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ISSN 1853-6484, Revista de la Carrera de Sociología DOSSIER

vol. 8 núm. 8 2018, 360 - 391

“Las cosas por su nombre”. Un estudio de la racionalidad subjetiva


del neoliberalismo a partir del análisis de los Principios
Institucionales del PRO (2018).

Caruncho, Lucía -caruncholucia@gmail.com


Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales, Instituto de Investigaciones
Gino Germani, Buenos Aires, Argentina.

Recibido: 31-07-2018.
Aprobado: 29-10-2018.

Resumen: El trabajo indaga el discurso político del Partido Propuesta Republicana (PRO) a
través del análisis de su Presentación Institucional (2018) –en la que el partido expone sus
valores y creencias fundacionales–. El supuesto es que dicho discurso político tiende a
reproducir, extender e intensificar la racionalidad neoliberal. En específico, la que hace a
los procesos de subjetivación y que ha sido conceptualizada como “la racionalidad
subjetiva” del neoliberalismo. Para ello, el estudio se propone identificar a través de la
revisión bibliográfica los “significantes clave” –esto es, los conceptos que asumen un papel
político central– que componen la Presentación Institucional del PRO (2018) y que
contribuyen a la consolidación de la racionalidad subjetiva neoliberal.

Palabras clave: PRO - análisis discursivo - significantes clave - racionalidad subjetiva -


neoliberalismo

Abstract: the article examines Partido Propuesta Republicana (PRO)’s political discourse
through the analysis of its Institutional Presentation (2018) –in which the party exposes its
founding values and beliefs–. It is assumed that this political discourse tends to reproduce,

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extend and intensify the neoliberal rationality. Specifically, the one referred to the
processes of subjectivation and that has been conceptualized as “the subjective
rationality" of neoliberalism. To that end, the study aims to identify through the
bibliographic review the "key signifiers" -that is, the concepts that assume a central
political role- that make up the Institutional Presentation of PRO (2018) and that
contribute to the consolidation of the neoliberal subjective rationality.

Keywords: PRO - discursive análisis - key signifiers - subjective rationality - neoliberalism

Introducción
El triunfo de Mauricio Macri del Partido Propuesta Republicana –PRO– (que encabezó
la coalición Cambiemos1) en las elecciones presidenciales argentinas del año 2015,
además del crecimiento experimentado por el PRO desde su fundación en la década del
2000 (Vommaro y Morresi 2015), muestra la supervivencia del modelo neoliberal y de la
derecha política (Morresi 2015:1).
En este sentido, llama la atención que el PRO se presente como un partido
“aideológico” (Gallo 2008: 297) –esto es, por fuera de las categorías “izquierda y derecha”
(Vommaro, Morresi y Bellotti 2015; Vommaro y Morresi 2016)– en particular, porque por
definición el campo de lo político está ideológicamente sustentado (Gallo 2008). Es decir,
toda decisión política, entendida como una elección entre un conjunto de alternativas
tendientes a redistribuir recursos que son escasos (como ser, económicos y energéticos,
pero también simbólicos o culturales2) benefician ciertos grupos en detrimento de otros
(Colomer 2009). Así, la redistribución cristaliza siempre una posición valorativa conforme

1 Cambiemos es una coalición política argentina integrada por los partidos Propuesta Republicana –PRO– (socio mayor
de la coalición, ganó las primarias abiertas simultáneas y obligatorias –PASO– en agosto de 2015), la Unión Cívica Radical
–UCR– y la Coalición Cívica-ARI –CC/ARI–. La alianza fue formada en el año 2015 para presentarse a las elecciones
presidenciales celebradas en dicho año.
2 Al respecto, es fundamental la perspectiva analítica de Pierre Bourdieu (1930-2002) quien extiende la lógica económica

del capital –elaborada por Marx (1867)– a otros campos diferentes del económico. En específico, extiende los conceptos
de capital e interés. Es decir, considera que no solo el capital económico es escaso y produce intereses, sino que existen
otro tipo de capitales con las mismas características (como ser el cultural, social y simbólico) por los que los actores
luchan y entran en conflicto por su redistribución (Gutiérrez 2002:27-39). Para una revisión de la obra de Bourdieu se
sugiere Gutiérrez (2002).

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a un conjunto de creencias y valores y, por consiguiente, una ideología3 (Murillo 2008: 42).
Se entiende que la ideología no solo se manifiesta en la toma de decisiones sino también
en la comunicación política –o en las “prácticas discursivas” (Murillo 2008)– que a su vez
condicionan los pensamientos y las acciones sociales y subjetivas (Murillo 2012, 2008;
Neuhaus 2002). En otras palabras, los discursos trascienden la mera “relación lingüística”
para constituirse en “un entramado de enunciados que circulan entre los cuerpos en
prácticas, que son siempre relaciones de poder que constituyen sentido” (Murillo 2008:
43).
El presente trabajo analiza el discurso político del PRO con el objeto de identificar los
“significantes clave” (Fair 2014: 587) –es decir, aquellos conceptos que asumen un papel
político central– en los procesos de subjetivación neoliberal –esto es, la “racionalidad
subjetiva” del neoliberalismo (Laval y Dardot 2013: 15)–. Para ello, se examina la
Presentación Institucional (2018)4 del PRO en la que el partido expone sus valores y
creencias–. El supuesto que guía el estudio es que el discurso político del PRO contribuye a
la reproducción, extensión e intensificación de la racionalidad política neoliberal.
Los especialistas que han abordado el caso del PRO (Vommaro 2017; Vommaro y
Morresi 2016; Vommaro y Morresi 2015; Vommaro, Morresi y Bellotti 2015; Morresi,
2008) –además de aquellos que se centran en los partidos políticos de derecha en general,
sus prácticas discursivas y modos de interpelación (Luna y Kaltwasser 2014; Fair 2014;
Murillo y Seoane 2012; Gallo 2008; Murillo 2008; Neuhaus 2002; Calello 2002)– coinciden
en que los análisis sobre estos temas aún son escasos. De esta manera, el análisis
discursivo de la Presentación Institucional del PRO (2018) permitirá avanzar en el
conocimiento sobre el partido y los modos de interpelación subjetiva que se construyen
desde el poder.
El artículo se divide en cinco partes. Primero, esta introducción donde se presentan los
conceptos fundamentales. Luego, un breve repaso de los aspectos distintivos del

3 El concepto de “ideología” no es utilizado como sinónimo de “falsa conciencia”. Siguiendo a Murillo (2008) se entiende
a la ideología como un conjunto de valores y creencias dominantes que estructuran y condicionan tanto el pensamiento
como el comportamiento de los sujetos además de las relaciones sociales (Murillo 2008: 42).
4 La Presentación Institucional del PRO (2018) se encuentra publicada en su página de web oficial. Disponible en:

<http://pro.com.ar/>, Fecha de consulta: [enero - febrero 2018].

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neoliberalismo –compartidos por sus distintas tradiciones– y sus repercusiones sobre
distintos ámbitos y niveles –en especial, sobre la construcción de la subjetividad– seguido
por su proceso de implementación en Argentina. En tercer y cuarto lugar, el marco
teórico-metodológico y el análisis de la Presentación Institucional del PRO (2018)
respectivamente. Por último, los comentarios finales y posibles preguntas de
investigación.

De la teoría a la práctica: la racionalidad subjetiva del neoliberalismo


El neoliberalismo es una corriente teórica que emergió como respuesta al reformismo
social de fines de siglo XIX (Laval y Dardot 2013; Murillo 2012). Se presentó como una
tentativa destinada a “obstaculizar la orientación hacia políticas redistributivas,
garantistas, planificadoras, reguladoras y proteccionistas” (Laval y Dardot 2013:68)
vinculadas al socialismo, el llamado colectivismo y el ascenso de las tesis keynesianas y
marxistas (Murillo 2018) –frente a la incapacidad del liberalismo para contener la
“cuestión social” y la “cuestión colonial” 5 (Murillo 2012)–. En general, los especialistas en
el tema coinciden en que el “Coloquio Lippmann” (1938)6 constituyó el momento
fundador de la teoría neoliberal7 (Laval y Dardot 2013:68). Su relevancia radica en que en
esta “internacional neoliberal” se prefiguraron las organizaciones que se implementarían
después de 1945 (Murillo 2018: 8). Sin embargo, no se trata de una corriente de
pensamiento unívoco. Más bien, constituye una teoría integrada por distintas escuelas de
pensamiento que suscitan, muchas veces, contracciones internas y entre ellas (Harvey
2015; Morresi 2008). Si bien la complejidad que conllevaría desarrollar estas visiones8
excede por mucho estas páginas, se pueden delinear ciertas características propias de la
corriente neoliberal a partir de los expertos en el tema (Harvey 2015; Laval y Dardot 2013;

5 Respecto de este tema (la “cuestión colonial” y la “cuestión social”) se sugiere Murillo (2012).
6 Para un análisis de la importancia del Coloquio Lippmann respecto de los orígenes del neoliberalismo se sugiere Murillo
(2018).
7 Durante el Coloquio Lippmann se forjó el concepto neoliberalismo para designar un “liberalismo renovado”. Aunque,

parece ser, que en el año 1925 el economista suizo Hans Honegger utilizó esta expresión por primera vez (Murillo 2018:
8).
8 Para una exposición clara y sintética de las principales escuelas y visiones que integran la teoría neoliberal se sugiere

Morresi (2008).

