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10/3/2019 espai Marx - Un punto de encuentro para las alternativas sociales
La máxima de complejidad
Toda reflexión seria sobre el arte debe tomar como punto de partida dos hechos en
apariencia contradictorios: una obra importante es siempre, en un sentido
irreductible, individual; al mismo tiempo, las obras de arte forman auténticas
comunidades, de género, de época y de estilo […]. El dramaturgo individual produce
tal obra, pero, sin embargo, eso que ha producido hace parte de eso que nosotros
podemos enseguida saber más generalmente de una época o de un estilo.
Es a fin de explorar esta relación esencial por lo que utilizo el término “estructura de
sentimiento”. (1973, 8-9)
Sobre la base y desde la crítica de las ideologías del lenguaje de la revista literaria
Scrutiny, profundamente marcada por el pensamiento de F.R. Leavis, así como por
los influyentes escritos de T.S. Eliot, arranca la teoría de Williams sobre el estilo con
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Williams percibió muy pronto en el teatro naturalista el sentido del marco doméstico.
Tal vez sea una etapa particular de la sociedad burguesa en la que la acción decisiva
tiene lugar en otra parte, y lo que se desarrolla, en el encierro de esas habitaciones,
es el conjunto de las consecuencias humanas: concretamente las consecuencias de
una sociedad relativamente ociosa. Mirar por la ventana hacia donde se está
decidiendo nuestra vida; esta forma de conciencia es específica […] Las habitaciones
no están ahí para definir a los personajes, sino más bien para definir lo que parece
que son, lo que no pueden aceptar que son. (1973, 387).
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con los tratamientos marxistas contemporáneos de la cultura que, tal como Williams
los entendía (en una palabra, como variaciones sobre el modelo base-
superestructura) eran, según él, inadecuados. Estas aproximaciones dependen de
“una historiaconocida, de una estructura conocida, de productos conocidos” (1977,
106-107), es decir, de sistemas de pensamiento dotados de una coherencia interna y
que se realizan de manera plenamente acabada, sin residuos. Lo que estos
acercamientos ignoran, es precisamente ese ámbito de la experiencia transindividual
que el teatro naturalista está obligado a sugerir constantemente: para captar este
ámbito Williams desarrolló su teoría de la “estructura de sentimiento”, refiriéndose a
“experiencias sociales en solución, distintas de las otras formaciones semánticas
sociales que han sido precipitadas y puestas a disposición de manera más evidente e
inmediata” (1977, 133-134). De este modo, el ángulo de ataque principal de
Williams a las teorías marxista de la literatura y de la cultura – y en definitiva, la
línea básica de de su intento de reconstrucción de estas mismas teorías – estuvo
determinado por su reconocimiento de la inadecuación constitutiva de la expresión
lingüística en el primer teatro naturalista. La atención prestada por Williams a esta
inadecuación está también en el origen de su antipatía hacia los entusiastas de la
revolución que creen que la toma de los órganos del Estado es suficiente para
cumplir una transformación social real y duradera; estas posiciones, para Williams,
subestiman las profundidades escondidas de nuestros lazos sociales y nuestros
posicionamientos – todo lo que los silencios elocuentes del teatro naturalista habían
justamente sacado a la superficie.
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Somos, como subraya Ibsen, los productos de nuestro pasado. Desde el momento en
que nacemos, estamos inevitablemente acosados por todas las deudas heredadas”
(ibid.).
Para Williams las formas culturales y sociales dominantes, en cuanto que nos
preceden, son deudas heredadas ibsenianas: estamos atormentados por los modos
de relaciones sociales del pasado que nos incitan a reproducirlas, y con ellas el orden
social que encarnan, en el presente. No es pues extraño que Williams llegase a
modificar más tarde la teoría de la hegemonía de Gramsci que ve “las relaciones de
dominación y de subordinación […] como una saturación efectiva de todo el proceso
social vivido” (1977, 110), combinando esta teoría con su propio esquema tripartito
de herencia: lo dominante, lo residual y lo emergente. Este esquema no es ni más ni
menos que una teoría inmanentista de la temporalidad histórica (volveré más
adelante sobre esto). Esto implica fundir la sutura del pasado, del presente y del
futuro por medio de lo que podríamos llamas tres “modos de presencia” – tres modos
en los que el presente se hace presente a sí mismo. Hay también herencias sociales
residuales que “se formaron en el pasado”, pero que “siguen estando activas en el
proceso cultural” y pueden ofrecer modelos alternativos, oponiéndose a o reforzando
el orden social (1977, 122); herencias dominantes, totalizadoras , sin que por ello
incorporen la totalidad social en sí; y herencias emergentes que modelan un futuro
posible – es decir que el presente podrá legar a las próximas generaciones en tanto y
en cuanto que lo emergente evite escapar a su incorporación en lo dominante. El
concepto de la “estructura de sentimiento” se aplica sobre todo a este tercer modo
de presencia: “La idea de la estructura de sentimiento puede ponerse en relación
específicamente con las formas y convenciones – figuras semánticas – que, en arte y
literatura son a menudo las primeras en indicar que una nueva estructura de
sentimiento está tomando forma” (1977, 133).
