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Profesor de Historia
Así, crecieron y alcanzaron un nuevo nivel que trascendía las reivindicaciones; ya no sólo
exigían conquistas sociales y económicas, además incorporaron las demandas políticas,
incluyendo la más elevada: la toma del poder y el ejercicio del Gobierno por los obreros y
campesinos. En los Soviets, las mujeres fueron centenas de miles de heroínas anónimas,
que marcharon bajo la bandera roja.
Desde febrero de 1917, los Soviets sirvieron como instrumento principal para el ejercicio
del contrapoder frente al Estado burgués, en la situación de dualidad de poderes que
persistió hasta el triunfo revolucionario de octubre. Los Soviets fueron, durante esos meses,
el germen de la dictadura del proletariado, la organización para la conquista y gestión
democrática del poder político por el pueblo trabajador, concienciadas a través de su
práctica revolucionaria directa. Tras la victoria de octubre, se convirtieron, en palabras de
Lenin, en «…un nuevo aparato de Estado […] que proporciona una ligazón tan estrecha e
indisoluble con las masas, con la mayoría del pueblo […] que en vano buscaremos nada
semejante en el aparato del Estado anterior».
La consigna leninista «¡Todo el poder para los soviets!» marca en la historia la primera vez
que la clase trabajadora conquistó el poder político. Su riqueza radicó en su carácter clasista
y en su vocación de poder; no se quedaron en la demanda del salario y la jornada de ocho
horas, fueron por más: por el poder político, por el gobierno, por la dirección del Estado y
la sociedad. ¡Y lo lograron!
La fábrica fue la base para la constitución de los Soviets de obreros; en la elección de
diputados participaban todos los obreros, sin excepción ni restricción. Igual ocurría con los
campesinos y los soldados en sus respectivos Soviets en los campos y cuarteles. Así, cada
Soviet aglutinaba el poder legítimo de los obreros, soldados o campesinos, y emergía como
órgano de gobierno con el respaldo y la confianza de todo el pueblo.
Paralelamente, se crearon más tarde Soviets de barriada, que formaban parte de los Soviets
locales junto a los diputados de la unión de profesionales, que comprendía doctores,
juristas, docentes y otros. Se excluía la representación de la alta y media burguesía. Cada
Soviet formaba comisiones de formación política e ideológica, ayuda a desempleados,
publicaciones y propaganda, hacienda, y designaba a los gerentes de las instituciones que
el Soviet tomaba bajo su control, como los servicios locales de correos, telégrafos o
ferrocarriles, entre otros.
Una vez formalizada la nueva estructura del Estado, se estableció el mecanismo de elección
de abajo hacia arriba, según el cual los Soviets locales creaban los de los niveles superiores
hasta llegar al Gobierno central del país. Según la Constitución de la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS), esta cadena de elecciones hacia arriba concluía en el Soviet
Supremo, máximo órgano del Estado, que estaba compuesto por dos cámaras con poderes
iguales: el Soviet de la Unión, elegido sobre la base de la población en proporción de un
diputado por cada 300.000 habitantes, y el Soviet de las Nacionalidades, que daba igual
representación a cada una de las repúblicas agrupadas en la URSS independientemente de
su tamaño, a razón de 32 diputados por cada república.
La idea de los Soviets, legado imperecedero del proletariado ruso, es ahora patrimonio de
todo el proletariado internacional. Es evidente que cada revolución tendrá características
distintas en cada país, pero está fuera de duda que ninguna genuina revolución podrá
prescindir de organizaciones semejantes a los Soviets, que organicen y expresen el poder
de la dictadura del proletariado.