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Murillo y Seoane, 212; Murillo 2011, 2008; Morresi 2008; Foucault, 2007 9). En particular,
las vinculadas con la gubernamentalidad neoliberal, la lógica del mercado –la
competencia– y el rol del Estado.
Según Harvey (2015), el neoliberalismo se presenta a sí mismo como una “teoría de
prácticas político-económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar
del ser humano consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y libertades
empresariales del individuo”10 (Harvey 2015: 6). Para ello, es necesario que el Estado cree
y preserve un marco institucional y legal fuerte que resguarde la propiedad privada e
incentive la libertad de mercado y comercio. El Estado debe garantizar la calidad e
integridad del dinero, disponer de las funciones y las estructuras de seguridad necesarias
para asegurar los derechos de propiedad privada y el correcto funcionamiento y
desarrollo de los mercados además de crear y fomentar su nacimiento allí donde no
existen (como ser, la explotación de los recursos naturales, la educación y las prestaciones
sociales) (Harvey 2015: 6). En este sentido, Foucault (2007), entiende que el
neoliberalismo se extiende como un proyecto (y no una mera teoría) en el cual el Estado
aparece como correlato de una racionalidad gubernamental omnímoda e ilimitada en la
que el mercado se convierte en el principio mismo de su organización y regulación
(Foucault 2007). Dicha gubernamentalidad, refiere a un complejo de tácticas-técnicas que
desde diversos dispositivos (entre ellos el Estado11) se despliegan sobre los cuerpos
individuales y colectivos y tienen como efectos la construcción y la autoconstitución de
sujetos en base a determinadas normas e ideales12 (Murillo 2011: 91) –en específico, las
del mercado (Harvey 2015)–. Así, concebir la perspectiva neoliberal en términos de
gubernamentalidad implica reconocer que se trata de una racionalidad que excede el

9 Si bien solo se hace referencia al trabajo de Foucault 2007, cabe destacar que gran parte de su obra estuvo dedicada al
análisis de la gubernamentalidad neoliberal.
10 Tal es la concepción de los principales referentes del neoliberalismo (en particular, de la corriente austro-americana)

como ser, Von Mises (1985) –y su discípulo Kirzner (1992)–, Friedman (1979), Hayek (1978) o Stigler (1975) (Laval y
Dardot 2010: 131-156).
11 En este sentido, el Estado neoliberal es solo una “pieza del mecanismo utilitario proyectado para ayudar a los

individuos al pleno desarrollo de su personalidad individual” (Hayek 1978: 108-109).


12 Se entiende al concepto “gubernamentalidad” desde la lectura que Murillo (2011) hace de los trabajos de Foucault.

Esto es, como “ensamblaje de procesos objetivos y subjetivos, que vincula racionalidades políticas y procesos de
subjetivación (Foucault, 1990: 48). El Estado, en esta clave de sentidos es sólo el efecto de un conjunto de dispositivos o
un complejo de dispositivos, que, entre otros, ejerce el gobierno de los sujetos colectivos e individuales (Foucault,
2007)” (Murillo, 2011: 91-92).

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marco del Estado y del mercado y atraviesa todas las esferas de la vida –social, política,
económica, cultural, individual, subjetiva e incluso la que respecta a la naturaleza, el
trabajo y la tierra– (Blengino y Rossi 2016; Cuesta 2016; Harvey 2015; Laval y Dardot 2013;
Murillo y Seoane 2012; Neuhaus 2002; Borón 2000).
Los argumentos de los pensadores neoliberales para defender la extensión de la
competencia a todas las esferas de la vida giran, en general, en torno a su supuesta
neutralidad (Blengino y Rossi 2016; Cuesta 2016; Harvey 2015; Laval y Dardot 2013;
Murillo y Seoane 2012). Según Hayek13 (2011), a diferencia del orden artificial –taxis– que
procede directamente de la acción y la intención humana (como puede ser una
institución, un código de reglamentos –o bien, la planificación centralizada “propia del
socialismo”–) y del orden natural –kosmos– que es independiente de la voluntad humana
(por ejemplo, el funcionamiento de un organismo vivo), el mercado constituye un orden
espontáneo –catalaxia–. Un orden que agrupa a todos los fenómenos resultantes de la
acción humana sin que sean consecuencia de un designio o intencionalidad humana. Lo
que convierte a la competencia en un orden “imparcial” (es decir, no persigue un fin o
valor específico mentado) y, por tanto, en un orden “justo” (Hayek 2011). Asimismo, la
imparcialidad del orden se ve plasmada en que “el conocimiento que se usa en el mercado
es aquel que poseen todos sus miembros, y los fines que sirve son los objetivos propios de
aquellos individuos, en toda su variedad y desacuerdo” (Hayek 2011: 262). Este
conocimiento, es distribuido a todos los individuos por medio del sistema de precios que
expresa (a través del valor de los productos14) todos los efectos relevantes de las acciones
individuales. De modo que, permite que los individuos coordinen sin la necesidad de
responder a un sistema de planificación centralizada –que, en última instancia, restringe la
libertad– (Hayek, 1978: 78-79). Así, el sistema de precios distribuye informaciones
importantes que hacen posible la reconciliación de los diferentes objetivos individuales en
beneficio mutuo de los participantes (Laval y Dardot 2013: 161-162). De esta manera, bajo
la lógica de la competencia la situación de los individuos y sus condiciones de existencia

13 Se elige usar la perspectiva de Hayek para el desarrollo de la supuesta neutralidad del mercado por tratarse de uno de
los pensadores con mayor influencia dentro de la corriente neoliberal. De hecho, Hayek asumió la dirección del
movimiento luego de la su famosa obra “Camino a la servidumbre” (1978) (Laval y Dardot 2013: 97).
14 Sobre la teoría neoliberal del valor se sugiere Menger (1997).

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dependerían exclusivamente de sus capacidades subjetivas y personales. Con lo que, la
“justicia social” –entendida como la promoción de medidas sociales destinadas a incidir
sobre las condiciones de existencia de grupos vulnerables propias de los llamados Estados
de Bienestar o el “liberalismo embridado” (Harvey 2013: 17) de a mediados de siglo XX–
es incompatible con la lógica del mercado15. La única concepción de justicia posible es la
que se vincula con el imperio de la ley formal16 (Hayek 1978: 107) –toda concepción que
rebase esta definición (como ser la “justicia social”) erosionaría la libertad y los derechos
individuales17 (Morresi 2008: 37)–.
Por su parte, Hayek (1978), argumenta que uno de los peores males del orden
planificado (como el Estado de Bienestar) –en tanto supone un orden en beneficio de los
intereses del poder– es la corrupción18 (Hayek 1978: 68-69). Trasladado al ámbito público,
dicho argumento justificó a finales del siglo XX la recodificación de los Estados y su rol,
dando lugar a las “reformas de los Estados” (Harvey 2015; Laval y Dardot 2013; Murillo
2012). Estas reformas, se basaron en la importación de las reglas de funcionamiento del
mercado competitivo al sector público para convertirlos en “Estados gestores y
eficientes”19 cuyo accionar puede ser –como cualquier otra mercancía– “cuantificado”, lo

15 En palabras de Hayek (1978) “en la sociedad actual somos nosotros los que tenemos que resolver los problemas
económicos de nuestras propias vidas. Estar sometidos a control [en referencia a la planificación centralizada] significa
estar siempre controlados” (Hayek 1978: 125).
16 “Las normas formales son simples instrumentos, en el sentido de proyectarse para que sean útiles a personas

anónimas, a los fines para los que estas personas decidan usarlos y en circunstancias que no puedan preverse con
detalle (…)El Estado, tiene que limitarse a establecer reglas aplicables a tipos generales de situaciones y tiene que
conceder libertad a los individuos (…) porque solo los afectados en cada caso pueden conocer plenamente estas
circunstancias y adaptar sus acciones a ellas” (Hayek 1978: 106 - 107).
17 Para una revisión crítica del concepto de justicia en Hayek, en especial el vinculado con la justicia social, se

recomienda Cole, 1999.


18 Según Murillo (2012), “el concepto de corrupción es en sí mismo falaz” (Murillo 2012: 83). Según la investigadora,

existen tres argumentos principales para sostener dicha afirmación. Primero, lo que se corrompe supone un origen
prístino cuyo efecto en el imaginario colectivo es que lo que se rompió (su origen) sea restaurado. Así, la idea de
corrupción reenvía a una imaginaria comunidad en la que toda falta será cancelada. Segundo, alude a fallas en la gestión
y a un deliberado usufructo de las riquezas que el Estado debe suministrar. Pero obvia que tales fallas existen de modo
inevitable. Tercero, todo Estado genera burocracias (que incluyen a los empresarios, grupos financieros, lobbies, etc.).
Dicha estructura es ínsita al orden social capitalista y conforma su estructura medular. Por tanto, la corrupción no es
exclusiva de los Estados de Bienestar o “planificador”. De modo que, el argumento de los organismos internacionales y
gobiernos neoliberales (a partir de fines del siglo XX) de que para “acabar con la corrupción” se necesitaba reformar el
Estado constituye una falacia (Murillo 2012: 83).
19 Según Laval y Dardot (2013), el principal reproche que se le hace al Estado a finales del siglo XX es su falta global de

eficacia y productividad –en el marco de las nuevas exigencias impuestas por la mundialización–. Ello justificó –conforme
a la “falacia de la corrupción” (Murillo 2012: 83)– la aplicación de reformas de Estado a partir de los años 1980 en pos
del llamado “Estado eficaz” o “Estado gerencial” –también conocido como Estado managerial– (Laval y Dardot 2013:
275).