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La inmanencia
Williams describe Keywords (1976) como “el registro de una investigación” que trata
del “vocabulario [general] que compartimos con otros, a menudo de manera
imperfecta, cuando deseamos hablar de nuestra vida en común” (1983a, 14-15). Y
añade: “En algún momento, en el desarrollo de alguna argumentación, cada palabra
que yo incluí, me obligó virtualmente a poner mi atención en ella, porque los
problemas planteados por sus significados me parecían inextricablemente ligados a
los problemas para cuya discusión se utilizaba” (ibíd.) Palabras-clave como “cultura”
y “sociedad” simplemente no denotan objetos delimitados en el marco de lo real
(como los sustantivos “mesa” y “silla”); son constitutivos, de una manera u otra, de
la concepción misma de lo real al que supuestamente “se refieren”. Hay pues una
profunda reciprocidad entre los antagonismos históricos que existen “en la realidad”
y los conceptos desplegados para pensar estos mismos antagonismos; el
pensamiento – el dominio de los conceptos – no transciende la existencia social, es
más bieninmanente a ella, y esta inmanencia genera una teoría cuya coherencia
lógica es totalmente opuesta a las concepciones tradicionales del rigor analítico13.
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Las palabras-clave “no son conceptos, sino problemas; no son problemas analíticos,
sino movimientos históricos que aún no han encontrado resolución” (1977, 11).
Estos problemas no pueden ser resueltos en términos de coherencia lógica interna
con precisión porque son “movimientos históricos”; ellos mismos son
factores inmanentes y constitutivos de luchas históricas en curso. La resolución de
los problemas de los que ellos son un factor constitutivo, debe ser pues, práctica.
Ahora bien, no hay que concluir que todo pensamiento conceptual es anodino. Al
contrario, precisamente porque los conceptos son factores constitutivos del proceso
histórico, la conceptualización de sus contradicciones internas – por ejemplo, una
reflexión teórica y filológica – es necesaria en toda intervenciónpráctica en aquellas
luchas. La teoría y la práctica aquí no se oponen sino que vienen a representar dos
modos de la materia histórica. Desde el punto de vista de la “larga revolución”, se
hace necesario mantener una vigilancia constante sobre los mismos términos en que
se concibe la acción revolucionaria; sin ello, se corre el riesgo de heredar
involuntariamente conceptualizaciones residuales que pueden limitar desde dentro,
incluso hacerlo fracasar, el proceso revolucionario.14
La maniobra ha sido posible […] por el hecho de que las ideologías romántica y
laborista ambas están en conflicto parcial con la hegemonía burguesa; pero es
precisamente este carácter parcial el que les permite abrazarse. Ninguna de las dos
tradiciones es antagonista en puridad del poder estatal burgués: la primera mantiene
ese poder desplazando el análisis político hacia una crítica moralista e idealista de
sus consecuencias “humanas”, y la segunda busca acomodarse a ella. Así, el efecto
del libro ha sido consagrar el reformismo del movimiento laboralista, de elevarlo a
una legitimidad moral y cultural, su ministrándole valores y símbolos sacados en su
mayoría de una tradición bien enraizada en la reacción política. (ibíd.).
