción del deseo basal es causa de alegría
-p e ro tal com o lo es perm anecer con vida en una relación de esclavi­
tu d -. Ahora bien, entre las causas de longevidad del capitalism o se
cuenta el hecho de haber sabido enriqu ecer el co m p lejo pasional de
la relación salarial, y en particular el de haber h echo en trar en ella
otros m otivos de alegría, m ás francos. El m ás evid entem ente co n o ­
cido depende del desarrollo del consu m o. De todos los factores de
prorrogación de las relaciones de dependencia salarial, la alienación
m ercantil en sus efectos característicos es sin duda uno de los m ás
potentes. Aunque por medio de una lim itación a un registro m uy
estrecho, la proliferación de los objetos m ercantiles ofrece al deseo
una desm ultiplicación sin lím ite de sus puntos de aplicación. Y h ace
falta esperar al estadio del co n su m o de masas para que el en u n cia ­
do spinozista segú n el cual “ya casi no se im agina n in g u n a esp ecie
de alegría que no esté acom pañada por la idea del dinero com o su
causa”26 reciba su dim ensión plena. La habilidad suprem a del cap i­
talism o, cuya época fordista será decisiva desde este punto de vista,
consistirá entonces en suscitar, por interm edio de la oferta am pliada
de m ercancía, y solventando la dem anda, este reagen ciam ien to de
deseo por el cual de allí en m ás “la im agen [del dinero] ocupa en tera­
m ente el espíritu del vulgo".27
Potencia inaudita de fijación del deseo, la m ercan cía lleva la de­
pendencia salarial a un nivel m ás alto, pero acom pañándola de aquí
en más con los afectos alegres de la adquisición m on etaria. Por eso
su despliegue a una escala sin precedentes se cuenta entre los g ra n ­
des "logros" del capitalism o, cuya fuerza conativa, por así decirlo, se
dem uestra en su capacidad de engendrar por sí m ism o sus propias
condiciones de perseverancia. El acceso ampliado a la m ercan cía
-s o b re el cual hace falta volver a decir que debe a tran sfo rm acio n es
estructurales históricas, resum idas por la teoría de la Regulación

2 6 . Ética, IV, a p é n d ic e , c a p itu lo X X V I H .


2 7 . Id.
bajo el nom bre "ford ism o" *’H lia endureddo, a Iravés do la capta­
ción de todas las fuerzas de) deseo de objeto, una su erte de punto de
remiiK. i.iim ento al d errocam iento del capitalism o. No hay m ás que
ver l.i habilidad (elem enta!) del discurso de defensa del orden estab le­
a d o al disociar las figuras del consu m id or y del asalariado para indu­
cir a los individuos a identificarse con la prim era exclusivam ente, y
d ejar caer a la segunda en el orden de las consid eraciones accesorias.
Todo está h ed ió para tom ar a los agentes "por los afectos alegres” del
consu m o, justificando todas las transform acion es contem poráneas
-d e s d e la prolongadón de la duración del trabajo (“que le perm ite a
las tiendas abrir el d om ing o”) hasta las d esregulaciones com petitivas
("que h acen bajar los p recio s”) - en referencia solo al con su m id o r
que hay en ellos. La co n stru cció n europea ha llevado esta estrategia a
su punto m ás alto de perfección al realizar la evicción casi com pleta
del derecho social por el d erecho de co m p eten d a, concebido y afir­
mado com o el servido m ás grande que se puede brindar a los indivi­
duos, y, de hecho, com o la única m anera de servir verdaderam ente a
su bien estar29 -p e ro bajo su identidad de con su m id ores so la m e n te -.
Habría que poner en perspectiva histórica este punto de desenlace, y
una vez m ás, referirlo al “logro histórico" del fordism o, al cual deci­
didam ente le debem os el su rgim iento de esta figura del consum idor,
em ergida de la figura del asalariado para acabar por sustituirla casi
com pletam ente - a l m eno s en el discurso m ayoritario, pero de cier­
ta m anera tam bién en las psiquis individuales, qu e en esta m ateria

2S . R o b e rt B o y er, op. cit.


29. C o n tr a r ia m e n te al c o n tr a s e n tid o c o m ú n de u n a le c tu r a f r a n c e s a q u e p ro y e c ta in ­
d e b id a m e n te s u s p ro p io s r e f e r e n t e s , la "e c o n o m ía so cia l d e m e r c a d o " , d e c r e a c i ó n
a le m a n a , y q u e da su c u e rp o d o c tr in a r io 3 la c o n s lr u c c ió n e u r o p e a , n o s e d e f in e e n
a b s o lu to p o r u n a p r e te n s ió n d e d e s a rr o llo d e lo s a p a ra to s d e p r o te c c ió n s o c ia l, s in o
m á s b ien p o r la m e jo ra del b ie n e s ta r d e lo s c o n s u m id o r e s v ía in tensifica ció n de la
poin p clcn cin : " E s ta o rie n ta c ió n s o b r e el c o n s u m o e q u iv a le d e h e c h o a u n a p r e s ta c ió n
n o d al d e la e c o n o m ía d e m e r c a d o '', e s c rib e A lfred M i'ü le r-A rm a ck , c o n s e je r o d e Lud-
wip. lítliu xl y p m u a d o r del o rd o lib e ra lis m o (q u e la U n ió n liu ro p e a ha c o n v e r tid o e n su
< n o po luirle« tm l) (citad o p o r I la n s T ie tm o y e r , fr o n o m ic socm lc de m a rc h é el slt¡hilit¿
m m i'im n t, h o n ó m u a , i ***»<>: v er ig u a lm e n te F r a i l á i s D e n o rd el A n lo in e S d iw a rt'/.,
t 'tim vfir uK itdr m ‘(tuni pa* hrtt, Naiíioin; d 'ajiir, ? 0 0 0 ),

'»<>
practican a veces form as pasm osas de co m p a rtim en ta ció n -. Pues
las m ediaciones que conducen del trabajo asalariado de cada u no a
sus objetos de consu m o son tan dilatadas y tan com p lejas que todo
favorece esta desconexión, y nadie o casi nadie vincula lo que recibe
com o beneficio en tanto que consu m id or y lo que su fre en su je cio ­
nes suplem entarias en tanto que asalariado; y esto p rin cip alm en te
por el hecho de que los objetos consu m id os han sido producidos por
otros, ignorados y demasiado alejados com o para que sus su jecio n es
salariales lleguen a la conciencia del consum idor y puedan resonar
con las que le son propias.
Todo el sistem a del deseo m ercantil (m arketing, m edios de co ­
m unicación, publicidad, aparatos de difusión de las norm as de co n ­
sum o) trabaja en ton ces en la consolidación de la su m isió n de los
individuos a las relaciones centrales del capitalism o, puesto que el
asalariado aparece no solam ente com o la única solu ción al proble­
m a de la reproducción m aterial, sino com o una solución tanto m ás
atractiva en la m edida en que se am plía ind efinid am ente el espectro
de los objetos ofrecidos a los apetitos de adquisición. La alinrac ión
alegre en la m ercancía llega tan lejos que incluso acepta en< .11 |^.ii-.-u*
de algunos afectos tristes, por ejem plo los del endeudam iento, ( ii.in
do los objetos deseados est/in lu n a del aleante del m^ie.-m * »m íenle
y ofrecidos no obstante a la tentación .1 liavé?; dr lo>i met .ml-unon del
crédito, a través de lo cual la dependen» ia nal.m.il *.e ve ledolilul.i
por la coacción de los reemlmhoN I iiIiiio h to m o e-, uiI»11lo , no luy
m ecan ism o de "socialización" sal.nial m.V. pótenle q ue el pie-a^oiio
inm obiliario de los "jóvenes uiMlalador;'*, .itomdl.idoM a I.i ne» erudad
del em pleo por veinte años... Ihit» puede h a c e r t e uu.i ide.i de I.» hi l e n
sidad de esta fijación al tomar en considera» ion l.t p. nlu (pación q m
debe h aber tenido la fascinación por la opulem u eu H ie< Im/o de ton
"socialism os reales", el centelleo de la m ercancía que uidii« e luer/a?;
de deseo convertidas en adhesión al capitalism o (y est o c u a l q ui ei a
sean las d esilu siones que resulten). Y uno puede dudai de l.i vialnli
dad pasional a largo plazo de una form ación social que a i s l a d a me nt e
elija una reducción volunlarista de sus aspiraciones tnalenale*!, poi
ejem plo bajo el m odo del decrecim iento, pero qu e quedaría expuesta
a las im ágenes del am ontonam ien to de los o b jeto s en sus vecinos,
y por consigu iente a todas las estim u lacion es de la im itación del
d eseo30 -d ic h o esto no para conclu ir de allí la im posibilidad de la
bifurcación decreciente, sino para subrayar las (exigentes) condicio­
nes de posibilidad pasionales y la necesidad en q u e se encuentra de
co n stru irse previam ente un im aginario, es decir una herm enéu tica
afectiva y deseante del m undo, rehecha a nuevo.

El e n r o l a m i e n t o c o m o a l i n e a m i e n t o

La configuración pasional de la m ovilización salarial, estructural-


incMitc determ inada, eslá entonces sujeta a la transform ación histó­
rica (precisam ente debido a esta determ inación por las estructuras y
porque Jas estructuras están inm ersas en la historia). Así, el prim er
régim en de movilización a través del "aguijón del h am bre", aquel que
estudia Marx y que pone en juego “en los h u eso s" el deseo basal de
reproducción m aterial, ha dejado lugar al régim en fordista de la movi­
lización a través de la alienación m ercantil alegre y el acceso ampliado
al consu m o. Todo lleva a creer que este régim en conoce a su vez una
m u tación profunda debido a la renovación de los m étodos gerenciales
del enrolam iento y de las susceptibilidades afectivas que son capaces
de explotar. La situación pasional del asalariado se encuentra sen si­
blem en te enriquecida, teniendo por efecto la desarticulación de los
viejos esquem as de la crítica anticapitalista o dando un m odvo para
extraviarse aún m ás en las aporías de la "servidum bre voluntaria".
La d ifracción de la relación de dependencia a lo largo de la es­
tructura jerárquica de la em presa ya nublaba el paisaje original de
la dom inación capitalista. El caso "h íb rid o " del capataz, él m ism o
asalariado pero delegado de la autoridad patronal, ha perturbado
muy pronto la representación canón ica pura del cara-a-cara capital/

30. Ñica. III, 27.

52
trabajo. C onform e a la profundizadóu de la división del trabajo en
la organización, esta perturbación se lia generalizado -h a s ta los m ás
altos directivos de la em presa son... asalariad o s-. La dificultad ha
sido identificada hace un largo tiem po por la teoría m arxista, pero
sin haber encontrado por ello una respuesta satisfactoria, quizás por
no haber reform ulado la pregunta correcta, a saber: ¿cóm o es que
algunos asalariados llegan a hacer causa com ú n con el capital, por
qué m archan junto a él? Si los asalariados se pon en en m ovim iento
por su deseo de objeto m ercantil, al m eno s lo h acen solam ente para
ellos. Pero que entren en una relación colaboración activa, y a veces
alegre, y que se desvivan deliberadam ente por el capital es p rim a fa c ie
un m isterio no tan fácilm ente com prensible. En cualquier caso, es
por supuesto el logro suprem o desde el punto de vista de la patronal
com o potencia que enrola otras potencias.
Pues genéricam ente hablando, la m ovilización es cuestión de co-
linealidad: se trata de alinear el deseo de los enrolados sobre el deseo/
amo. Dicho de otra m anera, si el conatus a enrolar es una fuerza acti­
va de una cierta intensidad, se trata de darle su "correcta” orientación,
es decir una dirección conform e a la d irección del conatus patronal
(sea este un individuo o una organización). Si es cuestión de direc­
ción y de alineam iento, la m etáfora vectorial es adecuada. Un vector
v está definido por una dirección en el espacio y una intensidad (que
se escribe |v| y que es un núm ero real positivo). El enrolam iento de
un conatus por otro puede entonces ser considerado análogam en­
te com o el producto escalar de sus dos vectores asociados, sea: tLD,
siendo D el deseo-amo y ^ el conatus enrolado. El producto escalar
de dos vectores es el producto de sus intensidades por el coseno del
ángulo que form an entre sí:

cí.D = |d| x (D| eos a

La com p osición de los conatus, en to n ces, ve su intensidad re­


sultante dism inuida en fu n ción de la deriva (puesto que el cosen o
de un ángulo es siem p re in ferio r a 1) o del d esalin eam ien to de

53
Hifi vr< tmr n iriipriliViiK n p r 111,4i io pin rl anp(iiliMt (ver l lguta
I ) Sol o |.i « o t i i p o t i r i i l r <11 de i! Ir rji ^ij111" .il v n lo» (lino I S, "til ||M
.iinli) .i* |<i i .iliiir.ul.i, r * tiri ii q u e s e eü ltieiza e n la m i s m a
(llirK lóll A lioi.i b i e n, e s t e c o m p o n e n t e Útil l i m e poi iutenyid.ld
( ^e n me l i u á m e n l e ; por l o n g i t u d ) : |d|| |<1| x e o s a , que es i n f e r i o r a
|d|. lil co sen o del á n g u l o a e s en to n ce s la m edida de la pérdida que
proviene de la im p erfecta co lin ealid ad de los dos vectores co n a tu s.
Se pu ed e d ecir por co n sig u ie n te qu e un co n a tu s se deja en ro la r en
p rop orción a su grado de co lin ealid ad . C uando los dos esfu erz o s
son o rto g o n ales, el án g u lo qu e fo rm a n d y D es recto, su co se n o
nulo y la pérdida total: el co n a tu s es re n u e n te al m áxim o y no
le d eja nin g u n a posibilid ad de cap tu ra al d eseo -am o . C uando el
ángulo es nulo, el co sen o es igu al a 1, la co lin ealid ad es p erfecta y
el a lin e a m ie n to in teg ral: el deseo en rolad o vive e n te ra m e n te para
el d eseo-am o.

Figura 1

54
ft « o !

Iiri el espacio m ultid im ensional de los objetos de deseo, los vectores-


conatus individuales fijan "esp o ntán eam en te”31 sus coordenadas, es
decir las m últiples d irecciones e n las que se esforzarán según ciertas
intensidades. De este dato deriva para cada uno el ángulo que, h a b i­
da cu enta de las coacciones estructurales (en particular aquellas que
pesan sobre su reproducción m aterial), indica sus in clin acion es (di­
recciones) idiosincrásicas y m id e qué parte de su potencia de actuar
podrá captar el patrón D - y cuál se le escapará. El ángulo a es el d i-
n am en del conatus individual, su desalineam iento espontáneo re s­
pecto de las finalidades de la em presa, su heterogeneidad persisten te
respecto del deseo-am o, y su sen o (que corresponde a la co m p on en te
ortogonal <i2 ) la medida de lo qu e no se dejará capturar.
Reducir la deriva, perfeccionar el alineam iento, he allí a contrario
la idea fija patronal, la del patrón capitalista, por supuesto, pero m ás
am pliam ente la del patrón general, figura m ism a de u n deseo-am o,
es decir de un enrolador, y cualquiera sea la naturaleza de su em p resa
(objeto de deseo). La obsesión del alineam iento, que no es otra cosa
que el deseo de hacer de las potencias enroladas una p rolon g ad ón
fiel de su propia potencia, es particularm ente visible en las pequeñas
em presas (capitalistas) donde el patrón está en contacto cotidiano
con su em pleado y lo vigila pensando que no h ace lo suficiente, lo
su ficien tem en te bien, lo su ficien tem en te rápido, es decir que se ve
en su em pleado, hace de él una extensión de sí m ism o , un cuasi
sustituto, a quien en tonces le atribuye directam ente su propio deseo,
y no com p rend e que este deseo esté tan mal atendido por aquel del
que ha h echo im aginariam en te, y por una su erte de m etadeseo, ti ti
a ü ereg o . El m etadeseo de alinear a los enrolados .ti s n vicio del deseo
propio es el m etadeseo de la com unic ación Integral del d ese o (a m o ),

3 1 . Las c o m illa s in d ic a n un a c o m o d id a d lin g ü ístic a , pu ea el in d iv id u o n o es r l au in i


d e su s d e s e o s q u e . b a jo el r é g im e n d e lo s a fre to « p a siv o s, le v ie n e n {¡¡e m p ie r*u p.n
del a f u e ra . La ley d e la o rie n ta c ió n d e lo s v e c to ie s -c o n a tu s e s s i e m p r e la l i c t m n i n m i a ,
y la "e s p o n ta n e id a d " e s tá e x o d e te r m in a d a .
la fantasía de otros distintos de sí m ism o, qu e son rehechos idénticos
a sí m ism o. Y si la gran em presa hace d esaparecer estas ocasiones
de contacto interpersonal directo que contribu yen tanto a la fanta­
sía, no de fusión, sino m ás bien de absorción de los enrolados en
el enrolador, conserva sin em bargo algo de eso a través de m áxim as
ed ificantes típicas, com o la qu e hace decir al patrón general que es
"exigente con los dem ás com o lo es consigo m ism o ", adagio cegado
de eg ocen trism o conativo que transfigura en virtud m oral las proyec­
cio n es de su solc* deseo, su deseo convertido en deseo-am o, sobre el
< h.>1 expresa que quisiera que los dem ás lo hagan suyo integralm ente.
( lomo si la geni net ría del esf uerzo alienado estuviera registrada en
el lenguaje, el vo< abulario com ún no se equivoca, le da a los deseos-
.iinn rl nom bre tlf "directivos”. Y en efecto, es exactam ente eso de lo
que mc trata: orientar los vectores-conatus en ciertas direcciones. El
aguijón del ham bre o la prom esa del co n su m o am pliado han sido
los tíos prim eros m ecan ism os de producción del alineam iento de los
conatus enrolados sobre el vector del conatus patronal capitalista. Hay
que creer que ni uno ni otro han llegado al ideal de colinealización
perfecta, puesto qu e desde hace algunos decenios el capitalism o sien ­
te la necesidad de "cam biar de m étodo1'. D igam os inm ediatam ente
que si cam bia de m étodo, es en prim er lugar porque cam bia de a m ­
bición. Pues los a residuales a los que hasta aquí se acomodaba, se le
han vuelto intolerables. La em presa neoliberal ha considerado que a
era siem pre dem asiado grande, quiere ahora ct=0. a = 0 se correspon­
de exactam ente co n lo que ponen en evidencia un núm ero creciente
de trabajos de sociología de las organizaciones bajo la form a de una
m ovilización tnlnl de los individuos al servicio de la em presa.
Com o prim era aproxim ación, es posible atribuir este proyecto
del enrolam iento total a dos evoluciones de las estru cturas del capi­
talism o. La prim era reside en las transform acion es de las finanzas
que han hecho em erg er el poder accion arial32 y en la desregulación

V J, S o lm * l.i u u u u .iU 'z a y la h is to ria d e e sta t r a n s f o r m a c i ó n , v e r F r é d é r ic L o rd o n ,


l.d pol¡tit¡i<c ilu iu ¡n t(¡l, O ílile Ja co b , 2 0 0 2 : B la vertu sa u v e ra le m o n d e. A p rès la crise
J 'in a n c iii r , le lu lu l p u r / *"rf/ItfVjit e “?, R a is o n s d ’a g ir, 2 0 0 3 .

r>G
com petitiva de los m ercados de bienes y servicios, am bas en sinergia
inclinando la relación de fuerza capital-trabajo en contra del segundo,
y a tal punto que el prim ero se siente autorizado a dem andar tod o sin
que se erija ante él fuerza alguna significativa que pueda disuadirlo;
para dar una idea, y casi una m edida, de esta hegem onía del capital
bajo control accionarial, basta con constatar a mediano plazo la deri­
va de sus reivindicaciones sobre el valor agregado, estim ada directa­
m ente según la parte de los dividendos en el P B I,33 o in d irectam en te
por los índices de rentabilidad de los fondos propios exigidos a las
em presas del CAC 4 0 .34
La segunda de estas evoluciones conciern e más bien a la tran sfor­
m ación de las tareas productivas, donde entran tanto las exigencias
de la econom ía de servicios, particularm ente relaciónales y disposi-
cionales, com o las form as de “creatividad" requeridas por ritm os de
innovación sostenidos que son el arm a principal de las estrategias
de competitividad. Ahora bien, todas estas tareas de contorno borro­
so rom pen con las tareas determ inadas y delimitadas de la em presa
fordista, que de hecho fijaban con bastante precisión el qu a n tu m de
potencia de actuar a movilizar, tolerando entonces que el "re sto ” se
les escape. La con jun ción de las presiones productivas sin fin, debi­
das principalm ente a los objetivos de rentabilidad financiera en au­
m ento constante y a la in determ inación relativa de las tareas, abre la
perspectiva del em peño ilim itado de sí para los asalariados llam ados
a entrar en el régim en de la vocación total.35 En lugar de esp ecificar

3 3 . La p a rte de los d iv id en d o s e n el P B I p asa del 3 ,2 % e n 19&2 al li,5 % e n 2 0 0 7 , v e r v o ir


G ilb ert C e tte , Ja cq u e s D elpla e t A rn a u d Sylvain, Le p arta ge des fru its de la cro issa n ce en
F ra n ce, R a p p o rt du C A E n° 8 5 , La D o c u m e n ta tio n F ra n ç a is e .
3 4 . Q u e p a s a n d e a lg u n o s p u n to s p o r c e n tu a le s al p rin c ip io d e los 9 0 , a n iv e le s c o m ú n ­
m e n te s u p e r io r e s al 2 0 % a c tu a lm e n te .
3 5 . S o b re e s te p ro y ecto de in v e s lim e n to to tal d e lo s a s a la ria d o s , v er e n tr e o tr o s P ie rre
D ard o t e t C h r is tia n Laval, L a nouvelle raison d u in o n d e. Essai s u r la société: néo libcra k -,
La D é co u v e rte , 2 0 0 9 ; V in c e n t d e G a u lé ja c, La so ciété m a la d e de la gestion, S e u il, 2 0 0 4 ;
M a rie -A n n e D u ja rie r, L 'id éa l a u travail, co ll. " P a r t a g e du sa v o ir", P U F , 2 0 0 6 ; Je a n -
P ie rre D u ra n d e t M a rie -C liristin e Le F lo c h (d ir.), La question d u co n sen tem en t a u travail.
D e la sciv itu de volontaire à l'im p licatio n co n tra in te, L 'H a r m a lta n , 2 0 0 6 ; G e n e v iè v e G u il-
h a u m e . L ’ère d u co a ch ing. C ritiqu e d ’u n e violence e u p h é m is é e , Syllepse, 2 0 0 9 .

57
una lista de acciones bien definidas a realizar, com o lo h aría la pro­
d ucción fordista, la em presa neoliberal pretende de aquí en adelante
co n fo rm ar los deseos y las disposiciones que h a ce n h acer las accio­
n es. Ascender un nivel - d e las acciones a las d isposiciones genera­
doras de las a c c io n e s - es abrir con sid erablem en te, e id ealm ente al
infinito, el cam po de las acciones esperables, y ganar co n eso una
am plitud de flexibilidad que las em presas ju stifican por las necesida­
des de su supervivencia en un am biente in ten sa m en te com petitivo,
pero ante todo altam en te no-estacionario.

In ten sificació n del tem or

Tanto e n el orden de la captación cuantitativa (parte de P B I, rentabi­


lidad financiera), com o en el de la captación cualitativa (m ovilización
de los asalariados), el capitalism o neoliberal se ha sum ergido en el
delirio de lo ilim itado. Es cierto que la ilim itación entra en el propio
concepto del conatus capitalista, salvo por la regulación externa de la
resistencia de fuerzas opuestas - p o r fuera de la cual la potencia eco­
nómica quiere su propio aum ento sin fin. El delirio de lo ilimitado
<lrl capital es en tonces, en prim er lugar, un sín tom a estratégico, el
i imIice de un cierto paisaje de fuerzas, y en particular del estado de
las fuerzas de resistencia, más precisam en te de su inexistencia; por
eso no hay razón para sorprenderse porque los conatus capitalistas
em pujen ¡m lH um lam cnU: su privilegio, ya que solo dejarán de h a ­
cerlo a partir del m om ento en que los disuada una fuerza contraria
y superior a las suyas. Este paisaje no es otro que el de las estru ctu ­
ras de la configuración contem poránea del capitalism o, pues solo
las estructuras y la posición de los agentes en su seno d eterm inan la
d istribu ción de los recu rsos de poder -a u n q u e elocuente, el térm ino
no es ideal puesto qu e le da una connotación sustancial a lo que es
en teram ente un efecto relacio n al-.
El caso es que el equilibrio de la relación capital-trabajo es sen si­
blem en te desplazado según se lo analice al interior de una con figu ­

58
ración del capitalism o -fo r d is ta - en la cual la coacción de com peti-
Lividad es moderada por barreras com erciales; las deslocalizaciones
eran casi im p osibles debido al régim en de control de las inversiones
directas; la coacción accionarial es inexistente (Bolsa residual, fuer­
tes protecciones capitalistas a través de redes de participaciones cru ­
zadas, control de los m ovim ientos internacionales de capital); la polí­
tica eco n óm ica está orientada al crecim ien to y al em pleo debido a un
rég im en de crecim ien to relativam ente autocentrado. O bien, según
que la liberalización de los m ercados de bienes y servicios desen­
cad ene las presiones com petitivas en tre sistem as socio-productivos
con estándares fu ertem en te heterogéneos; las inversiones directas,
ta m b ién liberalizadas, perm itan todas las deslocalizaciones; la coac­
ció n accionarial se haya vuelto intensa; la política económ ica esté m a-
y oritariam ente reorientada hacia el objetivo de control de la inflación.
D e una configuración estructural a la otra, la relación de poten­
cia en tre capital y trabajo es m odificada por com pleto, puesto que
el trabajo ve d erru m barse una tras otra las barreras que detenían el
em p u je del capital hacia un m ayor privilegio. ¿Cómo, en estas co n ­
d iciones, no sacaría el capital el m áxim o provecho de la situación
estratégica que así se le ofrece en la nueva configuración (que por
otra parte contribuyó él m ism o a m oldear, reclam ando, y obteniendo,
las tran sfo rm acio n es adecuadas)? C on toda lógica, en tanto que no
en cu en tre resistencia, el capital avanza.
Sin ser representativos, pero sí significativos, los puntos extremos
de su s avanzadas dicen m ucho sobre el sentim iento de licencia que se
apoderó de él, y dan cuenta de esta suerte de ebriedad que proviene
de aventurarse a todo lo que antaño estaba contenido (y cuya idea, por
otra parte, no estaba siquiera formada). Cerrar un em plazam iento en
Francia no porque es deficitario, sino porque es "insuficientem ente
ren table”, cum pliendo form alm ente con la obligación de proponer
una reubicación.... en H ungría o en Rum ania por 300 euros al m es,
form a parte de esas cosas que sin duda siguen siendo chocantes para
la opinión pública, pero que el capital ya no duda en prniulii.se. ífl
oprobio es un riesgo que puede correrse con una conriruci.i iln ii.i
y lianqnila, pues el oprobio sigue careciendo de fuerza - a l m enos
por i*l m o m en to -. La facilidad con la que el capital acepta cubrirse
de oprobio expresa crudam ente u na cierta situación estratégica en la
que lleva groseram ente la delantera, pero agrega tam bién una form a
de provocación y de arrogancia, índice fiable de la idea, de hecho bas­
tante acertada, que se hace de su propia potencia. Sin em bargo, estos
episodios extrem os no deben ocultar el sigilo ordinario de su dom ina­
ción cotidiana, y principalm ente la intensificación de las prácticas de la
coliuealización. Puesto que es “exigida" por las coacciones exteriores
y de hecho, puesto que todo está permitido (por esas m ism as coaccio­
nes) , la coliuealización puede abandonar su antigua tolerancia hacia
las desviaciones residuales y proponerse, al m enos corno ideal, el obje-
iivo del perfecto alineam iento de los conatus enrolados. Evidentem en­
te, una parte de este sobrcalm eainicnto proviene directam ente de una
i.idealización del gobierno patronal a través del temor, al que todas
I.im estructuras, y la situación de desem pleo de m asa que engendran,
vuelven más fácil que nunca. Las am enazas perm anentes de deslocali­
zación, del plan social e in fin e de la pérdida de em pleo, no hacen m ás
que aprovecharse del afecto principal de la relación salarial, el de la
dependencia m onetaria y la pérdida de las condiciones de reproduc­
ción de la vida material, pero llevándolo a intensidades desconocidas
desde hace un largo tiempo y que perm iten obtener de los asalariados,
pero a través del temor, un suplem ento de sujeción y de movilización
productiva bajo la forma paradójica que Thom as Cout.rot llama la “coo­
peración forzosa”.36

La liquidez, el fantasm a del deseo-am o capitalista

El ch an taje de la reproducción m aterial, esa form a particular del


afecto de tem or que en el m u ndo salarial toma la forma canónica de
la am enaza al em pleo, solo ha alcanzado este nivel de intensidad por­

36. Tilomas Coutrot, L 'cntrcprisc. ni: olí be rale, La Déccniverte, 1908.

GO
que se ha operado en el m undo de la em presa un vuelco norm ativo al
térm ino del cual el despido, bajo el eufem ism o de "aju ste de los efec­
tivos" o -¡p ié n se se en la significación literal de la ex p resió n !- “plan
social”, ha devenido una práctica de gestión corriente. No hay m oral
autónom a, y la virtud de los agentes se establece en la vecindad de
sus intereses en la virtud, ya sea que el com portam iento virtuoso
aparezca directam ente beneficioso,37 ya sea que no se revele com o
dem asiado costoso. Entonces, si la contención fordista del despido
podía aparecer com o una norm a m oral, era sobre todo porque las
estructuras, y la coyuntura de esas estructuras, ofrecían su ficien te
estabilidad para exim ir de los ajustes a través de los efectivos y vol­
vían muy asequible el buen gesto patronal del tn an len iim en lo del
em pleo. Que no haya sido el producto de una intención moral, no
quita que este régim en de em pleo haya tomado la significación de
una cuasi norma m oral -se g ú n la cual privar a los asalariados de su
reproducción m aterial es demasiado grave com o para poder ser o b je ­
to de decisiones estratégicas puram ente económ icas, e incluso com o
para poder convertirla en la palanca deliberadam ente instrum entada
de una relación de fuerza global. H aría falta una singular ingenuidad
para im aginar que la patronal fordista perm aneció ajena a la idea
de "la puerta para los que no estén conten tos”, pero con la situación
floreciente del m ercado de trabajo y la facilidad para volver a en co n ­
trar un em pleo que hacían que la am enaza pierda sus con secu en cias
dram áticas, el hecho de la estabilidad económ ica adquirió la co n ­
sistencia de una norm a: la reducción de los asalariados a la m iseria
m aterial es una im posibilidad, positiva y normativa confundidas.
El m alentendido inscripto en esta confusión del hecho (para
unos) vivido com o norma (por los otros) sale a la luz cuando se m o ­
difican las estructuras económ icas y la desregulación generalizada
som ete a las em presas a nuevas coacciones, que son convertidas por
ellas en otras tantas posibilidades estratégicas en la relación de fu er­
za del capital y del trabajo. El nuevo "hecho" de la tran sform ación

37. Pero, hay que decirlo, en beneficios no necesariamente monetarios.

61
M* w lllM 'M l v d< nii ir||inirit d i ’ • .u n I r iltilii o Ifiiu.i m t o n c e w rl

<l> I I I U .1 I.l MUI I I U i'l ll< r | U I . U I H t M I l l ) y , | l i o C’ S l o |)!()-


I l l l i l d o , i O I D O l i i i li k. i < M ’ l d n , o ' i r l i . i l i l . i , i v r n l m . i d o ü c i v < * i lt) o p i n i ó n
i oiiniii K oihpn inln l.i vicj.i i i o i mu <- i i lauto (pie podía pasar por una
mum,i moi.il l.i IuiiI.iImI.mI d<'l ih .u ila jr a l.i reproducción m aterial,
( o n v n lid o en príicl¡t ;i com V nle, deviene la nueva norm a, pero una
norm a práctica am oraltzada que no expresa rná.s que una relación de
fuerza desmida en la cual unos tienen todas las cartas en la ruano y
los otros ninguna. El poder del capital de con d u cir las potencias de
actuar salariales en su em presa, pero a través de los afectos tristes
de tem or, es el signo de una liberación del deseo-am o en tanto que
ya no se sien te retenido por nada y se considera capaz de todas las
im posicion es unilaterales. Esta suerte de tiranía, hay que repetirlo,
encuentra sus condiciones de posibilidad en el nuevo estado de las
estructuras económ icas del capitalism o desregulado, pero sobre todo
encuentra un modelo, podría incluso decirse un paradigm a, en el
deseo-am o particular del capital fin a n ciero bajo la form a de la liquidez.
Entendida com o posibilidad de salir en todo m o m en to de un
mercado de activos, posibilidad perm itida por la certid u m b re de
encontrar una contraparte (un com prador) y por v olú m en es de acti­
vidad tales que la transacción de salida (la venta de los títulos) será
absorbida por el m ercado sin variación de precios significativa, la
liquidez es una prom esa de reversibilidad p erfecta ofrecida a la in ­
versión financiera. R epresenta la form a m ín im a del com p rom iso,
puesto que al revés de la inversión en capital in d u strial, que in m o ­
viliza de m anera duradera el capital-dinero, la p articip ación bajo la
form a de detentación de títulos financieros de propiedad (acciones)
puede instantáneam en te ser anulada por una sim p le orden de ven­
ta, retornando al cash. Esta es precisam en te la razón por la cual la
palabra liquidez rem ite sim u ltán eam en te a u na propiedad de un
m ercado financiero y al propio dinero, com o equivalente general al
que dicha propiedad perm ite re to rn a ra dem anda. La liquidez fin a n ­
ciera constituye en to n ces paradigm a de m anera doble, por un lado
com o acceso al dinero, equivalente general y o b jeto del m etadeseo

62
m ercantil, y por otro corno m odelo de reversibilidad total. Keynes ya
había percibido en su época el carácter fun dam en talm en te an tiso­
cial de la liquidez38 com o rechazo de todo com p rom iso duradero, y
deseo del Deseo de m an ten er p erm an en tem en te todas las opciones
ab iertas - e s decir, de no tener qu e co n tar n u n ca con el otro. La perfecta
flexibilidad com o afirm ación unilateral del deseo que se com p rom e­
te sabiendo que puede liberarse, que invierte con la garantía de po­
der desinvertir, o que em plea co n la idea de que puede desem plear
(ad libitum ) es la fantasía de un individualism o llevado hasta sus
ú ltim as co n secu en cias, el punto im agin ario de toda una época. Rele­
gado antaño a la sola esfera de los m ercad os de activos, y com o una
de su s propiedades m uy esp ecíficas, el esquem a de la liquidez des­
borda y se esp arce en la sociedad capitalista entera, sobre todo, evi­
d en tem en te, en el uso de aquellos que están en posición de afirm ar
su deseo com o deseo-am o. A unque n in g ú n m ercado, p rin cip alm en ­
te el de trabajo, pueda alcanzar el grado de flexibilidad-reversibilidad
del m ercado finan ciero, la liquidez se convierte en punto de m ira
y em p u ja a los d eseos-am os a o b ten er las tran sform acion es de es­
tructu ra que les perm itirán aproxim arse a él tanto com o puedan. La
tesis patronal de que el desem pleo solo bajaría a condición de liberar
in teg ralm en te lo s licén ciam ien to s de todo m arco reglam entario es
su expresión m ás típica. Ahora b ien , lo que hay que interpretar en
esta tesis es el m etad eseo de gozar de todas las con d icion es ins­
titu cionales que perm itan la p ersecu ció n sin restricción del deseo
- u n a su erte de Mayo del 68 para p atron es (que constituyen quizás el
grupo social que se lo ha tom ado m ás en serio, ellos gozan sin tra­
b as39). Y tal es ig u alm ente el m e n sa je su blim in al de la teoría de los
m ercad os de com p eten cia pura y perfecta: todo debe poder ajustarse
in stan tán eam en te. ¿ Pero aju starse a qué? A justarse a las variaciones
de los d eseos-am os, pues así es la vida pasional e n un am bien te
in cierto : flu ctuante y su sceptible de reorientacion es p erm anentes.

38. Ver sobre'este tema André Orléan, “L’individu, le marché et l'opimon: róüexions
sur le capitalisme financier", Esprit, noviembre 2000.
39. En referencia a un famoso lerna del 68 [N. del T.|.

(»3
Corno |>i*>|>i<*cbi<! que perm ite la incorporación en tiem po real de las
in fo rm acio n es y el resultante reaju ste in sta n tá n eo de una cartera,
la liquidez stricto sm su (Anaciera) se da una sign ificación lato sensu
com o derecho incondicional del deseo.

