REFLEXIONES SOBRE LITTLE ROCK
INTRODUCCION
El punto de partida de mis reflexiones fue una foto aparecida en
la prensa en la que se mostraba a una muchacha negra que volvia a
casa tras salir de una nueva escuela integrada: perseguida por una
turba de chicos blancos, iba protegida por un amigo blanco de su pa-
dre y su rostro daba elocuente testimonio del hecho evidente de que
no se sentia precisamente feliz. La foto era una muestra condensada
de la situaci6n, pues los que aparecian en ella estaban directamente
afectados por la decision del tribunal federal, los propios chicos. Mi
primera pregunta fue: ¢qué harfa yo si fuera una madre negra? Res
puesta: bajo ninguna circunstancia expondria a mi hija a una situa-
ci6n en que apareciera como queriendo forzar su entrada en un gru-
po donde no la quisieran. Psicolégicamente, la situacién de no ser
querido (una situacién apurada tipicamente social) es mas dificil de
soportar que la persecucién abierta (una situacién apurada de carac-
ter politico), porque se ve afectado el orgullo personal. Por orgullo no
quiero decir nada del estilo de «orgulloso de ser negro», 0 judfo, o
blanco anglosajén protestante, etc., sino el sentimiento, no inculcado
y natural, de identidad con cualquiera que haya sido el accidente del
propio nacimiento. El orgullo, que no hace comparaciones y no co-
noce complejos de inferioridad ni de superioridad, es indispensable
para la integridad personal y no se pierde tanto por ser perseguido
como por forzar, o mas bien por ser forzado a forzar la salida de un
grupo para entrar en otro. Si yo fuera una madre negra del Sur, pen-
sarfa que la sentencia del Tribunal Supremo, de manera involuntaria
pero inevitable, ha puesto a mi hija en una situacién mas humillante
atin que la que tenia antes.
Més atin, si yo fuera negra, pensarfa que el intento mismo de em-
pezar a superar la segregacién en la educaci6n y en las escuelas no
s6lo habfa descargado, de manera muy injusta, la responsabilidad de
los adultos sobre los hombros de los nifios. Ademas, estaria conven-
la de que todo el empefio encierra el intento de ocultar la verdade-
ra cuestion. La verdadera cuestion es la igualdad ante la ley del pais,188 JUICIO
y la ley queda infringida por las leyes segregacionistas, es decir, por
Jas leyes que imponen la segregacién, no por las costumbres y habi-
tos sociales de los escolares. Si se tratara solo de garantizar por igual
una buena educacién a mis hijos, de un esfuerzo por darles igualdad
de oportunidades, ¢por qué no se me pedia que luchara por la mejo-
ra de las escuelas para nifios negros y para la inmediata creacién de
clases especiales para aquellos nifios cuyo expediente escolar les per-
mite ahora acceder a escuelas de blancos? En lugar de llamarme a li-
brar una batalla clara por mis derechos indiscutibles —mi derecho
de voto sin interferencias, mi derecho a contraer matrimonio con
quien me plazca y a la protecci6n en el matrimonio (aunque no, por
supuesto, en el intento de convertirme en cufiado de cualquiera)* o
mi derecho a la igualdad de oportunidades—, sentiria que se me ha
mezclado en un asunto de promocién social; y si yo eligiera esa ma-
‘nera de mejorar mi situacién, preferirfa ciertamente hacerlo por mi
misma, sin la ayuda de organismos gubernamentales. Por supuesto,
apretar y gastar los codos no dependeria integramente de mis pro-
pias inclinaciones. Podrfa verme forzada a ello con el fin de ganarme
decentemente la vida o elevar el nivel de vida de mi familia. La vida
puede ser muy desagradable, pero por muchas cosas que me fuerce a
hacer —y ciertamente no me fuerza a comprar mi entrada en vecin-
darios exclusivos— yo puedo conservar mi integridad personal preci-
samente en la medida en que acttie a la fuerza y por alguna necesi-
dad vital, no meramente por motivaciones sociales.