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que redujo al Estado a la categoría de “entidad privada” (Laval y Dardot 2013: 276-277). El
Estado dejó de responder a las necesidades –y/o conflictos sociales– (propio de los
Estados de inicios y mediados de siglo XX) para responder y ser el garante de la
competencia. Según los especialistas (Blengino y Rossi 2016; Cuesta 2016; Harvey 2015;
Laval y Dardot 2013; Murillo y Seoane 2012; Murillo 2008; Neuhaus 2002; Borón 2000), la
visión neoliberal implicó un conjunto de transformaciones respecto del liberalismo20 –
además del reformismo social– que repercutieron en diferentes ámbitos y niveles. En
particular, sobre las políticas públicas y sociales implementadas desde el Estado además
del sistema de protección social; el modo en que se concibe al hombre y su subjetividad –
lo que se relaciona también con el cambio en el rol del gobierno–; la manera en que se
entiende a la libertad y la igualdad; y, el origen de la soberanía además de la raíz del pacto
social.
En primer término, respecto de las políticas públicas y sociales implementadas por el
Estado neoliberal –anteaño basadas en el reconocimiento de los derechos liberales y
sociales vinculados al status de ciudadano (Laval y Dardot 2013; Murillo 2012)–, pasaron a
estar guiadas por los principios empresariales de eficiencia y eficacia. Dicha mutación,
encontró fundamento en la categoría de “mínimo biológico” –propuesta por Robert Mc
Namara al frente del Banco Mundial en 1973– que alude a los umbrales mínimos “por
debajo de los cuales se cae en la muerte y que son los únicos que el Estado debería
atender” (Murillo 2012: 175) lo que dio lugar a la llamada “focopolítica”. Esto es, políticas
que lejos de pretender universalidad21, tienen como objeto llegar a grupos específicos
para garantizar las “necesidades básicas” a cambio de una prestación que permita el
“desarrollo del capital humano” (Laval y Dardot 2013; Murillo 2012). Así, bajo el

20 Se nombran aquellas diferencias que contribuyen a la comprensión de los conceptos fundamentales sobre los que se
basa este estudio. La profusa literatura (y discusión) respecto de las divergencias entre ellas excede el marco de este
trabajo. Entre los investigadores nacionales que se dedican a su estudio, se pueden nombrar los trabajos de Murillo
(2012) y Morresi (2008). Asimismo, los ya citados estudios de Harvey (2015) y Laval y Dardot (2013) ahondan en estas
diferencias. Para una discusión precisa, se recomienda remitirse a dichas lecturas.
21 Como se sostuvo, la pretensión de universalidad propia de la teoría liberal contribuyó a finales del siglo XIX y

principios del siglo XX, a la emergencia de movimientos, grupos y organizaciones sociales que reclamaron llevar a la
práctica la dicha universalidad –lo que Murillo (2012) llama las “ficciones” de universalidad, igualdad y libertad (Murillo
2012: 46-48)– además de extender los derechos individuales –lo que se materializó en cierta medida en los derechos
sociales consagrados por los “Estado de Bienestar” y el “liberalismo embridado” (Harvey 2015: 17)– (Harvey 2015;
Murillo 2012). En contraposición, el paso a la “focopolítica” buscó desmovilizar y “des-organizar” a la sociedad detrás del
prejuicio de corrupción y apatía (Murillo 2012: 175).

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neoliberalismo la política pública y social responde a las exigencias de diferentes grupos,
la situación puntual de cada uno y, en particular, a las necesidades del mercado –cuya
principal preocupación es que la extensión de la pobreza no se convierta en una
“amenaza” a la seguridad que reduzca las oportunidades mercantiles– (Murillo 2012:
177). De esta manera, “el sistema de protección social (las pensiones, la atención
sanitaria, la protección ante enfermedades y accidentes) que antes era responsabilidad de
los empleadores y del Estado, ha sido sustituido por un «sistema de responsabilidad
personal»” (Harvey 2015: 184-185). Dicha responsabilidad, está ligada a la capacidad de
compra de productos y servicios de protección social de parte de los individuos en el
mercado –con lo que, además, la igualdad se subsume al dinero–.
En segundo término, el “sistema de responsabilidad personal” atraviesa el modo en
que se comprende al hombre en general y su subjetividad. Esto es, se pasa del “sujeto
político” –ciudadano, portador de derechos indeclinables– al de “ciudadano-consumidor”
(Laval y Dardot 2013: 324) y desde el “sujeto social” –cuya identidad se relacionaba con su
historia, lazos sociales, grupos de pertenencia y territorio– al de “hombre-empresa”22
(Laval y Dardot 2013: 326). Respecto del “ciudadano-consumidor” –en tanto consumidor–,
juzga a las instituciones y a las políticas en función de su interés y en base al retorno
particular que tiene su contribución fiscal (Laval y Dardot 2013: 324). De modo que, al
considerar su contribución en función a su propio rédito individual –cual inversión–, vigila
al gobierno cual consumidor y le exige los mismos estándares que el ámbito privado:
gestión, eficacia, eficiencia. Estándares que, a su vez, sustituyen “un acto de juicio, que
depende de criterios éticos y políticos, por una medida de eficiencia a la que se le supone
una neutralidad ideológica” (Laval y Dardot 2013: 317). Igualmente, dichos estándares
estrechan el control de los agentes públicos (por encima de los procedimientos
funcionales y las reglas jurídicas) en pos de su “productividad” lo que tiende a “modelar la

22 La categoría de “hombre-empresa” ha sido propuesta por Michel Foucault (2007) como dispositivo ineludible para
comprender el poder en el contexto del neoliberalismo. Los estudios vinculados a la racionalidad subjetiva del
neoliberalismo (Harvey 2015; Laval y Dardot 2013; Murillo y Seoane 2012; Neuhaus 2002) suelen hacer referencia al
concepto de “hombre-empresa” en este sentido. En algunos textos también se utilizan expresiones como “neohombre”
o “neosujeto” para referir, en términos generales, al “hombre-empresa”. Para una revisión detallada de dicha categoría
y un desarrollo de las características principales del “hombre-empresa” o “empresario de sí” se sugiere la lectura de
Laval y Dardot (2013: 325-381).

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propia actividad y a producir transformaciones subjetivas en los «evaluados»” (Laval y
Dardot 2013: 318). Todo ello, implica un cambio en el rol del gobierno que –lejos de velar
por los principios liberales y/o universales además de garantizar las condiciones de su
aplicación– debe rendir cuentas y mostrar resultados en nombre del cumplimiento de los
estándares internacionales de la buena gobernanza y gerenciamiento. Lo que se ve
reflejado en la emergencia de la llamada “nueva administración pública” o
“gobernabilidad”23 (Harvey 2015; Laval y Dardot 2013; Murillo y Seoane 2012; Borón
2000). De esta manera, “la desconfianza como principio y la vigilancia evaluativa como
método son los rasgos más característicos del nuevo arte de gobierno” (Laval y Dardot
2013: 323). Respecto del “hombre-empresa” –a diferencia del sujeto social–, su
subjetividad está atravesada por el máximo de “competitividad” y “rendimiento” que
extiende bajo la lógica de la mercantilización de las relaciones humanas, a todos los
ámbitos de su vida (Harvey 2015: 187). Lo que se expresa en una “emancipación” del
individuo respecto de las tradiciones, las raíces, los vínculos familiares y felicidades
personales (Laval y Dardot 2013: 326-328) que otrora edificaban su identidad (Harvey
2015). Así, su identidad pasa a construirse en el mercado de consumo –cuya naturaleza es
fugaz– y, por tanto, necesita ser retroalimentada constantemente24 (Harvey 2015; Laval y
Dardot 2013; Murillo y Seoane 2012; Neuhaus et al. 2002). De modo que, “«la máxima
compro, luego existo» sumada al individualismo posesivo, cimienta un mundo de
pseudosatisfacciones, excitante en lo superficial pero vacío en su interior” (Harvey 2015:
187). Igualmente, dicha fugacidad se extiende hasta el mercado de trabajo con lo que
cambia el rol del sujeto trabajador. De modo que, “al amparo de la neoliberalización, la
figura del «trabajador desechable» emerge como prototipo de las relaciones laborales”
(Harvey 2015: 185). Bajo dichas relaciones, se promueven nuevos marcos jurídicos

23 Tanto la “nueva administración pública” como la “gobernabilidad” constituyen nuevos modelos de gobierno basados
en la reforma de los Estados para convertirlos, como se señaló, en “Estados eficaces” o “gerenciales”. Lo que implica
“reemplazar una lógica de medios por una lógica de resultados” cuyo objetivo es la optimización de los recursos
empleados. Dichos modelos, se han convertido en universalmente válidos para pensar la acción pública y social además
de presentarse como modelos técnicos neutrales y, por tanto, “aideológicos” (Laval y Dardot 2013: 315-317).
24 Cabe destacar que, la construcción de la identidad en torno al consumo contribuye además a la “creación de

necesidades artificiales”, la “imposición de valores externos” asociados al mercado de consumo y, en este sentido, a
“restricciones a la autonomía” (por ejemplo, tanto las elecciones como la identidad construida dependen de modas que
son pasajeras) (Neuhaus, Sprovieri, Giglioti y Conde 2002: 139-140).

