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Abraham J. Twerski (EEUU, 1930)
CÓMO GANAR LA BATALLA DEL PESO CON AUTOESTIMA.
POR QUÉ NO FUNCIONAN LAS DIETAS. (1997)
Paidós. Barcelona. Buenos Aires. México. 1998
Con ILUSTRACIONES de Charles M. Shultz (Peanuts:
Snoopy y Charlie Brown), Jim Davis (gato Garfield), Tom Wilson
(Ziggy), Mort Walker (Beetle Bailey), Lynn Johnston (Para Mejor o
Para Peor) y Cathy Guisewite (Cathy)
SUMARIO
CONTRAPORTADA
La experiencia nos ha demostrado que, en el fondo, las dietas no funcionan. Con
ellas eliminamos kilos, es cierto, pero la mayoría de los médicos coinciden en que tarde
o temprano acabamos recuperándolos, sobre todo una vez nos hemos olvidado de
nuestra obsesión por las comidas y las tablas de calorías.
El doctor Abraham J. Twerski, un especialista en comportamientos adictivos,
demuestra que lo que nos empuja a comer en exceso no es la falta de fuerza de
voluntad, sino la ausencia de autoestima. Y, por ello, lo primero que debemos hacer
para desarrollar un hábito alimenticio sano es adquirir un concepto sólido e inamovible
de nosotros mismos, es decir, saber detectar en un momento determinado:
• La compulsión aparentemente ilógica que nos obliga a comer en exceso y su
relación con la baja estima.
• Aquello que puede hacernos confiar en la comida y no en nosotros mismos en
épocas de estrés, ansiedad o miedo.
• Las motivaciones necesarias para poder cambiar los hábitos adquiridos
durante toda nuestra vida.
Por medio de un enfoque claro y sencillo, Twerski demuestra que perder peso no
sólo puede ser una manera de desterrar para siempre las más fastidiosas dietas, sino
también de acceder a un estado de ánimo totalmente positivo.
Abraham J. Twerski es psiquiatra. Fundador y jefe de los servicios médicos del
Gateaway Rehabilitation Center de Aliquippa (Pennsylvania), es igualmente autor de
“¿Cuándo empezarán a ir bien las cosas?”, “¿Cuándo podré empezar una nueva vida?”
y “Sé positivo”, los tres publicados por Paidós.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 3
PRIMERA PARTE: COMPRENDER QUÉ SIGNIFICA COMER EXCESIVAMENTE.
1. ¿Por qué dejamos que insulten a nuestra inteligencia?
Cada mes, sin excepción, nos anuncian la aparición de una nueva dieta milagrosa
garantizando que reduciremos peso de forma rápida y espectacular y además, como un extra
adicional, sin tener que pasar hambre.
Pensemos por un momento. Si cualquiera de esas fantásticas dietas realmente
funcionara, entonces ¿por qué es necesario buscar constantemente fórmulas nuevas y
diferentes? ¿Por qué no nos quedamos con la que de verdad funciona? Se podría argumentar
que la gente aún desconoce cuál es la que resulta verdaderamente eficaz y ese
planteamiento podría ser válido... si fuera la primera vez que intentan ponerse a dieta.
También se podría argüir que aún no se ha dado con la dieta correcta. Sin embargo, la gente
ha seguido sometiéndose durante años a diversos métodos de adelgazamiento,
cumpliéndolos con cierta irregularidad: regímenes, pastillas, gimnasia. Durante años han
salido al mercado cientos de fórmulas y si alguna fuera la definitiva se habría mantenido hasta
hoy.
No es del todo exacto afirmar que esas dietas no funcionan. De hecho sí que funcionan
y ahí radica parte del problema.
Prácticamente todas las dietas permiten perder peso de forma rápida pero por
desgracia, tal y como algunos han descubierto, recuperar el peso perdido es sólo cuestión de
tiempo y además siempre sobreviene en una proporción mucho mayor. El resultado es lo que
se conoce como un efecto yoyó y, como muchos han confesado, a pesar de que han perdido
más de 460 kilos en varios años aún padecen sobrepeso.
Si fuéramos sinceros con nosotros mismos comprenderíamos que esos métodos
rápidos y seguros funcionan a corto plazo pero ninguno de ellos conducen a una pérdida
definitiva de peso.
Si estuvieras aislado en una isla desierta y lo único que pudieras comer fuera pescado
llegarías a perder todo el peso que quisieras. Pero en cuanto regresaras a la civilización los
kilos volverían a aparecer. Esto mismo sucede con las píldoras, los baños termales, la cirugía
y con otros métodos. Ninguno de ellos se puede mantener durante toda la vida y, en
consecuencia, el período de adelgazamiento resulta muy breve.
La esperanza es lo último que se pierde y cada vez que aparece la promesa de un
nuevo método mágico nos convertimos en seres muy vulnerables. «¡Esta vez las cosas van a
ser diferentes! Las setenta y cuatro dietas anteriores no funcionaban pero ahora sé que voy a
perder peso y que lo voy a mantener».
Ya sabemos por qué dejamos que insulten a nuestra inteligencia. Queremos
engañarnos a nosotros mismos.
Cuando hemos conseguido perder peso la única manera de mantenerlo es realizando
cambios en nuestra forma de vida. Siempre nos resistimos a hacer cambios a largo plazo ya
que pueden resultarnos muy molestos. El hombre es una criatura regida esencialmente por
una serie de hábitos. Hacemos las cosas de una determinada manera y nuestros hábitos se
integran en nuestra forma de comportarnos. Si lo pones en duda simplemente cambia tu reloj
a la otra muñeca. Aunque el hecho de llevar el reloj en una muñeca o en otra carece de toda
importancia pronto empezarás a notar el cambio e incluso puede que sientas una sensación
de molestia e incomodidad. Cuando vuelvas a colocar el reloj en su lugar habitual comenzarás
a recuperar la sensación de comodidad. Si sólo con realizar un cambio tan insignificante ya
notas una sensación de incomodidad, ¿cómo te sentirás al hacer importantes cambios en tu
comportamiento?
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 4
Por tanto, es fácil imaginar por qué a algunas personas les resulta absolutamente
insoportable realizar un cambio.
Otro factor que motiva nuestra resistencia a realizar cambios es que no soportamos
que se demoren los resultados. En la actualidad, gracias a los avances tecnológicos se
pueden realizar infinidad de tareas a una velocidad sin precedentes. Distancias que requerían
semanas e, incluso, meses de viaje, ahora se pueden recorrer en horas. Cocinar, algo que
solía llevarnos horas, ahora lo podemos realizar en tan sólo unos segundos. Las
comunicaciones escritas, que tardaban varios días en llegar a su destino, ahora aparecen en
segundos, y cálculos que necesitaban un esfuerzo largo y laborioso se pueden realizar en
fracciones de segundo. Nos hemos habituado a que las cosas sucedan deprisa. Sin embargo,
no se puede cambiar un estilo de vida en poco tiempo, sino que se necesitan varios años para
poder lograrlo. Así pues, no es sorprendente que las personas que estén acostumbradas a los
microondas, los faxes y los ordenadores se impacienten con un proceso que lleva años y por
eso son tan vulnerables ante las promesas de métodos que sólo tardan unas semanas en dar
resultado.
Si eres una de esas personas que ya han probado innumerables dietas y has llegado a
la conclusión de que es improbable que la próxima produzca unos resultados más duraderos
que las anteriores, este libro está escrito para ti.
La mayor parte de mi trabajo como psiquiatra la he basado en el tratamiento del
alcoholismo. Cuando comencé a trabajar con alcohólicos, un médico experimentado me
aconsejó que evitara usar la palabra «alcohol» con mis pacientes. Para poder recuperarse del
alcoholismo se requiere un cambio en el estilo de vida pero mientras se siga centrando la
atención en el alcohol el auténtico problema continuará sin haberse tratado. Esto mismo
sucede con el apetito y ésa es una de las razones por las que resulta contraproducente
preocuparse por la comida y por la dieta: no se afronta el verdadero problema.
Por este motivo, en este libro no encontrarás demasiadas referencias sobre qué
comidas se pueden tomar y cuáles no. Además, todavía no existe un acuerdo total sobre qué
alimentos hay que evitar y cuáles hay que consumir: grasas, proteínas, carbohidratos... En los
últimos años se ha alabado o denostado a cada uno de ellos. En efecto, cada pocas semanas
aparecen nuevas y a veces polémicas ideas sobre la nutrición. ¿Cómo podemos evitar que
nos confundan? Obviamente, sólo podemos usar la información que ya tenemos, ya que aún
no podemos acceder a los descubrimientos del futuro. Además, es importante saber
aproximarse razonablemente al mundo de la nutrición, sin ir demasiado lejos. Por ejemplo, el
hecho de que se descubriera recientemente que el brécol y las espinacas contienen
propiedades que retrasan el cáncer no significa que en cada comida haya que tomar
cantidades ingentes de ellos, sino que ambos deberían estar presentes en el menú. Del
mismo modo, si se encuentra que cierto alimento puede ser nocivo no significa que deba
desecharse definitivamente. Normalmente los descubrimientos se basan en alimentos
suministrados a animales de laboratorio en unas proporciones mucho mayores de las que
cualquier persona sensata comería. Siempre habrá gente que defienda las dietas extremas y
se han dado algunos casos de personas que se han quejado por los efectos de alguna de
ellas. Las investigaciones médicas no han confirmado ninguno de esos efectos, por lo que
pienso que el método más razonable de alimentarse es llevando una dieta equilibrada basada
en la fiabilidad que aporta la información científica. Al final de este libro el apéndice contiene
una serie de pautas alimenticias actualizadas. Los problemas de alimentación abarcan dos
componentes: la persona y la comida. Las múltiples dietas que han resultado inútiles a largo
plazo se han centrado en los cambios en la comida.
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Mi método consiste en no poner énfasis en la comida evitando las modas y prestando
atención a los cambios necesarios que hay que realizar en la persona. Veamos ahora alguno
de ellos.
El hecho de que Annette creyera que no era una persona agradable por culpa de su
peso tenía mucho en común con el hecho de que Peppermint Patty desviara la causa de sus
problemas escolares a sus características faciales. Annette no debería pensar que era una
mala persona,, sólo que tenía sobrepeso y, en segundo lugar, ella siempre tenía la opción de
adelgazar y de este modo convertirse en una persona más atractiva. Su problema de peso,
que en su origen comenzó porque se aburría, aún se mantenía porque servía para otro
propósito. Es muy característico que un comportamiento comience por una determinada razón
y luego pase a satisfacer otras necesidades emocionales.
Míralo de esta manera. Suponte que piensas escribir un libro, y que te compras un
ordenador para usarlo como procesador de textos, para que así te resulte más fácil su revisión
y su edición. Entonces descubres que resulta mucho más eficaz para escribir cartas y otros
documentos que la máquina de escribir, ya que es más fácil corregir los errores tipográficos.
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También descubres que el ordenador es muy práctico para mantener al día tus
cheques, recibos, presupuestos y para tu declaración de la renta. Después descubres que es
un magnífico fichero para tus recetas y también que, una vez que has introducido todos los
nombres y direcciones en el fichero de las tarjetas de felicitación, imprimir las etiquetas ahora
sólo es cuestión de segundos y no de horas.
Finalmente terminas de escribir tu libro y, en realidad, ya no necesitas el procesador de
textos, que era la razón por la que te compraste el ordenador. Sin embargo, ahora no te
separarías de él por nada del mundo, ya que te resulta muy útil para otras muchas funciones.
Esto mismo puede suceder con cualquier tipo de comportamiento. Al principio se
presenta por una razón A, pero una vez que está ahí pasa a aliviar las razones B, C, D y E.
Incluso si la razón A desaparece, ese comportamiento permanece en el individuo ya que
ahora sirve para otras funciones. Eso es lo que los psicólogos llaman «determinación múltiple
de un síntoma», en el que el comportamiento se determina por más de un factor. Comer de
forma compulsiva puede tener más de una función. Al principio puede comenzar sirviendo
para aliviar algún tipo de ansiedad en particular, pero luego se puede observar que vale para
realizar otras funciones. Por lo tanto, aunque fuera posible analizar razonablemente o eliminar
la causa original del problema, se ha llegado a desarrollar cierto tipo de comportamiento que
ha pasado a controlar nuestra vida, ya que ahora vale para desarrollar otras funciones en la
economía psicológica del individuo. La razón por la que tener una adecuada conciencia de
uno mismo y una autoestima desarrollada pueden ser tan útiles para superar todo tipo de
problemas de apetito compulsivo es que todos esos factores — B, C, D y, por supuesto, A —
pueden ser consecuencia de un concepto alterado de uno mismo y cuando ese problema se
corrija se podrán eliminar todos los factores que alimentan al apetito compulsivo y
mantendremos para siempre nuestro peso ideal.
