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Sobre el Caleuche y otras realidades

Juan Redmond
Instituto de Filosofía
Universidad de Valparaíso
Conicyt

Antiguamente fueron los cíclopes y los dragones rugientes, ahora Quimeras biotecnoló-
gicas, transgénicos sabrosos e híbridos de cuatro patas resumen la nueva generación de “en-
tes” que han irrumpido en la tridimensionalidad kantiana de la existencia, para quedarse con
nosotros para siempre. Parecen haber caído de un libro de Jules Verne mal acomodado en la
biblioteca o haber desembarcado del Caleuche en el puerto de Valparaíso, viaje en primera
clase. ¿Pero es que han estado siempre allí? ¿Y dónde es precisamente allí? Pues antes de que
aterrizaran en nuestras vidas, ni la misma ciencia parecía querer ocuparse del asunto. En efec-
to, a pesar de que en diferentes ocasiones ejemplos de la mitología y de la literatura han sido
empleados como fuente significativa de enigmas y de contraejemplos que han servido para
guiar el desarrollo de diferentes teorías, la ficción ha sido considerada siempre un tema se-
cundario (incluso en Filosofía). Por ello quienes se han ocupado y se siguen ocupando de este
tema comparten una presuposición más o menos generalizada sobre la naturaleza de las fic-
ciones: que son cosas extrañas, inusuales y muy diferentes de las cosas ordinarias que nos
rodean en nuestro trabajo o en nuestra casa.

Pero hagamos la pregunta de un modo más elemental: ¿es que acaso hay ficciones? Pero
cuando reconocemos que gran parte los seres humanos han compartido sus vidas con seres
como el viejito pascuero (Papa Noel), la cigüeña que trae los bebés recién nacidos, seres naci-
dos de muchas mujeres al mismo tiempo, dragones, etc., la pregunta parece absurda. Respon-
deríamos sin dudar que hay tantas que conocemos más ficciones que seres humanos. Sin em-
bargo, con la misma convicción, les atribuimos aquello que es considerado en general su ca-
racterística más importante: la no existencia. Desde nuestra infancia, entonces, hemos pasado
nuestro tiempo con cosas que no existen. La noción de existencia que resuena en estas frases,
alude intuitivamente a lo que se presenta en el espacio y el tiempo. Aquello que hace del
dragón de la Canción de los Nibelungos una ficción, a diferencia de aquella gaviota que veo
reposar en un tejado desde mi ventana, es que el dragón no habita el universo espacio-
temporal. Para tranquilizar a los niños les decimos: los dragones no existen.

Pero, como señalamos más arriba, compartimos nuestras vidas con cosas calificadas de
existentes pero que jamás encontraremos en el espacio y el tiempo. En realidad, espacio y
tiempo son tan restringidos para los seres humanos que, si nos atenemos a sus limitaciones,
ciertos conocimientos usuales serían imposibles. Por ejemplo, un joven que estudia la Historia
de un cierto país, jamás podrá toparse con los portadores de los nombres ilustres señalados en
el libro. Del mismo modo, en la clase de Biología, aprenderá sobre seres vivos que salvo en
circunstancias extraordinarias, nunca conocerá personalmente. Incluso aún, la delicada cues-
tión (en la que no entraremos en nuestro trabajo) de la propuesta de partículas, cuerpos sin
masa ni rozamiento y otras especies de objetos inexistentes que pueblan los libros de ciencia.

Por consiguiente, no es absurdo, según me parece, que de manera similar nos encami-
nemos en prácticas que involucran hombres y mujeres que jamás encontraremos en nuestra
vida cotidiana, tales como Don Quijote, Madame Bovary. Se trata, en efecto, de personajes de
ficción que nos hacen soñar, experimentar alegría, rabia y tristeza, a pesar de que no existen.
En general, las inquietudes filosóficas respecto de las ficciones son de dos tipos: semán-
ticas y ontológicas. Desde un punto de vista semántico se pone en duda si es necesario recu-
rrir a entidades ficcionales para dar una significación a una parte del lenguaje natural. E inclu-
so si esto último fuera reconocido como obligatorio, sería necesario explicar cómo es que
ciertos componentes de las frases se refieren a entidades tan difíciles de situar como son las
ficciones. En otras palabras, retomando la pregunta del inicio, cómo es posible que haya cosas
que no existen? Es que acaso la existencia es un predicado sobre objetos? Lo problemático de
esta pregunta apunta directamente a la noción de objeto no-existente, en particular para los
que se inscriben en la perspectiva de Hume1 para quien pensar en un objeto es pensar en algo
existente. De ello tendríamos que el concepto de un objeto incluiría el concepto de existencia
y de tal modo el concepto de un objeto no-existente sería una contradicción. Las ideas de
Hume están presentes en la obra de Immanuel Kant (Kant, 1781/1789. B626, 627/A598, 599).
Pero este último, a diferencia de Hume, rechaza la idea de que la existencia sea un predicado
real de objetos. El interés de Kant se focalizaba en la demolición de del argumento ontológico
que pretendía que en el concepto de dios – el ser que reúne todas las perfecciones – la exis-
tencia no podía no estar presente. En este sentido, pensar en dios es pensar en un dios existen-
te. La respuesta kantiana es a menudo considerada como una anticipación de la semántica
elaborada por Gottlob Frege, en la cual la existencia no es un predicado que se aplica a los
objetos sino a otros predicados. Siguiendo las ideas de Frege, e indirectamente las ideas de
Kant, si la existencia no es un predicado, tampoco lo es la “no-existencia” como atributo de
aquello que no tiene existencia. De este modo, según Frege, decir de un objeto que es no exis-
tente es una suerte de sin sentido que ha sido posible por no respetar las reglas sintácticas de
la lógica. Decir que hay un objeto es equivalente a decir que el objeto existe: Hay y existe son
equivalentes y su contrapartida formal es el cuantificador existencial . En consecuencia, en
la tradición lógica que encabeza Frege, este cuantificador posee “compromiso ontológico”.