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nacionales que en sintonía con las necesidades del mercado internacional buscan
flexibilizar las contrataciones de trabajo a favor de intereses privados concentrados
asociados al sector financiero y empresarial25. De esta manera a la luz del “ciudadano-
consumidor” y el “hombre-empresa”, la sociedad –otrora la sociedad política– se modeliza
mediante la lógica de la empresa (Laval y Dardot 2013: 330). Lo que implica que la
“inseguridad”, el “riesgo”, la “incertidumbre” y el “cambio constante” ligados a la lógica
del mercado se constituyen en “el horizonte de la existencia” humana (Murillo y Seoane
2012: 134). Así, en tanto la imprevisibilidad se convierte en regla y el futuro en angustia el
hombre se aferra a “la religión del presente” en donde la “auto-referencialidad y la
satisfacción personal son su credo (Harvey 2015; Laval y Dardot 2013; Murillo y Seoane
2012; Neuhaus 2002; Calello 2002). Todo ello supone cambios en los modos en que se
concibe la libertad y la igualdad.
En tercer término, para el neoliberalismo la libertad y la igualdad dejarían de ser
inherentes al hombre para depender de la lógica empresarial del mercado. En relación a la
libertad, el neoliberalismo la entiende como producto de la tenencia real o potencial de
propiedad privada sobre la que el hombre tendría la capacidad de “decidir sin
limitaciones” (Hayek 1978: 139). Ya que, “el dominio de los medios de producción está
dividido entre muchas personas que actúan independientemente” (Hayek 1978: 139). En
este sentido Hayek (1978) afirma que, “el sistema de la propiedad privada es la más
importante garantía de libertad” (Hayek 1978: 139) ya que constituye un prerrequisito de
la libertad política (Friedman y Friedman 1979; Hayek 1978). En particular porque, “si
todos los medios de producción estuvieran en una sola mano (…) quien ejerciese este
dominio tendría un poder completo sobre nosotros” (Hayek 1978: 139) –lo que coartaría
la libertad política del individuo–. Así, bajo esta concepción las libertades individuales son
homologadas a la libertad de mercado y de comercio (Harvey 2015: 13). Respecto de la
igualdad, los neoliberales la conciben también en relación con el mercado. Esto es, bajo el

25 Los cambios en los ordenamientos jurídicos nacionales buscan ser atractivos para las empresas y la competencia en
pos de generar una legislación más laxa que reduzca los costes mediante una “feroz” precarización de las condiciones
laborales y medioambientales (Harvey 2015: 185). A su vez, suponen una privatización de la “fabricación” de la norma
internacional y la “normalización privada” necesaria para la coordinación de los intercambios de productos y capitales
(Laval y Dardot 2013: 280).

370
supuesto de que en el mercado los sujetos son iguales porque están circunscriptos todos a
la misma lógica y a los mismos principios de la competencia (Friedman y Friedman 1979;
Hayek 1978). Asimismo, como para dicha corriente “el puro espíritu del mercado no
requiere ninguna dotación específica inicial” (Laval y Dardot 2013: 146) las condiciones de
existencia del individuo (o su igualdad respecto de los otros) dependerían más bien de sus
capacidades subjetivas. Por lo tanto, la igualdad deja de ser el principio que guía al Estado
y a las políticas sociales para pasar al ámbito de la “responsabilidad personal” (Harvey
2015: 184-185). En este contexto, según Murillo (2012, 2008) la desigualdad pasa a
sustituir al concepto de igualdad al tiempo que las desigualdades –además de la pobreza–
se naturalizan. En concreto, porque bajo los estándares de eficacia, productividad y
rentabilidad la desigualdad pasa a ser concebida como un producto “inevitable” –e incluso
“necesario”– de la competencia (Murillo 2012: 180). Lo que está potenciado por el
discurso cientificista y tecnocrático de la lógica del mercado cuya “estrategia ideológica”
es mostrar al fenómeno en toda su crudeza, plantearlo como inevitable, y sostener que
son fatales las medidas que contra él han de tomarse. No se trata entonces de resolver la
pobreza sino de “gestionar” los riesgos sociales que puede implicar (Murillo 2012: 178-
179). A su vez, según Murillo y Seoane (2012) dicha estrategia ideológica devela el
componente “siniestro” propio de la cultura neoliberal. Esto es, “lo siniestro menta una
situación que es conocida y habitual pero que a la vez se muestra como pavorosa”
(Murillo y Seoane 2012: 167) –como lo es la pobreza y la desigualdad–. Lo que conduce a
la “impostura y el simulacro” del hombre que busca ocultar la debilidad de la dimensión
colectiva de la moral en la ética del “cuidado de sí” (Harvey 2015: 187). Es decir, en la
“lealtad a sí mismo” y en la búsqueda de éxito personal detrás de la “sonrisa eterna” y el
“cuerpo perfecto” (Harvey 2015: 187). Lo que se conjuga con las “pseudosatisfacciones”
individuales (Harvey 2015: 187) del “ciudadano-consumidor” y el “hombre-empresa” en
donde “el prójimo es siempre un medio, jamás un fin es sí mismo” (Murillo y Seoane 2012:
134-135).
En cuarto término, el paso de la igualdad y la libertad desde el hombre hacia el
mercado conduce a un cambio en el origen de la soberanía política desde el sujeto –

371
integrado en la sociedad política– hacia la comunidad financiera internacional. Siguiendo a
Laval y Dardot (2013), la lógica del mercado ha permitido introducir actores del todo
ajenos a las entidades clásicamente reconocidas en los principios de soberanía. En
específico, ha introducido los “acreedores del país y los inversores exteriores, que tienen
que juzgar la acción pública, o sea sus propios intereses” (Laval y Dardot 2013: 279).
Dichos acreedores, ponen bajo su “control a los Estados mediante un conjunto de
instancias supragubernamentales y privadas que determinan los objetivos y los medios de
la política a llevar a cabo” (Laval y Dardot 2013: 279). Así, los Estados Nación dejan de
responder a los intereses del sujeto político y la sociedad política para responder a los
intereses de la comunidad financiera internacional. Como correlato –en la medida en que
el hombre deja de ser el soberano– los reclamos sociales se vuelven ilegítimos (Murillo y
Seoane 2012: 135).
En síntesis, si bien el neoliberalismo se presenta a sí mismo como una “teoría de
prácticas político-económicas” (Harvey 2015:6) constituye en los hechos una ética o
racionalidad dominante26 cuya lógica de competencia atraviesa todas las facetas de la vida
(Blengino y Rossi 2016; Cuesta 2016; Harvey 2015; Laval y Dardot 2013; Murillo y Seoane
2012; Neuhaus 2002; Borón 2000). Bajo esta racionalidad, el Estado se pone al servicio de
la competencia, los intereses del mercado y la comunidad financiera internacional –en
claro detrimento de la sociedad política (Harvey 2015; Laval y Dardot 2013; Murillo 2012)-.
Así, el Estado neoliberal lejos de desaparecer contribuye a potenciar y extender la lógica
mercantil a todas las esferas de existencia (Laval y Dardot 2013: 17).
Por su parte, la aplicación mundial del “programa neoliberal” (Anderson 1995: 12) a
fines del siglo XX27 no constituyó –ni constituye– una empresa libre de tensiones políticas

26 Cabe aclarar que no todos los autores se refieren al neoliberalismo como racionalidad. Algunos de ellos, como
Neuhaus (2002) o Borón (2000) entienden al neoliberalismo como un pensamiento o ideología hegemónica o
dominante. Más allá del uso de diferentes conceptos, refieren todos a la capacidad de la lógica de la competencia
neoliberal para atravesar todas las esferas de la vida.
27 Según Harvey (2015), entre 1978 y 1980 se pueden identificar cuatro acontecimientos relevantes que marcaron el

“punto de inflexión” de la historia social y económica del mundo: (i) la asunción de Deng Xiaoping (en China en el año
1978) que promovió un conjunto de cambios estructurales conocidos con el nombre de “plan modernizador” para volver
a China un “centro de dinamismo capitalista” abierto al mundo; (ii) la asunción de Paul Volcker en 1979 al mando de la
Reserva Federal de Estados Unidos quien llevó adelante una drástica transformación de la política monetaria; (iii) la
elección de Margaret Thatcher como Primera Ministra de Gran Bretaña en 1979 quien se comprometió a reducir el
poder de los sindicatos y acabar con el estancamiento inflacionario y (iv) el triunfo de Ronald Reagan en las elecciones