T iranía y terror

En el paradigma im plícito de la liquidez, el deseo-am o ya no tolera


ninguna restricción a sus m ovim ien tos estratégicos y se tom a m uy
en serio la idea de ya no ten er que contar con el otro. Licenciar ad
n ulu m , por ejem plo, debe convertirse en una posibilidad “natural"
-co m p rén d ase: de una legitim idad ev id en te-, tal corno el deseo, por
el egocentrism o profundo del con atu s, es llevado a considerar “natu­
rales" todos su requisitos -p u e s to que son los suyos. Los deseos-am os
pretenden ignorar que esa reivindicación no puede ser unlversaliza­
da, pero no im porta: todas las estru cturas p resen tes del capitalism o
les perm iten convertirla en d erecho. Ya nada d etien e la im posición
unilateral, ni siquiera (sobre todo) las regu laciones m orales o de
reputación, com o lo atestiguan los alegres excesos a los que se en ­
trega el capital. El eg ocen trism o del conatus, cuando goza de una
asim etría de potencia favorable, se dirige n ecesariam en te hacia el
abuso. Pues no se trata de un deseo aislado, que persigue sus objetos
por sus propios m edios, sino de un deseo-am o, es decir involucrado
en relaciones a las que quiere darles la form a de la subordinación.
Si las estructuras que organizan esta relación jerárquica desplazan
la relación de potencia hasta el punto de no reten er ya nada de los
m ovim ientos de la potencia d om inan te y p erm itirle todas las afir­
m aciones unilaterales, la d om inación deviene tiranía. ¿Se objetará,
contra el abuso lingüístico del qu e a m enudo es objeto, que la tiranía,
“deseo de dom inación fuera de su ord en",40 co n siste en “querer por

*10. Pascal, Pense es, 58 (Lifnma).


aduar, la em presa neoliberal "torna" a los individuos y aprecia ex ante
su grado de colinealidad. Hay entre ellos quienes de entrada andan
solos y van espontáneam ente en su dirección pues lian ligado a ella
desde el principio sus intereses vitales, intereses existenciales en sen ­
tido amplio, dentro de los cuales entra no solam ente el beneficio m o­
netario sino el logro deseado de una form a de vida: altos directivos
y cuadros muy superiores que, haciendo de su vida profesional su
vida a secas, o casi, realizan de entrada el m ejor alineam iento posible
sobre las finalidades de la organización que les sirve tanto com o la
sirven ellos. Los otros, que no presentan el m ism o grado de co n ju n ­
ción, serán debidam ente recolinealizados. Habría que entrar entonces
en el corazón de la "fábrica de los sujetos neoliberales", para hablar
com o Dardot y Laval,34 en el detalle de esos programas de "recursos
hum anos", de lo que allí se hace y hc hace hacer a los individuos, de
los niveles que alcanza el proyectil de reeducación conipoi l.nneuial y
afectiva, para que verdaderamente se imponga l.i idea de lot.ililai r.um
a propósito de una em presa t.m l<>< .1 <orno l,t je« mhmIhi* »ion .i medida
de las interioridades, de los deseo.*; y de Ion 1 »itiipntt.iiiii< nt<>': poro
solo las im ágenes pueden de lie< lio piodii« n ••■de im patio, com o las
del documental de Joan Koboit V ia lle t.'1 que nos hace penetrar en el
encierro normalizador de mi.i plal.dom u lelelónica, donde el control
cuantitativo del cronom etraje v.i ai.oinpauado por el control cualitativo
de las entonaciones, o en la amenidad aparente, pero de una violencia
de hecho m ucho peor, de un “sem inario" de grupo donde los cuadros
ríen a pedido, representan comedias por encargo y son conm inados a
entregar totalmente su afectividad -u n a de las escenas m ás patéticas,
y al m ism o tiempo el único antidoto contra la desesperación completa,
muestra al hom bre de los "recursos hum anos”, anim ador del “sem i­
nario" de reeducación com porlarnental, haciendo finalm ente su equi­
paje, abandonando la empresa, cam biando de región y aspirando a
“una vida nueva", com o si el sentim iento confuso de haber participado
en lo insoportable se le hubiera vuelto insoportable a él tam bién.

34. Pierre Dardot et Christian Laval, La nouvdle raison du monde, op. cit.
35. Jean-Robert Viallet. La mise « morí du travail, opus 2, l.'tiliñtulion, Y;nni/ produrtion.
fácilm ente ajustable com o los elem en to s de u na cartera de activos
fin ancieros, con el inevitable efecto, del lado de los enrolados, de la
entrada a un m undo de incertid u m bre extrem a. La adaptación d ife­
rencial a los avatares econ óm icos ofrece por otra parte un resu m en
elocu en te del vuelco de la relación de fuerza capital-trabajo. ¿No esta­
ba orig in alm en te justificada la reserva de una parte del ingreso para
el capital por la asu nción del riesgo, abandonando los asalariados
una parte del valor agregado contra una rem u n eración fija , sustraída
por tanto a los avatares del m ercado? Pero ahora el nuevo estado de
las estru cturas dota al capital de su ficien te latitud estratégica com o
para ya no querer soportar siquiera el peso de la ciclicidad y trasladar
el aju ste sobre los asalariados, que sin em bargo estaban co n stitu ti­
vam ente exonerados de él. Contra toda lógica, de aquí en m ás es a
la m asa salarial a quien le in cu m b e adaptar las flu ctuaciones de la
actividad, quedando el m argen de negociación consagrado so la m en ­
te a establecer el reparto en tre d ism inu ción de lo s salarios, in ten ­
sificación del esfuerzo y reducción de los efectivos. En este tipo de
tran sferen cia se m ide el desplazam iento de una relación de potencia
y la em ancip ación de un deseo al que ya nada detiene. La reducción
a la espera pasiva de las órdenes de un deseo-am o devenido tirán i­
co h und e a los asalariados en un m undo de terror. “Pareces de m al
hum or. ¿Será porque h ice que tu h ijo m u era?”, le pregunta Calígula
a Lepidus, quien (“con un nudo en la garganta”, precisa la aposti­
lla...) no encuentra m ás opción que responder: “Pero no, Cayo, todo
lo co n trario ”.45 Indudablem ente la em presa neoliberal no llega a eso.
Y sin em bargo, en palabras de un antiguo cuadro dirigente de una
gran em presa, que uno esperaría m ás inclinado a la apología del sis­
tem a qu e lo ha tratado bastante bien, todos los días los asalariados
van al trabajo "m u ertos de m ied o ".46

4 5 . /ti., a c te II, s c è n e V .
‘»6. Tiîodor Limann, Morts de peur. Les em pêcheurs de penser en rond, 2 0 0 7 .

06
II. Alegres automóviles
(A salariados: h acerlos andar)

Afectos alegres intrínsecos

¡Y contradictoriam ente, el tirano quisiera hacerse querer! El en rola­


m iento de las potencias de actuar es una cuestión de colinealización,
es decir de producción de los deseos adecuados (al deseo-am o). Si el
capitalism o debe ser captado en sus estructuras, debe en ton ces ser
captado tam bién com o un cierto régim en de deseo - p o r el placer de
una paronim ia foucaultiana, podría decirse: una ep ith u m e.1 H ablar
de epithu m e es otra m anera de recordar que las estructuras, objetivas,
com o ya lo había señalado Bourdieu, pero tam bién Marx, se prolon­
gan necesariam ente en estructuras subjetivas, y que las cosas sociales
externas existen tam bién necesariam ente bajo la form a de una in s­
cripción en las psiquis individuales. En otros térm inos, las estructuras
sociales tienen su propio im aginario en tanto que se expresan com o
configuración de deseos y de afectos. Hablar de epithu m e, en este caso,
es decir tam bién que entre la multiplicidad de las estructuras sociales,
aquellas que tienen que ver con las relaciones del capitalism o han ad­
quirido una consistencia y una centralidad que las constituyen en el
principio organizador de la mayor parte de la vida social. La ep ith u m e
capitalista no agota la variedad de los deseos en el seno de las so­
ciedades contem poráneas, pero capta de ellos la gran parte com ú n:
desear deviene m ayoritariam ente desear según el orden de cosas ca­
pitalista, o para decirlo de otro modo: las m aneras de desear bajo las
relaciones sociales capitalistas. De cierta m anera, la idea de ep ith u m e

l. A partir del griego cpilhuinia, que significa deseo.

67
com o régim en de deseo identificable solo tiene un sentido referido a
la coherencia de un conju nto de relaciones y de prácticas. Quizás se
la enunciaría m ejor a pequeña escala, por ejem plo la de esos univer­
sos que Bourdieu ha descrito bajo el nom bre de cam pos, lugares de
convergencia de agentes com prom etidos en un m ism o "juego" social.
Y si Bourdieu habla de Musió para nom brar el interés de los agentes
en dejarse apresar en el “juego”, el térm ino epithu m e, abarcando sin
duda cosas muy sem ejan tes, a saber las propias fuerzas m otrices del
com prom iso en el juego, no deja de conservar com o efecto distintivo
el hecho de m arcar m ejor hasta qué punto este "interés" es en último
análisis, y conform e a la ligazón orgánica del interés y del conatus,
una cuestión de deseo y, por consiguiente, de afectos.
A escala m acrosocial tam bién hay u n a ep ith u m e, y es cap italis­
ta. U no podría pregu n tarse, por otra parte, si la sociedad cap ita­
lista no es la p rim era en p resen tar por co n sig u ien te un régim en
d e con ju n to de deseo y de afectos - u n a vez m ás, "de co n ju n to ” no
tiene una sig n ificació n exhaustiva, sino qu e da una in d icació n de
escala. Y uno podría p regu n tarse ig u alm en te cóm o calificaríam os
a la ephU u m e que la precedió, dando por su puesto que pueda iden­
tificarse una que haya tenido propiedades com p arables de exten­
sión , de co n sisten cia y de in flu en cia estru ctu ra n te sobre los im agi­
n arios deseantes -¿ q u iz á s una ep ith u m e de sa lv a ció n ?-. Inscrip ta
en el tríptico objetal fund am ental del dinero, de la m ercan cía y del
trabajo, añad iéndole quizás por en cim a, y com o para form ar un
tetraedro, el o bjeto g en érico su p lem en tario de la grandeza, pero
esp ecíficam en te redefinid a según los tres vértices de la base (gran­
dezas de la fortu na, de la osten tació n y de los logros p rofesionales),
la ep ith u m e capitalista recapitula los o b jeto s de deseo d ignos de ser
perseguid os y los afectos que nacen de su persecución . La ep ith u m e
es el producto del trabajo que la sociedad no cesa de h acer sobre
sí m ism a. Y que de igual m anera no cesan de hacer, en su propio
seno, ag en tes o grupos de agentes interesad os en prom over im agi­
n arios de deseo m ás d irectam en te co n fo rm es a su s propios objetos.
Se puede llam ar "ep ith u m o g en ia" a este trabajo de producción de

68
deseos, in g en iería de los afectos 110 siem p re abandonada al gran
proceso sin su jeto de las auto-afecciones del cu erpo social, in clu so
m anipulada a veces con fines muy d eterm inad os, com o lo atestigua
el investim ento activo de la em presa neoliberal en las p rácticas de
colinealización.
Por supuesto que todo lo que se ha dicho sobre la dependencia
m onetaria, sobre su refracción jerárquica en la organización, o sobre
el apego a la m ercancía a través del consu m o, ya entraba co n ple­
no derecho en la epithu m e capitalista - e l dinero que hace sobrevivir,
seguido de los objetos cuya acum ulación alegra, ¿no p erten ecen al
orden del deseo y de los afectos? Pero las tran sform acion es recientes
de la relación salarial, que m anifiestan com o nunca antes el proyecto
cero-a, ayudan a ver m ejo r que del lado m ism o de los asalariados, la
epithu m e capitalista no se detiene allí. Por eso la com plexión pasional
de los asalariados, devenida m ás rica de lo que suponía im p lícita­
m ente la tesis marxista de la explotación desnuda prolongada en so­
ciología del consum o fordista, no se d etiene ni en el deseo de dinero
que hace sobrevivir, ni el de los bienes de co n su m o ofrecidos a la
com pulsión de adquisición.
¿Pero en qué consiste exactam ente esta extensión de la co m p le­
xión pasional de los asalariados requerida por el proyecto neoliberal
de alineam iento integral? N ecesariam ente en el en riqu ecim ien to en
afectos alegres, ¿pero m ás precisam ente?, en la producción de afec­
tos alegres intrínsecos. El prim er en riqu ecim iento - e l que h ab ía dado
a la epithu m e capitalista su configuración fo rd ista - había consistid o
en añadir a los afectos tristes del aguijón del h am bre, los afectos
alegres del acceso ampliado a la m ercancía co n su m ib le, y había co m ­
pletado el deseo de evitar un m al (la m iseria m aterial) con el deseo
de perseguir bienes (pero bajo la sola form a de los bien es m ateriales
para am ontonar). No cabe ninguna duda de que esta p rim era ad ju n ­
ción ha hecho m ucho por determ inar a los asalariados al a lin ea m ien ­
to sobre el deseo-am o del capital. Pero de una m an era in su ficien te,
ha juzgado la em presa neoliberal. Q ue de aquí en m ás tom a en sus
propias m anos el trabajo epithum ogénico.

69
Y h e <i<111 i su *‘»1 i ;i el a g u i j ó n del h a m b r e en»
■in ¿iI<h t<> ;;;i1.11 tal in trín seco , poro era un a léelo trisle; la alegría
<miMimusl.i *!K claram en te un afecto alegre, pero es extrín seco ; la
ep iilitn n o gen ia neoliberal se propone en to n ces producir afectos a le ­
gras ¡n ir íim co s. lis decir, in tran sitivo s y ya 110 dirigidos a o b jeto s
exteriores a la actividad del trabajo asalariad o (corno los b ien es de
co n su m o ). Es en to n ces la actividad m is m a lo qu e h ace falta re co n s­
truir o bjetivam ente e im ag in ariam e n te co m o fu e n te de alegría in­
m ed ia ta . El deseo del co m p rom iso salarial ya no d ebe ser so lam en te
el deseo m ediato de los b ien es qu e el salario p erm itirá ad qu irir p or
otro la d o, sin o el deseo in trín seco de la actividad por sí m ism a . Por
eso la ep ithu m o gen ia n eo lib eral se da co m o tarea esp ecífica la de
producir a gran escala d eseos qu e hasta en to n ce s no existían , o
que existían so lam en te en enclaves m in o rita rio s del cap italism o,
d eseos del trabajo feliz o, para to m ar d ire cta m en te su propio léxico,
d eseos de "crecim ien to p erso n al” o de “realizació n p erson al" en el
trabajo. Y el hecho es que, al m en o s in stru m en ta lm en te, acierta al
h acerlo. In trín seco s tristes o ex trín seco s alegres, los deseos-afectos
que proponía el capital a su s en rolad os no eran su ficien tes para
d esarm ar la idea de que “la verdadera vida está en otra p a rte”, es
d ecir para reducir los a residuales. Pero si de aquí en m ás puede
co n v en cerlo s de la prom esa de que la vida salarial y la vida a secas
se co n fu n d en cada vez m ás, de qu e la prim era le da a la seg u n ­
da sus m ejo res oportunidades de alegría, ¿con qu é su p lem en to de
m ovilización no puede contar? Pues lo s asalariad os se rendían al
d eseo-am o a regañad ien tes, o bien pensan d o en alegrías exteriores
en las cu ales los proyectos de este no en tra b a n , en pocas palabras
p en saban ante todo en otro cosa. Pero si de reticen tes se vuelven
"co n se n tid o re s’', en to n ces serán m ovidos de otra m an era. “D e otra
m an era" sign ifica m ás in ten sam en te.

70
Lis apodas del con sen tim iento

La em presa de hoy quisiera idealm ente naranjas m ecánicas, es de­


cir sujetos que se esfu ercen por sí m ism os siguiendo sus norm as,
y como es (neo)liberal, adem ás de m ecánicos los quisiera libres:
m ecánicos para la certeza funcional, y libres al m ism o tiem po por
la belleza ideológica del asunto, pero tam bién considerando que el
libre arbitrio es en definitiva el principio m ás seguro de la acción
sin reserva, es decir de la potencia de actuar en teram ente entregada.
El carácter extrem o del proyecto de la em presa neoliberal, y de sus
procedim ientos, da cuenta con elocuencia del en riqu ecim iento de la
econom ía pasional de la relación salarial sobre la cual piensa, no sin
razón, que puede apoyarse. Pues finalm ente, es muy cierto que cada
vez m ás los asalariados andan por sí m ism os. Sin pretender jugar
demasiado con los nom bres de objeto, puede decirse en ton ces qu e
las naranjas m ecánicas son automóviles. Si auto-móvil es el carácter
de lo que se m ueve por sí m ism o, entonces la producción de autom ó­
viles salariales (puesto que, por el doblez de género de la gram ática,
lo general exige el m asculino, reservando co ch e2 para el fem enin o),
es decir de asalariados que se activan por sí m ism os al servicio de
la organización capitalista, es indiscutiblem ente el m ayor logro de la
em presa neoliberal de colinealización. Pues "por sí m ism o s” tiene
aquí com o prim era y m ás evidente significación: fuera de coacción,
sin que se los fuerce, por su propio m ovim iento. Toda la sociología
(o sociopsicología) del trabajo señala este extraño hecho -re s p e cto de
la atm ósfera de coerción que hasta el m om ento había rodeado la in ­
corporación al tra b a jo - para preguntarse por los m ecan ism os de esta
nueva "servidum bre voluntaria”, esta form a de servidum bre defini-
livamentc particular puesto que, en efecto, los som etidos la consienten.
Ahora bien, se trata de una cu estión tan vieja com o la filosofía
política, que las cien cias sociales del trabajo redescubren por su pro­
pia « lienta, Pues el con sen tim iento forma parte de esas n ocion es,

>■ VíiífMi*., qtir »-*11 mi !iii|!t.inliv<) l<»tniruino. (N. cid T.|

71
tales com o la obediencia, la legitim idad, o (ai con trario) la coacción
y la coerción, entre las cuales se plantea el m isterio del poder com o
"acción sobre ace'¡oríes”,* el poder com o un arte de h acer hacer. Por otra
paite, ¿es la m ejillón l.m m isteriosa para el enten d im ien to coutern-
poi.m eo? !\iie<<* que ■«ida vez m enos, ;:i juzgar por la com prensión
iiiiiH-diat.i de hi que p.ueee ser objelo la idea de "con sen tir". Pero esta
»x*»t< illt7 m engañosa, o si dice la verdad, es a propósito de otra cosa,
do de l.i idea m ism a de co n sen tim ien to , sino m ás bien de su relación
« mi <leí la «•onlij.'uradún intelectual en el seno de la cual adquiere su
«mi.'u leí d<* evidencia. 1.a configuración en cuestión no es reciente
pero nos pertenece com o nunca antes. Pues la falsa transparencia
<!«•! con sen tim iento es el sín tom a de la m etafísica de la subjetividad
y l.i$ «lili« uli.ides de una son inm ediatam ente las de la otra.
lodo parece no obstante co m en zar con la m ayor facilidad: el con-
•leiitiunento es la aprobación íntim a otorgada por una voluntad li-
ln lis el sujeto au téntico en su núcleo duro lo que habla cuando se
etm tu i.i el con sen tim iento. Hay un yo autónom o, cuya existencia es
Indudable y que, en las cond iciones adecuadas, se m anifiesta a lavez
com o la fuente y co m o la n orm a del consentir. Parece que sabem os
muy bien lo que es consentir, y sin em bargo se m ultiplican los con­
sen tim ien to s problem áticos. El "es mi elección" que debería cerrar la
d iscusión, puesto que no hay nada por encim a del sujeto fundador y
autofuiulado, no log ia reducir todas las dudas, y hay co n sen tim ien ­
tos individuales a los cuales los observadores externos no quieren
consentir. Así por ejem plo: él sigu e a un gurú, pero nadie lo fuerza
a hacerlo; ella lleva velo, pero es ella la que quiso; él/ella se encade­
na a su Iralxijo doce horas diarias por día, pero exclusivam ente por
iniciativa propia y sin que nadie lo coaccione. Incom odidades in ju sti­
ficables cuando el etos intelectual y práctico no debiera en principio
ten er nada que decir. La contradicción entre el rechazo a validar es­
tos co n sen tim ien to s y la ortodoxia de su m an ifestación -p u e sto que

3. Michel Foucault, “Deux essais sur le sujet et le pouvoir", en Hubert Dreyfus et Paul
Rabinow, Michel Foucault. Un parcours philosophique, coll. "Bibliothèque des sciences
humaines”, Gallimard, 19S4.

72
son expresados en prim era persona por un sujeto que problem atiza
explícitam ente su no-constricción y su sin cerid ad - no es fácilm ente
soluble y no deja finalm ente m ás qu e dos reducciones posibles (de
hecho sim u ltán eam ente necesarias): sea del lado del objeto, al soste­
ner que hay cosas a las cuales "in trín secam en te” uno no podría co n ­
sentir; sea del lado del sujeto, cuyo con sentim iento ha sido falseado
o fraudulentam ente obtenido -¿ p e ro no es su cualidad m ism a de
su jeto la que se pone entonces en entredicho, puesto que con ocería
extrañas in term itencias? ¿y cóm o decir, por consiguiente, cuándo el
sujeto es íntegro y cuándo no lo es?
El punto de vista spinozista corta radicalm ente con estas dificulta­
des. Pues si consentir es la expresión auténtica de una interioridad li­
brem ente autodeterminada, entonces el consentim iento no existe. No
existe si uno lo entiende com o una aprobación incondicionada de un
sujeto que solo procedería por sí m ism o, pues la heteronom ía es la
condición de toda cosa -in clu so de las cosas hum anas, y no hay n ingu ­
na acción que alguien pueda reivindicar com o enteram ente suya, pues
toda cosa se encuentra bajo el im perio de la causalidad inadecuada,4
es decir parcialm ente determinada a actuar por otras cosas exteriores.
El etos individualista, en el cual se ha prolongado la m etafísica de la
subjetividad, se niega con sus últim as fuerzas a considerar sem ejan te
idea. Es cierto que se le juega en ello su disolución pura y sim ple. A ho­
ra bien, un hábito de pensam iento y de rem itirse a sí m ism o, ahora tan
inveterado, no cede fácilmente; y la idea de la completa determ inación
no tiene ninguna oportunidad, salvo por la violencia de una suerte de
conversión, de acabar fácilm ente con la creencia tan profundam ente
incorporada «mi la facultad de autodeterm inación en la cual el indivi­
duo establece su identidad de "su jeto”. Com o para term inar de d eses­
tabilizar esta ( re ñ id a , y para señalar precisam ente su real estatuto de

A. "I Jauto c.uinii *»(!«’( u.ul.i a aquella que permite, por si misma, percibir claramente y
(linlintaniiMilr mi <*|ri lo. l lamo en cambio causa inadecuada o parcial a aquella que no
permito foiii|»ir>n<lei :iu ••lecto por sí sola" {Bien. III, definición 1); "... digo por el con-
li mió que »unión panivo» cuando se produce en nosotros, o cuando se sigue de nuestra
naiur.ilr/a, .il|fo ilr lo <nal no somos sino causa parcial” {Ética, III, definición II).

73
creencia, Spinoza nos entrega con una suprem a habilidad su princi­
pio genético, el m ecanism o de su engendram iento en la im aginación:
"Los hom bres se equivocan cuando se creen libres; pues esta opinión
consiste solam ente en que son concientes de sus acciones e ignoran­
tes de las causas que las determ inan" (Ética, II, 35, escolio). La idea de
su libertad no es sino el efecto de una capacidad de in telección insu fi­
ciente y de la m utilación resultante: incapaces, y con razón, de rem on ­
tar la cadena infinita de las causas antecedentes, no registran m ás que
sus voliciones y sus acciones, y se entregan a lo m ás fácil, que consiste
en considerar que son su verdadera causa, el único origen. Ahora bien,
no hay ninguna acción que sea m ás que un sim ple m om ento en la
infinita secuencia de la determ inación de las cosas por las cosas. "U na
cosa cualquiera que es finita y cuya existencia está determ inada, no
puede existir ni estar determ inada a actuar sino está determ inada a la
existencia y a la acción por otra causa que es igualm ente finita y cuya
existencia está determ inada", enuncia (Ética 1 ,28) con su absoluta aus­
teridad geom étrica5 que solo hacem os algo si nos sucede algo. Tal es
en electo el sentido de la secuencia elem ental afección-afecto-acción
que tendríam os m uchas ganas de contraer en afectación - , que apela
al requerim iento antecedente de un encuentro, de una “aventura’' - lo
qu e nos adviene, recuerda Barthes6- para hacer que la energía libre
del conatus se ligue a algo, objeto o proyecto, y p or consiguiente que se
com prom eta en una acción precisa y determinada. Porque es nuestra
energía, la del conatus, la que se activa en la movilización deseante,
podem os decir que esa es nuestra acción y que, en un sentido - d é b il-,
actuam os p or nosotros m ism os: som os auto-móviles. Pero "por nosotros
m ism o s" no ofrece m ás que una indicación aetancial y no dice nada
de todo lo que la precedió. Y aunque automóviles, som os irrem ediable­

5. Ética. I, 28: "Una cosa singular, o en otros términos una cosa cualquiera que es fini­
ta y cuya existencia está determinada, no puede existir ni estar determinada a actuar si
no es determinada a la existencia y a la acción por otra causa que es igualmente finita
y cuya existencia está determinada; y a su vez esta causa tampoco puede existir ni estar
determinada a actuar si olra causa igualmente finita y cuya existencia está determina­
da no la determina a la acción, y así sucesivamente al infinito”.
6. Kolnud Barthes, La chambre clairc. Notes sur la pholographie, Seuil, 1980.

74
m ente héterodeterm inados. Indudablem ente nuestra fuerza de deseo,
nuestra potencia de actuar nos pertenece enteram ente. Pero le debe
todo a las interpelaciones de las cosas, es decir al afuera de los en cu en ­
tros, cuando se trata saber hacia dónde y cóm o se dirige.
La cu estión de la autenticidad o de la propiedad del deseo no so­
brevive al abandono del punto de vista subjetivo y al giro de la m i rada
hacia el exterior de la infinita concatenación de las causas. O más
bien, se disuelve com pletam ente, puesto que al m ism o tiem po n in ­
gún deseo es m i obra, por su d eterm inación exógena, y todo deseo es
in d iscu tiblem en te m ío en tanto que es la expresión m ism a de m i po­
tencia conativa. Y aquí es donde la idea del consentim iento com ienza
a zozobrar: naufraga con su opuesto, la alienación. Pues si estar alie­
nado es estar im pedido de proceder por sí m ism o por en con trarse
encadenado a “otro distinto de sí”, enton ces la alienación no es m ás
que u na palabra d iferente para decir héterodeterm inación, es decir
servidum bre pasional, la condición m ism a del hom bre (bajo el régi­
m en de los afectos pasivos). La alienación, d eterm inación por el afue­
ra, carece ella m ism a de afuera, puesto que no hay "n ingu na cosa fi­
nita y cuya existencia esté determ inada que pueda existir y actuar sin
haber estado determ inada a la existencia y a la acción por otra causa
que es igu alm ente finita, etc.”. Por eso, a la etim ología real de la alie­
nación, que n om bra la presencia de otra cosa distinta a sí (alien, alius)
en la d irección de sí, podría añadirse una etim ología im aginaria que
en “alienar" escu ch ara sobre todo “lien ”,7 y que reconociera así la ca­
dena in fin ita de la producción de efectos, en el seno de la cual som os
a la vez causados y cau santes. Si se com prende así, estar alienado es
estar encadenado, en to n ces lejos de ten er que estar reservada para
ataduras particu lares, para las cuales por otra parte som os incapa­
ces de decir en qué co n siste objetivam ente su particularidad (aparte
de que no las qu isiéram o s para nosotros), la alienación es nuestra
condición m ás ordinaria - y m ás irreversible. La alienación se ofrece
enton ces para co n tin u ar la serie de los “no existe”, pero b ajo el modo

7. Lazo, vínculo, en francés. |N, del T.|

7S
paradojal del exceso de existencia: universal, está por todas partes, y
si "no existe”, es com o otro de u n (inhallable) estado de integridad y
de perfecta coincidencia del su jeto con sí m ism o.
Así, la alienación y el consentim iento “auténtico" se desvanecen
conjuntam ente, y no quedan m ás que los m ovim ientos del deseo, io­
dos iguales bajo la relación de exodeten n in ación . La m anía de las diferen­
cias y del juicio ve su suelo hundirse -d ifícilm en te se niegue la inco­
modidad que resulta de esto en principio. Pues Spinoza va muy lejos
en su renunciam iento a clasificar, al m enos bajo este único criterio:
“Si algún hom bre viera que puede vivir m ás cóm odam ente suspendi­
do en la horca que sentado a su m esa, actuaría com o un insensato si
no se colgara".^ Sin dudas este deseo es extraño, pero no ha estado
"m e jo r” ni “peor'' determ inado que cualquier otro, y el m ovim iento
espontáneo que hace considerar alienado hasta la aberración al aficio­
nado que consiente la "vida suspendida" se dem uestra rápidam ente
engañoso. A la incoherencia subjetivista que no consigue desm ontar
la sospecha de alienación respecto de consentim ientos no obstante
expresados term inantem ente, Spinoza responde con la m ás extrem a
consecuencia: “Ahora dejo que cada uno viva según su com plexión y
consiento que aquellos que lo deseen m ueran por lo que creen que es
su bien, siem pre que a m í se m e permita vivir para la verdad".9 En este
caso se trata m enos de hacer com entarios sobre la política im plícita de
esta aceptación -p o lítica de la coexistencia posible de todas esas com ­
plexiones, replegada por com pleto en la reserva del "siem pre qu e”- , y
antes bien de tom ar nota del juicio que se desactiva de esta m anera. Tal
corno hizo anteriorm ente con la ficción del libre arbitrio, y porque no
hay m ejor recurso para liberarse de una ilusión que exhibir su génesis
imaginativa, Spinoza nos da la clave de esta reticencia a consentir los
consentim ientos de los otros cuando no nos gustan, y de la m anía
de buscarles el defecto que se sigue de ella: “Este esfuerzo por hacer
que los otros aprueben nuestro am or o nuestro odio es en realidad la

8. Ciarla X X III a Hly<.*nbergli, Spinoza, Tralcifki político. Carlas, traducción de Charles


Appnlm, GlM'lainmarion. 1966.
9. Carta XXX a Oldenburg, op. cil.

76
Ambición; observamos así que cada uno, por naturaleza, desea que
los otros vivan según su propia con stitución".10 El inm enso alcance
político de este enunciado salta inm ediatam ente a la vista, puesto que
ofrece el principio de todas las guerras de religión y de todos los ch o ­
ques de civilizaciones, colisiones de maneras de vivir atorm entadas
por no ser compartidas, es decir por no ser validadas, cosa de la cual,
piensan los atormentados, solo podría dar testim onio el hecho de que
sean imitadas. Pero sobre todo Spinoza nos da aquí el origen del juicio
de alienación, y sitúa en nuestros afectos -n u e stro s am ores y nues­
tros odios, tales que nos hacen valorizar las co sa s11- la plenitud de
consentim iento que le atribuim os a aquellos que viven según nuestra
complexión y que le negamos a los demás.

La obediencia alegre

Todos los deseos son iguales bajo el aspecto de la determ inación, de


la heteronom ía y de la servidum bre pasional. Y sin em bargo, esto no
suprim e toda diferencia. Pites la determ inación a actuar que dirige
el conatus hacia tal o cual dirección reconoce am bientes afectivos
variados* La sil nación pasional de la relación salarial es su ficien te­
m ente rica com o para t*m errar tal variedad. Si el sentido com ú n se
resiste a la idea de hacer entrar la mera reproducción m aterial, vi­
vida com o coacción y no corno impulso o arrebato, en la categoría
del "deseo", es porque lu ce la distinción, de m anera pertin en te pero
confusa, fu tre el deseo de evitar un mal y el deseo de perseguir un
bien. Y la haio lanío mi'|oi en la medida en que, devenido sentido
com ún lorditfla, v«* muy claram ente los afectos distintos que produ­
cen en él l.i impotfu ion (otidiana de “el dinero que hay ir a ganarse"
y la pei\*iprt liv.i aleare del acceso a los bienes de consum o. Adem ás,

H» l'tli i* III. 11. rMUnlln.


11 l'ni film, ••iillcndo n«|ul lod.i ícmit.i de alegría y, además, todo lo que conduce a
11 lili'it’Hi wliiimU- lo i[iic s;»tlsf;ici* un desno. Por mal, entiendo toda forma de
iit'.lf/.t. »>i|»ri UlmnUr tu qu»* Intrata mt deseo" (Flír;«, III, 39, escolio).

77
los objctoá m ercantiles solo resultan un com p on en te “transitivo” en
«'i conjunto del deseo salarial -p u e sto que ahora es evidente que el
deseo salarial global es el conglom erado de una pluralidad de deseos
elem entales. 1.a fuerza de la form a neoliberal de la relación salarial
depende p recisam ente de su proyecto de rein tern alizar los objetos
del deseo, y ya no bajo la única esp ecie del deseo de dinero, sino
com o deseo de otras cosas, de nuevas satisfacciones intransitivas, es
decir inh erentes a la propia actividad salarial. D icho de otra m anera,
el proyecto salarial neoliberal es un proyecto de en can tam ien to y de
disfrute: se propone enriqu ecer la relación en afectos alegres.
Los asalariados bajo el im perio de la em presa y de sus m andatos,
com o los ciudadanos bajo el im perio del Estado y de sus leyes. Cóm o
es que los hom bres se su jetan a una entidad soberana y a sus norm as,
es una cuestión de filosofía política. Con qué com binación de deseos
y de afectos, es una cuestión de filosofía política spinozista. Es exacta­
m ente aquí donde se exhibe su extraordinaria generalidad, pues sien ­
do en principio filosofía de los poderes y de las norm as identificadas
strictu senso com o políticas (las de la Ciudad y su gobierno), se revela
de hecho com o filosofía de los poderes y de las norm as de cualquier
tipo, localizables en todas las instituciones sociales.12 Esta generalidad
acom paña a otra, m ucho m ás im portante todavía, y que se sostiene en
una suerte de silogism o: el poder, con mayor razón considerado a la
m anera de Foucault com o conducción de las conductas o acción sobre
acciones, es un arte de h acer hacer, ahora bien, hacer hacer es el efecto
m ism o de los afectos, puesto que el afecto es lo que una afección (un
encuentro de cosa) m e h ace (ella produce en m í alegría o tristeza) y lo
que com o consecuencia m e hace hacer, pues de un afecto resultan una re­
dirección del conatus y el deseo de hacer algo; por consiguiente el po­
der, en su propio modo de operar, pertenece al orden de la producción
de afectos y de la inducción m ediante afectos. Conducir las conductas

12. Para una lectura del Tratado politico com o teoría general de las instituciones so­
ciales, ver Frédéric Lordon, “L'empire des institutions”, Rcvuc de la Regulation, n* 7,
2010, http://regulation.revues.org/; "La puissance des institutions", Revue du MA USS
permanente, 2010.

78
no es entonces nada más que un cierto arte de afectar; y gobernar es
efectivam ente, conform e a su etim ología, del orden de dirigir, pero en
el sentido m ás literal, e incluso geom étrico del térm ino, es decir o rien ­
tar los conatus-vectores de deseo hacia ciertas direcciones. El poder es
el conjunto de las prácticas de colinealización.
Spinoza llam a obsequium al com plejo de afectos que hace que se
m uevan los cuerpos sujetados hacia los objetos de la norm a, es decir
que hace hacer a los sujetos -d o n d e sujeto es entendido en el sentido
de subditusy no de subjectum, sujeto del soberano y no sujeto so b era n o -
ios gestos correspondientes a los requisitos de la perseverancia de su
im perio. El obsequium conoce dos fórm ulas puras de las cuales resulta
la orientación norm ada del com portam iento por la cual el sujeto sigue
(sequor) la regla: “Los sujetos dependen no de su propio derecho, sino
del de la Ciudad, en la medida en que tem en su potencia, es decir su
am enazas, o tam bién en la medida en que am an la sociedad civil" (TP,
III, 8 ).13 He aquí la verdad afectiva bipolar del poder: funciona con el
miedo o con el amor. Esta verdad vale para todos los poderes, incluido
el poder patronal. Y com o todos los poderes, el poder patronal descu­
bre en la experiencia que es m ucho m ás eficaz reinar con el am or que
con el miedo. Pues los hom bres aspiran a vivir una vida digna de ese
nom bre, “entiendo por esto una vida hum ana, que no se define por
la sola circulación de la sangre y por las dem ás funciones com u n es
a todos los anim ales” (TP, V, 5 ).u Ahora bien, la sola reproducción
material de la vida desnuda no va m ucho m ás lejos de "la circulación
de la sangre" y, por im periosam ente deseable que sea, no ofrece uu

13. O sea, Tratado político, capítulo III, artículo 3, aquí en la traducción <li' Charles
Rnmond, Œuvres V, coll. “Épimétlióe’’, PUF, 20<)5.
14. La referencia a la circulación de la sangre tiene aquí probablemente mu 1unción
polémica dirigida en contra de Hobbes, para quien las imt.iludonen politican son un
medio suplementario que se dan loa conutus individúale;; paru connemtae, pno
quien define el conatus como lo« movimientos reflejos del cuerpo que apunl-iu ¡i pu*
servar la función vital de la circulación de la sangre, por ende {)C({úri ilti/i liu.ilkLid de
mera auto-constmjciún, mientras Spinoza concibe el conatus corno movimiento de
la perseverancia en el ser (y no en un cierto estado), es decir, lendencjalinente, corno
efectuaciones de potencia tan extendidas y variadas como sea posible.
horizonte al despliegue de la potencia de actuar. H acer disfrutar al su­
jetado es la estrategia del poder que organiza ese despliegue pero en
las direcciones "adecuadas", las de su propio deseo-am o, y en vistas de
su captación. Es de esta manera que el m ovilizador se propone acabar
con la "reserva" de los movilizados, puesto que el sujetado resultado
alegrado cuando ve que se le proponen deseos que tom a por los suyos,
y que de hecho devienen suyos. Es entonces que se pone en m ovim ien­
to sin reserva - y entra en el universo m eloso del consentim iento, cuyo
verdadero nom bre es obediencia feliz.
Obedecer es no obstante una carga pues, nos recuerda Spinoza en
num erosas ocasiones, a los h om bres no les gusta encontrarse bajo
la dependencia de aquellos a quienes consideran su s iguales. El in­
dividualismo moderno ha vuelto caducas las estrategias sim bólicas
del pasado que revestían al rey de atributos divinos para dotarlo de
una diferencia absoluta en el im aginario com ún. En el reino formal
de los iguales, los patrones (de todo tipo: los enroladores) deben bu s­
car otros procedim ientos de colinealización susceptibles de producir
la obediencia sin carga. Con o sin carga, es decir con tristeza o con
alegría: tal es la verdadera antinom ia en la que se resuelve la falsa an­
tinom ia de la coerción y del consentim iento. Para salir de las aporías
del consentim iento de algunos que le parecen coerciones a otros (pero
bajo la forma mediadora de la alienación, puesto que el "coerciona-
do”, visiblem ente extraño a sí m ism o, dice estúpidam ente “s í”), no
hay m ás opción que tom ar nota prim ero de la universal servidum bre
pasional, para luego volver a poner a cargo de sus contenidos afectivos
particulares el establecim iento de las diferencias. Pues si todos esta­
m os igualm ente som etidos a nuestras pasiones y encadenados a nues­
tros deseos, es muy evidente que encadenado contento o encadenado
triste no es la m ism a cosa. “Coacción'’ y “con sen tim iento" no son nada
m ás que los nom bres que tom an los afectos de tristeza o de alegría en
situaciones institucionales de poder y de norm alización. Esta cuestión
de la nom inación es decisiva en Spinoza - n o hay más que ver a qué
callejones sin salida conducen las palabras coacción y consentim iento
a quienes transform an sim ples expresiones subjetivas de afectos en

80
operaciones objetivas. Si Spinoza asum e la m olestia y el riesgo - p r in ­
cipalm ente el de ser mal entendido al desconcertar los hábitos léx ico s-
de rehacer los nom bres, en particular los nom bres de los afectos,15 es
para no dejarse apresar en las trampas de las palabras del con ocim ien ­
to del prim er género, conocim iento "por experiencia vaga”, 16 espontá­
neam ente formado en la vecindad de los afectos y en la ignorancia de
sus verdaderas causas. Como ya lo ha señalado François Zourabichvili,
Spinoza se entrega a la necesidad de inventar una nueva lengua:17 hay
un “habla spinoziano”, pues hay que rehacer los nom bres para m arcar
la ruptura entre el conocim iento del prim er género y el del segundo,
conocim iento de las cosas desde el punto de vista de la objetividad ge­
nética. Incluso Durkheim se deja atrapar; así, por ejem plo, afirm a m u ­
chas veces que la "coacción" es el m odus opem n di de las norm as insti­
tucionales. Ahora bien, "coacción” no es m ás que la expresión de un
sentim iento, allí donde el hecho objetivo que expresa (subjetivamente)
es el de la determ inación causal. Y en este sentido, uno no está m enos
"coaccionado" - d e hecho determ inado- cuando consiente. Coacción y
consentim iento son dos form as vividas (respectivam ente triste y ale­
gre) de la determ inación. Ser coaccionado es haber sido determ inado
a hacer algo pero encontrándose triste. Y consentir -co n se n tir a seguir,
en el sentido del sequor del ob seq u iu m - es vivir la obediencia pero ali­
gerada de su carga intrínseca por un afecto alegre.