Al igual que Annette, las personas que tienen dos «identidades» (el verdadero yo, es
decir, cómo realmente son, y el falso yo o cómo ellos creen que son) no tienen ni la más
remota idea de que viven en ese estado mental, ya que están convencidos de que el falso yo
es, de hecho, el auténtico. Esta falta de conciencia de su verdadera identidad y su error al
confundir su falso yo con el verdadero pueden dar lugar a todo tipo de trastornos en sus vidas.
Por ejemplo, Connie tenía un concepto negativo de sí misma. A sus padres no les
gustaba el hombre con el que se quería casar e incluso sus amigos se preguntaban qué
demonios había visto en John, que era muy inferior a Connie en inteligencia y personalidad.
Aunque los demás veían que Connie estaba cometiendo un error, su decisión se basaba en lo
que pensaba de sí misma y por eso, desde su punto de vista, lo que ella se merecía era a
alguien como John.
Connie desarrolló una dependencia a los tranquilizantes y por esta razón tuvo que
someterse a tratamiento. A medida que el tratamiento le fue ayudando a adquirir un concepto
más positivo de sí misma, Connie empezó a darse cuenta de la diferencia que existía entre
ambos y de que eran completamente incompatibles. Connie había tomado una decisión muy
importante en su vida, aunque totalmente equivocada, en base a un concepto negativo de sí
misma.
Bertram era un joven obeso extremadamente pasivo. Su incapacidad para imponer su
voluntad hacía que los demás se aprovecharan de él. Una vez compró un aparato
electrodoméstico que no funcionaba, pero no volvió a la tienda para que se lo cambiaran
porque aquello era demasiado atrevido para él. A menudo se sentía un fracasado por su falta
de aserción y eso le llevaba a comer para aliviar su frustración.
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La falta de aserción de Bertram era una consecuencia directa de su pobre
autoconcepto. No tenía la suficiente seguridad en sí mismo como para contrariar a los demás.
Si preguntásemos a la gente si se conocen a sí mismos, si saben realmente quiénes y
qué son, la mayoría responderían afirmativamente y rechazarían cualquier respuesta
contraria. Sin embargo, mi experiencia clínica me ha demostrado que mucha gente apenas
conoce su auténtica identidad.
He tenido muchas dificultades para convencer a la gente de que la impresión que
tienen de ellos mismos es equivocada, incluso cuando se lo demuestro con pruebas
concluyentes. Aunque pueda parecer extraño, he descubierto que algunas personas buscan
más engañarse a sí mismas que afrontar los hechos.
Una vez realicé una sesión de hipnosis con el personal del hospital y Carol, una de
nuestras secretarias que ya había sido tratada por medio de la hipnosis para curar un
problema que tenía en su piel, se presentó voluntaria para que la hipnotizara. Quería
demostrarles que el hipnotizador puede crear ilusiones dentro de la mente del sujeto. Coloqué
una silla vacía al lado de Carol y le dije que cuando abriera los ojos vería a su amiga Marta
sentada a su lado. Cuando abrió los ojos se volvió hacia la silla vacía y comenzó a conversar
con su imaginaria amiga.
Después vi que Marta estaba sentada entre los asistentes y se me ocurrió intentar un
experimento. Le ordené a Carol que cerrara los ojos y le pedí a Marta que se sentara a su
lado, de modo que Marta quedaba situada a su izquierda y la silla vacía a su derecha.
Entonces ordené a Carol que abriera los ojos y ella se volvió de nuevo hacia la silla vacía y
siguió hablando con su amiga imaginaria. Me situé a su izquierda y la llamé. Cuando miró
hacia su izquierda y vio a su amiga pareció asustarse y comenzó a mirar hacia ambos lados.
«¿Cómo puede estar Marta en dos sitios a la vez?», preguntó.
Yo le respondí: «Carol, te estoy gastando una broma. Marta sólo está en un lugar y la
otra es una alucinación. Ahora quiero que mires a las dos Martas y me digas cuál es la
auténtica».
Carol miró varias veces a izquierda y derecha y después señaló a la silla vacía y dijo:
«Ésta es la auténtica Marta». Ciertamente, es posible llegar a creer que el imaginario falso yo
es más auténtico que el propio verdadero yo.
Muy bien, existe un verdadero yo y un falso yo. El verdadero yo, aquel que es capaz y
competente, es el único que controla el sistema de control automático que interrumpe la
sensación de hambre una vez que se han satisfecho las necesidades de alimentación del
cuerpo. El falso yo es una persona imaginaria que existe sólo en nuestra mente. Esta persona
irreal no posee un mecanismo de control que formaría parte de una psicología normal y,
además, es la que recurre a la comida para aliviar el estrés y la que hace que sientas hambre
incluso cuando ya has comido lo suficiente. El falso yo es el que da la orden de comer y, como
piensas que esta persona es la real, sus órdenes parecen auténticas y te ves obligado a
obedecerlas.
Algunas personas que tienen pensamientos e impulsos compulsivos irracionales
intentan eliminarlos quitándoselos de la cabeza. Por desgracia, los pensamientos compulsivos
son como un muelle. Si se intenta deformarlo presionándolo, lo único que se consigue con ello
es incrementar su resistencia y hacer que salga hacia fuera con más fuerza. De hecho, cuanto
más intentes comprimirlo más fuerza de retroceso generará. Este hecho resulta de lo más
frustrante en aquellas personas que sufren pensamientos obsesivos y compulsivos. Intentar
eliminarlos puede resultar contraproducente. De igual modo, cuando intentas superar el
apetito compulsivo mediante dietas, éste puede volverse aún más fuerte e irresistible.
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En el mejor de los casos, debemos penetrar en el interior de la mente y eliminar el
origen de esos pensamientos que resultan tan molestos, pero esto resulta más fácil decirlo
que hacerlo. Si se implantara el pensamiento por medio de hipnosis, la solución sería
relativamente simple: realizar al sujeto una hipnosis regresiva y eliminar la sugestión. Sin
embargo, resulta mucho más difícil eliminar la orden cuando los pensamientos compulsivos
aparecen de modo espontáneo.
Aunque la solución no es tan sencilla como en la compulsión inducida por hipnosis,
muchos casos de apetito compulsivo tampoco son un problema terriblemente complejo. A
menudo somos capaces de comprender que el origen del pensamiento es el falso yo que nos
ordena: «¡Come! ¡Come!». Lo que debes hacer es deshacerte del falso yo. Debes aprender a
reconocer a tu verdadero yo, algo que sin duda provocará que se eleve tu autoestima. Por eso
titulé este libro El delgado que llevas dentro. Nuestro concepto equivocado de inferioridad
es el que crea el falso yo y el que tan a menudo nos conduce a comer de manera compulsiva.
¿Cómo puedes encontrar tu verdadero yo? El primer paso es reconocer que realmente
existe un falso yo. Este hecho, por sí mismo, puede resultar de mucha ayuda. He escuchado
decir a muchos alcohólicos que veían y oían alucinaciones: «Escucho a esa voz que me dice
haga cosas, pero sé que es un delirio». Aunque algunos creen en lo que ven o escuchan,
otros tienen la clarividencia de comprender que su experiencia es imaginaria, incluso en su
estado etílico.
Una persona que sufre una alucinación y cree que el monstruo que ve es real, puede
llegar a saltar por la ventana para escapar o intentar luchar contra él. Si somos capaces de
reconocer que la alucinación es irreal podremos eliminar ese tipo de comportamiento
destructivo. Una mujer que sufría alucinaciones motivadas por el alcohol se sentó en el diván
y dijo: «Veo cientos de gatos por la habitación, pero sé que no están ahí», y no trató de
echarlos. Una vez entré en la habitación de un paciente que escuchaba voces por culpa de su
afición al alcohol y le escuché gritar: «¡No eres real, no eres real!». Me explicó que escuchaba
voces que le llamaban y le decían que se tirara por la ventana, pero sabía que eran
alucinaciones. Así pues, el mero hecho de ser consciente de que hay un falso yo que no es
real puede servir de gran ayuda, ya que la persona no tiene por qué obedecer una orden dada
por un ser fantástico. Si eres consciente de que el deseo de comer se debe a un mandato
dado por una fuente que no existe, te puede resultar un poco más fácil resistirte a él.
Pero, obviamente, esto no es suficiente. Es necesario deshacerse del falso yo. Esto es
algo completamente distinto a dejar que el falso yo siga merodeando e intentar ignorar sus
órdenes de comer, que sería lo mismo que comprimir un muelle. Aquellos que creen en las
posesiones demoníacas pueden tratar de expulsar al indeseable inquilino por medio del
exorcismo. Así pues, desde el punto de vista psicológico, se debe realizar algo parecido a un
exorcismo: encontrar una manera de eliminar ese falso yo tan molesto y terminar con la doble
personalidad que provoca en la persona un estado de confusión mental. Cuando seas capaz
de conseguir esto, tú podrás ser quien realmente eres, y el verdadero yo estará delgado.
7. La ira
Como hemos visto, los problemas con la comida pueden sobrevenir cuando se come
para aliviar un malestar emocional. Un componente muy frecuente de ese malestar es la ira,
un estado emocional que a menudo presenta dificultades. Tal vez sea exagerado afirmar que
el camino que conduce al frigorífico está minado de ira, pero muchos comedores compulsivos
admiten que tienen problemas para dominar su ira y que ésta les empuja a comer.
Esto es sólo parte del problema. Esta reacción se produce en respuesta a una ira de la
que son conscientes. También pueden darse casos de que una persona sienta ira de forma
inconsciente.
Cuando una idea o una emoción es «demasiado fuerte como para contenerla», nuestro
sistema psicológico de defensa puede enviarla al inconsciente e intentar mantenerla fuera de
toda conciencia. Este mecanismo se conoce como «represión» y a menudo se utiliza para
ocultarnos a nosotros mismos el sentimiento de ira.
Hay varias razones por las que tratamos de reprimir la ira. Algunas personas tienen
muy poca o ninguna fe en su capacidad de control y por eso tienen miedo de que si se sienten
irritados puedan expresar ese sentimiento de forma violenta. Esto suele ocurrir especialmente
en personas que han crecido en un hogar donde se respiraba un intenso clima de violencia,
ya sea de tipo físico o verbal. Para ellos, la ira y la violencia son conceptos inseparables y
tienen tanto miedo a volverse violentos que eliminan cualquier sentimiento de ira. A otros se
les ha hecho creer que la ira es de por sí algo malvado e inmoral, y que las personas
decentes nunca se enfadan. Sin embargo, a otros les preocupa que cualquier demostración
de ira pueda ofender a los demás y, por tanto, se desesperan por hacer que la gente sienta
aprecio hacia ellos.
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No es lo mismo controlar o suprimir conscientemente las expresiones de ira que
reprimirlas. Cuando las suprimimos sabemos que estamos enfadados, pero decidimos
conscientemente no reaccionar. Por ejemplo, si tu jefe te provoca, puedes suprimir
conscientemente cualquier reacción de ira con el fin de conservar tu empleo. Sin embargo, la
represión implica que tú ni siquiera sientes ira, y eso es tan peligroso como no sentir dolor
cuando te cortas con un objeto afilado.
Una vez vino a mi consulta una monja que padecía una depresión crónica que no
remitía con ningún tratamiento. Esta paciente venía a visitarme una vez al mes. Ella no
conducía, por lo que tenía que tomar varios autobuses para llegar hasta mi consulta,
empleando en el viaje más de una hora.
Una vez tuve que dejar la ciudad repentinamente y olvidé llamarla, por lo que ella
acudió a la cita. Después de esperar durante mucho tiempo le dijeron que había tenido que
ausentarme.
Cuando regresé y me di cuenta de mi descuido la llamé, me disculpé y concertamos
otra cita. Cuando apareció volví a disculparme de nuevo por no haberme acordado de
comunicarle mi ausencia y dije: «Supongo que te habrás enfadado mucho conmigo, después
de haber hecho un trayecto tan largo hasta aquí, de haber perdido el tiempo en la sala de
espera y de haber descubierto que no me encontraba en la ciudad».
«Oh, no», dijo. «No me enfadé en absoluto.»
«Imposible. Perdiste más de medio día por mí culpa. Eso enfadaría a cualquiera.»
«No me enfadé», repitió. «Sé que estas cosas pasan. Eres un hombre muy ocupado.»
«Te ruego que me perdones», dije. «Lo lógico es que estés enfadada y, si lo deseas,
puedes aceptar mis disculpas y olvidar el asunto.»
«Pero es que no estaba enfadada en absoluto», insistió con una dulce sonrisa.
A esto me refiero cuando hablo de represión. A la monja le habían enseñado que la ira
es mala y le inculcaron este principio tan profundamente que era incapaz de enfadarse,
incluso cuando le asistía la razón, por temor a cometer un acto malvado.
De igual modo que existe un principio científico que indica que ni la materia ni la
energía se pueden crear ni destruir, se puede decir que no se puede destruir la ira por medio
de la represión. Está escondida en el inconsciente y busca constantemente una manera de
poder manifestarse. Se requiere mucha energía para mantener la represión, lo cual explica
por qué puedes llegar a sentirte completamente agotado aunque no hayas realizado ningún
ejercicio físico.