Por el contrario, si queremos considerar a las ficciones como objetos no-existentes, pa-
rece que la primera modificación que debemos hacer es alejarnos de la tradición Hume-Kant-
Frege. Es decir, debemos considerar la existencia como un predicado aplicable solo a ciertos
individuos. En ese sentido, desde el punto de vista del lenguaje natural, deberemos diferenciar
entre las expresiones “hay objetos no-existentes” y “existen objetos no-existentes”. Esto últi-
mo es el punto de vista de filósofos como Alexious Meinong2 para quien las expresiones
“hay” y “existe” son irreductibles la una a la otra. En efecto, formalizando su perspectiva, el
enunciado “hay un x tal que…” se expresa como x(…x…) ; y el enunciado « existe un x tal
que… » se expresa como x(E!x  …x…), donde “E!” corresponde al predicado “existe”. En
estas expresiones el cuantificador existencial “” no posee ningún compromiso ontológico.

Otros pensadores preocupados por lo no existente, como es el caso de Graham Priest,


afirman que no hay ninguna diferencia entre ambas expresiones. Tanto “hay” como “existe”
(there is y there exists) dicen lo mismo y ambas estarían comprometidas ontológicamente.
Con la ayuda de un cuantificador ontológicamente neutro () y de un predicado de existencia
E, Priest traduce “Hay (o existe) algo de color rojo” del siguiente modo: x(Ex&Rx)3. En
este mismo lenguaje, podemos decir « Algo es rojo », que se traduce como xRx y no nos

1
« The idea of existence, then, is the very same with the idea of what we conceive to be existent. To reflect on any thing
simply, and to reflect on it as existent, are nothing different from each other. That idea, when conjoined with the idea of any
object, makes no addition to it. Whatever we conceive, we conceive to be existent. Any idea we please to form is the idea of a
being; and the idea of a being is any idea we please to form. » (Hume, 2000, Livre I, Partie II, Section VI)
2
Meinong, 1904.
3
Priest, 2005, p.14.
comprometemos con la existencia de ninguna cosa. Del mismo modo podemos decir que “Al-
go no existe” y traducirlo así: x(Ex).

De este modo vemos como, en estas perspectivas que se alejan de la tradición iniciada
por Frege, sea cual fuere el tipo de cuantificador que se utilice, es el predicado de existencia E
el que permite establecer la distinción entre ciertas cosas que aparecen en las historias de fic-
ción (cosas que no existen) y objetos reales (localizables en el espacio y el tiempo). Otra op-
ción interesante es rechazar el uso de un predicado de existencia y aceptar que “hay” o que
“existen” se expresa de otro modo para las ficciones.

Respecto del punto de vista ontológico, existe un gran desacuerdo entre los filósofos
respecto de la naturaleza de los objetos no-existentes. Si no se encuentran entre nosotros como
el resto de los objetos concretos que nos rodean, qué clase de cosas son? Diferentes respuestas
han sido dadas a esta pregunta, y cada una corresponde a un enfoque filosófico particular:
entidades abstractas, entidades posibles, no-existentes de tipo meinongiano, etc. Para todas y
cada una la cuestión fundamental es determinar qué tipo de relaciones guardan con los objetos
reales y concretos de nuestro mundo.

