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Tema 3: Evolución de la economía en el espacio europeo occidental (siglos IV a X)

Mapa extraído de: Duby, Georges. (1997) “Guerreros y campesinos” (Capítulo 1). España: Siglo XXI
Editores.

Escogimos este mapa porque consideramos que estructura y exhibe las áreas boscosas
de mayor y menor densidad en Europa Occidental, durante la Alta Edad Media. Siendo el
bosque una extensión generadora de recursos esenciales para la producción y para la
economía general de la época, basada en el principio de la necesidad y la supervivencia.

INTRODUCCIÓN

La terminología “propiedad” empleada para referirse a las posesiones diversas es, en este
caso, un vocablo que no hace referencia alguna a la propiedad privada, propiamente dicha,
puesto que durante esta estructura histórica tal concepto era simplemente inexistente al no
darse una economía de mercado, sino de subsistencia. Al no implicar en absoluto esta
connotación anacrónica, nos referimos con “propiedad” simplemente a las posesiones
materiales de los distintos agentes sociales correspondientes que, a su vez, realizan su
contribución como unidades productivas de esta economía de subsistencia. El uso
extensivo de este término se halla justificado en última instancia por su uso en las fuentes
relativas a esta producción.
Le Goff, J “La Civilización del Occidente Medieval”
Sobre el final del Imperio Romano, Roma explota sin crear, no desarrolla ninguna innovación técnica
desde la época helenística. Su economía es nutrida por el pillaje donde las guerras victoriosas
proporcionaban la mano de obra servil y los metales preciosos arrancados de los bienes orientales.
Las penetraciones bárbaras que se fueron sucediendo esporádicamente, fueron los factores que
comenzaron el desmembramiento desde dentro del imperio. Esto desencadena las transformaciones de
las que sufrirá el mundo occidental. Según Le Goff, esto deja huellas sin cicatrizar ya que deja
ciudades en ruinas, campos devastados, hay una decadencia de la agricultura, un repliegue urbano,
una regresión demográfica, etc.

Pirenne, H “Historia económica y social de la Edad Media”


Inmediatamente instaurados, los bárbaros adoptan la característica esencial del occidente romanizado:
el carácter mediterráneo y su estrecha vinculación con el comercio marítimo, además de servir como
contacto con los demás pueblos. A su vez, los reyes germánicos supieron mantener el sueldo de oro
utilizado por los romanos, instrumento para la unidad económica de la cuenca mediterránea.
El autor Henri Pirenne se refiere a la irrupción de los musulmanes en el siglo VII por toda la costa
del Norte de África hasta la península Ibérica como el quiebre del vínculo milenario que había tenido
Oriente y Occidente a través de dicho mar y que, a partir de entonces, cómo el comercio se enfrentó a
un período casi inexistente. El equilibrio económico de la antigüedad, que había resistido a las
invasiones germánicas, se derrumba ante la invasión del islam.
El imperio carolingio, a pesar de reconocer su dominio y no intentar arrebatárselo, se vuelve
puramente agrícola, e incluso continental.

Duby, G. “Guerreros y campesinos. Desarrollo inicial de la economía europea 500-1200”.


En el clima de decadencia en que vivía Europa en los inicios de la Edad Media denominada
como Alta Edad Media, el nivel de civilización era tan bajo que la vida humana se
desarrollaba en torno a los aspectos más básicos de la sobrevivencia.
Uno de los problemas esenciales con los que se topa la historiografía son las herramientas de
trabajo que utilizaban en la agricultura. Los únicos y escasos objetos de metal (los de mayor
valor) empleados en la agricultura estaban destinados para cortar la hierba y el trigo. Pero no
se fabricaba, eran los propios campesinos quienes construían y reparaban sus útiles con sus
propias manos.
El instrumento básico era el arado que era utilizado para el cultivo de cereales, el cual era
construido en la casa campesina. Sin embargo, era una herramienta que no alcanzaba a
remover profundamente las tierras ligeras para estimular la regeneración de la fertilidad. En
este sentido, el arado era –como lo dice el autor- un “arma irrisoria”. Estos datos nos ayudan
a hacernos de una imagen sobre una sociedad agraria mal equipada y obligada a producir sus
alimentos de forma precaria.
La sociedad mediterránea esperaba de su tierra cereales panificables y vino; después habas y
guisantes, y por último aceite. Tales costumbres alimenticias habían sido modelo por el
prestigio que significaba estar relacionadas con la civilización clásica.
En este sistema, la producción de cereales se basaba en una rotación bienal del cultivo: la
tierra sembrada durante un año era dejada en reposo al siguiente. Esta disposición exigía una
clara separación entre las zonas de pasto y las tierras de labor.

