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EL DESAPEGO ES LA ACTITUD

CORRECTA EN UN MUNDO
IMPERMANENTE Y ADEMÁS
PUEDE USARSE PARA
LIBERARSE DE MALES FÍSICOS
Y MENTALES CON UNA
SORPRENDENTE EFECTIVIDAD.

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En un reciente artículo en este sitio se


exploraba la noción del desapego en
diferentes tradiciones filosóficas de
Oriente, en las cuales es la noción
fundamental de una vida que se acerca a
la sabiduría y la virtud. Se considera en el
hinduismo y en el budismo, por ejemplo,
que el apego es el combustible que
mantiene corriendo la rueda del samsara,
la existencia cíclica en la cual el
sufrimiento es la norma. Incluso, en el
budismo, se considera que el apego es un
contaminante fundamental de la mente
(klesha, en sánscrito) -en términos
modernos podríamos decir que el apego
es una patología.
Por el contrario, como argumentaremos
aquí, el desapego no sólo es una
importante actitud que lleva a la libertad y
a la sabiduría, sino que puede utilizarse
como una base para lidiar con
enfermedades, malestares, contrariedades
y demás situaciones negativas. Algo en lo
cual coincide la filosofía budista, donde
por ejemplo, se utiliza la meditación no
sólo para llevar la mente a un estado de
relajación sino para limpiarla de todos los
contenidos o improntas negativas, que
según los budistas, bajo ciertas causas y
condiciones, llegan a la fruición y emergen
como enfermedades y contrariedades.
Cuando estos contenidos -que son
finalmente registros kármicos- emergen, si
el meditador no se apega a las
sensaciones que producen, es decir, no
siente ni avidez ni aversión por ellas,
entonces esta información se disuelve, de
alguna manera limpiando el inconsciente y
permitiéndonos estar más frescos y menos
sesgados ante las cosas. El desapego a
los eventos de la mente es para el
budismo el sendero a la libertad. Esto se
apoya fundamentalmente en el desapego a
la solidez de una identidad, de un yo al
que le pasan todas estas cosas. Si no hay
ese yo -tan oprimido y constreñido por los
sucesos y conceptos que se le adhieren-
entonces todo lo que ocurre es solamente
como una película, o como un sueño que
contemplamos sabiendo que es un sueño.
Los demonios internos o externos, no
pueden hacernos realmente daño cuando
sabemos que son simplemente
proyecciones, y no tienen realidad
independiente a nuestra mente. El asunto
es realmente saber esto y no sólo
considerarlo intelectualmente como algo
posible.

En el caso puntual de una enfermedad o


de un estado de dolor cronificado, es
importante recordar algo que es una
realidad de la existencia, independiente de
credos. El mundo es impermanente, todo
cambia rápidamente. Nuestras mismas
células están muriendo y surgiendo cada
instante y no pasa mucho tiempo para que,
al menos físicamente, seamos
completamente otros. La naturaleza del
mundo es el cambio -lo único que no
cambia es el cambio, dice el I Ching- y
realmente lo único que puede obstruir ese
cambio -aunque ilusoriamente- es nuestro
apego a las cosas, nuestro aferramiento a
una sensación o a una idea. Este
aferramiento, por otro lado, es la fuente
de constante frustración -puesto que a
mediano y largo plazo todo a lo que nos
aferremos nos producirá una decepción ya
que no podemos ir en contra del curso
implacable del tiempo. Y aunque hoy nos
parezca que aquello a lo que nos
apegamos es una realidad sólida y estable
no pasará demasiado tiempo para que esto
desvanezca.

Algo que al principio nos parece


extraordinario ocurre cuando nos
desapegamos de nuestros síntomas
cuando estamos enfermos o sentimos que
crepita el germen de un
cuadro. Generalmente creemos que
nuestras enfermedades son realidades
constantes que existen siempre y son
parte de nosotros, pero cuando dejamos
de ponerles atención y dejamos de reciclar
las sensaciones de dolor con los
pensamientos que se fijan a ellas y se
lamentan, entonces podemos presenciar
cómo el proceso de curación o
simplemente de cambio se vuelve más
rápido y fluido. Y es que no hay nada,
entonces, que lo obstruya, porque el
apego, la rumia del pensamiento, es lo que
aprieta y genera estrés -lo cual se
convierte en un círculo vicioso, en la
energía misma que alimenta a la
enfermedad. Abrir campo, vaciarse, dejar
que pase, esas son la primera línea de
defensa. En río corriente no hay
pestilencia, es en el agua estancada donde
se cultiva el patógeno. Lo que necesitamos
generalmente es simplemente respirar,
dedicarnos a algo creativo o algo que nos
brinde significado. Esta es la mejor
combinación para la curación: el
desapego, el trabajo y el afecto. El cuerpo,
entonces, animado por la energía del
sentido existencial, realiza sus funciones
naturales -y así se cataliza el poder del
placebo o la autocuración.

De la misma manera que esto ocurre en un


sentido físico -desapegándonos de las
sensaciones de dolor o síntomas de una
condición patológica- esto mismo ocurre
con las emociones, conceptos e ideas
tóxicas -que a su vez luego pueden coartar
nuestro crecimiento o convertirse en
enfermedades físicas. En el texto más
entrañable de la literatura de la India,
la Bhagavad Gita, Krishna le dice Arjuna
que actúe pero que lo haga sin apego.
Esta es realmente la sabiduría más
profunda y sencilla que podemos asimilar.
No se trata de retirarse del mundo y entrar
en un estado de quietismo y
distanciamiento del mundo, en una
impasible torre de marfil, o en un cueva de
ermitaño, sino de participar intensamente
en toda la diversidad y variedad de la vida,
pero hacer las cosas por sí mismas,
no buscando un beneficio ulterior en ellas,
ni tampoco identificarnos con nuestros
actos -lo grandioso o terrible que son y por
lo tanto nosotros- viviendo en el pasado o
en el futuro, con miedo o esperanza. La
única forma de vivir en el presente y
habitar plenamente, utilizando la totalidad
de los recursos, es desapegándonos de
nuestros actos e identidad. De otra forma
siempre dejamos una parte de nosotros en
algo que ya sucedió o en algo que sólo
está ocurriendo en nuestra mente.

Twitter del autor: @alepholo

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