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En este sentido, Eagleton ofrece un mal ejemplo de lo que Williams llamaba “teoría
legitimadora”, una de las tres ramas teóricas constitutivas, según él, de la teoría
marxista en Gran Bretaña desde 1945. La teoría legitimadora se ocupab sobre todo
de “la herencia legítima de un marxismo auténtico” (237); la “teoría académica”, la
segunda de las ramas, buscaba por su parte la inserción o la reinserción del
marxismo en el corpus de obras estrictamente académicas (“la cuestión del
“comunismo” o una de sus variantes no está necesariamenteplanteada en este
contexto” (ibíd.); finalmente la “teoría operacional” aportaba análisis teóricos sobre
las particularidades del capitalismo tardío de la sociedad británica con el fin de
intervenir en ella(ibíd.). Las “Notes” de Williams sugieren que Eagleton representa lo
peor de la teoría marxista académica – con su “formalismo grato a la academia”
(239) – y el menos útil de la teoría de la teoría legitimadora, “que puede llevar, en
determinados momentos, a una serie de opciones auto alienantes, en las que nuestra
presencia política real viene a ser la de meros espectadores, historiadores o críticos
que tratan los grandes conflictos de otras generaciones y de otros lugares, con unos
lazos marginales, o sencillamente retóricos, con la política compleja y frustrante de
nuestro propio tiempo y lugar” (238). Es evidente aquí, que la inmanencia para
Williams es un principio político: no existe un “afuera” (althuseriano/científico) desde
el cual podamos observar los procesos históricos; el afuera (o “el otro lugar”) es ya
un elemento constitutivo del adentro. En este sentido, la importancia de lo “vivido” o
de la “experiencia” en su obra no es simplemente un residuo de la ideología
pequeño-burguesa de Scrutiny, como sostiene Eagleton; es más bien un elemento
central de su concepción inmanentista de la política. En Williams, la “experiencia”
designa a la vez nuestro modo de inserción en los procesos trans-individuales, socio-
materiales (nuestros lazos afectivos, nuestras posiciones y posicionamientos), y el
imperativo constante de seguir siendo contemporáneos de nosotros mismos: seguir
estando en las profundidades de los procesos del presente.
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La larga revolución
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Esta “perspectiva trágica” nada tiene que ver con ese vago pesimismo, anti-
comunista, tan caro a los liberales de hoy. Tampoco debe confundirse con una
estetización de la realidad social; al contrario, Williams sostiene aquí que la tragedia
es, según la fórmula de Alberto Toscano, una forma experiencial, narrativa y política”
(Toscano 2013, 25)20: “La acción trágica, en su sentido más profundo, no es la
confirmación del desorden, sino su experiencia, su comprensión y su resolución. En
nuestro tiempo, esta acción está generalizada y su nombre más común es la
revolución” (1979ª, 83) Mientras que los liberales hacen del momento de la
insurrección revolucionaria un estallido de violencia y de desorden excepcional,
Williams defiende la idea de que el orden social capitalista no es más que el orden de
la violencia y del desorden; la revolución entonces representa el momento de “crisis”
y la tentativa de resolución de un desorden institucionalizado. Además, escribe: “no
es solamente que nosotros nos involucremos en esta crisis general, es que ya lo
estábamos, por lo que hacíamos y lo que no hacíamos, participando en ella” (ibíd.,
80). Consecuentemente, “la única forma de acción que parece adecuada es, en
realidad, una participación en el desastre, como modo de ponerle fin” (ibíd., 81).
Como siempre, el principio – tal vez incluso el ético – político de la inmanencia nos
impone primero la toma de conciencia del hecho de que estamos yacomprometidos
en procesos históricos específicos y sugiere, acto seguido, la necesidad de un
compromiso proactivo a fin de transformar o detener estos procesos.
muchas definirán los “posicionamientos” profundos que nos constituyen: las maneras
espontáneas de vivir y percibir el mundo. Esta tensión del carácter “completo” de la
revolución social es la que marcará la crítica posterior de Williams a la categoría
marxista del “modo de producción”: “Porque la abstracción de la producción es una
versión especializada y eventualmente ideológica de lo que nos interesa, es decir, la
forma de las relaciones sociales humanas en el seno de un mundo físico” (1983b,
264). Williams al sostener que la noción de “modo de producción” depende
demasiado de la definición capitalista de la producción (un argumento formulado ya
en 1977 a propósito de las fuerzas productivas” [1977, 90-94]), prefiere la expresión
“modo de vida” (ibíd…, 266; la cursiva es de Williams). Este término, en apariencia
impreciso, debe sugerir un intento de ampliar el concepto de totalidad marxista y de
ligarlo a los nuevos movimientos sociales – por la paz, la defensa del
medioambiente, el feminismo – que “están activos en prácticamente todos los
sectores de la vida, salvo [la economía]. Es como si nos hubiésemos hecho con todo
lo que estaba excluido de la predominancia de la economía y de las especializaciones
del orden capitalista y trabajado sobre ello”. (1983b, 253). Es en estos pasajes de la
obra, donde la “estructura de sentimiento” toma un aspecto revolucionario: Williams
busca conectar el movimiento revolucionario con esos elementos de la sociedad que
no encuentran fácil sitio en el marco del orden capitalista dominante21. Hay aquí una
evidente continuidad, desde los silencios elocuentes del teatro naturalista a los
sectores sociales excluidos, de donde surgen los nuevos movimientos sociales. En
suma, la principal consecuencia del hecho de ver la revolución como una acción
trágica es la extensión de su alcance social; este alcance, por su complejidad y
profundidad existencial, desafía a la vez las categorías reductoras heredadas del
pensamiento social capitalista y el voluntarismo con tendencia terrorista del
marxismo transcendente.