FIN DE LA INTRODUCCIÓN
Walbanks, F “La pavorosa revolución. La decadencia del Imperio Romano en
Occidente”
Hacia el siglo IV en el imperio romano de Occidente se venía gestando en el seno
de su entidad política y administrativa, una economía monetaria de mercado que
estaba entrando en un período de modificaciones caracterizadas por una serie de
alteraciones a su vez propias de mecanismos internos de regulación económica
monetaria, tales como la inflación y la devaluación de la moneda en cuestión, cuya
inestabilidad se vio convertida en una de las causas de esta inquietud económica a
la que se le atribuyó en el momento y en sus condiciones contemporáneas la
capacidad de derribar el orden económico monetario romano. Sin embargo, esta
devaluación gravaba solamente a la moneda nueva de turno, en este caso, la plata,
mientras que se tendía a revalorizar la vieja moneda, el oro, que en la mayoría de
los casos permanecía atesorado y ahorrado, afectando esta situación de cambio
sólo a quienes habían efectuado préstamos en plata.
Como hemos visto, el trabajo forzado, la presión sobre el individuo corriente, sobre
el miembro del gremio y el campesino independiente, el peligro causado por las
mismas tropas, y la carga insoportable de los impuestos empujaban a un número
cada vez mayor de víctimas a escapar; y muchas veces sólo había un refugio, el
terrateniente grande y poderoso, ya que los terratenientes sobrevivían e incluso
prosperaban mientras los hombres de la ciudad perecían o se retiraban a sus fincas
y se convertían en terratenientes exclusivamente.
Además es un signo de la primacía de la tierra como factor económico fundamental
en el mundo antiguo el hecho de que los «estafadores», que naturalmente surgieron
bajo la burocracia y en el caos del siglo III invirtieran su riqueza, en tierras. En vez
de ser monopolistas industriales, se hicieron barones feudales. En contraste los
campesinos, propietarios libres y arrendatarios, y los artesanos, tenderos y
comerciantes de las ciudades no tenían medio de expresar sus agravios o de variar
la política en una dirección favorable a sus intereses.
La economía señorial que así crecía y florecía desempeñó un importante papel
cultural en la historia del Imperio tardío. Mientras decaían las ciudades, los señoríos
producían para el mercado local; y de esta manera se hizo más marcada la nueva
orientación medieval del campo hacia el señorío y su propietario, y se intensificó la
relación entre éste y el distrito circundante. Además, los señoríos eran el principal
mercado que quedaba para el comercio internacional de artículos de lujo, comercio
que seguía actuando aun después de que todas las necesidades primarias se
satisfacían en la localidad. Estos feudos, hogares del lujo y la cultura, incluso en las
horas más oscuras del Imperio, se destacaban como los nuevos guardianes de la
tradición antigua; y hasta cierto punto traían la cultura al campo, con el que
mantenían una relación más estrecha que la que nunca habían tenido las ciudades,
a las cuales reemplazaban. Una difusión de la cultura a un nivel infinitamente más
bajo que el que había existido en las ciudades, pero sobre un área mucho más
amplia, fue quizá una de las realizaciones positivas más importantes de este
período.
Económicamente, también la propiedad señorial logró llenar un vacío que la
economía clásica nunca había podido cerrar: el existente entre la propiedad
campesina y la plantación capitalista trabajada por mano de obra esclava. Como
hemos visto, la esclavitud en esta época era una institución en decadencia.
No es que desapareciera por completo. Las guerras bárbaras del siglo IV abrieron
nuevas fuentes de suministro; y en tiempos de miseria había algún recrudecimiento
de la esclavitud por deudas y venta de niños. Pero el esclavo ya había dejado de
tener la importancia de épocas anteriores; en su mayor parte había sido
reemplazado en el campo por el agricultor-arrendatario o colonus. Por todo el
Imperio, mientras la agricultura caía a niveles de subsistencia, se hizo conveniente
parcelar las grandes haciendas, repartiéndolas entre arrendatarios pobres o
colonos, quienes pagaban al terrateniente con una proporción fija de su cosecha y,
en ciertas provincias (aunque no en Italia), con una cantidad estipulada de días de
trabajo al año.
Estos pequeños arrendatarios eran originalmente hombres libres, obligados sólo por
sus respectivos contratos. Pero sabemos del traslado de colonos bárbaros al interior
del Imperio en época tan temprana como la de Nerón (54-68 d. de J.C.); y desde los
tiempos de M. Aurelio (161-80 d. de J.C.) se hizo corriente que los emperadores
repoblaran los campos despoblados de las provincias con colonos germánicos
vencidos en la guerra. Estos tributarii, como se les llamaba, aunque en muchos
aspectos tenían el rango de hombres libres, estaban legalmente atados a sus
parcelas de tierra.
Naturalmente, la distinción entre el colonus romano libre y el tributarius romanizado
y no libre empezó a borrarse pronto; y como era de esperar, fue la situación del
colonus la que se deterioró. Sin embargo, actuaron fuerzas más violentas que la
pura asimilación.
Desde principios del siglo pasó a ser un objetivo de la política imperial el apoyo al
terrateniente en cualquier medida que tomara para asegurar el cultivo adecuado de
sus campos y el cumplimiento de las exigencias fiscales del gobierno. Bajo la
presión de las malas cosechas y las deudas consiguientes, era fácil que el colonus
—como hemos visto— buscara la solución de la huida. En consecuencia, en alguna
fecha del siglo III fue puesta en vigor la ley haciendo obligatoria la vinculación del
campesino arrendatario a la hacienda señorial. En un edicto de Constantino fechado
el 30 de octubre del año 332, esta situación aparece definida con claridad como ya
existente; desde entonces, cualquier colonus que huyera sería devuelto encadenado
como un esclavo huido.
Una vez establecido el principio de coerción con respecto a la tenencia de la tierra,
se desarrolló rápidamente. A lo largo del siglo IV, también éstos quedaron ligados a
la tierra y rebajados de hecho a la condición de siervos. En el año 400, los códigos
legales hablan de los campesinos como servi terrae, prácticamente esclavos de la
tierra en que nacieron. Se vieron cada vez más oprimidos en beneficio de sus
antiguos terratenientes, ahora sus amos; y un río de legislación definió de forma aún
más estrecha los términos de su sujeción.
Al mismo tiempo, se dieron cuenta de que el crecimiento de los terratenientes era
esencialmente un síntoma de descomposición del Estado. En todas partes, los
colonos se reclutaban constantemente entre los campesinos independientes, a
quienes los duros tiempos habían empujado a quedar a merced del terrateniente
local, entregando su libertad a cambio del patrocinio y la protección de éste. De
hecho, los grandes terratenientes medraban en contra del Estado y usurparon sus
funciones. Pero a largo plazo, al debilitarse la autoridad central, el sistema señorial
debilitaba también la defensa, y sobre todo en las provincias occidentales aceleraba
la descomposición del Imperio. Mientras tanto, colaboró en el proceso general por el
que la población del Imperio se cristalizó en diversas clases sociales, cada una de
las cuales tenía obligaciones cuidadosamente definidas en el nuevo cuerpo de
legislación surgido para sancionar plenamente al Estado autoritario.
Esta estructura, estable, simplificada y primitiva, fue la que surgió del Imperio. Bajo
este sistema, el legado del mundo antiguo fue transmitido a los tiempos posteriores.
Mientras tanto, el verdadero mundo clásico había perecido en Occidente.
Los impuestos seguían siendo recogidos por funcionarios públicos, y no por la alta
clase hacendada. De esta forma se retrasó el comienzo del feudalismo. En
resumen, el centro de gravedad quedó mucho más cerca de las ciudades, y había
menos oportunidad de que se estableciera una economía puramente rural.

Mitre, E “Historia de la Edad Media en Occidente”

“La instalación de los germanos en el Occidente no abolió el sistema agrario romano;


por el contrario, se convirtió en su fiel heredero”. (Mitre, p.35).
“En esencia, la vida económica discurre por los mismos cauces que la época romana: una
base fundamentalmente cerealista y secundariamente vitícola y olivarera. La rotación bienal
siguió primando en la forma de explotación de la tierra y las grandes limitaciones en el
tráfico de mercancías originarían una marcada tendencia hacia el autoabastecimiento.
El poblamiento rural se caracteriza en los primeros siglos del Medioevo por el fuerte
contraste entre zonas con cierta densidad de población y los amplios espacios poblados en
los que reina la vegetación natural. El bosque constituye un elemento de gran utilidad por
varios motivos: es una reserva de tierras de la que los reyes echan mano para sus
concesiones a particulares y es también el complemento de la vida rural en tanto que facilita
la caza, los terrenos para alimento de rebaños, y algunos productos silvestres que podían
servir de complemento a la alimentación del campesino.
La gran propiedad rural es la mejor conocida a través de los textos de la época. En primer
lugar, es herencia de los latifundios imperiales que pasaron a manos de los monarcas y que
se incrementaron merced a multas, confiscaciones, etc. Un proceso que lleva más de una
vez a la confusión entre las propiedades de la corona y las particulares de los monarcas. En
segundo lugar, la gran propiedad es el resultado de la magnificencia real que va
favoreciendo centros económicos autónomos. En último término, el latifundismo de los
inicios del Medievo se liga también a la gran propiedad eclesiástica, favorecida por las
donaciones de reyes y magnates. No todas las iglesias tenían, sin embargo, un mismo nivel
económico”