Uno de los primeros trabajos de investigación filosófica que se ocupa de objetos “no-
existentes” es el artículo de Alexius Meinong titulado “Teoría de los objetos”. En este trabajo,
Meinong propone un “principio de intencionalidad” que afirma que todo acto mental (pensar,
inquirir, imaginar, temer, etc.) es caracterizado por un “direccionamiento intencional”. Es
decir, todo acto mental es un acto “orientado hacia” o “dirigido hacia” un objeto. Pero este
algo, en efecto, no debe ser necesariamente existente. Por ejemplo, inquirir es siempre inquirir
sobre algo. Lo mismo para imaginar, temer, pensar o buscar. Las aventuras de Lope de Agui-
rre en América de Sur, el conquistador español del siglo XVI que buscaba El Dorado – una
ciudad cubierta de oro, constituye uno de los casos más célebres de un acto dirigido a un obje-
to inexistente. Tenemos entonces que los actos mentales pueden estar dirigidos hacia cosas
que no existen, con la cual queda en cuestión el “principio de intencionalidad”. Puesto que si
se trata de actos dirigidos a inexistentes, qué cosa era ese inexistente hacia el cual Aguirre
dirigía su búsqueda? Por no renunciar a este principio, algunos filósofos como Brentano
(Brentano, 1874) sostienen que la intencionalidad no es una relación y por ello no requiere de
la existencia de un objeto como destino de un acto mental.

El tema parece ser si es necesario postular ficciones. Diremos postular en un principio


para luego ver si los que postulan creen que existen actualmente o en mundos posibles, o que
se trata de ficciones en una de esas dos instancias aunque no existen. Podemos decir que en
términos generales la cuestión ontológica se divide entre postulacionistas y no postulacionis-
tas. Estos últimos, armados con la navaja de Guillaume de Ockham, acusan a los primeros de
poco parsimoniosos, es decir, de extender la ontología más allá de lo necesario. Y este es el
punto, justamente, si es necesario o no postular estas entidades y las consecuencias semánticas
de optar por una u otra perspectiva.

Otra perspectiva que desde el punto de vista ontológico realiza una contribución impor-
tante es la teoría artefactual de Amie Thomasson.

La perspectiva artefactual de Thomasson, inspirada en teorías de la intencionalidad des-


arrolladas por la tradición fenomenológica (Husserl, Ingarden), pone en el centro de su análi-
sis la relación de dependencia ontológica y acuña una nueva noción de obra literaria y de per-
sonajes ficticios asimilándolos a artefactos abstractos creados y dependientes. La dependen-
cia que mantienen es de naturaleza doble: histórica y constante. La dependencia histórica la
conservan con el autor y es una relación rígida (con un solo objeto) que permite concebir las
ficciones como “creaciones”, es decir, entidades que han sido generadas por un individuo es-
pecífico que las ha traído al mundo (como si se tratara del nacimiento de un ser humano), en
un momento determinado de la historia y por medio del acto mismo de escritura.4 La dimen-
sión temporal exigida por esta dependencia requiere la introducción de una escala temporal,
que en términos lógicos se traduce como una perspectiva modal bidimensional (Fontaine &
Rahman, 2010).

La dependencia constante se mantiene con las copias de la obra literaria (es una dependencia
genérica) y es lo que les permite seguir existiendo. El autor las hace nacer y las copias de la
obra original permiten que la obra siga existiendo. Mantener o no una dependencia constante
es cosa de vida o muerte para las ficciones. En efecto, en la perspectiva de Thomasson, la
muerte de las ficciones es posible ante la destrucción o desaparición (premeditada o no) de
todas las copias o la copia de una obra -al modo de Ernesto Sábato que nos habla de ciertas
obras suyas, inéditas, y devoradas por el fuego. Cabría citar también El nombre de la rosa de
Umberto Eco cuya intención es fundamentar la novela en la posibilidad de destruir para siem-
pre un texto a través de la eliminación de toda dependencia constante. Recordemos que Um-
berto Eco informa que el personaje del monje ciego que ejecuta la tarea le fue inspirado por
Borges.

Sobre la base de la relación de dependencia ontológica, Thomasson propone la distinción en-


tre entidades independientes (aquellas que no precisan de otras entidades para existir) y enti-
dades dependientes: los artefactos (entre las cuales se ubican las ficciones), que dependen
histórica y constantemente de otras entidades en el espacio y el tiempo. No obstante, como
hemos hecho notar en otro trabajo (Fontaine & Redmond & Rahman, 2009), esta distinción al
interior de la perspectiva de Thomasson no es suficiente para explicar la dinámica ontológica
que caracteriza cierto tipo de historias de ficción.

En efecto, toda perspectiva que parte de una escisión estática que no va más allá de una dis-
tinción bipolar entre objetos reales y ficciones es insuficiente, a nuestro entender, para com-
prender los dinamismos ontológicos que caracterizan los relatos de ficción donde los protago-
nistas van cambiando de ropaje existencial a lo largo del relato. En este sentido, como men-
cionamos más arriba, la obra de Borges es ejemplar puesto que sus personajes y los universos
donde habitan cambian dinámicamente de ficciones a reales. Esto último es el caso de la
brújula o el cono de Tlön que aparecen en el mundo real (Borges, 1997: 36) o descubren que
son el sueño de alguien que los está soñando, como el protagonista de Las ruinas circulares
(Borges, 1997: 56-65)