El reencantam iento espontáneo

¿De dónde vienen los afectos que constituyen la d eterm inación ale­
gre del æ q u or y el aligeram iento de la obediencia? Muy cu riosam en te,

15. "Sé muy bien fine estos nombres tienen otra significación en el uso corriente. Pero
mi designio no es explicar el sentido de las palabras, sino la naturaleza de las cosas"
(tilica. III, definición de los afectos XX, explicación),
lo. ¡hirn, 11, -io, escolio U.
17, l;ran<,oÍ!; ’/.omnlmlivili, SfHHtna. i»Hr pfiysújiir iIr 1<i pensfr, coll. “ Philosophie
d'aujourd'hui", 1*111', .»ntu,
v i n t é n «‘ti [MiiiHM luf/,.n «leí ,r;.il.ui.nlo m i s i n o , .1 q u i e n s u s p r o p i o s
me< .i i i i k h i o m p .m o n .il r n a d a p l.t liv o s p t i c t l m »*11 i p i . i j r i r .1 vocea ;i la re-
<olm .M io n «Ir :iu ’>11u .1• |ón d e o m o l a t l o .
Li por!il)ili«l.i«l <1<- r.'.t.i !i,m)ilij,;iir,u ióii It* debo lodo .1) hecho deque*
nm m iii.i «0*1.1 ni siln.u ión, «mi lanío que lal, im pone 1111 valor o un
«entul«» del cii.il seria objetivam ente portadora. Spinoza 110 cesa de
irisislir «obre ente punto: ni el valor ni el sentido p erten ecen a las co ­
sas, sino que son ¡m nlim ilos por las Fuerzas deseantes que se apode­
ran de ellas. "No nos esforzam os hacia algún objeto, no lo qu erem os,
no lo perseguim os, ni lo deseam os porque es un bien , sino al co n tra­
rio, solo juzgam os que un objeto es un bien porque lo qu erem os, lo
p erseguim os y lo d eseam os” (Ética, III, 9, escolio). Segu ram en te este
enunciado se cuenta entre aquellos que h acen a la in quietante rareza
del sp in ozism o y le dan su poder de descon certar n uestros hábitos
de p ensam ien to m ejo r establecidos, puesto qu e al invertir el vínculo
que establecem os espontáneam ente entre deseo y valor, arruina toda
posibilidad de un objetivism o del valor. El valor no es una propiedad
in trínseca de las cosas a la cual el deseo, co n un carácter de m ero re­
conocedor, no tendría m ás que adecuarse; y nuestro deseo no es sim ­
plem en te esfuerzo de orientación en un m undo de deseables que e s­
tán objetivam ente ya ahí. En el extrem o opuesto de la rep resen tación
esp ontánea que plantea la anterioridad del valor al deseo, el escolio
de (Etica, III, 9) enuncia que son los investim en tos del deseo los que
se en cu en tran fundam entalm ente en el p rincipio de la valorización
de las cosas. Lejos de que el deseo sea una in d u cción por el valor, este
es una producción por el deseo. Y ten em o s fundam entos para decir
que el deseo es una potencia axiógen a.
¿Q uiere esto decir que toda cosa y toda situación se nos presentan
concretam ente en una suerte de neutralidad virginal y a la espera de
nuestro libre investim ento axiogénico? Evidentem ente no, pues la va­
lorización de las cosas, actividad que da espontáneam ente el conatus,
se estructura en cada uno bajo un conjunto de esquem as axiológicos
y de p revalorización constituidos, en el cual las nuevas cosas en co n ­
tradas son llamadas a insertarse según vínculos de conectividad m ás

82
o m enos modulados por las características de la "situación de en cu en ­
tro’': enfrentado a determ inada obra de arte, le otorgo determ inado
valor porcjue puedo cotejarla con obras anteriorm ente encontradas y
ya valorizadas por m í, y porque además la encuentro en determ inado
lugar (m useo, galería) qu e ya he reconocido com o institución legítim a,
y en com pañía de determ inada persona a la que considero igualm ente
consejera autorizada y que la elogia (o por el contrario, sitúo a la obra
en el extrem o opuesto de aquellas que ya he valorizado com o bellas,
en un lugar que considero a p rio ñ que acostum bra decepcionarm e,
teniendo en m ente opiniones favorables pero de personas a las que
considero desfavorablem ente). Que m i com plexión valorizante (axio-
génica) esté llamada a enriquecerse y a evolucionar con el pasar de
m is nuevos encuentros de cosas, no im pide que tenga sus lín eas de
fuerza y sus esquem as resistentes - y esto aunque mi com plexión pue­
da conocer profundos y repentinos reacornodam ientos a raíz de un
encuentro fuera de lo com ú n (fuera de mi com ún). La situación de va­
lorización de una cosa recién encontrada, m la práctica - oponiéndose
este "en la práctica" al “en tanto que la I1' bajo el cual se ha introducido
el enunciado de (Ética 111,9 ) - , no tiene entonces nada de una isotropía
axiológica: no tiene la indiferencia de un terreno virgen en el que todas
las valorizaciones serían ex an te equiprobables. Mi complexión axioló­
gica, socialm ente y biográfica mentí* constituida, es entonces fuerte­
m ente predeterm inante. Pero no es tam poco enteram ente saturante, y
deja a veces margen para un trabajo de revalorización dirigido bajo el
efecto de nuevas necesidades pasionales.
La s i t u a c i ó n s a l ar i a l , e s d e c i r el e n c u e n t r o c o n u n a t area i m p u e s t a ,
e n t r a m u y p r o b a b l e m e n t e e n la ( o m p l e x i ó n v a l o r i z a n t e del e n r o l a ­
do, y p o r el h e c h o il<» la p r o p i a s i t u a c i ó n d e i m p o s i c i ó n , c o m o c o s a
p e n o s a y e n t r i s t e c e d o r a , .ti m e n o s e n l a n í o s o l o lenpja p o r mó v i l la
e v i t a c i ó n del m a l q u e c o n s t i t u y e ^-1 de< a m i i e n l o ma t e r i a l , I V r o la m
existendi del c o n s t a s , q u e en e s p o n t á n e a m e n t e e s f u e r z o ha c i a l.i a l e ­
gr í a, p u e s t o q u e la alef*rí,i es a u m e n t o d e la poleiu u d e a< luar, t i e n e
a v e c e s la f u e r z a pa t a r e mv e r . l u :¡ituai m u é « d e : , t i na d a s e n p n m i pin
a s e r vi vi das c o m o e n l i i s t e í e d o i a x . "No; . ml oi . ' . . mi i i n pw p i o u i o v e i

hi
t odo a q u e l l o q u e ¡ r u g i r í a m o s q u e c o n d u c e a la a l e g r í a ” , r e c u e r d a
(/•/n a, III, /H), Y 1«> m e u n o (írtim , III, 1*■?): "K1 e s p í r i t u s e e s f u e r z a l an-
lu i i t i n o ni i i i í .i } ; i m .ii lo q u e i m t e n i e n l a o lo q u e s e c u n d a a l.i
IMilrin i.i de it 111,11 del i ni*i po" , o a l.i iuveir:.i, “a b o r r e c e i r ua p j na i lo
»1*1»' ti'd(i< • o o p» l u i r ti i pr opi a polen» i.i d e a< I uai y la d e m i • uei p o ,f
( Mf. (t, III. I i i oiol.ii lo) l l * i o i.il t r . bu n ,i .ii a l e ^ i lu l a n í o i o t i l o ente
i «tu di ,im i I a I ’ m m ,i baila <n |,e > t i l i i.h i o n e s q u e le i e*¡ nl l an j i n t n a
/«ti í< I.i'i ni>i'i i|e i(,tvoi iM.'-, M e ml o e| i ,rm vxlrrtnn el d e e s e perso*
naj e, hll.iii, |m -íIi.i y I nr i /a de |,j ualwi.de/,.i I nei ,i d e lo c o m ú n , al q u e
I ' 11111«• I evi \e m r ; , i e n el i . i m p o de A u s c b w i t z , y d e q u i e n d i c e n o
io|,i o i* i de q u e d e b e Ii.iIhm e n c o n t r a d o allí s u a l e gr í a , s i n o q u e d e b e
l iabei .ido “ p r o b a b l e m e n t e u n h o m b r e f e l i z " . 18
l,o M-p.i o no, ('1 patrón general (el enrolador) capitaliza en base a
e .i.i p iop ensióu . Ksta es la razón por la cu al, en ciertas con d icion es
personales y sociales, in clu so los trabajos m ás so m eros pueden a
veces ofrecer m árg en es a) rein vestim en to alegre, dado qu e el deseo
gen érico produce de cierta form a por sí m ism o sus oportunidades
de actu alizaciones esp ecíficas, en este caso com o trabajo co n sid era­
do “in tere sa n te” o portador de sentid o. La in d iferen cia a los co n te­
nidos que la crítica m arxista ha identificado en la prod ucción para
el valor de cam bio y en el “trabajo ab stracto ”, sin cualidad, es con
absoluta evidencia una tend en cia m uy potente. Pero no es co m p le­
tam en te irresistible.
No lo es del lado del capital, al cual su proceso m ism o de produc­
ción podría condenar a un com pleto desinterés sustancial - s u b s is ­
tiendo solam ente el interés genérico por la extracción de valor m o ­
netario. Ahora bien , m ás allá de la ind iferen cia sectorial que debería
llevar a dirigir el capital-dinero ind iferentem en te hacia tal actividad o
tal otra, y solam ente según la tasa de plusvalía prevista, los hom bres
del capital industrial m anifiestan ta m b ién form as de apego pasional
a su hacer particular. Por supuesto, este apego no tiene nada de exclu­
sivo y puede no alcanzar para detener la desinversión y el despinzá­

is. Primo Levi, Si c ’esl unhommc, Julliard, 1995, p. 128.

84
m iento del capital h ad a otros destinos. Pero tam poco es in sign ifican ­
te, y por valorización m oral de su actividad, el capital(ista) industrial
produce formas de identidades vocacionales in trín secam en te ligadas
a sus c.onlenidos: identidad de “constructor” para la gran em presa de
ingeniería civil, de agente histórico del progreso técnico para las em ­
presas de inform ática, de revolucionario de los m odos de vida para
los grupos integrados de medios o de telecom unicaciones, etc. Todas
estas producciones de sentido y de valor derivan de un deseo que no
se reduce enteram ente al deseo de la acum ulación m onetaria, deseo
extra-m onetario que, si no siem pre preexiste, puede no obstante na­
cer en el contacto con las cosas hechas.
Por el contrario, puesto que se m antiene a distancia de la valori­
zación concreta del capital, el conatus del capital financiero no tiene
contacto con nada distinto al reflujo de la plusvalía y no puede for­
m ar ningún otro deseo. Tanto m enos en la m edida en qu e todas las
estructuras en las que se mueve favorecen este desapego sustancial,
desde los modelos de la gestión de carteras, que recom iendan la di-
versificación de los activos a través de la desm ultiplicación de pe­
queñas participaciones en las em presas del capital industrial, hasta
las estructuras de la liquidez que conducen a los inversores a muy
frecuentes idas y vueltas en el capital de esas em presas, de las cuales
entran y salen a m erced solam ente de los rendim ientos diferenciales
anticipados y sin otra consideración por las actividades sustanciales
im plicadas, El conatus industrial, que en cam bio se encuentra co n s­
titutivam ente invertido - e n todos los sentidos del té rm in o 19- en lo
concreto de un hacer, form a casi necesariam ente las significaciones
y las valorizaciones extra-m onetarias de sus inversiones: por así de­
cirlo, toma partido por su actividad en sí m ism a. Por ridiculas que
uno pueda considerarlas, las “identidades" o las “culturas" de em piv
sa abrevan en este fondo pasional, y pueden a veces no ser solaniail«'

!') líl verbo francés »»vestir significa tanto "invertir” en sentido *•«out‘>nil<u i
"investir*, y cato último tanto en el sentido de dotar a una per.*.«>n.i il» 1«
dignidad especial, como en el senLido psicoannlitico dt’ (onb’ili un i ■itj'" d> hh «jjl'i
psíquica, |N. del T.)
labricaciories gerenciales y corresponder, al m en o s del lado de los
directivos, a sign ificacion es auténticam ente vividas.
Evidentem ente m ás problem áticas del lado del asalariado, estas
resig n iíicaciones de una actividad form alm ente som etida al valor
do cam bio no son sin em bargo im posibles. El devenir ajeno de una
producción enteram en te gobernada por la abstracción del capital es
com batido por los individuos cada vez que pueden. Com o si el m is­
m o despliegue de su fuerza de vida no pudiera zozobrar en la triste­
za del trabajo sin cualidad, o del sinsentido, “el esp íritu se esfuerza
tanto com o puede por im aginar lo que in crem en ta o lo que secunda
su potencia de actuar", e inviste los contenidos de la actividad para
encontrar allí lo deseable y oportunidades de alegría. Sin lugar a du­
das solo lo logra en grados muy variables, en fu n ción tanto de las
disposiciones individuales com o de la naturaleza de los contenidos
- o m ás bien, de valorizaciones (sociales) m ín im a s cuyo objeto ya son
esos contenidos, tales qu e ellas ofrecen una palanca a la producción
im aginaria de lo deseable. Sea a través de u na ética form al del “traba­
jo bien hecho" o de la reinvención de un interés sustancial en las co ­
sas por hacer (reinvenciones vividas bajo el m odo del d escu b rim ien ­
to objetivo, aunque son producidas por el individuo m ism o), estas
pequeñas transfiguraciones, cuando pueden ten er lugar, ayudan a
m anten er a raya el desam paro del trabajo abstracto (en el sentido de
Marx). Esta am enaza de desam paro, am enaza de gasto de potencia
de actuar a pura pérdida -ev id en tem en te la “pérdida” nunca es pura,
aunque m ás no fuera porque este gasto reporta al m enos un sala­
r io - , al servicio de un deseo ajeno, no adm ite fin alm ente m ás que
un n úm ero m uy lim itado de posibles réplicas - d e hecho, solam ente
dos. O el sujeto la adm ite, con la su bsiguiente alternativa de volcar­
se, o bien en la resignación (la verdadera vida está en otra parte, en
las otras ocho horas despierto), incluso en la depresión que encierra
esa expresión corriente que evoca "una vida perdida en ganársela", o
bien, posibilidad antagonista, en la rebelión y la lucha (sindical ad en ­
tro, política afuera) - “cuanto más grande es la tristeza, m ás grande
es la potencia de actuar por la cual el h om bre se esfuerza por luchar

86
contra la tristeza’’.20 O el su jeto no puede rendirse ante la con stata­
ción de su propio desam paro, dem asiado dolorosa, y esforzándose
“en im aginar lo que in crem en ta o secunda su potencia de actuar”,
repele el espectro del d errum bam iento triste a través de las arm as
del reen can tam iento, es decir de la recreación de un deseo propio,
alineado pero distinto del deseo-am o, recuperación de un sentido
id iosincrásico susceptible de h acer frente al vacío del trabajo abstrac­
to, reconstru cción de un deseo-objeto bajo el efecto de un m etadeseo
de vivir feliz, o al m en o s alegre, en todo caso fuera del sinsentido. El
trabajo abstracto así reconcretizado y cargado nuevam ente de desea-
bilidad, pero por el esfuerzo m ism o del m etadeseo de la vida alegre,
puede entonces ser reapropiado a m ín im a, y uno ve asalariados que
en cu en tran un in terés, y por consigu ien te satisfacción, en tareas que
la liberación de la necesidad m aterial les haría muy probablem ente
consid erar com o profun d am ente carentes de interés.

El am or del am o

Pero los afectos colinealizadores del obsequ ium salarial provienen so­
bre Lodo del afuera. Por ejem p lo, de un am or localizado - u n afecto
de alegría acom pañado por la idea de una causa exterior.2 1 O bedezco
al patrón porque es la causa im aginada (o real) de ventajas que am o y
que m e afectan de alegría. Le obedezco principalm ente porque “nos
esforzarem os por lograr todo lo que im aginam os que es considerado
con alegría por los h o m b res",22 luego por un hom bre en parlicular,
y porque “si uno actúa de una m anera que im agina que afecta a los
otros de alegría, será afectado por una alegría acom pañada por la
idea de sí m ism o co m o cau sa".23 No hay que despreciar la generali­
dad de este am o cuyas figuras particulares pueden ser tan variadas

20. Hlica, III, 37, demothslración.


21. Bit:«, IIÍ, 13. o'ic.olio.
22. filien, III, 29.
23. tilica, III, 30.

87
com o las del gurú, el padre, el profesor, el patrón, el jefe militar, la
persona am ada, o inclu so la opinión pública co m o reun ión de todos
los hom bres, en pocas palabras las de todos aquellos individuos o
grupos de los que se puede esp erar un prim er afecto alegre por ser
am ado, y un segundo de am arse a sí m ism o por contem plación de
la propia capacidad para alegrarlos: hago lo que m e perm ite alegrar
al am o, y entonces ser identificado por él com o causa de su alegría,
para que m e am e y para alegrarm e por haberlo alegrado. Si se deja a
un lado la derivación apodíctica de este m ecan ism o pasional -p u e s
la inm ediatez con la cual se lo reconoce no constituye en Spinoza
una sim ple intuición psicológica, y el juego entero de los afectos en
la [¡tica es m etódicam ente engendrado según "el orden dem ostrativo"
(los enunciados de la Ética son justam ente llam ados p ro p o sicio n es)-,
sigue siendo cierto que su relativa sim plicidad no deja de darle una
notable genera ti vidad, a juzgar por la variedad y el “peso" de los h e­
chos pasionales a los que brinda acceso: ni m ás ni m enos que todas
las form as de apego individual o social por el deseo de reco n o cim ien ­
to y todas las variantes de búsqueda de amor. La superación de la
reivindicación salarial m onetaria hacia una reivindicación de recon o­
cim iento del com p rom iso y del trabajo cum plido se ha vuelto una de
las cuestiones m ás trilladas de la sociología del trabajo - y con razón,
pues el desplazam iento del sen tim ien to de inju sticia hacia estos p re­
m ios a los que se llam ará sim bólicos es muy real, lo cual da cuenta
de la am pliación de las satisfacciones que se espera del trabajo: ya
no solam ente evitar el decaim iento m aterial gracias a ganar dinero,
sino obtener la alegría de la alegría de aquel al qu e uno le aporta su
trabajo, y por consigu ien te su amor.
C onform e al espíritu de la reform a de las palabras em prendida
por Spinoza, no hay que d ejarse desconcertar por escuchar hablar de
am or en situaciones de las que lo han excluido lodos nuestros h áb i­
tos léxicos -c o m o el trabajo y el régim en salarial. Es que, rehecho ya
no según nuestra com p rensión afectiva espontánea, sino según las
exigencias de la definición genética, el amor, que no es nada m ás que
una alegría acom pañada de la idea de una causa exterior, ofrece la

S8
noción m ás general de la satisfacción objetal, y por eso abarca la va­
riedad de todos los objetos de satisfacción posibles, desde los m ás m o ­
destos a los m ás sociales, en todo caso m ucho m ás allá del solo am or
erótico. Esta es la razón por la cual Laurent Bove tiene todo el derecho
a hablar con total generalidad de "la estructura am orosa del com p or­
tam iento h u m ano ’’24 y de subrayar la naturaleza fundam entalm ente
am orosa del deseo, cualesquiera sean sus objetos. Pues el conatus
com o potencia es esfuerzo hacia m ás potencia, es decir búsqueda de
afectos de alegría -definid os precisam ente por Spinoza com o au m en ­
to de la potencia de actuar del cuerpo25- y evitación de los afectos de
tristeza. Esta es tam bién la razón por la cual no hay ninguna n ece­
sidad de pasar por una hipótesis ontogenética para dar cuonla de la
demanda am orosa dirigida a universos sociales tales com o el régim en
salarial, y podemos exim im os de mirarla com o m etam orfosis (por
sublim ación) de la demanda amorosa fundamental (uno estaría ten ­
tado de escribir Fundamental para restituirle el absoluto primado que
le otorga el psicoanálisis) que constituye el vínculo original del niño
con sus padres. El m ecanism o absolutam ente general de la dem anda
amorosa está inscripto en el corazón m ism o del conatus com o fuerza
de deseo y com o esfuerzo hacia la satisfacción alegre, y sobre todo en
la identificación de nuestra capacidad de alegrar a un prójim o para
hacerse am ar y obtener alegría (Ética, III, 29 y 30). Los padres no son
m ás que el prim er punto de aplicación de este juego pasional elem en ­
tal, por eso el am or parental no puede reivindicar m ás que una sim ple
anterioridad cronológica, pero ningún primado psicogenético ese n ­
cial.26 Y la demanda am orosa se reactiva diversificándose cada vez
que encuentra situaciones aptas para ofrecerle nuevas oportunidades.

24. Laurent Bove, La stratégie du conatus. Ajffirmation et résistance chcz Spinoza, coll.
“age dassique”, Vrin, 1996, p. 41. (Versión en castellano: La estrategia del conatus, Cruce.
Buenos Aires, 201 A.)
25. Ética, 111, definición 111.
26. Y esto evidentemente sin excluir la posibilidad de que esta anterioridad cronológi­
ca sea el'principio de asociaciones lan fuertes que iomliizi,m eventual mente, con el
transcurso de sus reactivaciones, a transporta) laa llj/,iitn» pulem.ilrs a las búsquedas
de amor ulteriores.

H'i
La socialización salarial es con toda evidencia una de estas situ a­
cio n es, es incluso bien conocida com o tal por el sentid o com ú n. En­
tre los m últiples objetos de deseo sim u ltán ea m en te perseguidos por
el solícito, el chupam edias, el obsequ ioso (prototipo bien nom brado
del obsequ ium ) o el concienzud o, no están so lam en te los in tereses
estratég ico s del ascenso, del aum ento o de la com p eten cia, sino ta m ­
bién la búsqueda de la alegría de ser am ado por el superior, es decir
por un individuo en particular, y tam bién por la in stitución (gran
potencia am orosa) en uno de sus representantes. Si el m ecan ism o de
la búsqueda am orosa de recon ocim ien to es de u n a absoluta g en era­
lidad, y por consigu iente se ofrece a una d eclin ación específica en el
m u n do del trabajo, la intensidad am orosa de la relación salarial varía
no obstan te en Iunción de cond iciones con tin g en tes que le abren una
latitud m enor o mayor para expresarse - a s í, por ejem plo, el caso de
la individualización del gerenciam iento, que podría vincularse m ás
am p liam en te a la tendencia contem poránea a la “psicologización ” de
las relaciones sociales, etc. Lo cierto es que el am or patronal, bajo la
form a de la búsqueda de reconocim iento, entra con pleno derecho en
el co m p lejo pasional del régim en salarial com o una de las form as de
su “alien ació n " específica, es decir com o '‘co n sen tim ien to ”, puesto
qu e este am or es fuente de afectos alegres. Es por eso m ism o fuente
d e colin earización, puesto que el m ecan ism o pasional de la d em an ­
da am orosa conduce constitutivam ente al d em andante a h acer lo que
alegra al oferente, por tanto a abrazar/anticipar su deseo para ad e­
cu arle el suyo. El alineam iento del subordinado sobre el superior, él
m ism o ya alineado, se inscribe entonces en la estru ctura general, je ­
rárquica y fractal de la colinearización pasional, puesto que las cad e­
nas de dependencia son tam b ién cadenas de dependencia en el reco­
n o cim ien to . In m ersos en la estructura general de la relación salarial
y en su realización local com o em presa, los m ecan ism os afectivos
m uy generales de la búsqueda am orosa de recon ocim ien to tien en
por tanto la propiedad de inducir los m ovim ientos conativos -d e s e o s
y a c c io n e s - particulares que concurren "por sí m ism o s” a la satisfac­
ció n del deseo-am o de la organización (encarnado en sus directivos).

90
De "que un h o m b re afectado de alegría no desee nada m ás que co n ­
servarla, y esto con un deseo tanto m ás grande cuanto m ás grande
es la alegría”,27 se sigue que los asalariados m ás apresados en las
redes de esta form a particular de servidum bre pasional se apresuren
alegrem ente a servir a un deseo que en apariencia no es el suyo, pero
al cual precisam en te el m ecan ism o afectivo de la dem anda am orosa
hace integralm ente suyo. No sirve de nada quedarse en la p rim era
im presión, y desde afuera “bu rlarse de o deplorar"28 estos esfuerzos
que parecen “alienados” -"¿ C ó m o se puede pasar doce horas por día
haciendo control de gestión y en cim a am arlo...?". Estos esfu erzos no
están alienados porque serían ajen os al sujeto en su núcleo duro de
autonom ía (que no existe), su jeto que quedaría "separado de sí m is­
m o”, m isteriosa form a de “ajenidad a sí" a la qu e retornan a veces
las lecturas pre-althusserianas de M arx. El deseo del subordinado de
unirse al deseo del superior, para alegrarlo y h acerse amar, es un de­
seo sin la m enor contestación posible, y no hay e n eso ninguna “aje-
nidad”. Q ue no sea origin alm en te su deseo im porta poco: nadie tien e
deseo "original”, y ese deseo devendrá p erfectam en te suyo. La única
alienación es aquella de la servidum bre pasional, pero es universal y
no constituye objetivam ente n in g u n a diferencia entre los h om bres.

Las im ágenes vocacionales

El consentim iento salarial no tom a so lam en te la form a del afecto


am oroso localizado -in v e stid o en una determ inada persona. Pues
uno puede ser llevado a desear por fuera de la órbita de un ind uctor
particular. Lo atestigua de m an era su ficien te la sociología del co n ­
sum o, del gusto o de la vocación, podríam os decir casi la sociolo­
gía entera, en tanto que habla de la socialización com o incorpora­
ción de norm as, es decir de m an eras de com p ortarse, por end e de
desear com portarse. Es im posible desplegar el in m en so trabajo de

27. Èlica, III, 37, demostración.


28. TP, I, I.

91
autoafección que el cuerpo social no cesa de llevar a cabo sobre sí
m ism o, para lo cual se producen norm as, cosas que querer, vocacio­
nes que abrazar, grandezas que perseguir, etc. D eseo sin objeto, el co-
natus encuentra sus objetos en el m undo social. Los en cuen tra prin­
cipalm en te en el espectáculo de los otros im pulsos conativos, pues
excepto por el pasaje del deseo de un objeto a otro por relaciones de
asociación o conexión (Ética, til, 15, corolario), el m im etism o de los
afectos (Ética, III, 27) es su productor elem ental.
Hay que insistir sobre la palabra "elem en tal'' para d eshacer de
entrada la idea de que el deseo nacería de in teraccion es im itativas
puram ente bilaterales.29 La fenom enología de las in flu en cias in ter­
personales 110 es m ás que la parte em erg en te de una estru ctura de
relaciones cuyas realizaciones locales son los individuos. Im itar un
hom bre cualquiera es ya im itar... un ho m b re... por lo tanto no una
m ujer; por eso el hom bre en cuestión se ha vuelto m ás o m en o s im i­
table o inim itable (en el sentido de no deber ser im itado) por el solo
hecho de su cualidad de hom bre, por lo tanto bajo el peso de todas
las relaciones sociales de género, y esto sin p erju icio de tocias sus
oirás cualidades sociales percibidas por el imitador, de donde resul­
tarán todas las m odulaciones de la im itación. ¿Es el h o m b re blanco
o negro, rico o pobre, joven o viejo, pertenece a tal grupo social m ás
que a tal otro, goza de una reputación particular que lo califica com o
prescriptor, o de un capital sim bólico que lo convierte en una refe­
rencia autorizada, etc.? Se trata en cada caso de relaciones sociales
que se expresan en estas cualidades (sociales) y d eterm inan efectos
de im itación que no tienen desde entonces nada de estrictam en te
interpersonales, excepto el plano superficial de su aparecer fenom eno-
lógico. Esto basta para sugerir la distensión proliferante y la com p le­
jidad de las m ediaciones sociales e institucionales - p o r ejem p lo , las
de la producción del capital sim bólico, tales que establecen a ciertos
agentes com o superiorm ente im ita b le s- que efectúan co n cretam en ­

29. Para un análisis propiamente socio-inslitucional del mimetismo afectivo spmozis-


ta, ver Frédéric Lordon, "La puissance des instilutions1’, Rcvuc dn MA U SS /wirmwuli:,
abril 2 0 l o , litlp://www.joun)aldumauss,net/.

92
te el m ecan ism o m im ético. Tal com plejidad desafía la presentación
sinóptica, no dejando casi m ás alternativa que decir solam ente: toda
la sociedad se pone en acción en la m enor im itación de deseo.
Se puede sin duda señalar que lo im personal de esta d eterm i­
nación tom a necesariam ente vías personalizadas, personas reales
ofrecidas a la experiencia im itativa directa, o personas ficticias cuya
imitabilidad pasa por ese poder del relato que Yves Citton califica
de "m ito crático ",30 que es el poder la im aginación, del cual sabem os
cuán capaz es de producir vocaciones, es decir vías deseadas. Pero hay
que subrayar ante todo el carácter específico de esta forma de produc­
ción del deseo, determ inado por m ecanism os difusos, deslocalizados,
im personales e inasignables, por lo tanto m ás propicios al olvido y
la inconciencia. Habría que decir "m ás propicio to d a v ía ”, puesto que
Spinoza ha advertido de entrada que la conciencia de nuestros actos
o de nuestros deseos no se extendía a la conciencia de las causas que
los determ inan. Pero con m ás razón cuando estas determ inaciones
son tan m últiples, tan distendidas, y son por así decirlo el producto
de la in m ersió n de los individuos en todo el baño social. Ya poco
inclinado a pensarse com o determ inado, el individuo deseante es
todavía m ás propenso a considerarse com o el origen de su propio
deseo cuando la inconciencia de la determ inación se ha vuelto tan
fácil por la com plejidad a la vez que por la evanescencia del proceso
causal que tendría que percibir. Aquí no hay dependencia am oro­
sa localizada ni m im etism o afectivo personalizado, sino el proceso
continuo de las innu m erables exposiciones a influencias sociales a
veces infinitesim ales, a veces brutalm ente decisivas (la "revelación”),
a lo largo de toda una trayectoria de existencia. Por una m utilación
que es la m ejo r solución de econom ía cognitiva, el hecho del deseo
experim entado, y solo él, se im pone a la conciencia, dejando que la
im aginación se vuelva hacia la ilusión de la autodeterm inación y de
la voluntad originaria. Am ar tal actividad - l a venta ("por el contacto
con los clien tes”), la auditoría o el análisis financiero (“por el gusto

30. Yvos Citton, Mylhocrntie. Slorytdling el imaginaire de gauche, Éditions Amsterdam,


2010.

93
I
»

por rl rigor"), los servid os ("por la cualidad re la cio n a l")-, am ar tal


«<•< tor la exploración petrolera (la lucha), la aeronáutica (alta tecn o­
logía), la ingeniería civil (el aire lib r e )-, querer las estim as sociales
«Ir em presa el éxito m edido por la función alcanzada o el beneficio
m onetario, la vida según el estilo "em p resa" (sobreocupación, viajes,
ropa, objetos ca ra cterístico s)-; el interesado dice que son "su elec­
c ió n ”, lo que le gusta "a él", su vocación de siem pre, y poco im porta
(pie la acum ulación de las im ágenes afectivadas que ha constituido
estas cosas en objetos de deseo y determ inado sus elecciones de en ­
rolam iento salarial haya venido com p letam en te desde afuera. Sigue
siendo cierto que estos deseos inducidos desde el exterior, pero de­
venidos au tén ticam ente deseos interiores, d eterm in an com prom isos
alegres cuando se les da una oportunidad de satisfacción a través
del em pleo que les corresponde. D icho con una expresión que se ha
vuelto co rrien te, aunque no quiera decir nada, el individuo “se reali­
za", es decir realiza de h echo su deseo, delatando la form a reflexiva
la ilu sión subjetivista que, asim ilando totalm ente el sujeto y su deseo
-p u e s to que "realizarse” y "realizar su deseo" son lo m ism o -, quie-
•’ re dar a enten d er que si coincid en tan perfectam ente, es im posible
qu e el su jeto no sea el origen exclusivo de su propio deseo. Contraí-
j do este deseo, evidentem ente hecho a medida para la organización,
pero devenido absolu tam ente suyo, el interesado "co n sien te”. Y, por
sí m ism o , se m ueve alegrem ente.
Así, a través de su sistem a de educación, de form ación y de orien­
tación, entre otras cosas, la sociedad entera trabaja para producir las
im ágenes vocacionales que precolinearizan a los individuos, futuros
enrolad os condi« ionados para desear el enrolam ien to. Pero este pro­
ceso en su co n ju n to solo es objeto de una intencionalidad parcial,
pues fuera del aparato de orientación profesional, explícitam ente
consagrado a ello, la producción im aginaria m ás am plia de la socie­
dad no es gobernable, desborda y se efectúa bajo el modo del proceso
sin su jeto, sin adecuación deliberada e x u n le con los requisitos de la
división social del trabajo capitalista, a veces incluso contra ella, pues
en (>l aluvión de estas im ágenes vocacionales están tam bién la del

04
poeta, la del viajero, la del cam p esin o fuera del sistem a, la del artista
irrecuperable, o la de todas las figuras de fugitivos - d e los inútiles,
de los co n tn m a x .i l

El totalitarism o de la posesión de las alm as

Es decir que la p recolinearización está lejo s de ser perfecta. Y que


hace falta trabajo para reducir la deriva a . Lo que no ha h echo su
afuera en esta m ateria, se encargará de com pletarlo por sí m ism a
la em presa. Podría contentarse con el trabajo de las estructuras fu n ­
dam entales de la relación salarial, las de la d ependencia m onetaria,
y con el trabajo general de la socialización que prenorm aliza a los
individuos jóvenes en la vida salarial. Pero, lo h em o s visto, la sim ple
reducción del ángulo a ya no le alcanza. Con el pretexto de los nuevos
requisitos de la actividad económ ica, de la presión de las co n stric­
ciones externas, accionariales y com petitivas, pero de hecho porque
las m ism as estru ctu ras que la ',co n strin g en ,, son tam bién las que
m odifican la relación de fuerza capital-trabajo a un punto tal que ya
nada le im pide al capital im p o ner u na nueva norm a de enrolam iento,
la em presa neoliberal busca ahora el alineam ien to integral y la a n u ­
lación de la deriva: a = 0.
La im plicación coactiva, a la que llam aríam os co n m ás exactitud
sobrem ovilización por afectos tristes, no es el final de la paradoja de
la em presa neoliberal, que se propone sim u ltán ea m en te, quizás no
hacerse am ar, pero sí co n segu ir que se abrace32 su deseo y de ese
modo hacer entrar a los asalariados en un régim en de afectos alegres.