“En toda gran explotación es necesario distinguir entre las tierras de cultivo (el ager)
próximas a la casa del propietario, y las zonas incultas (el saltus) situadas a cierta distancia,
útiles para caza y pesca y sobre las que se llevan a cabo labores de roturación sólo en un
número reducido de casos.
La explotación de los grandes dominios fundiarios se hace bien directamente por el
propietario o bien a través de un intendente. En un principio, la forma más común de laborar
la tierra es mediante mano de obra servil que vivía en el dominio y equipos de jornaleros
(...). Con el transcurso de los años -- es especial desde la segunda mitad del siglo VII -- se
van imponiendo otras formas de explotación. Una parte de las tierras serán distribuidas en
lotes (colonia, casata, mansus…) a familias de campesinos, por lo general de condición
jurídica libre, que a cambio del disfrute debían de satisfacer al señor unas rentas, por lo
general en especie o en servicios artesanales y de transporte.
En la España visigoda, una ley de Recesvinto habla de la entrega anual al propietario de la
décima parte (pro decimis) del producto bruto. En la Galia de los últimos merovingios, ante
las grandes dificultades para renovación de la mano de obra esclava, se echará mano del
trabajo (en forma de corveas) de las familias campesinas asentadas en el gran dominio que,
una serie de días al año, habían de trabajar en las tierras que el gran propietario se había
reservado para su directa explotación. Se echaban, así, las bases del sistema dominical
clásico propio de la futura Europa carolingia.
Al lado de la gran propiedad, la Europa del temprano Medievo conoció también la existencia
de pequeños propietarios libres en un número respetable según parece deducirse de las
fuentes.
Ciertas fórmulas jurídicas y testimonios literarios hacen referencia a este tipo de
campesinos que cultivan directamente, o con ayuda de algunos esclavos, pequeñas
explotaciones autónomas a las que a veces se les da el nombre de mansi.
Serían tanto de procedencia germánica como romana. En ambos casos, nos encontramos,
para designar sus agrupaciones, con el término vicus, al que los historiadores han dado
diversas explicaciones. Para el caso de la Galia, la más común es aquella que considera a
los vici como aglomeraciones de población situadas en las grandes vías de comunicación y
que se erigen en polos de atracción de los campos circundantes. En el caso español, San
Isidoro nos habla en las Etimologías de conventus publicus vicinorum, asambleas de
vecinos, pequeños campesinos, en las que se discutían los problemas comunes. Como
institución sería producto posiblemente de la conjunción de elementos romanos y
germanos. En relación con el segundo aporte, los estudiosos de E. A. Thompson sobre la
organización de los godos en la Dacia en vísperas de su entrada en el Imperio ilustran
bastante bien sobre las formas económicas --aldeas abiertas con una economía
eminentemente agrícola ya-- a las que este pueblo había llegado en el siglo IV y que lo
distanciaban bastante de las descritas siglos atrás por Tácito.
La inseguridad de los tiempos hará, sin embargo, que las prácticas de patronato ejercidas
por los grandes frente a los más débiles vayan erosionando estas formas de pequeña
propiedad autónoma”.

La crisis del siglo III fue decisiva para la quiebra urbana en el Occidente. Las razzias
de francoalamanos, la cada vez más pesada fiscalidad, las luchas civiles y, en
definitiva, el progresivo éxodo hacia el campo fueron dejando muy debilitados los
efectivos demográficos de las ciudades. La violenta entrada de los germanos en el
siglo V y los sucesivos ajustes políticos que se fueron sucediendo a medida que su
asentamiento se fue haciendo más efectivo, constituyeron factores también
altamente negativos. Las lamentaciones de los autores de los siglos de la transición
al Medievo han contribuido a dar un tinte más dramático aún a la degradación de la
vida ciudadana. San Jerónimo, en su Carta a Jeruquia, habla del arrasamiento de
las ciudades de la frontera renana al paso de los bárbaros, en el 406. Hidacio,
obispo de Chaves, traza, para Hispania, un cuadro igualmente calamitoso. En fecha
posterior, San Isidoro se haría eco de la desaparición física de la en otro tiempo
floreciente Cartagena. La propia Roma sufrió varios saqueos que la redujeron casi a
la impotencia.
La pervivencia de las ciudades en los primeros siglos del Medievo se debió de
manera fundamental, a sus fundones militares y eclesiásticas, y, secundariamente,
a sus cada vez más limitadas actividades mercantiles e industriales.
Además del hecho militar, el hecho religioso contribuyó a la nueva imagen que iban
a adquirir las ciudades desde el fin del mundo antiguo.

El papel de las ciudades como centros artesanales y comerciales entró en franco


declive, aunque las referencias de las fuentes del momento nos hagan pensar aún
en el mantenimiento de una cierta actividad en estos campos.

Las actividades mercantiles, tanto en el interior de los distintos estados como a


escala internacional, se vieron sensiblemente restringidas en los primeros siglos del
Medievo. Sabemos, sí, de la existencia de instituciones como el conventus
mercantinum en la España visigoda (especie de feria o mercado) y de la utilización
de la infraestructura viaria y fluvial (los flumina maiora) ya usada por los romanos.
Sin embargo, la inseguridad de los tiempos limitó enormemente las transacciones
mercantiles interiores y propició el desenvolvimiento de células económicas (los
grandes dominios, en definitiva) con una fuerte tendencia al autoconsumo.
En el dominio internacional tenemos noticias del mantenimiento de las relaciones
mercantiles entre distintos puntos del Mediterráneo, que permiten la distribución del
aceite de la Bética, del trigo del norte de África, del papiro de Egipto o de las sedas
de Constantinopla. La España visigoda mantuvo sus relaciones con Italia, el norte
de África, Oriente (vía Cartago), la Galia merovingia y las Islas Británicas.
El nivel de las transacciones no parece muy alto y los mercaderes que lo mantienen
suelen ser sirios y griegos, lo cual muestra la total supremacía económica de la
cuenca oriental del Mediterráneo sobre la occidental.