La crítica que Thomasson dirige a los irrealistas apunta, principalmente, a los descripcionistas
y su técnica de la paráfrasis (ver más abajo), y a las nociones de pretense y de make-believe.
El inconveniente mayor de la perspectiva descripcionista es que la técnica de la paráfrasis
vuelve falsa toda expresión que concierna personajes ficticios excepto cuando se afirma su
no-existencia. Pero este modo de entender las expresiones se confronta con otras perspectivas
teóricas que afirman que el discurso externalista que postule “Don Quijote es un personaje
ficticio” es verdadero. Las nociones de pretense y make believe (fingir y de hacer creer),
principalmente en la perspectiva de Kendall Walton, también resultan insuficientes para ana-

4
Cabe señalar que para Thomasson, si bien la obra literaria se compone de palabras, el personaje ficción se crea
al ser representado en la obra literaria, es decir, es creado por palabras: “… a fictional character is created by
being represented in a work of literature” (Thomasson, op. cit. p.13)
lizar la dimensión de lo ficcional en el discurso externo. En efecto, en expresiones del tipo
“Don Quijote es una creación de Cervantes” no se finge con respecto a Don Quijote, no se lo
considera un ser humano sino un personaje de ficción.

Con respecto a los realistas, la crítica de Thomasson va dirigida principalmente hacia las con-
tribuciones de Edward Zalta (Propiedades codificadas y propiedades ejemplificadas) y Teren-
ce Parsons (Propiedades nucleares y propiedades extranucleares) a la obra de Alexius Mei-
nong. El filósofo austríaco es conocido principalmente por su libro Teoría de los objetos pu-
blicado en 1904 (Meinong, 1904), donde distingue, básicamente, tres tipos: objetos que pue-
den existir (como una montaña o un pájaro), los que no pueden jamás existir pero que subsis-
ten [bestehen] (como los objetos matemáticos) y, un tercer tipo que Meinong designa como
los objetos imposibles (el círculo cuadrado) que simplemente están dados [Gegebenheit]. Este
tipo se da en Borges, lo ilustra el caso de la rueda herrumbrada (Borges, 1997: 32)

No obstante, el haber dado una solución ontológica a la situación de las entidades fic-
cionales, no significa haber resuelto de manera satisfactoria los problemas semánticos, espe-
cialmente los que conciernen la referencia. Algunas perspectivas anteceden el estudio semán-
tico a las decisiones ontológicas. En efecto, la presencia de términos ficcionales singulares
(nombres de objetos y personajes no existentes), continua siendo un problema para el análisis
semántico del lenguaje. Uno de estos problemas consiste en determinar el valor de verdad de
los enunciados existenciales negativos. Por ejemplo, cuando se afirma que “El Dorado no
existe”, puesto que parece imposible negar la existencia de un objeto sin caer en una contra-
dicción. Las razones de esto último pueden ser enunciadas del siguiente modo: (i) solo los
enunciados con significado pueden ser verdaderos; (ii) la significación de un enunciado se
compone a partir del significado de sus partes; (iii) si un término singular k posee una signifi-
cación, entonces denota o se refiere a alguna cosa; entonces, (iv) si k denota o se refiere a
algo, el enunciado “k no existe” será siempre falso. En el caso del Dorado tendríamos como
punto de partida que el enunciado “El Dorado no existe” es verdadero (lo que parece intuiti-
vamente razonable, puesto que nunca se halló tal ciudad ni parece factible que la encuentren
en nuestros días), en consecuencia el enunciado “El Dorado no existe” es falso. Puesto que si
es verdadera cada una de sus partes deben poseer un significado, entonces El Dorado denota
alguna cosa, por ende el enunciado es falso. En resumidas cuentas, o bien el término singular
El Dorado denota algo y el enunciado es falso, o bien el término El Dorado no denota nada y
el enunciado no es ni verdadero ni falso.

Una de la soluciones al problema de los enunciados negativos de existencia procede de


un artículo celebre, On denoting de Bertrand Russell, considerado por muchos como el acta
de nacimiento de la filosofía analítica. Sirviéndose de instrumentos lógicos recién inventados
– los cuantificadores de Frege – la solución consiste en parafrasear enunciados del tipo “El
Dorado no existe” de tal modo que queden reducidos a expresiones cuantificadas existencial-
mente donde los términos singulares desaparecen. El procedimiento se desarrolla en dos pa-
sos:
1. A cada término singular se le atribuye una descripción definida. Para El Dorado, por
ejemplo, la descripción que le corresponde es la siguiente: “Ciudad mítica sudamericana re-
cubierta de oro y riquezas”.
2. siguiendo la teoría de las descripciones definidas de Russell, una vez reemplazado el
término singular por la descripción que le corresponde, el enunciado “La ciudad mítica suda-
mericana recubierta de oro y riquezas no existe” será parafraseada como “Existe un individuo
x, tal que x es una ciudad mítica sudamericana recubierta de oro y riquezas”.
Con esta técnica los nombres o términos singulares desaparecen y las aserciones son
traducidas por expresiones que comienzan por un cuantificador existencial ontológicamente
comprometido y dentro de cuyo alcance se ubican los predicados. No olvidemos que para
Frege los cuantificadores son predicados de segundo orden. De tal suerte, todas las expresio-
nes a propósito de ficciones serán falsas a excepción de la negación de su existencia.