31. Y esto aunque el capitalismo pou^n toda su inventiva en reintegrar a estos fuj'ili-
vos... pero no siem pre con ¿xito.
32. El verbo é p o u s c r , que trndii« ítnor. por "abrazar”, tiene en Iram ós el sentido figu­
rado de coi labrar«»;, dedlcarne, adaptarse complelameiiie (cot.no quien abraza una
can«», o un modelo de vida, ei< ). que es el que prima, como ver.i el lector en la linea
aiflulentr. Mero :m sentido liMal en ■.ui¡»r:ie o desposar. Quizás se pierda entonces
en eat.i Unen upia dllererma liiimoiliitit a entre "hacerse amar" y "con,seguir matri­
monio" piit.i 'iii deneo |N del T.|

95
Hay que com p render la palabra “abrazar” en su sentido m ás exi­
gente, com o perfección en la adopción y e n la adaptación. Tal es en
efecto el sentido del proyecto cero-a e n su sín tom a de ilim itación.
A dem ás de ser la indicación de una cierta situación estratégica, el
delirio de lo ilim itado es entonces sobre todo el g erm en de una nueva
form a política a la cual puede muy bien darse el n o m b re de totalita­
rism o, evidentem ente ya no en el sentido clásico del térm ino, sino en
tanto que es una pretensión de subordinación total, m ás p recisam en ­
te de investim ento total de los asalariados, y esto en el doble sentido
de que no solam ente se le pide a los subordinados, segú n la fórm ula
com ú n, que "se dediquen totalm ente”,33 sino tam b ién de que los su ­
bordinados están totalm ente investidos -in v a d id o s - por la em presa.
Más aún que las derivas de la apropiación cuantitativa, lo que m ejor
signa este proyecto del enrolam iento total son los extrem os del im ­
perio que se reivindica sobre los individuos. Subordinar la vida y el
ser enteros del asalariado com o lo requiere la em presa neoliberal, es
decir rehacer al servicio de su s propios fines las disposiciones, los
deseos, los com portam ientos del enrolado, en pocas palabras remo-
delar su singularidad para que de aquí en m ás se pongan en juego
“esp ontáneam ente" en su seno todas su s in clin acion es, es el proyecto
delirante de una posesión integral de los individuos, en el sentido
cuasi cham ánico del térm ino. Totalitarism o es en to n ces un posible
nom bre para una pretensión de control tan profunda, lan com pleta,
que ya no qu iere contentarse con som eter en exterioridad -o b te n e r
las acciones req u e rid as- sino que reivindica la su m isión entera de
la "interiorid ad ”. La em presa neoliberal pretende la colinealidad per­
fecta, es decir la adhesión en el sentido m ás fuerte del térm ino - y
hacer que el se “pegue” a D sin separación. Pretende la indistinción
del individuo respecto de sí m ism a bajo el criterio del deseo y de las
tendencias, en otros térm inos la plena coincidencia.
Porque requiere la identificación total de los enrolados con sus
propios fines com o condición de la captación total de su potencia de

33. El verbo sigue siendo investir, pero la traducción literal do s'invcstir lolulnncnt no
tendría sentido en castellano.

06
y a través de las psiquis individuales, la presencia de las estructuras
en el sen o m ism o de los sujetos pero bajo la form a de disposiciones,
de deseos, de creencias y de afectos.

No existe la servidum bre voluntaria

La dependencia del objeto de deseo "dinero" es el pilar del en rola­


m iento salarial, el sobrentendido de todos los contratos de trabajo,
el fondo de am enaza conocido tanto por el empleado com o por el
em pleador. La puesta en m ovimiento de los cuerpos asalariados “al
servicio d e", extrae su energía de la fijación del deseo-conatus sobre
el objeto dinero, cuyos únicos proveedores establecidos por las es­
tructuras capitalistas son los em pleadores. Si el prim er sentido de
la dom inación con siste en la necesidad para un agente de pasar por
otro para acceder a su objeto de deseo, evidentem ente la relación
salarial es una relación de dom inación. Ahora bien, por una parte
la intensidad de la dom inación es directam ente proporcional a la in ­
tensidad del deseo del dominado, cuya llave detenta el dom inante. Y
por otra parte, el dinero deviene el objeto de interés-deseo jerárq u i­
cam en te superior, aquel que condiciona la persecución de todos los
otros deseos, incluidos los no-m ateriales, desde el m om ento en que
la acu m u lación prim itiva ha creado las condiciones estructurales de
la h etero n o m ía m aterial radical, que toda la evolución posterior del
capitalism o trabaja para profundizar aún m ás: "El presupuesto pri­
m ero de toda existencia hum ana, y por tanto de toda historia, [es] que
los h o m b res deben estar en condiciones de vivir para poder 'hacer
la h isto ria’. Pero para vivir, hace falta ante todo beber, comer, ten er
vivienda, vestirse y algunas otras cosas m ás”. 11 En la econom ía m o ­
netaria con división del trabajo del capitalism o, no hay nada m ás im ­
perioso que el deseo de dinero, y por consiguiente no hay influencia
m ás potente que la del enrolam iento salarial.

11. Kart Marx, l-ricdridi lindel3, I/Ultolqric allanandc:, Éditions sociales, 19S2, p. S6.

33
C i d fr i m d expérience (después del don de las lágrim as)

1.a frontera entre la em presa exitosa de reconfiguración del deseo


salarial y el som etim ien to puro y sim ple del recondicionam iento
es a veces extrem ad am ente tenue. W inifred Poster da el siguiente
ejem p lo pasm oso de asalariados indios en una plataform a telefónica
deslocalizada de una em presa de servicios am ericana, a quienes su
em pleador no duda en obligar a tom ar prestada una identidad para
''co m u n icarse" m ejo r con sus clientes.36 No solam ente los asalaria­
dos deben adoptar la dicción y el acento del inglés norteam ericano,
sino tam b ién interesarse por la actualidad (principalm ente deportiva
y m eteorológica) de la región n orteam ericana que cubren co n el fin
de poder charlar co n sus clientes (se les recom ienda tam bién a los
asalariados m irar la serie Friends...), y finalm en te cam biar de n o m ­
b re (un Añil se hace llam ar Arnold).37 Ejem plos de este tipo, cuyo
carácter extrem o no debe enm ascarar las tendencias g enerales del
d esplazam iento de la econom ía hacia el sector de los servicios, en el
cual el d esem peño productivo es ante todo un desem peño "h u m an o",
es decir afectivo y com portam ental, dan una idea bastante nítida de
la utopía neoliberal de la rem odelación integral de los individuos.
I.levai ido a su colm o la cosificación ya inscripta en el vocabulario de
los eco n om istas ("factor trabajo") o de los adm inistradores ("recu r­
sos hu m anos"), el deseo-am o del capital ya no se oculta para ver en
los asalariados una m ateria indefinidam ente m aleable ofrecida para
todos los m odelados adecuados a sus requisitos, y por consiguiente
para d ecir la verdad últim a de la relación salarial com o relación de
in stru m en tació n , redu clio a d utensilium . Y es preciso en efecto ir muy
lejo s en la negación de toda con sistencia interna - e n este estadio,

36. Tomo este ejemplo de David Alis, "Travail émotionnel, dissonance émotionnelle
et contrefaçon de l’intimité". Vingt-cinq ans après la publication de Managed Meart
d'Arlie R. Hochschild”, en Isabelle Berrebi-HofTmann, Politiques de l’intime. Dca uto­
pies sociales d'hier aux mondes du travail d'aujourd’hui, coll. "Recherches", La Découver­
te, 2009. El articulo original de Poster : "Who's on Line ? Indian Call Centers Agents
Pose as Ainericans for US-Outsourced Firms", Industrial Relations, vol. 4b. n® 2, 2007.
37. David Alis, art. cit., p. 231.

98
uno ya ni siquiera osa convocar grandes palabras com o “dignidad”-
de los individuos para llegar a proyectos de refabricación de id enti­
dad de tan en o rm e am plitud.
Pero hay de hech o cosas peores que el cali cen ter indio deslocaliza­
do, en el cual, después de todo, les queda un m arg en a los asalariados
para resistir la colonización de su persona poniendo el guión com -
portam ental a distancia, bajo la form a de u n papel que interpretar,
perm itiendo por con sigu ien te la recuperación de la integridad perso­
nal una vez term inada la “rep resen tació n ”. Hay efectivam ente cosas
peores toda vez que la em p resa de servicio no solam en te ordena a
los asalariados que m an ifiesten las em ocio n es requeridas (em patia,
atención, solicitud, sonrisa), sino que apunta al desem peño com por-
tam ental últim o en el cual las em ocio n es prescritas ya no son sim p le­
m ente interpretadas en exterioridad sino "au tén ticam en te” experi­
m entadas, y esto exactam ente a la m an era de la Iglesia del siglo X V II,
que para otorgar su absolu ción no pide so lam en te la con trición , es
decir la exterioridad de las palabras ritu alm en te dichas, siem pre so s­
pechadas de involucrar una m ecán ica in sin cera, sino la atrición, es
decir la presencia en el confesado de un auténtico am or de D ios del
cual deben proceder las palabras, en otros térm in os una disposición
(“in terior”38). C onform e a su d inám ica histórica, la Iglesia no h ace
allí m ás que extender a la m asa de los creyentes, por otra parte según
el proyecto de d ifusión que le da su n o m bre - k a t h o l i k o s prácticas
reservadas en principio a los virtuosos o a los elegidos, com o el don
de las lág rim as,39 concebido co m o signo exterior de una interioridad
afectiva au ténticam en te habitada por la gracia.
Por un salto en el tiem p o, qu e es de h ech o un despliegue co n ti­
nuo, el capitalism o neoliberal hereda este largo trabajo histórico y le
agrega sus propias prolongaciones poniendo el don de las lágrim as,
por así decirlo, al orden del día de todo el régim en salarial. Pero el
proyecto deliberado de gen eralización del virtu osism o no es nada

38. Joan Ddmm *au. L’avcu el le pardon, Payare],


3 9 .1’iroskii Nay,y. I,c don des formes rm Moycn-Ágt:, Hihliotheque Histoire, Albín Micliei,
2Ü00,

09
sencillo, y dado que la sinceridad de lo vivido en prim era persona es
percibida com o la garantía de la autenticidad, por ende de la cualidad
em ocion al del servicio brindado, las em presas ya no vacilan en arro­
jar a su s asalariados al dou ble bind en el que inevitablem ente con siste
qu erer fabricar lo no-fabricado. Por m andato, “la so n risa debe ser
‘verdadera’, 'natural', venir del ‘fondo del corazón ’”.40 Y es la m ate­
ria hum ana, térm ino que habría claram ente que p referir antes que
el de “recurso h u m an o 7', que todavía está lejos de la verdad, la que
retom ará com o pueda estas contrad icciones de la espontaneidad por
encargo y de lo natural a dem anda. Pero el don de las lágrim as ya no
le habla a la época, que se busca otras referen cias - y las encontrará.
A postam os a que si alguna vez, con ayuda de una tran sform ación
de las costum bres y de la reglam entación, la prostitución sale de la
clandestinidad para entrar en el dom inio oficial del m ercado, no cabe
ninguna duda de que la em presa que se dedique a ello le pedirá a sus
empleado/as que “besen " - y después que am en de verdad. El capital
neoliberal es el m undo de la girl fr ie n d experience.

El insondable m isterio del deseo enrolado

El recauchutaje de los individuos y su transform ación en robots afec­


tivos deja a veces, no obstante, resabios extraños. La otra cara - la
cara risueña y en can tad a- de la utopía neoliberal quisiera m ás bien
tom ar la form a de una bella com unidad espontánea de individuos
id én ticam en te deseantes. Es una fantasía tan activa com o la de la li­
quidez en la cabeza de los sargentos-reclutadores del capital. Pero
una fantasía a conquistar, y sobre la cual pesa co n tin u am en te una
incertidum bre corrosiva. Este enrolado jura que no tiene otra pasión
m ás que la fabricación de los yogures que constituye la actividad de
nuestra em presa, pero ¿se le puede creer en el fondo? Los reclutado­
res redescubren cotidianam ente la diferencia teóricam en te señalada

40. David Alis, art. cil., p. 227.

100
por Marx entre trabajo y fuerza de trabajo, y la siem pre problemática
conversión de la segunda en el prim ero. Dado que la com pra de una
fuerza de trabajo no conlleva ninguna garantía de su futura movili­
zación efectiva, el enrolador debe lidiar co n la irreductible duda con
la que perm anece m aculada esta actualización. Por supuesto que los
enrolados pasarán por la m áquina de colinealizar, pero nadie olvida
que la rem odelación de los deseos es un trabajo incierto, expues­
to incluso a riesgos de renuencia, y cuya eficacia es inversam ente
proporcional a la desviación a que tiene com o tarea reducir. Por eso
la m edida del estado de precolinealización de los enrolados reviste
u na im portancia estratégica de la que dan cuenta a su manera las
prácticas de reclutam iento. "¿Puede e n tra re n nuestra comunidad de
d eseo ?”, he allí la pregunta punzante que trabaja el procedim iento
de reclutam iento, al m eno s en el m ism o nivel que la evaluación do
com p etencias. Pues los saberes técnicos se han vuelto secundarios,
o casi. Por un lado se supone que, dado que la form ación escolar y
universitaria han dotado a los individuos de capacidades genéricas
de aprendizaje, las com petencias específicas las proveerá la propia
em presa. Pero sobre todo, por otro lado, ¿que utilidad tendrían esas
com p eten cias técnicas si no fueran activadas por un deseo motor -
cuyo enigm a sigue siendo el individuo que es su instancia?
En el orden lexicográfico de los requisitos, el deseo, com o fuerza
de m ovilización del cuerpo y del espíritu, ocupa definitivam ente el
lugar jerárq u icam en te superior, y todos los dem ás ítem s están subor­
dinados a él. Ahora bien, antes de que los individuos sean arrojados
a la m áqu ina de colinealizar, su com plexión deseante opone su irre­
ductible opacidad y su insondable m isterio. “¿Qué es lo que am a este
realm ente? ¿Q ué es lo que lo mueve de verdad?", o m ás exactam ente:
"¿Lo m ueven de verdad nuestras propias cosas?”. Por supuesto que
los candidatos tien en una clara conciencia de la pesquisa de la que
son objeto, por eso todos adoptan invariablem ente la m ism a estrate­
gia de declaración anticipada de interés, suerte de requisito m ínim o
de la proclam ación de conform idad deseante, com ú n m en te llamada
"m otivación" -" e s t o m e interesa mucho, estoy muy interesado...”- ,

101
!
i

i ny.i ejtlereohpia nunca se i nuestra tan bien com o bajo la lorm a


iiej/.ilív.» paródica, por ejem plo en las cartas de rio-motivación de Jti*
lien Prévirux, artistn-perform ista que responde a ofertas de em pleo:
“ Les «w ribo en respuesta a vuestro anuncio publicado en el periódico
('(trtciw y lim píeos. Juro que nunca hice ningún mai No m e dro-
p,o. A m o a los anim ales. No robo. Com pro productos de consu m o
m asivo co m o todo el m undo. Hago deportes para conservar la salud.
Más adelante quisiera un hijo o dos y un perro. Tengo tam bién la
i ule lición de convertirm e en propietario y quizás com prar acciones.
Tengo testigos que m e han visto no h acer nada. No entiendo de qué
soy culpable. No entiendo por qué ustedes quieren castigarm e con
trabajos forzados en u na base de datos [...]. Les ruego que no m e co n ­
traten ”, o sea una declaración tan caricaturesca com o posible de per­
fecta p renorm alización, pero coronada por un incom prensible deseo
a la Bartleby, “Preferiría que n o ” - n o m enos cóm ica es la respuesta
de la em p resa, burocracia anónim a que no se da cuenta de nada y
eleva la estereotipia al cuadrado: "Le agradecem os la confianza que
ha m an ifestad o h a d a nuestra sociedad [...]. A pesar de todo el interés
que presen ta su candidatura, lam entam os inform arle que no ha sido
aceptada. En efecto, aunque su form ación y experiencia están cerca
de las exigencias del puesto, otros candidatos responden a ellas de
m anera m ás precisa”, etc.41 Es cierto que, excepto por su rem ate, la
carta de no-m otivación de Julien Prévieux es m enos una declaración
de in terés específico que la afirm ación de una norm alización social
general, ofrecida com o predisposición genérica a la vida salarial, a
través de lo cual se m uestra adicionalm ente la congruencia del em ­
pleo salarial con un orden social com pleto - n o vivimos sim plem en te
en una eco n o m ía capitalista, sino en la sociedad cap italista-.
Pero h ace falta m ás para convencer a un em pleador: prindpal-
m e n te d em ostraciones de deseo específico (a la em presa) auténti­
co. Es en los sectores m ás propicios para las "p asio n es” donde la
pesquisa (del lado del em pleador) y la dem ostración (del lado del

A1. Julien Prévieux, Lcttrc de mm-motii/alion (Archon), 2000.

102
em picado) son bastante fáciles de hacer. Es el caso, por ejem plo, de
la venia de artículos deportivos,*12 para la cual las em presas saben
que pueden reclutar aficionados al deporte, a los que se supone por
ello "au tén ticam en te apasionados”, en lo cual verán una cond ición
sin duda no su ficiente, pero al m enos favorable, para plegarlos a la
d isciplina salarial, que se vuelve tolerable por un am biente de o bjetos
am ados que recu erd an actividades personales am adas. Sin em bargo,
no todos los sectores de actividad tien en la posibilidad de cru zar de
esta m anera cam pos de hob b ies generadores de pasiones individua­
les, y fuera de esos casos bastante particulares las declaraciones de
interés se vuelven m ás dudosas, en todo caso quedan a la espera
de verificaciones m ás profundas. ¿Cóm o h acer para sondar las d is­
p osicion es, asegu rarse orientaciones de la potencia de actuar, estar
bien seguro de la autom ovilidad adecuada? No term in aríam os nunca
de inventariar las prácticas m ás extravagantes, a veces lindantes con
el delirio, que despliegan las direcciones de los recursos h u m an o s
para intentar pen etrar ese núcleo duro de la individualidad deseante,
em p resa sin esperanza racional, entregada por con sigu ien te a todas
las irracionalidades. La m etam orfosis de los procedim ientos de re­
clutam iento que se produjo desde hace dos d ecenios en cierra por
cierto ella sola las tran sfo rm acio n es con tem porán eas del cap italis­
m o, y en particular de su régim en de m ovilización, puesto que las
viejas seleccion es, casi m ecanizables, asentadas sobre los criterios
sim ples de la form ación y de la experiencia, adecuadas a em pleos de
definición precisa co m o co n ju n to de tareas elem entales bien esp eci­
ficadas, h an dejado lugar a form as de investigación que tom an com o
objeto las d isp osiciones, co n fo rm e a em pleos definidos de aquí en
m ás por objetivos (“proyectos"), que dejan la iniciativa para inventar
sus m odos operatorios en m an o s de los asalariados “au tó n o m os”. La
genericidad crecien te de las definiciones del puesto exige en to n ces

42. Ver WiLliam Gasparini, “Dispositif managérial et dispositions sociales au consen-


tement. L'exeñipk* du travaíl de vente d'articles de sport”, en Jean-Pierre Durand et
Marie-Chrislirie t.c Floch (dir.), La question du conscntcmcnt au iravail. De la servilmk
volontaire á l ’impliculion conírnintc, coll. “Logiques sociales", L'Hannattnn, 2006.

KM
selecciones de registro equivalente, es decir por com p eten cias com -
portam entales genéricas m ás que por com p etencias técnicas esp ecí­
ficas. Ahora bien, si la apreciación de las com p eten cias técnicas es
apenas racionalizable, la de las com p etencias co m p ortam en tales lo
es infinitam ente m enos. La presión por sacar a la luz ex an te lo que
solo puede salir ex post y en la experiencia m ism a, es sin em bargo
tan fuerte que se intentará todo, hasta lo más d em en te -ju e g o s de
roles (que se suponen dotados de efectos de revelación), cu estiona­
rios inquisitoriales norm alm ente fuera de lugar (pero la vida perso­
nal debe esconder inform aciones preciosas, puesto que es "todo el
individuo” lo que se quiere cernir), protocolos de experim entación
cuasi-behaviolistas (para testear las reacciones del su jeto), grafología
(puesto que los secretos del carácter están encerrados en los trazos
gruesos y los finos), e incluso fisognom ía (los regordetes son a m e­
nudo indolentes), num erología (las cifras no m ien ten ), o astrología
(los planetas tam poco)... Corregidas, indudablem ente, después de
una prim era fase de excesos delirantes (años 1980/90), las prácticas
de reclutam iento perm anecen no obstante al borde del irracionalis-
mo al cual las condenan sus objetivos im posibles. Y com o la verifica­
ción del grado de precoliriealización encontrará siem p re este lím ite
insuperable, le queda a la em presa perfeccionar tanto com o pueda el
alineam iento y producir ella m ism a los individuos que co n form en
sus deseos al suyo.

No hay interioridad (ni interiorización)

Hacer desear com o el deseo-amo, he allí el sen cillísim o secreto de


la obediencia liviana - e incluso de la obediencia alegT e-. Se puede
hablar de “interiorización”, si uno quiere, pero por fam iliar que sea
la palabra, crea de hecho más dificultades de las que resuelve. Pues
el consentim iento siem pre quiere retornar a la autenticidad del su ­
jeto, a su núcleo al que -¿ n o lo dice la propia palabra muy explícita­
m e n te ? - habría que encontrar “por dentro". Ahora b ien, coacción y

104
I

con sen tim ien to no se diferencian por la topología - e l exterior contra


el in te rio r-, sino por la naturaleza de los afectos con los que están
respectivam ente asociados: triste o alegres.
A los callejones sin salida cartesianos les debem os sin duda el
h ab er sem brado la confusión de esta m anera y haber hecho de la
interioridad una de las características de las m etafísicas de la su b je­
tividad. Sin em bargo, es D escartes quien plantea en p rim er lugar la
diferencia sustancial de la Extensión y del Pensam iento. Hasta ese
punto, por otra parte, Spinoza es a su m anera cartesian o43 -p e ro
so lam en te hasta ese punto. La Extensión y el. Pensam iento son dos
órd enes de expresión del ser -S p in o za no dirá sustancias, sino a tri­
butos- 44 absolutam ente heterogéneos y, com o tales, absolutam ente
separados. Pero D escartes no logra atenerse a la diferencia sustancial
y, u na vez que llega al hom bre, y porque quiere hacer de él un sujeto
de arbitrio libre, busca una im probable conexión del cuerpo y del
esp íritu que arruina la separación planteada inicialm ente. Para que
el alm a com ande soberanam ente al cuerpo, es preciso en efecto que
su interacción se entable en alguna parte y que tengan un punto de
hom ogeneidad: la glándula pineal deviene esta inextricable aporía de
un lugar corporal del alma incorporal. Spinoza no abandona la unión
del alm a y del cuerpo - a l contrario, la lleva a su punto m ás alto, pues­
to que alm a y cuerpo no son sino u n a sola y la m ism a cosa consid e­
rada bajo los atributos diferentes del Pensam iento y de la Extensión.
Pero abandona sin lam entarlo (aunque corriendo el riesgo de las m a­

43. Pascal Gillot subraya muy acertadamente la diferencia entre el ponsainkiiio de


Descartes y ese movimiento de pensamiento más general cjuc puede llamarse tJi
tesianisino. Pues más allá de su autor epónitno, el cartesianismo puede ooiuiMimjf’
como el planteamiento de un problema, el de las relaciones riel alma y del <m-i
po, que los "cartesianos" se apropiarán, aunque no todos adhieran a I Hrr.uiiteti y
le dé cada uno s\i solución. Bajo este aspecto, y a pesar do lodo los »pie loi; uepaT.i
de Descartes, Malebranche, Spinoza y Lcibniz son a su manera caueíiiannri Vei
Pascale Gillot, L'csprit, figures classiqucs ct coniemporainex, CNRS luliiinna,
44. Y la diferencia no es solo de palabras, pues considerar varia»! Niinlamim umut
Descartes, o varios atributos de una única sustancia como .Spino/.a. ímplú .i dlleini
cias importantes,

10?.
yores in com p rensiones) toda interacción causal en tre una y otro, y
co n secu en tem en te toda necesidad de encon trarles un lugar com ún.
Productos de los encu en tros de cuerpos, los afectos se in scrib en en
prim er lugar en los cuerpos, com o variaciones de sus potencias de
actuar - y csla corporeidad de los afectos que repatria la “psicología
de las em o cio n es" en las envolturas carnales no deja de ser un sig ­
no característico de la diferencia spinozista. Sin em bargo, Spinoza
entiend e ciertam en te por afectos "las afeccion es del cuerpo por las
cuales su potencia de actuar es increm entada o reducida”,45 pero "al
m ism o tiem po que esas afecciones, sus id eas”.46 Los afectos, en tan to
qu e ideas de las afecciones del cuerpo, tien en por ende ta m b ién una
parte m ental. Porque p ertenecen al atributo P ensam iento, y en tanto
que este atributo es absolutam ente distinto del atributo Extensión,
esas ideas, nuestros estados del alm a, tanto en el sentido corriente
com o en el sentido spinozista, existen rigu rosam en te sin l u g a r - dado
que la localización es lo propio solam en te de las cosas extensas, que
no son, por definición, las ideas en general, n i las de nuestras afec­
ciones en particular. Por consiguiente, salvo en un absurdo patente,
no podrían de ninguna m anera ser llam adas “in terio res", puesto que
el ‘'in terio r’’ es una indicación topològica, y la topología está reserva­
da al atributo Extensión. Del hecho de qu e los estados del alma eran
inobserva bles por un espectador exterior, y com o no obstante eran
experim entados por el propio su jeto, se ha deducido que no podían
m ás que estar situados dentro de él, m an ten id os en secreto por su
envoltura corporal y disim ulados por su opacidad - “lóg icam en te”,
las neu rociencias cartesian as47 (a m enudo sin saberlo y bajo el modo
de la perfecta evidencia), confundiendo el esp íritu y el cerebro, co n ­
tinúan escarbando “adentro”.
Así las cosas, dado que la idea de co n sen tim ien to está en co n ­
nivencia co n la de interioridad, tanto u na co m o la otra quedan

45. B ica. III, definición III.


46. Id.
47. Pero no todas las neurociencias lo son, así Antonio Damasio: I.’irretir dt Desearles,
Odile Jacob, 1995.

106
J*.

solidariam ente vacías de sentido. La coacción, con la cual constituye


antinom ia el consen tim iento, está condenada a la m ism a aporía, y lo
m ism o la polaridad de la coerción y de la legitim idad, del h a r d p ow er
y del sofi power, etc. No es que estas antinom ias no correspond an a
n ad a - ¡lo s individuos que experim entan las situacion es en las cuales
surgen estas palabras saben h acer m uy bien las d ife re n cia s !-, sino
que sus térm inos desfiguran lo m ism o que p reten d en captar. N ingu­
no de esos contrarios responde, com o se cree en su uso co rrien te (y a
m enudo en su uso erudito), a la diferencia falaz de la fuerza exterior
y del asentim iento in terior (evidentem ente soberano). Pues som os
determ inados a asentir exactam ente co m o som os d eterm inad os a pa­
decer: los estados vividos, cualquiera sean, son siem p re productos de
la exodeterm inación, y desde este p u n to de vista todos rigu rosam en te
sem ejantes. Pero solam ente desde este punto de vista. Pues a pesar
de ser iguales en determ inación, estos estados son bien d iferen tes
por otra parte, y no por nada h acen d ecir a qu ien es los viven cosas
muy contrastantes com o: “co n sien to" o "m e so m eto ". Su verdadera
diferencia se reduce siem pre, sin em bargo, a la polaridad fu n d am en ­
tal de lo alegre y de lo triste. Podría encontrarse un signo de ese des­
plazam iento de la diferencia en las sign ificacion es am bivalentes de
la palabra “y u g °”» que puede expresar tanto el so m etim ien to tirán ico
(“estoy bajo el yugo”) com o la aqu iescencia encantada ("estoy subyu­
gado”). En am bos casos se trata en efecto de estar encadenado - a l
orden de la d eterm inación c a u s a l- pero bajo afectos con trastan tes.
Por supuesto que la diferencia no es m enor. Solo que no es aquella
que se cree habitualm ente - e n todo caso, 110 es la diferencia en tre
el libre arbitrio tem poralm ente doblegado por algo m ás fuerte que
él, o que dice sí de todo corazón. Q u ien co n sien te no es m ás libre
que cualquier otro, ni m enos "doblegado" que el som etido: solo está
doblegado de m anera diferente y vive alegrem ente su d eterm in ación.
No existe con sen tim ien to m ás de lo que existe servidum bre volunta­
ria: solo existen su jecion es felices.
Los afectos alegres tienen la propiedad de qu e no in cita n esp e ­
cialm en te a pensar. “Siem pre está la violencia de un sign o qu e nos

107
fuerza a buscar, que nos quita la calm a", dice D eleu ze,48 m an era
de record ar que el pen sam iento se pone en m ovim ien to por un
en cu en tro que nos contraría - e s decir, por un afecto triste. Com o
si h u b iera una su erte de au tosuficiencia de la alegría, la felicidad es
poco cu estionad ora. Esta es la razón por la cual el olvido de la exo-
d eterm in ació n , ya inscripto en las m u tilacion es esp on tán eas del co ­
n o cim ien to del p rim er género, es todavía m ás profundo cuando las
q u e se ignoran son las causas de los afectos alegres. Los directivos
no van al trabajo m enos alienados que sus subordinados. H an su­
frido p asivam ente la prenorm alización social que los ha d ispuesto
a la vida salarial, no son el origen de las im ágen es vocacionales que
h an dirigido sus trayectorias escolares y sus eleccio nes p ro fesio n a­
les (m ucho m eno s de las con d icion es sociales que h iciero n posibles
esas trayectorias y esas elecciones). No estuvieron m eno s d eterm i­
nados que cu alquier otro a experim entar el deseo que los h ace m o ­
verse. Solo que se m ueven alegrem ente, es decir bajo el efecto de
un deseo no de evitar un mal sino de obtener un bien, y por sus
afecto s de esperanza lo su ficien tem en te potentes com o para en tre­
garse en teram en te a ellos y vivir ese deseo com o su deseo soberano.
En estas situ acion es alegres, la idea de la h etero n o m ía del deseo
tien e todavía m enos posibilidades que en otras circu n stan cias de
a b rirse ca m in o en el espíritu del individuo d eseante. El deseo que
nunca es de uno m ism o aunque está siem pre en uno m ism o, en
otros térm in o s, que nunca tiene por origen exclusivo al individuo
d esean te m ism o pero que sin em bargo es en efecto absolu tam en te
suyo - e l "soy yo quien d esea” es in co n te sta b le-, esta am bivalencia
del deseo, en to n ces, bajo afectos alegres está todavía m ás co n d en a­
da a la esco to m izació n que arroja al olvido el “no de uno m ism o ”
pa ra conservar solam ente el "en uño m ism o ”.

•18. Gillen l íelcuzr, Proust el les signes, coll. "Quadrige”, PIJF, 1970.

108
Los riesgos del constructivism o del deseo

El olvido de la heteronom ía es de una facilidad proporcional a la com ­


plejidad del proceso de la determ inación. Ni siquiera la m ejor vo­
luntad reflexiva puede hacer la recolección biográfica de las in n u m e­
rables afecciones (encuentros, influencias, exposiciones) que están
sedim entadas en una com plexión deseante. La constatación de un
deseo experim entado aplasta toda otra consid eración, especialm ente
la del conocim iento de aquello que lo ha determ inado. ¿Por qué este
tiene el deseo de activarse en tanto que financista, tal corno aquel ha
contraído el deseo de ser bailarín? Ninguno de los dos tendrá do ello
más que una inteligibilidad muy parcial, y de toda« m aneras a sus
ojos im porta poco.
Hay sin duda deseos cuya causa p ró x im a puede ser ¡d eiililkable
-a u n q u e perm anezca en la ignorancia lo que ha determ inado la dis­
posición a ser sen sible a esa causa. La im itación localizada (cuyo es­
quem a m atricial se brinda en la Ética, 111, 27) ofrece la situación tipo:
hago m ío el deseo de un otro que reconozco com o im itable -p o d ría
casi decirse con una m etáfora epidem iológica: contraigo ese deseo
en el contacto con otro que m e lo pasa. Lo que m e ha conducido
a este reconocim iento de im itabilidad - l a s propiedades sociales del
im itado, las circu nstancias en las cuales m e lo encuentro, el am or
que le tengo (cualquiera sea su fo rm a )- perm anecerá probablem ente
en las som bras. Pero el origen inm ediato de este deseo puede ser re­
flexionado: m e doy cu enta de que deseo en conform idad con él, que
deseo esto porque es de él, y a veces inclu so para él. Ese deseo está
rodeado de afectos am orosos, ¿cóm o podría no ser alegre? ¿Y cóm o
el sujeto deseante no experim entaría in ten sam en te el sentim iento
de que, a pesar de estar ligado a u n otro, ese deseo es absolutam ente
suyo, la expresión de su qu erer m ás soberano? Son las sugestiones
o los m andatos a desear que provienen de un otro odiado los que le
dan al sujeto la idea de una usurpación de lo que cree su libre arbi­
trio, y le hacen entrever la exodeterm inación. Pero solo el afecto tris­
te que proviene de detestar al inductor da <nenia de la rebelión del

i o ri
su jeto contra el doblegam iento del afuera, y su m ovim iento reactivo
do ros ta u rae ion de lo que cree su soberanía deseante no es de he­
cho más qu e la sustitución de una determ inación por otra pero bajo
nuevos afectos, alegres y ya no tristes, a la m anera del adolescente
do Spinoza que dando un portazo a la casa fam iliar para huir de la
autoridad parental... elige en rolarse en el ejército, y prefiere así, pero
“con tolal libertad", por supuesto, "el despotism o de un tirano antes
que los serm o n es p aternos”/19
¿Puede la ind u cción institucional del deseo producir efectos sim i­
lares? Más exactam ente, ¿en qué condiciones puede su proyecto te­
n er éxito, o b ien suscitar el rechazo? ¿Q uién negará, en prim er lugar,
qu e hay con structivism os del deseo (es decir epithum ogenias de in s­
titución)? Spinoza ya observaba que el Estado, m ás que con el temor,
debía bu scar "condu cir a los h o m bres de m anera tal que tengan el
sen tim ien to , no de ser conducidos, sino de vivir según su com p le­
xión y su libre d ecreto”.50 En esta m áxim a de prudencia política se
reconocerá sin dificultad el proyecto m ism o de la em presa neoliberal,
m anera de recordar tam bién que, reunión de potencias de actuar, la
em presa es fun d am entalm ente susceptible de una filosofía política.
" R ehacer" los deseos de los m iem b ro s de un cuerpo para co n fo rm ar­
los a los requisitos de la perseverancia del cuerpo no es en ton ces un
proyecto en teram en te nuevo. En el G orgias, Platón incluso h ace de
esto uno de los contenidos m ás em inen tes del arte político51 y la
vara con la cual debe ser juzgado el dem érito de Pericles. Pero en la
época m od erna en todo caso, esta em presa tiene en contra lodos los
in co n ven ien tes del con stru ctivism o com o intervención exterior m a­
nifiesta de una instan cia de cond icionam iento. El esp íritu m oderno
se equivoca al reservar la im putación de cond icionam iento so la m en ­
te a este tipo de proyecto, puesto que el cond icion am ien to no es sino

-tl>. l:tii:a, IV, apéndice, capítulo X líl.


’><». Truité politique, X, 8, en la traducción de Charles Rarnond, Œuvres, V, coll. “Epi-
métliée”, 2005.
51. (Matón, Gorgias, 517 b-c, en la presentación y la traducción de Monique Canto-
S|H.*rl»er, G F-Flam m arion, 2007.

1 10
otro nom bre para la universal servidum bre pasional. Pero acierta en
que, por m ás que estem os condicionados en todo, las modalidades
de adquisición de estos con dicionam ientos, m ás precisam en te la
cuestión de saber si hay instancias, e incluso in ten cio n es identifica-
bles de cond icionam iento, no dejan de hacer diferencias.
Así, por ejem p lo, se podría decir m uy en general que el cuerpo de
la sociedad entera trabaja, por au toafección,52 para form ar los deseos
y los afectos de sus m iem bros. Pero este proceso de la autoafección
del cuerpo social no puede asignarse m ás que n o m in alm en te a la
instancia m áxim a que es el propio cuerpo social, y no conlleva n in ­
guna inten ción, ningún proyecto deliberado. Perfectam en te atélico,
es tan vasto y sobre todo tan difuso, tan acéntrico, que se le aparece
a los individuos -cu a n d o se les ap a re ce ...- co m o una necesidad so­
bre la cual nadie dom ina verdaderam ente. Es decir que se sale allí
del m arco del constructivism o stricto sensu, y esta im personalización,
esta deslocalización del proceso de autoafección colectiva, le ofrecen
los m edios m ás seguros para pasar desapercibido o volverse tolerable
por más que produzca efectos de n orm alización que no son m en o s
intensos, a veces incluso dolorosos. “A igual cau sa, el am or y el odio
deben ser m ás grandes hacia un objeto que im agin am os libre que
hacia un objeto n ecesario ":53 Spinoza toca allí el m ecan ism o afectivo
que m arca de entrada el lím ite de los constru ctiv ism os políticos - e
indica a con trario la fuerza h istórica del cap italism o, en todo caso h a s­
ta un cierto punto. La posibilidad de asign ar u na causa localizada e
im aginada libre (el partido, el Estado, el G osplan) hacen de la in sta n ­
cia constructivista, identificable com o tal y a la cual puede atribu ir­
se una intencionalidad conting ente, el punto de co n cen tración de
afectos de odio m ás inten sos. Inversam ente, las fuerzas del m ercado
capitalista, qu e trituran a los individuos con una violencia no m enor,
aparecen bajo la especie de un "efecto de sistem a ”, com o tal inasig-
nable, sin cen tro, sin ing eniero deliberado, por end e asim ilable a u na

52. Sobre la idea de autoafección de la multitud, ver Frédéric Lordon, “L’empire des
inst-itutions", Revui: de la Régulatian, n° (>, 2010, http://regulation.revues.org/.
53. Élica, 111, 4‘).