En el caso de los comedores compulsivos, las razones que les impulsan a recurrir a la
comida pueden ser o bien para mitigar su sentimiento consciente de ira, o bien por causa de
un sentimiento inconsciente de ira. La diferencia radica en que, en el segundo caso, no son
conscientes de por qué comen y lo único que sienten es una fuerte compulsión por comer.
La ira, como el dolor, tiene una importante función, aunque ambas sean desoladoras.
El dolor es una señal de que algo está afectando a nuestro sistema físico y que puede ser
perjudicial para nuestro organismo. Si no existiera el dolor podríamos sufrir un ataque de
apendicitis o un infarto de miocardio y no darnos cuenta de la gravedad del asunto. Asimismo,
la ira es una señal de que algo va mal. En concreto significa que se está cometiendo una
injusticia. Nos podemos enfadar si vemos que se nos está tratando de manera injusta.
Podemos llegar a sentir enfado si vemos que se está cometiendo una injusticia con los
demás, aun cuando ese hecho no nos afecte de forma directa. Si no existiera la ira nos
quedaríamos impasibles frente a las atrocidades que se cometen contra los demás.
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La ira depende completamente de nuestros valores, de lo que consideramos que es
justo o injusto. Normalmente pensamos que una ofensa personal es injusta. Sin embargo, no
nos enfadamos con el dentista cuando nos hace daño, aunque ese hecho no nos guste. Así
pues, no es el dolor lo que nos hace sentir ira, sino la sensación de que se nos está haciendo
daño sin motivo. Si alguien nos pisa accidentalmente podemos reaccionar inicialmente de
forma airada ya que nos parece injusto que la persona no tuviera cuidado.
Cuando la ira es una reacción ante una verdadera injusticia puede ser constructiva,
puesto que nos motiva para corregir las cosas. Si nuestra escala de valores es errónea y
considerarnos como injustas cosas que son apropiadas, la ira puede ser destructiva. Por lo
tanto, debemos tener el juicio necesario para saber analizar nuestra ira antes de reaccionar.
Es más, incluso cuando la ira está justificada podemos reaccionar de una manera constructiva
o destructiva.
Existen varios niveles de ira. Con el fin de evitar las confusiones, vamos a definir los
términos, de modo que así seremos capaces de distinguir de qué fase de ira estamos
hablando.
Cuando nos hacen daño, nos ofenden o nos provocan, de alguna manera aparece un
sentimiento inicial de ira. Es una respuesta automática, casi un reflejo natural y se puede
hacer relativamente poco por evitarlo. Ya que no tenemos la opción de enfadarnos o no, nos
resulta imposible poder aplicar ningún valor moral. No podemos decir que sea un error sentir
inicialmente ira, como tampoco podemos decir que sea un error sentir dolor cuando nos
clavamos un objeto punzante. Utilizaremos el término «ira» para referirnos a ese primer
sentimiento reflejo.
Tenernos la opción de elegir nuestra manera de reaccionar ante esa primera reacción.
Podernos decidir mordernos la lengua y no reaccionar, o decir algo a cualquiera que nos
provoque, o gritar, o proferir insultos, o agredir físicamente. Existe una amplia gama de
posibles respuestas que van desde no reaccionar de ninguna manera hasta la violencia.
Utilizaremos el término «rabia»» para referirnos a la reacción que se tiene ante la ira. Existen
varios tipos de rabia que pueden oscilar desde la moderada a la intensa.
Después de sentir un primer sentimiento reflejo de ira, podemos reaccionar quitando
importancia al asunto o podemos guardarlo hasta que se presente el momento de tomarnos
una dulce venganza. También se puede elegir seguir enfadado y a eso se le puede asignar un
valor negativo. Utilizaremos el término «resentimiento» para referirnos a la persistencia de la
ira después de que ésta haya aparecido.
Hay que advertir que he dicho que se puede hacer relativamente poco por evitar el
sentimiento inicial de ira. Eso no es lo mismo que decir que no se puede hacer nada. Lo poco
que se puede hacer es ajustar nuestro termostato personal para ser un poco menos
susceptibles ante la provocación. Es como el grado de sensibilidad de nuestra piel. Es posible
que una persona no sienta demasiado dolor, si es que llega a sentir alguno, si se le pincha
con un objeto afilado en un área callosa, mientras que con sólo rozar levemente una zona
quemada por el sol se puede llegar a producir mucho dolor. Nuestro carácter puede variar
desde «calloso» hasta «quemado por el sol». Las personas que tienen una autoestima baja
son mucho más sensibles ante una ofensa que las que se sienten bien consigo mismas y, por
tanto, es más fácil provocar su enfado.
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También es comprensible que seamos más sensibles ante cómo algunos se comportan
con los demás. Si alguien de nuestra familia, especialmente si nos sentimos muy
dependientes de él, nos dice algo ofensivo nos afecta más que si eso mismo nos lo dijera un
extraño. Igualmente, nos sentimos mucho peor cuando reaccionamos con ira (rabia) frente
alguien cercano a nosotros que si lo hacemos frente a un extraño. Puesto que solemos tener
más contacto con los miembros de nuestra familia que con los extraños resulta obvio decir
que los conflictos producidos por las distintas fases de la ira son más comunes entre las
personas que más queremos.
Nos sentimos terriblemente ofendidos cuando nos vemos privados de algo que
merecemos. Si realizas tu trabajo de forma mediocre y no te ascienden, no te puedes ofender.
Sin embargo, puedes sentirte muy molesto si realizas tu trabajo de forma excelente y
observas que te dejan de lado. El sentimiento de ira tiene que ver con lo que creemos que nos
merecemos, y nos sentimos furiosos cuando se comete una injusticia con nosotros.
Así pues, si vemos que los demás parecen disfrutar de la vida mucho más que
nosotros y que poseen muchos más bienes materiales, podemos llegar a creer que el mundo
es injusto y enfadarnos con cierto tipo de personas, con la sociedad en su conjunto o con
Dios. La sensación de que la vida no es justa provoca a menudo que algunas personas
recurran a la comida.
Mucha gente ha crecido eón un fuerte concepto de justicia. No creo que esté
desengañando a nadie si digo que muchas de las cosas que ocurren en el mundo son
injustas. No hay nada justo en un maremoto, en una inundación o en un terremoto. No es
justo que una persona gane una enorme suma de dinero en la lotería mientras que los demás
no ganan nada. Aunque en algunas relaciones personales termos derecho a esperar al menos
un mínimo de justicia, debemos darnos cuenta también de que en el mundo suceden muchas
cosas inexplicables que no se rigen por el principio de justicia y, si no tenemos unas
expectativas ilusorias de la vida, no podemos sentir ira cuando sucede alguna de esas
«injusticias». El término «ilusorio» es, por supuesto, relativo. Sólo porque crearnos que algo
es perfectamente real no significa que todo el mundo vea las cosas de igual manera.
Grace nunca se había negado a prestar ayuda a su cuñada. Cuando Sandra y su
marido se iban de vacaciones, se había quedado muchas veces al cuidado de los niños. En
muchas ocasiones se había tomado muchas molestias por Sandra y todavía no se había
presentado la ocasión de que ésta le tuviera que devolver un favor, hasta que un día el suegro
de Grace enfermó gravemente y ésta quiso acompañar a su marido a visitarlo. Grace le pidió
a Sandra que cuidara de su hijo de cuatro años mientras estuviera fuera, pero Sandra dijo que
tenía otros compromisos. Grace se puso furiosa y aquella noche recurrió a la comida, algo
que nunca había hecho antes.
Grace no preguntó a Sandra cuáles eran sus «otros compromisos». Tal vez realmente
le resultaba imposible cuidar del hijo de Once. Puede que Sandra no fuera tan mala persona
como creía Grace. Ella estaba convencida de que todo lo que pensaba de Sandra era la
realidad, mientras que Sandra podría ver las cosas de forma totalmente contraria y,
posiblemente, con razón.
Una persona puede llegar a sentirse tan inferior y tan culpable que piensa que no se
merece nada y puede aceptar que se cometa injusticias con ella, ya que es lo que realmente
se merece. En estos casos, esa persona puede permitir que se le castigue y no sentir la ira
que debiera, ya que no es capaz de percibir que la situación es injusta. Se necesita realizar un
cuidadoso análisis para poder determinar lo que es justo y lo que no.
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Puesto que nuestros sentimientos pueden alterar nuestro concepto de justicia e
injusticia, es aconsejable solicitar una opinión objetiva e imparcial de alguien que sea ajeno al
asunto. Muchas veces nos resulta de gran ayuda discutir nuestros asuntos con un amigo o
con un sacerdote. Cuando ejercía como rabino ayudé a muchas personas que no se
esforzaban por mejorar su modo de vida, ya que pensaban que no se merecían nada mejor.
Las reacciones airadas se pueden manifestar de diversas maneras. Las noticias nos
hablan a menudo de personas que estaban tan desesperadas por haber perdido su trabajo
que enloquecieron y mataron a varios compañeros de su empresa. Este hecho es el resultado
de un nivel de sensibilidad psicótico, de una alteración grave del juicio y de una ausencia total
de capacidad para dominar sus impulsos. Mucho más lejano a esto se encuentra la persona
que recurre a la comida porque su jefe la ha insultado. Pero, por muy diferentes que sean los
dos comportamientos, ambos comparten la característica de que son respuestas incorrectas a
la sensación de ira.
Las emociones pueden alterar gravemente nuestro pensamiento y hacer que nos
alejemos de la realidad. El resentimiento en particular puede tener un efecto cegador y alterar
dicha realidad. Si estás resentido con alguien, nada de lo que esa persona haga te parecerá
correcto y puedes llegar a interpretar sus actos como un signo de hostilidad hacia ti. Las
alteraciones nos hacen creer que la otra persona nos está provocando, lo que hace que
aumente la sensación de ira y resentimiento.
(65)
Un toxicómano que ya había estado en prisión varias veces por delitos relacionados
con las drogas fue encarcelado de nuevo por haber atracado una farmacia. En esta ocasión
convencieron a su madre para que no pagara la fianza y finalmente ingresó en un centro de
rehabilitación. Cuando le preguntaron por qué estaba en la cárcel respondió: «Porque mi
madre no quiso contratar a un abogado para que me sacara de allí». Durante tres semanas
fue incapaz de darse cuenta de que lo habían detenido por apuntar a la cabeza de un
farmacéutico con una pistola. El rencor que le guardaba a su madre no le permitía ver la
realidad de su propio comportamiento.
Éstos son algunos de los argumentos que se pueden esgrimir cuando sentimos ira y
resentimiento:
— A menudo he sido tratado injustamente.
— No tendría tantos problemas si la gente me tratara mejor.
— No soporto que alguien me mienta.
— Me disgusta mucho que me ofendan.
— Debería castigarse a los que se comportan mal.
— Me enojo mucho cuando las cosas no salen como las planeé.
— Todo lo que me ocurre depende en gran parte de la suerte.
— Me han sucedido tantas cosas injustas en mi vida que nunca podré llegar a superarlas.
— No existe ninguna excusa que justifique romper una promesa.
— Si le tengo que pedir un favor a mi esposa/marido/hijo/amigo/pareja no merece la pena
tomarse la molestia de intentarlo.
— Si alguien me ofende de alguna manera tengo derecho a tomarme la revancha.
Extraído de Of Course You're Angry (Por supuesto que estás enojado), por Gayle
Rosellini y Mark Worden. Copyright © 1985 de Hazelden Foundation, Center City MN.
Reproducido con permiso.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 31
Hay varias maneras de controlar la ira y el resentimiento. La primera es no culpar a los
demás de que las cosas nos vayan mal. Debemos darnos cuenta de que la mayoría de las
veces nosotros tenemos la culpa de que las cosas vayan así. Por ejemplo, si una persona se
encuentra en el borde de un acantilado y es empujado por una ráfaga de viento podemos
enfadarnos con Dios por haberla producido, pero es evidente que cuando alguien se coloca
en el borde de un acantilado está en una posición muy vulnerable. Antes de culpar a los
demás debemos examinar en profundidad de qué manera hemos podido contribuir para que
se hubiera producido ese desafortunado incidente.
También debemos abandonar el argumento de que merecemos algo mejor y de que el
mundo debería regirse según el principio de justicia. Si tenemos unas expectativas realistas
es probable que no nos sintamos fácilmente decepcionados ni enfadados. Todos tenemos
que atender nuestros propios asuntos y debemos buscar nuestro propio beneficio, no el de los
demás. Sería realmente maravilloso que la gente fuera considerada y sacrificara sus propias
comodidades e intereses por los demás, pero es un error esperar que esto llegue ocurrir y
sentirse decepcionado porque esas expectativas no se cumplen.
Resulta más difícil aplicar este tipo de mentalidad con aquellos a los que amamos.