372
ni sociales (Harvey 2015; Laval y Dardot 2013). Concretamente, los primeros indicios del
giro neoliberal se expresaron a finales de la década del 60 con el desmoronamiento a
escala nacional e internacional de los Estados de Bienestar y el “liberalismo embridado”
(Harvey 2015: 18). Dicho desmoronamiento, se intensificó con la “crisis de acumulación
del capital”28 que se hizo explícita con la crisis del petróleo de 1973 –en la que las ideas
neoliberales pasaron a ganar terreno en el mundo (Anderson 1995: 11)–.
En Argentina, la aplicación del programa neoliberal se concretó a fines del siglo XX. En
esta dirección, pueden marcarse una serie de acontecimientos que sintetizan su
consolidación.
En primer lugar –en consonancia con el contexto latinoamericano–, el siglo XX estuvo
atravesado por múltiples crisis económicas y político-institucionales acompañadas por
fuertes movilizaciones sociales que culminaron con repetidos golpes cívico-militares entre
1930 y 1976 (Romero 2013; Novaro 2011). Entre 1976 y 1983 tuvo lugar el último régimen
autoritario –cuyas características se asociaron a los “nuevos autoritarismos” (Maira 1978)
en el que el Estado asumió la forma “burocrática-autoritaria”29 (O´Donnell 2014)–.
Durante ese período, el gobierno militar argentino desmanteló la matriz estado-céntrica,
licuó el poder de los movimientos y organizaciones sociales (en particular, el de los
sindicatos y los movimientos de trabajadores) además de generar las condiciones
necesarias para la consolidación del neoliberalismo tras la reapertura democrática en
1983 (Oszlak 1987; O´Donnell 1987; Landi 1987).
En segundo lugar, tras la transición hacia la democracia (en la que Raúl Alfonsín30 –
UCR– ganó las elecciones presidenciales) las reformas llevadas adelante por el gobierno
militar antecedente se manifestaron en distintos ámbitos –económico, cultural, político,

presidenciales estadounidenses de 1980 quien sumó –a las acciones de Volcker– su “propia receta de políticas”
neoliberales (Harvey 2015: 5-9).
28 A finales de 1960 se hacía evidente una crisis de acumulación del capital. El crecimiento del desempleo y la rápida

suba de la inflación anunciaban la entrada a una fase de «estanflación» global que se prolongaría la mayor parte de la
década de 1970. La caída de los ingresos tributarios y el aumento de los gastos sociales provocaron crisis fiscales en
varios Estados. Asimismo, las políticas keynesianas habían dejado de funcionar y el sistema de tipos de cambios fijos
respaldado por oro establecido en Bretton Woods había colapsado (Harvey 2015: 18).
29 Para un examen detallado de las características de la dictadura militar argentina entre 1976 y 1981, su crisis y la

transición democrática se sugiere la lectura de los trabajos de O´Donnell –entre tantos otros, los compilados en
Contrapuntos (2014)– y los trabajos de Oszlak –entre los que se puede nombrar la compilación “«Proceso», crisis y
transición democrática/I” de 1987–.
30 Raúl Alfonsín gobernó el país entre 1983 y 1989.

373
social, institucional, corporativo– (Oszlak 1987; O´Donnell 1978; Landi 1987). Así, durante
la década de 1990 –y en sintonía con la tendencia regional– el gobierno electo en 1989
(presidido por Carlos Menem del Partido Justicialista –PJ–) abrió un período de intensas
reformas de Estado –flexibilización, privatizaciones, apertura al mercado internacional
bajo la órbita del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, convertibilidad,
entre otros–.
En tercer lugar, a finales de la década del 90 se vivió una fuerte crisis económica, social
y política –iniciada ya a mediados de la década de 1990 (Boron 2000) y acompañada por la
revitalización y surgimiento de nuevos movimientos sociales (Seoane y Taddei 2004)–
cuyo punto cúlmine fue diciembre de 2001 (Morresi 2015). En este contexto, a principios
del nuevo siglo asumió el poder un gobierno de “nueva izquierda”31 (encabezado por el
Frente para la Victoria –FpV–) que, más allá de los cuestionamientos a la década
neoliberal de los 90 –y de modo consistente con la “izquierda moderna” (Laval y Dardot
2013: 235-246)– no logró representar una salida de (o una alternativa a) el modelo
neoliberal (Morresi 2015)32. Durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (FpV)
se avanzó en la implementación de políticas públicas tendientes a restituir al ámbito
estatal una serie de prestaciones y recursos privatizados durante la década anterior –
como ser, las pensiones, jubilaciones, los Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF)– además
de avanzar en las capacidades regulatorias del Estado y en una agenda más audaz –que
incluyó políticas masivas de reparación social como la Asignación Universal por Hijo y la
aprobación de leyes de alto impacto en términos socioculturales como ser ley de
“matrimonio igualitario”–. Sin embargo, persistieron un importante número de las
medidas neoliberales llevadas adelante en décadas anteriores –como ser, la precarización
y flexibilización laboral, la persistencia y aumento de contratados dentro del Estado y del
sector privado, la falta de una política universitaria integral33; una estructura fiscal

31 Los llamados gobiernos de “nueva izquierda” que gobernaron la Argentina entre 2003 y 2015 fueron los de Néstor
Kirchner (2003 -2007) y Cristina Fernández de Kirchner (2007-2011; 2011-2015) –ambos del Frente para la Victoria/PJ–.
32 Según Morresi (2015), más allá de las contradicciones internas de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina

Fernández de Kirchner además de las diferencias entre sus agendas, se puede sostener que implementaron una política
explícitamente contraria al “Consenso de Washington” pero no contra el modelo neoliberal.
33 Los especialistas en el tema coinciden en que, si bien entre 2003 y 2010 los gobiernos del FpV llevaron adelante un

conjunto de medidas positivas en el ámbito universitario (como el aumento del presupuesto y políticas públicas
tendientes a aumentar la inclusión educativa), estos cambios se produjeron en paralelo a la permanencia de una gran

374
profundamente regresiva además de transferencias monetarias condicionadas y el pago
de crecientes subsidios a empresas de servicios privatizadas– (Morresi 2015). En este
sentido, el FpV no trascendió el programa neoliberal ni sentó las bases para entrar a una
etapa “post-neoliberal”. De hecho, el surgimiento, desarrollo y crecimiento del Partido
Propuesta Republicana a partir de la década del 2000 evidenció “la perennidad del modelo
neoliberal” –además de la derecha– (Morresi 2015: 2).
En cuarto lugar, los últimos años estuvieron marcados por el crecimiento de la “nueva
derecha”34 argentina (Vommaro 2017; Vommaro y Morresi 2016, Vommaro y Morresi
2015; Morresi 2008). Dicho crecimiento, se consolidó con la asunción a la presidencia de
la Nación de Mauricio Macri (del PRO) –quien encabezó la coalición Cambiemos– en
diciembre de 2015.
El PRO es un partido político argentino que emergió tras la crisis del año 2001 35. Su
base se instituyó alrededor de las fundaciones Creer y Crecer y Compromiso para el
Cambio lo que le permitió presentarse –en consonancia con el clima crítico de la época
respecto de la política y los políticos– como un partido “de lo nuevo” (Vommaro y Morresi
2016: 39). Es decir, como un actor que entró en el territorio ocupado por los partidos
establecidos para disputar un espacio propio a partir de ofrecer, más que una nueva
orientación política, “un cambio en las formas de hacer política” (Vommaro y Morresi
2016: 39). Un partido “pragmático” cuya forma de “hacer política” se basa en la “gestión”
y en la “administración” –además de en los llamados “valores posmateriales o
posideológicos”36 (Vommaro y Morresi 2015; Vommaro 2016)–. Con ello, se presentó
como un partido “sin ideología” (Morresi 2017; Vommaro y Morresi 2016; Vommaro y
Morresi 2015; Vommaro, Morresi y Bellotti 2015) y rechazó la tradicional división

cantidad de dispositivos originados en los años 90 que instalaron prácticas difíciles de remover sin una política integral.
Sobre este tema se sugiere la compilación de Chiroleau et al. (2012)
34 En el caso del PRO, el adjetivo de “nueva” derecha responde a que se diferencia de la derecha tradicional argentina en

relación al “compromiso con la democracia”. Asimismo, si bien reconoce como la derecha tradicional la importancia de
la eficiencia, intenta asociar su imagen a valores como la “solidaridad y empatía”. Ello dio lugar a que también se
etiquetara al PRO como una “derecha sensible” y se lo vinculara al “conservadurismo compasivo” (Morresi 2016: 191 -
195). Para un estudio sobre la historia de la derecha argentina desde la reapertura democrática con especial énfasis en
el PRO se recomienda Morresi (2016) y Vommaro y Morresi (2015).
35 Para un análisis detallado sobre el nacimiento, desarrollo y consolidación del PRO se sugiere el artículo de Vommaro y

Morresi (2015) y su libro compilado (2016).


36 Como ser la alusión a la ecología, las nuevas espiritualidades, la felicidad, la vida sana y la cultura pop (Vommaro,

Morresi y Bellotti 2015: 21)

375
“izquierda y derecha”. En su lugar, propuso la división entre “«gestión PRO» (nueva,
cercana, eficaz, honesta), de un lado, y la «política» (vieja, lejana, ineficiente y corrupta)
del otro” (Vommaro y Morresi 2016: 41). Lo que le permitió replantear la discusión
política de manera independiente de las posiciones ideológicas de sus miembros y del
quehacer político (Morresi 2016).
De esta manera una de las principales particularidades del PRO, que lo diferencia de
los partidos tradicionales en general y de la “nueva izquierda” en particular, es que se
presenta como un partido “aideológico” (con lo que rechaza la ideología inmanente a las
prácticas discursivas) en pos de la exacerbación de valores vinculados al ámbito del
mercado –en especial, los empresariales (como ser, la novedad, la gestión, la eficiencia)–.
Esta pretendida “neutralidad” ideológica –no solo permite diferenciar al partido de la
competencia– constituye uno de los pilares fundantes neoliberalismo (Harvey 2015; Laval
y Dardot 2013). En este sentido, la procurada neutralidad discursiva lejos de ser
“aideológica” tiende a reproducir, extender e intensificar la racionalidad neoliberal.