11 I
cu asi necesidad, a la cual Marx consideró la esencia del fetichism o
m ercan til, y que resulta por ello propicia para todas las estrategias
retóricas de "naturalización”,54 por ende de despolitización.
D esde este punto de vista, la em presa neoliberal asu m e segura­
m ente riesgos, los de la relocalización, la intencionalidad asignable,
y el constructivism o nuevam ente visible, tanto m ás expuesto al odio
reservado a las causas libres por cuanto su proyecto de captura es
m anifiesto para todos. No obstante, hubo antes de ella instituciones
que se han esforzado, y de la m anera m ás visible, en con struir la
"in teriorid ad " de sus sujetos. La Iglesia católica es evidentem ente el
p rim er ejem p lo que viene a la m ente. Es cierto que su propia historia
institucional está íntim am ente ligada a la historia de la form ación de
la subjetividad, y que la idea (im aginaria) m ism a de la interioridad es
inventada en gran parte por ella y en el m ism o m om ento en que, al
inventarla, se propone controlarla. De un modo com pletam ente su­
m ario e intuitivo, se podría sugerir que, contem poráneo (y operador)
de las prim era etapas de la historia del individualism o, este intenso
trabajo sobre las interioridades tuvo sin lugar a dudas com o condi­
ción de posibilidad la influencia todavía m ás grande de la tradición y
de las autoridades sobre los individuos y su creencia apenas em b rio ­
naria en su autonom ía de sujeto, por consiguiente su disposición a
tolerar ser objeto s de tal m odelación, que no podía corresponder sino
a esa fase histórica interm edia de un individualismo larvario e incoa­
tivo. Es un "m aterial” totalm ente distinto, m ás difícil de m anejar, el
que tien e entre m anos la em presa neoliberal, cuyo proyecto de reha­
cer los deseos y las disposiciones de su s su jetos choca de frente con
la idea que estos se hacen de sí m ism os, precisam ente en tanto que

54. Hacen falla episodios de crisis intensa, como la que se abrió desde 2.007, y la
búsqueda de "responsables" y de “responsabilidades" que se siguen infaliblemente
de ellos, para sacar a la luz del dia, siempre que la búsqueda esté bien dirigida, a los
ingeniero» ocultos del sistema, y para hacer aparecer la parte que le loca a la actividad
de grupos de interés particulares en la construcción contingente de la "necesidad”.
Sobro la participación de la industria financiera en la sanción de sus propias reglas
de juego, ver; Simón Johnson, "The Quiet Coup", The Atlantic, www.thetlantic.com.
<loc/2()090ü/hn( advice, ?O0‘); Frédéric Lordon, La crisc ele trop, Fayard, 2009, cliap. l.

1 12
su jetos, es decir seres dotados de una autonom ía de deseo e n la cual
toda intervención exterior corre el riesgo de parecer una introm isión.

A m o r fa ti capitalistis

Pues a pesar de no ser en nada sujetos, no dejan de creerse tales. Y


los proyectos de m anipulación de su complexión deseante demasiado
visibles son inevitablem ente generadores de tensiones. Por eso el cons­
tructivismo afectivo de la em presa neoliberal enfrenta de entrada algu­
nos obstáculos serios y encuentra dificultades para disimular cumplo*
tam ente la violencia de los “consentim ientos" (pie produce. Kn malcría
de deseo y de afectos, la violencia constructivista es en primor luj.>:u' la
de su propio lelos, violencia del alineamiento sobre el deseo-amo. Ptu*s
difícilm ente se encuentre normalización más finalizada que la dr la
em presa neoliberal. La producción de deseos y de afectos no está aban­
donada a las inasignables causalidades de un proceso sin sujeto: liene
una cabeza, y cjue sabe lo que quiere. De todas las epithum ogenias capi-
lalistas, la práctica llamada del coaching, ese sum m um de la normaliza­
ción subjetivante que uno creería que la época le ofrece con total inten­
cionalidad a la herencia intelectual de Michel Foucault, porque es la que
va más lejos en la em presa de remodelar las complexiones afectivas, es
la que registra m ás violentamente las tensiones contradictorias entre
objetivos formales de “desarrollo personal" y de “autonom ización de
los individuos”, y objetivos reales de estricta conform ación a los pliegos
de condiciones coinportam entales calcadas de las coacciones específi­
cas de productividad y de rentabilidad de la em presa comanditaria. Los
coaches m ás lúcidos, o los m enos reservados, son bastante concientes
de esto y term inan diciéndolo sin demasiados circunloquios: su inter­
vención junto a los desafortunados “coacheados" tiene sobre todo por
objeto "transform ar una presión exógena en motivación endógena”,55

55. Laurence Baranski, l.£ manager ¿dmt'é. pilote du l-diliona


d'Organisation, 2001, extraído de Geiu:vi<'vr Cluilli.iuino, Í.Vrr tlti nhii/tíny,. Cntúfiif
d ’u n c v io te n c e nuphr'tnisifr:, lidilioiifi Syll«*p{W\

lI l
corno lo declara uno de ellos con una perfecta honestidad o un perfecto
candor. Dejando a un lado el habla gerendal, ¿cóm o no reconocer en
ese proyecto de transform ación de una exigencia exógena en “motiva­
ción endógena" la m áxim a spinozista para uso del soberano de "con ­
ducir a los hom bres de m anera tal que tengan el sentim iento, no de
ser conducidos, sino de vivir según su com plexión y su libre decreto"?
Inducir un deseo alineado: este es el proyecto eterno de todas las patro­
nales, es decir de todas las instituciones de captura. Para los enrolados
captados por la m áquina de colinealizar, se trata entonces de convertir
coacciones exteriores, las de la em presa y sus objetivos particulares, en
d eseos alegres y deseo propio, un deseo del cual, idealmente, el indivi­
duo podrá decir que es suyo. Producir el consentim iento es producir el
am o r de los individuos por la situación que se les fabrica. La epithuino-
genia neoliberal es entonces una em presa de producción de a m o r fa t i
-p e r o no de cualquier fa tu m : el suyo exclusivamente, aquel que arroja
sobre unos asalariados en el colm o de la heteronom ía.
La brecha que se abre entre el m andato que les con fía el co m an ­
ditario, m andato de producir el am or del d estino productivista, y la
retórica hum anista del trabajo sobre sí m ism o , que invocará en una
m ezcolanza el cuidado de sí estoico y la em ancip ación psicoanalíti­
ca, no puede en ton ces d ejar de aparecer dem asiado am plia, in clu ­
so para los "coach es". C ualesquiera sean sus m étodos, las prácticas
ep ilh u m o g én icas de em presa no pueden ocultar su finalidad profun­
d a m en te ad a p tativ a y su verdadero proyecto de inducir a los en rola­
dos a la acom odación individual e incluso, y m ás aún, a la tran sfi­
gu ració n de la coacción, pero fuera de todo cu estion ain ien to de la
co acció n . Inclu so las m eno s directivas de estas prácticas caen bajo
esta o b jeció n , tal el caso del coachin g de los cuadros superiores y m ás
im p licad o s ex ante, que puede darse el lujo de proponer solam ente
protocolos en apariencia m uy abiertos y m uy respetuosos de su “au­
to n o m ía ” -"N u n c a nos en con tram os en u na situación en la cual yo
p lan teara un problem a y tuviera una respuesta", explica un coachea-
do d e alto nivel, "exponía un problema y, a fuerza de devolverm e a
m í m ism o las preguntas, podía [...] en con trar yo m ism o elem en tos

114
de so lu ció n ”56- , pero porque el sujeto del coach in g es tomado en un
grado ya muy considerable de colinealización que lo lleva a situar e s ­
p ontáneam ente todo su trabajo reflexivo bajo el esquem a director del
deseo-am o, arrojado en lo im pensado de las evidencias, y por ende
sustraído a todo cu estionam iento, anterior o su bsiguiente, facilidad
maravillosa del preajuste de los grandes autom óviles. Pues lindo se­
ría ver que al final del proceso de “trabajo sob re sí m ism o", al final
del análisis reflexivo de su “falta de em patia con los subordinados”,
de la "g estión de sus relaciones con sus su p erio res”, de sus “dificulta­
des para co m u n icar” o para "estar a la altura de los desafíos”, resulte
sim plem ente para el “cocheado” la tom a de con cien cia crítica de las
situaciones a veces im posibles en la que se lo pone y que, fracaso su­
prem o del coaching, se vuelva contra la em presa capitalista cuando la
cuestión era que se vuelva sobre sí m ism o. Entonces, si fuera preciso
subrayar uno de los caracteres secundarios (?) de la epithum ogenia
capitalista, habría que hallarlo en su proyecto de rechazar a cualquier
precio todo m ovim iento de extrospección, es decir todo redirecciona-
rniento de la mirada hacia el exterior de las fuerzas que captan a los
individuos, y de m antenerlos firm es en el registro de la in trosp ec­
ción, com o una m anera de repetirles que lo que les sucede en la em ­
presa no es cuestionable -s ie n d o cu estionable solam ente la m anera
en que lidiarán con ello.
Faltando por d efinición a un deber de intransitividad, desde cuya
perspectiva el trabajo reflexivo es en sí m ism o su finalidad su ficien ­
te, la producción del a m o r f a t i capilalistis ofrece una de su s figuras
m ás retorcidas a lo qu e el lengu aje co rrien te designa com o co n d icio ­
n am iento, y el sentido co m ú n no se equivoca cuando se le brinda la
(rara) ocasión de ver, d ocu m ental de por m e d io ,57 a qué se asem ejan
las prácticas de “m otivación" (sem in arios, con ven cion es, etc.), que

56. Citado en Geneviève G uilhaum e, L ’crc du coaching. Critique d'une violence


euphémisme. Editions Syllepse, 2009, p. 107.
57. Ver así Dojuíuns Mundi. L’anpirc du management, Gérald Caillat et Pierre Legendre,
DVD, Idéale Audience, ARTE France; Jean-Robert Viallet, La mort du travail en France,
op. cit.

115
solo d ifieren por el objeto, y por un m argen a veces extrem ad am ente
ten u e, de las prácticas abiertam ente sectarias. Como si hiciera falta
co n firm ar la hipótesis de la universal servidum bre pasional, lo m ás
so rp ren d en te es el hecho de que las em presas abran (a veces) sus
pu ertas a cám aras sin duda lo su ficien tem en te hábiles para h ab er­
las convencido, pero tam bién bajo el efecto de una su erte de buena
co n cie n cia p erfectam en te ino cen te, que halla su origen en el a sen ­
tim ie n to inm ed iato que le dan los directivos a sus propias prácticas,
lejos de todo sen tim ien to de flagrante instru m entación afectiva o de
m an ip u lació n m ental, que los llevaría en cam bio al en cu b rim ien to ;
y esta ad hesión prim era perm ite ver hasta qué punto los condiciona-
dores están ellos m ism os condicionados y, sum ergidos en el m ism o
universo pasional e im aginario que aquellos a quienes le im ponen
su deseo, hasta qué punto dan u na ilustración de esa afirm ación
de Hourdieu segú n la cual los dom in antes son dom inados por su
propia dom inación.

1íI velo de los afectos alegres, el fondo de los afectos tristes

De m an era contradictoria con su registro propio, que conduce al


enrolado a sostener el discurso de su propio deseo y de su alegría
(al ver que se le ofrece la posibilidad de perseguirlo), el trabajo de
colin ealizació n no debe solam ente hacer olvidar que es en el fondo
transitivo y que está tomado en la órbita del deseo-amo capitalista,
sino igu alm ente que su prom esa de afectos alegres está siem pre e n ­
turbiada por un fondo de afectos tristes, segundo plano de sanciones
y de am enazas que pertenece por siem pre a la relación salarial. Para
todos los sujetos de la colinealización cuyo alineam iento es todavía
significativam ente im perfecto, la norm alización se opera bajo un
m anto de sanción -p u e s el fracaso de la norm alización no es una op­
ción. Los desviados persistentes, en el sentido literal de la geom etría
de los vectores-conatus, conocerán la suerte que la em presa le reser­
va a aquellos que le niegan la prom esa de “dar todo” -p o n ien d o a su

1 16
disposición la única posibilidad de ser rem odelado para dar todo con
alegría. Rasgando en un instante el velo del alegre deseo, el fracaso
de la inducción del deseo, la im perfecta adaptación y el acom oda­
m iento incom pleto hacen volver de inm ediato lo duro de la relación
salarial bajo las form as variadas del d escasam ie n to com petitivo, de
la m utación-degradación, o finalm ente del despido puro y sim ple. El
colinealizado está enton ces conm inado por la em presa, pero m ás to ­
davía por sí m ism o, a convertirse a los afectos alegres del deseo apro­
piado, bajo el riesgo de ser sum ergido nuevam ente en los afectos de
tem or - lo s de la dependencia basal y de la am enaza sobre la nuda
vida. De esta "profundidad" de la escena ep ithu m ogénica, en la cual
detrás del prim er plano de la colinealización feliz se m an tien e s ie m ­
pre el segundo plano de la relación de potencia asim étrica, nacen las
tensiones que desgarran a los colinealizados, ten sió n del cío ubi c bincl
-" d e s e a tú m ism o pero solam ente según yo m ism o", “sé autónom o
pero según m i d irección ”, todas variantes del canón ico "sé esp ontá­
n eo ”- contra las cuales los individuos no pueden oponer m ás que
su fuerza de reencantam iento y de autosugestión para no caer en la
constatación del forzam iento, cuando no en la patología m ental.
Esta es la razón por la cual las em presas de colinealización nunca
tienen su éxito asegurado, y sus efectos están condenados a segu ir
siendo muy d iferentes según los su jetos de los que se apoderen. Este
gradiente de eficacia se ajusta grosso modo al nivel jerárquico de
los colinealizados, es decir a su proximidad con el deseo-am o -p e r o
sin perjuicio de anom alías estadísticas locales. En lo m ás alto de la
jerarquía, los individuos están ya tan prealineados que la eficacia es
m áxim a, siendo el trabajo epithum ogénico poco m ás que un trabajo
m etodológico: no hacer nacer un deseo que ya está casi en teram en te
ahí, sino reordenar m arginalm ente la vida pasional del sujeto p.na
perm itirle perseguirlo de una m anera todavía m ás eficaz de la qiu* 1“
hacía por sí m ism o y por m edio de sí m ism o. En los casos cxtinn«*'!,
la relación de alineam iento llega casi a invertirse, y son i"*1 1 ‘
dúos los que utilizan la organización para la satisíao ióti di- H'1 •
pasionales. En uno de los rarísim os textos en los qi«' ....... ••M»

11
del deseo, por otra parte bajo la form a m en o r del prólogo dialogado,
B ourd ieu evoca el caso en que “los agentes explotan las in stitucion es
para saciar sus p u lsion es"58 - e n este caso particular se trata de la
in stitu ció n eclesiástica en sus relaciones con individuos cuya co m ­
plexión pasional los em puja a encontrar en la vocación pastoral una
m ultitud de beneficios psíquicos esp ecíficos, ben eficios de carism a,
de poder sobre las alm as, de m ediación con lo divino, etc., acerca de
los cu ales la Iglesia, precisam ente, se pregunta sin cesar si no son
dem asiad o violentos, hasta el punto de descarriar al (futuro) pastor.
C om o todo deseo-am o, la institución eclesiástica se preocupa por la
con form id ad de sus enrolados, cuyo exceso de exaltación m ira con
d escon fian za - a la inversa de la em presa, que d escon fía de la falta
de "m otivación ". Pues la “idoneidad", el nom bre de la norm alidad
eclesiástica, donde lo idóneo designa el punto óptim o en tre com pro­
m iso necesario y com p rom iso excesivo, no tiene que tem er tanto la
in su ficien cia vocacional -ra ra m e n te uno entra al sem in ario contra
su v o lu n tad - com o el sobreinvestim erito pasional del "su bjetivism o
ía la l",50 exceso de pasión que in d in a a las “alm as ard ientes, m ás
s u jc la s al entu siasm o y a la ilu sió n ",60 a abrazar la vocación bajo el
im p u lso de "l;i atracción”,61 es d ed r dem asiado sen sib les a la for­
ma particular de interés que les propone una institución conciente,
co m o institución de poder sim bólico, de funcion ar por el interés, y
que d esconfia, en vista de su profesión de fe de d esin terés, de estar
representada por individuos d em a sia d o visiblem ente interesados.
Es decir que las transacciones pasionales que se establecen entre
los individuos y las instituciones pueden ser m ás sim étricas que la
“s im p le ” norm alización unilateral de los prim eros por las segundas,
cosa que nos recordaba de cierta m anera la producción social de im a­

58. "Avant-propos dialogué", en Jacques Maître. L ’autobiographie d'un paranoïaque,


Anthropos, 1994, p. VI.
59. Joseph Lahitton. Deux conceptions divergentes de. la vocation sacerdotale. Exposé.
Controverse. Gnu'écjitences pratiques, Lethielleux, 1910, citado por Jacques Maître, op.
cit., p. K>.
00 . là.
f>l. Ibid.

1î8
ginarios vocacionales, pero cuya m anifestación podría verse tam bién
en todas esas actividades consideradas por la m ayoría repulsivas,
com o la geriatría o la tanatopraxia, por ejem p lo, que sin em bargo lle­
gan a atraer positivam ente a algunos por reson an cia con caracteres
muy profundos de su com plexión pasional y pulsional. La em presa
sabe que puede contar con "alm as ard ien tes", a las que busca m ás
que la Iglesia, y para esas alm as, que invisten a la em presa tanto
com o la em presa las inviste, la colin ealización es en principio in m e ­
diata, aunque deban operarse todavía realineam ien to s secundarios.
Pero no sucede lo m ism o, lejos de eso, co n todos los su jetos de la
colinealización neoliberal, y en particular cuando la adecuación pa­
sional a priori no tiene el grado que tiene la de los grandes autom óvi­
les. Andar para la em presa y al servicio de la em presa no es obvio en
esos casos en que el deseo de los su jetos no está alineado de entrada,
y el proceso de alineam iento está siem p re expuesto al riesgo de ser
vivido ya sea com o forzam iento, ya sea bajo el m odo confuso de una
proposición digna en sí de ser considerada, pero estropeada por su
trasfondo de am enaza. Pero solo una sociología de la relación salarial
podría esclarecer la form ación de las d isp osiciones a la ren uen cia o a
la aceptación contrariada, y la m anera en que jugarán al enfren tarse
a una intencionalidad colinealizadora determ inada, que adem ás está
provista de un poder de sanción.
Fuera de los casos polares de las "alm as ard ien tes” y de las “alm as
renu entes", los sen tim ientos encontrados, es decir el conflicto de
los afectos antagonistas es, co m o lo recuerda Spinoza, lo ordinario
en la vida pasional, y “el alm a fluctúa" -jlu c tu a lio a n im i- a m erced
de resultantes afectivas co n stan tem en te reconstituidas. Los “co n ­
sentim ien tos" son en tonces atenuados sin cesar y su sceptibles en
todo m om ento de perder su consistencia debido a nuevas afecciones
(acontecim ientos de la vida salarial) generadoras de nuevos afectos.
Pues en lo que co n ciern e al “co n se n tim ie n to ”, nunca hay sino el e n ­
frentam iento intrapsíquico de los afectos alegres y de los afectos tris­
tes, según la ley de potencia elem ental que exige que "u n afecto no
puede ser ni reprim ido ni suprim ido si no es por un afecto contrario

119
y m ás fuerte que el afecto a rep rim ir”.62 Ahora bien, la colinealiza-
ció n , sobre todo cuando tiene u na intencionalidad tan m arcada com o
el alin eam ien to neoliberal, no puede nunca eludir com pletam ente
su parte entristecedora, no tanto por la heterogeneidad inicial de de­
seos y el proyecto de uno de reducir al otro a sí m ism o, com o por
el h echo de que dicha reducción de uno a otro no toma la forma de
una “lib re” proposición, sino que sigue estando bajo un m anto de
am enaza. Los asalariados pueden ser inducidos o conducidos a apa­
sion arse por el control de la gestión, la venta de carros elevadores o
el crackin g catalítico, pueden apoderarse de todas las oportunidades
alegres que la em presa se tom e el cuidado de presentarles -a sce n s o ,
socialización o prom esa de "realización p e rso n a l"-, y sin em bargo
por m om entos no dejar de pensar en ello.

62. Ética, IV, 7.


III. Dom inación, em ancipación

La dom inación repensada para u sarse con el “c o n s e n t i m i e n t o "

Así, el "con sentim iento” está generalm ente m anchado por una violen
cia que proviene de estar directam ente al servicio de un deseo-amo
exterior y de que es obtenido sobre un fondo de am enaza. I lay no
obstante casos en los que se presenta bajo com plejos de afectos alegres
cuasi puros, apenas alterados por afectos tristes residuales, demasiado
débiles para m odificar el sentim iento de conjunto de estar m ovién­
dose según un deseo personal totalm ente auténtico. Pero entonces,
¿cómo continuar hablando de dom inación cuando los interesados le
sonríen tan u nánim em ente a su fcUum salarial? Los recordatorios de la
intencionalidad ram pante, de la captura de esfuerzo por el deseo-amo,
no son de ninguna utilidad, puesto que el individuo les opondrá un
"es de hecho m i elección” que cierra la discusión. Inútil igualm ente
evocar la posibilidad de la alienación, primero porque los afectos del
interesado oponen un desm entido formal a la idea de una violencia
que se le aplicaría desde el exterior, después porque, por una intui­
ción spinozista en estado práctico, podría perfectam ente devolverle el
diagnóstico de alienación a qu ien lo cuestiona -¿ p o r medio de qué
privilegio podría este último exonerarse de una im putación sim étrica,
cuando por ejem plo parece vivir su propio enrolam iento de m anera
tan alegre com o el que es cuestionado? Y así com o polém icam ente la
ideología es reducida a "el pensam iento de los otros", ¿no sufre la alie­
nación las m ism as distorsiones por funcionar com o designación de
“la vida pasional de los otros”? La mirada spinozista añadirá ante todo

121
que la .servidumbre pasional es la condición de todos, y que reservarle
su im putación a algunos dice al m enos tanto sobre aquel que im puta
com o sobre aquel que es imputado.
¿Pero qué queda de la dom inación cuando la alienación es u n i­
versal y está acom pañada por afectos alegres? Por supuesto que la
d om inación puede seguir definiéndose com o la relación asim étrica
que nace del hecho de que la persecución del deseo de uno pase por
otro. El hecho de que un interés dependa de un tercero hace ipso Ja c to
del interesado un dom inado y del tercero un d om in an te - e l asalaria­
do, por ejem plo, para hacer lugar a sus in tereses vitales no tiene m ás
opción que hacerlos pasar por un "com prador de fuerza de trabajo”.
Pero el interés basal puede ser superado por deseos m ás elevados a
los cu ales el em pleo brindará satisfacciones reales hasta el punto de
que la relación de dependencia objetiva ya no d eje ninguna huella
afectiva y confluya im aginariam en te con el ideal de la teoría eco n ó ­
m ica del intercam bio sim étrico m u tu am en te ventajoso, co n ju n ció n
exitosa del deseo-am o y del deseo individual en la cual este últim o
no tiene la im presión de servir a un am o, sino an te todo de servirse
a sí m ism o. Y sin em bargo, a pesar de todos los ben eficios que el
individuo en cuentre, el enrolam iento no deja de ten er costos. Pues
por exitosa que sea, la epithu m ogenia tiene co m o efecto, y de hecho
co m o intención. Jija r el deseo de los enrolados a un cierto núm ero
de objeto s con exclusión de otros. En las organizacion es capitalistas,
la su bordinación jerárquica tiene por fu n ció n asignar a los indivi­
duos a una tarea definida en el desglose de la división del trabajo, es
decir a u n o bjeto de actividad a convertirse en objeto de deseo - “h e
aquí esta cosa muy precisa que debe desear h a ce r”. La división del
trabajo determ ina "objetivam ente'' tareas a realizar; la relación de
m ando distribuye biyectivam ente y rem acha a los individuos a ellas
exclusivam ente; la epithum ogenia tiene por fu n ció n lograr que esto
les parezca bueno. Ahora bien , hay m uchas otras cosas en las cuales
el asalariado, esta vez ya no concebido com o enrolado, sino com o
asociado, podría estar interesado, m u ch as co sas que, sobrepasando
el m arco estrecho de una actividad n ecesariam en te in serta en la di­

122
visión del trabajo, lo sacarían de ella para elevarlo a otros usos de su
potencia de actuar, com o: cu estionar la propia división del trabajo en
lugar de sim plem en te padecerla, es decir la distribución de las tareas,
sus rem uneraciones, su organización y, m ás am pliam ente todavía, la
estrategia de conjunto de la em presa, sus decisiones políticas funda­
m entales referidas, por ejem plo, a la m anera de absorber las co n stric­
ciones externas, principalm ente las com petitivas, las reparticiones de
esfuerzo que resultan de ella, en tiempo de trabajo, en rem un eración
o en efectivos, en sum a, todo lo que con ciern e al destino de la co m u ­
nidad productiva de la que es m iem bro de pleno derecho y de la cual
podría obtener oportunidades de alegría am pliadas. Pero el acopla­
m iento división del trabajo/subordinación/condicionam iento ata a
los asalariados a un objeto de deseo exclusivo y, aunque fuese feliz,
la su jeción es fundam entalm ente encierro en un d om in io restringido de
disfrute. Todo el trabajo epithum ogénico, trabajo de reconfiguración
de lo im aginario y de inducción de afectos alegres, apunta a orientar
los conatus enrolados hacia objetos muy estrecham ente definidos
que recircu nscriben un perím etro bien determ inado de lo deseable.
Por supuesto que el proyecto m ism o de inducir afectos alegres su ­
ponía am pliar el cam po de lo deseable en relación con la situación
pasional original de la relación salarial, que solo ofrecía m ales que
evitar y no bienes que perseguir. Sentim ientos de pertenencia, ga­
nancias sim bólicas y m onetarias del ascenso, reconocim iento y amor,
han sido propuestos por las em presas para am pliar el dom inio de
los intereses en el enrolam iento - y facilitar la colinealización. Pero
esta am pliación está m eticu losam ente controlada, pues si hace falta
estim u lar o producir deseo, nada debe hacer que se corra el riesgo de
que escape hacia fuera de los lím ites funcionales a la valorización del
capital y las relaciones sociales de subordinación bajo las cuales se
efectúa. A unque se hiciera abstracción de la relación de dependencia
original que hace pasar por sí m ism a los intereses vitales de los asala­
riados, el éxito del deseo-am o en conducir a los enrolados brindándo­
les el sen tim ien to de vivir según sus propias inclinaciones no pierde
por ello el carácter de una dom inación, pero evidentem ente bajo una

12:?
form a distinta a la de la coerción desnuda, puesto que el enrolado no
cesa de consentirla. Esta dom inación puede ser redeñnida com o el
efecto que confiere a algun os la ca p a cid a d d-e reservarse p osib ilid a d es (de
disfrute) y de a p a rta r de ellas a los otros.
De la violencia sim bólica de Bourdieu, dom inación suave puesto
que los propios dom inados la "con sien ten ", se puede decir entonces,
rom piendo con las aporías subjetivistas del con sen tim ien to , que es
una dom inación a través de los afectos aleg res.1 Y podem os relacio­
nar su sentido ético-político con la in sisten cia spinozista en subrayar
hasta qué punto la com plejidad del cuerpo hum ano lo vuelve capaz
de expresiones variadas de su potencia de actuar, y hasta qué punto,
por consigu iente, lo "útil propio” a cada uno reside en la posibilidad
de escapar a las fijaciones del conatus para efectuar esta variedad
- " l o que predispone al cuerpo hum ano a ser afectado segú n n u m ero ­
sas m odalidades, o lo vuelve capaz de afectar a los cuerpos exteriores
según num erosas m odalidades, es útil al h o m b re".2 Es p recisam ente
este despliegue de variedad lo que no perm ite la vida bajo el deseo-
am o, en la cual la condición de dom inado produce el estrech am ien ­
to del cam po del deseo y de las ocasiones de alegría. Lo propio de
la dom inación consiste en fijar a los dom inados a o bjetos de deseo
m enores - e n todo caso, juzgados tales por los d om inantes, que se
reservan los otros. En la alegría antes que en el temor, h e allí induda­
blem en te la m anera en qu e los d om inantes gobernarán m ás eficaz*
m ente, pero circun scribien d o estrictam ente las alegrías ofrecidas, es
decir seleccionando rigu rosam ente los objetos de deseo propuestos.
Regular la distribución de lo deseable podría ser en to n ces el efecto
m ás característico de la dom inación, y tam bién el m ás general, pues­
to que el espectro de lo deseable se extiende desde el deseo de evitar
un mal hasta el deseo de conqu istar los bienes m ayores (los bienes
so cialm en te considerados m ayores), pasando por los deseos de ob­

l Por ( ¡crio <|iu; la violencia simbólica está lejos de ser solamente afectos alegres, y sus
»•Ic'Ctott ile asignación, de proliibición y de desvalorización pueden producir también
.ilrttoK tristes (por ejemplo, de impedimento o de vergüenza social).
I'lit./j, IV. .IR.

I¿A
jetos m enores, fuente de pequeñas alegrías reservadas para la gente
inferior. En ese con tin u um de lo deseable entran en to n ces tanto la
“dom inación dura" com o la "d om inación suave", tanto u n a com o la
otra son pensables en los térm inos unificados del deseo y de los afec­
tos, y no se d istinguen sino por los afectos, tristes o alegres, por los
cuales hacen que los cuerpos se m uevan.

División del deseo e im aginario de la im potencia

La apuesta central de la dom inación es distributiva. Para m ezclar el


lenguaje de Max W eber con el de Spinoza, podría decirse que trata
con la repartición de las chances de alegría. Decirlo así es señalar
de entrada la apertura del espectro de las alegrías salariales más allá
de las solas alegrías m onetarias: lugares de honor, reconocim iento,
socialización am istosa en el trabajo; y al m ism o tiem po su cierre re­
lativo, referido a todas las chances que los asalariados podrían en
principio am bicionar, en el propio m arco de su vida profesional, para
ni siquiera hablar del resto. La regulación distributiva dom inante
que produce esos deseos ajustados y convence a las am biciones de
los dom inados de que, pasados esos lím ites, carecen de esperanza,
supone entonces, para no degenerar en frustración, un trabajo de
encantam iento constan te destinado a persuadir a los asalariados de
que sus pequeñas alegrías son “de h ech o ” grandes alegrías, en todo
caso alegrías absolutam ente su ficientes -p a ra e llo s -. Ese trabajo
es tanto m ás necesario por cuanto debe contener los desbordes de
anhelos alim entados sin cesar por el espectáculo del m undo social,
y la im ita d o ajfectu u m que ese espectáculo no deja de inducir: los
privilegiados visiblem ente disfrutan de ciertas cosas que deben por
ende ser muy deseables y que se ofrecen por eso a la em ulación del
deseo. La violencia sim bólica propiam ente hablando consiste en to n ­
ces en la producción de un im aginario doble, im aginario de la pleni­
tud, para hacer parecer suficientes las pequeñas alegrías asignadas
a los dom inados, e im aginario de la im potencia, para convencerlos
de renunciar a las grandes alegrías a las que podrían aspirar: "Todo
lo que uno im agina no poder, lo im agina n ecesariam en te, y por tal
im aginación uno queda dispuesto de tal m anera que efectivam en te
no tiene el poder que im agina no te n er":3 he allí el m e ca n ism o pa­
sional de conversión de la asignación en autoasignación que activa el
im aginario (social) de la im potencia.
Bajo esta concepción distributiva, la d om in ación aparece co m o
la solu ción de com p rom iso por la cual se acom oda la con trad icción
social principal del deseo, que al m ism o tiem po que bu sca en la m i­
rada de los otros su propia co n firm ació n - " S i im agin am os que otro
am a o desea [...] lo que nosotros am am os o d eseam os [...], por eso
m ism o am arem os, d esearem os [...] co n m ás co n sta n cia ”- , 4 in ten ta
a le ja r de sus objetos de deseo a los terceros que tanto ha atraído h a­
cia ello s...: "V em os así qtie cada uno, por naturaleza, desea qu e los
o tros vivan según su propia constitu ción ; pero com o todos d esean
lo m ism o , todos se obstaculizan por igual, y [...] se odian u n o s a
o tro s”.5 Se sigue de allí que la m ayor parte de las ocasio n es de ale­
gría social son d iferen ciales -p o s e e r lo que otros no te n d rá n - y qu e
los íroslos m ism os de reservar (para sí, o para su "c la s e ”) y de a p a r ­
la r (a los o lio s) son los m ás característicos de la d o m in ación social.
(Ion la particularidad su plem en taria de que para ser p erfectam en te
lograda, la operación distributiva de la d om in ación su pone no so la ­
m ente reservar ciertos objeto s de deseo para los d om in an tes, sin o
tam bién h aber hecho que los dom inados los reconozcan com o de­
seab les, a u n q u e b ajo la cláu su la decisiva: deseable en general, pero no
para ellos en particular. El asalariado ordinario sabe reco n o cer co m o
d eseable el poder de d irección, pero sin h acerlo o bjeto de su deseo.
P erm an ecerá en to n ces fijado a las cosas qu e le han sido asignadas
por la división del trabajo, convertida por el juego del im agin ario de
la im potencia en división del deseo. Com o Bourdieu no ha cesado
de subrayar, la división del deseo es una estru ctura de asig n acio n es

3. Ética, III, definición de los afectos 2S, explicación.


4. Ética, III, 31.
5. Ética, III, 31, escolio.

126
arbitrarias trazadas sobre un fondo de ind iferenciación an trop ológi­
ca cuya clave nos brinda Spinoza: "La naturaleza [hum ana] es una,
y com ú n a todos”.6 Pero recubierto de entrada por las cla sifica cio ­
nes sociales que atrapan a los individuos desde su n a cim ien to , ese
fondo tiene m uy pocas ch an ces de m an ifestarse en tanto qu e tal.
Esta es la razón por la cual hace falta recordar co n sta n tem en te su
existencia, contradicha por todas las experiencias esp on tán eas del
m undo social cuya arbitrariedad es convertida en necesidad por la
im agin ación colectiva. Así, le recuerda Pascal al h ijo del d uque de
Luynes, “Todo el título por el cual posee vuestro bien , no es un títu ­
lo de naturaleza, sino un establecim iento h u m an o . Otro giro de la
im aginación en aquellos que han hecho las leyes lo hubiera vuelto
pobre”.7 Pero quizás hace falta volver a Spinoza para la reafirm ació n
m ás radical de la igualdad antropológica fundam ental y de la esp e ­
ranza de disipar, aunque sea un poco, las diferencias aprendidas y
las transfigu raciones fantasm agóricas cuyo trazado prosigu e in d e­
finidam ente la producción im aginaria: “El vulgo, suele d ecirse, es
desm esurado, es terrible si no tiene m iedo; la plebe es ora h u m ild e
en la servidum bre, ora arrogante en el dom inio, no hay en ella ni
verdad, ni juicio, etc. En realidad la naturaleza es una, y co m ú n a
todos, pero som os engañados por el poder y por la cultura: de allí se
sigue que cuando dos h o m bres hacen una m ism a cosa, d ecim os a
m enudo que es aceptable de uno pero no del otro, no porque ella di­
fiera, sino porque ellos d ifieren. La arrogancia es propia de los am os
[...]. Pero su arrogancia se adorna co n fastuosidad, con lu jo, co n
prodigalidad, con una cierta coherencia en el vicio, con un cierto
saber en la necedad y con una cierta elegancia en la depravación, de
modo que vicios que considerados separadam ente, y desplegándose
en ton ces al m ás alto grado, son repugnantes y vergonzosos, les pa­
recen h onorables y convenientes a los ignorantes y a los in g en u o s”.8

6. TP, VII, 27.


7. Pascal, "Premier discours", Troís <Ji.u:ottn¡ sur hi condition des granéis, en Ghivrcs
completes, coll. "I/Intégrale", Senil, 2002.
8. TP, Vil. 27.