Sin embargo, la solución propuesta por la teoría de las descripciones definidas es bas-
tante decepcionante para quienes pensamos en una teoría de ficciones. Puesto que justamente
todos los enunciados a propósito de las ficciones serán falsos a excepción de la afirmación de
su no existencia. De este modo, aunque sea verdad que “la ciudad mítica sudamericana recu-
bierta de oro y riquezas no existe”, será falso no solo que “La ciudad mítica sudamericana
recubierta de oro y riquezas es una ciudad” sino también que “La ciudad mítica sudamericana
recubierta de oro y riquezas no es una ciudad”.

La justificación de esta manera de abordar el tema por la tradición Frege-Russell es bien


específica: en ciencia resulta más cómodo no hablar más que de cosas reales. ¿Queremos ra-
zonar con la ayuda de una experiencia mental en la cual las proposiciones contrafactuales
sean otra cosa que enunciados existenciales falsos? Pues en ese caso debemos considerar que
los objetos de la experiencia mental son elementos del dominio y acto seguido aplicarles la
bien conocida lógica clásica de primer orden. Es decir, debemos razonar como si el mundo
descripto por la experiencia fuera real y para ello no es necesario otra cosa que una lógica
clásica. Lo que no puede hacerse claramente es razonar entre dos dominios (el de los existen-
tes y el de los no existentes). En esta misma tradición existe otra posibilidad que podríamos
llamar “la estrategia de Hilbert” y que consiste en considera la totalidad de los objetos del
dominio como meros signos y de tratar esos signos con operaciones.

Además de esta consecuencia no deseable, existe otra dificultad respecto de los térmi-
nos singulares puesto que parece no haber una conexión estricta entre los nombres propios y
las descripciones definidas que les corresponden (o les hacemos corresponder). A veces usa-
mos nombres sin reflexionar y sin adjudicarles ninguna descripción definida. Sober todo en
los casos donde no poseemos ninguna. Por ejemplo para ciertos personajes literarios de los
cuales solo conocemos el nombre. En otros casos tenemos que la descripción cambia sin que
el nombre deje de señalar al mismo individuo. Por ejemplo Aristóteles será siempre Aristóte-
les aunque se descubra que no nació en Estagira. Por estas razones es que se vuelve difícil una
generalización estricta de la aplicación de la técnica de parafrasear por medio de descripcio-
nes.

Además debemos tener en cuenta de que en el discurso científico también hay descrip-
ciones desprovistas de referencia. Por ejemplo la descripción “el mayor de los números natu-
rales”. Se trata de un vacío significativo que Gottlob Frege pretendió remediar estipulando al
número 0 como referente. Aquí mismo, en el análisis del discurso ficcional, es donde se hacen
evidentes los límites de la perspectiva de Frege. En efecto, ciertos enunciados, aunque no fi-
guran en una historia de ficción, poseen una referencia. Es el caso de la ficción histórica don-
de encontramos enunciados del tipo “Napoleón es un general francés”, en el cual todos los
términos refieren. Sin embargo, Frege se hubiera negado a darle un valor de verdad pero por
otras razones.

Otra de las soluciones al tema de la referencia es la explicitación de los presupuestos


existenciales en la semántica de los lenguajes formales. Desde el punto de vista de la lógica
clásica, la significación de los términos singulares (su contribución a la significación total del
enunciado donde ellos aparecen) es el objeto que denotan; por otro lado, los cuantificadores
son concebidos como poseyendo compromiso ontológico (ellos reenvían a objetos existentes
en un dominio). Así, tanto para los términos singulares como para los cuantificadores, la
semántica de la lógica clásica presupone siempre que no nos ocupamos de otra cosa que de
cosas existentes. Esta presuposición se traduce en ciertos principios de la lógica clásica espe-
cialmente la generalización existencial. En efecto, el principio de generalización existencial
afirma que si es verdad que la condición P se aplica a un individuo k, entonces es verdad que
existe una cosa a la cual se aplica la condición P. En otras palabras, si la condición P se aplica
al individuo k, el individuo k debe existir. En consecuencia, desde un punto de vista lógico,
debemos buscar una perspectiva libre de estos presupuestos. Una perspectiva en la cual la
generalización existencial sería un obstáculo. Suprimiendo este principio podemos elaborar
una lógica que cuente entre sus elementos sintácticos con términos singulares que no denotan
cosas existentes. Henri Leonard (Leonard, 1956) y Karel Lambert (Lambert, 2003), entre
otros, han desarrollado nociones fundamentales en este sentido.

Ahora bien, es posible un estudio lógico sobre las ficciones? Con qué derecho se podría
realizar un análisis lógico de la ficción? Solo a condición de aclarar este punto es que podre-
mos elaborar una lógica de la ficción. Es con The Logic of Fiction de John Woods publicada
en 1974, que uno encuentra una contribución importante.