Conclusión
Espero haber mostrado, en este artículo, que la unidad de la obra de Williams reside
en su teorización constante, a veces poco ortodoxa, del proceso largo y difícil de la
revolución. Esta obra, obediente siempre a los principios políticos y teóricos de la
complejidad y de la inmanencia, ofrece una reflexión paciente y profunda sobre los
obstáculos enormes, y las posibilidades utópicas, de la revolución social – desde los
primeros escritos sobre el teatro naturalista hasta los análisis más explícitos del
neoliberalismo naciente. Dirigidos tanto contra el orden capitalista dominante, tan
aborrecido por Williams, como contra el voluntarismo miope y el pensamiento a corto
plazo potencialmente fatal de algunos marxismos contemporáneos, estos escritos
ahondan en las profundidades inexploradas de lo social, determinantes para el
futuro. Las palabras con las cuales concluye la entrevista de 1979 en la
New Left Review, resumen la relación entre complejidad e inmanencia en esta visión
de la larga revolución; siguen siendo, en el sentido en que lo entendía Williams,
emergentes:
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Título original:
COMPLEXITY, IMMANENCE AND THE LONG REVOLUTION: ON RAYMOND WILLIAMS
Fuente: http://revueperiode.net/
Notas:
1 E.g., Paul Jones (2004), Alan O’Connor (1989), John Higgins (1999), and Andrew
Milner (e.g., 2005).
5 “El mayor error de Eliot fue su tentativa de encontrar un verso dramático de uso
múltiple que pudiera funcionar como substituto de la conversación. La defensa a
favor de la forma versificada haciendo valer su gran precisión y su intensidad de
expresión, se derrumba desde el momento en que los personajes tiene que
preguntar si alguien había comprado un periódico de la tarde, un intercambio
conversacional perfectamente normal, en un modo poético uniformizado”. (1979b,
207)
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11 Para una visión de conjunto detallada de este desarrollo, ver Thomas (2009, 307-
383).
12 Nótese aquí que lo que presenté al principio como una “ máxima ” se vuelve
ahora un “ principio ” de la obra de Williams.
13 He elegido la palabra coherencia” con toda la intención para mejor subrayar las
relaciones que percibo en la teoría de la conceptualidad de Gramsci y de Williams.
Ver Thomas (2009, 364-379).
Revolutionary Strategy in Europe “. Ver New Left Review, vol. I, n° 100, noviembre-
diciembre 1976. Para una crítica reciente del artículo de Anderson, ver Thomas
(2009).
17 El artículo de Anderson (1976, 10) cita a Gramsci sobre este tema: “En el Este, el
Estado lo era todo, la sociedad civil era elemental e informe (gelatinosa); en el Oeste
se daba una verdadera relación entre el Estado y la sociedad civil, y cuando el Estado
temblaba, al mismo tiempo se manifestaba la estructura sólida de la sociedad civil. El
Estado no era más que un foso exterior detrás del cual se encontraba un sistema
poderoso de fortalezas y terraplenes: más o menos numerosos según cada Estado,
por supuesto, pero es precisamente eso lo que hace necesario el exacto
reconocimiento de cada país singular”.
18 Esta ausencia fue detectada por Jones (2004, 181-194) y por Grossberg (2010).
21 Ver: “[…] es un hecho que concierne a los modos de dominación, el que hagan
una selección, y por tanto que no incluyan la gama completa de las prácticas
humanas. Lo que ellos excluyen puede ser tal vez visto como lo personal o lo
privado, lo natural o incluso lo metafísico. Efectivamente, es habitual que mediante
uno de estos términos se exprese el dominio exclusivo, ya que al dominarlo, en los
hechos, se apodera de la definición dominante de lo social” (1977, 125).
Bibliografía:
Anderson, Perry. 1976. “The Antinomies of Antonio Gramsci.” New Left Review
(100): 5-78.
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Barnett, Anthony. “We Live in Revolutionary Times…But What Does This Mean?”
URL:
https://www.opendemocracy.net/anthony-barnett/we-live-in-revolutionary-times-
but-what-does-this-mean
[Consulté le 21 Juin 2015]
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