12 7
Abandonada a m ecan ism os difusos e im person ales, la división
social del deseo, conform e al m ecan ism o de Ética, III, 49, hace que
los individuos vivan lo arbitrario de sus asignaciones bajo la especie
de la necesidad, es decir com o un fa tu m sin dios, por consigu iente
susceptible de un am or o de un odio m enores que si la causa se im a­
ginara libre. El gran m ovim iento de la producción im agin aria social
se encarga de aportar ju stificaciones de lo arbitrario hecho necesidad,
ju stificaciones que desde los G riegos observam os que no saldrán del
triángulo del n acim iento, de la riqueza y de la com p etencia. Las épo­
cas de la legitim idad aristocrática y plutocrática pasadas (bajo sus
form as puras...), la m itogenia contem poránea del diplom a, com o no
ha dejado de insistir Bourdieu, se em p eñ an en d isim ular su propia
indiferencia por los contenidos y su única verdadera m isión, que es
de certificación de las “elites", es decir de su m in istro de coartadas
para la repartición de los individuos en la división social del deseo.

l a e x p l o t a c i ó n p a s io n a l

En lo que co n ciern e a lodas sus habilidades para producir disfrute,


rebautizado “consentim iento", la ingeniería de em presa del deseo
sigue siendo dem asiado visible. Incluso los más alegrem ente co m ­
prom etidos tienen conocim iento del deseo-am o y con cien cia de la
captura de que es objeto su esfuerzo. La vida bajo un deseo-am o es
vida explotada. ¿Pero explotada en qué sentido exactam ente? No es
seguro que sea com o la teoría m arxiana lo im agina. Pues la explota­
ción en el sentido m arxiano del térm ino solo tiene sentido articulada
co n una teoría sustancialista del valor-trabajo. Explotación es allí el
nom bre de la apropiación capitalista de la plusvalía, m edida por la
brecha entre el producto total y el equivalente en valor de la repro­
ducción de la fuerza de trabajo, alias lo que se vuelca a salarios. Pero
l.i definición del valor de la fuerza de trabajo (a reproducir) es de lo
m ás uu ¡ei la, y de hecho circular: no es tanto un valor objetivam ente
c alculado ex imti' de la fuerza de trabajo a reproducir lo que determ in a

12«
el salario, com o el salario lo que in dica el valor consagrado de h ech o a
la reproducción de la fuerza de trabajo. Pero sobre todo, para seguir
la definición m arxiana de la explotación hay que aceptar entrar en
una teoría sustancialista del valor -c u y a sustancia es aquí el tiem po
de trabajo abstracto.
Los pensam ientos de Marx y Spinoza tienen su ficien tes afinida­
des y puntos de contacto com o para que no haga falta silen ciar lo
que probablem ente constituye (con la dialéctica de lo negativo y de la
contradicción) su principal divergencia: el valor. Figura de la trascen ­
dencia subrepticiam ente reintroducida en el corazón de la in m an en ­
cia, el valor sustancial es recusado por Spinoza, com o hace co n todo
lo que pudiera reconstituir norm as objetivas respecto de las cuales la
distancia de las cosas im plicaría vicio y falta: la filosofía de Spinoza
es la afirm ación de la absoluta plenitud de lo real y de su perfecta
positividad, una de las razones por las cuales tam bién escandaliza
- e s cierto que no es fácil entender su “Por realidad y por perfección,
entiendo lo m ism o ”...£J No obstante, se puede abordar la crítica spi-
nozista del valor sustancial por otro lado, en particular el de Ét ica, 111,
9, escolio, que invierte la relación del valor y del deseo planteando,
en el extremo opuesto de nuestras aprehensiones espontáneas, que
no es tanto el valor, preexistente y objetivam ente establecido, lo que
atrae hacia sí el deseo, sino el deseo el que, invistiendo objetos, los
constituye en valor.10 No hay contenidos sustanciales del valor, hay
solam ente investim entos del deseo y la axiogenia perm an en te que
transfigura lo deseado convirtiéndolo en bien . Esta inversión vale
para todos los valores, tanto estéticos, m orales, com o económ icos,
por distantes que puedan parecer esos dom inios de valorización - t o ­
m ándose en serio la identidad de la palabra m ás allá de la heteroge-
niedad aparente de sus usos, D urkheim form ará explícitam ente el

9. Ética, 11, definición VI.


10. "No nos esforzamos hacia cierto objeto, no lo queremos, no lo perseguirnos, ni lo
deseamos porque juzguemos que es un bien, sino al contrario, solo juzgamos que un
objeto es un bien porque nos esforzamos hada él, parqu«- lo queremos, lo persegui­
mos y lo deseamos" (h'l'tca, III, 9, escolio).

129
proyecto de una teoría transversal del valor.11 No puede haber valor
objclivo para Spinoza, pues la in m an en cia integral no tolera norm as
<|ue no sean inm anentes. Pero la inexistencia teóricam en te afirm ada
del valor sustancial no im pide en absoluto pensar los in n u m erables
procesos de valorización. Los valores engendrados en ellos no son
nada m ás cpie los productos de com p osición de juegos de potencias
que invisten, por ende posiaoHtfs y afirm acion es de valor. No hay valor
sustancial que pueda erigirse objetivam ente en n orm a y proveer an ­
cla jes incontestables a los argum entos de las disputas distributivas,
no hay m ás que victorias tem porales de algunas potencias que im ­
pon en con éxito sus afirm aciones valorizadoras. Vale lo que el m ás
potente ha declarado que vale - l o cual no excluye, por otra parte, que
en ciertos cam pos se form en com unidades de valorizaciones d isi­
dentes, y las luchas de valorizaciones son de hecho lo ordinario en la
vida social del valor.
Lo m ism o sucede en el cam po de la valorización econ óm ica al
que nada, ni siquiera la objetividad aparente del núm ero, puede
aferrar a norm as sustanciales. D esde este punto de vista, la crítica
spinozista invita m ás bien a releer la teoría tnarxiana del valor-tra­
bajo y ib« la plusvalía com o una afirm ación lanzada en contra de las
af'uiiM cioncs en com petencia - y por otra parte, com o un h o m en a­
je involuntario que el m aterialism o m arxiano le rinde al idealism o,
concediéndole im plícitam ente que la elaboración teórica (de una
"teoría objetiva del valor”) es efectivam ente la form a superior de le­
gitim ación de una aserción reivindicativa. Y es cierto que la norm as
de la pu blicidad, norm as form ales de la disputa que obligan a la g e­
n eralidad, no cesan de som eter a las reivindicaciones a la sem piterna
pregunta "¿En nom bre de qué?" - “¿En nom bre de qué dem anda
usted? ¿Q ué es lo que fundam enta y justifica su dem anda?". El d es­
asosiego que acom paña generalm ente la recepción de la critica sp i­
nozista, leída com o aniquilación de toda ju stificación posible, p u es­
to que aniquila todo recurso posible a valores objetivos, por end e a

11. Érnile Durkheim, "Jugements de valeur”, en Sociologie el phihsoplnc, cotí. “Quadri-


ge” , PUF, 1996.

130
principios “g en erales”, ese desasosiego está enteram ente prisionero
de la form a "ju stificació n " (objetivam ente ilusoria, aunque sin duda
so cialm en te necesaria), al punto de haber perdido com p letam ente
de vista el carácter fun dam entalm en te infundado (e infundable) de
toda dem anda. A la pregunta "¿Por qué y en nom bre de qué usted
dem and a?”, la respuesta es siem pre en ú ltim a in stan cia: “Porque sí".
“Porque soy yo”, es decir por el derecho natural de m i conatus y según
su egocen trism o de fondo, por la fuerza de ese deseo que es m ío,
por eso dem ando; en cuanto a lo dem ás, tal com o la intendencia,
la ju stificació n y la "generalidad" se seg u irán 12. 13 Expresiones de la
naturaleza profundam ente afirmativa del conatus, las dem andas son
esfu erzos de potencia cuyos conflictos serán resueltos, com o todo e n ­
cuentro antagonista en el m undo, por la ley elem ental de la potencia
m ás fuerte - y esto evidentem ente bajo las con stricciones de forma
de la potencia propias del m undo social, tales que pueden conducir
a los esfu erzos de potencia, por ejem plo, a expresarse en discursos
“ju stificad os”. Esta es la razón por la cual, de la renuncia a la teoría
m arxiana del valor, de la plusvalía y de la explotación, ¡no se sigue en
absoluto que haya que desertar al cam po de la polém ica m onetaria y
del conflicto por el reparto! H ay luchas por la distribución del dinero.
Y no es necesario apelar a una teoría objetiva y sustancial de la plus­
valía para im pugnar com o inju sto el reparto del valor -a su m ie n d o la
parcialidad constitutiva del punto de vista que afirm a esta injusticia.
La ratio de los deciles o de los percen tiles superior e in ferior en la
d istribu ción estadística de los ingresos (al interior de la em presa o
en la econom ía entera), la tasa de distribución de los beneficios (es
decir los dividendos), o la parte de valor agregado captada por los ac­
cionistas, proveen indicadores cuantitativos capaces de dar cuerpo a

12. En referencia a la frase "la intendencia seguirá", que se le atribuye a De Gaulle,


con el sentido de que lo primero son la decisiones políticas, y que la resolución de
los problemas económicos y financieros del Estado -"la intendencia"- acabarán por
resolverse como consecuencia |N. del T.].
13. Sobre este tema, Frédéric Lordon, “La légilimité n'existe pas. Éléments pour une
théorie des institnlions”, Cahiers d ’fxotwmie PoUtiqw, n* 53, 2007.

131
la afirm ación de inju sticia (de hecho de descontento) de una de las
partes en el conflicto de repartición, una parte que plantea sus nor­
m as propias, por referencia a otras situaciones h istó ricas o geográfi­
cas, o por pura posición afirmativa - “La ratio en tre los diez salarios
m ás altos de la em presa y los diez m ás bajos no debe ser m ayor a
20, 10, o X , he aquí nuestra norm a propia, h e aquí lo que nosotros
decim os". Pero es cierto que la form a "generalidad” y el im perativo
de justificación, cjue exigen adosar principios a las reivindicaciones,
son los oropeles con los que se visten las afirm acio n es de potencia y
sim u ltán eam en te un trabajo de la form a sin dudas in d ispen sable para
salvar a la sociedad entera del d esencad enam iento de violencia que
de otra m anera seguiría a la expresión desnuda de reivindicaciones
reducidas a su estado originario de pronaciones p u ra s.14 La form u la­
ción de esas pronaciones bajo la esp ecie de "d iscu rsos de principios"
no tiene entonces ningún valor in trín seco , sino el único -a u n q u e
v ital- valor extrínseco de erigir una m uralla contra el caos pronador,
sugiriendo que la discursividad en el m undo social tien e m enos que
ver con la verdad que con los asaltos de las em presas de poder, por
un lado, y con la necesidad social de co n ten er la violencia, por otro.
Significativam ente, en cualquier caso los asalariados no tienen
necesidad de tener en m ente la teoría m arxiana de la plusvalía para
sentirse explotados y entrar en lucha. La idea de la in ju sticia m o n eta­
ria no es la única en juego, aunque evidentem ente le ofrece gen eral­
m ente a esas luchas lo esencial de sus contenidos. Es sin em bargo la
idea m ás general de la captura la que aprehende transversal m en te la
variedad de esas protestas. Y contrariam en te a lo qu e podría creerse,
la perspectiva de la captura no ayuda tanto a que se vuelva a poner
de pie la teoría m arxiana de la plusvalía com o sugiere, no abandonar,
pero sí rede finir, la idea de explotación. La cu estión parece a prim era
vista una paradoja, puesto que la explotación, en el sentido m arxiano

M. 1.a prnnadón e3 el movimiento del antebrazo que pone la mano con el dorso hada
;nrll»;t. til autor rvooi así d gesto de tomar o agarrar algo como tendencia propia del co-
ualufi. Cí. 1,'inliirfl •¡oitwruin. ífs«tí r/’nnthropologie économique spinoziste, La Decouverte.
■?(>(><>|N.dd T.)

li? .
del término, se define precisam ente com o la captación de la plusva­
lía por parte del capital, es decir por la privación a los asalariados de
una parte del valor que ellos han producido. Sin em bargo, no es la
desposesión en sí m ism a de esta parte de valor lo que constituye la
explotación, sino su a p rop iación privativa p o r p a rte del capitalista. Si la
plusvalía se rindiera no al capitalista, sino a la em presa bajo control
salarial integral, o para decirlo todavía m ejor, al propio cuerpo silla-
ría!, ¿quién seguiría pensando en hablar de "explotación"? Sin om
bargo, form alm ente hablando los asalariados com o personas so v<‘i í;m
siem pre privados de la plusvalía com o diferencia d<’|valor lolal y del
valor de reproducción de la fuerza de trabajo. Poi lo tanto, el álgebra
“objetiva” del valor-trabajo se m antendría, y sin em barco no llevaría
aquí a la conclusión de explotación que se supone que debe n e c e ­
sariam ente determ inar. Si hay explotación, incum b e entonces m ás
a una teoría política de la captura que a una teoría económ ica del
valor - y por consigu iente, el costo de renunciar a la teoría rnarxiana
del valor objetivo es m en o r de lo que parecía, puesto que esta teoría
solo lograba que se acepten sus callejones sin salida por haber sido
expresam ente concebida para sostener el concepto de explotación...
que puede sostenerse de otra m anera.
Pasar de una econom ía de la plusvalía a una política de la captura
exige entonces precisar la naturaleza de lo que es captado. Ahora
bien, la respuesta de inspiración spinozista a esta pregunta es in m e­
diata: potencia de actuar. El deseo-amo capta la potencia de actuar
de los enrolados. Pone a obrar para sí m ism o las energías conativas
de los terceros que las estructuras sociales, por ejem plo las de la re­
lación salarial, le han perm itido movilizar al servicio de su em presa
(recordémoslo, el nom bre m ás general de la acción deseante). En el
peor de los casos, com o el que se sigue del deseo de evitar el mal de la
degradación m aterial, la potencia de actuar solo es entregada en mi
am biente de afectos tristes. En el m ejor, la epithum ogenia c«pe< i l'u a
de em presa (esta vez en el sentido capitalista del térm ino) <olm r.ili.'.i
a los conatus asalariados m ediante afectos <le ale^i í», lijando I r
potencias de actuar a la división del deseo, *I«m n u n mr;» i Ibu-ndo

111
su efectuación a dom inios extrem adam ente restringidos, Así, los
asalariados están condenados a contribu ciones parcelarias, cuya to­
talización opera solam ente el deseo-am o. La captura por el deseo-
am o, activación a su servicio de las potencias de actuar enroladas,
es en tonces dcoposesión de o b ra . D esposesión no solam en te del pro­
ducto m onetario de esas obras cuando la plusvalía es captada por el
capital, sino m ás am pliam ente, pues la captura es lo propio de todos
los patronazgos, desposesión de au toría . El patrón general, en efecto,
se apropia el beneficio sim bólico de la obra colectiva de los en rola­
dos, que se atribuye en su totalidad, con la ayuda de los m ecan ism os
sociales de la personalización y de la encarnación institucional. En
térm inos absolu tam ente generales, la desposesión operada por la
patronal es entonces del orden de la captura de reconocim iento por
m onopolización individual de una autoría que es fund am entalm ente
colectiva. El patrón científico se h ace acreedor de los anaqueles de la
posteridad com o ''descubridor", escam oteando el trabajo de todos los
que lo ayudaron a descubrir; el m andarín universitario firm a la obra
a la cual sus asistentes han provisto de estadísticas y docum entación
sin las cuales la tesis no se sostenía; el realizador de cin e se h ace
reconocer corno el único autor de un conjunto de im ágenes que solo
su director de fotografía era técn icam ente capaz de producir, etc.; y
d ecir esto no es negar la ocasional desigualdad en las con tribu cion es,
el carácter "agenciante" de unos y "agenciado” de otros, por tanto su
articulación jerárquica objetiva, pues el aporte de la idea directriz se
d iferencia sin lugar a dudas de las contribu cion es a su realización;
sino solam ente subrayar el borrado de casi todos detrás de uno solo,
en continuidad, por otra parte, con la división principal ya subrayada
por Marx y Engels entre trabajo de “con cep ció n ” y trabajo de "e je c u ­
ció n ". H abría que establecer enton ces una d istin ción entre la autoría,
reservada a la idea directriz, y la realización, irred u ctiblem ente co ­
lectiva... sin olvidar que la prim era sería letra absolu tam ente m uerta,
pura virtualidad privada, sin la segunda. Las am bicion es de autor
- o t r o nom bre del d eseo -am o - que, dem asiado elevadas, hacen im ­
posible su satisfacción por el autor solo, conducían en sí m ism as al

I 34
orírf»l;iniit'nto y a la división del trabajo prolongada en división del
deseo; se agrega ahora una división del reconocim iento, que es una
división de la alegría. Las chances de alegría están m axim izadas en lo
alto de la pirám ide de en rolam iento, ese punto encum brado donde la
em presa (cualquiera sea su naturaleza) recapitula su hacer colectivo
y lo ofrece bajo una form a acabada y concentrada a los ojos exteriores
de la opinión am pliada, instancia del mayor reconocim iento. El exte­
rior no conoce m ás que el vértice de la pirám ide de em presa, es decir
a aquel qu e lo ocupa y que, dom inante, se cuida m ucho de reservarse
las chances de alegría a las cuales su posición ya lo destina objetiva­
m ente por todos los m ecan ism os de la encam ación-representación.
La alegría m asiva que aporta el afuera de la opinión le toca a él en
prim era in stancia, y a él solo, o casi. Reconocido y alegrado, el deseo-
am o reconoce y alegra después a sus enrolados m ás cercanos, qu e a
su vez reco n o cen a los suyos, y así sucesivam ente a lo largo de las
cadenas jerárq u icas, que son las líneas de goteo de una trickle-doum
econom y de la alegría.
La co m p osició n de potencias de actuar que desem boca en la cap­
tación patronal, bajo la form a m onetaria o bajo la form a sim bólica
del reco n o cim ien to , solo es posible por las asignaciones de la divi­
sión del deseo y por las pequeñas retribuciones de la división de la
alegría. Los m e can ism o s fund am entales de la vida pasional, pero
in m ersos en las estru cturas particulares de la relación salarial capi­
talista, so n en to n ces los que ordenan sin cesar los esfuerzos conati-
vos y producen su alin eam ien to en la dirección del deseo-amo. Este
alin eam iento subordinado tiene sin ninguna duda el carácter de una
explotación, puesto que so m ete las potencias de actuar a la em presa
de uno solo (o de algunos), pero de una explotación pasional. D ecir
que los h o m bres funcionan a pasión no es otra cosa que reconocer
el poder exclusivo de los afectos para dirigir la energía del conatus.
Q ue el patrón capitalista capta una parte de valor es un h echo tan
evidente que sería absurdo discutirlo, pero la falta de una referencia
sustancial objetiva a la cual atar la medida de la plusvalía obliga a d es­
pegar la idea de explotación del cálculo de valor, y a redefinirla de otra

135
m anera. Sin em bargo, el callejón sin salida de la solución m arxiana
a la cu estión de la explotación no es tanto algo ha despreciar, sino
a considerar com o una oportunidad - l a oportunidad de recon stru ir
un concepto de explotación que sea adecuado a la idea del p atro n a zg o
gen eral. A ntes incluso de la conversión del producto en dinero, el pa­
trón capitalista capta lo m ism o que cu alquier otro patrón específico
(m andarín, cruzado, coreógrafo...), el objeto principal de captura del
patrón general: esfuerzo, es decir potencia de actuar. Ahora bien, la
captura de las energías conativas enroladas por alineam iento sobre
el deseo-am o solo puede hacerse bajo d eterm in ación pasional. Y esto
es lo que explota el patrón general: potencia y pasiones, potencia di­
rigida por pasiones. El trabajo ep ilh um ogénico no tiene otra función
m ás que reagenciar (parcialm ente) la vida pasional para favorecer
la explotación y ponerla a jugar en un sentido apropiado, es decir
proponer afectos e inducir deseos convenientem en te orientados. Co-
uatus y afectos son los elem entos de la automovilidad alegre, aquella
de la cual el capital espera la m ejo r conversión en trabajo de la fuerza
de trabajo. Y son esos recursos los que explota fu n d am en talm en te el
patronazgo capitalista com o declinación en su tipo del patronazgo
general. Cada patronazgo específico convierte el esfuerzo de las po­
tencias de actuar com puestas en torno suyo a sus objetos de deseo
propios, el patronazgo capitalista a dinero, los dem ás patronazgos a
reconocim ien to particular en su cam po, pero nin gun o logra sus fines
sino es a través de la m ovilización de energías conativas adecuada­
m ente dirigidas por afectos. Pues todos, llevados por una am b ición
im posible de satisfacer por sus propios m edios, tienen com o im p o si­
ción, y por consigu iente com o proyecto, h acer andar a los enrolados.
H acer andar a los asalariados, tal es efectivam ente la tarea de la
ep ithu m ogenia capitalista, y en todos los sentidos del térm ino. H a­
cerlos andar es en p rim er lugar, volviendo a las significaciones m ás
elem en tales de la automovilidad, hacer que se m uevan en el sentido
m ás prosaicam ente físico: haciéndoles prim ero poner un pie d elan ­
te del otro, com o lo m uestra el im pactante espectáculo de la tras-
h um ancia cotidiana hacia las fábricas o las zonas de negocios, esos

136
lugares de gran concentración de la explotación pasional capitalista,
oleada de vectores-conatus alineados hasta en la correlación en el e s­
pacio físico de un pasillo del subterráneo, gran corriente de potencias
de actuar colinealizadas entregándose al deseo-am o. H acer andar a
los asalariados es tam bién hacerlos fu n cion ar, es decir activarse de
m anera conveniente, de m anera conform e a los requisitos de la va­
lorización del capital. En el prim er sentido, es preciso en ton ces que
los asalariados anden a secas -q u e se muevan y av an cen -, y en el se ­
gundo que an den bien - e s decir, “com o se d ebe". Pero el sentido m ás
característico de la epithum ogenia es quizás el último, el m ás cerca­
no de la expresión com ún del que se da cuenta y dice "M e h ace andar,
usted m e hace andar ”. 15 H acerles tom ar el deseo-am o por el propio,
es en efecto "hacer andar” a los asalariados, hacerles creer que acti­
varse al servicio de la captura es obrar en su propia "realización", que
su deseo está precisam ente allí donde se encuentran, que “el azar"
hace bien las cosas, puesto que lo agradable se sum a a lo útil, los "lo ­
gros” del sujeto a las necesidades de su reproducción m aterial: todas
estas operaciones im aginarias de inducción afectiva son las de la ex­
plotación pasional, y cuando son particularm ente exitosas, entonces,
agrega la expresión com ú n, los enrolados ya no corren, vuelan.

C om unism o o totalitarism o
(el totalitarism o, ¿etapa últim a del capitalism o?)

Por m ás que los asalariados bien colinealizados puedan volar, vue­


lan un poco torcido -s a ld o del trasfondo de am enaza y de sus
afectos tristes que co n tin ú an turbando los afectos alegres de las
m ejo res ep ithu m ogenias, conciencia co n fu sa pero p ersisten te del

15. Faint marclwrqiwlqn'un es literalmente “hacer andar a alguien". Optamos por Hit
durir literalmente para mantener el juego de palabras. Pero la expresión en -u-iiiidd
figurado significa explotar la credulidad de alguien para burlarse o <‘ii|,'aii;ii ln In <- ¡ic
sentido, la expresión común a la que se refiere el autor debr* <-mm» “Mr "I
pelo, usted me está tomando el pelo” [N. del T.].

i I '
d eseo -am o sobrevolando y de su in g en iería afectiva deliberada, fi­
n alizada y (sobre todo) reconocible com o intencionalidad bien iden-
tificab le. El andar de can g rejo o cu rrirá sobre todo porque pocos de
ello s podrán su m erg irse en teram en te y sin la m en o r reserva en
el proyecto de co lo nizació n integral de su ser que les propone la
em p resa neoliberal. Su heterogeneidad con las d efin iciones que
dan h ab itu alm en te la filosofía o la cien cia política no im pid e en
abso lu to , en to n ces, hablar de totalitarism o a propósito de un pro­
yecto de in v estim en to total de los individuos por una in stitución.
Por su p u esto que la práctica totalitaria de rem odelación neoliberal
de las alm as pretendería idealm ente ser solo transitoria y alcanzar
tan pronto com o sea posible su h orizon te (oxim órico) de los libres
arb itrio s d efin itivam en te conform es (“co n sen tid o res”) - y acabada-
en g ram ad a la n orm a, poder retirar el an d am iaje norinalizador. Q ue
“por su propio m o v im ien to ” y sin qu e haya m ás necesidad de coli-
n ealizarlo s activam en te, los asalariados se esfu ercen en la d irección
de la o rg an izació n , que aporten sin reserva su potencia de actuar
bajo el rnodo del co m p rom iso p erfectam en te voluntario, he allí el
térm in o de toda la em p resa. Pero esta sigue siendo irred u ctible e
in clu so d o b lem en te contrad ictoria. En p rim er lugar, del lado de los
asalariad o s, qu e la viven en todos los grados de ren uen cia, desde
el sen tim ien to del forzam iento puro y sim p le hasta un fondo de
co n cie n cia turbada por los datos siem p re visibles de la epithum o-
g en ia (intencion alid ad , finalidad, am enaza) - y aparte, por su p u es­
to, el caso de esos asalariados de elite que invisten a la em presa
tanto co m o los in viste ella. D espués, del lado del capital, donde la
co n trad icció n se so stien e en que, su perior desde el punto de vista
de la intensid ad del com p rom iso, la so lu ció n de la "lib re voluntad
o b ed ien te " sigu e estand o afectada por im pond erables irred u ctibles
qu e solo la creen cia e n los oxím oron perm ite negar. El "lib re a rb i­
trio ” siem p re es su scep tible de reto m ar su s propios fines, y nada
odia tanto co m o la subordinación jerárq u ica. Esta es la razón por
la cual e n la franja su p erio r de los asalariados, las organizacion es
se esfu erzan por h acer que esta su bord in ación parezca, y a veces

138
verdaderam ente se vuelva, tan liviana com o sea posible para su s su ­
jeto s m ás “au tó n o m o s", soñando in clu so co n h acer que la olviden.
A veces bajo el m odo del análisis m uy localizado, a veces bajo el
m odo de la profecía prem atura o del éxtasis ingenuo, un buen n ú m e­
ro de trabajos recientes de sociología del trabajo h an visto en el artista
una m etáfora pertinente, e incluso m ás que una metáfora: un m odelo
co m ú n , aplicable a los asalariados considerados portadores de propie­
dades personales estratégicas para la em presa, en particular la “crea­
tividad”, y cuya m ovilización supondría p o r esencia condiciones de
au tonom ía muy grande y de directividad muy débil -d ad o que n i los
productos ni los procesos de la creatividad son ex ante determ inables
o controlables, no queda otra solución m ás que “dejar h acer" al sujeto
creativo.16 Ahora bien, resulta que esta m uestra muy particular, este
punto lím ite de los asalariados, ofrece su m odelo general al proyecto
de conjunto de la norm alización neoliberal. ¿No es el artista la figura
m ism a de la "voluntad libre" y del com p rom iso personal sin reserva,
y m ás exactam ente, no da cuenta por excelencia de que el segundo es
el correlato de la prim era? Por eso el artista extrae su productividad
propia de la alianza entre su com petencia específica y la coincidencia
co n su propio deseo. Tal es la fórm ula ideal que la em presa neoliberal
quisiera reproducir a gran escala, evidentem ente bajo la condición de
que, para cada uno de sus asalariados, el “propio deseo” se encuentre
alineado con el suyo. Ahora bien, hay un punto en que el aligeram ien­
to jerárquico, en vistas de dejar que se exprese m ejor la libre creativi­
dad de los creativos, deviene contradictorio con la existencia m ism a
de la estructura de captura. Si para que den lo m ejor de su capacidad
es preciso restituirlos a sí m ism os, nada puede prevenir que en cu en ­
tren todavía dem asiado pesado el resto de encuadram iento jerárqui­
co, abusiva la apropiación de los frutos de sus creatividad singular y
que, para terminar, escapen. Se dirá que esos asalariados m arginales
disponen precisam ente de un poder de negociación que les perm i­
te vender caro su singularidad y en con trarse del lado correcto de la

16. Ver particularmente Pierre-Michel Menger, Portrait de l'artiste en travaillcur. Méta-


morphoses du capitalismo, coll. “La République des idées”, Seuil, 2006 .

139
relación de mercado que se establece entre la dem anda y su oferta de
trabajo. No deja de ser cierto que el acondicionam iento de biotopos
de autonom ía que se salen del derecho com ú n salarial es una suerte
de hom enaje que el vicio le rinde a la virtud, puesto que al reconocer
im plícitam ente la superioridad productiva del trabajo no coaccionado,
la em presa está cerca de negarse com o estructura jerárquica. Si el
capital llega por un lado a considerar la libre autonom ía com o fór­
m ula de la m ás alta productividad, y por otro lado ve en esta form a de
m ovilización de la potencia de actuar, tal que llega a agotar la reserva,
un modelo a generalizar, entonces el punto lím ite de los asalariados-
artistas está muy cerca de convertirse en un punto de contradicción.
Pues concediéndoles el desencuadre jerárquico y el espacio libre de
iniciativa y de colaboración como los requisitos reales de la creativi­
dad productiva, ¿no cam in a el capitalism o, y por su propia tendencia...
hacia la libre asociación de los trabajadores? Si el artista se presenta
realm ente com o una encam ación posible y deseable del trabajador, y
esto desde el propio punto de vista del capital, entonces lo que se pone
fundam entalm ente en cuestión es la idea m ism a del salariado com o
relación de subordinación jerárquica.
En su sorpresa, a veces incluso en su entusiasm o al descubrir esta
confluencia inesperada del trabajador y del artista, o en un grado m e­
nor, el crecim iento de nuevas formas del trabajo y de sus requisitos
de autonom ía ampliada, algunos análisis han olvidado tanto lo que
agregaban los propios discursos geren ciales17 com o la estrechez de la
franja salarial realm ente concernida. Tal com o no hay que dejar de ver
lo que sigue siendo la condición m ayoritaria de los asalariados, a saber
heterónom a y subordinada, no hay que negar no obstante ese punto
ideal del capitalismo, pero para captar la intensidad paradojal y las ten­
siones que puede hacer nacer desde el presente. Im aginarlo realizado
com o modelo general de la productividad por medio de la libre creati­
vidad hace retornar una figura dialéctica que se creía desaparecida: la
auto-superación del capitalism o debido a sus propias contradicciones.

17. lis una crítica que puede hacerse en particular a Luc Boltanski et Eve Cliiapello, Le
nouwl esprit dit capitalismo, cotí. "Essais", Gallimard, 1999.

140
Esta vez ya no por esa form a de desajuste de las relaciones de produc­
ción y de las fuerzas productivas en la cual la m asificación proletaria
en la fábrica hacía nacer la fuerza revolucionaria m ism a, ni por la de­
form ación endógena de la com posición orgánica del capital y la baja
de la tasa de ganancia; el capitalismo podría ponerse a sí m ism o en
peligro por perseguir hasta el fin un sueño de movilización productiva
portador de su principio antagonista: la libertad creativa, la libertad co-
laborativa y la renuencia a la dirección jerárquica tal que, por otra parte,
determ ina necesariam ente la organización colectiva dei trabajo sobre
una base cleliberativa-democrática - o sea, el com unism o realizado...
Si el capitalism o evidentem ente no llegará a ese extrem o, no de­
sistirá, no obstante, de su proyecto de posesión integral de las alm as.
No todos los asalariados serán artistas, por ende susceptibles de to­
m ar la línea de fuga com unista. Para el grueso, la extensión del espa­
cio libre, tal que es considerado por el propio capital com o adecuado
a sus nuevos requisitos productivos, pasa por el m an tenim iento fir­
m e del trabajo de colinealización - p o r eso esta “au tonom ía" dada por
heclio un poco rápidam ente por las lecturas superficiales de la lite­
ratura gerencial, es de hecho la m áscara de una servidum bre inédita.
Por dudosa que sea la idea de una jerarquía de lo detestable en el or­
den de la servidum bre, nada im pide llam ar totalitario, precisam ente
porque es total, al proyecto neoliberal de la posesión de las "alm as".
Com o antaño se había planteado la alternativa "socialism o o barba­
rie", he aquí que el ideal de los asalariados-artistas que se escapan en
la libre asociación de los trabajadores por un lado, y la reivindicación
de una influencia total del capital sobre los deseos y los afectos de sus
su jetos por el otro, parecen reconducir la situación presente a una bi­
furcación form alm ente muy sem ejante: com unism o o totalitarism o.

¡Entonces, el (re) com unism o!

D epurar las alternativas facilita las elecciones. Lo m ism o volver al


p roblem a. Ahora bien , el punto de partida era este: alguno tiene ganas

M I
de hacer algo que requiere de varios. Esta com unidad de acción es
ifxo f a d o iuta com unidad política, si se le da el n o m b re de política a
loda situación de com p osición de potencias de actuar - p o r su pues­
to, se puede preferir reservar el nom bre de política para otras cosas,
co m o Rancière con la irrupción de los sin-parte en la cu en ta ;18 pero
aquí será eso. Li cuestión es entonces la de la constitución de esta
com unidad política de em presa, tanto en el sentido genético de los
m ecan ism os por los cuales la com unidad llega a form arse, com o en
el sentido “constitucional" de los ag enciam ientos form ales que rigen
sus funcionam ientos una vez ensam blada. ¿C uáles son las relaciones
d eseables bajo las cuales puede constitu irse una em presa concebida
de m anera muy general com o un concurso de potencias de actuar?
La form ación de com unidades capitalistas de em presa ha tenido
hasta aquí a su favor todas las estructuras de la econom ía m onetaria
de trabajado dividido y de la relación salarial. La cu estión de saber
có m o unos individuos llegan a integrarse a ella se resuelve enton ces
de m anera bastante sim ple: bajo el efecto no de un qu erer espontá­
n eo, sino en prim er lugar, de la necesidad m aterial. ¿Cómo vivirán
en ellas los enrolados, alegres o tristes? Lo decidirán las vicisitudes
de la epithum ogenia. ¿Bajo qué con stitución política? La respuesta
es co n fo rm e al egocentrism o del deseo-am o: jerárquica y m onárqu i­
ca. Ayudado por todas las estru cturas del en rolam iento capitalista
qu e hacen lugar a sus reivindicaciones de captura, el deseo-am o, que
tien e al enrolam iento en su causa com o una evidencia, ya no perci­
be siquiera su propia incapacidad para perseguir su em presa, des­
proporcionada respecto de sus m edios de potencia, sin el concurso,
d iversam ente obtenido, de terceras potencias. ¿Cuántas em presas ca­
pitalistas quedarían si los individuos se desem barazaran de la n ecesi­
dad m aterial...? La su spensión de la cláusula de necesidad no liquida
toda com unidad de em presa (en general). T ien e incluso la virtud de
ayudar a im aginar la em presa bajo la form a canónica de la asociación ,
exenta de la principal distorsión, la distorsión patronal. “U no” quiere

18. Jacques Rancière, l a mésmtente. PolUiqucct Philosophic, Galilée, 2002.

142
hacer algo que necesita de los otros; debe convencerlos de otra m an e­
ra que con los "arg u m en to s” de la dependencia m aterial. Esta form a
de agrupam iento no está m ás exenta de servidum bre pasional que
cualquier otra, pues la servidum bre pasional es universal. Lo que
cam bia es la naturaleza de las d eterm in aciones que cond u cen a la
com p osición de las potencias. Al m en o s los asociados pierden una
parte de su estatuto de enrolados, puesto que se en cuen tran en torno
de una proposición de deseo en la cual han reconocido el suyo tal
com o ha sido d eterm inado an terio rm en te y p o r otra v ía - p o r co n si­
guiente, ni bajo las exigencias-am enazas de la reproducción m aterial,
ni bajo la inducción deliberada de un deseo-am o.
La respuesta co m u n ista a la cu estión general de la em presa co ­
m ienza entonces por esto: si unos h o m b res qu ieren hacer algo ju n ­
tos, deben hacerlo bajo una form a política igualitaria. Política es la
cualidad de toda situación de in teracció n o de com p osición de po­
tencias. Ahora bien, la posición co m u n ista podría definirse g enérica­
m ente por la idea de que en toda situación que am erite la cualidad de
política, la igualdad debe prevalecer com o principio. Com o principio
no quiere decir, sin em bargo, absolu tam ente, puesto que ciertam en ­
te los individuos no son iguales en potencia en la realización de las
cosas. Un dram aturgo aparece con un texto extraordinario: ¿quién
negará que dicha co n tribu ció n no es de la m ism a naturaleza que la
de los ilum inadores y los vestuaristas? ¿Q uién le discutirá su carácter
de potencia au ténticam en te creativa? Y sin em bargo, hacen falta ilu­
m inadores y vestuaristas para que el espectáculo tenga lugar y que el
texto genial se dé a co n o cer al público. El problem a nunca se ha plan­
teado en estos térm in os, pues la solu ción “inm ed iata” que le aporta
la relación salarial, bajo la form a de u na provisión de m ano de obra
em pleada, ha acabado por hacer que se olvide com o problem a. R een ­
contrar su sentido su pone la experiencia de p en sam ien to que co n sis­
te en im aginar qué arreglos políticos deberían form arse para que la
em presa colectiva vea la luz en caso de ser retiradas las estructuras de la
relación salarial, hip ótesis ficticia pero prototípica para pensar tanto
el problem a de la em p resa (colectiva) en su m ayor generalidad, com o
la posibilidad de sus soluciones no capitalistas. Ahora bien, la cu es­
tión se plantea con particular agudeza toda vez qu e la em presa llega
a form arse por la proposición in icial de uno solo. Esta proposición
en sí m ism a puede tener una fuerza propia que im pida con testar
su carácter jerárquicam ente superior. Y sin em bargo, será en efecto
preciso encontrar un m edio u otro de atraerle terceras potencias, sin
cuyo concurso seguirá siendo, literalm en te hablando, una sim ple
ilusión. No cabe duda de que solo por una profunda aberración in te­
lectual uno podría poner el texto de R ichard I I I al m ism o nivel que su
vestuario - y al m ism o tiem po, h ace falta vestuario para que la rep re­
sentación tenga lugar, será preciso entonces h acer venir vestuaristas.
Fuera de las coacciones del enrolam ien to salarial, el aporte de
terceras colaboraciones a la proposición de uno equivalen en sí al
reconocim iento de su carácter en cierto grado creador, y esto por el
solo hecho de la secuencia tem poral por la cual prim ero fue planteada,
luego operó una dem ostración de fuerza de atracción su ficiente com o
para que otros tengan el deseo de unirse a ella. Esta constitución
de em presa no deja de conservar un carácter asim étrico, inscripto
en una especie de jerarquía contributiva que da una em in en cia de
hecho a la proposición inicial, reconocida por otra parle com o tal por
los terceros contribuyentes por el h echo m ism o de su anterioridad
y de la ulterioridad de su com p rom iso contributivo. Si la idea co m u ­
nista tiene esencialm ente que ver con la igualdad, la cuestión que se
plantea entonces es saber cuál puede ser la naturaleza de la igualdad
que acom paña una desigualdad sustancial, reconocida, de las co n tri­
buciones, y que no niegue la asim etría de esas situaciones en qu e la
fuerza de una proposición inicial da objetivam ente a las dem ás co n ­
tribuciones un carácter au x iliar. H e aquí entonces una form ulación
posible de lo que podría llam arse la ecuación com u nista: ¿qué form a
de igualdad realizar bajo el legado de la división del trabajo? - y en
particular de la más pesada de sus herencias, a saber la separación
principal de la “concepción” y de la “ejecu ció n ”.
Esta ecuación busca su solución bajo una doble constricción. Pues
por un. lado, la división del trabajo se ha profundizado hasta un pun-