Esperamos que los maridos y las esposas, los hermanos y las hermanas, los padres y los
hijos sacrifiquen sus propios deseos por los de los demás, y así ocurre a menudo. Pero
incluso en estos casos, sería prudente rebajar nuestras expectativas y comprender que los
deseos de una persona pueden influir tanto en su pensamiento que no se dan cuenta de que
está siendo poco considerado. Si fuéramos sinceros con nosotros mismos, deberíamos
admitir que en muchas ocasiones ponemos nuestros intereses y deseos personales por
encima de los de aquellos a los que amamos, tal vez sin darnos cuenta de lo que hacemos.
Por ejemplo, un marido que ama a su esposa puede estar tan ocupado en un negocio que
olvide su aniversario de boda y por esa razón su mujer se sienta dolida e irritada, ya que lo
toma como una prueba de que no la ama. El marido puede estar arrepentido por haberlo
olvidado, pero lo cierto es que el interés por cerrar el negocio hizo que no recordara algo
realmente importante para él. Podemos entender por qué la mujer se siente dolida e irritada
pero su ira sería mucho menos intensa si comprendiera que su marido pudo haberse distraído
y que olvidarse de algo tan importante como es el aniversario de bodas no indica que ya no
exista amor.
Una buena regla en la vida es juzgara los demás del mismo modo que nos gustaría ser
juzgados. Si fuéramos francos y sinceros deberíamos reconocer que inconscientemente
nosotros también cometemos errores de omisión o de acción aunque no actuemos de mala fe.
Sería justo tener con los demás la misma comprensión que nos gustaría que tuvieran con
nosotros.
Es importante que la ira no conduzca a una respuesta automática y refleja. Como seres
inteligentes que somos nuestro comportamiento debería procesarse a través de los niveles
superiores del intelecto y someterse a una reflexión crítica y racional en lugar de permitir que
provenga de los niveles inferiores del cerebro, aquellos que tenemos en común con los
animales. La costumbre de contar hasta diez antes de reaccionar es realmente acertada, pero
no es suficiente con sólo dejar que pasen los segundos. Durante ese tiempo debemos intentar
averiguar los motivos por los que nos sentimos airados. ¿Por qué estoy en realidad enfadado?
¿Qué pretendo lograr con mi reacción? La creencia de que descargar nuestra ira gritando o
arrojando objetos ayuda a que esta desaparezca no es, en absoluto, cierta. En realidad ese
tipo de reacciones intensifican la ira y nos dan otra razón más para arrepentirnos por nuestro
comportamiento irracional y para sentirnos culpables por ello.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 32
Me he dado cuenta de que la ira a menudo aparece cuando sentimos que se ha
cometido una injusticia. Si nos enfadamos con nosotros mismos es porque vemos que no
hemos sido justos. Enfadarse con uno mismo es una sensación idéntica a sentirse culpable.
Si comparásemos el sentimiento de culpa con el dolor físico deberíamos observar que,
del mismo modo que existe un cierto tipo de dolor que se produce por causas desconocidas,
también puede existir un sentimiento de culpa que se presente sin ningún motivo aparente.
Este tipo de sentimiento de culpa es patológico y una de sus características es que no se
puede remediar con ninguno de los métodos que se emplean para tratar el sentimiento de
culpa común. Ni la confesión, ni la rectificación, ni la penitencia pueden eliminar el sentimiento
de culpa patológico sino que, por lo general, requiere de un tratamiento psicológico o
psiquiátrico. La gente que sufre depresión crónica suele tener un profundo sentimiento de
culpa y a veces se obsesionan con que han cometido algún «pecado imperdonable». Al
realizar un detallado análisis de su caso se revela que en realidad no existe ningún motivo que
justifique ese sentimiento de culpa. Cuando se mitiga, la depresión, ya sea por medio de
antidepresivos o. de psicoterapia o por medio de ambos, ese sentimiento desaparece.
La reacción a la ira puede ser constructiva o destructiva. Si verdaderamente se ha
cometido una injusticia y expresamos nuestro rechazo de la manera apropiada, podemos
hacer que las partes implicadas se den cuenta de su conducta. Esto puede llevar a que
rectifiquen su comportamiento injusto. Si reaccionamos con furia estamos minando el efecto
persuasivo de la comunicación y no logramos nada.
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Una vez traté a un ejecutivo que padecía un dolor en el pecho provocado por la
ansiedad. Descubrí que en la oficina se comportaba como un tirano y que aterrorizaba a sus
empleados con sus ataques de ira cuando las cosas no salían como quería. Le indiqué que
cuando se dirigía a ellos la esencia de su mensaje era probablemente válida, pero que la
mayor parte de su contenido se perdía porque sus empleados se ponían a la defensiva
cuando les gritaba y por eso no le prestaban atención. Mediante las técnicas de relajación fue
capaz de controlar su furia, y sus relaciones en la oficina fueron mucho más productivas. Una
vez llamé a su oficina para cambiar una cita y su secretaria me dijo: «Por favor, sigue
aplicándole la terapia. Estamos avanzando más que nunca y trabajar con él es un placer».
Es importante conseguir unos niveles de comunicación adecuados para poder
relacionarse con uno mismo y con los demás. Si nos sentimos molestos por algo que hemos
hecho y lo podemos examinar con calma seremos capaces de descubrir por qué nos hemos
equivocado, qué factores lo han motivado y qué hacer para no volver a cometerlo. Si ante
nuestros errores reaccionarnos con rabia podemos llegar a sentirnos tan agotados que
seremos incapaces de analizar lo que hicimos y por qué lo hicimos, por lo que es probable
que volvamos a incurrir en el mismo error y que nos sintamos cada vez más enfadados con
nosotros mismos.
Recuerda que la rabia es una reacción a la ira. Si recurres a la comida para calmar tu
ira estás actuando inducido por la rabia. Visto de esta manera, el comer, incluso de forma
tranquila y serena se puede considerar como una reacción de rabia y siempre resulta
contraproducente mitigar la ira inicial. Ahora añade la ira al apetito compulsivo y te verás
atrapado en un círculo vicioso.
Hay momentos en los que nos enfadarnos por las injusticias que se cometen, ya sea
con nosotros o con los demás. Si somos capaces de no actuar de manera refleja ante esa
rabia, podremos imponer nuestro mejor juicio y, por tanto, responderemos de manera
constructiva. La causa más común que produce una reacción inadecuada, ya sea rabia o mal
humor, es el orgullo herido. Tener un ego demasiado sensible puede alterar nuestro juicio.
Hace muchos años acepté un trabajo asistiendo a mi padre en sus tareas de rabino.
Era joven, había leído muchos libros, pero no tenía experiencia. La primera vez que tuve que
oficiar en un funeral mi padre me preguntó si había preparado el panegírico. Respondí
afirmativamente. «¿Te gustaría repasarlo conmigo?», preguntó.
Sentí que enrojecía. Mi sensación era: «No. Definitivamente no me gustaría repasarlo
contigo. Si no confías en mí no deberías haberme aceptado como ayudante. Si crees que soy
capaz de hacer bien mi trabajo no tienes por qué asegurarte de que mi panegírico es bueno».
Por fortuna dije: «Hice una copia y la dejé en casa. Si quieres voy a buscarla (aunque
en realidad la tenía en mi bolsillo)». «Por favor, hazlo», dijo mi padre.
Fui a casa y le conté a mi mujer lo enfadado que estaba porque mi padre no confiaba
en mí. Ella dijo: «No seas tonto. Puedes aprender a base de cometer errores o gracias a los
consejos de alguien que tenga experiencia. Puede que tu padre piense que todavía tienes
muchas cosas que aprender porque eres nuevo en el oficio, pero eso no significa que no
confíe en ti».
Mi esposa, por supuesto, tenía razón y comprendí las ventajas de que los demás te
enseñen a realizar una tarea en lugar de aprender a base de cometer errores. Mi
resentimiento se mitigó en gran medida, pero si no hubiera sido por las palabras tan acertadas
de mi esposa todavía hoy me sentiría dolido y lo tomaría como una señal de desconfianza
hacia mí. ¡Menudo ego!
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 34
Cuando leí el panegírico a mi padre, me indicó que había ciertas desavenencias entre
los miembros de la familia del difunto y que algunas de las cosas que pensaba decir podrían
ser malinterpretadas y, por tanto, podrían llegar a ofenderse. Me aconsejó que suprimiera una
frase, cosa que desde luego hice.
Éste es un ejemplo de lo susceptible que es el orgullo y de los problemas que puede
acarrear. Mi padre estaba siendo cariñoso y amable, intentaba ayudarme para evitar que
cometiera un error, pero mi respuesta fue expresar resentimiento en lugar de gratitud.
Solamente cuando maduré llegué a apreciar sus consejos.
¡Resentimiento en lugar de gratitud! Por muy absurdo que suene es la pura realidad.
Algunas reacciones airadas que nos empujan a abrir el frigorífico tienen su origen en la
incapacidad por parte de algunas personas de aceptar un consejo útil.
El ego humano aparece en una edad muy temprana y hasta los niños poseen un
sentido del orgullo que guardan celosamente. Si alguna vez has pedido a un niño que dijera
«lo siento» habrás podido comprobar que, a menudo, oponen una férrea resistencia. El niño
puede estar preparado para hacer cualquier cosa excepto para pedir perdón. ¿Por qué?
Porque, para ellos, admitir que se han equivocado es un insulto a su ego y los niños, al igual
que los rabinos adultos, no suelen estar dispuestos a admitir su error.
Aferrarse a los resentimientos significa desaprobarse a uno mismo. Después de todo,
la persona con la que estamos resentidos no se ve afectada negativamente por cómo nos
sentimos hacia ella. Somos nosotros los que sufrimos al seguir sintiendo ira, ya que puede
producirnos migrañas, subidas de tensión, úlceras y, por supuesto, apetito compulsivo. ¿Por
qué nos castigamos a nosotros mismos cuando es la otra persona la que ha sido injusta con
nosotros? Como alguien afirmó acertadamente: «Aferrarse a los resentimientos es como dejar
que alguien que no te gusta viva gratis dentro de ti».
Como podemos ver, la ira procede de fuentes muy diversas y se expresa por medio de
una reacción hostil ante una clara injusticia. Una persona que reacciona comiendo cuando
siente ira desarrolla con más facilidad los mecanismos que llevan a comer compulsivamente.
9. Las relaciones
En algunos artículos o en la televisión nos encontramos a menudo con afirmaciones
como «La comida se compara con el amor» o «La comida se ha convertido en el sustituto de
las relaciones». Parece haber un acuerdo universal sobre este punto. Veamos por qué puede
ser así.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 37
En prácticamente todos los casos de apetito compulsivo existe un elemento de
soledad. La soledad puede ser casi completa, como cuando un comedor compulsivo se
recluye dentro de su envoltura, o puede ser selectiva. La persona se puede relacionar con los
demás en el trabajo o socialmente, pero huye de la intimidad.
Es fácil entender por qué sucede esto. Si eres un comedor compulsivo no dispones de
tiempo para entablar relaciones, ya que estás demasiado concentrado en luchar contra tu
impulso o en ceder a él. Todo el tiempo y la energía que podrías aprovechar para entablar
relaciones serias lo has consumido en enfrentarte a tu compulsión. Por ejemplo, puedes
emplear más tiempo del necesario en comprar comida, o viendo programas de cocina, o
coleccionando recetas o simplemente imaginando comidas. Cuando estás en una boda o en
cualquier otro tipo de celebración puede que pases demasiado tiempo en la mesa donde está
el bufé y, como te sientes culpable por todo lo que estás comiendo, es posible que cojas tu
plato y te retires a una esquina donde puedas comer sin ser visto. Por otro lado, si te resistes
a ceder al impulso de comer puedes sentirse ansioso, tenso, malhumorado y frustrado, y eso
hace que no te veas con el ánimo suficiente para entablar relaciones sociales amistosas. Si
acudes a una fiesta en plena fase de abstinencia puedes llegar a sentirte enfadado contigo
mismo porque no eres capaz de divertirte como la gente normal. En cualquier caso, ya sea
luchando contra el impulso o cediendo a él, el apetito compulsivo reduce nuestra capacidad
de relacionarnos con los demás.
Si padeces sobrepeso o si eres consciente de que pesas un poco más de lo que
debieras, no hace falta decir que puedes sentirte avergonzado o violento y que desearías
evitar que los demás te vieran.
Aunque el concepto del verdadero yo frente al falso yo está relacionado principalmente
con el carácter y la personalidad, cada persona tiene también un concepto físico de sí misma
que, al igual que el concepto de la propia personalidad, puede ser verdadero o falso. Como ya
indiqué anteriormente, la percepción que tenemos de nosotros mismos es muy real.
Normalmente no cuestionamos nuestras percepciones sensoriales. Simplemente vivimos cada
día con la convicción de que lo que vemos, oímos y sentimos es auténtico. Del mismo modo,
asumimos que lo que vemos, oímos y sentimos es lo mismo que experimentan todas y cada
una de las personas que están expuestas a los mismos estímulos.