Como punto de partida para responder a esta pregunta, Woods considera apropiada la
distinción fregeana entre lógica matemática y lógica filosófica. Esta ultima (que la encontra-
mos, por ejemplo, en Sinn und Bedeutung) es la que estudia propiedades como referencia,
verdad e inferencia en los lenguajes naturales. Estas mismas nociones aparecen en los trata-
mientos matemáticos de la lógica pero de un modo más ingenuo y sin mayor profundidad ni
indagación. Es el caso de la noción de referencia en Begriffschrift, donde la noción de refe-
rencia no es un objetivo de estudio primario sino para elucidar los verdaderos objetivos de su
estudio, las nociones de consecuencia lógica, verdad, consistencia, etc. La lógica matemática,
afirma Woods, es formalización conceptual, mientras que la lógica filosófica es análisis con-
ceptual. Estas distinciones serian suficientes para distinguir tres niveles de un tratamiento
lógico de lo ficcional. Un nivel matemático donde se correspondería con una lógica de primer
orden como extensión de una lógica preexistente, con adaptaciones (pero sin una análisis con-
ceptual de las mismas) y coherencia; un nivel conceptual o filosófico donde la lógica de la
ficción es un análisis conceptual del concepto de ficción. En este ultimo ganan relevancia no
solo los objetivos de análisis de toda lógica (como son consecuencia lógica y verdad) sino
también las nociones de referencia, cuantificación y verdad (no lógica), no ya por su interés
instrumental (lógica matemática) sino como objetivos propios al análisis lógico de la ficción.

Según Woods, estos niveles permitirían identificar los objetivos del lógico en el mo-
mento de definir lo que está en cuestión en una lógica de la ficción. Esos objetivos correspon-
derían, según Woods, a las propiedades-objetivo (target properties) que sería razonable supo-
ner que una tal lógica de la ficción buscaría elucidar. Siendo que las nociones de “referencia”,
“verdad lógica” y “relación de consecuencia lógica” pertenecen al repertorio habitual de toda
lógica, pertenecerán también a de una lógica de la ficción.

Por otra parte, según las concepciones clásicas, un término ficticio es un término sin re-
ferencia. Sin embargo, según Woods, es insuficiente para una caracterización de este tipo de
discurso. Aquello que hace del discurso ficcional un objeto de interés para el lógico, es lo que
Nicholas Rescher señala como su característica más importante: la de ser un agrupamiento
problemático (aporetic cluster). Un agrupamiento problemático es un conjunto de enunciados
tal que, si los tomamos separadamente son factibles (en función de ciertos conocimientos pre-
vios), mientras que considerados todos al mismo tiempo son mutualmente incompatibles. Esta
disonancia entre estos dos extremos impregna al discurso de un matiz paradojal que bloquea
todo emprendimiento cognitivo. Y las paradojas, como lo señala Woods, han sido siempre
objeto de preocupación de los lógicos.

Woods sostiene que una perspectiva lógica de la ficción debe estar de acuerdo con nues-
tras más fundamentales intuiciones a propósito de las ficciones literarias. Ellas son, de manera
esquemática, las siguientes: (i) que referirse a las ficciones es posible aunque ellas no existen;
(ii) que algunos enunciados a propósito de las ficciones son verdaderos; (iii) que algunas con-
clusiones obtenidas a partir de enunciados que conciernen ficciones son correctos y otros no;
(iv) que hay una relación directa entre las tres primeras y la autoridad del autor; y (v) que por
medio de enunciados ficcionales es posible referirse a cosas reales.

Como lo remarcamos mas arriba, la elaboración de una teoría semántica de la ficción


estaba muy lejos de las intenciones de Frege y la tradición que se inicia con él. Los desarro-
llos posteriores a Frege, siguieron la misma línea de sus investigaciones respecto de los pro-
blemas de la referencia, las descripciones y la existencia, y no específicamente cuestiones
referidas a la ficción. Luego de las contribuciones de Strawson (Strawson, 1950), que discutía
con Russell sobre las presuposiciones existenciales, y hasta la década del 70, las publicaciones
e investigaciones se ocupaban de los problemas de la referencia, la lógica de la existencia y el
tema del compromiso ontológico en los lenguajes formales. Pero nada que pudiera considera-
re directamente como una teoría de las ficciones. Las contribuciones de Meinong en este tema
fueron sin duda de terminantes, pero tampoco en su caso podemos hablar de una verdadera
teoría de las ficciones.

Reconocemos en el trabajo de Woods una fuerte influencia de las intuiciones de Mei-


nong, pero no podemos reducir su propuesta a la del filósofo austriaco. En efecto, en diferen-
tes puntos la perspectiva de Woods no sigue la de Meinong. Por ejemplo, respecto de la no-
ción de objeto, la perspectiva de Meinong es más amplia: las ficciones son un caso particular
en una teoría que comprende a todos los objetos, correspondiéndole a cada uno una descrip-
ción y viceversa. Por el contrario, la propuesta de Woods se limita a las ficciones y propone la
distinción entre objetos ficticios y no-cosas (nonesuches). Si para Meinong a cada combina-
ción de propiedades le corresponde un objeto, para Woods, por el contrario, hay ciertas des-
cripciones que no refieren nada: los objetos a los cuales parecen referirse son las no-cosas.