El declive mercantil y, sobre todo, la dependencia que en el comercio internacional


tenían los estados germánicos en relación con el Imperio de Constantinopla, se ven
reflejados también en el tráfico monetario. (...) A medida que los monarcas bárbaros
vayan rompiendo con el servilismo imitativo con relación a Constantinopla, irán
emitiendo también sus propias monedas.
Hablar del tránsito de la sociedad esclavista a la sociedad feudal, supone hablar en
primer lugar de la crisis del esclavismo y de las circunstancias que en ella incidieron.
Tal crisis se produjo como resultado de la progresiva pérdida de rentabilidad del
esclavo en el marco productivo, tal y como los autores marxistas han destacado. El
sistema esclavista clásico debió su auge a la rentabilidad, baratura y abundancia de
los esclavos en la época de las grandes conquistas del Imperio romano. El aumento
de las manumisiones, el bloqueo del proceso expansionista romano, la crisis
demográfica que fue afectando al Imperio desde fines del siglo II, y el estancamiento
tecnológico del que Roma se vio pronto presa, se encuentran entre los factores que
explican la progresiva sustitución de los esclavos por hombres libres (campesinos,
pequeños propietarios, campesinos no propietarios que trabajan tierras ajenas), que
fueron engrosando las filas del colonato, le dio así paso a la formación de un
sistema de «patrocinio» de los grandes propietarios hacia ellos. Como ha indicado
Gonzalo Bravo, se trataba de unas fuerzas productivas cuyo status era el de
hombres libres a los que no se pudieron aplicar las pasadas relaciones de
producción existentes entre esclavistas y esclavos.

TOMAR, DAR Y CONSAGRAR:


Las actitudes mentales tienen una incidencia tan determinante como la de los factores de
producción o de las relaciones de fuerzas entre los distintos estratos de la sociedad. Este
mundo “salvaje” se halla dominado por el hábito del saqueo y las necesidades de la población,
sumada también la fascinación de la antigüedad clásica en cuanto a sus formas materiales. Los
intercambios de bienes dependen en gran medida del acto de arrebatar y ofrecer.
En cualquiera de los casos, estas tres cuestiones o “trinidad” hacen referencia a las relaciones
de intercambio de bienes y servicio en una sociedad demarcada profundamente por tradiciones
religiosas (cristianas) y heredadas (romanas). Al referirnos a intercambio en dicha época, no
nos estamos refiriendo a un comercio propiamente dicho.
La civilización nacida de las grandes migraciones era una civilización de la guerra y de la
agresión, entre la acción guerrera y el saqueo no existían diferencias, todo extranjero era una
presa y todo territorio ocupado por extraños eran territorios de caza. La guerra era la fuente de
esclavitud.
El tributo anual no es sino una recolección del botín codificada, normalizada, en beneficio de
un grupo lo bastante amenazador como para que sus vecinos tengan interés en evitar sus
depredaciones.
Por ejemplo, al firmar la paz entre tribus de fuerzas iguales era conveniente mantenerla
cuidadosamente mediante regalos mutuos que garantizaban de alguna forma la duración de la
paz. El regalo es, en la estructura de la época, la contrapartida necesaria de la captura; ningún
jefe de guerra guarda para sí el botín ganado en una campaña, sino que lo distribuye. La
distribución, la consagración, son la condición esencial del poder.
“Tanto como de protegerse de los agresores, tanto como de servir y de producir, estos
hombres, a pesar de la precariedad de su existencia, se preocupaban de ofrecer y de
sacrificar. De estos aspectos dependen también, a sus ojos, la supervivencia. Porque en todas
las sociedades un gran número de las necesidades que rigen la vida económica son de
naturaleza inmaterial; proceden del respeto a ciertos ritos…

Jean - Pierre Devroey en Rosamond McKitterick “La Alta Edad Media”