14 4
to tal que ha devenido el dato central (e impensado) de todo un etos
deseante, es decir de una m anera de form ar am biciones que se coloca
"espontáneam ente", y sin siquiera darse cuenta, bajo la hipótesis im ­
plícita de los terceros movilizables; por eso los m ejor ubicados en la di­
visión del trabajo, duplicada en división del deseo, desean más allá de
sus propios medios com o lo m ás "natural” del mundo, seguros como
están de los terceros concursos cuya promesa les garantizan la división
del trabajo y la relación salarial -p ro m esa considerada entonces como
una costum bre y una certeza-. Por otro lado, la división del trabajo se
da en esta costum bre con todo su aparato de relaciones sociales y toda
la historia de dicho aparato, es decir la inercia de sus asignaciones,
ante todo aquellas que autorizan a algunos la "concepción” y reservan
a otros la "ejecu ción ". Pues estas asignaciones repetidas tienen efectos
reales. Efectos de potenciación para unos, a los cuales la ti ¡visión del
trabajo otorga todas sus comodidades en sus medios especializados,
que son otros tantos recursos para el despliegue de su potencia. Efec­
tos de im potenciación para los otros, que se encuentran incapacitados
y se incapacitan ellos m ism os conform e al m ecanism o pasional (y so­
cial) según el cual “uno efectivam ente no tiene el poder que se imagina
que no tiene”. De suerte que las posiciones de dramaturgo y de ilum i­
nador respectivam ente recaen siem pre en los m ism os... Si la solución
completa de la ecuación com unista consiste en una reestructuración
de la división del deseo que vuelva a repartir las chances de concepción
- y sim étricam ente redistribuya las tareas de ejecución (indudablemen­
te con ayuda del desarrollo de las técn icas)-, nadie ha señalado su ho­
rizonte com o lo hizo Étienne Balibar (tan spinozista com o marxiano):
“Ser la mayor cantidad posible pensando lo más posible”.19 ¿Pero qué
hacer en el largo intervalo con la idea de igualdad bajo la constric­
ción persistente de la división del trabajo y de los repartos desiguales
de la concepción y de la ejecución, y exceptuando las em ancipaciones
m ilagrosas de algunas “noches de los proletarios”20 o las pequeñas

19. Étienne Balibar, Spinoza cl in politique, coll. "Philosophies", PUF, 1935, p. 118.
20. Para referir explícitamente al título de la obra en la que Jacques Ranciére, rele­
yendo los archivos obreros del siglo XIX, cuenta esas experiencias de proletarios que

145
.. - - _ .. -■ . . -

victorias locales que vuelven progresivam ente posible arrancar algu­


nos individuos a las esp ed alizaciones en que la división del trabajo
los había lijado - y que así el iluminador, cada vez m ás, ponga la mira
en la dirección? Si la desigual división social del deseo opone todavía
toda su fuerza inercial a la realización de la igualdad sustancial en
el orden contributivo del hacer concreto, no le impide por ello a una
política igualitaria encontrar una realización rápida com o política de­
liberativa de em presa, es decir com o igualdad de participación en la
d eterm inación de un destino colaborativo compartido. Bajo el efecto
de la herencia de la división del trabajo, de sus potenciaciones diferen­
ciales, de sus especializaciones enclaustrantes y de sus autorizaciones
desiguales, el horizonte de la desjerarquización contributiva está sin
duda condenado a seguir siendo lejano. Sin em bargo, los individuos
podrían ser iguales, y muy rápido, en el orden de la reflexividad colec­
tiva, es decir com o socios plenos de un destino realizador com ún.
C orresponde en cada caso una constitu ción adecuada para tender
a dicha form a de igualdad. M ediante un juego de palabras del cual
se pueden esperar algunos efectos de inducción, se puede entonces
dar a la em presa general (y a la em presa productiva en particular) el
nom bre de recom u n a,21 res co m m in a calcada de la res p u b lica, cosa
.sim plem ente com ú n puesto que es m ás lim itada en núm ero y en
fmalidad.es que la cosa pública, pero enclave de vida com partida su s­
ceptible co m o tal de ser organizada según el m ism o principio que
la república ideal: la dem ocracia radical - y habrem os com prendido
el abism o que separa la república ideal de la república real... Pero
al m en o s en el orden político “republicano” las palabras se han di­
cho, por otra parte a cu enta y riesgo de aquellos que, generalm ente
su p lem en tos de un orden consagrado a m ofarse sistem áticam ente
de ella, se regodean en la idea dem ocrática, sin darse cuenta de que
u n día podrían ser tom ad os en serio. En cualquier caso, valerse de la

se apropian tas prácticas de la escritura literaria y poética y de la alta cultura, cuyos


mecanismos trabajan en su totalidad para excluirlos, Jacques Rancière, La nuil des
prolélaires. Fayard, 1981.
21. Frcdéric l.ordon, La críse de Irop. ReconstruíIion d'un monde fnilli, Fayard, 2009.

146
paronim ia de la recom una y de la república es sugerir, contra una
in con secuencia a la cual el capitalism o ata loda su supervivencia, que
el principio de dem ocracia radical se aplica universalm ente a toda
em presa concebida com o coexistencia y concu rso de potencias, in ­
d epend ientem ente por lo tanto de su objeto. Por ejem plo, no hay
ninguna razón por la cual la producción industrial de bienes podría
exim irse de esta form a constitucional. Puesto qu e lo que ponen en
com ú n en una em presa es parte de su vida, sus m iem bros no salen
de la relación de en rolam ien to , por d efinición en correspondencia
recíproca con una con stitu ció n de tipo m o n árqu ica (el im p eriu m del
deseo-am o), sino es com p artiend o, m ás allá del objeto, el control en ­
tero de las condiciones de la búsqueda colectiva del objeto, y final­
m ente afirm ando el derecho irrecusable de ser asociados de m anera
plena en lo que les concierne. Lo que la em presa (productiva) debe
fabricar, en qué cantidad, a qué ritm o, co n qué volu m en de em pleo y
qué estructura de rem u n eracion es, con qué factor de reafectación de
los excedentes, cóm o absorberá las variaciones de su am bien te: n in ­
guna de estas co sas puede escapar, por principio, a la deliberación
com ú n, puesto que todas tienen consecu en cias co m u n es. El sencillo
principio recom unista es en to n ces que lo que afecta a todos, debe
ser objeto de todos - jl o dice la propia palabra re co m u n a !-, es decir
constitucionalm en te e ig u alitariam ente debatido por todos.
H acía falta en un p rim er m om ento d esespecificar el térm ino e m ­
presa para h acer ver, m ás allá del caso particular bajo el cual es co ­
m ú n m en te em pleado - l a em p resa ca p ita lista -, su tenor general en
deseo, y la cuestión de las relaciones entre deseos qu e in falib lem en te
h ace resurgir cada vez que pasa a lo colectivo. Pero el capitalism o ha
em bebido tanto la palabra “em p resa” que se ha vuelto su indicador
(ideológico) más característico -b u sq u e n los patrones que qu isieran
h acerse llam ar “cap italistas” antes que "em p resario s''... En estas co n ­
diciones, muy bien: devolvám osles la "em p resa''... ¡pero para conver­
tirla enseguida en el n o m bre de aquello con lo qu e hay que term inar!
Ninguna em presa (en general) debe estar ya configurada com o una
em presa (de tipo capitalista) - y sobre todo las em presas capitalistas.

147
Y para que la em presa en general olvide definitivam ente a la em presa
capitalista, reservém osle por ejem plo el nom bre adecuado a su n u e­
vo principio organizador: recom una. Si la relación salarial designa la
relación de enrolam iento por la cual unos individuos son determ ina­
dos a aportar a cam bio de dinero su potencia de actuar a un deseo-
am o, y al precio de una desposesión de todo poder de participación
en la d irección de los (de sus) negocios, entonces la recom una realiza
su abolición pura y sim ple.
Pero la recom una no agota la idea com unista. Pues la cu estión de
la em presa-recom una sigue siendo local. Ahora bien, m ás allá de sus
fronteras continúa plantéandose la cuestión del m ercado, y por con ­
sigu iente la de la división del trabajo. ¿La definición y la coordinación
de las actividades económ icas a escala m acrosocial deben ser dejadas
al m ercado, o bien organizadas por planificación, y por qué tipo de
planificación (parcial o total, central o desconcentrada-jerárquizada,
etc.?) Finalm ente, la recom una en sí m ism a deja sin respuesta, o
m ás bien sin nueva respuesta, la cu estión del trabajo. Y si libra a
sus m iem bro s de la m onarquía del deseo-amo, no por ello los libe­
ra del trabajo com o form a de la actividad cada vez m ás absorbida
en las finalidades de la reproducción m aterial, y sobre todo en las
de la valorización del capital. D ebem os en particular a Antoine Ar-
tou s22 y a M oshe Postone23 el haber encontrado en el pensam iento
de Marx lo que el com entario marxista había olvidado (ni que hablar
de los “socialism os reales"), a saber la perspectiva de em ancipación
radical del trabajo -q u e h a de com prenderse com o genitivo objetivo:
la em ancip ación de los hom bres respecto del trabajo, y la (re)sepa­
ración del trabajo y la actividad. Contra todas las esencializaciones*
antropologizaciones que han asim ilado por entero el prim ero a la
segunda para hacer del trabajo una suerte de universal de la condi­
ció n hum ana, particularm ente a la m anera de H annah Arendt, estas
lecturas tien en la virtud de recordar, por un lado el esfuerzo de Marx
por hislorizar sus propias categorías (y las de la econom ía política)

22. Antoine Artous, Travail ctémancipalion soctalc. Marx ct le travoil, éclitions Syllepse, 2003.
23. Moshe Postone, Tcmps, travail ct domination sociale, Mille et une nuits, 2009.

14S
haciendo del trabajo, rigurosam ente conceptualizado, una invención
propia del cap italism o,2*1 y por otro lado, en el m ism o m ovim iento,
que "trabajo" no podría absorber todas las posibilidades de efectua­
ciones (sociales) ofrecidas a las potencias de actuar individuales. Y
en últim o lugar, de poner explícitam ente su superación, tan lograda
com o sea posible, en el horizonte del com u nism o. Q ue no se podría
encerrar, por otra parte, en una lista, un plan o un program a defini­
do: “El co m u n ism o no es un estado de cosas que conviene establecer,
un ideal al deberá conform arse la realidad. Llamamos com u n ism o al
m ovim iento real qu e su prim e el estado actual de las co sa s".25

Las pasiones sediciosas

¿Pero de dónde puede nacer este movim iento “reíd", si se partí' de la


idea de que el libre arbitrio y la autonom ía de la voluntad no so n sin o
ficciones -q u e por ser liberales, no dejaban de ser útiles para volver
pensable la em ancipación, y m antener su esperanza? De todos los
contrasentidos de lectura que aquejan a la posición filosófica del de­
term inism o, el m ás característico es quizás el que le niega la posibi­
lidad de pensar el cam bio, "puesto que todo está escrito”. ¿Qué clase
de sorpresa podría reservarnos la historia en un mundo donde los
encadenam ientos son necesarios? ¿No es el determ inism o la eterna
continuación de lo m ism o y, por definición, la exclusión de lo “nuevo”?
Todo es falso en esos veredictos de im posibilidad. H abría p rim e­
ro que tom arse el tiem po para dem ostrar por qué el d eterm inism o
(spinoziano) no es un fatalism o, libreto de lo ineluctable establecido
desde toda la eternidad, y hasta qué punto, a pesar de ind efectible, no
im plica e n absoluto que todo el porvenir del universo ya sea co n o ci­
do. Pero el en cu en tro su p u estam en te crítico del d eterm in ism o y de
la novedad opera sobre todo com o un revelador de las p retensiones

24. Antoine Ártous, op. cit., capítulos I a III.


25. Karl Marx, Friedrich Engels, L'Jd£olo$c allnnaiidr, ni Kart Marx, l'hilosophic, coll.
“Folio”, Gallimard, I 094, p. 321,.

H9
tie los metafíisicos de la subjetividad, y de las cien cias sociales que se
valen de ellos, de hacer de los heroicos sobresaltos del libre arbitrio
el ùnico motor, la cond ición sine q u a non de las grandes tran sfo r­
m acio n es h istóricas. H acer la revolución es sacudirse el yugo: es
preciso haber querido rom per las cadenas, y ese querer no puede
s e r m ás que un m agnífico m om ento de la “libertad". En este as­
pecto, los discursos de exaltación del levantam iento anticapitalista,
q u e apelan a la em ancip ación com prendida com o liberación de las
servid u m bres del orden social, y p otencialm ente com o liberación de
todo, d iscursos de ruptura, es decir de reafirm ación de la soberana
au to n o m ía de los su jetos qu e com andan de nuevo lib rem en te sus
vidas, d esconocen la solidaridad intelectual profunda que los une
al p en sam ien to liberal que creen com batir y del cual son una ex­
p resión apenas m enos prototípica que las apologías del em presario,
libre tam bién él, am o de su éxito, a veces com prom etido in clu so en
la lucha contra los ap risio n am ien to s (los m onopolios que quieren
ce rca r los m ercados, las restriccio n es a la com p etencia que refren an
la audacia), en resu m en, ocupado tam bién en “cam biar el m u n do”
pero a su m anera. A los "in novad ores’' de todo tipo, revolucionarios
del orden social o del orden industrial, nada les es m ás propio que
su abo rrecim ien to com ún al p ensam iento del d eterm in ism o, o fen ­
sa a su libertad vivida en últim a instancia com o el único poder de
tran sfo rm ació n del m undo -d ifirie n d o solam ente la naturaleza de
las tran sfo rm acio n es a las qu e apuntan estos su jetos, por lo dem ás
ig u alm ente liberales. Basta co n ver el m ovim iento de repulsión que
in falib le y casi u niversalm en te provoca la idea de que podríam os
no ser los seres libres que creem o s ser, cuya fórm ula m ás pura y
m ás asqueada de disgusto la dio quizás Schelling, para quien estar
cond icionad o es aquello por lo cual “lo que sea deviene una co sa ",26
resu lta rebajado al rango de cosa; alcanza en ton ces con observar ese
m o v im ien to de repulsión para m esurar la profundidad del arraigo

26. Schelling, Du Moi contme príncipe di- ¡a philosophic, en Premiers écrits, PUF, 19K7,
tomo esta cita de Pranck Fisdibach, Sam ohjcl. Capiialisme, subjectivité, alienatici», coll.
“Ubrairic philosophique”, Vrin, 2000, p. 67.

150
de un esquem a de p ensam iento com partido por agentes qu e creen
que difieren p olíticam en te en todo, m ientras qu e no difieren filosó­
ficam ente en nada (en todo caso, en nada fu n d a m en ta l).
La categoría de lo “nuevo" es quizás el lugar por excelencia en el
cual se con centran todo lo com partido y todas las con fu sion es. Pues
lo "nu evo”, en el orden de las cosas objetivas hom ólogo de la libertad
en el orden de la acción subjetiva, quisiera darse com o una su erte
de su rgim iento sin causa, acontecim ien to inefable absolu tam en te
derogatorio de toda ley conocida, m anifestación explosiva del poder
de ruptura de la libertad com o poder de su spend er a b solu tam en te el
orden del m undo para hacer que se bifurque - o sea exactam ente,
y de parte de estos falsos laicos, lo que hay qu e llam ar un m ilagro.
¿Pero cóm o podría producirse en el m undo un acon tecim ien to que
escape al en cadenam iento de las causas y de los efectos, es d ecir a
loda... producción? E inversam ente, ¿cóm o m an te n er la radicalidad
de lo "nuevo", si es derivable de un despliegue causal, cog n oscib le
de derecho? Es posible que uno no salga de este dilem a m ás qu e por
la degradación de la idea de lo nuevo, reduciéndola por ejem p lo a las
posibilidades finitas del en tend im iento h u m ano que lo juzga. Nuevo
no es m ás que el n o m bre de lo que se sale de nuestro com ú n , la cu a­
lidad atribuida por nosotros a lo que nos sorprende. Pero sorprend er
al entend im iento hum ano, es decir sobrepasar sus sim ples lím ites,
no debería bastar en principio para m otivar un veredicto m etafisico.
Que la infinita com plejidad, sincrónica y d iacrònica, de la co n ca te­
nación de las causas y de los efectos, escape al espíritu h u m ano, es
una laguna inscripta en su naturaleza m ism a de m odo finito, pero
no una razón su ficiente para declarar suspendido a veces el orden
concatenador. Pues para el en tend im iento infinito, el de Dios, o el de
uno de sus lugartenientes, el dem onio de Laplace, no hay ninguna
“sorpresa”, ni nada que pueda llevar a p roclam ar una excepción al
encadenam iento causal. Lo "nuevo" no puede d ejar de pertenecer, en
todo caso en lo que respecta a la radicalidad que se atribuye, a la u n i­
versalidad infalible de la producción causal de las cosas, y fin alm en te
al en tend im iento inifinito que no se pierde nada de ella. Es n uestro
enten d im iento el que no la ve m uy claram ente, se m aravilla por lo
todo lo que se le escapa, y le da el nom bre de libertad-novedad, en
todo caso en el m undo histórico. Es cierto que unos aviones lanza­
dos sobre torres o la caída, casi de un día para el otro, de una cortina
considerada de hierro, nos tom an por sorpresa. ¿Pero puede nuestra
estupefacción dar cabida a una su bsiguiente postulación m etafísica,
y por el solo hecho de que es en prim er lugar incapaz de ver hasta
qué punto el "acontecim ien to” ha sido preparado desde hace un lar­
go tiem po? Solo puede hacerlo porque confluye id ealm ente con la
idea que los h om bres -m u y esp ecialm ente los h o m b res de la época
lib e r a l- gustan hacerse de su "libertad creadora" y de su poder in a u ­
gu ral, es decir de su aptitud para una acción incondicionada.
Es precisam ente porque insiste absolutam ente en h a cer su propia
apología, que la libertad liberal se em peña en ver "novedad” en el
m undo. Allí donde se podría sim plem en te hablar de cam bio. Pues
por supuesto, nada se resiste al discurso del libre arbitrio cuando se
pretende el único garante de la transform ación política (contra la “re­
sig n ació n ” del determ inism o), para sosten er que siendo la transfor­
m ación diferencia con lo viejo, pertenece “lóg icam en te” a lo nuevo
- y qu e solo las voluntades libres pueden en principio haber querido,
luego producido, esa diferencia. Pero el encad enam iento de las cau ­
sas y de los efectos no es en absoluto incom patible, en principio, con
el cam bio. Estrellas que estaban activas m ueren, la tierra que estaba
calm a un día se abre, colinas hasta el m om ento en el paisaje se d es­
m oronan en un desplazam iento del terreno - y no están m ás. Nada
de todo eso, que solo sabríam os llam ar “cam bio", ha derogado las
leyes del determ inism o, ni apelado a la intervención disruptiva de
una libertad cualquiera (pero quizás los am igos de la novedad tienen
el proyecto de apelar a la voluntad de Dios). No sucede otra cosa en
el m undo social histórico, cuyos hechos de reproducción com o de
transform ación son de igual m anera producidos, es decir d eterm in a­
dos a acaecer por algún encadenam iento causal, aunque a diferencia
de las estrellas agonizantes o las colinas escurridizas, estos encade­
n am ientos sean el producto de la acción de los h om bres. Pues esas

152
acciones no dejan de ser causadas. Y esos encadenam ientos no tie­
nen otros m otores m ás que las en ergías conatívas y las pasiones que
las orientan. La vida colectiva de los h om bres se reproduce, o bien se
estrem ece, por el solo juego de sus interafecciones o, para decirlo lo
m ás sim plem ente posible, por el efecto que se producen unos a otros,
pero siem pre por interpuestas in stitucion es y relaciones sociales.
H abría que tom arse el tiempo de m ostrar en qué las instituciones
pueden ser vistas com o dispositivos afectivos colectivos,27 es decir
com o cosas sociales dotadas de un poder de afectar m ultitudes para
hacerlas vivir bajo sus relaciones -p e ro íiuidm enlc el despliegue dr
las pasiones de la relación salarial m ostraba precisam ente esc» Ahora
bien, las pasiones que trabajan en m antener individuos bajo rda
d o n es institucionales pueden tam bién, a veces, reconfigurarse para
trabajar en la destrucción de esas relaciones. Conform o al principio
causal, no se reconfiguran por sí m ism as, sino siem pre bajo el efec­
to de una afección antecedente, a m enudo ese geslo de más que el
poder institucional no supo co n ten er y que va a causar su perdición
al volver a poner a la m ultitud en m ovim iento. Spinoza llama ge­
néricam en te "indignación" a este afecto, no moral sino político por
excelencia, que ve a los sujetos (subditus) coligarse en la revuelta que
sigue a una ofensa, a veces hecha solam ente a uno de ellos, pero a la
que viven com o incum biénd oles a todos. Este contagio general de la
tristeza infligida a uno solo causa el desborde m arginal de tristeza co ­
m ún que determ ina un m ovim iento reaccional com ú n de los con a­
tos enrolados, conform e al m ecanism o que exige que “cuanto m ayor
es [...] la tristeza, m ayor es la potencia de actuar por la cual el hom bre
se esfuerza por luchar contra la tristeza”.28 Como los m arineros del
acorazado Potem kin se vuelcan al m otín , indignados por la pena de
m u erte reservada a aquellos cuyo único error fue h ab er protestado
contra la carne en m al estado, una su spensión abusiva dispara un

27. Ver sobre este tema Frédéric Lordon, "L'empire des institutiona (el leurs cfia«?«)",
Rcvue de la Regula/ion, n° 7, 2010, regulation.revue3.org/indfX.hlud; "lHi pitlsnamr dea
institution", Revue du M A U SSpem w w nle, 2010, www,j<nim ildinti.uiiin m-t.
28. Blica, III, 37, demos (ración.

l »
Ii 'V. ii i l.i ti i ici ilo l a b i i l , <> el |>l.i 11 s o c i al d e m á s a c a b a s a c a n d o a l os eje-
u i i i v i m .1 l.i ».illí*. I.;i l i g a z ó n *U* l.is c a u s a s y d e l os e l e c t o s n o o p e r a
de m . i n r i a di l e ta n t e en eslos m o m e n t o s particulares, s i m p l e m e n t e
tral>.i|.j ya n o «mi I.i i v p r o d u c i i ón, s i n o e n h a c e r q u e s e b i f u r q u e el
r t i r s o «le l.is c o s a « y e n p r o d u c i r caml »i o,

D ev en ir p erp en d icu la re s

Gay: Siem pre es m ejor que un salario, ¿no?


Perce: S í, todo es m ejor que un salario.
John H uston, Athur M iller, The Misjits

No hay necesidad de apelar a n ing u na hip ótesis de lib re arbitrio para


dar cu en ta de esos h ech os de ruptura que deben todo al determ inis-
m o de las dinám icas pasionales - e n este caso de las pasiones co léri­
cas, la m ejor, o la m en o s m ala, de las pasiones tristes. De la m ism a
m anera que los individuos estaban hasta el m om en to determ inados
al respeto de las norm as institucionales (por ejem p lo , las de la rela­
ción salarial), ahora están determ inados a la sed ición a causa de la
form ación de una nueva resultante afectiva en la cual la indignación
que hace m over prevalece sobre el obsequ iu m que m an ten ía quieto.
Ni por un in stante los hom bres dejan de estar determ inad os, lo m is­
m o cuando franquean su um bral de cólera qu e antes, solo que ahora
están determ inados a hacer otra cosa. Cuáles son las cond iciones ex­
ternas con las que se encuentra este m ovim iento, qué porvenir y qué
efecto le p rom eten, es otro asunto, aunque siem pre co m p ren sib le en
ú ltim o análisis bajo la perspectiva de las d inám icas pasionales (en
sus m ed iacio nes institucionales). La erupción de in d ign ación perm a­
n ecerá aislada y fracasará en afectar m ás allá de los in m ed iatam ente
co n cern id os, o bien encontrará una cristalización afectiva m ás am ­
plia bajo la cual, por pequeño que sea en el origen , producirá efectos
de p recipitación catalítica, a la m anera de Lip en 1973, sedición au-
togestionaria local pero ante la cual las autoridades tem ieron que lle­

154

iJ
. ,w?~- 7 -t

gue a “infectar todo el cuerpo social”, según las palabras cjue habría
vertido Valéry G iscard d’Estaing, en ton ces m inistro de Econom ía, al
decir de jean Charbonnel, su colega de In d u stria.29
Y en efecto, la in d ign ació n se propaga a v eces co m o un virus.
Invierte los eq u ilibrio s afectivo s que d eterm in a b a n hasta el m o ­
m ento a los su je to s a so m e te rse a las re la cio n es in stitu cio n a les
y los cond u ce a d esear vivir no seg ú n su lib re a rb itrio , sin o a su
gu isa - e x suo in g e n io -, lo cual no sig n ifica para nada efectu ar un
salto m ilag roso a lo in co n d icio n ad o , sin o vivir d e te rm in a d o d e otra
m an era. Muy a m enu do, por otra parte, las g u isas se reco m p o n en
colectivam ente: los m arin ero s del P otem kin to m a n el poder y lo
eje rce n , los asalariados de Lip ex p erim en tan la d em o cracia auto-
gestionaria, todos inventan nuevas relacio n es. P orqu e se ha vuelto
odioso, pero por uno de eso s abu sos m a rg in a les q u e h a ce r tra s­
pasar los puntos crítico s, el patrón general ha con v ertid o, m uy a
su pesar, los afecto s de tem or en afecto s de odio, y él m ism o ha
em pujado a los en rolad os a d esco lin ealizarse. In d ign ació n es el
n om bre gen érico de la d in ám ica p asional qu e de golpe reab re el
ángulo a y d esalinea los vectores co n atu s d resp ecto del vector-am o
D (figura 2-a). El e n ro la m ie n to apu ntaba a a = 0 y la co lin ea liz a ció n
perfecta, la sed ició n rep one el ángulo recto - y lie aquí qu e esta
geom etría de la (de-)captura invierte el sen tid o de la expresión "p o ­
n er en escu ad ra”, qu e sign ifica h a b itu alm en te a ju sta rse a la norm a
(puesto que eto m o ló g icam en te la n orm a es la escu ad ra), m ien tra s
que aquí a recto im p lica co se n o a = 0, y los vectores co n atu s de
los enrolad os (desenrolad os) ya no o fre ce n nada a la captura (el
producto de la captura era d.D = |d| x |D¡ x eos a , y con a recto ahora
es 0). La sed ición es el d even ir ortogonal - t o m a r no la tan gen te,
sino la perpendicular. La ortogonalid ad es la d esalin eació n p er­
fecta, preludio qu izás de u n re a lin e a ció n pero negativa, es d ecir
a b iertam en te an tag on ista, so b re el m ism o eje , ¡pero en sen tid o
inverso!, y que trabaja e n to n ce s ya no s o la m e n te para escap ar a

29. Ver Christian Rouaud, Les Lip. L'inuigincition au pauvoir, DVD, Les Films du para*
doxe, 2007.

155
la cap tu ra, sino para d estruir al captador, o al m en o s d ism in u ir
su esfu erzo , pues cuando a = 180°, cos a = -1, y no so lam en te el
d eseo-am o D no extrae nada de cí, sino qu e d le quita tracción a D
(figura 2-b). A la esp era de la guerra abierta, lo s in su m iso s son las
p erp en d icu lares. La explotación pasional procedía por co lin ealiza-
ció n y co n sistía fin alm en te en un d esv ío de poten cias de actuar; las
perp en d icu lares se desvían del desvío. D evenir ortogonal es resi-
sitr al h ija ck in g a través de la inven ción y la afirm ació n de nuevos
o b jeto s de deseo, de nuevas d ireccio n es en las cu ales esfo rzarse,
d ire ccio n es d istin tas a la indicada o b stin ad am en te por D, y que ya
no estarán dictadas por él.

Figura 2a

156
La desfijación
(crítica de la (des-)alienación)

No se trata allí de ninguna restauración ni de ninguna recuperación,


y sobre todo no se trata de una libertad originaria o de una auto­
nom ía pura, que no existe m ás que en las tesis del individualism o
liberal. Y es verdad que, por interesantes que sean las lecturas con­
tem poráneas del joven Marx, consagradas a dar nueva vida a su con­
cepto de alienación, no caen en las apologías subjetivistas, pero casi
con seguridad se reconcilian con los esq u em as de la pérdida o de
la separación, y por consigu iente consid eran la em ancipación bajo
la especie del reencuentro. El individuo estaría alienado cuando es
“separado de su potencia de actuar", y "reu n irse" con ella, volver a
coincidir con ella, sería el sentido último de la desalienación. Como
lo ha m ostrado Pascal Sévérac,30 Deleuze 110 escapa a esta tendencia
en su lectura de Spinoza, haciendo de la plena "reapropiación de la
potencia" la significación m ism a de la liberación ética. Ahora bien,
insiste Pascal Sévérac, este esquem a de separación contradice una
de las opciones m ás centrales de la filosofía de Spinoza, la opción
por la inm anencia - a la cual, por otra parte. Deleuze será tan sen ­
s ib le -, que rechaza absolutam ente la diferencia aristotélica de “lo
en-potencia” y “lo en-acto". Para Spinoza no hay potencia que no
sea inm ed iatam ente e in tegralm en te en acto. En otros térm in os, no
hay reserva e n la ontología spinozista. No hay potencia irrealizada o
inefectuada que se m antendría en segundo plano, d isponible para
ser activada, y el conatus está siem pre al lím ite de lo que puede,31
aun si puede muy poco. Francois Zourabichvili revela muy correc­
tam ente un habla spinoziana.32 Esta nueva lengua no solo tiene un

30. Pascal Sévérac. le devenir actif chez Spinoza, Honoró Champion. 2005; ver igual­
mente: "Le devenir actif du corps affectif”, Aslérion. n” 3. septembre 2005, http://
asterion.revues.org/index.html
31. Sería inexacto, por ejemplo, decir que hasta el límite de lo que puede”, ex­
presión que supondría el movimiento de pasar a un grado de realización completo a
partir de un grado de realización débil o nulo.
32. Francois Zouralikhvili, Spiiwza. une physiijue de la pensé c, op. cil.

157
vocabulario propio, el que renom bra los afectos por ejem plo, tiene
tam bién una gram ática específica, en particular una conjugación,
caracterizada por el hecho de que el condicional perfecto no existe.
"H abría podido" es el sinsentid o spinozista por excelencia, es el tiem ­
po del arrepentim iento, que solo existe com o una quim era de la im a­
ginación, pues el conatus siem p re satura sus "posibilidades" (hablar
así es por otra parte todavía inadecuado), y no, no “habría podido”
m ás, pues poder y h acer son una sola y la m ism a cosa: nunca h em o s
podido sino lo qu e hem os hecho, y recíprocam ente, ni m ás ni m enos.
¿Por qué Spinoza tom a este cam in o tan difícil, corrien d o el riesgo de
u na inco m p rensió n que cu lm in a en su asim ilació n de la realidad y
de la p erfección - "Por realidad y por perfección, entiend o lo m ism o"
en u n cia con una... perfecta brutalidad la d efin ición VI de Ética, II?
Para sosten er la in m an en cia hasta las últim as co n secu en cias. Ahora
b ien , la in m an en cia integral exige que no haya reserva, que el acto
coincida siem p re plenam ente con la potencia, si no la diferencia de
lo irrealizado tom a inevitablem ente el tenor del defecto, de la falta,
del vicio... y h ace resurgir a con trarío la figura de la norm a, es decir
en definitiva, de la trascendencia, que reconduce in d efectiblem en te
al Dios-Rey con el cual Spinoza rom pe de m anera absoluta.
Los individuos no están "sep arad o s” de su potencia, ni siquiera
cu and o viven bajo el el reino del m ás tiránico de los deseos-am os.
So lam en te están determ inados a efectuarla en una cierta dirección. A
veces tristem ente, cuando el deseo-am o se contenta con reinar en el
tem or. A veces alegrem ente, cuando la epithum ogenia ha hecho bien
su trabajo. No hay nada qu e “recu perar" que no esté ya allí -¿ c ó m o
podrían los individuos perder su potencia, o estar separados de ella?,
si ella es su propio ser.33 Esto no quiere decir que no haya m ás o
m e n o s en el orden de la potencia, seguro que los hay - lo s afectos
so n precisam en te definidos, por otra parte, com o su s variaciones,
a u m en to con la alegría, d ism in u ció n con la tristeza. Pero en estas
co n d icio n es uno se preguntará si los enrolados alegres tienen algún

33. “til esfuerzo por el cual cada cosa se esfuerza por perseverar en su ser no es nada
por fuera de la esencia actual de esa cosa” (Ética, III, 7).

15S
motivo para quejarse, dado que, alegres, su potencia aum enta, y qué
sentido tendría considerarlos víctim as de la alienación. Ningún s e n ­
tido, sin lugar a dudas, si se entiend e por alienación la pérdida de
su autonom ía de sujeto - n o existe, y la servidum bre pasional está
en todas partes. No m u cho m ás sentido si se qu iere com p rend er la
alienación bajo la figura m isteriosa de la pérdida o de la separación
respecto de la propia potencia. Por el contrario, tiene m ás sentido
si evaluam os considerarla un estrecham iento de sus efectu acion es. La
im portantísim a operación conceptual que Pascal Sévérac convierte
en el corazón de su lectura de Spinoza, es en to n ces la que co n siste
en preparar el terreno para abandonar los esq u em as de la pérdida
y la separación (al igual que, inversam ente, los del reen cu en tro y la
“recoincidencia" consigo m ism o), con el fin de su stitu irlos por el e s­
quem a de la fija ció n . Aun si la relación salarial capitalista separa a
los trabajadores de los m edios y sobre todo de los productos de la
producción, la explotación pasional no separa a los individuos de sus
propias potencias, y hay que d ejar de pensar la em ancip ación com o
la m agnifica operación que se las devolvería. Si no los separa de ellas,
la explotación pasional fij a en cam bio las potencias de los individuos
a un núm ero extraordinariam ente restringido de objeto s - l o s del de­
seo -a m o -, y si realm ente se quisiera salvar el concepto de alien ación ,
sería para darle el sentido del "afecto tenaz”3'’ y de la “ocupación del
esp íritu "35 - e l espíritu lleno por com pleto, pero de muy pocas cosas,
e im pedido de redesplegarse a su s anchas, En este sentido, el asala­
riado fijado, aunque fuese alegrem ente, está en l'su " único objeto de
actividad “alienado’’ de la m ism a manera que el cocainóm ano cuyo
espíritu está lleno por com pleto de im ágenes de polvo.
Todo el vuelco conceptual propuesto por la lectura de Pascal Sévérac
consiste en subrayar una sim etría muy poco percibida, aquella por la
cual Spinoza define la potencia de actuar com o poder de afectar )•’

34. “La fuerza de una pasión, o afecto, puede superar a las demás acciones de un hombre,
o su potencia, a tal punto que el afecto se fije en él de una manera tenaz” {/¡/ico, IV, ij).
35. Pascal Sévérac, le devenir aclif chez Spinoza, op. cit., chapitre IV, "Une théorie de
l’occupation de l'esprit”.

159
de ser afectado. Seguram ente es la connotación de pasividad que en ­
tra en la idea de "ser afectado" lo que ha ocultado durante m ucho
tiem po esta sim etría de la potencia, espontáneam ente com prendida
solo com o poder de afectar. Se incluye así en la potencia, y con pleno
derecho, el haberse vuelto sensible a una gran variedad de afecciones
y haber abierto am pliam ente el cam po de las afectabilidades -p o d ría
m encio n arse el escolio dietético36 en el que Spinoza recom ienda pro­
veer al cuerpo de todos los aportes variados que corresponden a la
com plejidad de su estructura, alim entos sabrosos, por supuesto, pero
tam bién fragancias agradables, sonidos m elodiosos, diversos placeres
para los ojos, etc. La alienación es la fijación, indigentes exigencias del
cuerpo, espectro angosto de las cosas ofrecidas al deseo, repertorio de
alegría apenas abierto, obsesiones y m onom anías que retienen a la
potencia en un solo lugar e im piden sus despliegues. Eso es la aliena­
ción, no la pérdida, sino el cierre y el estrecham iento. Y el devenir or­
togonal es reensancham iento a través del com ienzo de la desfijación.