En muchos aspectos, Woods fue el primer filósofo en visualizar que una ficción puede
ser una entidad imposible. En efecto, si admitimos entidades ficticias, debemos admitir al
mismo tiempo que ellas detentan propiedades incoherentes o contradictorias. Por tal motivo,
concebir una teoría de la ficción idónea exigiría una examen de las reglas lógicas en cuestión
afín de evitar la conclusión de que toda obra de ficción posee un contenido trivial. La triviali-
dad es consecuencia del principio ex contradictione quodlibet : [φφ├ ω], que prescribe que
de una contradicción puede desprenderse cualquier conclusión. Una lógica de la ficción de-
bería renunciar a los principios que conducen a la trivialidad, al modo de las lógicas paracon-
sistentes. Sin embargo, esto último requiere de una enorme maquinaria técnica, a la cual Wo-
ods prefiere una restricción del principio [φφ├ ω] (Peacock and Irvine, 2005: 324).

Pero si es cierto de que en la ficción todo está permitido, parece que la idea de concebir
una lógica de la ficción esté condenado al fracaso. Si la verdad de un enunciado depende del
autor cuando este último afirma que “el círculo es cuadrado”, entonces es verdad que el círcu-
lo es cuadrado y poco importa lo que diga la lógica clásica. Una lógica de la ficción requerirá
entonces de la flexibilidad suficiente como para confrontarse a este problema. En particular su
alcance no debe estar limitado solo a los objetos posibles, es decir, no debe tratarse de una
lógica de possibilia. Para Woods los objetos ficcionales, poco importa la manera como son
descriptos, nunca son considerados como objetos posibles sino como objetos no-actuales.
Woods piensa que no es posible existir para un objeto ficcional, incluso en el caso de que el
autor no le haya atribuido propiedades imposibles (Woods, 1974: 76). En efecto, para Woods
las ficciones están más próximas de los imposibilia, pero no en el sentido modal según el cual
los objetos de atributos contradictorios habitan en mundos imposibles, sino en el sentido de
que no pueden ser parte de ningún mundo que puede ser actualizado.

Además de los inconvenientes relacionados con la incoherencia del discurso ficcional,


otra de las dificultades mayores que presenta el análisis lógico de ficciones – y que Woods
remarcó por primera vez – reside en la determinación de las relaciones que mantienen las fic-
ciones con los objetos reales. En las relaciones a dos plazas que aparecen en los relatos de
ficción, como por ejemplo “x ama a y” o “x bebe té con y”, se presenta un problema doble:
por un lado, en relación con el estatus ontológico de los referentes de x e y; por otro lado, res-
pecto de las conclusiones que podemos obtener a partir de las aserciones que realiza el autor
en su relato, cuando esas aserciones son simétricas. Woods da el ejemplo siguiente: si Conan
Doyle hubiera afirmado en una de sus historias que “Holmes bebía té con Gandhi” (siendo
Gandhi un personaje real), entonces deberíamos poder inferir la conversa simétrica, es decir
que “Gandhi bebía té con Holmes”. Pero esta última, a diferencia de la primera, parece difí-
cilmente aceptable.

La primera solución que Woods propone consiste en distinguir entre la ficcionalización


y las descripciones que son históricamente constitutivas de los objetos creados por un autor en
su obra de ficción. Lo histórico debe ser entendido aquí como aquello que es contado en una
historia de ficción. Aquello que el autor dice del objeto y de su creación es históricamente
constitutivo del objeto. Aquello que el autor dice a propósito de objetos reales (o inventados
por otros) en la historia de ficción es una ficcionalización de los mismos. Pero no se trata de
una distinción entre tipos de predicados o relaciones. En efecto, los enunciados son ficcionali-
zaciones o históricamente constitutivos según el modo como son utilizados. Parece tratarse de
una distinción a nivel semántico, es decir, de los diferentes modos de conceder la verdad a un
enunciado. Las ficcionalizaciones, tanto para los objetos reales como para las ficciones, son
siempre verdaderas “según el autor”, es decir, según las afirmaciones del autor que conforman
la historia. En el caso de una ficcionalización verdadera respecto de un objeto ficticio, se trata
de un objeto que no ha sido creado por el autor. Por el contrario, la verdad o falsedad de
enunciados históricamente constitutivos, tanto para objetos ficcionales como para reales, no
depende de lo afirmado por el autor.