Entre los años 400 y 1000, nueve de cada diez hombres vivían y trabajaban en el
campo, principalmente en el contexto de una agricultura de subsistencia. Por lo
menos una proporción muy grande de la producción agrícola total debe de haber
sido consumida in situ, por los agricultores y sus vecinos inmediatos (artesanos,
sacerdotes, magnates). La naturaleza de la economía y la proporción de habitantes
rurales no era básicamente diferente de la del Imperio Romano.
Existe un consenso bastante amplio acerca de la idea de un <<intervalo>>
altomedieval caracterizado por una <<ruralización>> general de la economía. Se
considera su expresión más característica la propiedad carolingia (quizá porque es
la mejor documentada), con su granero, sus herramientas y equipo de granja, sus
artesanos y sus talleres especializados. Se cree que semejante propiedad es
testimonio de la dominación de una economía cerrada y autosuficiente sin una
necesidad real de dinero o comercio. De acuerdo con esta opinión, por lo tanto, la
economía del período altomedieval es equivalente a una economía doméstica. Es
una sociedad no comercial.
La investigación actual subraya la dinámica de las relaciones entre la ciudad y el
campo a partir de la alta Edad Media y el papel de los representantes religiosos y
políticos en el desarrollo económico. La acumulación de capital fue posible mediante
el desvío del excedente desde su procedencia a los centros de control, es decir, del
campo a las ciudades y del productor campesino al consumidor noble o burgués. El
campo y su economía, en resumen, son fundamentales para el desarrollo de
Europa.
Pero un nuevo equilibrio se estableció entre los hombres y el entorno que unía los
usos silvopastorales a la intensificación de prácticas agrícolas en parcelas de
cultivo cerca de donde la gente vivía, con el resultado de una dieta más equilibrada.
En la Galia septentrional y en la Renania, la invasión de bosque y brezo se atribuye
a la debilitación (que empezó en el siglo III) del extenso sistema agrícola de la
Antigüedad tardía y a un descenso de la población. La importancia de estos
movimientos de población se refleja en el cambio del límite lingüístico entre
<<románico>> y <<germánico>>. En las áreas más densamente pobladas, la
continuidad en la ocupación de la tierra es muy marcada. A partir del siglo III, las
grandes villas romanas <<coloniales>>, que iban dirigidas al suministro de ciudades
y el ejército, eran abandonadas y hubo un cambio de asentamientos de las mesetas
a los valles. Al mismo tiempo, las pequeñas granjas familiares crecieron en número
y cultivaron áreas reducidas. Estas tierras eran guardadas para uso agrícola, pero
las zonas periféricas y las más pobres o las más abundantes se dejaban en
barbecho, a menudo hasta la desforestación de la tierra baldía en los siglos XI y XII.
Desde el siglo VII en adelante, el crecimiento de la población tuvo como resultado la
expansión de tierras bajo cultivo y la creación de nuevas zonas de asentamientos
por campesinos y señores. No debería, sin embargo, sobreestimarse esta
expansión de tierra cultivable, porque no era sino el principio de un proceso muy
largo y prolongado que culminó en los siglos XII y XIII. Después de la fase de
dispersión de granjas, se hace evidente una reagrupación en regiones como
Renania o Borgoña en el siglo X, acompañada por el abandono a gran escala de
aldeas. En otros lugares, donde dominó la cría de animales, los asentamientos
instalados en claros mantenían un carácter semi - permanente a lo largo de la alta
Edad Media.
Un nuevo tipo de asentamiento llegó a ser común en la Galia noroccidental a partir
del siglo VI. Comprendía un grupo de granjas independientes, conectadas por una
red de caminos, con cada granja cercada por una palizada o una acequia y rodeada
por graneros en los polos, cobertizos, silos y talleres. Esta forma de asentamiento
coincide con la aparición de una nueva palabra: mansus. Simplemente denotando la
<<casa>> en el siglo VI, mansus vino a designar la casa y su recinto circundante
antes de ser aplicado en el siglo VIII a la granja hereditaria de una familia de
colonos.
A finales del siglo VII y en el VIII, [...] parece indicar por todas partes, en el norte
tanto como en el sur, una disminución significativa de la malnutrición.
Paradójicamente, se mencionan más frecuentemente las hambrunas (existen
referencias de sesenta y cuatro períodos de hambre entre los siglos VIII y X, que
hacen un promedio de una cada seis o siete años). Sin embargo, la interpretación
de estos datos es delicada. Una vez se ha hecho la distinción entre las «grandes
hambres» de carácter cíclico, eso es, la escasez de alimentos que se da entre dos
cosechas, y el hambre local, puede verse que el número de hambrunas universales
disminuyó en el siglo X para aumentar de nuevo durante el siglo XI. ¿Debemos
atribuir, entonces, la repetición de hambruna general al (inesperado) crecimiento
de la población y considerarla como el duro precio que el campesinado tuvo que
pagar para que empezara la expansión? Se aprecian más a menudo indicios de
recuperación a partir del siglo VII. Por consiguiente, el crecimiento demográfico
parece funcionar tanto en el norte como en el sur. Los estudios de los datos
demográficos crean la imagen de una población pionera, relativamente joven y
móvil, sensible a los puntos álgidos de mortalidad, pero capaz de responder a ellas
con un aumento veloz en el índice de natalidad. La crisis y la escasez de alimentos
no tuvieron efecto duradero en la tendencia a largo plazo.
La práctica de asignar parcelas a colonos, y la acusada movilidad campesina, hizo
posible la intensificación local de la agricultura registrada en antiguas áreas
cultivadas y la explotación de nuevas áreas, aunque la escala no es comparable con
la alcanzada por la desforestación en el siglo XI. Así, hasta finales del primer
milenio, los paisajes del noroeste de Europa estaban claramente divididos entre
áreas densamente pobladas durante un largo período de tiempo y áreas más
escasamente pobladas y quizá utilizadas sólo de forma inconstante.
La <<regionalización>> de la economía romana había estado en marcha desde la
crisis el siglo III y era un componente fundamental de la Europa medieval.
Muchas ciudades de Occidente carecen de una historia continua. Se separaron en
nexos de asentamientos pequeños, separados por ruinas y espacios reconvertidos
para ser utilizados como huertas y viñedos. Fueron poblados por unos centenares o
unos pocos miles de habitantes.
En el mundo franco, el poder no se mostraba en la ciudad, sino en la asamblea
primaveral (y en menor medida en el palacio), donde los magnates se reunían para
confirmar los vínculos de fidelidad e intercambiar regalos y ofrendas.
Otro sistema de intercambio nació durante el mismo período en los límites del
mundo franco. A finales del siglo VII, las abadías de la Galia noroccidental habían
dejado de organizar caravanas para ir a buscar aceite de oliva y otros productos
mediterráneos traídos de Fos y Marsella. Entre el Loira y el Rin, los estuarios de los
grandes ríos se convirtieron en puntos de entrada para viajeros, diplomáticos,
comerciantes, peregrinos y misioneros a través del Mar de Irlanda, el canal de la
Mancha y el Mar del Norte. Algunos francos utilizaban estas rutas. Los marineros
anglosajones y frisios activaron el comercio y crearon nuevos asentamientos
portuarios. Dos de estos emporios son especialmente importantes para la Francia
del siglo VII, a saber, Quentovic (en el Canche, en Neustria) y Dorestad (en el curso
anterior del Rin, al sur de Utrecht, en la frontera entre Austrasia y Frisia). Al otro lado
del mar fueron fundadas Lundenwich, junto al emplazamiento de la Londres romana,
Hamwic, en el lugar de la futura Southampton, e Ipswich en East Anglia. Estos
emporios o wiks eran centros de comercio internacional. Otros, como Dublín, Birka,
Hedeby o Kiev, son testimonio del comercio estimulado por los daneses, los
noruegos y los suecos. No está claro si estos wiks fueron creaciones espontáneas o
fundaciones reales. No obstante, los reyes se aprovecharon de su existencia,
haciendo de ellos puntos de entrada obligatoria para los comerciantes, donde se