Marco teórico-metodológico
El trabajo parte de un marco teórico basado principalmente en las perspectivas de
Laval y Dardot (2013), Murillo (2012, 2008) y Neuhaus (2002). Se entiende al
neoliberalismo como “el conjunto de los discursos, de las prácticas, de los dispositivos que
regulan, que determinan la emergencia de un nuevo modo de gobierno entre los hombres
según el principio universal de la competencia” (Laval y Dardot 2013: 15). En cuanto al
gobierno, no se refiere aquí a la institución de gobierno sino a “la actividad consistente en
regir la conducta de los hombres en un marco y con instrumentos de Estado” (Foucault
2004, citado en Laval y Dardot 2013: 15-16) mediante el uso de la libertad. Es decir, dicha
gubernamentalidad juega “con el espacio de libertad dejado a los individuos para que
acaben sometiéndose por sí mismos a ciertas normas” que condicionan su conducta
respecto de los otros y hacia ellos mismos y se extienden a dominios muy diferentes de la
vida económica, política y social (Laval y Dardot 2013; Murillo 2012, 2008). De esta
manera, el neoliberalismo constituye una racionalidad dominante que tiende a estructurar

376
y organizar la acción y la conducta de los hombres. Es dominante, porque refleja una
estructura de poder y porque “constituye la realidad presentándola como única realidad,
válida por sí misma y naturalizada, en lugar de presentarla como una construcción
histórica donde el tema del poder es central para su definición”37(Neuhaus 2002: 93). Así
el neoliberalismo, “lejos de limitarse a la esfera económica tiende a totalizar (…) mediante
su poder de integración a todas las dimensiones de la existencia vida humana” (Laval y
Dardot 203: 14).
La dimensión que interesa a los fines de este trabajo es la subjetiva. Esta refiere a “las
formas de pensar y de hacer de los sujetos” –que comporta cambios tanto en los modos
de relacionarse con ello mismos como con los otros– y que remite a la “racionalidad
subjetiva del neoliberalismo” (Laval y Dardot 2013: 14). Uno de los medios para rastrear
las principales características de dicha racionalidad lo constituye el discurso político. Este,
instaura sobre la base de repeticiones y deslizamientos de sentido, significaciones
imaginarias –asociadas a valores y “verdades”– y forma subjetividades acordes a su
sostenimiento (Laval y Dardot 2013; Murillo 2012, 2008; Neuhaus 2002). Esta perspectiva,
permite trascender la “mera relación lingüística” para pensar al discurso como un
entramado de enunciados que “circulan entre los cuerpos” –y condicionan sus prácticas–,
“que son siempre relaciones de poder que constituyen sentido” (Murillo 2008: 43).
Por su parte, la estrategia metodológica sigue los lineamientos de Fair (2014) quien se
concentra en el análisis del plano lingüístico del discurso dejando a un lado los
condicionantes extra-lingüísticos38. Este trabajo, se interesa por el análisis del discurso
político del partido PRO, en específico, el que el partido manifiesta en su Presentación
Institucional (2018) en donde define “quiénes somos”, “qué pensamos”, “qué queremos”
y “qué creemos”. La elección del caso se debe a que se trata de un partido nuevo, de
derecha, que ha logrado –a diferencia de otros partidos nuevos y otros partidos de
derecha argentinos– sobrevivir en el tiempo, consolidarse e instaurarse a nivel nacional.
Además, los especialistas que han abordado el caso del PRO (Vommaro 2017; Vommaro y

37 Dicha afirmación se desprende principalmente de las obras de Antonio Gramsci, Michel Foucault, Pierre Bourdieu
quienes analizan el flujo del poder.
38 Lejos de subestimar la importancia de los condicionantes “extra-lingüísticos” (esto es, aquellos que son exteriores al

código específicamente pero que influyen en la comunicación) la distinción responde solo a fines analíticos.

377
Morresi 2016; Vommaro y Morresi 2015; Vommaro, Morresi y Bellotti 2015; Morresi
2008) –así como aquellos que se centran en los partidos políticos de derecha en general,
sus prácticas discursivas y modos de interpelación (Luna y Kaltwasser 2014; Fair 2014;
Murillo y Seoane 2012; Gallo 2008; Murillo 2008; Neuhaus 2002; Calello 2002)– coinciden
en que los análisis sobre estos temas aún son escasos. Por su parte, la presentación
institucional del partido constituye una valiosa herramienta de estudio en la medida en
que sienta los principios básicos que actúan como marco orientador del resto de los
discursos, las prácticas y decisiones del partido. Así, el análisis del plano lingüístico de la
Presentación Institucional del PRO (2018) tiene como objeto identificar los “significantes
clave” (Fair 2014: 587). Es decir, significantes que son replicados en distintos discursos y se
relacionan con una multiplicidad heterogénea de significados de diversas discursividades
por lo que asumen un papel político central39 (Fair 2014: 587). En este sentido, para
identificar los conceptos considerados “significantes clave” se llevó adelante una revisión
bibliográfica en base a los hallazgos de los especialistas (Blengino y Rossi 2016; Cuesta
2016; Harvey 2015; Laval y Dardot 2013; Murillo y Seoane 2012; Murillo 2011, 2008;
Neuhaus 2002; Calello 2002) de modo de sustraer, los significantes (y resignificaciones)
fundamentales que cimentan el discurso neoliberal –y, por tanto, guían las prácticas que
estructuran su orden–. Estos son conceptos que enfatizan el rol del individuo (frente a lo
colectivo) y la promoción de valores vinculados con el mercado –en especial, la empresa
(el “cambio”; lo “nuevo”; “el presente”, la “alegría”; el “futuro”; “la diversidad”)–.
Igualmente, el intento de instaurar una “nueva verdad” –que se vincula con la pretensión
universal (o hegemónica) de la racionalidad neoliberal–.
Se parte de la premisa de que, analizando de forma pormenorizada la Presentación
Institucional del PRO (2018), se pueden rastrear aquellos significantes clave que tienden a
reproducir, extender e intensificar la racionalidad subjetiva neoliberal. De modo tal que,
se puedan “hallar algunos indicios explicativos de la eficacia interpelativa” del discurso del
PRO “para transformar las identidades y tradiciones existentes” y construir y reproducir
una nueva subjetividad acorde a la racionalidad neoliberal (Fair 2014: 587-588)

39Según Fair (2014:587) cuando dichos significantes clave logran encarnar imaginariamente el lugar vacío de un orden
que está en crisis se vuelve crucial para la formación de un sistema simbólico dominante.

378
Análisis del discurso PRO: la racionalidad empresaria
En los próximos párrafos, se analiza la Presentación Institucional del PRO –PIP– (2018)
a partir de la identificación de los significantes clave señalados por la literatura
especializada sobre neoliberalismo que contribuyen a la formación de una nueva
subjetividad. Con este objeto, se reescriben las principales frases de los cuatro ejes
expuestos por el partido en su Presentación Institucional (2018). Estos son, “quiénes
somos”, “qué pensamos”, “qué queremos” y, “qué creemos”. Se hace uso de la tipografía
en negrita para llamar la atención sobre lo que se consideran significantes clave:
«Somos personas comunes que quieren hacer un cambio en
la Argentina (…) sabemos que para lograrlo es necesario
meterse en política (…) Nos dimos cuenta que es necesario
participar si queremos que las cosas cambien (…) Somos un
equipo enorme y muy diverso [que] queremos construir algo
nuevo (…) Nos une el interés por el futuro, no la constante
revisión del pasado, y compartimos el mismo compromiso, la
misma pasión: trabajar para la gente. Sabemos que si nos
juntamos y trabajamos juntos podemos lograr una
Argentina sin pobreza, más justa, moderna y bien
organizada» (PIP 2018: quiénes somos).
«El mejor equipo para gobernar es el que entiende a la
política como una construcción común, que sabe que la
diferencia no es un problema sino un camino de
enriquecimiento mutuo. Creemos que gobernar es (…)
escuchar, cuidar, dialogar, estar cerca (…) Gobernar es
ayudar al crecimiento de cada uno de los que vivimos aquí,
al de nuestras familias, amigos y proyectos personales (…)
merecemos vivir realizando nuestro potencial» (PIP, 2018:
qué pensamos)
«Queremos que nuestro país (…) se anime a construir con
más alegría, con armonía (…) Queremos un país abierto,
pluralista, democrático, donde nadie concentre todo el
poder. La democracia (…) es una forma de ver la vida (…) una
forma participativa, solidaria, libre y creativa de vivir (…)
Queremos una política que despierte a la gente (…) que
saque lo mejor de cada uno. [Creemos en] la solidaridad y en
el trabajo en equipo. En una sociedad donde las personas
entiendan a su vecino (…) respetando sus diferencias (…)
Soñamos con un país en el que no haya pobres que sean

379
manipulados por los políticos. Vamos a trabajar para reducir
la pobreza. “Hemos vivido entre gobiernos poco
responsables (…) es hora de decir basta!. Creemos que (…) el
poder es de la gente no de los gobernantes. El amor y el
coraje superan al miedo. Dame la mano y vamos juntos,
hacia esa vida que soñás (…) Ahora más juntos que nunca!»
(PIP 2018: qué queremos).
«Creemos en la solidaridad y en el trabajo en equipo (…) en
el diálogo, la diversidad y el bien común (…) en el presente.
Queremos vivir plenamente en nuestro tiempo (…) Creemos
en la voluntad de emprender, de recorrer los nuevos
caminos que nos ofrece el siglo XXI» (PIP 2018: qué
creemos).