Por lo que se refiere a la imagen que tenemos de nosotros mismos no existe ninguna
diferencia. Si piensas de ti mismo que eres gordo y desagradable llegas a la conclusión de
que todo el mundo te ve de la misma manera. Esto puede incluso hacerte caer en un grave
error. Si te sientes gordo, aunque sólo estés tres kilos por encima de tu peso deseado, puedes
creer que todo el mundo te ve como una persona obesa, aunque realmente piensen que estás
bien proporcionado. La imagen que tenemos de nosotros mismos puede ser completamente
errónea hasta el punto de llegar a pensar que estamos obesos incluso cuando tengamos un
peso ideal. En los casos de anorexia, las jóvenes se ven en el espejo y cuentan las marcas de
sus costillas mientras piensan que padecen sobrepeso y que necesitan perder más kilos.
En la mayoría de las relaciones sociales a la gente le trae sin cuidado la talla de ropa
que uses y están encantados de relacionarse con los demás, sin importarles si pesan
dieciocho kilos de más o si están en los huesos. Aunque ésa es la realidad, tú no lo ves así y,
desde tu punto de vista, la auténtica impresión es la tuya. Si piensas que eres grotesco
creerás que los demás te ven del mismo modo. Como a nadie le gusta que los demás piensen
de ellos de forma negativa, la persona que está obsesionada con su peso puede evitar
relacionarse con los demás.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 38
Las relaciones sanas de cualquier tipo se basan en un intercambio mutuo: las dos
partes dan y reciben. En una relación sana el intercambio no siempre es equitativo ni tiene por
qué serio. Una parte puede dar algo más que la otra, pero no de forma excesiva. Si cada parte
fuera sólo donante o sólo receptora la relación sería inestable, estaría desequilibrada y, por lo
general, fracasaría. La relación que tenemos con la comida está, por supuesto,
desequilibrada. Solamente recibimos y no nos exige nada a cambio. La comida nos
proporciona un placer sin condiciones. La única razón por la que esta relación puede perdurar
indefinidamente es porque la comida no puede abandonarnos.
Los comedores compulsivos son en su mayoría gente con emociones extremas y así te
lo reconocen. Tal y como una señora confesó oportunamente: «Amo apasionadamente, odio
apasionadamente, trabajo apasionadamente y juego apasionadamente». Suelen ser personas
muy sensibles y tienden a reaccionar bruscamente ante cualquier estímulo.
Ser hipersensible no es ninguna bendición. Recuerdo cuando compramos nuestro
primer equipo de alta fidelidad. El anterior que teníamos no sonaba demasiado bien pero, por
otra parte, tampoco tenía la obligación de caminar de puntillas para evitar que la aguja saltara,
que es lo que ocurría con el nuevo aparato. El nuevo equipo era, en realidad, mucho más
sensible, pero había que tratarlo con más delicadeza.
Mucha gente reacciona ante los estímulos con moderación. Por supuesto que también
se conmueven por situaciones que evocan una respuesta intensa. Los comedores
compulsivos, por contra, reaccionan con respuestas emocionales intensas ante cosas que son
relativamente insignificantes y se sienten dolidos con facilidad.
He observado que el apetito compulsivo puede provocarse por un intento de aliviar un
malestar emocional. ¿Por cuánto tiempo puede alguien soportar un malestar antes de buscar
la manera de aliviarlo? Existe mucha variedad en este punto. De igual modo que algunas
personas pueden tolerar el dolor físico y soportar las perforaciones que realiza el dentista sin
apenas hacer una mueca, otros insisten en que se les aplique la anestesia local antes de que
el dentista se atreva a tocarlos porque no soportan el menor dolor. La variedad en la
tolerancia al malestar emocional es similar. Algunos pueden aguantar la angustia
perfectamente, mientras que otros apenas pueden soportar un revés. La gente que puede
resistir el dolor emocional es menos propensa a recurrir a la comida para aliviarlo.
Mildred era una graduada que padecía bulimia. Le pregunté si había alguna cosa
específica que la empujara a comer excesivamente. «Oh, sí», dijo. «En cuanto alguien me
mira de mala manera me voy a por chocolate. Si mi novio no fuera tan apasionado, me
hartaría de comida.. Pero, entonces, tengo miedo de no gustarle si estoy gorda y por eso
vomito.»
La hipersensibilidad emocional y las reacciones intensas impiden que la relación sea
llevadera. No resulta fácil relacionarse con una persona que ante un comentario inocente
reacciona bruscamente con un arranque de ira o rompiendo a llorar. Nadie quiere una relación
donde uno de los miembros evita constantemente decir algo por temor a que su pareja se lo
tome por el lado personal. Además, las personas que por su sensibilidad se sienten fácilmente
heridos pueden llegar a rehuir cualquier tipo de relación con los demás. Es como si alguien
sufriera insolación y evitara entrar en un ascensor con mucha gente, ya que un leve contacto
les causaría mucho dolor.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 39
Si a esta hipersensibilidad emocional le añadirnos la preocupación que nos causa el
concepto que tenemos de nosotros mismos y la previsión al ridículo, comprenderemos por
qué los comedores compulsivos evitan entablar cualquier tipo de relación.
Ya comenté el hecho de que la relación que se establece con la comida puede ser
indefinida puesto que la comida no tiene la opción de abandonarnos. Si te relacionas con los
demás de la misma forma que lo haces con la comida, «devorándola» materialmente, tu
pareja podría llegar a romper esa relación.
Los comedores compulsivos tienden a convertirse en seres excesivamente
dependientes de los demás y esto puede crear una gran tensión en la relación. A la gente le
gusta hacer cosas por los demás, pero cuando la demanda es constante y se adoptan
posturas extremas o inflexibles, la carga puede resultar demasiado pesada como para poder
soportarla.
Yvonne era una mujer de treinta y seis años que vivía con su madre. Aunque era muy
eficiente en su trabajo, cuando estaba en casa dependía totalmente de ella. Su madre hacía
todas las tareas del hogar, lavaba la ropa y hacía la compra. Cuando Yvonne tenía que ir al
médico o al dentista era su madre la que concertaba las citas, le recordaba que tenía que
hacer la revisión del coche y le preparaba todos los papeles de su declaración de la renta. Su
madre se quejaba de que le resultaba demasiado pesado tener que cuidar de Yvonne como si
fuera una niña. Yvonne era una persona excesivamente dependiente y su madre alentaba esa
dependencia al realizar todas las cosas que debería hacer ella. Su madre era también la que
cocinaba todas esa deliciosas pastas que llevaron a Yvonne a padecer sobrepeso.
En el otro extremo nos encontramos al comedor compulsivo que intenta controlar a los
demás manipulándolos. A nadie le gusta que le manipulen. En una relación sana existe una
correcta interdependencia, en la que ningún miembro presiona a su pareja con unas
exigencias, desmesuradas y ninguno intenta controlar al otro.
Las reacciones emocionales de los comedores compulsivos son, en cierto modo,
parecidas a las de los niños. Para un niño, cualquier deseo que le sobrevenga en un momento
dado se convierte en un asunto de vital importancia para él. Se echan a llorar por algo que, a
ojos de un adulto, puede resultar completamente trivial. Los niños son razonablemente
dependientes de sus padres pero esta dependencia es perfectamente tolerable porque
sabemos que al llegar a cierta edad desaparecerá. Los padres esperan que el niño finalmente
se convierta en un ser independiente. Los niños también manipulan a sus padres pero esto,
en cierto modo, también es algo soportable porque con el tiempo perderán esta costumbre.
Además, el amor que sienten los padres por sus hijos hace que los problemas y la tensión que
conlleva su educación se puedan soportar con más facilidad.
Las reacciones juveniles de los comedores compulsivos pueden originarse por un
desarrollo incorrecto. Una mujer alcohólica que estaba a punto de ser dada de alta en el
hospital me hizo una revelación. Me dijo: «Empecé a beber a los quince años y como
consecuencia de ello mi desarrollo emocional se paró en ese punto. Ahora tengo treinta y
siete años y vivo con mi hija de diecisiete. Es terrible pensar que tengo que ejercer de madre
con una persona que emocionalmente es un año mayor que yo».
La madurez emocional no se desarrolla con la edad cronológica sino que se adquiere
adaptándose a las diferentes situaciones que se presentan en la vida y superando los retos.
Algunos de esos retos se superan a los diez años, otros a los quince, otros a los veinte y así
sucesivamente. Si en lugar de enfrentarnos .a ellos a la edad apropiada los evitamos,
estamos frenando nuestra madurez emocional.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 40
Independientemente del método de escape que se use —alcohol, comida, drogas,
sexo o simple indolencia—, la madurez cronológica de un adulto puede quedarse estancada
en un nivel emocional juvenil y esto es algo que sucede a menudo con muchos comedores
compulsivos.
Conozco de primera mano que los niños, y también los adultos, se evaden de los retos
que les abruman. Cuando tenía diez años tenía miedo de un niño de mi colegio que me usaba
como su saco de boxeo. Se lo conté a mi madre y ella fue a regañarlo pero eso no hizo que
cambiaran las cosas. Yo era un buen estudiante y me gustaba ir a clase pero no disfrutaba
cuando me pegaban.
Un otoño, al principio de quinto curso, contraje la fiebre del heno y el médico me recetó
un tratamiento que me dejaba aturdido las veinticuatro horas del día. Mi padre, que no era en
absoluto hipocondríaco pero que tenía miedo de que llegara a contagiar a alguien, llamó a dos
médicos para que me examinaran y uno de ellos dijo que había detectado un soplo en el
corazón. Mi padre se asustó mucho, aunque el soplo no era realmente importante y nunca me
había ocasionado ningún problema. Sin embargo, todo aquello me vino como anillo al dedo.
Estaba enfermo, tenía un problema de corazón y no podía ir a la escuela. Me las arreglé para
usar el soplo en el corazón como excusa para quedarme en casa y no ir al colegio durante
cuatro meses. Vino un tutor a mi casa y de ese modo conseguí ponerme a salvo de aquel
matón. Me hicieron frecuentes revisiones y me aplicaron fluoroscopia suficiente como para
matar de radiación a toda la ciudad.
Pasados cuatro meses, el cardiólogo decidió que ya me había recuperado y que podía
volver a la escuela. Yo me negué. Entonces mis padres hicieron los trámites para cambiarme
de colegio. Había utilizado mi enfermedad como vía de escape y como herramienta para
manipular a mi familia.
Mirándolo ahora, me alegro de que me cambiaran de escuela. Si hubiera seguido allí,
bajo la constante amenaza de ese chico, podría perfectamente haber desarrollado el
problema de corazón ya que un simple incidente habría acelerado la enfermedad. La excesiva
preocupación de mi padre hizo que se volviera codependiente y eso podía haberme
convertido en un enfermo cardíaco. Es necesario hacer una cuidadosa reflexión para poder
discernir cuándo hay que afrontar los retos y cuándo hay que apartarse de las situaciones que
crean excesivo estrés. Ésta es una de las asignaturas más difíciles de la vida.
Si nos acostumbramos a escapar de los problemas y no los afrontamos según el
comportamiento propio de nuestra edad perderemos la materia prima con la que se modela la
madurez emocional. Deberíamos ser conscientes de que, si adoptamos tendencias escapistas
ante los problemas, nos quedará mucho trabajo por hacer en cuestión de crecimiento
emocional. Refugiarnos en la última dieta milagrosa no va a ayudarnos a conseguir esa
madurez y sin ella no se puede esperar tener unas relaciones sanas.
Un comedor compulsivo mal aconsejado puede pensar que su manera de ser se debe
a la forma en que los demás le tratan. Su pareja, su hijo, cualquier miembro de su familia, su
jefe... todo el mundo tiene la culpa.
Ser una víctima puede tener sus compensaciones, aunque éstas son recompensas de
tipo patológico. Existe una especie de placer que consiste en sumergirse en la tristeza y
compadecerse de uno mismo.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 48
17. La bulimia
Al igual que otros muchos profesionales de la salud mental, cuando comencé a ejercer
como psiquiatra no tuve conocimiento de la existencia de este estado. Mi preparación médica
y psiquiátrica comenzó a desarrollarse en los años cincuenta y sesenta y el diagnóstico de
bulimia no apareció en la nomenclatura de la psiquiatría hasta 1980.
En 1977 una joven ingresó en el hospital para ser tratada de una depresión. Era una
estudiante de tercer curso de medicina que había destacado en sus dos primeros años pero
que ese curso iba muy mal por causa de sus continuos ingresos en el hospital con unos
síntomas que desconcertaban a los médicos del University Medical Center.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 58
Cada cierto tiempo padecía graves inflamaciones en sus tobillos y se le hinchaba el
abdomen, además de sufrir una profunda debilidad e, incluso, confusión. Se sometió a los
más rigurosos tratamientos. Lo único que le encontraron fue un desequilibrio mineral en la
sangre, pero nadie fue capaz de explicar el motivo de ese desorden. Se sospechaba que
tenía algún mal «silencioso» en alguna parte o tal vez alguna enfermedad como el lupus
eritematoso o alguna infección vírica extraña pero, a pesar de todas las exploraciones que se
le practicaron y del tratamiento dé los especialistas más destacados, no se pudo encontrar
nada. Su incapacidad para afrontar el curso hizo que su depresión aumentara cada vez más y
finalmente fue internada en un hospital psiquiátrico tras un intento de suicidio.