recaudaban derechos de aduana y donde tenía lugar el intercambio y refundición de
divisas. Junto al puerto había un área industrial donde la gente, como en otros
lugares urbanos interiores trabajaban con hueso, cuerno, cuero y metal. Existía
también una zona agrícola o de horticultura. La dispersión de los hallazgos (salvo la
producción de alfarería, que está muy concentrada) apunta a una producción
doméstica. El papel de los artesanos en la economía rural se reconoce a menudo
insuficientemente: la carpintería, la extracción y procesamiento de minerales férricos
o la fabricación de armas y herramientas son todos mencionados en los polípticos
(las descripciones detalladas de propiedades redactadas a partir del siglo IX). La
producción textil merece especial consideración. El lino y el cáñamo son un cultivo
que exige mucho esfuerzo y que emplea mucha mano de obra y eran producidos
principalmente por granjeros agricultores. La tela era producida en parte por talleres
colectivos, donde trabajadoras especialistas o esposas de colonos se reunían para
hilar, tejer y confeccionar telas. No obstante, el volumen de la producción textil
estaba dentro de la familia, como muestra la distribución de hallazgos arqueológicos
de artefactos vinculados a la actividad textil. La concentración de actividades
comerciales en los nuevos wiks o en ferias anuales contrasta enormemente con la
situación en Italia y en la Galia meridional, donde el papel de los «puertos de
comercio» era desempeñado por ciudades como Comacchio, Venecia, Nápoles o
Marsella. En el reino franco, el declive de los wiks había empezado hacia los
decenios de 820 y 830, antes de las primeras incursiones vikingas. A partir del año
859, es posible, aunque puede ser una falsa impresión creada por las lagunas en
las pruebas documentales, que fueran destruidos o abandonados emplazamientos a
ambos lados del Mar del Norte.
La «ruralización» de las élites francas (a partir del siglo VII y no, como se ha dicho
durante demasiado tiempo, desde el año 500) tiene como consecuencia una
dispersión real de lugares de poder a la que puede contraponerse claramente
Europa meridional, donde hay indicios convincentes de la persistencia de una élite y
un estilo de vida urbano. Esto puede explicar la temprana aparición (o la
permanencia) en Italia de un «predominio» de ciudades en el campo y el auge de
una comunidad participativa y de formas de organización de vida colectiva entre la
población urbana en Milán, Pisa o Lucca a finales del siglo IX y en el X. En el
noroeste existe de hecho alguna continuidad funcional en la antigua red urbana.
Pero la ruptura fue total entre los siglos VII y IX en la función económica de la
ciudad, el modo de residencia y de consumo de la élite y la concentración de
excedentes agrícolas. Debe esperarse hasta el siglo XI para presenciar la aparición
de una nueva civilización urbana en Occidente.
La evolución del campo debe considerarse a largo plazo. En la Provenza del siglo I
d. C. hubo una concentración de propiedad en unidades de diversos tamaños y una
especialización progresiva en la producción de aceite y vino y en la cría de la oveja.
En dos generaciones, entre mediados del siglo III y principios del siglo IV, estas
actividades cesaron o se redujeron enormemente. La producción de ánforas de vino
disminuyó en el siglo III y cesó en el IV. Fue en el siglo IV cuando los grandes
viñedos del norte probaron su valía. Generalmente, la producción agrícola se volvió
más regional a expensas de las actividades de exportación. Mientras las prensas y
bodegas de vino de las villae provenzales eran progresivamente abandonadas, los
valores sociales y culturales clásicos persistieron. Los beneficios ahora se
desviaban hacia la construcción de iglesias, y las grandes fortunas rurales todavía
existían entre aquellos dueños de propiedades que habían superado la crisis y
habían embellecido sus villas con nuevos edificios y ricos mosaicos. Las villae
parecen haber cambiado durante el siglo IV, de actuar como centros de producción
y procesamiento de productos agrícolas a ejercer la función de centros de
recaudación de rentas y tributos en especies. Al hablar de las grandes propiedades
de tierras entre los años c. 400 y c. 1000, los historiadores utilizan el término «gran
dominio» (en francés grand domaine), que se remonta al latifundium latino. La villa
(el antepasado de nuestro «pueblo o aldea»), que designaba la morada del señor en
latín clásico, fue utilizado a partir del VI para designar los territorios cuyo tamaño
pueden oscilar entre las cien y las varias miles de hectáreas. En los siglos VI y VII
existían todavía aquellos que poseían áreas muy considerables de tierras, sobre
todo en Francia [...], pero éstos son más arrendadores que empresarios.
Por todas partes, la explotación directa fue reemplazada por el arriendo. La misma
propiedad era llamada a veces villa (la casa del señor) y, a veces, vicus
(asentamiento rural). Esta aparente confusión evoca el mecanismo del patrocinio
que lleva a aldeas de campesinos libres a ponerse bajo la protección y el «paraguas
fiscal» de potentes (hombres poderosos). Así, una aldea se incorpora
progresivamente a una propiedad. A principios del siglo III, el dueño de una gran
propiedad provenzal obtenía la mayoría de sus ingresos de la venta del producto de
sus olivos y vides. Para aumentar su fortuna, podía intentar, como de hecho hacía,
ampliar su propiedad a expensas de vecinos menos importantes o menos
dinámicos. Desde el siglo IV en adelante, ser un gran dueño de tierras ya no era
explotar una granja al estilo de Columela, el famoso agrónomo del siglo I d. C., sino
ser el patrón de una red de dependientes y protegidos, de aparceros y colonos. De
ahí que aumentar la propia riqueza significase dominar (ser el dominus...) y forzar al
vecino a vender o a renunciar a sus derechos de propiedad para convertirse en
dependiente o en colono. La creciente confusión en el vocabulario de los contratos
agrícolas entre «arriendo» y «tributo» ilustra bien un cambio de actividad del gran
propietario de tierras desde señor y agricultor a patrón de un territorio en el que la
inmunidad le ha concedido la mediación de todas las peticiones del dominio. Los
magnates ya no cuentan su fortuna en miles de iugera (hectárea) de tierras, sino en
villae y en centenares de colonicae o mansi. Ya no era cuestión de cultivar la tierra,
sino de extraer una renta del grupo de hombres del que se había convertido en,
metafóricamente, paterfamilias, el sénior. El sistema tributario en especies adoptado
por el señor de la villa no parece haber excedido una décima parte de las rentas de
las granjas campesinas durante el período merovingio, que es sustancialmente
menor que el antiguo tributo sobre las tierras.
Las nuevas técnicas arqueológicas han identificado la invasión del bosque, el clareo
de la vegetación y las variaciones cualitativas del paisaje.
A partir del siglo V, las especies de animales grandes, tanto el ganado vacuno como
la oveja, el cerdo o incluso las aves de corral, desparecieron y fueron reemplazadas
en todas partes, hasta finales de la Edad Media, por las razas más pequeñas del
período preclásico. La disminución en el tamaño de los caballos es mucho menos
marcado. Esto es suficiente para descartar la idea de que la cría de ganado ya no
tenía la capacidad de dominar las técnicas de selección. Puede conjeturarse que la
disminución en el tamaño de los otros animales es una indicación del predominio de
minifundios a lo largo de la Edad Media. El lugar del caballo en la sociedad medieval
explica probablemente el cuidado que se tuvo para seleccionar animales de tamaño
suficiente para el viaje y el combate. Los arreos del caballo para el arado, con la
collera de hombro y su uso más general como animal de granja fue extendido en
Europa noroccidental sólo a partir del siglo XII. Hubo también un cambio lento pero
profundo en la importancia y en la distribución geográfica de cereales cultivados.
Alrededor del año 400 predominaron en Occidente dos o tres especies indígenas (la
cebada, la espelta, el trigo). La difusión del centeno y la avena, principalmente
reservada para la alimentación de animales en la Antigüedad, fue al principio lenta,