Puede decirse que en general, la construcción discursiva de la Presentación


Institucional del PRO (2018) –y de modo consistente con los trabajos especializados en el
partido (Vommaro, Morresi y Bellotti 2015; Vommaro y Morresi 2016; Vommaro 2017)–
gira en torno al “partido de lo nuevo” (cercano, eficaz, honesto) en contraposición a la
“vieja política” (vieja, lejana, ineficiente). En este sentido, el partido busca diferenciarse de
la vieja política a través del uso de un lenguaje vinculado con la esfera de lo privado, en
particular, la del mundo empresarial.
En primer lugar, es interesante notar el uso de la primera persona en plural
(“somos”, “nos”) y la conjugación de verbos en primera persona del plural (“trabajamos”)
además del uso de adjetivos de valor (como “juntos”) a lo largo de toda la Presentación
Institucional del PRO (2018). En tanto se trata recursos lingüísticos inclusivos, generan
sensación de cercanía –recurso propio de los “partidos de lo nuevo” (Vommaro y Morresi
2016: 15)–. En concreto, porque dicho recurso sitúa al receptor y al emisor en el mismo
nivel discursivo lo que permite integrar a ambos (el partido y el potencial votante) dentro
de una misma categoría, “la gente” –o “el vecino”, cansada de la vieja política, apática
respecto del devenir político y que no está necesariamente interesada en la vida política o
no lo está por lo menos permanentemente (Vommaro 2016:136)–. Ello se manifiesta, por
ejemplo, en la expresión del partido “somos personas comunes” (PIP 2018: quiénes
somos) que se contrapone a “la política tradicional” –cuya lógica está asociada por el
neoliberalismo a la corrupción–. Igualmente, le permite al PRO reforzar la ficción de que

380
se trata de un partido “aideológico” (Gallo 2008: 297). En concreto, a partir de la
construcción discursiva de que está formado por meros técnicos –“el equipo”– que
deciden “meterse en política” para “construir algo nuevo” (PIP, 2018: quiénes somos). Ello
supone, un afuera de la política –“el equipo” PRO– que decide “participar si queremos que
las cosas cambien” (PIP 2018: quiénes somos) en contraposición con un “adentro” de la
política asociado a “la vieja política” (Vommaro y Morresi 2016: 41). Así, sus integrantes se
autoexcluyen del ámbito de lo político lo que les permite descender simbólicamente al
lugar del hombre común, esto es, “la gente” o “el vecino”40. En este sentido, la eficacia del
discurso reside en la conexión inmediata con la experiencia social de los electores con
quienes intentan generar complicidades culturales o emotivas (“la pasión”, “el amor”) a
través del uso de un lenguaje “no político” y empresarial que apunta a poner en el centro
de la estrategia “al votante despolitizado y más desinformado” (Vommaro, Morresi y
Bellotti 2015: 286). De esta manera, el lenguaje del PRO –en consonancia con la lógica
neoliberal– no interpela al sujeto político (el ciudadano, poseedor de derechos políticos y
civiles) sino a un votante despolitizado –“la gente” o el “vecino”–. Lo que contribuye a la
constitución de un sujeto al que se “le supone neutralidad ideológica” (Laval y Dardot
2013: 317) y que los especialistas llaman el “ciudadano-consumidor”41 (Harvey 2015; Laval
y Dardot 2013). Asimismo, el uso de la primera persona del plural (“somos”) y la
conjugación de verbos en primera persona del plural (“trabajamos”) sumado a los
adjetivos de valor (“juntos” –o bien, adverbios como “estar cerca”–) se alimentan de
principios que no pertenecen estrictamente al ámbito político (entre otros, “lo nuevo”, “la
diversidad”, “el futuro”, “el compromiso”, “la pasión”, “la escucha”, “el diálogo”). Estos,
confluyen en la construcción de un discurso asociado al ámbito privado y empresarial.
Dicha forma de interpelación subjetiva, al conectar con experiencias sociales relacionadas
con la esfera de lo privado –la empresa, el trabajo– contribuyen a la consolidación de la
llamada subjetividad neoliberal del “hombre-empresa”42 –o el “empresario de sí”– (Laval y
Dardot 2013: 332). Dicha intención pude ser rastreada, por ejemplo, en las expresiones

40 Existe una cuantiosa bibliografía que analiza el discurso de proximidad o cercanía del PRO. Entre ellos, se sugiere
Annunziata, Ariza y March (2018) y las compilaciones de Annunziata (2016, 2015).
41 Para una revisión del concepto remitirse al punto 2 de este trabajo.
42 Ibídem.

381
“sabemos que si nos juntamos y trabajamos juntos” (PIP 2018: quiénes somos) o bien,
“creemos en la voluntad de emprender” (PIP 2018: qué creemos) en las que el partido
interpela al individuo como sujeto emprendedor. Lo que “apunta a maximizar la utilidad
de la población aumentando la empleabilidad y la productividad” (Laval y Dardot 2013:
287) –que el partido PRO llama “potencial” humano (PIP 2018: qué pensamos)–.
Igualmente, frases como “voluntad de emprender” (PIP 2018: qué creemos) o
“merecemos vivir realizando nuestro potencial” (PIP 2018: qué pensamos) dan cuenta de
la extensión de la lógica del mercado al ámbito subjetivo. En concreto, porque dichas
frases suponen “una integración de la vida personal y profesional” en donde la política
forma parte de ese mundo en el que el “hombre-empresa” debe “mostrarse capaz de
flexibilidad, de emprendimiento” (Laval y Dardot 2013: 341). Tal como sostiene Murillo
(2012), dicho discurso “pone el acento en los sujetos no como ciudadanos sino en tanto
«participantes» o «negociantes»; significantes que son el complemento del modo en que
se designa al Estado como «socio» o «cliente»” (Murillo 2012: 188).
En segundo lugar, se pueden identificar una serie de valores en la Presentación
Institucional del PRO (2018) –que el partido reitera además en sus diferentes prácticas
discursivas (Vommaro, Morresi y Bellotti 2015; Vommaro y Morresi 2015; Vommaro y
Morresi 2016; Vommaro 2017)– que constituyen algunos de los significantes clave del
discurso neoliberal: el “cambio”, lo “nuevo”, “el presente”, la “alegría”, el “futuro”, “la
diversidad”. Respecto del valor “cambio”, Murillo (2012), sostiene que responde a la
reiterada “exigencia de flexibilización [del sujeto] para adaptarse a las cambiantes
circunstancias que impone el mercado” (Murillo 2012: 134) las que vuelven al “cambio”
un valor en sí mismo. Ello, que se retroalimenta de la valorización de lo “nuevo” en tanto
“cambiar” traería como resultado una novedad. En esta dirección, lo “nuevo” –también
considerado por la racionalidad neoliberal como un valor positivo– se extiende a todos los
ámbitos sociales y subjetivos y contribuye a la “emancipación del individuo”43 (Laval y
Dardot 2013: 326-328) –que puede ser leída como una “nueva libertad sin pasado y sin
futuro” (Calello 2002: 110)– respecto de las tradiciones, las raíces, los vínculos familiares y