Mi segunda pregunta fue: ¢qué harfa yo si fuera una madre blanca
en el Sur? También entonces tratarfa de evitar que mis hijos se vieran
arrastrados a librar una batalla politica en el patio de la escuela. Ade-
‘mas, pensarfa que era necesario mi consentimiento para cambios tan
drasticos, independientemente de cual fuera mi opinion sobre ellos.
Estaria de acuerdo en que el gobierno tiene algo que decir en la edu-
cacién de mis hijos por cuanto se entiende que éstos han de conver-
tirse en ciudadanos, pero negarfa que el gobierno tenga derecho al-
guno a decirme en compaiifa de quién han de recibir instruccién mis
hijos. El derecho de los padres a decidir estos asuntos por sus hijos
hasta que sean mayores de edad sélo lo discuten las dictaduras,
No obstante, si yo estuviera firmemente convencida de que la si-
tuacién del Sur puede mejorar materialmente mediante la educacion
* Se refiere a uno de los malentendidos de los criticos de Arendt en relaci6n con su
Postura acerca de las leyes contra los matrimonios interraciales, que para ella eran in-
constitucionales y debfan ser derogadas por el Tribunal Supremo. (N. del e.)
REFLEXIONES SOBRE LITTLE ROCK 189
integrada, trataria —quiz4 con la ayuda de los cudqueros 0 de algén
otro grupo de ciudadanos con ideas parecidas— de organizar una
nueva escuela para nifios blancos y de color y desarrollarla como un
proyecto piloto, a fin de persuadir a otros padres blancos a cambiar
de actitud. Entonces estaria también, por supuesto, utilizando a los
nifios en lo que es esencialmente una batalla politica, pero al menos
habria garantizado que todos los nifios se hallan en la escuela con el
consentimiento y la ayuda de sus padres; no habria conflicto entre
el hogar y la escuela, aunque sf podria surgir un conflicto entre el ho-
gar y la escuela, por un lado, y la calle, por otro. Supongamos que en
el curso de semejante empresa los ciudadanos del Sur que se oponen
ala educaci6n integrada se organizaran también ellos y lograran in-
cluso convencer a las autoridades del Estado para que impidieran la
apertura y el funcionamiento de la escuela. Ese seria el momento
preciso, en mi opinién, en que el gobierno federal estarfa llamado a
intervenir. Porque tendriamos una vez mas un caso claro de segrega-
cién impuesta por la autoridad gubernamental.
Esto nos Heva a mi tercera pregunta. Yo me pregunté: ¢qué es
exactamente lo que distingue el llamado estilo surefio de vida del es-
tilo de vida norteamericano con respecto a la cuesti6n racial? Y la
respuesta es, simplemente, que, aunque la discriminacién y la segre-
gacion son la norma en todo el pais, s6lo se imponen legalmente en
los Estados del Sur. Por tanto, quienquiera que desee cambiar la si-
tuacién en el Sur dificilmente puede evitar abolir las leyes sobre el
matrimonio e intervenir para garantizar el libre ejercicio del derecho
al matrimonio. Esta no es en absoluto una cuestién académica. Afec-
ta, en parte, a principios constitucionales que estan, por definicién,
mis alld de las decisiones mayoritarias y de los criterios practicos; y
afecta también, por supuesto, a los derechos de los ciudadanos, como
los de esos veinticinco varones negros de Texas que, estando en el
ejército, se casaron con mujeres europeas y en consecuencia no po-
dfan volver a su pais porque a los ojos de la legislacién de Texas eran
culpables de un delito.
La reticencia de los liberales estadounidenses a tocar la cuestion
de las leyes sobre el matrimonio, su disposicién a invocar criterios
practicos y desplazar el fondo de la cuestién insistiendo en que los
propios negros no tienen ningrin interés en este asunto, su embarazo
cuando se les recuerda lo que todo el mundo conoce como la mas ul-
trajante legislacién de todo el hemisferio occidental, todo eso recuer-
da la primitiva reticencia de los fundadores de la Repiiblica a seguir
el consejo de Jefferson y abolir el crimen de la esclavitud. También el