se disparó a partir del siglo VII y se extendió espectacularmente en el siglo X. Hasta
el siglo IX, la espelta predominó en el noroeste de los reinos francos. En el siglo X,
la espelta dio paso al trigo y a la cebada. El centeno y la avena, a causa de su
mayor resistencia, jugaron un papel importante en el desarrollo del cultivo del cereal
en Europa noroccidental. Adecuada para las tierras más pobres y para los climas
más duros, sembrar avena podía preparar la tierra, ganando para la agricultura
tierras descuidadas o temporalmente cultivadas y permitiendo una segunda
posibilidad de cosecha entre la alternancia bienal de trigo invernal y el barbecho. La
historia de la alimentación en Italia, puesta de manifiesto por las cláusulas en los
contratos de arriendo, hace pensar en una dieta mucho más rica y más variada.
Además de los productos cultivados, el agricultor recogía otros alimentos de su
hábitat natural como frutas, pescado y caza. En las curtes de Santa Giulia di Brescia
en Italia septentrional a principios del siglo X, por ejemplo, la variedad de cereales
cultivados era mucho más amplia y estaba dominada por el centeno (39%), el trigo
(20%) y el mijo (16%). Para historiadores como Duby o White, la Antigüedad y la
alta Edad Media se caracterizarían por el estancamiento tecnológico y una
economía rudimentaria; el siglo XI traería consigo una serie de innovaciones —
rotación trienal del cultivo, el arado y, sobre todo, la collera de hombro— que liberó
las limitaciones de los modos de producción e inauguró un período de crecimiento
ininterrumpido hasta la Peste Negra. Delatouche fue uno de los primeros en romper
con la idea de una «revolución agrícola» medieval. Sostenía que todas las
sociedades preindustriales practicaban una forma tradicional y milenaria de
agricultura, con sus cosechas, plantas y animales, que duró hasta el siglo XIX,
cuando hubo realmente una revolución agrícola. Las herramientas o las técnicas
agrícolas como el arado con una vertedera para remover la tierra o la rotación trienal
de la cosecha ya eran conocidas y localmente utilizadas en la Antigüedad. Los
antiguos arreos de caballos no era ni más ni menos eficientes que la famosa collera
de hombro de caballo del siglo XI. Nunca hubo una ruptura real en el conocimiento
tecnológico entre la Antigüedad y la Edad Media. Lo que realmente cambió entre los
años 400 y 1000 son los niveles de distribución y las relaciones económicas y
sociales dentro de los que se usaban estas herramientas. En primer lugar,
descartemos la idea de la «superioridad» absoluta del arado pesado (con la
vertedera) en relación al arado sin avantrén, ya que el uso del uno o del otro
dependía del tipo de tierra y del clima local. Las tierras mediterráneas de terra rossa
sobre roca de piedra caliza son adecuadas para el cultivo extenso del cereal y para
secar la arboricultura. Estas condiciones impusieron un sistema de baja
productividad, basado en la rotación del cultivo bienal y el trabajo del arado sin
avantrén, que airea la tierra sin provocar excesiva evaporación y la subida a la
superficie de sales minerales que serían el resultado de arar en más profundidad.
En el campo medieval, la fertilidad de la tierra y la diversidad de la vida agraria era
el resultado directo del hombre y su trabajo. En el año 893, en las condiciones más
duras de las Ardenas, las culturae de las villae de Tavigny o de Villance cultivaban
sólo avena. Al mismo tiempo, los dos molinos del pueblo molían maslin (una mezcla
de trigo y centeno) y extraían malta. Los campesinos pagaban la renta en centeno y
extendían estiércol para fertilizar los campos de su señor. La distinción entre la
agricultura intensiva y extensiva está, por consiguiente, entre las tenencias
familiares y el cultivo extenso del cereal de los latifundios.
Comparada con la propiedad del período carolingio, la villa merovingia era mucho
más pequeña, con menos tierra cultivable y menos claros para la labranza. Las
tenencias generalmente eran menos numerosas y su asociación con la propiedad
no era muy libre. El ingreso principal procedía del cultivo de la tierra del señor y de
los tributos pagados por los campesinos tributarios. Durante el siglo VII, los
elementos del «latifundio clásico» empezaron a aparecer, con su doble
organización, bajo la que la heredad (cultivada directamente por el señor), ampliada
y redistribuida, se desarrolla a través de los servicios impuestos a los mansos. Un
estudio del vocabulario aplicado a las instituciones rurales destaca la aparición de
nuevas condiciones y de nuevas realidades. Los mansus crearon, a partir del siglo
VII, un vínculo muy fuerte entre la vivienda, sus habitantes y las tierras de labranza,
formando una unidad de cultivo dentro del ámbito del feudo. Los colonos disfrutaban
de derechos que se extendían al bosque y a la tierra baldía y podían ceder la
posesión de su tenencia a sus hijos. A cambio, estaban sujetos a tributos y a
servicios fijados por las costumbres del dominio.
La riga, o trabajo a destajo, apareció alrededor del año 600 como un sistema de
bandas pequeñas de tierra en la propiedad que eran responsabilidad de mansos
diferentes, desde el primer arado hasta la producción de la cosecha. La forma de la
franja de estas parcelas sugiere que eran aradas con un arado pesado con una
vertedera fija. Eran probablemente cultivadas de año en año por la misma familia, lo
que facilitaba la vigilancia del trabajo. En los siglos X y XI, muchas de estas parcelas
pasaron a ser posesión del agricultor que las cultivaba a cambio de una renta
mínima. Durante el siglo VIl, la relación entre el señor y sus campesinos se ha
expresado en los decretos de los gobernantes merovingios, conservados en la Lex
Baiwariorum y en la Lex Alamannorum. Estas leyes presentan, desde un punto de
vista teórico, dos tipos de tenencias o mansos asociados respectivamente con la
libertad (aunque desde la Antigüedad tardía, un colonus no disfrutaba ya de plena
libertad de movimiento) y la servidumbre. Típicamente, un «manso libre» (mansus
ingenuus) estaba sujeto a un cierto número de tributos «públicos» vinculados al
servicio militar, mezclados con tributos «privados» en especies (productos agrícolas
y animales; madera o utensilios de madera, metalistería o trabajo textil; artículos
manufacturados) y/o en dinero y servicios laborales. Esto último conllevaba
principalmente el cultivo de la heredad del señor, los acarreos locales y el transporte
de larga distancia (angaria). A la riga fueron añadidas las corvées de arado (opera
corrogata) llevadas a cabo varias veces al año por los colonos con un tiro de bueyes
del manso en los grandes campos (culturné) del dominio. El tributo general en
especies puede haber representado entre el 10 y el 15 por 100 del ingreso de la
granja. La eficacia de este sistema y su éxito al obtener nuevos recursos para el
señor y el colono es ilustrado por el hecho de que Carlomagno pudo insistir en el
pago obligatorio del diezmo (un cargo suplementario del diez por ciento en todos los
ingresos de la tierra y de la cría de animal) a beneficio de las iglesias de la
parroquia. Los cargos típicos del manso servil (mansus servilis) añadieron a algunos
tributos en especies la obligación de proporcionar al señor un cierto número de días
de trabajo, normalmente tres, por semana.
Una decisión legal de Carlomagno durante el verano del año 800, tomada a petición
de los campesinos de la región de Le Mans, muestra la existencia de un vínculo
muy fuerte (más fuerte que el estatus legal del dependiente) entre la productividad
del trabajo en la tenencia y su duración. El servicio realizado por el colono con su
arado, le eximía de la obligación de ofrecer dos días más de trabajo manual por
semana a su señor. El rey prohibió a los señores que exigieran más de lo que las
normas requerían con respecto a las opera. La descripción de las cargas del
mansus, en el momento de la redacción de los polípticos, creaba así una relación
legal entre el señor y sus colonos a través de la concesión de la tenencia hereditaria
de una granja cargada con una serie específica de imposiciones y servicios. Durante
el siglo IX, ya no hubo una correspondencia entre el estatus del colono y el de su