43 Ibídem.

382
felicidades personales que otrora edificaban su identidad (Harvey 2015). En este sentido,
también opera la expresión “nos une el interés por el futuro, no la constante revisión del
pasado” (PIP 2018: quiénes somos) que interpela al sujeto a “romper con la historia”
(Murillo 2012: 183). Así, la “emancipación del individuo” (Laval y Dardot 2013: 326-328)
da lugar a la consolidación de la llamada subjetividad “empresa de sí” en donde lo
importante para el sujeto –“librado de las ataduras” de lo viejo– es “cuidarse a sí mismo”
(Laval y Dardot 2013: 340). Dicho ethos individualista puede rastrearse en las frases como
“[queremos] una política (…) que saque lo mejor de cada uno” (PIP 2018: qué queremos) o
“gobernar es ayudar al crecimiento de cada uno de los que vivimos aquí (…) [y a sus]
proyectos personales” (PIP 2018: qué pensamos). Consecuentemente, la subjetividad del
“empresario de sí” también puede ser vinculada con las nuevas formas de religiosidad o
espiritualidad –englobadas en la llamada “religión del presente” (Harvey 2015; Laval y
Dardot 2013; Murillo y Seoane 2012; Neuhaus et al. 2002)– que alude a la realización
personal de los sujetos en el “ahora”. En este sentido, se aprecia que el PRO intenta
reforzar la “religión del presente” a través del uso de significantes asociados en general
con la esfera espiritual –como ser, “armonía”, “despertar”, “amor”, “esperanza”,
“alegría”–. En este marco, el “presente” constituye otro de los valores (o significantes
clave) de la racionalidad subjetiva neoliberal que el partido reproduce en su presentación
institucional –por ejemplo, “creemos en el presente. Queremos vivir plenamente nuestro
tiempo” o bien la alusión al “ahora” (PIP 2018: qué creemos)–. Una de las razones por la
que el “presente” se constituye en un valor positivo, se asocia al riesgo que supone para el
individuo adaptarse y adaptar todas sus esferas de existencia al cambio constante de la
“novedad” del mercado. Esta situación, lo ubica en una posición de vulnerabilidad,
inseguridad e incertidumbre tal en donde cualquier proyección a largo plazo lo angustia
(Laval y Dardot 2013; Murillo 2012). Ello, empuja al sujeto al “predominio de la vivencia
del ahora, del ya, de la urgencia” cuya característica central es la “recaída en la
inmediatez” (Murillo y Seoane 2012: 136). Como contrapartida, emerge el valor de la
“alegría” (que también circula dentro del discurso de la “religión del ahora”) que funciona
como antídoto a ese sentimiento de angustia que provoca el riesgo constante. La frase de

383
la Presentación Institucional del PRO (2018) “queremos que nuestro país (…) se anime a
construir con más alegría” (PIP 2018: qué queremos) no solo intenta asociar a la política al
ámbito de lo privado y despojarla de su conflictividad inherente –en consonancia con
valores como “el diálogo” y “la escucha” características de la discursividad política
neoliberal (Murillo y Seoane 2012: 197)– sino que además contribuye a la consolidación
de lo que Murillo y Seoane (2012) llaman “lo siniestro”44 (Murillo y Seoane 2012: 167). Es
decir, la consolidación de una ética –además de una cultura y una moral– que “rechaza la
muerte, obtura el llanto y reniega de la angustia” (Murillo y Seoane 2012: 135); un sujeto
y una sociedad que ha naturalizado las desigualdades a las que intenta enmascarar detrás
de la “sonrisa eterna” y el “cuerpo perfecto” (Harvey 2015: 187). Bajo estas
consideraciones, el valor “futuro” es despojado de su relativa certidumbre para
convertirse en una “construcción imaginaria sustantiva, de fantasía central del discurso
político desde el poder” (Calello 2002: 108) –lo que se manifiesta en la vaguedad de la
expresión “nos une el interés por el futuro, no la constante revisión del pasado” (PIP 2018:
quiénes somos)–. Por su parte, el valor de la “diversidad” –expresada en la Presentación
Institucional también en términos de “diferencia” y “pluralismo”– constituye según
Murillo y Seoane (2012) un “juego del lenguaje” inserto en el “metarrelato” neoliberal
cuyo objeto es ocultar las relaciones de dominación propias de las “determinaciones
económicas” de los “grupos” y las “clases” sociales (Murillo y Seoane, 2012: 53). Así, esta
concepción de la diversidad oculta una eficaz “función complementaria del discurso
político hegemónico, en tanto exalta la fragmentación aparentemente caótica de la
sociedad y de su imaginario, que significa sólo la parálisis y el goce a-crítico del presente”
(Calello 2002: 110).
En tercer lugar, la reproducción de dichos valores se asocia a las transformaciones
en torno a los significados de la libertad y la igualdad45. Por un lado, como se sostuvo, la
libertad pasa a estar predominantemente asociada a la capacidad real o potencial del
“ciudadano-consumidor” para adquirirla (Laval y Dardot 2013: 324). Por otro, el valor de la
diversidad reemplaza a la igualdad –del “estado de naturaleza” lockeano, propia del

44 Ibídem.
45 Ibídem.

384
liberalismo– lo que contribuye a la naturalización de la desigualdad y la pobreza (Murillo y
Seoane 2012). Bajo esta perspectiva, la frase “sabemos que si nos juntamos y trabajamos
juntos podemos lograr una Argentina sin pobreza, más justa, moderna y bien organizada”
(PIP 2018: quiénes somos) promueve “la fantasía de que habrá riquezas para todos los
estratos sociales (…) [y] es portador del mensaje que reemplaza el pensamiento
conceptual por la imagen (…) [con lo que] los efectos, más que las ideas, están presentes”
(Neuhaus 2002: 99). Por su parte la expresión “[soñamos] con un país en el que no haya
pobres que sean manipulados por los políticos” (PIP 2018: qué queremos) al homologar la
pobreza al clientelismo –sumado a afirmaciones del tipo “hemos vivido entre gobiernos
poco responsables” (PIP 2018: qué queremos)–, reproduce la idea neoliberal de que el
principal problema del Estado es la corrupción. Lo que justifica, la “necesidad de efectuar
reformas” de modernización del Estado (Murillo 2002: 83). Dichas reformas, constan en la
importación de las reglas de la empresa al sector público para convertir a los Estados en
“Estados gestores y eficientes” (Laval y Dardot 2013: 276-277) –conformes a los principios
de la “gobernanza” y “gerenciamiento” (Harvey 2015; Laval y Dardot 2013; Murillo y
Seoane 2012; Borón 2000)–.
Finalmente, todo ello conduce a la construcción de la “verdad” neoliberal entendida como
la “ausencia de alternativas” (Harvey 2015; Laval y Dardot 2013; Murillo y Seoane 2012;
Neuhaus 2002; Borón 2000). Dicha construcción, se alimenta de una serie de “nuevas
verdades PRO” (de corte individualista y “aideológicas”) expuestas en la Presentación
Institucional (2018) –y reiteradas en diferentes prácticas discursivas (Vommaro, Morresi y
Bellotti 2015; Vommaro y Morresi 2016)– como ser, “el mejor equipo para gobernar es el
que entiende a la política como una construcción común” (PIP 2018: qué pensamos);
“gobernar es ayudar al crecimiento de cada uno de los que vivimos aquí, al de nuestras
familias, amigos y proyectos personales” (PIP 2018: qué pensamos); o bien, “la
democracia (…) es una forma de ver la vida (…) una forma participativa, solidaria, libre y
creativa de vivir” (PIP 2018: qué queremos). Estas afirmaciones, dan cuenta de un cambio
en las significaciones históricas de dichos significantes (en este caso, la política, la función
de gobierno, la democracia) que pasan a estar asociadas a los valores de la empresa (el

385
“equipo”), las experiencias de la vida privada (“familias, amigos, proyectos personales”) y
la “religión del presente” (“una forma de ver la vida”).
En definitiva, la Presentación Institucional del PRO promueve un conjunto de valores y
marcos interpretativos asociados a la esfera privada-empresarial que contribuyen a la
consolidación de un tipo de racionalidad subjetiva propia del neoliberalismo: la del
“ciudadano-consumidor” “empresario de sí”.

Comentarios finales
Este trabajo ha procurado contribuir a los estudios sobre neoliberalismo, en
particular, los vinculados con la formación de una nueva racionalidad subjetiva. En esta
dirección, se analizó el discurso lingüístico del PRO manifestado en su Presentación
Institucional (2018) con el objeto de identificar los “significantes clave” (Fair 2014: 587)
que contribuyen a la consolidación de la racionalidad subjetiva neoliberal. Esto es, la del
“ciudadano-consumidor” y la del “hombre-empresa”, “empresario de sí”. Se mostró que,
tanto los recursos lingüísticos como los valores expresados por el partido además de las
nuevas significaciones atribuidas al ámbito de lo político contribuyen a reproducir,
extender e intensificar la racionalidad subjetiva neoliberal. En concreto, a través del uso
de un discurso asociado al ámbito privado-empresarial que intenta apartase de la
ideología. No obstante, la pretendida neutralidad ideológica –pieza clave del discurso
neoliberal– tiene como objeto presentar al partido como una “nueva forma de hacer
política” (cercana, eficaz y honesta) en contraposición a la “vieja política” (lejana,
ineficiente y corrupta).
Se es consciente de una serie de limitaciones de este estudio. Por un lado, la
construcción de la subjetividad neoliberal no es un proceso unidimensional ni puede ser
reducido a un solo actor político. Como toda racionalidad dominante, conviven en ella una
serie de actores de diferentes ámbitos que contribuyen o constriñen su reproducción. Por
otro lado, el neoliberalismo no es un proyecto acabado. Más bien, cohabita con un
conjunto de tensiones subjetivas, sociales, históricas, culturales, políticas y económicas

386
preexistentes –además de aquellas vinculadas con su propia lógica de acumulación del
capital y contradicciones internas– que dificultan su delimitación.
En este sentido, el trabajo permite plantear posibles preguntas de investigación a
futuro. Como ser, ¿cómo contribuyen los factores estructurales (las instituciones, la
historia política, la cultura, las características sociales) a la reproducción o limitación del
ethos neoliberal? Igualmente, y frente a la hegemonía de la racionalidad neoliberal, ¿en
qué medida pueden nacer organizaciones políticas exitosas que escapen a su lógica? De
esta manera, el análisis de la racionalidad subjetiva del neoliberalismo despierta
interrogantes en más de un sentido.

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