La h i s t o r i a c o m o d e s c o n t e n t o
( p e r t u r b a c i o n e s y r e c o n f i g u r a c i o n e s del p a i s a je d e c la s e )

Se puede tom ar solo la perpendicular, pero dejando la sociedad (o la


parte de la sociedad que uno ya 110 quiere) detrás de sí. Tal com o era,
y tal com o sigue siendo. Solo los devenires ortogonales colectivos le
cam bian la cara. ¿Pero de dónde puede venir ahora la perpendicular
de m asas, y qué es lo que puede poner de nuevo en m ovim iento la h is­
toria del capitalism o? El m arxism o tradicionalm ente respondía: el cho­
que capital-trabajo. ¿Pero qué queda de él? ¡Ciertam ente nada! Escenas
com o las que nos repone François Ruffin lo recuerdan furiosam ente:37
cuando los obreros de un subcontratista de LVMH amenazados de
deslocalización desem baracan en la asamblea general del grupo or­
denante, en un cara a cara físico con la dirección que presenta a sus

36. Etica, IV, 45, corolario II, escolio.


37. François Ruffm, La guerre, cíes clcisscs, Fayard, 2008.

160
accionistas el rendim iento de sus capitales propios, sus dividendos y
el recorrido deslum brante de la cotización bursátil, se nos m uestra
una escena m arxiana casi pura. Pero sorprendentem ente es una es­
cena cada vez m ás rara, aunque nos parezca que el capitalism o neoli­
beral está en plena involución hacia sus brutalidades originarias. Y es
cierto que en num erosos aspectos esta regresión hacia su prototipia
prim era es muy real. En num erosos aspectos, pero no en todos. Pues
el paisaje social del capitalism o tam bién ha m utado profundam ente
en otros aspectos. Desde el m om ento en que para ser "el hom bre del
capital", el directivo de em presa devino él m ism o asalariado, la teoría
marxista original se ha encontrado en dificultades. Y estas d if ic u lta d e s
no han cesado de crecer a partir de lo que podría llamarse l.i d if u s i ó n
ejecutivista,38 es decir por el núm ero creciente de asalariados q u e h.m
pasado en parte sim bólicam ente “del lado del capital”.
¿Q ué puede significar “pasar sim bólicam en te del lado del <’apil.il”
cuando no se pertenece m aterialm ente al capital, sino que el indivi
dúo concernido ve su com puesto afectivo salarial mayoritar-¡amento
desplazado del lado alegre y aporta con em peño su potencia de actuar
a la em presa, es decir en definitiva al deseo del capital? L.a dificultad
surge todavía por el hecho de que este pasaje no es una cu estión de
todo o nada, sino que conoce grados, que uno puede por otra parte
agrupar en un continu um que va de lo m ás bajo - e l asalariado re­
nuente que hará lo m ín im o y a d esg an o - a lo m ás alto -a q u e l que,
aunque m ás no fuese a título instru m ental, consagra la totalidad de
su vida de trabajo, a veces inclu so de su vida a secas, a la realización
del proyecto de la em presa. El paisaje de clase es en este sentido
el correspond iente recíproco del paisaje pasional de los asalariados:
refleja todos sus en riqu ecim ientos y ha perdido sus sim plezas pri­
m eras. Por eso de aquí en m ás resulta perturbado por el gradiente
del com p rom iso salarial - q u e es en últim a instancia un gradiente
afectivo, un gradiente de la alegría (o de la tristeza) de vivir la vida
de asalariado. Aquí es donde Spinoza se encuentra con M arx - y lo

3S. Tomando el término de Gérard Duménil et Dominique Lévy, ver Éconamic mnrxt.t-
le du capitalismo, op, cil.

Kit
m o d ific a -, pues la cuestión puede expresarse sin téticam en te tom an­
do sim u ltán eam en te de los léxicos de am bos: pasar sim b ólicam en te
del lado del capital es tener “la su bsu n ció n real" alegre.
¿Q u é queda entonces de las d em arcaciones francas del antiguo
an tagon ism o de clase? ¿Es posible consid erar despreciable el co m ­
p ro m iso vivido de los individuos por la sim ple razón de que no sería
m á s que superficialidad "su bjetivista", allí donde solo cu entan las
co n d icio n es m ateriales objetivas? C iertam ente no, pues aunque se
exp erim enten individualm ente, los afectos no tienen nada de su b je­
tivo: son objetivam ente causados y producen tam bién objetivam ente
lo s m ovim ien tos del conatus - y el propósito de Spinoza era ju sta­
m e n te tratarlos “com o propiedades que pertenecen [a la naturaleza
h um ana], com o p ertenecen a la naturaleza el aire, el frío, la tem ­
pestad, el trueno [...] que, por nefastos que sean, son no obstante
n ecesario s y tienen causas d eterm inadas”.39 La relación subjetiva del
asalariado con su situación salarial es objetivam ente producida. Por
eso la condición salarial en sí m ism a - e l hecho bruto de la venta de la
fuerza de trabajo a un em pleador cap italista- no agota el contenido
objetivo de la vida salarial, com o lo dem uestra por el absurdo el caso
lím ite del PD G ‘10 asalariado41 -p e r o un caso lím ite al cual se pasa sin
solu ción de con tin u idad a partir de los casos ordinarios.
Por profunda que sea, esta perturbación del paisaje de clase origi­
n ario no im pide toda reconfiguración antagónica - y por co n sigu ien ­
te toda nueva puesta en m archa de la historia, o m ás exactam ente de
una posible historia de superación del capitalism o. Pero una historia
abierta, todavía no escrita y sin ninguna garantía teleológica. Sobre
todo una historia cuyo antagonism o m otor ya no puede ser tan sen ­
cilla m en te el “del capital y del trab ajo ”... y esto aunque le tocara de­

39. TP. I. 4.
40. Sigla de uso común en Francia: presidente y director general de una empresa |N. del T.].
41. Esto sin tomar en cuenta las evoluciones más recientes que tienden precisa­
mente a ‘‘desasalariar’’ al patrón, incrementando los elementos patrimoniales fi*
nancieros (stock-oplionx) en su remuneración, para convertirlo cada vez más en un
dircctivo-accionista (y ya no un directivo asalariado).

162
rrocar al capital -p e r o el capital com o relación reificada. ¿Cuál podría
ser entonces el principio estructurante de este nuevo antagonism o?
Una vez m ás, los afectos, y m ás precisam ente: el choqu e de los ale­
gres que no quieren cam biar nada, o que quieren m ás de lo m ism o,
y de los descontentos que quieren otra cosa. El descontento: he allí
la fuerza histórica afectiva capaz de hacer que se bifurque el curso
de las cosas. Como toda la vida social, la historia, que no es m ás
que su despliegue tem poral, funciona con afectos, pero la historia es­
pecíficam ente "bifurcadora", funciona esp ecíficam en te con afectos
coléricos. La m ultitud capaz de concen trar suficiente potencia com o
para operar los grandes derrocam ientos, es la m ultitud de los d es­
contentos. Al contrario de lo que se em peña en pretender una cierta
sociología deseosa de dar vuelta la página del m arxism o para abrazar
m ejo r los aires del tiem po liberal, nada im pide con tin u ar hablando
de clases. En efecto, siem pre hay clases, pues una com unidad o una
proximidad de experiencias, tales que estas experiencias están fuer­
tem ente predeterm inadas por la situación social de los individuos,
d eterm inan por eso m ism o una com unidad o una proxim idad de
las m aneras de sentir, juzgar y desear. Pero esta d efinición de las
clases rio coincide tan bien con la sim pleza del esquem a bipolar in i­
cial, pues la pertenencia en sí al “asalariado" (la clase “trabajo”) ya
no es tan fuertem ente predeterm inante com o lo fue, y sobre todo
no tiene la hom ogeneidad que constituía su (posible) fuerza m otriz
histórica. Sin em bargo, esta fragm entación relativa de la estru ctura
de clase y la perturbación del paisaje social que resulta de ella no im ­
piden en absoluto que se operen nuevas h om ogen eizacion es, pero
según otros principios. Y en particular según el principio afectivo del
descontento. La perspectiva de una lucha de clases en el sentido no
de la tensión latente y estabilizada, sino del enfren tam ien to abierto,
no desaparecido en absoluto, pero ha cam biado de contenidos y de
recortes: es la lucha de clases afectiva(s). C ontrariam ente a lo que se
podría creer, decirlo de esta m anera no es sim p lem en te rm d ir un
cosm ético hom enaje verbal a Marx para eludirlo m ejor, pues los a le c ­
tos com unes no caen del cielo, y hace falta preguntarse qué afección

163
co m ú n antecedente los ha producido. En el caso que nos ocupa, hay
que buscar del lado del capital, no tanto com o clase antagonista, cuyo
núcleo duro sigu e siendo muy identificable, pero cuyos contornos
y periferia se han vuelto m ás borrosos, sino com o relación social, y
fin alm en te com o form a m ism a de la vida social.
Ahora bien , la paradoja contem poránea del capitalism o se sostie­
n e e n que, en el m om ento m ism o en que se esfuerza por sofisticar
sus m étodos para desarrollar el salariado contento, m altrata a escalas
e intensidades inauditas desde hace decenios. Deviniendo odiable
m ientras se esfuerza en volverse am able, el capitalism o esparce el
descontento y alim enta “el afecto com ú n por el cual una m ultitud
podría llegar a reu n irse".42 Del dicho al hecho hay evidentem ente
m u cho trecho, y toda la sociología política se nos viene a la m em oria
cuando se trata de pensar las cond iciones políticas e institucionales
muy particulares bajo las cuales los descontentos aislados llegan a
form ar coalescencia y a adquirir la consistencia de una fuerza de
cam bio h istórico.43 Pero al m enos es un hecho que las tensiones
cada vez m ás violentas de la valorización del capital se esparcen h as­
ta en las clases de esos “asalariados del lado del capital", a riesgo de
hacerlos cam biar de orilla. La generalización del m altrato capitalista,
cuando llega a concernir a los asalariados m ás inclinados hasta el
m om ento al com p rom iso, alim enta en efecto una tendencia a la re­
coincidencia "m arxiana" de su situación m aterial y de su situación
afectiva, es decir a la repertenencia plena y com pleta a los asalaria­
dos can ónicos. En sum a, el ascenso del descontento a partir de las
capas más dom inadas de los asalariados, en las cuales debería haber
perm anecido confinado, tiene por efecto producir una suerte de “re-
p u rificación” de la situación de clase y de restauración de su paisaje
originario. Es entonces la clase hom ogénea, y en extensión, de los
descontentos, lo que am enaza con volverse contra el capitalism o - y
volver a poner la historia en m archa.

42. Para parafrasear TP, VI, l.


43. Ver por ejemplo Michel Dobry, Sociología des criscs puliliqucs, Presses de Sciences-
lJo,

1M
C om unism o... ¡deseo y servidum bre!

De llegar esta clase coyunturalm ente reconstituida a voltear el orden


capitalista y sustituirlo por nuevas form as sociales de la producción
como la recom una, ¿acabaría no obstante con la figura del deseo-
amo? Es de creer que no. En prim er lugar, porque la proposición he­
cha por uno a una com unidad-a-constiuir tom ará p robablem ente su
lugar. Después, porque la necesidad de com p oner potencias plantea
sin cesar la cuestión de las relaciones bajo las cuales se efectúa dicha
com posición, sim étricas o asim étricas, planas o verticalizadas (jerar­
quizadas), y porque la división del trabajo, en sí, tuerce de entrada la
com posición en el sentido de la asim etría jerárquica. Ahora bien, la
división(-composición) del trabajo es nuestro horizonte, aunque m ás
no fuera bajo el efecto de la am bición com o deseo de am p lias m iras
(am plias, es decir m ás allá de sus solas posibilidades individuales). Sin
duda no es casual que Marx le haya dedicado toda su atención política
- y no solam ente de econom ista. En este sentido, hay razones para la­
m entar aquellas lecturas demasiado rápidas que pretendieron situar
la cuestión de las relaciones de poder capitalistas en la órbita exclusiva
del régim en de propiedad de los m edios de producción, olvidando la
división del trabajo, cuyos efectos poderosam ente estru cturantes son
sin em bargo señalados tanto en La ideología a lem a n a com o en El ca ­
pital,44 ¿Q uién negaría que la propiedad privada del capital tien e efec­
tos? Pero para que estos efectos sean asim étricos, la propiedad pri­
vada tiene el carácter de una condición necesaria pero no su ficiente
-¿ca m b ió algo en las relaciones sociales de producción la propiedad
integralm ente estatal de los m edios de producción en U R SS? Lenin
no dudaba en reconocer en el naciente fordism o un modelo de orga­
nización industrial, en lo que se refiere a la experiencia de los soviets,
no habrá durado m ás de un año... Es la división del trabajo, explica
Marx, lo que secreta poder endógen am ente, y esto por el solo hecho
de que reserva para algunas de sus posiciones las tareas particulares

44. Principalmente los capítulos XIV y X V del Libi o I.

165
de la coord m arión o de la síntesis-totalización dr inform aciones de
las cuales los oíros productores solo tienen una visión parcelaria y
el poder nace de esas asim etrías funcionales e inform acionales. lisia
versión del renacim iento constante del poder en la producción colecti­
va tiene al m enos la ventaja de d esengañarnos seriam en te en cuanto a
las virtudes de la sola transform ación del régim en de propiedad, c.uya
form a capitalista está claro que debe im perativam ente ser deshecha...
pero sin exim im o s de inventar "la sigu iente".
Uno esperaría m enos de Spinoza en este terreno, y sin em bargo él
tam bién se interesó por la división del trabajo. Significativam ente, le
consagra sus prim eras reflexiones en cuanto a lo que m antiene unidos
a los hom bres y los hacer form ar com unidad - s e trata del capítulo V
del Tratado tcológico-político.45 La división del trabajo es entonces lo
m ejor que tienen los hom bres, suerte de necesidad que, recordándoles
que "nada es m ás útil al hom bre que el h o m b re",46 em puja a unos
hacia otros; y tam bién lo peor que tienen, puesto que en las com posi­
ciones de potencia entran siem pre arm ados desigualm ente, asim etría
que está en la base de todas las capturas. Entran tam bién desigualm en­
te deseantes. Incluso en las asociaciones a priori m ás paritarias, uno
quiere más que los otros. Q uiere m ás el objeto de la asociación, está
más intensam ente interesado en él, quiere m ás sus beneficios -p u e s
siem pre hay beneficios que tomar. No todas las actividades caen den­
tro de la econom ía monetaria, pero no hay una sola que sea exterior a
la econom ía de la alegría. El conatus es fuerza deseante, y el deseo está
constitutivam ente interesado en su objeto -o tr a m anera de decir en
busca de alegría. Por ser susceptibles de m uchas otras form as además
de la m onetaria, los beneficios de alegría son el td os m ism o de la ac­
ción, o bien su sanción, es decir lo que determ inará a seguir llevándola

45. Estamos en deuda con Pierre-François Moreau por haber insistido en el hecho de
que, fuera de los capítulos X V I y X V II, consagrados explícitamente al “contrato”, el
capítulo V ofrece el bosquejo de un modelo alternativo de constitución del Estado, que
además es endógeno. Ver Pierre-François Moie.ni, "Les deux genèses de l'État dans le
Traité théologico-politique", en Spinoza, B a t et religion, FiNS Éditions, 2005.
46. Ética, IV, 18, escolio.

166
.i cabo o .i .ibamloiwi l;i. 1*1 h m » * l i < ¡o inoiifl.m o no es en lo m es m ás
que un caso de ini.i econom ía general de la ;il<'j.»r(a en la cual busca sus
senderos toda acción, individual o colectiva, que necesariam ente está
inmersa en ella. Lns coacciones sobre la acción colectiva que resultan
de ello son especialm ente fuertes cuando dicha acción busca alegrías
extrínsecas, alegrías no ligadas al logro del objeto de la em presa en
sí m ism o, al disfrute del objeto en tanto que tal, sino a su obtención
bajo la m irada de los otros, o m ás aún, cuando el objeto m ism o es el
logro de algo de ca ra a la opinión, es decir cuando la em presa se vuelca
en esa econom ía de la alegría particular que es la econom ía del reco­
nocim iento. A la inversa de la econom ía (no-capitalista) de la alegría
intrínseca, disfrute no rival del objeto colectivam ente producido, la
econom ía de la alegría extrínseca perm anece diferencial y com petiti­
va. Las em presas colectivas ven entonces su cohesión constantem ente
amenazada por los deseos de acaparam iento m onopolístico cuyo ob­
jeto lo constituyen las alegrías extrínsecas, alegría de contem plación
de sí com o causa de la alegría de los otros. “Porque [dicha alegría] se
reproduce cada vez que el hom bre considera sus propias virtudes, es
decir su potencia de actuar, cada uno se afana en contar sus gestas y en
exponer ostensiblem ente sus fuerzas físicas y m orales; es por esta ta ­
zón tam bién que los hom bres se resultan m utuam ente fastidiosos".47
Llevando el propósito de Spinoza m ás allá de lo que dice textualm ente,
se podría precisar que 1« fastidioso no es solam ente lo que pertenece
a la fanfarroneada, sino tam bién a la captación individual indebida de
los beneficios alegres (extrínsecos) de la acción colectiva, y a las lu d ias
que pueden seguirse de eso. Nada es tan fácil, por otra parte, com o en ­
gañarse a sí m ism o en cuanto a la propia potencia, por ejem plo adjudi­
cándose la totalidad del producto al cual han contribuido sin em bargo
terceras potencias añadidas a la propia. La obra es colectiva, pero es mi
obra... Y la captura es en su esencia captación atributiva.
Por ende, una hipotética salida del capitalism o y de su econom ía
de la alegría m onetaria no libera en absoluto de los intereses de la

47. niicti, III, 55, escolio, la traducción de Rolx'il Mi¡íial)i C8 acjtii li^ciaiuniU' inodili
cada por la de Bernard Pantrat.

I<>/
captura, integralm ente prorrogados por la econom ía no m onetaria del
reconocim iento. El paralelismo formal de estas dos econom ías de la
alegría es por otra parte sorprendente: en todos los casos se trata de
agregar potencia a la propia para increm entar el efecto producido y el
beneficio alegre extrínseco que lo acom paña -o fre cid o entonces a la
captura. Aquel que entra en la asociación deseando de manera supe­
rior, que im agina rnás que los dem ás los beneficios de reconocim iento
de la obra colectiva y más los quiere, ese es el a propiador en potencia,
aspirante-m onopolista de alegría extrínsecas, nueva figura del deseo-
am o reconstituido fuera de las estructuras form ales de la captura, las
de los diversos patronazgos, y a partir de un fondo de com prom iso
paritario -p e ro que solo era aparente: pues las intensidades de deseo
diferían. Así entonces, incluso fuera de las relaciones sociales que
instituyen form alm ente la captura, la dinám ica de los intereses pasio­
nales es suficientem ente potente com o para volver a crear lo que la
asociación pretendía evitar, y es perm anente el riesgo de que entre los
asociados se encuentre uno que se proponga "tom ar las cosas en sus
m anos", declaración que sus co-asociados no deberían escuchar sin
temor, pues -h a y que leerla en su literalidad- es anuncio de pronación,
de toma para sí y de acaparam iento, el proyecto m ism o de un deseo
apropiador destinado a m utar rápidam ente en deseo director.
Habiendo com enzado con un inciso kantiano, en la máxima que
prohíbe reducir al hom bre al estado de medio, podríam os terminar
de la m ism a manera y preguntar "qué nos está perm itido esperar" en
m ateria de captura y de em ancipación. Es una cuestión con la cual
conviene ser claro: las decepciones son dolorosas en proporción a las
esperanzas que las habían precedido, y huelga decir que la idea com u ­
nista o la idea de ruptura con el capitalism o ha estado sobrecargada de
ellas; es tam bién una m anera de no perder de vista esa cruda virtud
intelectual del m aterialism o de la cual Althusser decía que consiste
"en no contar cu en to s".48 Spinoza ya daba de ella su propia versión
al invitar a tom ar a los hom bres “tales com o son, y no tales com o [se]

48. Citado por Clément Rosset en Un ce lemps-lá. Notes sur Louis Althusser, Miriuit,
1992, p. 22.

168
I i —• ‘ ‘«J ■'

quisiera que sean ",49 precaución cuya ignorancia condena en política


a no escribir m ás que una “quim era, buena para instituirse en la isla
de Utopía o en la edad de oro de los Poetas, es decir precisam ente allí
donde no se necesita en absoluto”.50 El sentido de esta advertencia es
de lo más claro: aunque bajo otro modo, el com u nism o debe contar,
lanío com o el capitalismo, con el deseo y las pasiones, es decir con
la "fuerza de los afectos”, tal que constituye no el horizonte de la ra­
reza particular de la servidumbre voluntaria, sino la perm anencia de
la universal “servidumbre hu m ana”.51 Casi negativam ente, tan lejana
nos parece su condición de posibilidad real, es tam bién Spinoza quien
nos da quizás la definición del com unism o verdadero: la explotación
pasional llega a su fin cuando los hom bres saben dirigir sus deseos
com unes - y form ar em presa, pero em presa co m u n ista - hacia objetos
que ya no son m ateria para capturas unilaterales, es decir cuando co m ­
prenden que el verdadero bien es aquel del que hay que anhelar que
los otros lo posean al m ism o tiempo que uno. Así sucede con la razón,
por ejemplo, que todos deben querer que la posea el mayor núm ero
posible, puesto que "los hom bres, en tanto que viven bajo la conduc­
ción de la razón, son suprem am ente útiles a los hom bres”.52 Pero esta
redirección del deseo y esta com prensión de las cosas son el objeto
m ism o de la Ética, y Spinoza no oculta que “el cam ino es escarpado”.53

“Una vida h u m ana”

Y es poco decir, en efecto, puesto que ella supone a los h om bres no


bajo el dom inio de las pasiones, sino conducidos por la razón. Ex
ductu rationis, los hom bres saben querer para los otros sin restricción
las alegrías que buscan para sí m ism os y "n o persiguen nada para sí

49. TP, l, i.
50. id.
51. Que da su título a la cuarta parte* de la Élien.
52. Ética, IV, 37, primera demostración.
53. Ética, V, 42, escolio.

169
m ism o s qu e no d eseen tam bién para los otros”.54 Ahora bien, tal es
ju stam en te la fórm ula m ás elevada del co m u n ism o , asentada sobre
la no rivalidad generalizada de los (verdaderos) bien es, ofrecidos por
ello a la producción y al disfrute au ténticam en te com u n es, es decir
desem barazados de los deseos individuales de captura que de lo co n ­
trario la vida pasional no cesa de volver a crear. Solo la no rivalidad
nos salva verdaderam ente de la figura del deseo-am o. Pero ella exige
que los h om bres vivan bajo la conducción de la razón, y no hay allí
una hipótesis m enor. El d errocam iento del capitalism o no alcanza
en sí m ism o para satisfacerla, pues si las estru cturas sociales del
capitalism o llevan la captura a un punto extrem o, aprovechan a m ­
pliam ente recursos de la vida pasional que las preexistían - y que las
sobrevivirán. Al ver cóm o renace de m anera endógena de las situa­
cio n es pensadas a priori para evitarla, uno term inaría por d ecirse que
la estructura fo r m a l de la cap tu ra debe tener ella m ism a una especie
de conatu s -d ig am o s, de m anera m eno s alusiva, que es un atractor
muy potente de la vida pasional, lo cual se d em uestra en los casos ex­
trem os en que le toca en su erte... a qu ien ni siquiera la ha pedido, a la
m anera del náufrago de Pascal, convertido en rey por los habitantes
de la isla donde fue a parar.55 Esta es la razón por la cual, volteado
(hipotéticam ente) el capitalism o, el co m u n ism o verdadero no advie­
ne no obstante p o r el m ism o hecho, al m eno s si en ten d em os por él la
liberación definitiva respecto de la figura del deseo-am o.
Por eso “la libre re alizació n de cada u no, co n d ició n de la libre
realizació n de todos”, es un asu n to m e n o s sen cillo de lo qu e su ­
g ie re n M arx y E ngels e n el M an ifiesto, y el m e jo r m edio de salvar
la idea de em a n cip a ció n es sin duda ro m p er co n la idea del gran
día de la e m an cip ació n , irru p ció n rep en tin a y m ilag rosa de u n
ord en de relacio n es h u m a n a s y so ciales to talm en te d istin tas. Q ue
no pu ed an d evenir totalm en te d istin tas de un día para el otro, no
im p id e qu e puedan d evenir d istin tas, e in clu so sig n ifica tiv a m en te
d istin tas. P u es la d isy u n ció n radical de la vida b ajo la co n d u cció n

54. Ética, IV, 1S, escolio.


55. Pascal, "Premier discours", en Trois disconrs sur la condilion desgranéis, op. cil.

170
de la razón y de la vida bajo el d om inio de las p asiones, no im plica
qu e en el registro de esta últim a todo sea eq uivalente, ni que todo
se in d ife re n c ie del lado "m a lo " del co rte. La servid u m bre de la
co n d ició n p asio nal - e s en efecto servid u m bre, puesto que es he-
te ro d eterm in a ció n , apego a cau sas y co sas e x te rio r e s - no es c o n ­
trad ictoria co n la diversidad de los a g en cia m ie n to s in stitu cio n a les
en los cu a le s son vertidas las p asiones h u m an as, por eso ya s ie m ­
p re p asio n es so cia le s. Y los a g en ciam ie n to s no so n eq uivalen tes.
D iv ersam en te in fo rm ad as por las estru ctu ras y ias in stitu cio n es,
las p a sio n es en in te ra c ció n y en co m p o sició n d eterm in an p o si­
bilid ad es co n tra sta n te s de poten cia, de deseo y de alegría. Una
Ciudad cuyos a g en cia m ie n to s in stitu cio n a le s 110 h a ce n andar a
lo s su je to s sino por el tem or, y donde "la paz depende de la in ercia
de su je to s co n d u cid o s co m o ganado para que no aprend an nada
m ás qu e la esclav itu d , m e rece el n o m b re de soledad m ás que el de
'C iu d a d ’”.56 El yugo de los afecto s tristes no es m en o s yugo qu e el
de los afecto s a le g res, pero es... triste - l o cu al no con stitu y e una
d iferen cia m enor. Ni la m ism a form a de vida. P ues los su je to s
co n d u cid o s por el m ied o están fq’ados, individual y co lectiv a m en ­
te, a los niveles m ás b ajo s de p o ten cia, y la com p aración en tre
una m u ltitu d co n d u cid a por la esp eran za m ás que por el tem or,
y u na m u ltitu d so m etid a por el tem o r m ás que por la esp eran za,
es in m ed iata: “U na se aboca a cu ltivar la vida, la otra so la m en te a
evitar la m u e rte ”.57 He allí en to n ces por dónde pasa la jerarq u iza-
ció n de los d iferen te s re g ím en e s de la vida pasional colectiva: no
p or el re la ja m ie n to de la servid u m bre de las p asio n es, sin o por el
ju ego d iv ersam en te aleg ran te y p o te n cian te de sus in fo rm a cio n es
in stitu c io n a le s. "P o r co n sig u ie n te , cu and o d ecim os qu e el m e jo r
Estado es aquel en q u e los h o m b res p asan su vida en la co n cord ia,
en tien d o por eso u na vida h u m ana, la cual se d efine no p o r la
sola circ u la ció n de la san g re y por las d em ás fu n cio n es co m u n e s

56. TP, V, 4, me tomo aquí la libertad de modificar la traducción de Charles Ramond,


restituyendo la “soledad” de Appuhn en lugar de su elección de la palabra “desierto1.
57. TP, V, 6.

171
a lodos los an im ales, sino an te todo por la razón , a u tén tica virtud
del alm a y su verdadera vida”.58
La salida de las relaciones sociales del capitalism o no nos saca de
la servidum bre pasional. No nos libera por sí m ism a de la violencia
desordenada del deseo y de los esfu erzos de potencia. Y es quizás en
este punto preciso que el realism o spinoziano de las pasiones es m ás
útil para la utopía m arciana: para d esencantarla. La extinción de la
política por la disolución definitiva de las clases y de su conflicto, la
su peración de todos los antagonism os por el triunfo del proletariado,
esa no-clase despojada de todo interés de clase, son fantasm agorías
post-políticas, quizás el error antropológico m ás profundo de M arx,59
aquel que con siste en soñar con una erradicación definitiva de la
violencia, cuando no hay m ás horizonte que buscar su s form aciones
m eno s destructivas. Spinoza nos señala que si los h om bres fueran
Sabios, es decir se condujeran todos por la razón, no tendrían n e ­
cesidad ni de leyes ni de instituciones políticas. Pero p recisam ente,
sabios no son ... Es por eso que no tienen m ás opción que contar con
los m ovim ientos pasionales del conatus que, por sí m ism o, “no ex­
cluye ni los conflictos, ni los odios, ni la cólera, ni los ardides, ni ab ­
solu tam ente nada de lo que el apetito aco n seja”.60 Ni la superación
del capitalism o, ni tam poco la recom una, nos liberan de esta parte
de violencia, ni nos exim en de reinventarle regulaciones institucio­
nales. Es por eso que, si uno decide otorgarle el sentido de la em an ­
cipación radical, hace falta entonces reconocer que el co m u n ism o es
una larga paciencia, un esfuerzo continu o, y quizás solam ente, para
hablar una vez m ás com o Kant, una idea reguladora. No hablem os
tam poco de una em ancipación que, según las ilusiones de la su b je­
tividad, significaría soberanía de un yo p erfectam ente autónom o: la
exodeterm inación pasional es nuestra inexorable condición. Y no so­
ñ em o s m ás tam poco con la abolición definitiva de las relaciones de
dependencia. Es im posible que el in terés de uno nunca se halle con

5S. t p . V, 5.
59. Karl Marx, Philosophic, op. cit., p. 106.
60. TP, II, 8.

172
L¿k_ ja iS^I.

que debe pasar por otro, y que no resulte de allí algún efecto de d om i­
nación: los intereses am orosos, sea bajo la forma del eros o bien del
deseo de reconocim iento, pasan por definición por terceros elegidos,
individuales o colectivos. Esos intereses-deseos, expresión m ism a de
la lógica am orosa del conatus y de su servidum bre pasional, abren
sus cam inos im periosam ente, a veces violentam ente, y ni las tran s­
form aciones de las form as de propiedad, ni la generalización de las
relaciones de asociación, podrían desarm arlos com pletam ente. Si el
verdadero com u nism o consiste en la via ex ductu rationis, m ás vale
reconocer que es un horizonte y renunciar a tiem po a las ilusiones
de una sociedad radiante.
Pero la renuncia al lelos no es renuncia a todos los progresos que
pueden efectuarse en su dirección. Todas las rcconfiguradortes del
régim en de las pasiones que tienen por efecto hacer retroceder un
poco m ás la figura de la captura son bienvenidas. ¿C uáles son los
agenciam ientos de la vida colectiva que m axim izan las efectu aciones
de nuestras potencias de actuar y de nuestras potencias de pensar?
Tal es exactam ente la cuestión del Tratado político, en ese sentido el
prim er m anifiesto realista, no del partido, sino de la vida com u nista.
Pues otro nom bre de la vida com unista podría ser dem ocracia radical.
Ahora bien, esta cuestión no cesa de recorrer todo el T ratado, g en e­
ralm ente entre líneas, o si se quiere en filigrana, pero no obstante
de manera muy presente, puesto que Spinoza no cesa de reconducir
todos los hechos de poder, es decir de captura, a la potencia in m a ­
nente de la multitud. No hay potestas que no em ane de la p o tm tia
(m ultitudinis)61 -p e ro bajo la form a del desvío y en provecho del m ás
potente de los deseos-am os, el deseo del soberano. Ahora bien, de to­
dos los regím enes, solo la dem ocracia organiza los reencu entros de
la m ultitud y de su propia potencia.62 "Paso finalm ente a este tercer

61. Alexandre Matheron. Individu ei coinmunauté chez Spinoza, ap. cit., Antonio Negri,
L'anomalit scmvage. Pnissance et. pauvoir chez Spinoza, PU F, 1982 (réédition íiditions
Amsterdam, 2006).
62. Podría hallarse incoherente el hecho de que se retome aquí, después de haberlo
excluido más arriba, el esquema de la de-separación de un cuerpo con su potencia. Pero

173
I

tipo ele Estado, absoluto en todo, al que llam am os ‘d em ocrático’" :6 *


así com ienza el capítulo XI del Tratado p olítico... capítulo inacabado
que se nos deja com o una suerte de obertura a la vez opaca y verti­
ginosa. O m ino absolu tu m im perium : Spinoza no acostum bra lan zar
palabras a la ligera, y uno presiente que la prom esa de “el Estado
absoluto en todo” no es sino la de la m ultitud de nuevo soberana. El
carácter inacabado del T ratado nos deja a cargo de co n o cer las co n ­
diciones y de inventar los cam inos de esta parusía de la soberan ía o,
para decirlo de otra m anera, de encontrar, para instalarlo fin alm en te
en la duración, ese m om ento-flash, “original”, por supuesto que ficti­
cio pero conceptualm ente significante, en que la m ultitud m anifiesta
su potencia soberana... antes de ser in m ediatam en te desposeída por
la operación de todos los m ecan ism os de la captura y la con stitu ción
de las estru cturas verticales del poder. Bajo el deseo-am o principal, el
del soberano, otros deseos-am os han hecho eclosión y reproducido
su gesto c a p ta d o r-q u e todas las estru cturas sociales lávorecen, por
no decir nada de las dinám icas espontáneas de la vida pasional. Q ue
los puños de hierro de la coerción bruta y de los diversos so m eti­
m ientos patronales hayan mulado, trabajo ep ilh u m ogén ico de por
m edio, en su jecion es alegres, es evidentem ente un progreso, pero
un progreso de segundo orden en el seno de lo m ism o - l o m ism o del
deseo-.im o y de la captura. Es decir de la m ism a explotación pasional.
Ahora bien, por más atavíos alegres que se esfu erce por obsequiarse,
iDii el hn ile m axim izar su propia eficacia, por otra parte, la explo­
ta« ion pasional es por definición fijación de las potencias de actuar
•■motadas a las finalidades y los objetos interm ediarios asignados por
el deseo-am o, y por lo tanto im potenciación relativa. Liberar tanto
« o rn o se pueda, e incluso si la em ancip ación definitiva no es m ás que

«*i i r u l e casa se Irata del cuerpo social, y esta de-separación es considerada aquí desde

«•I pinito de vista dv ¡tis parles en tanto que se hacen una idea del todo en el cual se en-
t iirnlnn incluidas. Incluso si, corno todo cuerpo, el cuerpo social no hace nunca sino lo
•|in* puede, ni más ni menos, sigue teniendo sentido para los hombres considerar que
:m aduar colectivo y sus productos se les escapan -y desear recuperar un cierto grado
d<* control sobre ellos.
<»J. 77\ X I , l.

I M
una línea de horizonte, a los individuos de la lu id a . triste o alegre,
de los deseos-am os, no es solam ente acabar con las asim etrías de la
captura y su cortejo de d om inaciones, sino tam bién reabrir el esp ec­
tro de las posibilidades ofrecidas a sus efectu acion es de potencia. 1.a
alienación no tiene afuera puesto que estam os condenados a la exo-
determ inación, está claro, pero sus form as no son todas equivalentes.
Algunas devuelven a los individuos am plitudes m ás grandes para de­
sear y disfrutar, desligándolos de las ideas fijas de deseos-am os bajo
las cuales otras los fuerzan a vivir. La vida co m ú n no es una elección
que los hom bres tendrían la libertad de no hacer, las fuerzas endóge­
nas de sus vidas pasionales los conducen necesariam en te a ella,64 co ­
m enzando por las de los requisitos d é la vida m aterial por reproducir.
Pero las relaciones bajo las cuales esta vida com ú n llega a agenciarse
no están escritas de antem an o ni para la eternidad, y está perm itido
preferir algunas antes qu e otras. Su invención y su producción en el
real de la historia es el efecto im previsible de las dinám icas de la vida
pasional colectiva -co n o cid a tam bién co n el nom bre de política. Si
la idea de progreso tiene un sentido, no puede ser sino el en riq u eci­
m iento de la vida en afectos alegres, y luego entre ellos, aquellos que
am p lían el cam po de las posibilidades ofrecidas a nuestras efectu a­
ciones de potencia y las conducen a orien tarse hacia “el verdadero
b ien ": “entiendo por eso una vida h u m ana”.

M. ÉL, IV. 37, escolios I y II; TTP, V, 7; TP, II. 15.


Esta edición de 1200 ejemplares se terminó
de imprimir en Gráfica MPS SRL en
setiembre de 2015 crj Santiago del listero
Gerli, Liilús, Argentina.
Tinta Limón es tina iniciativa
editorial colectiva y
autogestionada» Una apuesta
por aquellos textos que exigen
u n esfuerzo encendido para ser
inteligibles. Si la tin ta lim ón fue
una dé lo s modos de la escritura
clandestina, volvemos a requerir
de ella con una extgencia
contemporánea: la de escapar de

en la lampar cotidiana de forjar


experifiSp^i^de construcción.
Una nueva clandestinidad ,
entonces, para. evadir nuevas
prisiones: aquellas que nos
recluyen en la b a n a lta dón
de lo que hasta"ayer fueron
instrumentos» de lucha, en la,
destrucción de ló común, y en la
norm alización de nuestrás vidas.
La tinta limón reclam a sfes&glre
un trabajo de visibiliza^pn^ aquel
que hace em eM esunan^ratiíva
política. ?un'.tgffda dé nociones, y un

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