Woods introduce también un contraste explícito entre “verdadero en la realidad” y “ver-


dadero en la ficción” y ofrece una definición recursiva parcial de esta última (Woods, 1974:
61-63). Toda tentativa de reunir los dos requiere de un tratamiento no estándar de la coheren-
cia (Woods, 1974: 61). Pero en lugar de continuar en esa dirección, Woods retorna a lo que
había propuesto en las primeras páginas de su libro: la noción de susceptibilidad a la apuesta
o al reto (bet-sensitivity). Los enunciados a propósito de objetos ficticios no son ni verdaderos
ni falsos, sino que son susceptibles de ser objeto de una apuesta o reto de la parte de agentes
racionales. Si apostamos que Holmes es un detective contra alguien que apuesta que Holmes
es carnicero, nosotros ganaremos y el otro perderá. Pero no ganamos porque el enunciado sea
verdadero o porque el enunciado del adversario sea falso. Ganamos porque es correcto afir-
mar que Holmes es un detective, a pesar de que no sea verdadero ((Woods, 1974: 92). En este
sentido, Woods estipula que el enunciado es verdadero por convención (true-by-convention),
mientras que es falso por convención (false-by-convention) que sea carnicero. Es decir, la
verdad por convención de un enunciado se estipula por un contrafactual: « The sentence φ is
true-(false-) by convention iff (i) φ is nonbivalent and (ii) if φ were bivalent it would be true
(false). » (Woods, 1974: 94). A esta definición contrafactual le correspondería una semántica
de mundos posibles. Esta semantica se instrumenta por medio del siguiente dispositivo modal:
se trata de un operador modal O[…] (Olim-operator) que sentencia: “en la ficción, es el caso
que […]” Siendo que, en la perspectiva de Woods, los enunciados no poseen valor de verdad
y que los términos singulares ficcionales (los nombres de objetos y personajes inventados por
el autor), no poseen referencia, la semántica del operador O es substitucional y sigue la condi-
ción elemental siguiente (sayso condition): « O[φ] cumple la condición elemental si y sola-
mente si φ es un enunciado que se produce en una historia de ficción o es consecuencia lógica
de otro enunciado ϑ que cumple con la condición elemental.

En general, la utilización de operadores modales da resultados fructíferos en relación al


discurso ficcional. Sin embargo, hay algunas dificultades que aún no logran resolver, sobre
todo en relación con el discurso meta-ficcional. El operador de ficción es la contrapartida
formal de la expresión “según la historia H, es el caso que […]” Este operador se coloca de-
lante del enunciado ficcional, con o sin términos singulares ficcionales. Por ejemplo, en el
caso de “Emma Bovary se suicida con arsénico”, tendríamos “según Madame Bovary, Emma
Bovary se suicida con arsénico”. Mientras el primero es falso, el segundo puede ser conside-
rado verdadero. Este segundo enunciado no presupone ni exige por ello que el término singu-
lar Emma Bovary se refiera a algo. Sin embargo, esta estrategia se bloquea en el caso del dis-
curso a propósito del discurso ficcional (discurso meta-ficcional). Por ejemplo cuando afir-
mamos que tal o cual personaje ha sido creado por un determinado autor. Si decimos “Emma
Bovary es un personaje creado por Gustave Flaubert”, el operador de ficción no es de gran
ayuda para evitar los problemas de referencialidad del término Emma Bovary.

Este último ejemplo que parece poner en cuestión la estrategia del operador de ficción,
nos permite llamar la atención sobre una distinción muy útil para el análisis des discurso fic-
cional. La distinción entre discurso internalista y discurso externalista. El discurso internalis-
ta es el conjunto de enunciado que compone la historia de ficción. El externalista es el discur-
so elaborado a propósito del discurso internalista. En este último caso, nos interesamos en las
ficciones como entidades u objetos creados por un autor. Cuando afirmamos “Don Quijote es
un personaje creado por Cervantes”, no queremos decir que Cervantes a creado un ser vivo y
concreto a la manera de un Golem en la leyenda de Rabbi Loew. El Don Quijote del enuncia-
do “Don Quijote es un personaje creado por Cervantes”, es en todo caso el personaje en tanto
que creación literaria (los autores se refieren a ellos habitualmente como personajes de papel).
Pero, qué es un personaje creado literariamente?

El operador de ficción es sin duda muy adecuado para el discurso internalista donde los
personajes y los objetos son tratados – según la historia – como cosas reales. Pero para el dis-
curso externalista, la situación cambia puesto que los personajes y los objetos no son tenidos
en cuenta tal y como el autor los describe sino como cosas creadas adjudicadas a un autor. En
el discurso externalista el operador falla en este propósito. Los meinongianos creen dar una
solución a este problema restituyendo una cierta capacidad de denotación a los términos sin-
gulares ficticios. En efecto, para los meinongianos hay objetos ficticios bien que no existen:
ellos constituyen una especie de los objetos no existentes. De este modo, a partir del enuncia-
do “El Dorado es una ciudad bañada en oro”, no podemos deducir que exista tal ciudad pero
podemos sostener que hay una que pertenece a la clase de los objetos no existentes. Los Mei-
nonginanos remplacen el enunciado “El Dorado no existe” por “El Dorado es un objeto no
existente”.

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