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La vía no es fácil ni difícil, basta con no elegir ni rechazar. Cuando no se elige ni se rechaza, la
verdad aparece delante de nosotros.
Una y otra vez, aún en el aburrimiento, la irritación o el dolor, hay que ver lo que surge y dejarlo
ir. Al ver lo que aparece respiración a respiración tomamos conciencia del funcionamiento de la
mente, aprendemos a ver qué surge momento a momento, lo que representa un poderoso
entrenamiento para la vida cotidiana. Ejercitamos una mirada interior ecuánime, que no se
queda fijada a hechos ni emociones, que no se aferra a tener razón o estar equivocada; una
mente libre, exenta de juicios y opiniones. Meditamos para ver qué sucede en nuestra mente,
observamos los pensamientos dejándolos pasar, sin aferrarnos, volviendo una y otra vez a la
postura, a la respiración, al hara. Respecto al tiempo que dedicamos a la práctica de la
meditación, se puede empezar por veinte minutos para llegar a media hora o cuarenta minutos,
preferiblemente por la mañana y por la noche. Al acabar, nos levantamos despacio, sin
brusquedades, para llevar esa atención a lo cotidiano. Meditamos para abrirnos al aquí y ahora,
para estar más despiertos en nuestra vida. Buda significa «el despierto» y meditar es practicar
el arte de despertar. En realidad, el sentido de la meditación es llevar ese estado a nuestra vida
cotidiana, prolongar el estar plenamente despiertos y presentes en todos y cada uno de
nuestros actos. Otorgar esa amplitud, serenidad y silencio a todos los momentos y ámbitos de
nuestra vida, bien enraizados en el aquí y ahora.
Mientras que para el ego la muerte es el enemigo por excelencia, para el Ser esencial puede ser
una experiencia espiritual transformadora, una verdadera oportunidad de liberación e
iluminación. La práctica de la meditación es especialmente valiosa a la hora del último adiós, en
el momento decisivo de la muerte. La vida es un viaje en que morimos con cada cambio de
etapa: infancia, adolescencia, juventud, edad adulta, vejez. La muerte es parte del viaje de la
vida. Podemos prepararnos para partir, para vivir la última etapa con plenitud en la presencia
del Ser, estando dispuestos a enfrentarnos a la muerte con una mente tranquila y ecuánime,
entrenada por la meditación, una mente serena ante cualquier experiencia. Se dice que Buda
murió experimentando el Samadhi, la paz y la serenidad del alma fruto de la vía de la
meditación. Hay momentos en que es necesario dar un salto de fe hacia delante, momentos
críticos en la vida, en el camino espiritual y en la muerte. Como dice un proverbio zen: «Cuando
llegues al borde de un precipicio de mil metros, da un paso al frente».