Tras pasar varios días en el hospital me confesó que tenía la extraña costumbre de
comer mucho y de ingerir después grandes cantidades de laxantes —tal vez treinta o cuarenta
tabletas al día— y varios diuréticos para que le produjeran diarrea y pérdida de fluidos con el
fin de perder peso. Estaba terriblemente avergonzada de su conducta y afirmó que debería
estar «loca» para hacer todo eso, pero que no podía evitarlo. Me dijo que no tenía dinero para
comprar laxantes y que los había robado de la farmacia.
Esta joven era muy brillante y parecía ser una persona perfectamente normal. No era
capaz de explicar su comportamiento y sólo podía decir que le aterraba estar gorda. Aunque
su peso era el ideal para su edad, ella se consideraba obesa. Describió al detalle cómo intentó
desesperadamente dejar de comer tanto y de ingerir laxantes y cómo a menudo se echaba a
llorar por su incapacidad para conseguido. Aunque ella sabía perfectamente que sus síntomas
se debían a las excesivas purgas con laxantes y diuréticos, siguió exponiéndose a costosos y
arriesgados exámenes médicos en el hospital ya que no había forma de que explicara lo que
estaba haciendo. «Sabía que pensarían que estaba loca y que me recluirían en un hospital
psiquiátrico, y al fin y al cabo es donde he acabado.» Estaba convencida de que era la única
persona en el mundo que se comportaba de una forma tan extraña y estaba terriblemente
avergonzada por ello.
En los años siguientes, comenzaron a aparecer en los libros médicos informes sobre
casos similares y finalmente se le asignó un nombre y pasó a ocupar un lugar en la
nomenclatura psiquiátrica: bulimia.
Asignar un nombre a esa condición fue un importante paso adelante ya que con ello la
gente comenzó a prestarle atención, aunque hoy en día aún no tenemos un total conocimiento
de la enfermedad. Se han producido grandes progresos al describirla en sus distintas
variedades y ya existen algunos tratamientos efectivos. También han aparecido algunas
teorías que intentan explicar el origen de la enfermedad pero ninguna se ha establecido con
firmeza.
Sin embargo lo que sí sabernos de la bulimia es que se asocia principalmente al
género femenino y que en la mayoría de los casos la padecen las jóvenes y las mujeres.
Normalmente aparece hacia la mitad y el final de la adolescencia y, por término medio, la
afectada suele tardar unos seis años en buscar ayuda.
El rasgo característico que siempre presentan las mujeres afectadas de bulimia es la
preocupación obsesiva por el peso, un intenso deseo por estar delgadas y la certeza de que
están demasiado gordas. Esta creencia persiste aunque la afectada esté en su peso ideal e,
incluso, por debajo del mismo. En todos los casos la enferma come de manera excesiva,
aunque puede haber diferentes puntos de vista sobre lo que se considera comer
excesivamente, y después practica algún tipo de técnica con el fin deshacer los efectos de la
comida provocándose vómitos, purgándose con laxantes y/o diuréticos, ayunando o haciendo
ejercicio.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 59
Otra característica típica de la mujer que padece bulimia es que tiene una profunda
sensación de vergüenza y/o culpa asociada con su comportamiento. Llega al extremo de
impedir que sus familiares y amigos descubran su manera de obrar y su necesidad por
ocultarlo muchas veces les conduce al retiro y la soledad. Su apetito compulsivo siempre lo
mitigan en privado, lo que sin duda afecta a sus relaciones sociales. Puede que no sea capaz
de comer delante de sus amigos ya que se avergüenza de sus hábitos alimenticios. El miedo
a ser descubierta le lleva a mentir y no es extraño que incluso llegue a robar comida cuando
no puede comprarla.
La vida de estas mujeres está completamente controlada por las diferentes
características de este estado. La mayor parte del día lo emplean en pensar en la comida, en
lo que van a comer, en la cantidad que deberían tomar y en planificar una dieta. Tienen que
pensar en la manera de explicar a sus padres o a su marido por qué no comen o por qué
pasan tanto tiempo en el cuarto de baño o por qué gastan tanto dinero en comida. La
comunicación se deteriora debido a su actitud defensiva y a su imperiosa necesidad de
esconder la verdad a todo el mundo. La afectada llega a estar convencida de que si su marido
descubriera su «locura» se divorciaría de ella con toda seguridad.
Algunas mujeres que padecen bulimia desean quedarse embarazadas, ya que está
completamente aceptada la creencia de que, las mujeres embarazadas tienen unas
costumbres alimenticias muy extrañas y así pueden usar su embarazo para justificar su
comportamiento. Una mujer me contó que todos los años se quedaba embarazada y que
utilizó esa técnica durante cinco arios consecutivos. En cada embarazo ganaba más de nueve
kilos, llegando finalmente a sobrepasar los 118 kilos. Para ella era un consuelo poder comer
todo lo que quisiera sin tener que expulsarlo después, ya que todo el mundo creyó que su
peso se debía a los efectos del embarazo.
Los bulímicos tienden a abusar de los aperitivos y de los postres como los helados, los
pasteles y los refrescos. El momento preferido para comer suele variar aunque normalmente
lo llevan a cabo por las mañanas, excepto aquellas mujeres que ayunan durante varios días
para poder perder peso.
La mujer bulímica puede entregarse completamente a su trabajo, donde suele realizar
una labor excelente. Muchas son perfeccionistas y extremadamente eficientes. Existe un
fuerte contraste entre el cuidadoso control que demuestran en su trabajo y la completa falta de
dominio en su vida personal. Estas mujeres tienen una carrera profesional brillante y sus
calificaciones académicas son excelentes.
Considero que el papel de la autoestima en la génesis de la bulimia es sumamente
importante. La cultura occidental idealiza la delgadez y admira a las mujeres que poseen una
figura espléndida estableciendo así una relación entre lo gordo y lo feo. Hay un mecanismo
psicológico de «concretización», en el que una persona representa y traduce un sentimiento
sobre sí mismo en una imagen concreta de dicho sentimiento.
Por ejemplo, una mujer que padecía una profunda depresión fue internada en el
hospital psiquiátrico después de haber intentado suicidarse. La razón que esgrimió para
explicar su intento de suicidio era que sus padres se negaron a comprarle unas lentillas
coloreadas. Con esas lentes podría cambiar el color de sus ojos, de modo que así no se
sentiría tan poco atractiva.
Sin embargo, esta joven era en realidad muy atractiva. Me enteré de que un año antes
se había sometido a una operación de cirugía estética para disminuir el tamaño de su nariz.
Le pedí a su familia que me trajera fotografías de la joven antes de la operación y, como
sospechaba, éstas revelaron que su nariz no tenía nada que resultara poco atractivo.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 60
Le pregunté a su familia por qué dejaron que se sometiera a una operación a todas
luces innecesaria. Ellos me respondieron: «Verás, si hubieras estado en nuestro lugar habrías
hecho lo mismo. Día y noche la escuchábamos quejarse de que si no salía de casa era por
culpa de su nariz y que ningún chico se interesaría jamás por ella. Lo repetía durante horas, a
veces llorando amargamente, y afirmaba que si realmente la queríamos deberíamos darle el
dinero para que se pudiera operar.
»Finalmente la llevamos a un cirujano plástico pero éste se negó a operarla porque no
veía nada extraño en su nariz. Consultamos a otros tres cirujanos y todos la rechazaron por la
misma razón. Finalmente encontró a un doctor ávido de dinero que aceptó operarla tras tener
que pagar una importante suma por adelantado».
Ella estaba encantada con los resultados de la operación y durante varios meses la
paz y la tranquilidad reinaron en su casa. Le dijeron que la hinchazón de los tejidos tardaría
unos meses en remitir pero, una vez transcurrido ese tiempo, estaba segura de que sería
atractiva.
Varios meses después, empezó con los ojos. Insistía en que no le gustaba el color y
que por eso no era una mujer atractiva. Era una repetición de su obsesión por la nariz.
Cuando sus padres se negaron a comprarle unas lentes de contacto coloreadas se cortó las
venas.
Esta joven se sentía poco atractiva como persona y proyectaba este sentimiento hacia
su cuerpo, como si dijera: « No soy fea como persona, sino que lo que es feo es mi cuerpo y
eso sí que se puede cambiar». Cualquier cambio en su cuerpo, como la operación de cirugía
estética, tan sólo haría que su atención se desviara hacia otra parte del mismo.
Esto es lo que, en esencia, sucede con la bulimia. El hecho objetivo, y esto lo puede
asegurar cualquiera, es que esas mujeres no son obesas. Tienen el peso ideal o tal vez
menos, pero la imagen que tienen de su cuerpo es que es gordo y feo. La imagen que tienen
de su cuerpo es una falsa impresión. Tal y como sabrá cualquiera que haya intentado
convencer a una persona de que su impresión está equivocada, ninguna discusión o
conversación razonada les hará cambiar de opinión. De igual modo, las personas que
padecen bulimia no aceptan que nadie les asegure que no están gordas. Saben positivamente
que padecen sobrepeso y que deben adelgazar. Cuando hayan adelgazado lo suficiente
recuperarán su autoestima, pero no antes. La imagen equivocada que tienen de su cuerpo y
la convicción de que están gordas pueden explicar las medidas drásticas que toman para
perder peso.
No existe ninguna razón que explique de manera satisfactoria su obsesión por la
comida. Los bulímicos afirman que la comida alivia su ansiedad y su estrés o cualquier otro
sentimiento desagradable, ya que cuando comen «normalmente» no se sienten aliviados en
absoluto. Las causas por las que recurren a la comida no deben ser diferentes a las de los
comedores compulsivos no bulímicos, excepto en que los resultados son mucho más
dramáticos. Pueden llegar a ingerir grandes cantidades de comida en un corto espacio de
tiempo. Se ha comparado su falta de control en la alimentación con el hábito de beber de
algunos alcohólicos que no son capaces de parar en cuanto han tomado el primer trago. De
hecho, las coincidencias que existen entre la bulimia y el alcoholismo han llevado a los
expertos a considerarla como un trastorno de tipo aditivo.
En todos los bulímicos, sin excepción, se observa una autoestima muy baja. Un estudio
meticuloso de la materia revela que en la mayoría de los casos la baja autoestima se presenta
mucho antes de que aparezcan los primeros síntomas de bulimia.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 61
Por supuesto, la comida y las purgas, el aislamiento social y el sentimiento de
vergüenza y de culpa la intensifican en gran medida. Es fundamental corregir la autoestima,
independientemente de su causa, ya que puede ser el factor más importante para superar la
bulimia y para poder seguir el proceso de recuperación. Ya he comentado que la baja
autoestima es el resultado de un falso yo negativo. Por eso resulta de vital importancia
corregir la autoimagen y obtener una conciencia válida de uno mismo para poder recuperarse
de la bulimia.
18. La depresión
Recientemente, se han realizado informes sobre comedores compulsivos que han sido
tratados con éxito por medio de antidepresivos. Ya comenté en capítulos anteriores que
intentar controlar el peso por medio de la medicación suele dar como resultado un éxito a
corto plazo y un fracaso a la larga. También hablé del riesgo de caer en la adicción que se
presenta. ¿De qué sirve usar antidepresivos para tratar un trastorno alimenticio?
Hay algunos casos en los que un antidepresivo puede haber sido efectivo a algún
paciente, pero sólo representa a una pequeña minoría de todos los casos de apetito
compulsivo. De hecho, uno de los problemas que entraña la prescripción de antidepresivos
para curar la depresión es que puede hacer que los pacientes ganen kilos, desarrollando así
problemas con el peso aunque nunca los hayan tenido anteriormente.
Muchas personas que sufren de lo que se conoce como «depresión clínica» pierden el
apetito y consecuentemente pierden peso. Cuando los antidepresivos devuelven el apetito al
paciente, éste recupera el peso perdido. Por tanto, la pregunta lógica sería: si los
antidepresivos hacen que se recupere el apetito, ¿cómo pueden usarse para hacer que
disminuya las ganas de comer?
La respuesta es que la función primordial de los antidepresivos no es incrementar el
apetito. Lo que hacen es tratar la depresión. Si la pérdida de apetito es uno de los síntomas
de la depresión, las ganas de comer son una respuesta a un tratamiento adecuado. Sin
embargo, puede suceder que una persona que padezca una depresión ocasional incremente
la cantidad de comida por culpa de la depresión, aunque este hecho es más común en la
bulimia que en el apetito compulsivo. En estos casos, un tratamiento adecuado de la
depresión hace que el apetito disminuya.