tenencia. Un hombre libre establecido en un manso servil debía trabajo «servil». Un
siervo que ocupaba un manso libre cumplía las mismas obligaciones que un colono
libre. Desde un punto de vista económico, había así una igualdad estricta (ausente
en teoría de las relaciones sociales y legales) entre las personas libres y las no
libres dentro del manso. Para los siervos residentes, la asignación de una tenencia
significaba la oportunidad de crear un hogar y de transmitir la tenencia a sus hijos.
Esto constituyó un paso radical hacia adelante. Incluso los siervos no residentes se
beneficiaron de un mejor estatus en el contexto de la gran propiedad eclesiástica.
La evolución de una población servil y de servicios laborales cuenta la misma
historia, a saber, la búsqueda por parte de un señor de mano de obra especializada
y bien equipada para el desarrollo de la propiedad y una indiferencia relativa hacia el
trabajo manual. Había una reserva preparada de fuerza bruta de la cual el
administrador de una propiedad podía disponer a voluntad y en los momentos más
importantes del año agrícola, como el de la henificación, el de la cosecha y el de la
vendimia. El arado de corvées y el acarreo de larga distancia eran los elementos
más duraderos del sistema de hacienda y los servicios más buscados por el señor.
La instalación del «clásico sistema de hacienda» entre los siglos VIl y IX entre el
Loira y el Rin, da fe de la voluntad del soberano franco y de los magnates (laicos y
eclesiásticos) en esa región para cultivar cereales a gran escala sin recurrir a la
mano de obra esclava. La creación de mansos hereditarios, la recepción de colonos
agricultores y el suministro de ganado para ser criado y mantenido, todo atestigua la
voluntad del señor de asegurarse los servicios de un grupo de hombres, agricultores
especializados, jornaleros agrícolas o manadas que podían ocuparse del arado.
Asimismo, las esposas e hijas de estos hombres criaban a las familias y eran
responsables de la producción textil.
En la Francia central en el siglo IX, además, el rey franco no dudaba en quitar los
beneficios de las tierras de la Iglesia para darlos a sus vasallos o para obligar a la
Iglesia a mantener a la caballería a su costa. Estos milites vivían del ingreso de los
tributos de los mansos que se les habían asignado. El mansus también era utilizado
como un medio para medir la contribución de personas libres y de nobles cuando se
recaudaban impuestos excepcionales, sistema en que los dependientes pagaban la
renta en dinero y en especies a la aristocracia. Al sur del Loira, por ejemplo, donde
las villae bipartitas, las corvées y los polípticos son prácticamente desconocidos, el
rey era un elemento remoto del mundo rural, y los dueños de grandes propiedades
eran las élites militares y eclesiásticas. En áreas como Bretaña, Islandia, Cataluña o
Alemania central, sin embargo, las sociedades rurales eran prósperas e
independientes, controladas principalmente por la lógica de la economía de
subsistencia. Dichos grupos sociales no excluían ni la esclavitud (dentro del
contexto del trabajo en la propiedad familiar), ni la existencia de alguna
estratificación social, pero su eje esencial se hallaba en la preponderancia de un
campesinado que controlaba sus propias tierras, con más o menos autonomía, y en
las jerarquías bastante imprecisas de dependencia.
No puede unirse el crecimiento rural de la alta Edad Media a cualquier forma
específica —latifundio, propiedad pequeña y autonomía campesina— de
organización social para la producción agrícola. La reducción de obligaciones
públicas y privadas, que habían recaído más pesadamente en el campesinado, creó
una mayor prosperidad, que era un requisito para un crecimiento demográfico y un
aumento general en el volumen de producción. Esto inicialmente tuvo como
resultado, en Occidente al menos, una extensión de la tierra bajo cultivo. El
«progreso» registrado en el campo no es repentino o «revolucionario», sino que es
el aumento lento producido por una intensificación de prácticas agrícolas. La
difusión de nuevas técnicas fue de la mano con las innovaciones institucionales y
sociales. La condición del segmento no libre de la población se diferenció
definitivamente de la esclavitud, cuando su señor le proporcionó una tenencia
hereditaria y le permitió instalar sus propias familias y casas. Con el despeje de la
tierra, los magnates libres pudieron establecer nuevos mansos, mientras que los
campesinos libres escogieron traer a sus tierras un magnate a cambio de la
tenencia, para eludir las responsabilidades del hombre libre, a saber, los tributos y el
servicio militar, y para beneficiarse de la inmunidad y de la protección de su nuevo
señor. Todas estas transformaciones hicieron del campesino y de su familia, con su
habilidad, sus animales y sus herramientas agrícolas, el actor esencial de la vida
rural.
Desde el punto de vista económico, los siglos altomedievales estuvieron sin duda
caracterizados por condiciones de vida difíciles: las continuas guerras, el arraigo
precario de las poblaciones en las distintas regiones de Europa, la pérdida de
función de las ciudades, la reducción de los espacios cultivados (en provecho de
bosques y pantanos, que en muchos lugares habían recuperado terreno), la fuerte
disminución (aunque no total desaparición) de los intercambios comerciales y de la
circulación monetaria eran al mismo tiempo causas y efectos de un constante
descenso de la población europea.
En los siglos VII y VIII las regiones europeas septentrionales y orientales
(correspondientes a la actual Alemania y a los países eslavos) fueron menos
afectadas por la crisis, acentuando así la caracterización menos latina y más
germánica de la civilización europea de aquellos años. Pero también en estas zonas
(en parte porque desde siempre fueron menos pobladas, en parte porque se había
producido, como en todas partes, un retroceso de los cultivos), en el paisaje había
un claro predominio de lo inculto: bosques y selvas de la costa atlántica al Danubio,
principalmente estepas de la actual Hungría hacia el este. El bosque cubría gran
parte de los espacios, y, en su interior, como si fuesen islas de poblamiento, se
hallaban las ciudades y aldeas. Las aldeas eran núcleos de población de formas y
dimensiones variadas. Fuera de la parte habitada y casi siempre amurallada se
extendía el área cultivada correspondiente a la aldea, con campos
(predominantemente destinados a cereales), viñas y prados. Todavía más lejos
había una franja de tierras comunes: pastos y bosques cuidados por la comunidad
(para la recogida de hojas, ramas y leña o para pasto de los cerdos, que se
alimentaban de las bellotas de las encinas). Más allá de estas tres zonas (la
población, el cultivo y las tierras comunes) se extendía el bosque, recorrido sólo
esporádicamente y usado para la caza.
A menudo todas las formas de pago de la tierra a censo (en especie, en dinero, en
trabajo) coexistían. No se puede decir que en la primera Edad Media prevaleciesen
claramente las rentas en especie, progresivamente sustituidas por las rentas en
dinero: hubo algunas fases, en los siglos centrales de la Edad Media, en las cuales,
por las especiales ventajas que el mercado reservaba a la economía señorial, el
señor prefería recibir productos para comerciar, convertibles a una suma de dinero
más consistente que la que habría obtenido de pagos en metálico directos por parte
de los campesinos. En definitiva, no hay una evolución ordenada de la historia de la
<<economía natural>> a la <<economía monetaria>>. Una cierta posibilidad para
los colonos de disponer de dinero, comprobada con frecuencia, confirma la
existencia de pequeños mercados locales a los que la familia campesina conseguía
a veces llevar su propia producción: en los años de buenas cosechas, o, también
cultivando pequeñas parcelas de tierra arañadas al baldío sin que el señor de la
curtis se enterase. La familia campesina disponía también de una pequeña cuota de
producto que escapaba del control señorial y que podía servir para aumentar el nivel
de consumo de la familia o para garantizar pequeños ingresos.

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