Sin embargo, debemos comprender el tipo de depresión que se está tratando en cada
caso. Las personas que sufren una depresión como respuesta a algún suceso adverso en su
vida como puede ser la muerte de un pariente, la pérdida de un trabajo o algún revés
económico no se les considera «clínicamente depresivos». Aunque se sienten deprimidos sólo
es un sentimiento normal —y temporal— motivado por las circunstancias, y los sentimientos
habituales no responden a la medicación. La «depresión clínica» no es una reacción ante una
serie de circunstancias adversas o, si aparece tras esas circunstancias, no guarda proporción
con el desagradable incidente. También sobreviene a largo plazo. La depresión clínica se
debe a una alteración en el nivel de neurotrasmisores, unas sustancias químicas que actúan
dentro del cerebro y que son las encargadas de transmitir los mensajes de una célula nerviosa
a otra. Esta alteración puede dar lugar a un amplio abanico de síntomas, entre los que se
encuentran los trastornos en el apetito. Si el síntoma se presenta en forma de apetito
excesivo, como a veces sucede en la bulimia, entonces el antidepresivo puede ser realmente
efectivo.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 62
En efecto, no es extraño que las personas que se sienten irritadas o desanimadas
recurran al frigorífico. Este tipo de «depresión» no es una «depresión clínica» motivada por un
desequilibrio en las reacciones químicas del cuerpo, sino que la depresión nace de la
frustración, como cuando alguien se siente rechazado, ofendido o decepcionado.
Que dos cosas no pueden ocupar el mismo espacio a la vez es un principio científico
que podemos entender con facilidad. Por tanto; no podrá existir un concepto positivo de uno
mismo mientras esté presente un autoconcepto negativo. Debemos hacer un hueco a la
autoimagen positiva y eso significa que hay que eliminar el concepto negativo de uno mismo.
Esto no resulta fácil, pero tampoco es tan difícil como parece. Deja a un lado el
problema con la comida por un momento, coge lápiz y papel y haz una lista de las cosas de tu
personalidad que te gustaría cambiar.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 69
Por ejemplo:
— Me gustaría relacionarme más con las personas.
— No quiero amilanarme ante la presencia de mi jefe.
— Quiero ser capaz de decir no cuando, quiero decir no.
— Quiero ser capaz de expresar mi opinión sin sentirme estúpido.
— No quiero que los demás tornen las decisiones por mí.
— No quiero que los demás se compadezcan de mí.
Al igual que un diario, esta lista no tiene por qué completarse en una sola jornada. Se
puede ir elaborando a lo largo de varios días.
Ahora toma la firme resolución de que todas esas situaciones que son tan indeseables
para ti tienen que acabar. Eso te llevará un tiempo y todavía tienes que encontrar la forma de
conseguirlo, pero ya no hay posibilidad de dar marcha atrás.
Hacer una lista supone un importante paso hacia adelante. Si estuvieras reformando tu
cocina tendrías que hacer un plano del lugar en donde deseas instalar los armarios, el
fregadero, la cocina, el frigorífico, el microondas, el teléfono, etc. Una vez que tengas un plan
ya puedes proceder a realizar las reformas. De igual modo sucede con tu autoconcepto. Tal y
como sucedía con las reformas de tu cocina, debes eliminar el antiguo mobiliario para hacer
sitio al nuevo. Por tanto, para «reformar» tu autoconcepto debes hacer una lista de las cosas
que quieres eliminar en ti mismo y después una lista de «las cosas que me gustaría ser».
Todo lo que posees o conservas encierra un valor funcional u ornamental. Es decir, si
tienes un precioso reloj de tu abuelo que ya no da la hora puedes conservarlo como un
atractivo elemento de tu mobiliario. Sin embargo, por otro lado, si tu abrelatas ya no funciona
lo tiras a la basura. No tiene ningún propósito decorativo y, puesto que su valor funcional ha
acabado, ahora sólo es un cacharro inútil.
¿Dónde radica entonces nuestro valor? Algunos pueden sostener que somos seres
decorativos aunque, aun en el caso de ser personas extraordinariamente atractivas, esta
característica tiende a depreciarse con el tiempo. Nuestro valor, pues, radica en nuestra
función. Pero ¿cuál es nuestra función? ¿Comer, beber y divertirnos de cualquier manera
posible? Está claro que tenemos que trabajar para poder vivir, pero ¿cuál es el propósito de
nuestra vida?
Algunos pueden trabajar con el propósito de preservar el medio ambiente. Otros
pueden tener el propósito de prestar un servicio a la comunidad. Otros pueden tener un
propósito religioso. Sea cual sea el objetivo, en ningún caso debe ser el de la
autogratificación.
Ni siquiera es imprescindible que optemos por alcanzar un objetivo. Nuestra capacidad
para pensar en un último fin es un rasgo distintivo del ser humano. Incluso aunque no
hayamos encontrado un objetivo podemos encontrar un sentido del valor en la búsqueda de
esa meta y en el esfuerzo que hemos realizado para alcanzarlo.
Aunque ya tengas una idea de cómo te gustaría que fuera tu cocina, probablemente
necesitarás la ayuda de alguien que tenga experiencia en decorar y reformar cocinas. Él o ella
pueden señalar por qué un arreglo en particular no sería bueno y por qué otro cambio
resultaría más atractivo y más eficaz. De igual modo, cuando reformemos nuestra autoimagen
necesitaremos la ayuda de un experto: un terapeuta.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 70
No debería resultar demasiado difícil encontrar un médico que te ayude con tu
problema de autoimagen, pero tampoco debes pensar que todos los médicos son igual de
buenos. Mis primeros estudios dentro del campo de la psiquiatría se basaban en una
orientación psicoanalista, pero observé que ese enfoque tenía una utilidad muy limitada. Se
ponía demasiado énfasis en el pasado y aunque no se puede negar la importancia de los
hechos pasados y la huella que dejan en el presente, ya no se puede hacer nada por ellos.
Alguien apuntó acertadamente que «como el pasado es tan importante hay que tener cuidado
con lo que se hace en él». A mí tampoco me parece que una incursión en el pasado vaya a
cambiar las cosas. Seguramente sería mucho más práctico decir: «Tal vez tus padres te
hicieron ser lo que ahora eres, pero si sigues así es por tu culpa».
Nos hemos vuelto más sofisticados en asuntos médicos y ahora solemos informarnos
de los métodos que emplea un médico en su tratamiento. ¿Sus tratamientos son médicos o
quirúrgicos? Y si fueran quirúrgicos, ¿utiliza técnicas de rayos láser? Debemos tomar las
mismas medidas antes de elegir a un psiquiatra y preguntarle si su enfoque se orienta
principalmente hacia un método para elevar nuestra autoestima. Los psicólogos que siguen
los métodos de la escuela cognoscitiva son especialmente adecuados para incrementar la
autoestima.
El problema que encierra insistir excesivamente en el pasado es que podemos caer en
el error de culpar a los demás en lugar de buscar una manera de realizar los cambios
necesarios. Es mucho más fácil compadecerse de uno mismo y verse como la víctima de un
pasado que ya no se puede cambiar que efectuar cambios en nuestra personalidad. Por
ejemplo, si tu autoestima es baja puede que no estés dispuesto a pedir un aumento o a
realizar una gestión por temor a ser rechazado o a fracasar. Es más fácil verte .a ti mismo
como la víctima de un jefe que te explota y de un sistema que no te permite progresar.
Puedes afirmar que has desarrollado esa mentalidad negativa tras una serie de reveses que
has experimentado en tu vida, pero si sólo prestamos atención al origen de esos sentimientos
no contribuimos a realizar cambios en nosotros mismos. Al contrario, el terapeuta debe
ayudarte y animarte a que des los pasos necesarios que te permitan avanzar y a que aceptes
el riesgo de que cualquier esfuerzo que realices para conseguir un objetivo puede acabar en
fracaso, en cuyo caso no cabe otra opción que volver a intentarlo de nuevo.
Una vez visité un vivero de salmones en el océano Pacifico. Es fascinante ver nadar a
los salmones río arriba, observar cómo se esfuerzan por nadar contra la corriente. Cuando
llegan a una cascada nadan a su alrededor y después saltan intentando ascenderla. Si no lo
consiguen vuelven a nadar a su alrededor y lo intentan de nuevo, repitiendo el proceso hasta
que lo consiguen.
El salmón posee un instinto biológico para alcanzar un determinado objetivo y, por
tanto, para nadar contra la corriente y saltar por encima de las cascadas, siempre inasequible
al desaliento. Los objetivos de los seres humanos deben plantearse desde el plano intelectual
y no desde el instintivo, pero una vez que nos hemos decidido a alcanzar una meta,
deberíamos estar preparados para nadar contra la corriente, superar los obstáculos y seguir
esforzándonos hasta que lo consigamos.
Cualquier persona que se considere incompetente puede buscar la comodidad que le
proporciona relacionarse con la gente de su nivel o incluso con personas inferiores a ella.
Relacionarse con personas que tengan mayor capacidad y erudición puede resultar incómodo,
pero son los únicos que pueden proporcionar la motivación que nos permita mejorar.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 71
Todos los seres humanos poseemos una capacidad aún sin explotar para realizar un
esfuerzo. Esta capacidad permanece latente hasta que algo nos obliga a desarrollarla. La
memorable recuperación de la actriz Patricia Neal, cuya vida fue llevada a la televisión, es un
magnífico ejemplo. Después de haber sufrido una apoplejía, su familia se negó a atenderla y
se vio privada de conseguir cualquier cosa que necesitara. Entonces tuvo que desarrollar
todos los recursos que nunca había utilizado y finalmente consiguió recuperar sus funciones
con total normalidad. Si la hubieran «ayudado», habrían hecho de ella una inválida
permanente. Debemos guiamos, por supuesto, por los consejos de expertos que puedan
hacernos ver que realmente tenemos una capacidad que podemos desarrollar, ya que de otro
modo resultaría bastante cruel exigir imposibles a una persona que sufre, una serie de
limitaciones. En cuanto a nuestra capacidad emocional e intelectual podemos decir que la
mayoría de la gente posee una serie de recursos sin desarrollar y que un buen terapeuta
podría ayudar a perfeccionarlos.
Desde la infancia hasta nuestros días hemos actuado con el propósito de conseguir la
aprobación de los demás, y eso es normal. Cuando un bebé da sus primeros pasos, algo que
supone para él un reto considerable, es habitual que los padres expresen su alegría, y eso le
motiva a continuar perfeccionando su nuevo método de desplazamiento, aunque sigue
sintiéndose temeroso ante el riesgo de caer, convencido de que sólo se siente seguro cuando
gatea. Muchas formas de comportamiento que se adquieren durante la infancia se refuerzan o
se extinguen según cómo se reaccione ante ellas y se mantienen durante nuestros años de
formación. Es importante que nos demos cuenta de esto, ya que no todos los
comportamientos que los demás desean que tengamos son buenos para nosotros. Algunas
personas nos animan a que nos comportemos de una determinada manera porque les
conviene a ellos. Hacer lo que los demás quieren que hagamos nos convierte en seres
incapaces de adaptarse adecuadamente a la vida.
Por otro lado, a veces desarrollamos una actitud desafiante y nos rebelamos contra
todo lo que los demás esperan que hagamos. Esto se observa fácilmente en los niños.
Rebelarse porque sí puede hacer que descartemos otros comportamientos que son
verdaderamente constructivos, aunque seamos capaces de justificar nuestras acciones y nos
engañemos pensando que tenemos una buena razón para comportarnos así.
Cuando reaccionamos con sumisión o con rebeldía, permitimos que los demás
determinen nuestro modo de actuar y, en lugar de ser nosotros mismos, somos lo que los
otros han creado. Este hecho es prácticamente inevitable durante los primeros años de
nuestra vida y a eso nos referimos cuando afirmamos que «tal vez eres lo que tus padres
hicieron de ti, pero si sigues siendo así es sólo por tu culpa». En algún momento de nuestra
vida tenernos que mirarnos a nosotros mismos y pensar: «¿Qué es lo que de verdad quiero
ser?».
Aunque no es fácil convencerse a uno mismo de que el autoconcepto que hemos ido
creando durante décadas es equivocado, y tampoco es fácil cambiar unas formas de
comportamiento que se han arraigado profundamente, todo resulta más sencillo cuando se
entiende que tanto el autoconcepto como los modos de comportamiento son consecuencia de
la opinión de nosotros que tienen los demás y no de la nuestra propia. Si fueras capaz de
concluir que «ya es hora de que sea lo que quiero ser y no lo que los demás esperan que
sea», tendrías la motivación necesaria para realizar los cambios que precises.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 72
Si te has convertido en lo que eres porque actúas para conseguir la aprobación de los
demás, cualquier cambio que realices puede provocar la desaprobación de los que te rodean.
Pueden llegar a decir: «¿Qué le ha pasado a Jane?». Por tanto, debes estar preparado para
soportar la reacción de los demás.
Ponerte a ti mismo en primer lugar no significa ignorar las necesidades de los demás
pero en realidad no se puede tener una buena autoimagen si constantemente actúas influido
por lo que los demás esperan de ti. Debes tener en cuenta los sentimientos de los demás y
ayudarles a que comprendan por qué tienes que hacer ciertos cambios en tu vida.
Por ejemplo: Frank siempre fue un buen muchacho que procuraba complacer a sus
padres. Cuando se casó, su madre seguía esperando que primero atendiera sus necesidades.
Su mujer no deseaba ocupar un papel secundario y pensaba que sus prioridades debían ser
ella y sus hijos. Una vez que cumpliera sus obligaciones con su familia era libre de hacer lo
que pudiera por su madre. Frank estaba entre la espada y la pared, ya que tendría que fallar a
su madre o a su mujer. Su peso de más de 135 kilos se debía a que comía para aliviar su
frustración. Durante la terapia se dio cuenta de lo que realmente quería hacer y de que su
obligación era atender las necesidades de su familia en primer lugar. Así pues, explicó con
dulzura a su madre por qué debía cambiar su manera de comportarse.
Cuando examines tu modo de actuar y descubras que lo que hacías era comportarte
según los deseos de los demás podrás darte cuenta de que es necesario realizar otros
muchos cambios. No hay por qué precipitarse a cambiar. Una autoactualización no se hace de
la noche a la mañana, sino que se necesitan varios años para conseguirlo. Sin embargo,
debes tener un plan general sobre lo que quieres realizar, aunque también puedes modificarlo
sobre la marcha.
En los tres primeros pasos se elimina el problema tan molesto de intentar poner en
marcha el control «automático», el interruptor que apaga el apetito cuando las necesidades de
alimentación del cuerpo han sido satisfechas, algo que obviamente no funciona en los
comedores compulsivos. A este hecho se le conoce como «impotencia». Una vez admitido
que ese interruptor no funciona, se reconoce la necesidad de adquirir algún otro método de
control o lo que es lo mismo, «una fuerza más poderosa que nosotros». La idea del paso 3 es
que debes encontrar un objetivo fuera de ti mismo para que la comida ya no ocupe un lugar
destacado en tu vida y la deje de monopolizar.
El programa de los doce pasos se creó en el Grupo de Oxford y se componía de una
serie de personas que se regían por ideas religiosas. Sin embargo, el programa lo siguen
personas que no tienen una orientación religiosa e incluso por ateos. El concepto de «volcar
nuestra voluntad y nuestra vida al cuidado de Dios tal y como Lo entendemos» simplemente
quiere decir que es necesario encontrar algo para vivir que satisfaga nuestros propios deseos.
Esto no sólo afecta a los alcohólicos o a las personas que padecen apetito compulsivo, sino
que es algo deseable para cualquier ser humano. Si se entiende apropiadamente, el tercer
paso te permite salir del autoaislamiento y de la absorción total en uno mismo, un
comportamiento característico del comedor compulsivo.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 77
Los pasos 4 y 5 son el núcleo del conocimiento de uno mismo y cuando se realizan
apropiadamente nos permiten acabar con los defectos de nuestra personalidad y desarrollar
todas nuestras cualidades. El inventario al que se refiere en el paso 4 debe ser justamente
eso, un inventario. Si estuvieras pensando en la posibilidad de adquirir una empresa deberías
hacer un profundo inventario, conociendo a fondo tanto los ingresos como las deudas que
tenga. De igual modo, un inventario personal implica reconocer no sólo nuestras virtudes sino
también nuestros defectos personales.
Los pasos 6 y 7 parece que sólo son importantes para aquellas personas que tengan
una orientación religiosa y que busquen la ayuda de un ser divino. Pero esto no es así
necesariamente. Si consideras a una terapia de grupo o a un grupo de ayuda como una
fuerza superior a ti entonces podrás conseguir ayuda de ellos y acabar con tus defectos
personales. Los pasos 8 y 9 son fundamentales para poder superar los resentimientos y
eliminar tu sentimiento de culpa, ya que los resentimientos pueden producir remordimientos y
empujarte a comer compulsivamente. Aunque el sentimiento patológico de culpa, que no
existe en la realidad, debería afrontarse en la terapia, hay un sentimiento de culpa basado en
la realidad y que es consecuencia de todas las infracciones que se hayan realizado. Los
pasos 8 y 9 los eliminan y son tremendamente útiles para aliviarte de una fuerte carga
emocional.
El paso 10 debería resultar obvio, y sin embargo no lo es. Cuando éramos niños, la
mayoría de nosotros intentábamos encubrir nuestros errores. Si rompíamos un jarrón
arrojábamos los pedazos en el cubo de la basura y confiábamos en que nuestra madre no se
diera cuenta de que había desaparecido. Pero eso no funcionó entonces y tampoco funciona
ahora. Negar nuestros propios defectos acarrea una serie de consecuencias a largo plazo que
normalmente son perjudiciales. Si somos capaces de admitir nuestros errores y no tratamos
de justificarlos, ahorraremos una gran cantidad de energía. Además, cuando confesamos
nuestros errores y nos disculpamos por ellos ganamos en autoestima y en carácter.
Al igual que los pasos 6 y 7, el paso 11 no debe restringirse a una deidad. Si no crees
en Dios pero en tu vida te marcas objetivos fuera de lo que supone una autogratificación y
adoptas como guía algún principio superior a tu persona los podrá realizar. Por último, el paso
12 consiste en hacer que te conviertas en una persona capaz de ayudar a los demás en su
lucha por superar problemas similares. Aunque es necesario reconocer y evitar cualquier
situación de codependencia, puedes adquirir una gran autoestima ayudando a los demás.
A continuación incluyo una carta escrita por una mujer que logró recuperarse de un
problema de alcoholismo y de bulimia:
En primer lugar, todos los días procuro poner en práctica los 12 pasos del programa de
Alcohólicos Anónimos, aplicando especialmente los tres primeros a mi problema con la
comida.
En segundo lugar, el 90 % del tiempo lo empleo siguiendo una dieta alimenticia (que
incluye azúcar y harina) que contiene unas 1.200 calorías por día. Cuando salimos o nos
vamos de vacaciones como de todo lo que me apetece con moderación. La clave está en no
negarme ninguna comida y, de ese modo, como todo lo que quiero. Gracias a este método he
conseguido perder 21 kilos y he sido, capaz de mantenerlo durante siete años.
En tercer lugar, suelo hacer ejercicio —nado doy paseos o hago aerobic 3 o 4 días a la
semana sin falta.
Combinar estos tres puntos y lograr que se conviertan en una parte de nuestra vida ha
funcionado en mí y es el único método válido que conozco.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 78
Por último, un grupo de apoyo puede servirte de mucha ayuda cuando intentes superar
los posibles recaídas que te pueden sobrevenir durante tu recuperación. Si consideraras que
una recaída es sinónimo de fracaso, tu autoestima se vería seriamente deteriorada y
tenderías a perder la esperanza. Si reconocieras que una recaída es una oportunidad para
poder dar un paso adelante, analizaras qué es lo que la motivó y, con la ayuda dé los demás
miembros del grupo, pensaras en la manera de afrontarla, podrías hacer que esa recaída
dejara de ser un suceso negativo y se convirtiera en un hecho positiva
Mientras los sentimientos estén aún frescos en tu mente escribe los incidentes que los
desencadenaron. Escribe cuál fue tu reacción ante ese incidente o ante los sentimientos que
te produjo. Después escribe lo que crees que podrías hacer para evitar tanto esos incidentes
como los sentimientos, si es que éstos te producen estrés, o cómo reforzarlos si son
agradables. No tienes por qué guardar esas notas, sino que puedes deshacerte de ellas una
vez que las hayas leído varias veces.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 80
Además de las diferentes metas que nos vamos fijando, debemos centrarnos en la
consecución de un objetivo final. ¿Qué pretendemos hacer con nuestra vida? Para contestar a
esto se necesita una poco de filosofía y de lectura, aunque no es preciso dar con una
respuesta inmediata. El mérito de perseguir un objetivo final se encuentra precisamente en
esa persecución y se adquiere a medida que se van rechazando los falsos objetivos que sólo
producen una satisfacción momentánea y que no tienen ningún valor permanente.
Las personas que han estado abrigando un concepto negativo durante muchos años
encuentran muchos problemas para mantener un nivel adecuado de autoestima. Por lo tanto,
sería bueno que combatieran esta actitud con afirmaciones positivas. Hay muchos libros que
contienen afirmaciones diarias, algunas de tipo religioso, otras no. Resulta un ejercicio
excelente leer una breve sentencia varias veces al día.
Tanto las actitudes positivas como las negativas tienden a extenderse. Si posees una
mentalidad negativa te expresarás de forma negativa y actuarás de manera negativa,
sentando las bases para una negatividad mucho mayor. Todo lo contrario ocurre cuando se
piensa de manera positiva. Por eso, con sólo un breve período de mentalidad positiva se
puede poner en marcha una reacción en cadena positiva. Algunos de estos libros están
enfocados hacia ciertos problemas específicos como pueden ser el alcoholismo, la adicción a
las drogas, el incesto, los hijos dé alcohólicos, la adicción sexual, etc. Sin embargo, todos
ellos contienen mensajes de afirmación que pueden resultar beneficiosos para todo el mundo.
También es bueno decirse afirmaciones a uno mismo, tales como:
— Son una buena persona y tengo dignidad.
— Soy una persona atractiva.
— Puedo controlar si me siento bien o mal.
— Acepto mi cuerpo tal y como es pero voy a intentar que sea más sano.
— La comida sólo es un nutriente.
— El poder de la comida es tan fuerte como yo quiero que sea.
— Soy capaz de superar un problema con la comida.
— No tengo que probarme a mí mismo.
— Puedo decir no cuando creo que es apropiado decirlo.
— Puedo perdonarme mis errores.
Estas y otras afirmaciones, dichas en voz alta y en el contexto de reforzar tu
autoestima, pueden causar un gran efecto.
Puedes ampliar tu propio programa de recuperación compartiendo tus pensamientos y
tus sentimientos con un amigo que piense de manera parecida. Conozco a una mujer que
cada viernes llama a su mejor amiga para hablar de sus progresos y sus recaídas, compartir
consejos y animarse una a la otra. Tienen sus momentos buenos y sus momentos malos, pero
ninguna de ellas se acerca al peso que tenían hasta entonces. Aunque no sea exactamente
una terapia de grupo, puede ser de gran valor emplear el «amiguismo», ya que permite
expresar nuestros sentimientos y hacernos reaccionar mutuamente.
APÉNDICE
He puesto un gran énfasis en la importancia de realizar cambios positivos en la
persona en lugar de en la comida. Sin embargo, es necesario tener algunas nociones de lo
que constituye una dieta sana, en contraste con lo que se conoce como una dieta
«milagrosa». Existen muchas variables que pueden afectar a la elección de una dieta
adecuada, por eso deberías consultar a un médico para que te ayude .a establecer tus
necesidades dietéticas específicas. Por tanto, este apéndice contiene fundamentalmente unas
pautas generales o una serie de principios dietéticos generales.
Sería simplista negar la importancia de las calorías como si fueran algo insignificante,
tal y como algunos libros de adelgazamiento han sugerido, si bien es cierto que algunas
comidas «queman» las calorías durante el proceso de digestión y de asimilación. Por lo tanto,
es necesario calcular de manera aproximada el número de calorías que necesita cada
persona.
Si quieres mantener tu peso, multiplícalo por 26 para llegar a una cantidad aproximada
de calorías que deberías consumir al día. Por ejemplo, si pesas 48 kilos entonces necesitarás
alrededor de 1.248 calorías (48 x 26) para mantener tu peso. El consumo de calorías varía
según la cantidad de ejercicio que hagas.
La siguiente norma general dice que un kilo equivale aproximadamente a 7.800
calorías. Supongamos que pesas 68 kilos. Entonces necesitarás unas 1.800 calorías al día
(26 x 68) para mantener tu peso. Si tu consumo de calorías descendiera a 300 al día entonces
perderías cerca de un kilo en veintiséis días (7.800/300). Si consumes 1.300 calorías al día,
deberías perder un kilo en quince días (7.800/500=15.6).
Es importante tener en cuenta que el cuerpo no se adapta bien a los cambios bruscos.
Si perdieras 2 kilos al mes podrías reducir 12 kilos en seis meses. Tal vez te gustaría
conseguir resultados de forma más rápida, pero mientras tú puedes pensar que es
sensacional perder peso con rapidez, al cuerpo le puede afectar de forma traumática. Por lo
tanto, te aconsejo que elijas una dieta que se pueda mantener a largo plazo.
BATALLA DEL PESO Y AUTOESTIMA.- 86
Una dieta equilibrada consiste en tres porciones del grupo de las verduras, dos
porciones del grupo de los lácteos, dos porciones del grupo de las carnes, dos porciones del
grupo de las frutas y seis porciones del grupo del pan. Esto debería proporcionarte unas 1.600
calorías. Si prefieres una dieta de 1.200 calorías, simplemente disminuye las porciones,
consumiendo tres cuartos del total de la porción.
Por favor, te pido de nuevo que recuerdes que estas reglas son sólo normas generales.
Vuelvo a insistir en que deberías llevar una dieta especial planificada por un médico
competente. El departamento de dietética de tu hospital dispondrá con toda certeza de un
dietético al que puedes consultar.